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14 mayo 2020

Cuando Churchill pensaba en una alianza con los nazis




Nota de introducción por el editor del blog


En estos días que el mundo conmemora los 75 años de la Víctoria contra el nazismo y la Liberación de Europa, es el momento oportuno para hablar de un aspecto muy debatido en el mundo occidental, el intento por desconocer la historia y la "rusofobia". 

Michael Davis profesor de la Universidad de California preguntó (2005) a sus alumnos:


¿De parte de quién combatieron los rusos durante la Segunda Guerra Mundial?

La pregunta formulada no es tan absurda como podría parecer, la mayoría de ellos tuvieron dificultades en responder. Muchos supusieron que del lado alemán o japonés, el profesor se esforzó por aclarar este importante hecho de la historia mundial, al principio fueron acogidos con mucha desconfianza por su joven auditorio. "Los estadounidenses nunca han querido reconocer los méritos del Ejército Soviético, cuando les digo que la URSS y EEUU eran aliados, les cuesta trabajo creerlo y aceptarlo", dijo Davis.

Y esa sigue siendo la visión general del estadounidense (sumemos a ella a británicos y europeos occidentales), que incluye a la clase política gobernante; es decir, no son capaces de comprender, ni reconocer el enorme sacrificio en vidas de los soldados rusos y soviéticos no solo en Rusia o en la URSS, sino en países como Polonia, Hungría, Checoslovaquia y hasta en Alemania. Tampoco quieren comprender cuántos millones de personas fueron salvadas por el Ejército Rojo, no obstante que luego quedarían bajo el férreo control de la "cortina de hierro". Los laureles del vencedor son para las democracias occidentales, por el simple hecho de que eran democracias, a diferencia de la URSS, que era un estado totalitarista, al haber declarado la "dictadura del proletariado".


Un destacado historiador ruso, Vladímir Simonov, afirma que "no conviene reprocharles a los estudiantes de la Universidad de California su ignorancia. Desde el momento en que ellos aprendieron a deletrear, se les ofrecía una versión oficial de la Segunda Guerra Mundial escrita por un historiador influyente, pero poco escrupuloso: La Guerra Fría".

Los estudiantes del profesor Davis habrán podido encontrar reminiscencias de esa tesis en "La Historia Militar de EEUU", cuyos autores afirman: "El aporte de la URSS está muy exagerado, pues la guerra que se libró en el Este era una guerra en tierra firme y en un solo frente, mientras que en el Oeste los aliados combatían en dos frentes en tierra firme, así como realizaban operaciones en aire y mar".

Conforme explica el profesor Simonov, en 1944 la extensión del frente soviético-alemán era cuatro veces más grande que la de todos los frentes en que luchaban nuestros aliados juntos. En aquel período, en el frente del Este combatían a un mismo tiempo hasta 201 divisiones del adversario, mientras que las tropas anglo-estadounidenses tenían que hacer frente a un enemigo mucho menos numeroso, de 2 a 21 divisiones. La apertura del segundo frente por Occidente cambió poco esa correlación. Los aliados tenían concentrados 1.5 millones de efectivos en Europa Occidental, y los alemanes, 560 mil. Al propio tiempo, en el frente soviético-alemán 6.5 millones de soldados soviéticos combatían contra 4.5 millones de alemanes. Las bajas fundamentales fueron sufridas por las tropas de Hitler en los combates contra el Ejército Rojo: el 70 por ciento de los efectivos y el 75 por ciento de todo el material de guerra, incluidos carros blindados, piezas de artillería y aviones".




Antes de que se declare a la Rusia de Putin enemiga de la democracia, hubo un tiempo en que políticos e historiadores se apegaban más a la historia verdadera (a pesar de los textos de enseñanza). En la correspondencia entre Stalin y Churchill (de dominio público) encontramos una frase que le dejará sin aliento, Churchill expresó: "Fue el Ejército ruso que sacó las tripas a la máquina de guerra alemana". En nuestros tiempos, para el año 2005, el presidente de los Estados Unidos, George Bush, en una ceremonia junto a Vladimir Putín (60 aniversario del desembarco en Normandía), dijo: "Si no hubiera sido por Rusia, no existiría nada de esto...".

Pero, tampoco es justo atribuir el mérito solamente a los soviéticos, pese a todo, Francia y sobre todo Gran Bretaña lucharon con heroismo por defender Europa Occidental ante la invasión nazi, la Batalla de Inglaterra es un claro ejemplo; tampoco es dable negar el aporte estadounidense, aunque no determinante, con el programa de préstamos y arriendos a la URSS (lend lease) y la tardía apertura del segundo frente en junio de 1944. Es indudable que los estadounidenses dedicaron su mayor esfuerzo de guerra al teatro de operaciones en el Pacífico de 1942 a 1945 y contribuyeron con la producción industrial a sostener la resistencia británica y la ulterior invasión.

En general, la segunda guerra mundial fue ganada por el aporte de todos los Aliados, destacándose el papel soviético en la liberación de Europa y de los Estados Unidos en el triunfo contra el Imperio del Japón. El mérito corresponde a los soldados, a los militares que mantuvieron ese sentimiento de camaradería. Lastimosamente, no se puede decir lo mismo de los políticos, que reinventan la historia acorde a ciertos intereses. 

Debe quedar sentado que el punto de vista político "occidental" sobre los orígenes de la IIGM está disponible por cualquier medio y en cantidades industriales (por ejemplo en la industria cinematográfica). Tras las divergencias geopolíticas entre las grandes potencias mundiales, iniciado el siglo XXI, sigue existiendo ese celo por divulgar hechos históricos debidamente documentados, menospreciándose a verdaderos académicos e historiadores y sus publicaciones. Bajo estas circunstancias, siempre viene bien y hasta se vuelve imprescindible conocer lo que piensan historiadores y académicos de la Rusia actual. Para "tranquilidad" de algunos, estos hombres de ciencia son, generalmente, anti-estalinistas y retractores del comunismo.

Las siguientes son prácticas, entendibles y sobre todo esclarecedoras entrevistas (en tres entregas, dado su tamaño) que aportan a la comprensión del papel de la URSS, en una visión diferente -pero no politizada- de la historia de la segunda guerra mundial y la actual política de la Rusia poscomunista. 

Los siguientes trabajos datan del año 2005cuando todavía Rusia era considerada amiga y socia de los Estados Unidos. Aparecieron por primera vez a través de la agencia RIA Novosti (Rusia). La entrevista es conducida por Viktor Litovkine al historiador ruso Valentín Falin. Para la traducción en castellano nos valemos de la Red Voltaire, que las publicó entre marzo y abril de 2005, como un especial para el público español y latinoamericano, en colaboración con la mencionada agencia, con motivo de los 60 años conmemorativos de la Victoria sobre el fascismo y la finalización del conflicto. 

Esta conversación brinda aspectos antes poco conocidos de la Segunda Guerra Mundial (Gran Guerra Patria para los rusos).

Buena lectura.

t. andino


***

La historia, su realidad y mitos, constituyen retos políticos permanentes. Valentín Falin ofrece una lectura de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista ruso, con frecuencia desconocido por el público occidental, basado en 
Archivos históricos inéditos abiertos recientemente a los investigadores que el  ha teniendo la oportunidad de estudiar y analizarlos. 


Primera parte I: 
 La Segunda Guerra Mundial podía haber terminado en 1943
Cuando Churchill pensaba en una alianza con los nazis

EntrevistaValentín Falin 
(Doctor en Historia). 
Entrevistador: Viktor Litovkine 
(Comentarista militar de Ria Novosti)
2005



A pesar de la barbarie nazi en la Segunda Guerra Mundial, muchos dirigentes occidentales, entre ellos el primer ministro conservador británico Winston Churchill, estaban convencidos que habría que luchar primero contra el comunismo soviético y promovían una alianza con los nazis de Adolf Hitler. 

La reciente apertura de archivos históricos inéditos demuestran mecanismos que han permanecido desconocidos para un vasto público, así como los móviles de la toma de unas u otras decisiones al más alto nivel político en esa época, los cuales ejercieron una influencia decisiva sobre el desarrollo y desenlace de la Segunda Guerra Mundial.

