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18 junio 2016

PSEUDO CIENCIA EN EL PAIS NAZI (II Parte)


El Retorno de los Brujos

ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTO






Autores: Louis Pauwels y Jacques Bergier 



El nazismo constituyó uno de los raros momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta se abrió sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los hombres pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los ruidos del desbarajuste bélico y político. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es.


En un artículo de la Tribune des Nations, un historiador francés expresa lisa y llanamente el conjunto de insuficiencias intelectuales que suelen mencionarse siempre que se habla del hitlerismo. Analizando la obra: Hitler desenmascarado, publicada por el doctor Otto Dietrich, que fue durante doce años jefe del servicio de Prensa del Führer, M. Pierre Cazenave escribe:

Sin embargo, el doctor Dietrich se contenta demasiado fácilmente con una frase que, en un siglo positivista, no sirve para explicar a Hitler. "Hitler —dice— era un hombre demoníaco, que se dejaba arrastrar por ideas nacionalistas delirantes." ¿Qué quiere decir demoníaco? En la Edad Media, habría dicho de Hitler que estaba poseso. Pero, ¿y hoy? O la palabra demoníaco no significa nada, o significa poseído del demonio. Pero, ¿qué es el demonio? ¿Cree acaso el doctor Dietrich en la existencia del Diablo? Hay que entenderse. A mí la palabra demoníaco no me satisface.

Y la palabra delirante tampoco. Quien dice delirio dice enfermedad mental. Delirio maníaco. Delirio melancólico. Delirio de persecución. Nadie duda de que Hitler era un psicópata e incluso un paranoico, pero los psicópatas e incluso los paranoicos andan por la calle. Pero existe una diferencia entre esto y la locura más o menos sistematizada y cuya observación y diagnóstico hubiesen llevado consigo el internamiento del afectado. En otras palabras: ¿Era Hitler responsable? A mi entender, sí. Y por esto descarto la palabra delirio, como descarto el adjetivo demoníaco, ya que a nuestros ojos la demonología sólo tiene un valor histórico.

A nosotros no nos satisface la explicación del doctor Dietrich. El destino de Hitler y la aventura de un gran pueblo moderno bajo su dirección no podrían describirse enteramente partiendo de la locura y de la posesión demoníaca. Pero tampoco nos satisface la crítica del historiador de la Tribune des Nations. Hitler, afirma, no era clínicamente loco. Y el Demonio no existe. No hay que descartar, pues, la noción de responsabilidad. Esto es verdad. Pero nuestro historiador parece atribuir virtudes mágicas a esta noción de responsabilidad. Apenas la ha evocado, la historia fantástica del hitlerismo le parece clara y reducida a las proporciones del siglo positivista en el cual pretende que vivimos. Esta actitud escapa tanto a la razón como la de Otto Dietrich. Y es que el término «responsabilidad» es, en nuestro lenguaje, una transposición de lo que era la «posesión demoníaca» para los tribunales de la Edad Media, según demuestran los grandes procesos políticos modernos.

Si Hitler no era un loco ni un poseso, lo cual es posible, la historia del nazismo seguiría, empero, siendo inexplicable a la luz de un «siglo positivista». La psicología profunda nos revela que hay acciones aparentemente racionales del hombre que están gobernadas en realidad por fuerzas que él mismo ignora o que están ligadas a un simbolismo absolutamente ajeno a la lógica corriente. Sabemos, por otra parte, no que el Demonio no exista, sino que es algo distinto de la visión que de él tenían en la Edad Media. En la historia del hitlerismo, o mejor, en ciertos aspectos de esta historia, todo ocurre como si las ideas-fuerza escapasen a la crítica histórica habitual, y como si necesitásemos, para comprenderlo, abandonar nuestra visión positiva de las cosas y esforzarnos en penetrar en un Universo donde han cesado de conjugarse la razón cartesiana y la realidad.

Nos hemos impuesto la tarea de escribir estos aspectos del hitlerismo, porque, como dijo muy bien M. Marcel Ray en 1939, la guerra que Hitler impuso al mundo fue «una guerra maniquea, o, como dice la Escritura, una lucha de dioses». No se trata, entiéndase bien, de una lucha entre fascismo y democracia, entre la concepción liberal y la concepción totalitaria de las sociedades. Esto es el exoterismo de la batalla. Y hay un esoterismo (1). Esta lucha de dioses, que se desarrolló detrás de los acontecimientos visibles, no ha terminado en el mundo, sino que los progresos formidables del saber humano en los últimos años se disponen a darle otras formas. Cuando las puertas del conocimiento empiezan a abrirse al infinito, importa capturar el sentido de esta lucha. Si queremos futuro, debemos tener una visión exacta y profunda del momento en que lo fantástico ha empezado a invadir la realidad. Vamos a estudiar este momento.

(1) C. S. Lewis, profesor de teología en Oxford, había anunciado, en 1937, en una de sus novelas simbólicas. El silencio de la Tierra, el comienzo de una guerra por la posesión del alma humana, y cuya forma exterior será una terrible guerra material. Después volvió sobre la misma idea en otras dos obras: Perelandra y Esa horrenda fortaleza. 'El último libro de Lewis se titula Hasta que tengamos rostros, En este gran relato poético y profético se encuentra la frase admirable: «Los dioses no nos hablarán cara a cara hasta que nosotros mismos tengamos un rostro.»


Pero, ¿de dónde procedía esta extraña enfermedad? En parte alguna hallaba respuesta satisfactoria. «Sus raíces más profundas arraigan en regiones ocultas.» Estas regiones nos parecen dignas de ser exploradas. Y no será un historiador, sino un poeta, quien nos servirá de guía.

«En el fondo —decía Rauschning— todo alemán tiene un pie en la Atlántida, donde busca una patria mejor y un mejor patrimonio. Esta doble naturaleza de los alemanes, esta facultad de desdoblamiento que les permite, al mismo tiempo, vivir en el mundo real y proyectarse a un mundo imaginario, se manifiesta de manera especial en Hitler y nos da la clave de su socialismo mágico.» Y Rauschning, tratando de explicarse la subida al poder de este «sumo sacerdote de la religión secreta», intentaba persuadirse de que, muchas veces en la Historia, «naciones enteras cayeron en una inexplicable agitación. Entonces emprendían marchas de flageladores. Un baile de San Vito las sacudía».

«El nacionalsocialismo —concluía— es el baile de San Vito del siglo xx

La tierra cóncava, el mundo helado, el hombre nuevo. —Somos enemigos del espíritu. — Contra la Naturaleza y contra Dios. — La sociedad del Vril. — La raza que nos suplantará. — Haushoffer y el Vril. — La idea de mutación del hombre. — El Superior Desconocido. Encuentro de Mathers, jefe de la Golden Dawn, con los grandes Terroríficos. — Hitler dice que también los ha visto. —¿Alucinación o presencia real?— Una puerta abierta sobre otra cosa. — Una profecía de René Guénon. — El primer enemigo de los nazis: Steiner.

La tierra es cóncava. Moramos en su interior.

Los astros son bloques de hielo. Varias lunas han caído ya sobre la Tierra. La nuestra caerá también. Toda la historia de la Humanidad se explica por la batalla entre el hielo y el fuego.

