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09 agosto 2019

¿Fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad?


                
                                              
No hay manera honorable de matar, 
no hay manera gentil de destruir, no hay nada bueno en la guerra, excepto que acaba.
                                                          Abraham Lincoln


I parte


por Tito Andino U.


Reflexiones jurídicas sobre los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad.

Una necesaria introducción por el editor del blog

Comencemos por algo elemental. Toda guerra en sí misma es un crimen, no importa el argumento en que se base para declararla. Lo que hace el Derecho Internacional Humanitario (DHI) o Derecho Internacional en tiempos de guerra es regular normas que limiten los efectos de los conflictos armados tanto para los civiles así como para los combatientes, básicamente.  

Los "Convenios de Ginebra" datan ya de 1864 (suscrito por 16 países) y eso no significa que antes no los hubiera, en siglos pasados también se aplicaban normas para la guerra (no escritas), basadas en costumbres y tradiciones. Desde 1864 el derecho humanitario sigue planteándose nuevos retos debido al avance del tiempo y el desarrollo de nuevos métodos modernos de guerra. No existe un solo Convenio de Ginebra, son cuatro en la actualidad, específicos; así como también se ha venido desarrollando y ampliando desde 1899 los "Convenios de La Haya", cuyo objetivo básico es reglamentar la conducción de la guerra, todo ello como respuesta a las macabras experiencias de la segunda guerra mundial.

Sin duda los juristas especializados en la materia pueden dilucidar un tema que viene causando polémica y mucho disgusto entre apasionados lectores e historiadores: Los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. No dedicaré esta introducción a cuestiones políticas, mucho menos ideológicas, enfoquémonos a breves rasgos en aspectos de puro derecho. 

La guerra es un tiempo de desesperación que saca lo peor y lo mejor del ser humano, la guerra es la negación del derecho, por tanto un crimen. 

La tropa armada, instada por sus líderes -como lo demuestra la milenaria historia de los conflictos armados- creía tener derecho y plena impunidad para matar, robar, hacerse con un botín de guerra, etc. Apenas desde hace un siglo y medio los estados se plantearon limitar los efectos de la guerra bajo consideraciones humanitarias, las Convenciones de Ginebra y de La Haya fueron  aceptadas como norma de los estados, asumiendo una responsabilidad legal, obligaciones y derechos a respetar en caso de conflicto y en el desarrollo de las hostilidades. Es cierto que nadie las ha cumplido a cabalidad, al menos se intenta proteger y desligar a la población civil de la lucha, cuidar de los heridos, respetar los derechos de los prisioneros, etc. Hablamos de normas básicas ante momentos excepcionales en que el Derecho deja de tener efectos por la misma acción de la guerra


Primer Convenio de Ginebra. 1864

Los crímenes de guerra stricto sensu se hallaban tipificadas en las convenciones sobre la guerra antes de la segunda guerra mundial, establecían el castigo a los infractores de la ley penal nacional y de las normas sobre la guerra. Como salvedad, esas infracciones generalmente eran juzgadas por las naciones a las que pertenecía el infractor, el reo respondía jurídicamente ante el ofendido en casos excepcionales como la extradición, por la gravedad de un acto. 

Al existir previamente un marco jurídico mucho antes de los controvertidos procesos internacionales de la segunda guerra mundial, que tipificaron nuevas definiciones, según la gravedad del delito, que ya existían bajo la denominación genérica de "crímenes de guerra", se lo hizo dada la magnitud de los hechos, era necesario contar con figuras propias, por ejemplo, los crímenes contra la humanidad, que abarca categorías como el genocidio (que llegaría a tener su propia convención internacional para reprimir el delito de genocidio). 

Más claro, a modo de ejemplo: No podía negarse el derecho a juzgar a los criminales nazis porque la categoría de "Crímenes contra la Humanidad" recién se tipificó en los Estatutos del Tribunal Penal Internacional de Nuremberg, puesto que, los delitos que conforman esa categoría: asesinatos, exterminación, sometimiento a esclavitud, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil antes o durante la guerra, o persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, se encontraban tipificados como crímenes de guerra, crímenes de gravedad en las legislaciones nacionales y en los Convenios de Ginebra y de La Haya

Es verdad que el genocidio, como definición jurídica, es posterior a la segunda guerra mundial, no obstante, constaba inmerso bajo otras denominaciones, siempre fue un crimen de guerra stricto sensu. A nadie con más de dos centímetros de pelo en la frente le podría pasar por alto que los asesinatos en masa, los desplazamientos forzosos, etc., cometidos en la primera guerra mundial, tenían su tipificación penal. Muchos casos no pudieron ser juzgados, como el genocidio turco contra los armenios, cuestiones de honor, política nacional e internacional lo impedían en detrimento del ofendido. O, como en el caso del Imperio Alemán que sometió bajo la jurisdicción germana a sus nacionales a procesos por crímenes de guerra, a instancias de las potencias vencedoras (Tratado de Versalles), al ser responsables de una guerra de agresión. El Juicio de Leipzig, con la notoria ausencia del Kaiser Guillermo II -reclamado en extradición- y de otros líderes nacionales en el banquillo de los acusados fue una farsa, dictándose blandas sentencias y absoluciones, un saludo a la bandera. 

El Proceso del Tribunal Penal Internacional de Nuremberg se estableció para juzgar exclusivamente a las máximas instancias de autoridad del gobierno del Reich nazi; el resto, es decir, la mayoría absoluta de casos fueron juzgados por las autoridades de Control Aliado y luego por tribunales constituidos por jueces alemanes y bajo jurisdicción alemana, o en los países en que fueron capturados los infractores.


De todas formas, la polémica sobre los procesos internacionales después de la segunda guerra mundial es válida, pero se ha desviado a cuestiones ideológicas hasta llegar a la apología del nazismo, una doctrina eminentemente criminal. Es un tema que se discute no solo en Europa y los Estados Unidos. 

Hoy el debate se centra en los crímenes de guerra Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Quién ha negado la existencia de los crímenes de guerra Aliados en la IIGM? Por sentado que se cometieron, lamento decir que aprecio en mucha gente la falta de comprensión de lo que significa un crimen de guerra stricto sensu y un acto considerado como crimen contra la humanidad. (por razones de espacio y por no ser esta la base de la presente ponencia no lo abordaré a profundidad, dejando sentado algunas puntualizaciones aclaratorias).

Un sector afecto al nazismo intenta justificar el genocidio (crimen contra la humanidad) perpetrado por los nazis porque otros cometieron crímenes de guerra (stricto sensu). Eso no solo es falta de decencia, es un insulto al sentido común. Los Aliados cometieron crímenes de guerra, si, al igual que las potencias del Eje. Los ejemplos están a la vista de todos (no se esconden): el bombardeo indiscriminado sobre las ciudades de Dresde y Hamburgo o ciudades japonesas, los crímenes soviéticos contra los prisioneros y civiles alemanes (en venganza por los mismos actos alemanes contra millones de prisioneros y civiles), hasta el uso innecesario de la bomba atómica que fue más un mensaje político dirigido a la URSS que una operación táctica y que algunos reputados historiadores y juristas califican de crimen de guerra e incluso de crimen contra la humanidad. 

