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15 junio 2017

Terrorismo imparable



















Por: Tito Andino U.


Generalmente se usa el vocablo ‘terrorismo’ como una expresión retórica que sirve de pretexto para que los fuertes aplasten a los débiles. Respecto al terrorismo yihadista la realidad puede variar, éstos apoyan la política de los fuertes para aplastar, aún más, a los débiles. 


Irónicamente los Estados Unidos y algunos de sus socios del Próximo Oriente han “declarado” la guerra al terrorismo. La Arabia de los Saud y otros acusan a Qatar de fomentar y auspiciar a grupos terroristas. Mientras, entre bastidores los US Army continúan entregando por “error” armas al Estado Islámico (Daesh) tanto en Irak como en Siria. Las fuerzas armadas sirias y otras fuentes sobre el terreno denuncian también el rescate de decenas de líderes del Daesh en Raqa por parte de helicópteros norteamericanos para ser algunos trasladados a la región de Palmira y desconociéndose el paradero del resto. Se dice que son líderes yihadistas occidentales del Daesh; o, puede tratarse de miembros de los servicios de inteligencia y fuerzas especiales de la OTAN que entrenaban y dirigían sobre el terreno a los yihadistas.

Por otro lado, bandas armadas radicales chocan entre sí en Siria, no solo por el control de regiones estratégicas, en el fondo la disputa se debe a las rencillas entre socios, o deberemos decir entre ex socios? (Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, etc).

Básicamente, a lo largo del siglo XX y de lo que vamos de recorrido del siglo XXI, Los Estados Unidos, Francia e Inglaterra no han criticado nunca al Islam Político encabezado por las naciones sunníes, ni han alzado la voz de protesta por las actividades de organizaciones terroristas en esas naciones –a menos que esas acciones afecten sus intereses-. 

Sin rodeos, el terrorismo islámico existe porque las grandes potencias occidentales lo han tolerado y los utilizan para sojuzgar a otros pueblos musulmanes.

Hay una gran división desde el punto de vista Occidental (imperialista) respecto a los musulmanes: Apoyan abiertamente el Islam Político Sunní, los buenos, según ellos, no tiene importancia que de allí provengan los Hermanos Musulmanes, Al Qaeda, Estado Islámico, los Talibán y tantas otras organizaciones yihadistas que combaten a lo ancho del Medio Oriente y otras regiones. Por otra parte, no toleran, reprueban y atacan duramente al Islam Político Chiíta -los malos-, según Occidente. Los verdaderos terroristas, según ellos, constituyen los chiíes, con la República Islámica de Irán a la cabeza y todas aquellas naciones que han sido calificadas de pertenecer al “eje del mal” (Siria, Líbano, Yemen y hasta Irak). 

Solamente diremos que hay una forma de distinguir el Islam Político contemporáneo: Los sunníes han demostrado a lo largo de su historia un fervoroso intento expansionista (mediante la guerra), para ello, en la actualidad se han sometido a las potencias occidentales; mientras los chiíes han mantenido una posición política de defensa de sus tierras, tradición y cultura, una especie de nacionalistas, por así llamarlos, anti imperialistas y no dispuestos a obedecer directrices foráneas.

Pues bien, si debemos creer en el presidente Trump, éste ha ordenado el fin del terrorismo en Próximo Oriente (que se va colando en Europa). En su gira por la región, el mandatario de los Estados Unidos se decanta por la Arabia de los Saud –la mayor monarquía wahabí- que ha enviado y sigue enviando fundamentalistas no solo a Irak y Siria sino también a lejanas regiones del Cáucaso. Curiosamente, los Estados Unidos reniegan ahora de Qatar, sin duda, otro auspiciante del terrorismo.