El hombre no está acabado. Está al borde de una formidable mutación que le dará los poderes que los antiguos atribuían a los dioses. Algunos ejemplares del hombre nuevo existen ya en el mundo, venidos tal vez de allende las fronteras del tiempo y del espacio.

Existe una posibilidad de alianza con el Dueño del Mundo, con el «Rey del Miedo», que reina en una ciudad oculta en algún lugar de Oriente. Los que celebren el pacto cambiarán por muchos milenios la superficie de la Tierra y darán sentido a la aventura humana.

Tales son las teorías científicas y los conceptos religiosos que alimentaron el nazismo original, y en los que creían Hitler y los miembros del grupo al que pertenecía, y que, en proporción considerable, orientaron los hechos sociales y políticos de la Historia reciente. Esto parece una extravagancia. La explicación, siquiera parcial, de la Historia contemporánea, partiendo de tales ideas y creencias, puede parecer repugnante. Pero nosotros creemos que nada es repugnante cuando se trata de la verdad. Sabido es que el partido nazi se mostró francamente, e incluso ruidosamente, antiintelectual, y que quemó los libros y rechazó a los físicos teóricos del campo enemigo «judeomarxista». Es menos sabido el porque, y en favor de qué explicaciones el mundo rechazó las ciencias occidentales oficiales. Y se sabe menos aún en qué concepto del hombre se apoyaba el nazismo, al menos en el espíritu de algunos de sus jefes. Cuando se sabe todo esto, se sitúa mejor la última guerra mundial en el marco de los grandes conflictos espirituales; la Historia recobra el aliento de la Leyenda de los Siglos.



VIDEO: QUEMA DE LIBROS, BERLIN 1933


«Se nos lanzan anatemas como si fuésemos enemigos del espíritu —decía Hitler—. Pues bien, sí, lo somos. Pero en un sentido mucho más profundo de lo que haya soñado jamás la ciencia burguesa, en su imbécil orgullo.» Es aproximadamente lo mismo que declaraba Gurdjieff a su discípulo Ouspensky después de haber enjuiciado a la ciencia: «Mi camino es el del desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Es un camino contra la Naturaleza y contra Dios.»

Esta idea de las posibilidades ocultas del hombre es esencial. Conduce a menudo a la repulsa de la ciencia y al desprecio de la Humanidad corriente. Según esta idea, muy pocos hombres existen realmente. Ser, es ser diferente. El hombre corriente, el hombre en su estado natural, no es más que una larva, y el Dios de los cristianos no es más que un pastor de larvas.

El doctor Willy Ley, uno de los más grandes expertos del mundo en materia de cohetes, huyó de Alemania en 1933. Por él nos hemos enterado de la existencia en Berlín, poco antes del nazismo, de una pequeña comunidad espiritual que reviste un gran interés para nosotros.





Esta comunidad se fundaba, literalmente, en una novela del escritor inglés Bulwer Lytton: La raza que nos suplantará. Esta novela presenta a unos hombres cuyo psiquismo está mucho más desarrollado que el nuestro. Han adquirido poderes sobre ellos mismos y sobre las cosas que los hacen semejantes a los dioses. Por lo pronto, siguen ocultos. Habitan en cavernas, en el centro de la Tierra. Pronto saldrán de ellas para reinar sobre nosotros.

Esto era todo lo que parecía saber el doctor Willy Ley. Añadía, sonriendo, que los discípulos creían poseer ciertos secretos para cambiar de raza, para igualarse a los hombres ocultos en el fondo de la Tierra. Eran métodos de concentración y toda una gimnasia interior para transformarse. Comenzaban sus ejercicios contemplando fijamente la estructura de una manzana partida en dos... Nosotros proseguimos la investigación, Esta sociedad berlinesa se llamaba: «La Logia Luminosa» o «Sociedad del Vril». El Vril es la enorme energía de la cual sólo utilizamos una ínfima parte en la vida ordinaria, el nervio de nuestra divinidad posible. El que llega a ser dueño de un vril se convierte en dueño de si mismo, de los demás y del mundo (1) Aparte de esto, no hay nada deseable. Todos nuestros esfuerzos deben tender a ello. Todo lo demás pertenece a la psicología oficial, a la moral, a las religiones, al viento. El mundo va a cambiar. Los Señores saldrán de debajo de la Tierra. Si no hemos celebrado una alianza con ellos, si no somos también señores, nos veremos entre los esclavos, entre el estiércol que servirá de abono a las nuevas ciudades.

La «Logia Luminosa» tenía amigos en la teosofía y en los grupos de la Rosacruz. Según Jack Belding, autor de la obra “Los Siete hombres de Spandau”(2) Karl Haushoffer perteneció a esta Logia. Tendremos que hablar mucho de éste, y veremos cómo su paso por esta «sociedad del vril» aclara algunas cosas.

1. El lector recordará, tal vez, que detrás del escritor Arthur Machen, descubrimos una sociedad secreta inglesa, la Golden Dawn. Esta sociedad neopagana, a la que pertenecían grandes ingenios, había nacido de la sociedad inglesa de la Rosacruz, fundada por Wentworth Little en 1876. Little estaba en relación con los rosacrucianos alemanes. Reclutó sus adeptos, en número de ciento cuarenta y cuatro, entre los dignatarios masones. Uno de tales adeptos fue Bulwer Lytton.  la idea de «vril» se encuentra, en su origen, en la obra del escritor francés Jacolliot, cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio.2. Se encuentra la misma indicación en “Las Estrellas en tiempo de guerra y de paz”,  de Luis de Wohl, escritor húngaro que dirigió durante la guerra la oficina de investigación sobre Hitler y los nazis, del servicio de información inglés.




Bulwer Lytton, erudito genial, mundialmente célebre por su relato Los últimos días de Pompeya, no esperaba sin duda que su novela inspirase, varias décadas más tarde y en Alemania, a un grupo místico prenazi. Sin embargo, en otras obras, como La raza que nos suplantará o Zanoni, hacía gran hincapié en realidades del mundo espiritual y, particularmente, del mundo infernal. Se consideraba un iniciado. A través de las fábulas novelescas, expresaba su certeza de que existen seres dotados de poderes sobrehumanos. Estos seres que suplantarán y conducirán a los elegidos de la raza humana a una formidable mutación.

Hay que tener cuidado con esta idea de mutación de la raza. Volveremos a encontrarla en Hitler (1) y en la actualidad no está extinguida. Hay que guardarse también de la idea de los «Superiores Desconocidos». La encontramos en todas las místicas negras de Oriente y de Occidente. Habitantes subterráneos o venidos de otros planetas, gigantes semejantes a los que se dice que duermen bajo una concha de oro en las criptas tibetanas, o bien presencias informes y terroríficas según las describía Lovecraft, estos «Superiores Desconocidos» evocados en los ritos paganos y luciferinos, ¿existen acaso? Cuando Machen habla del mundo del Mal, lleno de cavernas y de habitantes crepusculares, se refiere, como buen discípulo de la Golden Dawn, al otro mundo, a aquel en que el hombre entra en contacto con los «Superiores Desconocidos». Nos parece cierto que Hitler compartía esta creencia. Más aún: que creía haber estado en contacto con los «Superiores».