➤  Viktor Litovkin: La historiografía contemporánea de la Segunda Guerra Mundial ofrece diversas valoraciones de su etapa final. Unos expertos afirman que la guerra podía haber terminado mucho antes. De ello escribió, por ejemplo, en sus memorias el mariscal Chuikov. Otros sostienen que podía alargarse un año más, como mínimo. ¿Quién está más cercano a la verdad y en qué consiste ésta? ¿Cuál es el punto de vista de usted?
Valentín Falin: Los debates al respecto se desarrollan no solamente en la historiografía contemporánea. De cuánto iba a durar la guerra en Europa y cuándo terminaría se discutía ya en el transcurso de la guerra, y a partir de 1942, ello se hacía sin cesar. Para ser más exactos, se debe reconocer que ese problema interesaba a los políticos y los militares desde 1942.

En aquel entonces la mayoría de los estadistas, incluidos Roosevelt y Churchill, creían que la Unión Soviética podría resistir durante cuatro o seis semanas, al máximo. Tan sólo Benes afirmaba que la URSS resistiría la invasión nazi y, en fin de cuentas, derrotaría a Alemania.


La historiografía significa el estudio bibliográfico y crítico de los escritos sobre la historia y sus fuentes, y de los autores que han tratado de estas materias. Es decir, es una disciplina que se vale de técnicas y teorías relacionadas con el estudio, análisis y manera de interpretar la historia. 
  
➤  Viktor Litovkin: Eduard Benes era, si no lo recuerdo mal, presidente de Checoeslovaquia en el exilio. Después del complot de Munich de 1938 y la ocupación del país, él residía en Gran Bretaña.
Valentín Falin:  Sí. Pero más tarde, cuando dichas valoraciones - o tasaciones, si usted permite -de nuestra capacidad de resistir no se justificaron, cuando Alemania sufrió la primera -quiero recalcarlo- derrota estratégica en la batalla de Moscú, muchos cambiaron bruscamente de opinión. En Occidente empezaron a expresar recelos de que la Unión Soviética pudiese salir demasiado fuerte de la guerra, y como tal, comenzase a determinar la faz de la futura Europa.


Eduard Benes, presidente de la República de Checoslovaquia

Lo decía, por ejemplo, Berle, secretario de Estado adjunto de EE.UU y coordinador de los servicios de inteligencia estadounidenses. De este mismo parecer eran los allegados de Churchill, incluidas unas personas muy influyentes, que antes de empezar la guerra y en su transcurso elaboraban la doctrina de las acciones a desarrollar por las Fuerzas Armadas británicas y también la política de Gran Bretaña.

Con ello se explica en mucho grado la resistencia que Churchill oponía a la apertura del Segundo Frente en 1942. Aunque Beaverbrook y Cripps en la dirigencia británica, y especialmente Eisenhower y otros elaboradores de los planes militares estadounidenses, suponían que existían premisas técnicas y otras para asestar una derrota a los alemanes precisamente en 1942, utilizando la circunstancia de que el grueso de las fuerzas alemanas estaban concentradas en el Este y que había una costa de dos mil kilómetros de largo de Francia, Holanda, Bélgica, Noruega y de la propia Alemania, abierta para la incursión de los Ejércitos de los aliados. Los nazis no tenían fortificaciones permanentes en la costa atlántica.

Es más, los militares estadounidenses procuraban persuadir a Roosevelt (existen varios memorándums de Eisenhower al respecto) de que el Segundo Frente era necesario, que era posible abrirlo y que su apertura acortaría la guerra en Europa y haría capitular a Alemania, si no en 1942, en 1943 a más tardar.

Pero esos cálculos no le convenían a Gran Bretaña ni a los conservadores de la cúpula estadounidense.

➤  Viktor Litovkin: ¿A quién se refiere usted?
Valentín Falin: Por ejemplo, el Departamento de Estado, con Hall a la cabeza, mantenía una actitud muy adversa con respecto a la URSS. Es por ello que Roosevelt no lo llevó consigo cuando se dirigía a la Conferencia de Teherán. El secretario de Estado recibió los protocolos de las reuniones del «gran trío» sólo al cabo de seis meses de haberse celebrado la conferencia. Lo curioso es que la inteligencia política del Reich haya informado de su contenido a Hitler pasadas tres o cuatro semanas. La vida está llena de paradojas.

Después de la batalla de Kursk de 1943, que culminó con la derrota de la Wehrmacht, en Québec (Canadá) se reunieron el 20 de agosto los jefes de los Estados Mayores de EE.UU y Gran Bretaña, así como Churchill y Roosevelt. En el orden del día estaba el tema de un eventual abandono por Estados Unidos y Gran Bretaña de la coalición antihitleriana y la formación de una alianza con los generales nazis con el fin de librar guerra conjunta contra la Unión Soviética.


Tanques alemanes en el frente de Kursk (Rusia), batalla que ha quedado registrado hasta hoy día como el más grande choque de blindados de la historia militar. 

➤  Viktor Litovkin: ¿Por qué?
Valentín Falin: Porque, según la ideología de Churcill y quienes la compartían en Washington, había que detener a los «bárbaros rusos» en el Este, lo más lejos posible, y si no derrotar a la Unión Soviética, por lo menos debilitarla al máximo. Hacerlo, antes que nada, por las manos de los alemanes. Así se formulaba la tarea.

Era un plan muy viejo de Churchill. Él había desarrollado esa idea al conversar con el general Kutepov ya en 1919. Los norteamericanos, los ingleses y los franceses están sufriendo un revés y no podrán aplastar a la Rusia soviética, decía él.

Hace falta que de ello se ocupen los japoneses y los alemanes. En 1930, Churchill le explicaba la tarea en la misma clave a Bismarck, primer secretario de la Embajada de Alemania en Londres. Los alemanes se portaron durante la Primera Guerra Mundial como unos necios, decía él.

En vez de reconcentrarse en inflingir la derrota a Rusia, empezaron a librar la guerra en dos frentes. Si ellos se hubieran ocupado sólo de Rusia, Inglaterra habría neutralizado a Francia.

Churchill lo percibía no tanto como una lucha contra los bolcheviques cuanto como continuación de la guerra de Crimea de 1853-1856, en la que Rusia procuró poner fin a la expansión británica, no importa con qué resultado.

Viktor Litovkin: En Transcaucasia, Asia Central y Oriente Próximo rico en petróleo...
Valentín Falin: Por supuesto. Por consiguiente, cuando estamos hablando de diversas variantes de librar la guerra contra la Alemania nazi, no debemos olvidar que existían diversos enfoques de la filosofía de ser aliados y de los compromisos que Inglaterra y EE.UU querían asumir ante Moscú.

Voy a hacer una digresión. En 1954 o en 1955, en Gent se celebró un simposio religioso sobre el tema de si se besan los ángeles. Como resultado de los debates de muchos días se llegó a la conclusión de que sí, se besan, pero sin sentir pasión. Dentro de la coalición antihitleriana, las relaciones de aliados semejaban ser unos besos así, por no decir que eran unos besos de Judas. Se hacían promesas, sin asumir compromisos, o -aún peor- para inducir a error a la parte soviética.

Esa táctica hizo fracasar las negociaciones entre la URSS, Gran Bretaña y Francia en agosto de 1939, cuando todavía existía la posibilidad de hacer algo para detener la agresión nazi. A los dirigentes soviéticos no les dejaron otra opción que concertar el pacto de no agresión con Alemania.

Nos expusieron al golpe de la máquina militar nazi, ya preparada para agredir. Conviene citar la directriz formulada en el despacho de Chamberlain: «Si Londres no puede evitar pactar con la Unión Soviética, la firma británica que se ponga al pie del documento no debe significar que en caso de agredir los alemanes contra la URSS los ingleses le acudan en ayuda a la víctima de la agresión, declarando guerra a Alemania. Debemos reservarnos la posibilidad de manifestar que Gran Bretaña y la Unión Soviética interpretan los hechos de distintos modos».