Sin embargo, preferir a la nación terrorista, por antonomasia, del reino de los Saud solo significa que Norteamérica prefiere sacrificar a los emires qataríes que a sus hijos putativos saudíes. Al fin y al cabo, la familia de los Saud encarna el perfecto ideal imperialista de dominación regional, los Saud reinan a sus anchas pero son esclavos complacientes de todas las políticas anglo-americanas y seguirán participando, cuando así lo ordenen sus amos en el futuro, en toda guerra yihadista-terrorista, con gente y dinero. No hay otra explicación – a más de la riqueza petrolera – para que los democráticos occidentales consientan sostener en el poder a las más retrograda monarquía que el mundo ha visto desde inicios del siglo XX. El régimen qatarí puede ser sacrificado, pero tampoco significa que consentirán que salga de su zona de influencia, su posición geográfica es vital para el control del Golfo Pérsico.

Ha sido solamente hace poco días que nos hemos enterado de una noticia bomba. El mayor estado terrorista del mundo, no ha sido Corea del Norte, ni Siria, ni Libia y otros que pertenecieron al selecto club del “eje del mal”, según los estadounidenses y saudíes el demonio terrorista ha estado encarnado siempre en IRÁN…


Y bueno, que le vamos hacer? Reír o llorar?

Yo prefiero reír, la risa es el remedio infalible. Por favor, menos CNN, al Jazeera (no esa ya no, porque ha caído en desgracia por promover el terrorismo auspiciado por Qatar) y otras cadenas de embrutecimiento masivo.

Otra novedad que nos madrugamos es que los malos han sido exclusivamente los “Hermanos Musulmanes” con mayor tendencia salafista que wahabí, pero no por ello menos importantes y terroríficos. Esta Hermandad es la cabeza política visible –el lado suave, por así decirlo- del terrorismo internacional cuyo aporte con importantes líderes a las organizaciones yihadistas es conocido por todos los servicios de seguridad. No olvidemos que muchos de los integrantes de Al Qaeda y otros grupos fundamentalistas provienen de la Hermandad. Ahora debe entenderse por qué el presidente turco apoya a Qatar, Erdogan pertenece a la “Hermandad Musulmana” y no quiere aparecer como el malo y como buen Hermano debe apoyar a los suyos.

Puedo comprender la posición de Egipto, que ha sido asolada duramente por los Hermanos Musulmanes, el verdadero azote del país, por tanto, su deseo ferviente de luchar contra el terrorismo es justificado… pero, los Saud hablando de poner freno al terrorismo?… como dicen los españoles, la ostia, me cago en la leche!


La verdad? 

Ya lo hemos revelado antes, nos decía Thierry Meyssan que quien se ocupa del manejo del terrorismo internacional por cuenta de Londres y Washington es la Liga Islámica Mundial desde 1962. La Liga Islámica Mundial abarca simultáneamente la Hermandad Musulmana –que se compone de árabes– y la Orden de los Naqchbandis –cuyos miembros son fundamentalmente turco-mongoles y caucásicos.

“Hasta el inicio de la guerra de Yemen, el presupuesto militar de la Liga Islámica Mundial era más alto que el del ejército de Arabia Saudita, lo cual quiere decir que la Liga es el primer ejército privado del mundo, sobrepasando ampliamente al tristemente célebre Academi/Blackwater. Aunque es una fuerza estrictamente terrestre, resulta particularmente eficaz en la medida en que su logística depende directamente del Pentágono y porque dispone de numerosos combatientes suicidas”, explicaba Meyssan.

Fue esa Liga Islámica Mundial, es decir la familia Saud, la casa real de Arabia Saudí, quien proporcionó a los anglo-americanos el torrente de “voluntarios” y “espontáneos” para la parcialmente exitosa “Primavera Árabe” desatada en 2011, reeditando la segunda “Gran Rebelión Árabe” de 1916 que privó al imperio otomano de sus dominios en beneficio de los actuales amos de la región. Para buen entendedor, en los dos casos, las chequeras saudíes han sido utilizadas con un solo objetivo: Rediseñar las fronteras de Oriente Próximo en interés de los anglosajones.