(1) «El objetivo de Hitler no es la implantación de la raza de los Señores, ni la conquista del mundo; esto sólo son medios de la gran obra señalada por Hitler; el fin verdadero es hacer obra de creación, obra divina, mutación biológica; resultado de ello sería una ascensión de la Humanidad todavía no igualada, "la aparición de una humanidad de héroes, de semidioses, de hombres-dioses".» Doctor Achule Delmas.


Hemos citado la Golden Dawn y la «Sociedad del Vril» alemana. Enseguida hablaremos del grupo «Thule». No somos tan locos como para querer explicarla Historia por las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación y que, con el nazismo, el «otro mundo» reinó sobre nosotros durante algunos años. Ha sido vencido. Pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia.




Hemos dicho ya que Samuel Mathers fundó la Golden Dawn. Mathers pretendía estar en relación con los «Superiores Desconocidos» y haber entablado contacto con ellos en compañía de su madre, hermana del filósofo Henri Bergson. He aquí un pasaje del manifiesto a los «Miembros del Segundo Orden», que escribió en 1896.

«Con referencia a estos Jefes Secretos a que me refiero, y de los cuales he recibido la sabiduría del Segundo Orden que os he comunicado, nada puedo deciros. Ignoro incluso sus nombres terrenales y sólo los he visto muy raras veces en su cuerpo físico... Nos encontramos físicamente en tiempos y lugares previamente fijados. En mi opinión son seres humanos que viven en esta Tierra, pero que poseen poderes terribles y sobrehumanos... Mis relaciones físicas con ellos me han enseñado lo difícil que es para un mortal, por muy avanzado que sea, aguantar su presencia. No quiero decir con ello que, en estos raros encuentros, experimentase el efecto de la depresión física intensa que sigue a la pérdida del magnetismo. Por el contrario, me sentía en contacto con una fuerza tan terrible, que sólo puedo compararla al efecto experimentado por alguien que se encontrara cerca de un relámpago durante una violenta tempestad acompañado de una gran dificultad de respirar... La postración nerviosa de que os he hablado iba acompañada de sudores fríos y de pérdida de sangre por la nariz, por la boca y a veces por los oídos.»

Hitler hablaba un día con Rauschning, jefe del gobierno de Danzig, sobre el problema de la mutación de la raza humana. Rauschning, que no poseía la clave de tan extraña preocupación, atribuyó a las palabras de Hitler el propósito del cultivador que trataba de mejorar la sangre alemana.

Pero usted no puede hacer más que ayudar a la Naturaleza —le dijo—, abreviar el camino a recorrer. Es preciso que la propia Naturaleza le dé una variedad nueva. Hasta ahora, el ganadero ha logrado muy raras veces, en la especie animal, efectuar mutaciones, es decir, crear él mismo caracteres nuevos.

—¡El hombre nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! —exclamó Hitler, con voz triunfal—. ¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al hombre nuevo. Es intrépido y cruel. Ante él, he tenido miedo.
«Al pronunciar estas palabras —añade Rauschning—, Hitler temblaba con ardor extático.»

Y Rauschning refiere también esta extraña escena, sobre la cual se interroga en vano el doctor Achule Deimas, especialista en psicología aplicada. La psicología, en efecto, no es aplicable a este caso:

«Una persona próxima a él, me dijo que Hitler se despierta por las noches, lanzando gritos convulsivos. Pide socorro, sentado en el borde de su cama, y está como paralizado. Es presa de un pánico que le hace temblar hasta el punto de sacudir el lecho. Profiere voces confusas e incomprensibles. Jadea como si estuviera a punto de ahogarse. La misma persona me contó una de estas crisis, con detalles que me negaría a creer si procedieran de una fuente menos segura. Hitler estaba en pie en su habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado. "¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!", gemía. Sus labios estaban pálidos. Por su cara resbalaban gruesas gotas de sudor. De pronto, pronunció unos números sin sentido, algunas palabras y trozos de frases. Era algo espantoso. Empleaba palabras muy extrañas, uniéndolas de un modo chocante. Después, volvió a quedar silencioso, pero siguió moviendo los labios. Entonces le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto, rugió: "¡Allí! ¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!" Daba patadas en el suelo y chillaba. Le tranquilizaron diciéndole que nada ocurría de extraordinario, y se fue calmando poco a poco. Durmió muchas horas y volvió a ser un hombre casi normal y soportable...»(1)

(1) Hermann Rauschning, Hitler me dijo. Doctor Achule Deimas: Hitler, ensayo de biografía psicopatológica.


Dejemos al lector el trabajo de comparar las declaraciones de Mathers, jefe de una pequeña sociedad neopagana de fines del siglo XIX, con las palabras de un hombre que, en el momento en que Rauschning las recogió, se aprestaba a lanzar al mundo a una aventura que le costó veinte millones de muertos. Y le rogamos que no desprecie esta comparación y sus enseñanzas, bajo el pretexto de que la Golden Dawn y el nazismo no pueden, a los ojos del historiador razonable, medirse por el mismo rasero. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es. Las mismas creencias animan a los dos hombres, sus experiencias fundamentales son idénticas, y la misma fuerza los guía. Pertenecen a la misma corriente de ideas, a la misma religión. Esta religión no ha sido nunca realmente estudiada. Ni la Iglesia, ni el racionalismo, que es otra iglesia, lo han permitido. Entramos en una época del conocimiento en que tales estudios serán posibles porque, al descubrir la realidad de su lado fantástico, algunas ideas técnicas que nos parecen absurdas, despreciables u odiosas, nos parecerán entonces útiles para la comprensión de algo real y cada vez menos tranquilizador.

No proponemos al lector que estudie la filiación Rosacruz - Bulwer Lytton -Little - Mathers - Crowley - Hitler, ni otra filiación del mismo genero, donde encontrarían también a Madame Blavatsky y a Gurdjieff. El juego de las filiaciones es como el de las influencias en literatura. Una vez terminado, sigue el problema: el del genio, en literatura; el del poder, en Historia. La Golden Dawn no basta para explicar el grupo «Thule» o la «Logia Luminosa», la Ahnenherbe. Naturalmente, hay muchas interferencias, pasajes clandestinos o confesados de un grupo a otro. No dejaremos de señalarlos. Es algo apasionante, como toda pequeña historia. Pero nuestro objeto es la gran Historia. Pensamos que estas sociedades, pequeñas o grandes, ramificadas o no, conexas o inconexas, son manifestaciones más o menos claras, más o menos importantes, de otro mundo distinto al que vivimos. Decimos que es el mundo del Mal, en el sentido que le daba Machen. Pero no conocemos mejor el mundo del Bien. Vivimos entre dos mundos y tomamos el planeta entero por la no man's land. El nazismo constituyó uno de los raros momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta se abrió sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los hombres pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los ruidos del desbarajuste bélico y político.


























Todos estos movimientos: Rosacruz moderna, Golden Dawn y «Sociedad del Vril» alemana (que nos conducirán al grupo «Thule», donde encontraremos a Haushoffer, a Hess y a Hitler), tenían algo que ver con la «Sociedad Teosófica», poderosa y bien organizada. La teosofía añadía a la magia neopagana un aparato oriental y una terminología hindú. O mejor dicho, abría a un cierto Oriente luciferino las rutas de Occidente. Bajo el nombre de teosofismo, se acabó por comprender todo el vasto movimiento del renacimiento mágico que trastornó no pocas inteligencias a comienzos de siglo.