Hitler pasa revista a sus tropas luego de la rendición polaca en septiembre 1939.

➤ Viktor Litovkin: Existe otro ejemplo histórico bien conocido: cuando Alemania agredió en septiembre de 1939 a Polonia, aliada de Gran Bretaña, Londres declaró guerra a Berlín, mas no dio ni un paso concreto para ayudar realmente a Varsovia.
Valentín Falin: Pero en nuestro caso ni se trató de declarar guerra aunque sea de pura forma. Los tories (políticos conservadores británicos) partían de que la apisonadora alemana iba a llegar a los Urales, aplastándolo todo en su camino. Y que no quedaría quien se quejase de la Perfidia de Albión.

Esa ligazón entre las épocas y los acontecimientos siguió existiendo durante la guerra, dando pábulo para las reflexiones. Y las conclusiones a que se llegaba no eran muy optimistas para nosotros, según me parece a mí.

➤ Viktor Litovkin: Volvamos al deslinde de los años 1944 y 1945. ¿Podíamos haber concluido la guerra antes del mes de mayo o no?
Valentín Falin: Hagamos la pregunta de otro modo: ¿Por qué el desembarco de los aliados se planeaba precisamente para 1944? Nadie lo acentúa, pero la fecha no se escogió por una casualidad. En Occidente tomaban nota de que en Stalingrado habíamos perdido un inmenso número de soldados, oficiales y material de guerra, que habíamos sufrido colosales pérdidas en el arco de Kursk... Perdimos más carros blindados que los alemanes.

En 1944, la URSS ya se veía obligada a movilizar a muchachos de 17 años de edad. El campo ya estaba sin la mano de obra masculina. Sólo evitaban llamar a filas a los hombres de los años de nacimiento 1926 y 1927 que trabajaban en las empresas de la industria de guerra, por protestar mucho los directores de éstas.

Los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos, al valorar las perspectivas, coincidían en que hacia la primavera de 1944 el potencial ofensivo de la Unión Soviética se vería agotado por completo, ya no habría reservas humanas, y la Unión Soviética ya no podría asestarle a la Wehrmacht un golpe comparable con los que ésta recibió en las batallas de Moscú, Stalingrado y Kursk.

Según sus cálculos, atascados en la confrontación con los nazis, los soviéticos cederían la iniciativa estratégica a EE.UU e Inglaterra hacia las fechas de comenzar el desembarco.

Con el desembarco de los aliados en el continente se hizo coincidir un complot tramado contra Hitler. Los generales, si se hiciesen con el poder en el Reich, tenían que disolver el Frente Occidental y abrir paso a los estadounidenses y los ingleses para que éstos ocuparan a Alemania y «liberaran» a Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y Austria... Se pretendía hacer parar al Ejército Rojo en las fronteras del año 1939.

➤ Viktor Litovkin: Recuerdo que los estadounidenses y los ingleses hasta desembarcaron en Hungría, cerca de Balatón, con el fin de apoderarse de Budapest, pero los alemanes liquidaron a todo el grupo...
Valentín Falin: No era un desembarco en sí, era un grupo al que se encomendó restablecer contactos con las fuerzas antisfascitas húngaras. Pero se hizo fracasar no sólo ese plan. Después del atentado, Hitler quedó a salvo, Rommel fue gravemente herido y salió del juego, aunque en Occidente se ponían las miras precisamente en él. Los demás generales se acobardaron.

Sucedió lo que sucedió. A los estadounidenses no les resultó recorrer Alemania en marcha alegre bajo el son de la música marcial. Ellos se vieron obligados a entrar en combates, a veces pesados, baste con recordar la operación de las Ardenas. Pero pese a todo eso, ellos cumplían sus tareas, a veces de una manera bastante cínica.

Voy a aducir un ejemplo concreto. Las tropas de EE.UU se acercaron a París. Allí había estallado una sublevación. Los estadounidenses se detuvieron a treinta kilómetros de la capital, esperando a que los alemanes acabasen con los rebeldes, porque se trataba en primer lugar de los comunistas.

Según diversos datos, fueron muertas de tres a cinco mil personas. Pero los sublevados lograron imponerse, y entonces los estadounidenses tomaron París. Algo análogo sucedió en la parte Sur de Francia. Volvamos a aquel deslinde del que empezamos a hablar.


Tanques alemanes en formación durante la batalla de las Ardenas. Invierno 1944-45 (foto captura de video documental)

➤ Viktor Litovkin: Del invierno de 1944 y 1945.
Valentín Falin: Sí. En otoño de 1944 en Alemania se celebraron varias reuniones, primero bajo dirección de Hitler, y luego, por encargo de éste, de Jodl y Keitel. Su sentido se reducía a lo siguiente: Si les damos una buena tunda a los estadounidenses, en EE.UU e Inglaterra despertará el gusto por volver a las negociaciones que se habían celebrado entre 1942 y 1943 ocultándolo de Moscú.

La operación de las Ardenas fue concebida en Berlín no como una llamada a contribuir a la victoria en la guerra, sino para minar las relaciones de aliados entre Occidente y la Unión Soviética. Se pretendía dar a entender a EE.UU que Alemania todavía era fuerte y podía presentar interés para los países occidentales en su confrontación con la Unión Soviética. Y que a ellos mismos no les alcanzarían fuerzas para hacer parar a los «rojos» en los accesos a Alemania.

Hitler subrayaba que nadie iba a conversar con un país que estaba en una situación grave. Con nosotros van a hablar si la Wehrmacht demuestra seguir siendo una fuerza de verdad, decía él.

El factor sorpresa era su as de triunfo. Los aliados se instalaron en locales de invierno, sosteniendo que la zona de Alsacia y las montañas de Ardenas eran un lugar magnífico para descansar y muy malo para librar operaciones de combate. Pero los alemanes tenían planes de abrirse paso hacia Rotterdam y con ello privar a los estadounidenses de la posibilidad de utilizar los puertos de Holanda. Era la circunstancia decisiva para toda la campaña occidental.

El comienzo de la operación de las Ardenas se aplazó en varias ocasiones. A Alemania no le alcanzaban las fuerzas. Empezó en el momento preciso en que en invierno de 1944 el Ejército Rojo libraba extenuantes combates en Hungría, en la zona de Balatón y Budapest. Estaban en juego las últimas fuentes de petróleo -en Austria y algunas en la propia Hungría -controladas todavía por los alemanes.

Esta era una de las causas por las que Hitler decidió defender a Hungría a pesar de todo, y en el apogeo mismo de la operación de las Ardenas y antes de comenzar la de Alsacia empezó a atraer tropas desde la dirección occidental, para lanzarlas al frente soviético-húngaro. La fuerza básica de la operación de Ardenas - el Sexto Ejército de carros blindados de la SS - fue retirada de Ardenas y trasladada a Hungría...

➤ Viktor Litovkin: A Haimasker.
Valentín FalinEl desplazamiento había comenzado en esencia antes de que Roosevelt y Churchill, presas de pánico, le dirigieron a Stalin un llamamiento que, traducido del lenguaje diplomático al corriente, decía: ayúdennos, sálvennos, estamos sufriendo una desgracia.

Hitler a su vez suponía, hay pruebas de ello: puesto que los aliados le fallaban tan a menudo a la Unión Soviética y se ponían a esperar abiertamente cuánto iba a aguantar Moscú y el Ejército Rojo, también la parte soviética podría proceder así.

En 1941 ellos esperaban cuándo iba a caer la capital de la URSS; en 1942, no sólo Turquía y el Japón, también EE.UU estaban aguardando la caída de Stalingrado, para luego empezar a revisar su política. Los aliados ni siquiera quisieron proporcionarle a la URSS los datos obtenidos por sus servicios de inteligencia, por ejemplo de los planes de los alemanes de desarrollar la ofensiva del Don al Volga y después hacia el Cáucaso, y otros por el estilo...