Lo cierto es que los brutales raids aéreos aliados que ocasionaron más víctimas mortales que los ataques de las potencias del eje siguen sometidos a los mismos cuestionamientos hoy en día con las bombardeos estadounidenses sobre Corea, Vietnam, Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, aunque no suelen apreciarse en ese sentido (crímenes de guerra), como si se hace en el caso de los sistemáticos crímenes nazis, el caso Aliado suele justificarse (justificar no significa siempre estar apegado a Derecho) como acciones de guerra concretas lejos de obedecer a un puntual programa de exterminio. 

Puntualizemos que los desproporcionados bombardeos estadounidenses a poblaciones civiles a lo largo de sus modernas guerras no han conseguido el objetivo militar que persiguen esas acciones -doblegar a los gobiernos y a la población-, causando el efecto contrario. (El análisis histórico nos permite señalar que la estrategia de guerra de los Estados Unidos prioriza el bombardeo masivo para persuadir al enemigo de turno a rendirse). Esto, si lo enmarcamos en Derecho -basados en la legislación internacional- constituye un crimen de guerra a todas luces. 

Volvamos a lo principal, en Derecho, los casos de crímenes de guerra enunciados no pueden ser equiparados con los crímenes contra la humanidad perpetrados por los nazis, ni siquiera por el número de víctimas, bajo ningún concepto subjetivo ni legal. La explicación es lógica: 

La Alemania nazi elaboró un programa de exterminio, resultado de una trama intencional, premeditada y planificada durante la guerra y ejecutada a conciencia por la jefatura del gobierno nazi, conociendo el propósito y las consecuencias de esos actos y, finalmente, pretendiendo ocultar los hechos a la opinión pública alemana y mundial.

Lo he explicado en otros artículos. Esa intencionalidad dolosa no es susceptible de comparación con acciones militares que terminaron en diferentes episodios de excesos y abusos, sin eufemismos, en crímenes de guerra de los aliados, los “crímenes de los buenos” como dice Joaquín Bochaca para pretender “equilibrar” la balanza con las atrocidades nazis.  

Existe un concepto dentro del Derecho Internacional muy válido y vigente mucho antes de la segunda guerra mundial: el estado de necesidad militar, es decir, las razones que motivan concretas acciones bélicas contra un punto determinado que puede ser considerado como zona civil. Los bombardeos atómicos son cuestionados e incluso calificados como crimen de guerra o crimen contra la humanidad debido a su innecesario uso ante un Japón que estaba plantando las condiciones para una rendición. 

Otro ejemplo, un acto trágico que, no solo constituye crimen de guerra sino un genocidio consciente fue la matanza de Katyn, perpetrada por tropas soviéticas, decidida por las máximas jerarquías del poder. Más de veinte mil personas, no solo oficiales del ejército polaco, sino de la élite polaca: políticos, intelectuales, artistas, fueron fusilados metódicamente y enterrados en fosas comunes. Los nazis hicieron por separado su parte de la "tarea", el objetivo era desaparecer a la clase pensante de Polonia, el objetivo de los entonces socios nazi/comunistas fue suprimir para siempre Polonia como nación. 

Respecto al uso de la bomba atómica.



Hoy seguimos discutiendo la naturaleza jurídica de las órdenes emanadas para tales acciones. ¿Podemos considerarlas como crimen de guerra y de lesa humanidad? Muchos científicos, juristas, militares e intelectuales estadounidenses y del mundo se pronuncian en tal sentido porque la bomba no se construyó para adelantarse a la supuesta bomba atómica nazi, ni las bombas fueron lanzadas para conseguir el rápido fin de la guerra y salvar vidas, como tampoco fueron arrojadas contra objetivos militares si no civiles. Las bombas atómicas son radiactivas, no se hizo saber el verdadero efecto contra la población por lo que los japoneses de la época estuvieron expuestos de forma inmediata a las secuelas posteriores al no ser conscientes de las consecuencias fruto de la contaminación.

Ya revisamos en la entrega anterior la teoría del mal menor de Truman, su argumento:"regresar a los chicos a casa lo más pronto posible" o que habría costado cientos de miles de vidas aliadas una potencial invasión al Japón, o que no se habría rendido sin el lanzamiento de la bomba atómica. Argumentos rebatidos y rechazados por falsos. Se aduce -tema discutible- que la población estadounidense no hubiese aceptado que a mediados de 1945, terminada ya la guerra en Europa, se mandará a luchar a las tropas en una eventual invasión al Japón, entonces, interviene también el aspecto psicológico y las consecuencias políticas de tal acto. 

Para Winston Churchill su posición era -naturalmente- de apoyo moral al ataque nuclear e intentó justificarlo haciendo un paralelismo de que hubiese sucedido exactamente lo mismo si los nazis o los japoneses hubieran obtenido la bomba. "La hubieran utilizado contra nosotros para nuestra destrucción completa con suma prontitud... Las generaciones futuras juzgarán estas decisiones", señaló en un discurso ante la Cámara de los Comunes en agosto de 1945.

Dada la política de bombardeos aliados contra Alemania y Japón, no cabe duda que en el efecto contrario -triunfo de las potencias del Eje- los procesados como criminales de guerra hubiesen sido los Aliados. En ese sentido, moral y éticamente, los postulados sobre el uso del arma atómica se construyen en base a la victoria aliada.

Leó Szilárd, uno de los padres de la bomba atómica se planteó otra suposición: 


"Imagina que Alemania hubiera desarrollado dos bombas antes de que nosotros las hubiéramos tenido. Y supón que Alemania hubiera lanzado una bomba, digamos, en Rochester y otra en Buffalo, y luego al haberse quedado sin bombas hubiera perdido la guerra. ¿Puede alguien dudar que hubiéramos entonces definido el lanzamiento de bombas atómicas sobre ciudades como un crimen de guerra, y que hubiéramos sentenciado a los alemanes culpables de este crimen a la muerte en Nuremberg?".

Un análisis más moderno lo presentó The Washington Post, citando al historiador Barton Bernstein cuando afirmó que el Comité de Guerra preveía (junio 1945) que una invasión al Japón produciría unas 193.000 bajas entre los aliados, se estimaba en 40.000 las posibles muertes. Obviamente las cifras de Truman (500.000) eran grotescas, sensacionalistas, única forma de justificar el uso del arma atómica. No olvidarse que Japón ya había expresado ciertas condiciones para rendirse, por lo cual tampoco es cierto que los japoneses se planteaban luchar a muerte hasta el último centímetro en defensa de su nación. A pesar de estas reflexiones otros historiadores creen que una guerra en territorio japonés hubiese sido terrible. El historiador Richard B. Frank señalaba que Japón tenía diseñada la "Operación Decisiva" para luchar hasta el final, pero tanto el mando político como militar nipón ya no lo creían viable, razón por la que enviaron señales de rendición.

Otros historiadores estadounidenses califican el bombardeo atómico sobre Japón como "crimen de guerra" (Gabriel Jackson en Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX). Otros defienden que se debió haber seleccionado un lugar menos poblado como demostración del poder de la bomba, se cita, por ejemplo la bahía de Tokio que ya había sido antes castigada severamente con bombarderos convencionales. Geoffrey Shepherd razonaba que "de este modo, los Estados Unidos podrían haber cuidadosamente maximizado el enfoque de la amenaza, al tiempo que minimizando el daño a Tokio".

El debate se mantendrá más por cuestiones morales que de derecho puesto que, históricamente ya está establecido que el uso del arma atómica no fue para poner fin a la guerra, es decir por un estado de necesidad militar, lo fue para impedir que la URSS se consolide en el Lejano Oriente y Europa. 