Pese a todo, quizá soy de los pocos que intenta entender y dar algo de credibilidad a la nueva política exterior del presidente Trump, quien en efecto ha ordenado cancelar el programa de conquista del Próximo Oriente utilizando a sus peones yihadistas. Frenar ese programa no significa que va abandonar sus planes de seguir manteniendo su influencia política y militar en la región e intervenir por cualquier vía para desanimar a cualquier revoltoso líder regional que ose actuar en sentido contrario al Imperio. De todas formas Trump (y los Halcones de Norteamérica en general) tienen un as bajo la manga para seguir manteniendo el caos en la región, quiénes? Los KURDOS.

El consenso, todos ya lo tenemos claro, el Daesh (Estado Islámico) tiene sus horas contadas, su aparición en el juego geopolítico y estratégico debe culminar… se le da las gracias por los servicios prestados a la causa; pero es indispensable ponerlo fuera de circulación, no liquidarlo militarmente (seguramente reaparecerá con otra denominación en un futuro mediato), ya conocemos anteriores transferencias de personal y mandos del EI a otras regiones geográficas, allende de las fronteras siria-iraquí.

En conclusión: El presidente Trump anunció que ya no utilizarán el yihadismo como arma de imposición imperial (reunión previa del 22 de marzo -plan de lucha contra el Emirato Islámico –Daesh-. Dados los hechos, el trabajo deberá hacerlo Rusia y los países afectados por ese flagelo). Pese a sus detractores en casa, Trump ha logrado imponerse y, sobre todo, convencer a los Saud con la misma propuesta, éstos últimos lo han tomado bastante bien, gente dispuesta a llevar la yihad en cualquier momento habrá de sobra; en recompensa los Saud recibirán miles de toneladas de sofisticadas armas (a cambio de miles de millones de dólares, por supuesto). Entonces “encontrar” a los super-villanos para decorar el escenario es cosa de niños: Qatar e Irán.

Mas, las cosas no son así de simples, no se trata solo de dejar a un lado a sus yihadistas, el alma del terrorismo en esencia; sino que están desilusionando a los más importantes socios atlantistas: Francia, Gran Bretaña, Alemania, Turquía, etc. También tendrán que negociar el futuro de países árabes del norte de África como Libia, Sudán y Túnez.

…Y como la historia debe continuar, el terrorismo no va a parar.

A continuación, la segunda parte de este reportaje es un análisis de Guadi Calvo, escritor y periodista argentino, analista internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central, sobre las recientes actividades terroristas en Europa.

Buena lectura
                                                                                    
                                                                                                                                                   Tito Andino


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Atentados: Instrucciones para jugar a la ruleta rusa

Guadi Calvo
9 de junio 2017



La seguidilla de atentados que asolan el mundo será por mucho tiempo un padecimiento crónico que nadie ni nada podrá detener. Estos ataques no tienen organicidad, ni lógica, por lo que es imposible preverlos.


Tras el último ataque en Londres, se conoció que la inteligencia británica tenía detectado en su territorio unos 23 mil potenciales terroristas. Según expertos, para vigilar a cada uno de ellos 24 horas al día, se necesitarían entre 14 y 20 agentes. La multiplicación aporta una cifra que supera en mucho los casi 210 mil efectivo con que suman sus fuerzas armadas.















El acuerdo de Sykes-Picot de 1916, entre Reino Unido (la zona naranja: B) y Francia (la zona azul: A)


Esta clase de terrorismo que no tiene ni organicidad, ni lógica, si tiene razones, y explicaciones. Quizás debamos profundizar post colonialismo, que ha conformado geografías contra natura.

El tratado Sykes-Picot de 1916, entre Reino Unido y Francia diseñó un mapa de Medio Oriente a imagen y semejanzas de sus propios intereses estratégicos y económicos, sin considerar las enormes diferencias entre la multiplicidad de tribus, etnias y variantes religiosas de la región.

Sunníes, chiíes, hazaras, alawitas,  yazidíes, kurdos,  wahabitas, sufíes, shabaks o alevies, fueron condenados a agruparse en disímiles espacios con la obligación de construir naciones con conceptos absolutamente occidentales, profundizando así antiguas rivalidades, que confluyeron en más guerras.