➤ Viktor Litovkin: Si no me equivoco, esa información nos fue suministrada por la legendaria «Orquesta Roja».
Valentín Falin: Los estadounidenses no nos informaban de nada, aunque conocían muchos detalles, hasta días y horas, por ejemplo, respecto a los preparativos de la operación «Ciudadela» en el Arco de Kursk...

Teníamos fundamentos de peso, por supuesto, para ver detenidamente en qué grado nuestros aliados sabían y querían combatir y en qué grado estaban preparados para promover su plan principal durante la realización de la operación en el continente, que era el plan «Rankin».

El plan principal no era el «Overlord», sino precisamente el «Rankin», que preveía establecer control anglo-americano sobre toda Alemania y todos los Estados de Europa del Este, para no dejarnos entrar allá. Eisenhower, cuando fue designado comandante del Segundo Frente, recibió la directriz: ir preparando el plan «Overlord», pero siempre tener en cuenta el «Rankin».

Si surgían las condiciones propicias para realizar el «Rankin», dejar de un lado el «Overlord» y lanzar todas las fuerzas a cumplir el «Rankin». El levantamiento en Varsovia fue organizado con ese objetivo, así como otras muchas actividades.

En este sentido, el año 1944 y comienzos del 1945 eran la hora de la verdad. La guerra no se desarrollaba por dos frentes: el del Este y el del Oeste, sino en dos frentes.

Oficialmente, los aliados realizaban unas operaciones de combate que tenían mucha importancia para nosotros, atando, sin lugar a dudas, una parte de las tropas alemanas.

Pero su plan fundamental consistía en lograr detener en lo posible a la Unión Soviética, según decía Churchill, mientras que algunos de los generales estadounidenses utilizaban palabras más bruscas: «detener a los descendientes de Genghis Khan».

Pero fue Churchill quien formuló esa idea en una forma abiertamente antisoviética en octubre de 1942, cuando todavía no había comenzado nuestra contraofensiva el 19 de noviembre en Stalingrado. «Tenemos que hacer parar a esos bárbaros en el Este, lo más lejos posible», dijo él.


El Comandante Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada, General Dwight David Eisenhower y su Estado Mayor.

Cuando estamos hablando de nuestros aliados, no quiero menospreciar de ningún modo los méritos de sus soldados y oficiales que combatían, igual que nosotros, sin saber nada de las intrigas y maquinaciones políticas de sus gobernantes, combatían con honestidad y firmeza.

Tampoco quiero restarle importancia a la ayuda de «land-lease» (NdE. ley de préstamos y arriendos) que se nos brindaban, aunque nunca fuimos los destinatarios principales. Quiero subrayar simplemente en qué grado la situación era complicada, contradictoria y peligrosa para nosotros a lo largo de toda la guerra, hasta resonar las salvas de la Victoria. En qué grado nos era difícil a veces tomar una u otra decisión, cuando no simplemente nos embaucaban sino que nos exponían al peligro.

➤ Viktor Litovkin: ¿Es decir, la guerra de veras podía haber terminado mucho antes del mayo de 1945?
Valentín Falin: Respondiendo con absoluta franqueza, diré: , podía. Y no es la culpa de nuestro país de que no haya terminado ya en 1943. No es culpa nuestra. Habría terminado, si nuestros aliados hubieran cumplido con honestidad su deber, si se hubieran atenido a los compromisos asumidos ante la Unión Soviética en 1941, 1942 y en la primera mitad de 1943. Pero puesto que no lo hicieron, la guerra se alargó por un año y medio o por dos años, como mínimo.

Lo principal es que, si no hubiera sido por ese dar largas a la apertura del Segundo Frente, habrían perecido unos 10 o 12 millones de soviéticos y aliados menos, especialmente en el territorio de la Europa ocupada. Ni habría existido Auschwitz, que funcionó a plena marcha en 1944...
Fuente original en castellano

04 abril 2020

La planificada destrucción de Canadá (2)




El referéndum de Quebec
El proyecto GRAND Canal 
Unión Continental de Estados Unidos y Canadá para 2005

Entre las miles de páginas de documentación que se han acumulado a lo largo de años de investigación, se encuentran varias entrevistas con las personas que participaron de forma activa en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio. Su papel a la hora de desenmascarar la trama sucia ha sido fundamental y ayudó a parar en seco los planes de la élite que pretendía desmantelar Canadá y hacerse con su recurso natural más importante: el agua.

La siguiente y asombrosa ENTREVISTA es un extracto de libro: "NUEVO ORDEN MUNDIAL: LA CORRUPCIÓN EN CANADÁ", editado por Robert O'Driscoll y Elizabeth Elliott (Toronto, Saigon Press, 1994. 648 pp). El libro en la actualidad es imposible de encontrar. La segunda entrevista de George Kralik que hoy publicamos ha sido tomada exclusivamente de la antigua página web de Daniel Estulin, publicada entre mayo y junio del 2007 bajo el título "Los hombres que regalaron Canadá. El Referéndum de Quebec. El proyecto del Grand Canal", versión en castellano.

Esta entrevista, continuación de la anterior, cuenta una historia tan asombrosa, tan llena de cruel corrupción y avaricia, tan destructiva para el pueblo Cree y de Quebec y, para la nación canadiense, tan "bien oculta" por aquellos medios en Canadá que son "plenamente conscientes" de estos detalles, que merece recordar a cada uno de los narradores principales:

GEORGE KRALIK: (entrevistador) Veterano que sirvió once años en las Fuerzas Armadas canadienses.

SHELLEY ANN CLARK: (entrevistada) Asistente ejecutiva de Germain Denis, la persona designada por Brian Mulroney para asistir a las negociaciones del Acuerdo de Libre Comercio, durante las que se proyectó el desmembramiento y demolición de Canadá, primero mediante la separación del Quebec y después a través de la Unión Continental en 2007.

GLEN KEALEY: (para la primera entrevista) Antiguo agente comercial del distrito central de negocios Hull (Quebec) que descubrió el sistema de crimen organizado y corrupción controlado por el gobierno del anterior Primer Ministro Mulroney, con la complicidad de la Real Policía Montada Canadiense, la Fuerza Nacional de Policía de Canadá y el sistema judicial. Al investigar el asunto, Kealey encontró pruebas de la existencia de un enorme plan de sobornos y comisiones ilegales manejado y controlado directamente por la Oficina del Primer Ministro y una estrecha colaboración entre los Tories, los medios de comunicación y la policía. Kealey consiguió llevar ante los tribunales a 16 personas, incluyendo miembros del gobierno y de la Real Policía Montada del Canadá, acusados de prevaricación.



The sponsorship scandal, AdScam or Sponsorgate. En castellano "El escándalo de patrocinio" es un bullado caso que surgió como resultado de un "programa de patrocinio" del gobierno federal canadiense en la provincia de Quebec y que involucró al Partido Liberal de Canadá, en el poder de 1993 a 2006. Originalmente se estableció como un esfuerzo para crear conciencia sobre las contribuciones del Gobierno de Canadá a la industria en Quebec y otras actividades para contrarrestar las acciones del gobierno del Parti Québécois en la provincia que trabaja promoviendo la independencia de Quebec. El programa se ejecutó desde 1996 hasta 2004, cuando se descubrió una amplia corrupción en sus operaciones y fue suspendido. Se revelaron actividades ilícitas e ilegales dentro de la administración del programa, que incluyó el mal uso y la mala dirección de los fondos públicos destinados a la publicidad gubernamental en Quebec. ¿Recuerda esa maravillosa ilustración de la época del ´escándalo de patrocinio´del Western Standard? Fue un poco una parodia basada en el drama criminal de televisión, muy popular en ese tiempo, "Los Soprano". Mostraba una galería deshonesta de liberales que, en algunos casos, fueron juzgados y condenados por fraude y corrupción.



SEGUNDA ENTREVISTA: 
a Shelley Ann Clark

Shelley Ann Clark tuvo un papel fundamental, al más alto nivel, en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos 1987/1988, en las que se trocó en secreto el futuro de Canadá. Los lectores que conozcan la Hoja de Ruta de Puesta en Práctica (Implementation Steps Chart, así conocida en inglés) saben que detalla los pasos que llevaron al compromiso para la construcción del Grand Canal y, en última instancia, a la Unión Continental, la admisión como banco de American Express en Canadá para manejar la financiación del inmenso proyecto Grand Canal. Pues bien, ese paso fue un hecho en Canadá.