Tampoco los nazis fueron los únicos en mantener una política oficial de exterminio de las minorías o expulsión sistemática de la población de las regiones conquistadas, también el Imperio del Japón lo hizo -como política de Estado-. Se estima que entre 1937 y 1945, el ejército japonés ejecutó más de 10 millones de personas, la mayoría chinos (unos seis millones, la mayoría civiles durante la ocupación en que se utilizaron armas químicas en diversas ocasiones), luego coreanos, filipinos, indonesios e indochinos, entre otros, cifra en que debe incluirse prisioneros de guerra occidentales. Otras fuentes elevan considerablemente las cifras responsabilizando al ejército imperial japonés. 

La guerra es un crimen, por lo que es necesario que algunos reflexionen que no es bueno hablar más de los verdugos que de las víctimas. Por sentado que a lo largo de la historia los vencedores juzgan a los perdedores -el hecho que los Aliados procesaran a los alemanes y japoneses es relativo, lo mismo pudo suceder si el Eje triunfaba-. 

En la actualidad, con una superpotencia prevaleciente -Estados Unidos- se ha constituido la "mayor fuerza de justicia" mediante sus fuerzas militares que no permite que otros países intenten imponer ciertas reglas, defendiendo sus intereses a toda costa, así lo dijo Donald Trump en un discurso del 9 de diciembre del 2017. 

Esa es la historia del mundo a lo largo de su existencia, la guerra hace prevalecer el poder de uno sobre el otro.

Desde mi punto de vista, no debería haber más debate sobre si el ataque atómico al Japón fue un crimen de guerra o de lesa humanidad, porque lo fue (dentro de las dos categorías) y lo confirmamos revisando las reglas del Derecho Humanitario. Solo con recordar las palabras de Dwight Eisenhower sería suficiente: "Los japoneses estaban dispuestos a rendirse y no era necesario atacarlos con esa cosa horrible"


*****

II Parte



Por Rossen Vassilev Jr.
13 de julio de 2019

¿Fue el presidente Harry Truman “un asesino”, tal como lo calificó una vez la reconocida filósofa analítica británica Gertrude Elizabeth Anscombe? En efecto, ¿fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad, como ella y otros eminentes académicos han afirmado públicamente? La distinguida profesora de filosofía y ética en Oxford y Cambridge, la doctora Anscombe, una de las filósofas más dotadas del siglo XX, reconocida como la mejor filósofa de la historia, calificó abiertamente al presidente Truman de “criminal de guerra” por su decisión de arrasar con bombas atómicas las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 (Rachels & Rachels, 127). 

Las dos razones más citadas de la controvertida decisión del presidente Truman fueron la de acortar la guerra y la de salvar la vida de “entre 250.000 y 500.000” soldados estadounidenses que probablemente habrían muerto en combate si el ejército estadounidense hubiera tenido que invadir las islas del Japón imperial. Se afirma que Truman dijo: “No podía soportar esa idea y ello llevó a la decisión de utilizar la bomba atómica” (Dallek, 26).

Pero la doctora Gertrude Anscombe, que junto con su marido, el doctor Peter Geach, profesor de lógica filosófica y ética, fueron los principales defensores en el siglo XX de la doctrina de que las normas morales son absolutas, no creyeron este argumento moralmente cruel: “Pero, ¿qué haría usted si tuviera que elegir entre hervir a un bebé o permitir que un desastre terrible ocurriera a mil personas (o a un millón, si mil no es suficiente)? El que los hombres elijan matar inocentes como medio de obtener sus fines siempre es un asesinato” (Rachels & Rachels 128-129).

En 1956 la profesora Anscombe y otros destacados académicos de la Universidad de Oxford protestaron abiertamente contra la decisión de los administradores de la universidad de conceder a Truman un título honorario para agradecer la ayuda estadounidense durante la guerra. Incluso escribió un panfleto en el que explicaba que el expresidente estadounidense era un “asesino” y un “criminal de guerra” (Rachels & Rachels 128).

Para muchas personas contemporáneas de Elizabeth Anscombe los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki violaron normas ético filosóficas como “la vida humana es sagrada” y “matar es un crimen”, además de “está mal utilizar a las personas como medio para lograr los fines de otras personas”. 



Herbert Hoover

El expresidente Herbert Hoover fue otra de los primeros críticos que afirmó abiertamente que “me repugna el uso de la bomba atómica con su asesinato indiscriminado de mujeres y niños” (Alperovitz, The Decision, 635).

Incluso el propio Jefe de Estado Mayor del presidente Truman, el Almirante William D. Leahy, que fue laureado con cinco medallas (el oficial militar estadounidense de mayor rango durante la guerra), declaró abiertamente que desaprobaba enérgicamente los bombardeos atómicos: 

En mi opinión el uso de esta bárbara arma en Hiroshima y Nagasaki no prestó ninguna ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y estaban dispuestos a rendirse debido a la eficacia del bloqueo marítimo y al éxito de los bombardeos con armas convencionales. […] Me parece que al ser los primeros en utilizarla adoptamos unos principios éticos comunes a los bárbaros de la Edad Media. […] No se me enseñó a hacer la guerra de esta manera y no se pueden ganar las guerras destruyendo a mujeres y niños” (Claypool, 86-87).

Por otra parte, las personas que defienden al presidente Truman parecen utilizar el casi utilitario “argumento del beneficio” para justificar el brutal uso de un arma devastadora de destrucción masiva que mató a cientos de miles de personas civiles inocentes en ambas ciudades japonesas a pesar de que, contrariamente a lo afirmado en muchas declaraciones públicas de Truman en aquel momento, no hubiera tropas militares ni armamento pesado ni siquiera industrias importantes relacionadas con la guerra en ninguna de las dos ciudades. Debido a que el ejército japonés había reclutado a prácticamente toda la población adulta masculina tanto de Hiroshima como de Nagasaki, la mayoría de las víctimas de la muerte abrasadora caída del cielo fueron mujeres, niños y hombres ancianos. La excusa que el propio Truman dio muchas veces fue que “arrojar las bombas detuvo la guerra, salvó millones de vidas” (Alperovitz, Atomic Diplomacy. 10). Incluso se jactó de “haber dormido como un bebé” la noche después de firmar la orden final de utilizar las bombas atómicas contra Japón (Rachels & Rachels, 127). Pero lo que Truman decía para justificarse está lejos de ser la verdad y mucho menos toda la verdad.

Desatar un Frankenstein nuclear


Albert Einstein junto a Leo Szilard.

A instancias de un colega físico nuclear, el exiliado húngaro antinazi Leo Szilard, Albert Einstein escribió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt (FDR) el 2 de agosto de 1939 para recomendarle que el gobierno estadounidense empezara a trabajar en la elaboración de un poderoso dispositivo atómico que fuera un elemento de disuasión defensivo ante la posible adquisición y uso de armamento nuclear por parte de la Alemania nazi (Ham, 103-104). Pero para cuando finalmente despegó el top secret Proyecto Manhattan a principios de 1942, obviamente el ejército estadounidense tenía otros planes mucho más ofensivos respecto a los futuros objetivos de las bombas atómicas estadounidenses. Mientras que los bombardeos convencionales diarios (en los que se incluía el uso de napalm y otras bombas incendiarias) habían reducido a escombros al menos otras 67 ciudades japonesas, incluida la capital, Tokio, reservaron deliberadamente Hiroshima y Nagasaki con el único propósito de probar la capacidad destructora del nuevo dispositivo atómico (Claypool 11).