En su estudio La Teosofía, historia de una seudorreligión, publicado en 1921, el filósofo René Guénon se muestra profeta. Ve surgir los peligros detrás de la teosofía y de los grupos de iniciación neopaganos, más o menos relacionados con la secta de Madame Blavatsky.

Escribe:

«Los falsos mesías que hemos conocido hasta la fecha, sólo han realizado prodigios de calidad bastante inferior, y los que los siguieron eran, probablemente, personas fáciles de embaucar. Pero, ¿quién sabe lo que nos reserva el porvenir? Si pensamos que estos falsos mesías no han sido más que instrumentos más o menos inconscientes en manos de los que los promovieron, y si los relacionamos en particular con la serie de tentativas sucesivas realizadas por los teósofos, nos sentimos inclinados a pensar que no fueron más que ensayos, experimentos de alguna clase, que se renovarán en formas diversas hasta obtener el éxito, y que, mientras tanto, dan siempre por resultado el provocar cierta turbación en los espíritus. No creemos, por otra parte, que los teósofos, al igual que los ocultistas y los espiritistas, tengan fuerza suficiente para realizar por sí solos semejante empresa. Pero, ¿no puede haber, detrás de todos estos movimientos, algo mucho más temible, desconocido acaso por sus propios jefes y de lo que no son más que simples instrumentos?»

Es también la época en que un extraordinario personaje, Rudolf Steiner, crea en Suiza una sociedad de investigación que se apoya en la idea de que el Universo entero está contenido en el espíritu humano, y de que este espíritu es capaz de una actividad que no puede medirse por el rasero de la psicología oficial. En realidad, ciertos descubrimientos steinerianos en biología (los abonos que no destruyen el suelo), en medicina (utilización de metales que modifican el metabolismo) y sobre todo en pedagogía (numerosas escuelas steinerianas funcionan actualmente en Europa), han enriquecido notablemente a la Humanidad. Rudolf Steiner creía que hay una forma negra y una forma blanca en la investigación «mágica». Opinaba que la teosofía y las diversas sociedades neopaganas procedían del gran mundo subterráneo del Mal y eran anuncio de una edad demoníaca. Y se apresuró a montar, en el seno de su propia enseñanza, una doctrina moral que obligaba a los «iniciados» a emplear sólo fuerzas benéficas. Quería crear una sociedad de hombres de buena voluntad.



Steiner con el modelo del Goetheanum


No queremos discutir si Steiner tenía razón o estaba equivocado, si poseía o no la verdad. Pero nos llama la atención que los primeros grupos nazis parecieron considerar a Steiner como el enemigo número uno. Los hombres de acción de la primera época disuelven por la violencia las reuniones de los steinerianos, amenazan de muerte a sus discípulos, les obligan a huir de Alemania, y, en 1924, incendian el centro construido por Steiner en Dornach, Suiza. Los archivos son pasto de las llamas; Steiner no puede ya trabajar, y muere de dolor un año más tarde.

Hasta aquí hemos descrito los antecedentes del elemento fantástico del hitlerismo. Ahora entramos en lo que constituye realmente nuestro tema. Dos teorías florecieron en la Alemania nazi: la del mundo helado y la de la tierra cóncava. Son dos explicaciones del mundo y del hombre que resucitan datos tradicionales, justifican algunos mitos y ponen de nuevo sobre el tapete cierto número de «verdades» elaboradas por grupos de iniciación, desde los teósofos a Gurdjieff. Pero estas teorías fueron expuestas con gran aparato político-científico. A punto estuvieron de arrojar de Alemania la ciencia moderna, tal como nosotros la consideramos. Reinaron sobre muchos espíritus. Además, determinaron ciertas decisiones militares de Hitler, influyendo a veces en la marcha de la guerra y contribuyendo a la catástrofe final. Hitler, arrastrado por esas teorías y especialmente por la idea del diluvio sacrificial, quiso llevar a todo el pueblo alemán a la aniquilación total.

Ignoramos la causa de que estas teorías, con tanto empeño afirmadas, en las que comulgaron docenas de hombres e inteligencias destacadas y por las que se hicieron tantos sacrificios materiales y humanos, no hayan sido todavía estudiadas por nosotros y sean incluso desconocidas para muchos.

Vedlas aquí, con su génesis, su historia, sus aplicaciones y su posteridad.

Continuaremos…


En la próxima entrega del compendio del “Retorno de los brujos”, se describirá las Teorías pseudo-científicas de la Alemania nazi: el mundo helado y la tierra cóncava y las creencias de Hans Horbiger convertidas en ciencia oficial del Tercer Reich.

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14 junio 2016

PSEUDO CIENCIA EN EL PAIS NAZI (1)


Introducción

Una animación gráfica actual que representa una faceta oculta del nazismo, identificándose como una antigua Orden Caballeresca. 


Tito Andino U.



Parafraseando: Sabido es que el partido nazi se mostró franca e incluso ruidosamente, anti-intelectual, y que quemó los libros y rechazó a los físicos teóricos del campo enemigo «judeomarxista». Es menos sabido el por qué, y en favor de qué explicaciones rechazó las ciencias oficiales.
“No somos tan locos como para querer explicar la Historia por las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación y que, con el nazismo, “otro mundo” reinó sobre nosotros durante algunos años. Ha sido vencido, pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia…”. Louis Pauwels y Jacques Bergier



Un prólogo al nazismo “esotérico”


Hemos tomado el título de un artículo escrito en 1947, "Pseudoscience in Naziland", por el ingeniero alemán Willy Ley, para la revista de ciencia ficción ‘Astounding Science Fiction’. Ley reveló que la Alemania nazi dedicó  tiempo a la investigación de creencias esotéricas y pseudocientíficas. Su estudio gira alrededor del denominado Vril, cuyo término, según estudiosos, apareció por primera vez citado en una novela de ciencia ficción “The Coming Race or Vril: The Power of the Coming Race” (1871), de Edward Bulwer-Lytton.

Algunos partidarios de la Teosofía tomaron como auténtica esa narración sobre una sustancia de energía denominada ‘Vril’ y de una imaginaria raza superior que mora en las entrañas de la Tierra. Estos hechos, presuntamente son conexos con algunos estudios teóricos de científicos alemanes durante el Tercer Reich, bajo el concepto de ‘Wunderwaffe’ (armas maravillosas). Es verdad que el programa fue un fracaso; pero, por otro lado, los nazis consiguieron desarrollar innovadores artilugios bélicos, solamente por citar el primer misil balístico del mundo (V1-V2) y los primeros cazas de combate a propulsión. En esos tiempos  la ciencia alemana, en general, estaba muy avanzada y sin los entrometidos chiflados esotéricos que gobernaban el Tercer Reich, otro pudo haber sido el rumbo de la historia.