Shelley Ann Clark: Me eligieron a dedo para el puesto de ayudante de Germain Denis. Desde el primer momento me dijeron que la entrevista era puro formalismo. ¡Resultó ser una verdad como un templo!. Después de que Germain Denis me hubiera entrevistado durante aproximadamente 3 minutos, me preguntó cuando podría comenzar el trabajo. Como quería aceptar el reto, accedí a ser su ayudante ejecutiva.

Me contrataron en julio y en septiembre ya teníamos un sistema informático llamado GEAC. El sistema lo había introducido un tal Peter Hines, que hoy es millonario, y descubrí rápidamente que él y Germain Denis estaban muy unidos. Me preguntaba por qué. Ciertamente no eran los conocimientos técnicos lo que les unía: Germain Denis era una persona que se negaba a tener ordenador en su oficina.

Germain Denis era, como se ha dicho antes, el responsable de aspectos fundamentales de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio. En aquella época yo tenía dos secretarias que trabajaban para mí, las cuales introducían material altamente secreto en el sistema informático. No teníamos horario: cuando entrabas en la oficina, nunca sabías a qué hora te marcharías.

Un viernes por la tarde, sobre las 6:30 de la tarde, llamó una señora bastante exigente, Sylvia Ostry –doctora en economía por la Universidad McGill de Canadá y por la Universidad de Cambridge. Ha recibido 18 títulos de doctora honoris causa. Nombrada por el gobierno de Canadá en 1990 por su contribución a la planificación de la política económica de los asuntos internacionales de Canadá como funcionaria y economista. Colabora con la revista Foreing Affairs de David Rockefeller y el CFR.–, pidiendo una copia de un documento que estaba en el ordenador: dijo que en dos horas debía tomar un vuelo hacia los Estados Unidos y que necesitaba ese documento en particular. Por desgracia, yo era la única que quedaba en la oficina. Las secretarias se habían ido a casa. Cada persona con acceso a la computadora tenía una contraseña: nadie sabía la contraseña de los demás por razones de seguridad, me dijeron. Lo que hice fue llamar inmediatamente a la persona que había instalado el sistema GEAC (Peter Hines) y por suerte lo encontré todavía trabajando. Mi primera pregunta era saber si se podía hacer algo para dar respuesta a la petición de Sylvia Ostry. Me dije que debía haber algún modo de romper los códigos del programa de los ordenadores y que, si alguien lo conocía, ese era él. “No se lo cuente a nadie, Shelley Ann”, me dijo, “pero la única manera de entrar en el sistema informático de la Oficina de Negociación Comercial es ponerse en contacto con el presidente de GEAC. Él tiene la contraseña “todopoderosa”. “¿La contraseña “todopoderosa”? ¿Qué caray es eso?”. “Bueno”, contestó, “así la ha llamado el presidente y él es el único que la tiene”. “¿Me está diciendo que el presidente de GEAC tiene acceso a toda la información contenida dentro de nuestro sistema informático?”. “Así es. Él puede acceder al ordenador de Simon Riesman –el negociador del Tratado de Libre Comercio– y de los todos los demás”. “¿Y está en Toronto, Peter, el presidente de GEAC?”. “¡Así es!”. “¿Y nosotros estamos aquí en Ottawa?”.“¡Así es!”. “¿Pero él puede hacer operaciones desde Toronto?”. “¡Así es!”.





Las implicaciones, pensé, son enormes. Aquí estamos negociando este acuerdo comercial super secreto entre Canadá y los Estados Unidos –tan secreto que las secretarias de la misma oficina no saben la contraseña del ordenador de los demás– mientras que el presidente de la empresa informática que registra la información tiene acceso a toda esa información. ¿Qué clase de seguridad es esta?. ¿O acaso los resultados de las negociaciones ya están pactados?. Por no hablar del “Gran Hermano”, invisible, pero observándolo todo y en todo momento. Sin duda, conectándose de vez en cuando para ver si todo está en orden, sobre todo por parte de los canadienses.

A la mañana siguiente (he sido diplomática de Asuntos Exteriores toda mi vida; me escogieron directamente en la escuela de negocios cuando tenía dieciséis años; he trabajado mi vida entera en Asuntos Exteriores entre información altamente secreta y se que hacer cuando se tiene acceso a esa clase de conocimientos, que hay que vigilar, etc.), lo primero que hice fue ir a ver al jefe de seguridad de la División de Libre Comercio. Mientras Germain Denis aún era Jefe de Comercio Multilateral, los memorandos para el Gabinete, por lo general clasificados como “secreto” o “alto secreto” con las tácticas de negociación que debían usarse con los estadounidenses, se revisaban antes de llegar a la mesa de negociaciones.

De manera que fui a ver al jefe de seguridad, Guy Marcoux, y le exigí que investigara el tema. Quién estaba detrás de la empresa GEAC. ¿Era una empresa canadiense o era una empresa estadounidense con una sucursal canadiense como tapadera?. El jefe de la seguridad me dijo que estaba buscándole tres pies al gato, que yo veía problemas donde no los había y que no pensaba investigar el tema.

Inmediatamente acudí al segundo en el escalafón, Gordon Ritchie, negociador jefe y le expliqué que el jefe de seguridad no quería seguir con la investigación. Ritchie ordenó que la investigación se realizara: el resultado final fue que “sí, GEAC era una empresa estadounidense”. Mientras se llevaba a cabo la investigación, tres representantes de GEAC solicitaron a través del negociador jefe –Gordon Ritchie– una entrevista conmigo para convencerme de que no había nada erróneo en el sistema. Cuando Gordon Ritchie me vino a ver le pregunté: “¿por qué quieren verme a mí?”. “Fuiste la que lo descubrió. Te dejaré la famosa mesa redonda” –donde celebraba todas sus reuniones importantes– “de mi despacho para recibir a estos representantes de GEAC”. Y los representantes de GEAC vinieron y estuvieron hablando conmigo durante dos buenas horas.

Entonces, me senté y escuché y cuando terminaron les miré a cada de ellos y dije: “después de todo lo que han dicho, quiero que uno de ustedes me garantice que nadie puede estar al otro lado de la calle, en otra ciudad o en cualquier otra parte y tener acceso a los documentos contenidos dentro de esta computadora. Garantíceme esto por escrito y me daré por satisfecha”. Yo sabía que no podían porque unos días antes su presidente me había proporcionado un documento super secreto procedente de nuestro ordenador. Tuvieron que admitirlo: “no”, dijeron, no podían garantizar eso. Y así acabó la cosa.

Fui de nuevo a ver a Gordon Ritchie con aquella información y cuarenta y ocho horas después de que se hubiera realizado la queja, todo el sistema instalado en la Oficina de Libre Comercio Canadá/Estados Unidos, que había costado 12 millones de dólares, se había eliminado.

Mi impresión era que Simon Riesman y Gordon Ritchie agradecían mis esfuerzos. Lo que no pude entender entonces –y es una cuestión que sigue en mi mente– fue la reacción de Germain Denis: una cólera total y absoluta. Se puso hecho una fiera, perdió los papeles y estaba absolutamente furioso. Lo que le cuento está en mi informe a la Alianza de Servicio Público de Canadá fechado el 22 de julio de 1988, porque no fue hasta ese día notable cuando me di cuenta de la razón de la rabia de aquel hombre, que yo en verdad había descubierto algo y que había hecho algo sobre el tema.

Yo tenía pruebas irrefutables: sin el presidente de GEAC, Sylvia Ostry hubiera tenido que dejar el país sin su documento.