Una razón todavía más importante para utilizar la bomba era asustar a Stalin, que había pasado rápidamente de ser “el viejo tío Joe” durante la presidencia de FDR a convertirse en “la Amenaza Roja” a ojos de Truman y sus principales asesores. El presidente Truman había abandonado rápidamente la política de cooperación con Moscú de FDR para sustituirla por una nueva política de confrontación hostil con Stalin en la que el recién adquirido monopolio estadounidense del armamento nuclear se iba a explotar como herramienta agresiva de la diplomacia antisoviética de Washington (lo que Truman denominó “diplomacia atómica”). Dos meses antes de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki ese mismo Leo Szilard se había reunido en privado con el secretario de Estado de Truman, James F. Byrnes, y había tratado infructuosamente de persuadirle de que el arma nuclear no se debía utilizar para destruir objetivos civiles indefensos, como las ciudades japonesas. 

Según el doctor Szilard, 


el señor Byrnes no argumentó que fuera necesario utilizar la bomba contra las ciudades de Japón para ganar la guerra […] , el señor Byrnes consideraba que el hecho de que nosotros tuviéramos y utilizáramos la bomba haría a Rusia más manejable en Europa” (Alperovitz. Atomic Diplomacy 1, 290).

De hecho, el gobierno Truman había pospuesto la reunión en Potsdam de los Tres Grandes [la Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido] hasta el 17 de julio de 1945, el día siguiente de la prueba Trinity, con éxito, de la primera bomba atómica en el campo de pruebas de Alamogordo, Nuevo México, con el fin de proporcionar a Truman una fuerza diplomática extra en las negociaciones con Stalin (Alperovitz, Atomic Diplomacy 6). En palabras del propio Truman, la bomba atómica “iba a poner firmes a los rusos” y “a nosotros en posición de dictar nuestros propios términos al final de la guerra” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 54, 63).


Reunión de los "Tres Grandes" en Potsdam (antes que Churchill pierda las elecciones en casa).

En aquel momento al gobierno Truman ya no le interesaba que el Ejército Rojo liberara el norte de China (Manchuria) de la ocupación militar japonesa (tal como habían acordado FDR, Churchill, y Stalin en la Conferencia de Yalta celebrada en febrero de 1945) y mucho menos que invadiera o capturara el propio Japón imperial. Todo lo contrario. Deplorando públicamente los “motivos político diplomáticos más que militares” que hay detrás de la decisión de Truman de atacar Japón con armas nucleares, Albert Einstein se quejó de que “una gran mayoría de los científicos se oponían al empleo repentino de la bomba atómica. Sospecho que el asunto se precipitó debido al deseo de acabar la guerra en el Pacífico de cualquier modo que no fuera la participación de Rusia” (Alperovitz, The Decision, 444). Winston Churchill dijo en privado a su ministro de Exteriores, Anthony Eden, en la Conferencia de Potsdam: “Está muy claro que en estos momentos Estados Unidos no quiere que Rusia participe en la guerra contra Japón” (Claypool, 78).

Ni siquiera la desesperada oferta de último minuto de Tokio (hecha durante y después de la Conferencia de Potsdam) de rendirse a los Aliados si estos prometían no perseguir al emperador de Japón que era como un dios o quitarlo de su puesto pudo impedir esta mortífera decisión, aun cuando Truman “había expresado su voluntad de mantener al emperador en el trono” (Dallek, 25).

Por consiguiente, salvar las vidas de los soldados estadounidenses no fue precisamente uno de los argumentos más convincentes de Truman. A principios de 1945 FDR y el general Dwight Eisenhower, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, habían decidido dejar la captura de Berlín a las tropas del mariscal soviético Georgi Zhukov, que estaban endurecidas en el combate, para evitar que hubiera muchas bajas estadounidenses. Después de declarar oficialmente la guerra a Tokio el 8 de agosto de 1945 y tras haber destruido a las fuerzas militares en Manchuria el Ejército Rojo de Stalin se preparó para invadir y ocupar las islas que conformaban Japón, lo que sin lugar a dudas habría salvado las vidas de miles de soldados estadounidenses por quienes Truman parecía tan preocupado. Pero después de la rendición incondicional de la Alemania nazi en mayo de 1945, Truman había llegado a compartir el famoso comentario revisionista de Churchill de que “hemos matado al cerdo equivocado.

Tampoco está claro si Tokio acabó rindiéndose el 14 de agosto debido a los dos ataques nucleares estadounidense perpetrados el 6 y 9 de agosto respectivamente (después de los cuales prácticamente ya no quedaba ninguna ciudad japonesa más por destruir ni ninguna bomba atómica estadounidense más por arrojar) o debido a la amenaza de una invasión y ocupación soviéticas después de que Moscú entrara en guerra contra el Imperio de Japón. Unos días antes de la declaración soviética de guerra el embajador japonés en Moscú había enviado un cable al ministro de Exteriores Shigenori Togo en Tokio diciéndole que la entrada de Moscú en la guerra supondría un desastre total para Japón: 


Si Rusia […] decidiera de pronto aprovecharse de nuestra debilidad e intervenir en contra de nosotros con la fuerza de las armas, estaríamos en una situación totalmente desesperada. Está claro como el día que el Ejército Imperial en Manchukuo [Manchuria] sería completamente incapaz de oponerse al Ejército Rojo que acaba de obtener una gran victoria y es superior a nosotros en todos los aspectos” (Barnes).

Usar o no usar el arma nuclear




Más tarde se citaron las palabras de Eisenhower en las que afirmaba que estaba convencido de que no hubiera sido necesario utilizar la bomba para obligar a Japón a rendirse: “En aquel momento Japón estaba buscando alguna manera de rendirse con una pérdida mínima de ‘prestigio’ […] no era necesario atacarlos con esa cosa tan atroz” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 14).

Eisenhower repitió en privado sus objeciones a su superior directo, el Secretario de la Guerra de Truman, Henry L. Stimson


Yo había sido consciente de un sentimiento de depresión, de modo que le expresé mis fuertes recelos, en primer lugar debido a que yo creía que Japón ya estaba derrotado y que arrojar la bomba era completamente innecesario, y segundo porque me parecía que nuestro país debía evitar escandalizar a la opinión pública mundial al utilizar esa bomba, cuyo uso, en mi opinión, ya no era obligatorio para salvar vidas estadounidenses” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 14).

El almirante William F. Halsey, comandante de la Tercera Flota estadounidense (que llevó a cabo la mayor parte de las operaciones navales contra los japoneses en el Pacífico durante toda la guerra), coincidía en que “no había una necesidad militar” de utilizar la nueva arma, que se utilizó solo porque el gobierno Truman tenía un “juguete y quería probarlo. […] La primera bomba atómica fue un experimento innecesario. […] Fue un error arrojarla” (Alperovitz The Decision 445). 

En efecto, en aquel momento era bastante “seguro” que un Japón totalmente devastado, que estaba al borde de un colapso interno, se habría rendido en unas semanas, si no días, sin los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki o incluso sin la declaración soviética de guerra a Tokio. Como concluyó la investigación oficial U.S. Strategic Bombing Survey [Estudio sobre el Bombardeo Estratégico Estadounidense] elaborado al final de la guerra, “seguramente antes del 31 de diciembre de 1945 y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945 Japón se habría rendido incluso si no se hubieran arrojado las bombas atómicas, incluso si Rusia no hubiera entrado en guerra e incluso si no se hubiera planeado o contemplado una invasión” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 10-11).