En 1960 un extraño libro escrito por Louis Pauwels y Jacques Bergier fue publicado bajo el título “Le Matin des Magiciens”, su versión en castellano es “El retorno de los brujos. Una introducción al realismo fantástico”. Aquí encontramos referencias sobre la existencia de una ‘Sociedad Vril’ de quien afirman era una comunidad secreta de ocultistas  aparecida antes de la toma del poder por los nazis, esta “Sociedad Vril” habría sido un grupo más hermético dentro de la "Sociedad Thule", interrelacionada con la "Orden Hermética del Amanecer Dorado". En otro trabajo relacionado, “Monsieur Gurdjieff”, Louis Pauwels expresa que la ‘Sociedad Vril’ fue creada por Georges Gurdjieff, especializado en metafísica y por el general alemán Karl Haushoffer, aprendiz de brujo y, sin duda, uno de los mentores de Adolf Hitler.

El libro “El retorno de los brujos”, es para el tiempo de su presentación (1960) una de las primeras investigaciones que afrontan el nazismo no solo como un fenómeno socio-político– económico de la época, sino que se adentró al lado siniestro de esa organización. La obra en si, seguramente muy conocida por nuestros lectores, no dedica en su extensión únicamente al denominado nacionalsocialismo (nazismo), ésta abarca otros aspectos de lo que se denomina pseudo-ciencia, y no por eso ajena a la curiosidad científica y académica, como la alquimia con su conocimiento alternativo de épocas pasadas, que en muchos casos no está opuesto a la ciencia. También nos encontramos con temas de esoterismo y su vínculo con los nazis, civilizaciones perdidas, parasicología y otros interesantes temas.

Los autores explican que: “Este libro no es una novela, aunque su intención sea novelesca. No pertenece a la science-fiction, aunque se rocen los mitos que alimentan este género. No es una colección de hechos chocantes, aunque el ángel de lo chocante se encuentre aquí en su elemento. Tampoco es una contribución científica, el vehículo de una asignatura desconocida, un testimonio, un documental o una moraleja. Es el relato, a ratos legendario y a ratos exacto, de un primer viaje a los dominios apenas explorados del conocimiento. Como en los manuscritos de los navegantes del Renacimiento, lo imaginario y lo verdadero, la interpolación aventurera y la visión exacta, se mezclan en él. Y es que no hemos tenido tiempo ni medios de llevar hasta el final nuestra exploración. Sólo podemos inspirar hipótesis y trazar bocetos de las vías de comunicación entre los diversos dominios que, por ahora, siguen siendo tierra prohibida, y en los que sólo hemos podido permitirnos breves estancias. Cuando hayan sido mejor explorados, sin duda se advertirá que muchas de nuestras palabras eran delirantes, como los relatos de Marco Polo. Es un riesgo que aceptamos de buen grado. «Había muchas tonterías en el libraco de Pauwels y Bergier”.

Dedicaremos esta y posteriores entregas exclusivamente a la Parte Segunda del libro en mención, titulada: “ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTO”, donde se desenrolla el complejo, pero apasionante período oscurantista que vivió Alemania durante doce años de reinado de un movimiento que se declaró “socialista” y defensor de los valores de la raza germánica.

Según Pauwels: “Este libro resume cinco años de búsqueda, en todos los sectores del conocimiento, en las fronteras de la ciencia y de la tradición”. Afirma que fruto de su investigación, junto a Bergier, pudo aprender sobre el comportamiento profundo del “espíritu” y los estados de la conciencia, la memoria y la intuición, esenciales para entender como funciona el espíritu moderno del hombre, quien busca mediante el conocimiento, la inevitable necesidad “de una especie de transmutación de la inteligencia”…

La hipótesis central de Bergier y Pauwels referentes a la  Alemania nazi se enmarca en:

- Exponer que solo una metamorfosis extrema de la base cultural y moral alemana permitiría explicar algo que sigue siendo tabú e inexplicable.

- Intentan demostrar (con éxito) el vínculo real del liderazgo nazi con grupos y creencias esotéricas.

- Comprender, incluso hoy en día, que un poder sombrío maniobró la Alemania nazi. Y esa fuerza o poder oscuro (clandestino y místico) se sustentaba en las creencias de antiquísimas sociedades secretas, que para algunos investigadores tiene raíces milenarias.

- Educar (adoctrinar) desde la enseñanza escolar en el convencimiento sobre mitos y doctrinas cosmologías absurdas como ciencia, que incuestionablemente se reconocieron como ‘ciencia oficial’ en la cultura de la Alemania nazi, como ejemplos: La teoría de la “tierra cóncava” y la teoría del "hielo eterno" de Horbiger.

Decían los autores que “En el país de Einstein y de Planck se empieza a profesar una física aria. En el país de Humboldt y de Haeckel, se empieza a hablar de razas. Nosotros pensamos que tales fenómenos no se explican por la inflación económica”. En efecto, en 1933, Hitler y los nazis asumen el poder, los alemanes se sienten complacidos en una buena mayoría, y es que, el sufrimiento pasado en la Gran Guerra, con una derrota que humilló y desmoralizó a la nación y, además, se les vino encima la alta inflación y el desempleo, por tanto, Hitler constituía una ilusoria opción para catalizar todo el sufrimiento y desesperación de postguerra. Desde su inició su discurso fue invariable hasta el día de su muerte, él era el Mesías Salvador de Alemania, su misión era redimir al pueblo “ario” germánico del nauseabundo control judío.



Willy Ley (derecha) junto a Heinz Haber (izquierda) y Wernher von Braun (medio), foto de 1954


Después de setenta años del final del nazismo, una ola inmensa de interpretaciones de estudiosos, historiadores, sociólogos, economistas e incluso psicólogos han intentando explicar que era el nazismo. Nadie negará que hasta hoy muchas situaciones continúan siendo enigmáticas o incluso no tenemos una respuesta que satisfaga la curiosidad del investigador o lector.

Cuántos de nosotros nos hemos topado, en nuestras lecturas sobre los nazis, con una pregunta lógica: ¿Cómo se hizo viable que un pueblo civilizado y culto, que dio grandes personajes en diversas ramas del saber, haya sido timado en tal grado por un simplista discurso entonado por un charlatán cuyo discurso no fue grandilocuente ni persuasivo?. “De hecho, la retórica de Hitler no tiene nada de persuasiva. Las más de las veces, es banal, infantil, repetitiva, desprovista de sustancia”, comentaban los autores del legado mesiánico al dar un repaso sobre el nazismo. Sin embargo, sumió al populacho “en una orgía de destrucción tan monstruosa”.

Hemos pasado revista cientos de veces al trabajo de investigadores. El fenómeno nazi se ha explicado por todos los ángulos del racionalismo, ya sea en el campo social, cultural, político y económico. Su surgimiento lo hemos achacado reiteradamente al “Tratado de Versalles, a la depresión, a la inflación galopante, a la pérdida del amor propio por parte de la nación alemana, al auge del comunismo, al derrumbamiento de la clase media, a otras muchas cosas”, afirman Baigent, Leigh y Lincoln, en un extraordinario análisis que posteamos anteriormente (ver: La Alemania nazi y la Rusia soviética: Sustitutivos de la fe).

Sin duda todo ello coadyuvó en su momento para el triunfo del movimiento nazi, más lo que tratamos de explicar traspasa las circunstancias históricas, para los autores arriba citados, el factor crucial que explica la esencia del nazismo es la premeditada inclusión del “impulso religioso del pueblo alemán”. Los nazis pretendían constituir una religión nueva. El factor religioso encubierto garantizó entre otras cosas el  fanatismo histérico, enérgico e incluso demoníaco.