 Kealey: Desde luego, eliminar el ordenador y sustituirlo por otro no significa que el problema se haya resuelto. Lo único que significa es que Shelley Anne Clark no pudo demostrar nunca más que alguien externo tenía acceso a la computadora.
Shelley Ann Clark: ¡Exactamente! Llegó un ordenador nuevo, compatible con IBM, me dijeron. Después de mi primer descubrimiento, estaban muy atentos a mis reacciones y me explicaron que el disco principal estaba allí mismo en el decimoséptimo piso. Incluso me mostraron donde estaba y me dijeron que todo lo que nosotros introdujéramos en la computadora quedaría grabado en ese disco principal que –al final de las negociaciones– sería transferido a los archivos. Bueno, me creí lo que me contaban.

Entonces hubo una filtración a la prensa y se supo que no había ningún francófono en las negociaciones de Libre Comercio, de manera que Simon Riesman designó a Germain Denis como el tercero en el escalafón, a cargo de las cinco principales áreas de interés para este país: subvenciones, agricultura, tarifas, propiedad intelectual (el paraguas de los programas sociales, los derechos de autor, los productos farmacéuticos, etc.) y programas de gobierno.

Todo empezó en octubre de 1986. En enero de 1987, los principales negociadores fueron a Washington para la primera sesión de negociación. Cada “jefe” creó su grupo de trabajo, un grupo de trabajo de agricultura, un grupo de trabajo de tarifas, un grupo de trabajo sobre subvenciones, etc. Durante las negociaciones, estos grupos viajaron a Washington y se encontraron con sus colegas estadounidenses. Cuando Denis volvió de los Estados Unidos, me explicó que había que comenzar a informar a las Provincias.

Después de planear la primera sesión de negociación principal, me preguntaba cómo manejaría él las diferentes reuniones informativas, y a las diez me fui a casa, pensando que se había acabado la jornada. Llegué a casa a las diez y media: una hora más tarde Germain Denis me llamó, pidiéndome que me reuniera con él en la oficina central, pero que no entrara por la puerta principal, que me esperaría en el garaje con una llave del ascensor. Se evitaba así pasar los controles de seguridad; al entrar por la puerta de la calle, cualquiera tenía que pasar el control de seguridad, indicar la hora de entrada y era filmado por el circuito cerrado de televisión antes de llegar a su destino. La manera en que el señor Denis lo preparó todo significaba que nadie nos observaría.

La otra cosa que me dijo fue que “ni esa noche ni ninguna otra en el futuro debe explicar a su familia a donde va; si lo hace, deberá pagar un gran precio”. De nuevo –gracias a mi preparación en temas de Asuntos Exteriores y seguridad– no tuvo que repetírmelo. Entendí perfectamente bien que estaba en una situación comprometida. No supe cómo de comprometida hasta que las negociaciones estuvieron en plena ebullición en enero de 1987 y él comenzó a cambiar cifras y suprimir párrafos de un modo exagerado.

Me llamaban de noche –recuerden que no me permitían contarle a nadie a donde iba– y a menudo estaba allí hasta las cuatro de la mañana. La primera cosa que tuve que hacer fue aprender a manejar el ordenador, pero no se me permitió decirle a nadie por qué yo no tenía una secretaria para hacer precisamente eso. Aprendí a crear un duplicado del archivo del disco principal que estaba en la sala del decimoséptimo piso y que contenía toda la información. Me mostraron como eliminar la información del disco principal una vez que había terminado.

Llegaba y extraía el documento que ellos habían negociado en Washington. Si habían estado trabajando sobre “subvenciones”, yo sacaba el documento “subvenciones”, lo duplicaba y lo grababa de nuevo con el nombre “provincial”. Entonces mi superior lo examinaba paso a paso; si habían negociado el 30% o el 40%, la cifra se rebajaba a la menor cifra posible, alrededor del 10%. Se hacía así porque quería tener margen de maniobra para aumentar las cantidades: las provincias que negociaban habrían sospechado si las cifras no hubieran variado. Había que dar la impresión de que se negociaba, cuando en realidad, según parece ahora, todo había sido decidido de antemano.

¿Energía? Los párrafos sobre energía fueron metódicamente suprimidos. El libro Faith and Fear (Fe y Miedo) de los profesores Doern y Tomlin confirma lo que ya he revelado a los medios de comunicación. Ellos dicen que el capítulo de energía no fue incluido en el acuerdo hasta el famoso último fin de semana del 3 de octubre de 1987. Sé por qué no se incluyó ese capítulo hasta el último minuto. Estuvo allí todo el tiempo: en la versión estadounidense, en la versión federal canadiense, pero no en la versión provincial; íbamos suprimiendo el capítulo sobre energía de la versión provincial.

- Kealey: Sí, los Premieres de todas las provincias, excepto dos, no comprendieron que el país se estaba regalando al mejor postor. Los Primeros Ministros de Saskatchewan y Alberta, a quienes Mulroney había designado como “topos” en el grupo –tenían la responsabilidad de averiguar a escondidas lo que pensaban los otros Premieres Primeros Ministros–, cuál sería su postura en la negociación y otros datos confidenciales que podrían ser manipulados para ventaja del Gobierno Federal sobre las provincias.

Entonces ellos pasaban esta información a Germain Denis para que pudiera incluir en el documento cifras que casaran con lo que los Premieres estaban dispuestos a ceder. Así que nunca se dio el problema de presentar cifras que estuvieran demasiado por encima de lo que los Primeros Ministros estaban dispuestos a aceptar. Si lo hubiera, la solución era bastante sencilla: modificar las cifras en el documento. Mulroney y sus cohortes lo sabían antes de negociar gracias a los dos topos, el Primer Ministro de Alberta y el Primer Ministro de Saskatchewan.


- Shelley Ann Clark: Así es. Pude demostrar a la CJOH TV (Nota: una cadena de televisión en Ottawa propiedad de CTV Network) más allá de cualquier duda que estas reuniones tuvieron lugar. Yo había guardado mis agendas del 86 y del 87 y cuando ocurrió registré cada reunión que tuvo lugar, las salas en las que se celebraron, los horarios, etc. Llevé a un testigo –John Bowlby, un miembro de la ejecutiva de Citizens Against Bad Law (Ciudadanos contra las Malas Leyes)–. Fotocopiamos la documentación delante de un abogado. Se entregó a Charlie Greenwell de CJOH TV, para que él y sus abogados supieran que cuando se emitiera el programa había pruebas suficientes –entre el documento de julio de 1988 de la Alianza de Servicio Público y esa agenda– para demostrar que yo decía la verdad. 


Vista panorámica de Quebec City.


Me gustaría volver a hablar del segundo documento “amañado” que se entregó a las Provincias. Siguiendo las directrices de Germain Denis, yo creaba una copia, hacía las modificaciones adecuadas en el disco duro de mi ordenador, además de modificar el disco de la sala principal. Una vez hecho esto, entonces hacía diez copias para diez informes. Los diez informes eran numerados porque tenía que estar segura de a donde iba a parar cada libro en caso de que alguno se perdiera.

Así que fueron numerados del uno al diez; Alberta tenía el número 1; Manitoba, el número 2; Saskatchewan, el número 3, etc. A pesar de la presión que ejercieran sobre mí la Oficina del Primer Ministro, la Oficina del Consejo Privado o los encargados de Relaciones Federales Provinciales –y me habían advertido de que habría una presión excesiva y quejas de los Premieres por no recibir sus informes varias horas antes de las reuniones informativas–, me ordenaron que no entregara los informes sino literalmente minutos antes de que comenzaran las reuniones informativas. Al final de cada reunión, Germain Denis recogía él mismo los informes o, si no lo hacía, me llamaban y cuanto abandonaban la sala yo iba y los recogía, para devolverlos y guardarlos en la caja fuerte de Denis.

Entonces a medianoche, desencuadernaba nueve de las copias y las destruía con una trituradora de papel. Había que hacerlo a medianoche: no se podía correr el riesgo de que los agentes de seguridad lo descubrieran, y nos habían ordenado en un memorando especial de la Oficina del Ministro que ninguno de los documentos usados en la negociación Canadá/Estados Unidos debía destruirse sin la autorización de Riesman o Ritchie. Así de altas eran las autorizaciones requeridas para destruir cualquier papel: podíamos destruir un télex de Asuntos Exteriores pero no podíamos tocar ningún documento sobre la negociación. El único momento en que podía destruir documentos era entre la medianoche y las 3 de la madrugada. Destruía nueve copias y guardaba un juego completo que colocaba en la caja fuerte de manera que, la siguiente vez que negociaran sobre un tema en particular con los estadounidenses, nosotros sacaríamos ese juego y Denis sabría hasta donde había llegado. Si había negociado el 10%, la siguiente vez mostraría un 12% y así cada vez.