El General de División Curtis E. Lemay, comandante del 21 Comando de Bombarderos de Estados Unidos, que había dirigido la campaña de bombardeos masivos convencionales contra Japón durante la guerra y arrojado las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, declaró públicamente: 


Me parecía que no había necesidad de utilizarlas [las armas atómicas]. Estábamos haciendo el trabajo con [bombas] incendiarias. Estábamos haciendo mucho daño a Japón. […] Seguimos adelante y arrojamos las bombas porque el presidente Truman me dijo que lo hiciera. […] Es muy probable que todo lo que hizo la bomba atómica fue ahorrar unos pocos días” (Alperovitz, The Decision, 340).

Puede que el bombardeo diario de ciudades alemanas y japonesas durante la guerra, incluidos los bombardeos de Hamburgo, Dresde y Tokio, que casi habían acabado con sus poblaciones civiles, hicieran que fuera un poco más aceptable moralmente para Truman la fatídica decisión de arrojar sobre Japón las dos bombas atómicas llamadas “Little Boy” y “Fat Man”. El objetivo declarado de esos despiadados ataques aéreos que abrasaron las ciudades era destruir la moral y la voluntad de luchar de las poblaciones alemana y japonesa, y de ese modo acortar la guerra. Pero muchos años después de la guerra el doctor Howard Zinn (que había sido copiloto y bombardero de un B-17 que había volado en docenas de misiones de bombardeo contra la Alemania nazi) reflexionó con tristeza: “Nadie parecía ser consciente de la ironía de que una de las razones de la indignación general contra las potencias fascistas era su historial de bombardeos indiscriminados contra poblaciones civiles” (Zinn, 37). Pero, de hecho, el Secretario de la Guerra, Henry Stimson, el almirante William Leahy y el general Douglas MacArthur no estaban menos afectados por lo que consideraban la barbarie de la campaña aérea “terrorista” y Stimson temía en privado que Estados Unidos “se labrara la reputación de cometer más atrocidades que Hitler” (Ham 63).

Era evidente que Japón estaba derrotado y estaba dispuesto a rendirse antes de que se utilizara la bomba, cuyo principal objetivo, si no el único, era intimidar a la Unión Soviética. Pero había varias alternativas viables, algunas de las cuales se discutieron antes de los bombardeos atómicos. El Subsecretario de Marina, Ralph Bard, estaba convencido de que “la guerra japonesa se había ganado verdaderamente” y estaba tan preocupado por la posibilidad de usar bombas atómicas contra personas civiles indefensas que consiguió una reunión con el presidente en la que, sin éxito, insistió con vehemencia “en que se advirtiera a los japoneses acerca de la naturaleza del nuevo armamento” (Alperovitz Atomic Diplomacy 19). El almirante Lewis L. Strauss, asesor especial del Secretario de Marina, que había sustituido a Bard después de que este dimitiera indignado, también creía que “la guerra estaba casi terminada. Los japoneses estaban prácticamente dispuestos a capitular”. Esa es la razón por la que el almirante Strauss insistía en que había que hacer una demostración de la bomba de modo que no matara a gran cantidad de personas civiles y propuso que “[…] un lugar adecuado para llevar a cabo esta demostración sería un gran bosque de árboles no lejos de Tokio” (Alperovitz Atomic Diplomacy 19). 

El general George C. Marshall, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos, también se oponía a que se utilizara la bomba en zonas civiles y argumentaba que, en vez de ello, 


“[…] esas armas se podrían utilizar contra objetivos estrictamente militares como una grandes instalaciones navales y después, en caso de que no se obtuviera un resultado completo, […] deberíamos escoger varias zonas industriales y se avisaría a la gente que las evacuara diciendo a los japoneses que teníamos la intención de destruir esos centros. […] Se debería hacer todo lo posible para que nuestras advertencias sean claras. […] Con estos métodos de advertencia debemos compensar el oprobio que podría producirse a consecuencia de un empleo poco meditado de esa fuerza” (Alperovitz, Atomic Diplomacy, 20).

El general Marshall también insistió en que en vez de sorprender a los rusos con el primer uso de la bomba atómica se debería invitar a Moscú a enviar observadores a la prueba nuclear en Alamogordo. Así mismo, muchos científicos que trabajaban en el Proyecto Manhattan insistieron en que se organizara primero una demostración, incluida una posible explosión nuclear en un mar cerca de la costa de Japón para poder dejar claro a los japoneses el poder destructivo de la bomba antes de emplearla contra ellos. Pero tal como ocurrió con las opiniones disidentes dentro del ejército estadounidense, el gobierno Truman tampoco tuvo en cuenta seriamente la oposición de los científicos nucleares (Alperovitz Atomic Diplomacy 20-21).

Conclusión

A consecuencia de la inmoral decisión de Truman de utilizar bombas nucleares contra los “japos” (una palabra peyorativa para designar a los japoneses utilizada comúnmente en público en Estados Unidos durante la guerra, incluido el propio presidente Truman), mucho más de 200.000 personas civiles murieron abrasadas instantáneamente y otras miles murieron después a consecuencia de las radiaciones. J. Robert Oppenheimer, el científico que dirigía el Proyecto Manhattan y “padre” de la bomba atómica estadounidense, declaró que la decisión de Truman fue “un error extremadamente grave” porque ahora “tenemos las manos manchadas de sangre” (Claypool 17). Howard Zinn estaba de acuerdo con esta opinión del doctor Oppenheimer y señaló que “gran parte del argumento para defender los bombardeos atómicos se basa en una actitud de represalia, como si los niños de Hiroshima hubieran bombardeado Pearl Harbor. […] ¿Merecían morir niños estadounidenses debido a la masacre de niños vietnamitas que cometieron los estadounidenses en My Lai?” (Zinn 59).

El controvertido general Curtis Lemay, que se había opuesto a ambas explosiones nucleares, confesó más tarde al ex Secretario de Defensa Robert McNamara (que había trabajado para Lemay durante la guerra ayudando a seleccionar objetivos japoneses para los bombardeos): 


Si hubiéramos perdido la guerra todos habríamos sido procesados como criminales de guerra” (Schanberg). 

Debido al uso injustificable e innecesario de esas armas de destrucción masiva tan inhumanas e indiscriminadas que se arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki, la profesora Elizabeth Anscombe calificó al presidente Truman de asesino y de criminal de guerra. Hasta el día de su muerte la doctora Anscombe creyó que se debería haber llevado a juicio a Truman por haber cometido uno de los peores crímenes de guerra y contra la humanidad de la Segunda Guerra Mundial.

Rossen Vassilev Jr.
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos



Artículo relacionado:

¿Por qué la Segunda Guerra Mundial terminó con hongos nucleares? 

En inglés:

The Real Reason America Used Nuclear Weapons Against Japan. It Was Not To End the War Or Save Lives. (La razón real por la que América utilizó las armas nucleares contra Japón. No era para terminar la guerra o salvar vidas).

World War II: US Military Destroyed 66 Japanese Cities Before Planning to Wipe Out the Same Number of Soviet Cities (Segunda Guerra Mundial: el ejército estadounidense destruyó 66 ciudades japonesas antes de planear acabar con el mismo número de ciudades soviéticas)

En castellano:  

Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad

¿Fue la bomba atómica de Hiroshima un crimen necesario? 70 años de debate


Fuentes del presente artículo:

Alperovitz, Gar, Atomic Diplomacy: Hisroshima and Potsdam. The Use of the Atomic Bomb and the American Confrontation with Soviet Power, London and Boulder, CO, Pluto Press. 1994.