Los nazis no triunfaron por su doctrina política, económica o social, sino por la imposición sigilosa y efectiva en la conciencia colectiva alemana de principios religiosos y mágicos. “La Alemania nazi ofrecía una cosmología, además de una filosofía y una ideología. Apelaba al corazón, al sistema nervioso, al inconsciente, además de a la inteligencia. Con este fin, empleaba muchas de las técnicas más antiguas de la religión: ceremonial complicado, cánticos, repetición rítmica, retórica mágica, color y luz”. (Baigent, Leigh y Lincoln)

Volviendo con Bergier y Pauwels, ellos fueron muy concientes de lo que escribieron, juntos aseveraron: “…No somos tan locos como para querer explicar la Historia por las sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación y que, con el nazismo, “otro mundo” reinó sobre nosotros durante algunos años. Ha sido vencido, pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia…”.

Un aspecto desconocido (ahora ya no tanto por la apertura de nuevos archivos desclasificados), al asumir el poder Hitler tenían una tarea mucho más importante, pero casi secreta, que el enderezamiento de la economía alemana, el Fuhrer dedicó los recursos de la nación intentando desde la nada reformar la historia germánica


“Para ello había que crear una nueva identidad nacional. Y Hitler se obsesionó con esta idea y la contagió a casi todos sus colaboradores. Pero Hitler era solo el transmisor de un mensaje que provenía de mentes con delirios místicos, más instruidas, e influenciadas por un misticismo oriental mal digerido. Pero, ¿cómo se generaron estas ideas? ¿de dónde vino la idea del superhombre, de la raza aria y de la esvástica? ¿Por qué en esta tierra de grandes escritores, filósofos, científicos y músicos como Goethe, Kant, Einstein o Bach gobernó un personaje como Hitler? La Primera Guerra Mundial proporcionó las condiciones necesarias para que los Nazis llegaran al poder, pero además existieron otras razones, no tan evidentes, que les ayudaron en la obtención del triunfo. Para comprenderlo debemos observar que, desde 1847 hasta 1917, la Historia presenta algunas de sus páginas más apasionantes, ya que vio nacer, entre otros, conceptos tan variados como la teoría de la evolución, el psicoanálisis o el comunismo. Pero en el terreno espiritual surgen movimientos que disputan el terreno a las religiones oficiales y empiezan a confrontar un Occidente racionalista y materialista con un Oriente místico, representado principalmente por la India y el Tíbet”. (Cita tomada del artículo: ‘El retorno de los brujos, el libro que marcó toda una época’, de Old Civilization’s, página, que a su vez, hace referencia a un excelente trabajo de recomendada lectura, escrito por Ana Débora Goldstern: “Claves ocultas del nazismo”).

La era nazi y la previa a ella (no solamente en Alemania) fue la época dorada del renacimiento de movimientos esotéricos y sociedades secretas: La Teosofía con la ‘Doctrina Secreta’ de Madame Blavastky, que sin duda tuvo influjo en muchos altos mandos del nazismo, la señora solía expresar: “la extinción de las razas inferiores es una necesidad kármica”. La Masonería; la Sociedad Rosacruz, entre otros. Afloraron grupos como: La Golden Dawn (Alba Dorada) de Aleister Crowley; laThule-Gesellschaft, o Sociedad Thule alemana, cuyo nombre deriva de leyendas nórdicas referentes a una tierra mágica que originó a los arios, la Atlántida, para otros; La Sociedad del Vril; la Ordo Templis Orientis (O.T.O.); y, una cantidad de espiritistas, astrólogos y videntes muy famosos por aquellos tiempos.


Sin duda, la Thule es la más llamativa por su influencia en el nazismo y en Adolf Hitler (investigaciones serias no han podido aseverar con total precisión si realmente Hitler era afiliado a esa organización, pero su relación con miembros de ella es evidente, así como la influencia de la Sociedad Thule en el nazismo). Hitler dedica su  ‘Mein Kampf’ a Dietrich Eckardt, practicante del ocultismo negro, antes de su muerte en 1923 se dice que Eckardt había pronunciado: “Seguid a Hitler. Él bailará, pero yo he compuesto la música. Le hemos dado los medios de comunicarse con ellos… No me lloréis: yo habré influido en la Historia más que ningún alemán…”.

“Hitler será su discípulo más temerario. Cuando Eckardt conoce a Hitler, enseguida advierte en el furibundo orador cualidades innatas. La combinación de odio, racismo, resentimiento, y locura incipiente convierten a Hitler en un candidato que no se debe dejar escapar. Es el inicio a la carrera hacia la maldad: El círculo interior del Grupo Thule se componía exclusivamente de satanistas que practicaban la magia negra. Es decir, tan solo se ocupaban de elevar sus conciencias mediante rituales hasta una percepción de inteligencias malvadas y no humanas en el universo, así como encontrar un medio de comunicación con estas inteligencias”. Pero nos preguntamos, ¿realmente hay un puente hacia esas inteligencias?”

“¿Es posible tal comunicación? ¿O todo es pura fantasía? Adentrándonos más en la Logia Thule vislumbramos que unos de sus postulados básicos era la firme creencia de un salvador, un Mesías Ario que devolvería la grandeza al pueblo germano. Pero a diferencia del Jesús Cristiano, que proclamaba la unidad de todos los semejantes, sin distinción de raza o credo, este Mesías debía iniciar una lucha contra las razas inferiores y que no encajaban con el modelo a implantar. Hitler fue proclamado por Eckardt y otros visionarios ocultistas como el Mesías Negro, que además se convertiría en el canal que posibilitaría las comunicaciones con ese “más allá”. Los escasos estudios que encontramos sobre estas sectas neopaganas sugieren que para alcanzar sus niveles místicos recurrían con frecuencia a las drogas dilatadoras de conciencia, que en la jerga actual se denominan psicodélicas. Lanzados estos neófitos al universo de lo sensorial, imaginamos los graves trastornos que estos consumos provocaban en el organismo y la confusión que lentamente los envolvía, teniendo en cuenta que el camino elegido distaba mucho de cualquier espiritualidad”. (“El retorno de los brujos, el libro que marcó toda una época” y “Claves ocultas del nazismo”, arriba citados).

En fin, no prolongaremos más estas referencias de introducción.


Nota: Dada la extensión del tema (el contenido, más ilustraciones añadidas ocupan más de 80 páginas del editor de textos Word). Siempre con el ánimo de no cansar al lector y mantener, también, el suspenso, transcribiremos los segmentos de la segunda parte del libro “El retorno de los brujos” en algunas entregas.

Desde ya advirtiendo que las fotografías que serán añadidas a los textos no corresponden a la obra original, siendo colocadas aquí por el editor del blog (la obra original carece de ilustraciones). Los compendios y comentarios de introducción han sido seleccionados por el editor del blog.
Para quienes no hayan tenido la suerte de leer la obra de Bergier y Pauwels, en las siguientes entregas encontrarán una  compilación de la obra mencionada. Todas las negrillas y subrayados en los textos son fijadas por el redactor de este blog. Buena lectura.


                                                    Tito Andino U.