Podemos decir prácticamente lo mismo respecto a África, para 1800, se estima existían más de 10 mil naciones, agrupadas por etnias o intereses puntuales, todas con sus Dioses, lenguas, tradiciones y en diferentes procesos de evolución. Poco más de un siglo después, en torno a 1960,  para cuándo las ex potencias imperiales coincidieron que podían seguir explotando sus recursos naturales por medio de empresas privadas en vez de seguir sosteniendo el costoso andamiaje colonial, abandonaron el territorio que habían particionado en la Conferencia de Berlín, (1884-185) dejando solo una cincuentena de naciones.

Con la misma torpeza, ignorancia o desinterés que en Medio Oriente, aglutinaron a cientos de tribus y etnias rivales en límites artificiales y exóticos. Entre fronteras que solo figuraban en los mapas europeos, millones de personas fueron abandonadas para que resuelvan sus cuestiones “libremente”, siempre y cuando sus guerras, revoluciones y etnocidios no entorpezcan el flujo de riquezas que sus empresas enviaban puntualmente a sus casa matrices.

Por si los procesos de colonización occidental, hubiera omitido cometer algún error, el imperialismo norteamericano, primero en su guerra contra el comunismo y más tarde en su Guerra contra el Terror, multiplicó la expoliación de recursos y los muertos que nunca se sabrán cuántos son.

La  catástrofe ya no es solo humanitaria o económica, en esos pueblos si algo sobró siempre han sido muertos y pobreza, así que eso poco importa, un nuevo mal los devasta: la catástrofe ambiental. Cientos de ríos,  miles de hectáreas, millones de personas están contaminados por el plomo, el mercurio y el uranio empobrecido, con que se construyen las bombas de la libertad, el progreso y la democracia.

Si los hay, los informes acerca de las consecuencias de la contaminación, están bien ocultos, pero son millones de personas las que  han sido víctimas de estos efectos “colaterales”.

La “epidemia” de cáncer o de malformaciones genéticas que ha estallado en Irak, es apabullante, para 2010, un informe exponía que los casos de cáncer y malformaciones habían aumentado en un 50%. Con casi treinta años de bombardeos casi constantes Irak, es solo un anticipo de lo que tarde o temprano sucederá, en Libia, Siria, Afganistán y Yemen. En el norte de Mali, se han encontrado desechos nucleares de usinas francesas, tampoco no es nada extraño que a las playas de Somalia lleguen barriles con desechos de este tipo sin remitente, obviamente.


Todos somos culpables



Durante los atentados en Irán


No por esperada, la nueva faceta de esta guerra extrémese al mundo, los ataques se siguen multiplicando en un mapa desordenado e imprevisible: Manchester, Teherán, San Petersburgo, Yakarta, Melbourne, Kabul, Londres, Estocolmo, Paris, han sido los últimos puntos atacados por ese ejército fantasmal e inapresables que es el mal llamado fundamentalismo religioso, que a veces puede tomar el nombre de Daesh u otras de al-Qaeda, que como habíamos preanunciado hace mucho tiempo, a medidas que pierda posiciones en Siria e Irak, sus efectivos se replegaran en muchos casos a sus países de origen o frentes que pretendan activarse, tanto podría ser el Sahel, como algún país de Asia Central o del Sudoeste Asiático o el propio Cáucaso para hostigar a Rusia y su próximo mundial de futbol. Las estadísticas hablan de 220 mil muyahidines que llegaron a Siria desde 2011, de 93 países para combatir contra Bashar al-Assad y ahora más fanatizados y entrenados podrían arriesgarse a todo.