El paso siguiente fue que Maude Barlow –un activista político y miembro del Council of Canadians (Consejo de canadienses), una organización opuesta a la integración política con los Estados Unidos– y John Turner –Primer Ministro de Canadá en 1984 por el Partido Liberal, que se opuso al Tratado de Libre Comercio entre Canadá y Estados Unidos propuesto entonces, afirmando que su adopción implicaría la completa renuncia de la soberanía política de Canadá en manos de los Estados Unidos– comenzaron a acusar a Mulroney: que estaba vendiendo el país al mejor postor, que nuestros programas sociales estaban en peligro, etc., etc. Como trabajaba directamente sobre los programas de Seguridad Social y otras cuestiones –como era mi caso– yo sabía que estos individuos decían la verdad. Cuanto más me daba cuenta de la ilegalidad de lo que hacía, más asustada estaba: lo que significaba para el país y como sería un peso que llevaría encima como una especie de chantaje completo, para siempre.

Quise dejar el trabajo, dejar de hacer lo que hacía. Empecé preguntando al Ministerio de Asuntos Exteriores para que me destinaran a otro sitio: no me hubieran trasladado por nada del mundo. Quedó vacante una plaza en la Oficina de Negociaciones Comerciales de jefe de protocolo y hospitalidad. El Director General de Operaciones, que era un tipo honesto, me miró: “Shelley Ann, ¿estás loca?. Germain Denis nunca dejará que te vayas. Tendría que ser por encima de su cadáver el que yo te trasladara”.

- Rod:–el profesor Robert O’Driscoll, autor de New World Order Corruption in Canada (Corrupción del Nuevo Orden Mundial en Canadá)– Pero, ¿por qué? ¿Tiene pruebas que podamos ver?.
- Shelley Ann Clark: Son los secretos implicados en el tema. Recuerde que Denis Germain, el Primer Ministro, y yo éramos los únicos que conocíamos las complejidades e implicaciones para Canadá del Tratado de Libre Comercio en aquel momento.

- Kealey: Lo que hay que tener en cuenta es: si ella se hubiera llevado algún documento que formara parte de la documentación, ella estaría en la cárcel. Hubiera sido un delito federal –apropiación de documentos secretos– y entonces hubiera perdido cualquier ventaja si se hubiera apropiado de documentos. Lo que hizo, sin embargo, fue presentar una queja formal ante su sindicato. Ella tiene la queja y la carta de respuesta en la que se le pide que la retire. Ella es el testigo ocular: la prueba es el Tratado de Libre Comercio real que se guarda en recipientes fuera de Ottawa y que los canadienses nunca han visto.

- Rod: Pero, ¿alguna vez saldrán a la luz estas pruebas?. Si, por ejemplo, lo incluimos en este libro que estamos preparando, junto con otras pruebas que apunten en la misma dirección, ¿alguna vez llegará realmente al gran público?.
Kealey: Tenemos un ejemplo aquí mismo. Shelley Ann le contó su historia a un periódico semanal. Ellos explicaron la historia con detalle y ya ha habido gente que ha contactado con ellos diciendo, “yo también trabajé en ese área. He visto como se transfería la documentación de un lugar a otro. Puedo atestiguar lo que ella dice”. Cuanto más se publique, a cuantas más manos llegue la información, más posibilidades hay de que circule. Al publicarlo, al difundir el material, se elimina el miedo y más gente saldrá a la luz.

- Shelley Ann Clark: El 6 de enero de 1994 yo estaba en un programa de entrevistas que se emite en todo Alberta. Declaré sin rodeos que nos encontrábamos ante un caso de traición. La reacción ha sido extraordinaria. Sinceramente creo que el libro que usted prepara, New World Order Corruption in Canada, debería ser publicado cuanto antes: ésta es la manera de llegar a más canadienses.

- Kealey: Ellos puede que tengan su calendario de ejecución y hayan puesto fechas en las que ciertas fases del trato tengan que completarse, pero este es un contrato fraudulento y un contrato fraudulento no tiene validez legal una vez que se ha probado que es un fraude. Por lo tanto, las posibles fechas establecidas arbitrariamente en última instancia no son importantes.

- Shelley Ann Clark: He estado tentada de viajar por Canadá, de explicar a los canadienses lo que se e intentar conseguir que hagan algo al respecto. Cien o doscientas cartas no son suficientes. Se necesitan manifestaciones masivas, cientos de miles de cartas. Una vez que en la Colina del Parlamento se den cuenta de que el país entero lo sabe, entonces los parlamentarios tendrán que hacer algo.

Durante las pasadas elecciones pensé que podría hacer algo con el apoyo del Partido Nacional, que una persona como Mel Hurtig –presidente fundador del Consejo de Canadienses– utilizaría al máximo a alguien como yo. Tengo información de primera mano: me ordenaron que cometiera actos fraudulentos. ¿Qué hicieron Mel Hurtig y el Partido Nacional?. ¡Nada!. Me pagaron 1.000 dólares como honorarios, pero no me dieron fondos para publicidad o para cubrir los otros gastos que son necesarios para conseguir llevar las ideas a los votantes. La gente de mi distrito electoral preguntaba: “¿por qué, con lo que tienes que contar, no puedes conseguir ningún apoyo?. ¿Por qué no aparece tu imagen por todas partes?”.

- Kealey: Ya sabemos el porqué, porque después de las elecciones recibimos alguna documentación y he estado en contacto con algunos candidatos del Partido Nacional. Me enteré. Conseguí pruebas de que el Partido Nacional manipuló ciertos distritos electorales para impedir que sus candidatos ganaran las elecciones. Si no tenían posibilidades, les daban cuatro o cinco mil dólares. Si tenían alguna posibilidad de ganar, entonces sólo les daban mil dólares.

La documentación que tenemos ahora indica que en 1972 Mel Hurtig era candidato de los Liberales. Él también había estado vinculado al Canadian Institute for International Affairs –Instituto Canadiense para Asuntos Internacionales–. (Nota: el “gemelo” canadiense del CFR y el RIIA). Estaba en un programa que seguía las recomendaciones de las reuniones de los miembros de Bilderberg que se habían celebrado en la Laurentidas y en Vermont. Cuando vinculas a Mel Hurtig directamente con la cuadrilla del Nuevo Orden Mundial, adivinas muy rápidamente la razón por la que él estaba donde estaba durante las últimas elecciones. Estaba regalando el Oeste de Canadá al mismo grupo al que Mulroney y su banda habían entregado el resto del país.

También está Bill Loewen. Tenemos pruebas de que Bill Loewen, que tenía una empresa llamada Comcheq, vendió su empresa al Canadian Imperial Bank of Commerce por 160 millones de dólares justo un año antes de las elecciones. Me atrevería a apostar que Bill Loewen vendió su empresa por 150 millones de dólares y consiguió 10 millones de dólares de los banqueros para crear un partido político con un único objetivo: eliminar la disidencia sobre el Tratado de Libre Comercio del Partido Socialdemócrata en el Oeste, de manera que los Liberales pudieran ganar.

Esto es exactamente lo que pasó por todo el Oeste y la razón por la cual hoy los Liberales tienen mayoría. Los votos socialdemócratas que se llevó el Partido Nacional permitieron que ganaran los Liberales con un escaso margen.



La Asamblea Nacional de Quebec

¿Qué nos queda?. Brian Mulroney, que con el dinero que robó a los canadienses durante los años que ejerció el cargo, pudo comprar las elecciones de 1993. En mi opinión, así es como lo hizo:

1. Presentó a Lucien Bouchard a los quebequenses y le convirtió en un héroe separatista fingiendo una pelea pública con él sobre el papel de Quebec en Canadá. Bouchard se convirtió en el político más popular de Quebec y llevó a su partido, el Bloc Québéquois, con el apoyo financiero de Mulroney, a la victoria en Quebec. El Bloque incluso se convirtió en la Oposición Oficial en el Parlamento canadiense después de las elecciones de 1993.