The Decision to Use the Atomic Bomb, New York, Vintage Books, 1996.

Barnes, Michael, “The Decision to Use the Atomic Bomb: Arguments Against”, Web, 14 de abril de 2019.

Claypool, Jane, Hisroshima and Nagasaki, New York and London, Franklin Watts, 1984.

Dallek, Robert, Harry S. Truman, New York, Times Books, 2008.

Ham, Paul, Hiroshima Nagasaki: The Real Story of the Atomic Bombings and Their Aftermath, New York, St. Martin’s Press, 2011.

Rachels, James, y Stuart Rachels, The Elements of Moral Philosophy (octava edición), McGraw-Hill Education, 2015.

Schanberg, Sydney, “Soul on Ice”, The American Prospect, 27 de octubre de 2003, consultado el 14 de abril de 2019.

Zinn, Howard, The Bomb, San Francisco, CA, City Lights Books, 2010. [Traducción al castellano, La bomba, Hondarribia, Hiru, 2014].

06 agosto 2019

¿Por qué la Segunda Guerra Mundial terminó con hongos nucleares?



por  Dr. Jacques R. Pauwels
Autor de valiosos libros como "El mito de la Guerra Buena: América en la Segunda Guerra Mundial" (2002); "La Gran Guerra de Clases. 1914-1918" (2014), entre otros. Algunos temas del profesor Pauwels lo hemos reproducido en este blog.

“Lunes, 06 de agosto 1945, 8:15 AM, la bomba nuclear “Little Boy” fue lanzada sobre Hiroshima por un bombardero estadounidense B-29, el Enola Gay, matando directamente a unas 80.000 personas. A finales del año, los daños por la radiación aumentaron las bajas entre 90,000-140,000.”[1]
“El 9 de agosto de 1945, a las 11:02 am, Nagasaki fue el blanco del segundo ataque con bomba atómica del mundo, cuando el norte de la ciudad fue destruido se calcula que 40.000 personas murieron por la explosión de la bomba apodada "Fat Man". El número de muertos por el bombardeo atómico totalizó 73.884 víctimas, así como 74.909 heridos y otros cien mil enfermos y moribundos por causa de la lluvia radiactiva y otras enfermedades causadas por la radiación". [2]

En el Teatro Europeo, la Segunda Guerra Mundial terminó a principios de mayo de 1945 con la capitulación de la Alemania nazi. Los “Tres Grandes” en el lado de los vencedores – Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética – ahora se enfrentaban con el complejo problema de la reorganización de la posguerra en Europa. Estados Unidos había entrado en la guerra más bien tarde, en diciembre de 1941, y apenas había comenzado a hacer una contribución militar verdaderamente significativa para la victoria aliada sobre Alemania con los desembarques de Normandía en junio de 1944, menos de un año antes del fin de las hostilidades. Sin embargo, cuando la guerra contra Alemania terminó, Washington ocupó con firmeza y confianza parte en la mesa de los vencedores, decididos a lograr lo que podría denominarse como: “objetivos de guerra”.

Así, el país que había hecho la mayor contribución y sufrido, con mucho, las mayores pérdidas en el conflicto contra el enemigo común nazi, la Unión Soviética, pidió importantes pagos en reparación desde Alemania y seguridad contra la agresión potencial en el futuro, en forma de la instauración en Alemania, Polonia y otros países de Europa oriental de gobiernos que no fueran hostiles a los soviéticos, como había sido el caso antes de la guerra. Moscú También previó una indemnización por las pérdidas territoriales sufridas por la Unión Soviética en el momento de la Revolución y la Guerra Civil, así finalmente, los soviéticos esperaban que, tras la terrible experiencia de la guerra reciente, serían capaces de retomar el proyecto de construir una sociedad socialista. Los líderes estadounidenses y británicos conocían estos objetivos soviéticos y habían explícita o implícitamente reconocido su legitimidad, por ejemplo en las Conferencias de los Tres Grandes en Teherán y Yalta. Ello no significó que Washington y Londres estuvieran entusiasmados con el hecho de que la Unión Soviética fuera a recoger estos premios por sus esfuerzos de guerra, y allí, sin duda, se escondía un potencial conflicto con las propias de los principales objetivos de Washington, a saber, la creación de una “puerta abierta” para las exportaciones de EE.UU. y las inversiones en Europa occidental, en la Alemania derrotada, y también en Europa central y oriental, liberados por la Unión Soviética. En cualquier caso, los dirigentes americanos, y los políticos e industriales – incluyendo a Harry Truman, quien sucedió a Franklin D. Roosevelt como presidente en la primavera de 1945 – mostraron poca comprensión y simpatía incluso con las expectativas más básicas de los soviets. Estos líderes aborrecían la idea de que la La Unión Soviética pudiera recibir reparaciones considerables de Alemania, porque tal sangría eliminaría Alemania como un mercado potencialmente muy rentable para las exportaciones de EE.UU. y las inversiones. En cambio, las reparaciones permitirían a los soviéticos reanudar el trabajo, posiblemente con éxito, en el proyecto de una sociedad comunista, un “contra-sistema” al sistema capitalista internacional en el que los EE.UU. se habían erigido como el gran campeón. 

Las élites políticas y económicas americanas eran, sin duda, también muy conscientes de que las reparaciones alemanas a los soviéticos implicaban que las plantas de la rama alemana de corporaciones de EE.UU., como Ford y GM, que habían producido toda clase de armas para los nazis durante la guerra (y hecho un montón de el dinero en el proceso [3]) tendrían que producir para el beneficio de los soviéticos en vez de continuar de enriqueciendo a propietarios y accionistas en EE.UU.


Los "Tres Grandes" en la Conferencia de Teherán de 1943

Las negociaciones entre los Tres Grandes, obviamente, nunca forzaron a la retirada del Ejército Rojo de Alemania y Europa Oriental antes de que los objetivos soviéticos de las reparaciones y de seguridad se cumplieran en parte. 

Sin embargo, el 25 de abril 1945, Truman se enteró de que la EE.UU. dispondría pronto de una nueva arma poderosa, la bomba atómica. La posesión de esta arma abrió todo tipo de impensables pero extremadamente favorables perspectivas, y no es de extrañar que el nuevo presidente y sus asesores cayeran bajo el hechizo de lo que el renombrado historiador estadounidense William Appleman Williams ha llamado una “visión de la omnipotencia”.[4] Sin duda, ya no se consideró necesario realizar difíciles negociaciones con los soviéticos. Gracias a la bomba atómica:

Sería posible obligar a Stalin, a pesar de los acuerdos previos, a retirar el Ejército Rojo de Alemania y a negarle decidir en los asuntos de posguerra de ese país, y para instalar la “pro-occidentalidad”, e incluso el “anti-sovietismo” en los regímenes en Polonia y en otras partes de Europa del Este, y en último término tal vez para abrir la propia Unión Soviética al capital de inversión estadounidense, así como a la política de Estados Unidos y su influencia económica, volviendo de esta forma a este hereje comunista al seno de la iglesia universal capitalista.