10 abril 2016

La Rusia soviética como sustitutivo de la fe


     Imagen de Alexander Nikolayev. AFP/Getty



RESUMEN DE LA OBRA ORIGINAL:   EL LEGADO MESIÁNICO

AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN

ACLARACIÓN: La totalidad de las fotos han sido agregadas al presente documento por el redactor del blog (Detectives de Guerra), por tanto, no corresponden a las fotografías constantes en el texto original.


En el estado de incertidumbre y desesperanza es más susceptible despertar el impulso religioso. Es en un vacío semejante donde con mayor eficacia puede introducirse la religión, que brinda un sentido y una coherencia nuevos. El período inmediatamente posterior a la primera guerra mundial pedía a gritos gente que lo interpretase. La humanidad experimentaba el vivo deseo de saber «para qué había sido todo», «qué había significado». Pero la religión organizada no hizo ningún intento serio de afrontar el problema ni de responder a las necesidades de la época. Sencillamente, hizo como si nada hubiera pasado e intentó seguir siendo lo que era desde hacía siglos: una institución cultural, política y social en lugar de un intérprete que confiriese un nuevo sentido. A causa de ello, en el decenio de 1920, la religión organizada se encontró desacreditada en su mayor parte, se encontró con que la consideraban incapaz de llenar el vacío que se había producido en la sociedad occidental.
Y es comprensible que la sociedad, al ver que la religión organizada no podía ofrecer ninguna solución a la crisis de sentido, se volviese hacia otra parte. El resultado de ello fue la aparición de dos principios nuevos que empezaron a suplantar a la religión como institución capaz de abarcarlo todo. De hecho, estos dos principios se convertirían en las religiones -o, cuando menos, las religiones sucedáneas- del decenio de 1930.


Parte I


La religión de Lenin y Stalin


La primera de las nuevas religiones fue el socialismo, especialmente en su variante marxista-leninista, cuyos ejemplos eran la Unión Soviética de entonces y el Partido Comunista. El pensamiento marxista existía desde hacía unos tres cuartos de siglo, y el socialismo desde hacía más tiempo. Pero, bajo los embriagadores efectos de la Revolución rusa, la doctrina adquirió la categoría de credo y, en Occidente, proporcionó a los intelectuales y los idealistas la causa que necesitaban. En su nombre muchos de ellos murieron en España. En Inglaterra, muchos de ellos se dedicaron a espiar.

La doctrina marxista-leninista repudia oficialmente toda religión. A pesar de ello, hay paralelos formales y funcionales entre el marxismo-leninismo y la religión organizada, paralelos que se reconocen de forma general y que son demasiado obvios para que sea necesario comentarlos aquí. Al mismo tiempo, en general no se conoce hasta qué punto la doctrina soviética se propuso, a modo de norma de actuación calculada, no solo asumir la forma y la función de una religión, sino convertirse de hecho en una religión

Después de todo, Lenin era un manipulador sumamente astuto y penetrante que comprendía las necesidades de la psique. Se percató de la necesidad de adaptar su sistema al impulso religioso del hombre, por muy cínico que él mismo fuese al respecto.

En este sentido, al igual que en otros muchos, puede argüirse que el pensamiento de Lenin le debe más a Bakunin que a Marx. En su organización, en sus técnicas de reclutamiento, en sus medios de recabar la lealtad de sus seguidores, en su impulso mesiánico, la estructura del partido revolucionario de Lenin se deriva directamente de Bakunin, como el propio Lenin reconoce en sus notas. 


Mikhail Alexandrovich Bakunin


Pero Bakunin tenía la revolución por algo más que un fenómeno social y político. Era esencialmente cósmica, teológica, de carácter religioso. Tras pasar más de veinte años progresando con esfuerzo en las filas de la francmasonería, Bakunin había adquirido un marco filosófico metafísico para sus ideas sociales y políticas.

Bakunin se autoproclamaba satanista. Según un comentarista, veía en Satanás al «jefe espiritual de los revolucionarios, al verdadero autor de la liberación humana»(1). Satanás no era solo el rebelde supremo, sino también el supremo luchador por la libertad contra el tiránico Dios del judaísmo y del cristianismo. Las instituciones Iglesia y estado eran instrumentos del opresivo Dios judeocristiano y, según Bakunin, oponerse a ellas era una obligación moral y teológica. Aunque Lenin nunca se permitió explícitamente esta clase de concepciones cosmológicas, no hay duda de que reconocía la utilidad de las mismas. Bakunin y Lenin «eran ambos zelotes apocalípticos, mientras que sus rivales marxistas..., eran -en comparación- fariseos» (2). 

Por consiguiente, en manos de Lenin, el bolchevismo procuró convertirse en algo que fuese mucho más que un partido o un movimiento político. Pretendió convertirse nada menos que en una religión secular y, como tal, atender a la necesidad de sentido. Para alcanzar este objetivo, no titubeó en dotarse de todos los avíos de una fe religiosa.

Stalin, quizá con un cinismo todavía mayor, se esmeró en conservar estos avíos. Stalin había estudiado en un seminario teológico de Tiflis. También se sabe que durante un tiempo -en 1899 o 1900- vivió con la familia de uno de los «magos» y maestros espirituales o gurús más influyentes del siglo XX: G. I. Gurdjieff (3). 

De fuentes como éstas, Stalin aprendió, no solo a reconocer el impulso religioso, sino también a activarlo y manipularlo. En consecuencia, no ha de sorprendernos demasiado verle inventar lo que, de modo inconfundible, equivale a rituales religiosos. El siguiente texto litúrgico, con sus estribillos de estilo responsorio, es algo más que una simple parodia de un rito religioso. Está destinado a ser un rito religioso por derecho propio:

Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó que mantuviéramos alta y pura la gran vocación de Miembros del Partido. - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO. Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó velar por la unidad del Partido... - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO. Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó guardar y reforzar la dictadura del Proletariado... - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO ... (4)



Foto actual del mausoleo de Lenin, en la Plaza Roja



Stalin procuró, sistemáticamente, sacar la mayor significación religiosa posible de la muerte de Lenin. De acuerdo con ello, el cadáver de Lenin fue expuesto en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos. Cuatro días permaneció expuesto allí, mientras decenas de millares de personas hacían largas filas, soportando temperaturas por debajo de los cero grados, para tener la oportunidad de pasar por delante del ataúd. Otros líderes bolcheviques quedaron asombrados ante esta demostración de emoción religiosa no disimulada.





En el segundo Congreso de los Soviets se decidió elevar a Lenin a una categoría que estaba cerca de la divinidad. Se decretó que el aniversario de su muerte fuese día de luto nacional. Se le erigieron estatuas en todas las ciudades importantes de la Unión Soviética. Su cadáver fue embalsamado y colocado en una estructura de piedra de diseño específicamente religioso que hacía pensar en las pirámides escalonadas de las antiguas Asiria y Babilonia. Incluso hoy día, el cadáver de Lenin (o una convincente efigie de cera del mismo) se halla expuesto en la Plaza Roja, que viene a ser el equivalente moderno de los centros de peregrinación de la Edad Media. La veneración que recibe el cadáver es comparable con la que se tributa a las reliquias cristianas, y la tumba de Lenin podríamos compararla con la de Santiago de Compostela. Todo esto contrasta de forma notoria con un sistema de creencias racionalista y totalmente secular que se declara, no solo ateo, sino hostil a todas las formas de la religión..., y al «culto de la personalidad».