2. Usó su considerable influencia y dinero para convencer a todos los “peces gordos” conservadores de que se retiraran de las elecciones de 1993. Esto garantizó a los Liberales (equipo 2) bajo Mitchell Sharp (el hombre de los banqueros en Ottawa) y Jean Chretien (un títere de Charlie McCarthy como Ronald Reagan) una buena oportunidad de conseguir una amplia mayoría.

3. Colaboró con el plan de Conrad Black –miembro de Bilderberg, magnate de la prensa ahora deshonrado y arruinado– para financiar el Partido Reformista en Ontario (limitando su posibilidades e influencia allí) al permitir que Preston Manning (un líder con vínculos en la CIA en 1967-1968) se dirigiera al Canadian Club –club exclusivo que incluye entre sus miembros a los agentes de bolsa más importantes del país– y otros con la condición de que advirtieran a los quebequenses de que debían actuar como las otras provincias o “largarse”. Este mensaje era completamente opuesto a la posición de Alberta durante el referéndum de 1980 sobre la independencia de Quebec, cuando les dijeron a los quebequenses que eran apreciados y queridos en Canadá.

4. Colaboró con banqueros (Canadian Imperial Bank of Commerce) para financiar la creación del nuevo Partido Nacional por parte de Bill Loewen. Este nuevo partido político, con Mel Hurtig como líder –miembro entre 1968 y 1972 del elitista Instituto Canadiense de Asuntos Internacionales–, engañaría a 200.000 canadienses antiguos votantes del NDP (de izquierda) opuestos al libre comercio, permitiendo así que los Liberales y los Reformistas ganaran en muchas de las circunscripciones clave del NDP.

5. Destruyó a Kim Campbell, el nuevo líder Conservador, usando los medios de comunicación bajo su control –para que le hicieran el trabajo sucio–. El resultado final fue que sólo dos Conservadores fueron elegidos y que el político más odiado en el Canadá francófono condujo al único partido político con miembros de costa a costa a un gobierno de mayoría en Canadá.

6. Cuando Quebec se independice de Canadá, podrá financiar la construcción del proyecto Grand Canal de Simon Riesman (100.000-200.000 millones de dólares) y otros proyectos de trasvase de agua en el norte. Poseerá, controlará y trasvasará agua, a cambio de dinero, hacia EE.UU. y México.

7. De manera que lo que tenemos es un plan para la desintegración de Canadá preparado por Mulroney y los banqueros: el primer paso es conseguir que Quebec se independice; el segundo, integrar al resto de Canadá en los Estados Unidos; el tercero, conseguir que los habitantes del norte de Quebec se rebelen; el cuarto, enviar a los militares de Fort Drum como cascos azules –base militar situada en el Estado de Nueva York, al otro lado de la frontera de Kingston en el lado canadiense. El plan secreto implicaría la petición del gobierno canadiense de ayuda y soldados estadounidenses vestidos de cascos azules de las Naciones Unidas que entrarían para ofrecer ayuda– y el quinto, construir el Grand Canal.

- Shelley Ann Clark: Algo de esto lo he visto confirmado en documentos. En marzo de 1988 se difundió una circular en la Oficina de Libre Comercio que ordenaba que todos los documentos usados en las sesiones de negociación debían ser entregados a una persona en particular que se encargaría de catalogarlos para los archivos. Una hora después de recibir la circular, Germain Denise me llevó a su oficina, me pidió que cerrara la puerta, que me sentara y que prestara mucha atención a lo que iba a decirme: si me desviaba lo más mínimo, afirmó que acabaría con mi carrera en la función pública en Ottawa, ¡en todas partes!.




- MC: ¿No tiene la sensación de estar en una posición bastante comprometida?.
Shelley Ann Clark: Mi vida parece estar en peligro en cualquier momento. Si ahora viajara a los Estados Unidos, hay quien cree que estaría muerta (–de hecho, Marcel Masse, un político conservador del gobierno Mulroney, y Stephen Lewis, embajador canadiense ante las Naciones Unidas bajo el Primer Ministro Mulroney, intentaron conseguir su traslado a Nueva York–). Pero tiene que entender que todavía no somos parte de los Estados Unidos, que todavía vivimos en este bendito país que es Canadá. Menos Mulroney, Germain Denis y Gerald Shannon –en aquel momento vice-ministro de Comercio Internacional–, no se quien más estaba en el ajo, pero se ahora que pasan cosas entre bastidores, que hay gente que quiere que revele lo que se. Esto en realidad podría incluir a la Real Policía Montada de Canadá (RCMP) o tal vez incluso al CSIS (Canadian Security Intelligence Service, encargado de las operaciones de espionaje de Canadá), no estoy segura. Me han enviado mensajes que no entiendo: que lo más seguro que puedo hacer es revelar lo que sé.

- MC: Tal vez la están convirtiendo en una especie de chivo expiatorio.
Shelley Ann Clark: Tal vez. En agosto o septiembre del año pasado dejé de tener miedo. Había vivido muerta de miedo durante seis años, más que miedo: pánico absoluto. Temía por mis niños, temía por mí. Llegó un punto en que prefería estar muerta a seguir con vida. La mera existencia alcanza un punto donde no puedes ver cómo puedes continuar. Quiero decir que, si sabes que te van a matar, en un determinado momento te paras y dices: “hacedlo ahora. No voy a preocuparme por ello”. Me costó seis años alcanzar ese punto. Y luego comencé a pensar que tenemos un deber para con la gente que nos trajo al mundo, para con la gente que dejaremos atrás y para con la tierra que permanece constante. Tomé la decisión de dejar de estar asustada y de repente ya no tenía miedo. Decidí contar al mundo lo que sé.

  Kralik: Superó la barrera de miedo.
Shelley Ann Clark: Superé la barrera de miedo. Ahora vuelvo a trabajar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, en una posición de mucha responsabilidad, de manera que si algo me ocurriera con lo conocida que soy en este país ahora, me atrevo a decir que estallaría una revolución, pienso que para todo hay un límite.

- Kealey: Al emplear de nuevo a Shelley Ann, los liberales están diciendo: “Nosotros no tuvimos nada que ver con aquello”.

- Shelley Ann Clark: Un mes después de ganar las elecciones, los Liberales intentaron rectificar mi situación. Me encontré con un parlamentario del Partido Reformista en el Parlamento y comprendí que tuve que hacer esto porque yo había prometido a los canadienses que lo haría.

Quizá nunca conozcamos la historia completa. Cuando recibimos la circular que pedía que se enviara todo el material relativo a las negociaciones a los archivos, Germain Denis me ordenó que sacara todos los documentos de negociación de su caja fuerte y los pusiera en el maletero de su coche. Me dio las llaves de su coche. Me dijeron que los sacara en intervalos de dos horas y si me parecía que iba muy lenta que aumentara a intervalos de una hora, pero que no me pillaran ni dijera nada. “Cuando aparezcan, Shelley Ann, y le pidan que entregue los documentos al archivista…”. “Sí, ¿qué pasará cuando no tenga nada que darle?”. “Dígales, lo siento, comenzamos a cerrar antes de que llegara la circular. El señor Denis me ordenó que lo destruyera todo”.

Éstas eran mis órdenes y por supuesto me llevó desde las 10:30 de la mañana hasta las 6:30 de la tarde. Llevé un total de siete cajas de fotocopiadora grandes al maletero de aquel funcionario.

¿Qué más puedo decir? La verdad sigue un curso tortuoso pero estable; tarde o temprano, como un río que nace en la montaña, se libera de su prisión subterránea y fluye libre por la ladera. Hace unos minutos alguien me hablaba de teorías sobre conspiraciones. ¿Teoría? Esto son hechos. Yo estaba allí.

Fin del Reportaje.





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