En el momento de la rendición alemana en mayo de 1945, la bomba estaba casi -pero no del todo- preparada. Truman por tanto, se estancó el mayor tiempo posible antes de que finalmente acordó asistir a una conferencia de los Tres Grandes en Potsdam en el verano de 1945, donde se decidiría el destino de la posguerra en Europa. El presidente había sido informado de que la bomba era probable que estuviera lista para entonces –preparada, quiso decir, para ser utilizada como “un martillo”, como él mismo declaró en una ocasión, como una ola “sobre las cabezas de los niños en el Kremlin".[5] 


Conferencia de Potsdam. Nuevos rostros entre los Aliados, a la izquierda Clement Attlee electo primer ministro en sustitución de Winston Churchill; en el centro Harry S. Truman que sustituyó al fallecido Franklin D. Roosevelt; a la derecha Josep Stalin.


En la Conferencia de Potsdam, que duró del 17 de julio al 02 de agosto 1945, Truman, efectivamente, recibió el mensaje tan esperado de que la bomba atómica había sido probado con éxito el 16 de julio en Nuevo México. A partir de entonces, ya no se molestó en presentar propuestas a Stalin, sino que hizo todo tipo de demandas; al mismo tiempo que rechazó de plano todas las propuestas presentadas por los soviéticos, por ejemplo respecto a los pagos de reparación de Alemania, incluidas las propuestas razonables sobre la base de anteriores acuerdos entre los Aliados. Stalin faltó a la esperada disposición a capitular, sin embargo, ni siquiera cuando Truman trató de intimidarlo susurrándole al oído ominosamente que América había adquirido una nueva arma increíble. La esfinge soviética, que sin duda ya se había informado sobre la bomba atómica estadounidense, escuchó en silencio. Algo desconcertado, Truman llegó a la conclusión de que sólo una demostración real de la bomba atómica serviría para convencer a los soviéticos a ceder. En consecuencia, no se podía llegar a acuerdos generales en Potsdam. De hecho, poco o nada de fondo se decidió allí. “El principal resultado de la conferencia”, escribe el historiador Gar Alperovitz, “fueron una serie de decisiones que no se acordaron hasta la próxima reunión”.[6]

Mientras tanto los japoneses luchaban en el Lejano Oriente, A pesar de que su situación era totalmente desesperada. Estaban, de hecho, dispuestos a renunciar voluntariamente, pero insistieron en una condición, a saber, que el emperador Hirohito garantizaría la inmunidad. Esto contravenía la demanda estadounidense de una capitulación incondicional. A pesar de esto hubiera sido posible poner fin a la guerra sobre la base de la propuesta japonesa. 

De hecho, la rendición alemana en Reims tres meses antes no había sido totalmente incondicional. (Los americanos habían convenido en una condición alemana, a saber, que el armisticio sólo entraría en vigor después de un retraso de 45 horas, un retraso que permita al mayor número de unidades del ejército alemán como fuera posible escapar del frente oriental, a fin de entregarse a los estadounidenses o los británicos, muchas de estas unidades realmente se mantendrán preparados –de uniforme, armados, y bajo el mando de sus propios funcionarios– para su posible uso contra el Ejército Rojo, como Churchill admitió después de la guerra.)[7] En cualquier caso, la única condición de Tokio estaba lejos de ser esencial. De hecho, más tarde – después que una rendición incondicional había sido arrancada a los japoneses – los americanos nunca se molestarían por Hirohito, y fue gracias a Washington que iba a ser capaz de seguir siendo emperador por muchas décadas más.[8]


El Acta de Rendición de Alemania, firmada el 7 de mayo de 1945 en Reims, el General Alfred Jodl rubrica el documento.


Los japoneses creen que todavía podían permitirse el lujo de agregar una condición a su oferta de rendición, porque la fuerza principal de su ejército de tierra se mantuvo intacta, en China, Donde había pasado la mayor parte de la guerra. Tokio pensó que podría utilizar este ejército para defender el propio Japón, haciendo así a los estadounidenses pagar un alto precio por su victoria final ciertamente inevitable, pero este sistema sólo funcionaría si la Unión Soviética se mantenía fuera de la guerra en el Extremo Oriente; una URSS implicada en la guerra, en cambio, hacía precisar las fuerzas japonesas en China continental. La neutralidad soviética, en otras palabras, permitía a Tokio una pequeña dosis de esperanza, no la esperanza de una victoria, por supuesto, pero la esperanza para la aceptación por parte de EE.UU. de su condición relativa al emperador. Hasta cierto punto la guerra con Japón se prolongó, pues, debido a que la Unión Soviética aún no participaba en ella. Ya en la Conferencia de los Tres Grandes en Teherán en 1943, Stalin había prometido declarar la guerra a Japón en el plazo de tres meses después de la capitulación de Alemania, y había reiterado este compromiso tan recientemente como el 17 de julio 1945, en Potsdam. 

En consecuencia, Washington contaba con un ataque soviético contra Japón a mediados de agosto y por lo tanto sabía muy bien que la situación de los japoneses era desesperada. (“Finí japoneses cuando eso ocurra”, confió Truman en su diario, refiriéndose a la esperada participación soviética en la guerra en el Lejano Oriente.)[9] Además, la marina estadounidense, aseguró Washington, era capaz de evitar que los japoneses trasladaran su ejército de China con el fin de defender la patria contra una invasión norteamericana. Dado que la Marina estadounidense fue, sin duda, capaz de poner a Japón de rodillas por medio de un bloqueo, una invasión no era necesaria. Privados de necesidades importadas, como los alimentos y combustibles, de Japón se podía esperar una capitulación sin condiciones, tarde o temprano.

Para terminar la guerra contra el Japón, Truman tenía era una serie de opciones muy atractivas. No sólo podía aceptar la trivial condición de los japoneses en lo que se refería a la inmunidad de su emperador, sino que también hasta podía esperar que el Ejército Rojo atacara a los japoneses en China, lo que obligaría a Tokio a aceptar una rendición incondicional, después de todo, también podrían matar de hambre a Japón por medio de un bloqueo naval que hubiera obligado a Tokio a pedir la paz, tarde o temprano. 


Truman y sus consejeros, sin embargo, no optaron por ninguna de estas opciones, sino que se decidieron a atacar Japón con la bomba atómica. Esta decisión fatal, que iba a costar la vida de cientos de miles de personas, la mayoría mujeres y niños, ofrecía a los estadounidenses ventajas considerables. 

En primer lugar, la bomba podría obligar a Tokio a rendirse antes de que los soviéticos se involucraran en la guerra en Asia, por lo que no sería necesario conceder a Moscú voz y voto en las decisiones procedentes sobre el Japón de la posguerra, y sobre los territorios que habían sido ocupados por Japón (como Corea y Manchuria), y en el Lejano Oriente y la región del Pacífico en general. Los EE.UU. a continuación, gozarían de una hegemonía total sobre esa parte del mundo, algo que se puede decir que fueron los verdaderos (aunque no expuestos) objetivos de la guerra de Washington en el conflicto con Japón. Fue a la luz de esta consideración que la estrategia de bloqueo, con la consiguiente rendición de Japón fue rechazada, ya que la rendición podría no haber estado disponible hasta después de –y posiblemente mucho después – la intervención en la guerra de la URSS. (Después de la guerra, el estadounidense Strategic Bombing Survey señaló que “seguramente antes del 31 de diciembre de 1945, Japón se habría rendido, incluso sin el uso de las bombas atómicas”.)[10]

En cuanto a los líderes estadounidenses se refiere, una intervención soviética en la guerra en el Lejano Oriente amenazaba con ofrecer a los soviéticos la misma ventaja que había producido la intervención de los yankees -relativamente tarde- en la guerra en Europa para los Estados Unidos, a saber, un lugar en la mesa redonda de los vencedores, que permitiría negociar sobre el enemigo derrotado, ocupar zonas de su territorio, cambiar las fronteras, determinar las estructuras socio-económicas y políticas de posguerra, y con ello se derivarían enormes beneficios y prestigio. 