Llamativa estructura piramidal que nos recuerda los templos antiguos. Construida para conservar el cuerpo de Lenin. El diseño en forma de pirámide escalonada sigue siendo un rasgo importante y evoca deliberadamente la arquitectura religiosa del mundo antiguo.



La mística que llevaba aparejada la pertenencia al Partido Comunista, sobre todo durante el decenio de 1930, era también fundamentalmente religiosa o, en todo caso, un sucedáneo de la religión. 

La admisión en el partido era tan portentosa, tan llena de ritual, tan repleta de resonancia evocadora, como la iniciación en alguna de las antiguas escuelas mistéricas o en la francmasonería. Sobre todo en los niños, el impulso religioso a menudo era activado de forma deliberada y luego encauzado sistemáticamente hacia los intereses del partido. 

Así, la admisión en los «pioneros» a la edad de nueve años era el gran acontecimiento en la vida de un niño, un rito de paso en toda la regla, análogo, pongamos por caso, a la primera comunión. La admisión poseía una vitalidad y una significación intensificada que la primera comunión no tenía desde hacía ya tiempo. Además de hacer varios votos y promesas de índole casi litúrgica, el nuevo «pionero» recibía, a guisa de talismán sagrado, un pañuelo rojo. Este pedacito de tela, le decían, era su más preciosa posesión. Se le ordenaba guardarlo, venerarlo, protegerlo del contacto de cualquier mano que no fuese una de las suyas. Se le decía que el pañuelo encarnaba la sangre de los mártires revolucionarios. Afirmar que en un retazo de tela hay sangre, de un modo simbólico y latente, viene a ser lo mismo que decir que hay sangre latente, de modo más o menos simbólico, en el vino. La premisa es esencialmente religiosa. El pañuelo rojo del joven «pionero» tenía por objeto cumplir una función muy parecida a la de un crucifijo, un rosario o cualquier otro talismán religioso de la misma clase.

En su intento de consolidar su posición, tanto dentro de la Unión Soviética como en otras partes, el Partido Comunista del decenio de 1930 elevó la doctrina marxista-leninista a la categoría de religión. Aunque decía haber abolido la religión, de hecho lo único que hizo fue tratar de sustituir una religión por otra. 

Y, sin embargo, toda religión tiene que apelar a algo más que a la inteligencia a secas, así como recibir respuesta de ese algo. Utilizando una expresión tópica, diremos que ha de ganarse tanto los corazones como los cerebros, ha de satisfacer profundas necesidades emotivas al mismo tiempo que demuestra poseer un sentimiento humanístico y lógico. Debe afrontar la dimensión irracional del hombre y proporcionar respuestas a interrogantes surgidos de esa dimensión humana; y debe, como mínimo, reconocer y, si es posible, dar cabida a sentimientos tales como el anhelo de amor, el miedo a la muerte, la angustia de la soledad.

Hay una distinción importantísima entre, por un lado, una religión y, por otro, una filosofía o una ideología. A pesar de sus aspiraciones, la doctrina marxista-leninista en realidad nunca ha sido más que una filosofía o una ideología. Por su abstracción, por su esterilidad emotiva, no ha sabido hacer justicia a las necesidades internas del hombre, ni ha reconocido la validez de esas necesidades ni las ha atendido. En esta medida, la doctrina marxista-leninista ha sido ingenua desde el punto de vista psicológico. Dio por sentado, de forma bastante simplista, que las necesidades internas podían satisfacerse llenando el estómago y proporcionando un credo dotado de lógica. En consecuencia, ofreció pan y una teoría sobre la producción, el valor económico y la distribución de ese pan. También ofreció Historia, con mayúscula, como elevado absoluto por derecho propio. Y ofreció el concepto de Pueblo.

Una vez más, sin embargo, hay que decir que el hombre no vive solo de pan, ni de teorías relativas al pan. Los principios tales como la alienación en el trabajo, la relación entre el trabajo y el capital, la dialéctica, incluso la lucha de clases y la distribución desigual de la riqueza, no provocan ninguna respuesta visceral. 

Esos principios no ofrecen ninguna satisfacción a ciertas formas de hambre propias del hombre, unas formas menos tangibles, menos definidas, pero no por ello menos omnipresentes y obsesivas; su hambre de «tranquilidad de ánimo», de realización emotiva y espiritual, de comprensión de su lugar en el cosmos, de respuestas a interrogantes que están fuera de alcance de la sociología y de las ciencias económicas, del materialismo en general. Al mismo tiempo, el concepto de la Historia como absoluto no alcanza a abarcar el anhelo y el sentido humano de lo sagrado o lo divino.

Al abordar el problema del sentido, la doctrina marxista-leninista no hizo más que ofrecer soluciones provisionales. Propósito y dirección fueron establecidos solo para un lugar dado y en un momento determinado, sujetos a permutaciones y cambios. Pero el impulso religioso busca algo más duradero. La necesidad de sentido es más aguda en relación con misterios tales como el tiempo, la muerte, la soledad, el amor y la conciencia, que cuando tiene que ver con problemas sociales o económicos. Y son precisamente estos misterios -y el misterio es el verdadero terreno de la religión- los que la religión sucedánea del marxismo leninismo más señaladamente no ha sabido afrontar o siquiera reconocer. En esta medida, ha demostrado de modo creciente que es incapaz de satisfacer las necesidades internas de la humanidad.

Así pues, no es extraño que la religión organizada persista tenazmente dentro del imperio soviético, a pesar de la desaprobación oficial, de la persecución y de ambiciosos programas de «adoctrinamiento» que tienen por finalidad neutralizarla. En países tales como Polonia y Checoslovaquia, la Iglesia plantea un desafío cada vez mayor al régimen, precisamente porque atiende a necesidades más hondas que las que el régimen está dispuesto a reconocer. Y dentro de la propia Unión Soviética, el Politburó no solo se ve acosado por un cristianismo tozudamente inextinguible, sino que, además, tiene que hacer frente a un notable resurgimiento del islamismo.

Sea o no la religión «el opio del pueblo», lo cierto es que la adicción no puede curarse por el simple procedimiento de sofocar la fuente de abastecimiento y dejar que la sociedad luche, sin que nadie la ayude, con los tremendos efectos de la abstinencia.

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CONTINUARÁ... 
En la parte II, nos enfocaremos en La Alemania Nazi como sustitutivo de la fe

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NOTAS:

OBRA ORIGINAL: EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN
Publicado originalmente en el Reino Unido por Jonathan Cape Ltd., en 1986. “The Messianic Legacy”. 2005, Ediciones Martínez Roca, S.A. Madrid – España.    

TRANSCRIPCIÓN del capítulo:

CAPÍTULO 12: Sustitutivos de la fe: la Rusia soviética y la Alemania nazi.

NOTAS a pie de página:

1. Mendel, Michael Bakunin, p. 372.
2. Ibíd., p. 430.
3. Webb, The harmonious circle, p. 45. Esto ocurrió en algún momento entre 1894 y 1899. La hija de Stalin huyó a los EE.UU., donde ingresó en un grupo de Gurdjieff (Webb, p. 425).
4. Payne, The life and death of Lenin, pp. 609-610.

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