La tripulación del Enola Gay que lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima.

Washington rechazaba absolutamente que la Unión Soviética pudiera disfrutar de este tipo de concurso. Los estadounidenses estaban al borde de la victoria sobre Japón, su gran rival en esa parte del mundo. No le gustaba la idea de ser la cauda de un nuevo rival potencial, uno cuya detestable ideología comunista pudiera llegar a ser peligrosamente influyente en muchos países asiáticos. Al lanzar la bomba atómica, los estadounidenses esperaban terminar, acabar con Japón instantáneamente e ir a trabajar en el Lejano Oriente como el caballero solitario, es decir, sin estropear su victoria dando parte a los  infiltrados soviéticos indeseables. 

El uso de la bomba atómica ofreció a Washington una segunda importante ventaja. La experiencia de Truman en Potsdam le había convencido de que sólo una demostración real de esta nueva arma haría a Stalin lo suficientemente flexible. Había que reventar una ciudad del Japón, preferentemente una “virgen”, donde el daño sería especialmente impresionante, con lo que se cernía útil, como medio para intimidar a los soviéticos e inducirlos a hacer concesiones con respecto a Alemania, Polonia, Y el resto de Europa Oriental.

La bomba atómica fue preparada justo antes de que los soviéticos se involucraran en el Lejano Oriente. Aun así, la pulverización nuclear de Hiroshima el 6 de agosto 1945, llegó demasiado tarde para impedir la entrada de los soviéticos de la guerra contra el Japón. Tokio no tiró la toalla de inmediato, como los norteamericanos habían esperado, y el 8 de agosto 1945 – exactamente tres meses después de la capitulación alemana en Berlín – los soviéticos declararon la guerra a Japón. Al día siguiente, el 9 de agosto, el Ejército Rojo atacó a las tropas japonesas estacionadas en el norte de China. Washington misma había pedido tiempo para la intervención soviética, pero cuando ocurrió la intervención finalmente, Truman y sus consejeros estaban muy lejos del éxtasis por el hecho de que Stalin había cumplido su palabra. Si los gobernantes japoneses no respondían de inmediato a los bombardeos de Hiroshima con una capitulación incondicional, podía haber sido debido a que no podían saber de inmediato que sólo un avión y una bomba habían hecho tanto daño. (Muchos bombardeos convencionales habían producido resultados igualmente catastróficos; un ataque con miles de bombas en la capital japonesa del 9 al 10 marzo 1945, por ejemplo, en realidad habían causado más víctimas que el bombardeo de Hiroshima). En cualquier caso, pasaría algún tiempo antes de una capitulación incondicional próxima, y en razón de este retraso la URSS se involucró en la guerra contra Japón después de todo. Esto hizo que Washington se pusiera impaciente: el día después de la declaración de guerra de los soviéticos, el 9 de agosto 1945, una segunda bomba fue lanzada, esta vez en la ciudad de Nagasaki

Un capellán del ejército estadounidense indicó después: “Yo soy de la opinión de que esta fue una de las razones por las que una segunda bomba fue lanzada: porque no había prisa. Querían obligar a los japoneses a capitular antes de que los rusos se presentaran" [11] (El capellán puede o no haber sido consciente de que entre los 75.000 seres humanos que fueron “incinerados, carbonizados y evaporados al instantante” en Nagasaki muchos eran católicos japoneses y un número indeterminado de presos de un campo de prisioneros de guerra aliados, de cuya presencia se había informado al comando del aire, sin ningún resultado.)[12] Tuvieron que pasar otros cinco días, es decir, hasta el 14 de agosto, antes de los japoneses pudieran llegar a capitular. Mientras tanto, el Ejército Rojo fue capaz de hacer progresos considerables, para gran disgusto de Truman y sus consejeros.

Y así, los estadounidenses se quedaron con un aliado soviético en Lejano Oriente después de todo. ¿O acaso lo eran? Truman se aseguró de que no lo fueran, haciendo caso omiso de los precedentes establecidos anteriormente con respecto a la cooperación entre los Tres Grandes en Europa. El 15 de agosto 1945, Washington rechazó la solicitud de Stalin para una zona de ocupación soviética en el país derrotado del sol naciente

Cuando el 2 de septiembre de 1945, el general MacArthur aceptó oficialmente la rendición japonesa en el acorazado estadounidense Missouri en la Bahía de Tokio, los representantes de la Unión Soviética – y de otros aliados en el Lejano Oriente, como Gran Bretaña, Francia, Australia, y los Países Bajos – se les permitió estar presentes sólo como extras insignificantes, como espectadores. A diferencia de Alemania, Japón no fue dividido en zonas de ocupación. EE.UU. derrotó a su rival e iba a ser ocupado por los norteamericanos solamente, y como único “Virrey” americano en Tokio, el general MacArthur se aseguraría de que, independientemente de las aportaciones realizadas a la victoria común, ningún otro poder tuviera voz y voto en los asuntos de la posguerra de Japón.




Truman no necesitó usar la bomba atómica para poner a Japón de rodillas, pero no tenía razones para no querer usar la bomba. La bomba atómica permitió a los estadounidenses forzar a Tokio a rendirse sin condiciones, sirvió también para mantener a los soviéticos lejos del Lejano Oriente y – por último pero no menos importante – para forzar que Washington también estaría en el Kremlin. Hiroshima y Nagasaki fueron borradas por estas razones. Muchos historiadores norteamericanos cuenta algo de ello; Sean Dennis Cashman, por ejemplo, escribe:

Con el paso del tiempo, muchos historiadores han concluido que la bomba fue utilizada por razones políticas… Vannevar Bush [el jefe del Centro Americano para la investigación científica] indica que la bomba “se entregó también a tiempo, de modo que no hubo necesidad de hacer concesiones a Rusia al final de la guerra". El Secretario de Estado James F. Byrnes [Gobierno de Truman] nunca negó una declaración atribuida a él sobre que la bomba había sido utilizada para demostrar el poderío estadounidense a la La Unión Soviética con el fin de hacerla más manejable en Europa.[13]

El mismo Truman declaró hipócritamente, sin embargo, en su momento, que el objetivo de los dos bombardeos nucleares había sido “para devolver los chicos a casa”, es decir, para terminar rápidamente la guerra sin más pérdidas de vidas humanas del lado americano. Esta explicación fue transmitida acríticamente en los medios de comunicación estadounidenses y se convirtió en un mito propagado con entusiasmo por la mayoría de los historiadores y los medios de comunicación en los EE.UU. y en todo el mundo “occidental”. 

Ese mito, que, dicho sea de paso, también sirve para justificar posibles ataques nucleares contra objetivos futuros, como Irán y Corea del Norte está todavía muy vivo – con solo revisar su diario general el 6 y 9 de agosto lo comprobará-


6 agosto 2010

Otro artículo de Jacques R. Pauwels en este blog:
Las verdaderas causas de la Primera Guerra Mundial


Texto original en inglés del presente artículo:

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