De manera orgánica, organizado y ejecutado con previsibilidad como pudo ser el ataque en Manchester o Kabul, o por accionar de lobos solitarios, como parece ser el protagonista del frustrado ataque del lunes pasado en Melbourne. Yacqub Khayre, vinculado al Daesh, consideró que las condiciones objetivas para actuar estaban dadas y a pesar de estar vigilado por la seguridad australiana, en una frustrada toma de rehenes alcanzó a herir a tres policías antes de ser asesinado. Aunque los más peligrosos son los espontáneos, como los últimos dos ataques en Paris o los últimos dos de Londres, alguien una mañana se despierta y con demasiados videos vistos en internet y mucho más resentimiento por la exclusión a los que son sometidos en esas sociedad opulentas y blancas, entiende que ya es hora y con un auto o un simple martillo como sucedió en Notre Dame el lunes último, sale a buscar un objetivo cuanto más inocente mejor.

Como pasó el sábado a la noche en Londres o el lunes a la tarde en Paris, comenzaremos a ver imágenes de alelados ciudadanos occidentales, con las manos en alto rogando a algún Dios, de los que parece haber tantos ahora, no ser víctima del fanatismo religioso o la torpeza policial.

El reciente ataque en Teherán no cabe duda que fue perfectamente organizado, ya que Irán ha sufrido desde 2010, una serie de atentados contra científicos de su plan nuclear, a manos de agentes de la CIA y el Mossad, por lo que sus servicios de inteligencia y seguridad están altamente entrenados y atentos, por lo que el accionar de los atacantes al Parlamento y al mausoleo del venerado Ayatola Ruhallah Khomeini, padre de la Revolución, en el cementerio teheraní de Behesht-e Zahra, al sur de la capital, que dejaron 12 muertos y una cuarentena de heridos, estaban perfectamente organizado.

En el Sudeste Asiático, si bien la presencia del terrorismo wahabita es antigua en estas últimas semanas se ha reactivado. Hace ya más de dos semanas que en la sureña provincia filipina Mindanao, hombres del grupo terrorista Abu Sayyef, tributario del Daesh, tomaron la ciudad de Marawi de 200 mil habitantes y a pesar de los intensos bombardeos y los asaltos del ejército, siguen resistiendo y según algunas versión estarían en condiciones de hacerlo durante dos meses más. Lo que da idea de la magnitud y preparación de ese grupo.

La posibilidad que en el sur filipino, donde se asienta la minoría musulmana, se abra un nuevo frente de guerra integrista está latente. Se calcula que las fuerzas comandadas por  Isnilon Hapilon, cuya cabeza para los de Washington vale 5 millones de dólares, estarían conformada por más de 1500 hombres. Se ha sabido que miembros de organizaciones terroristas que operan en países vecinos a  Filipinas como Malasia e Indonesia, el país con la mayor población musulmana del mundo, con más de 210 millones de fieles, están intentando llegar a Marawi, para asistir a sus hermanos.

Desde su irrupción en el mundo, en julio de 2014, el Daesh, no solo ha desplazado a al-Qaeda como la organización terrorista más importante, sino que ha conseguido que más de setenta grupos terroristas, de todo el Islam, hayan jurado lealtad o bayat a Abu Bakr al-Bagdadí, o Califa Ibrahim. Cualquiera de estas organización que se extienden de desde Nigeria al Cáucaso y desde Afganistán a Filipinas, pueden emerger como ya lo hicieron hace tres años en la frontera sirio-iraquí, fomentada entonces las monarquías del golfo Pérsico, que hoy se acusan mutuamente de ayudar al terrorismo y las potencias occidentales que jamás pensaron que aquellos hombres que armaron y entrenaron para desestabilizar a Irak, Siria y Libia, y mucho antes a la Unión Soviética, sean los responsables de que sus propios ciudadanos, en sus propios países sean destrozados por una bomba, o agonizasen por un cuchillo casero.

Fue el imperialismo, por obsoleto que parezca el término, quien cargó la bala en el tambor del revolver que ahora gira loco en su eje, para dispararse en cualquier momento en cualquier dirección. 


Fuente original de la segunda parte de este reportaje:

12 junio 2017

Descifrando la política exterior de Trump (2)


 


 


 




Las contradicciones del programa nacionalista de Donald Trump

Por: Paula Bach
Fuente: “La Izquierda Diario”
mayo 2017

Breve nota de introducción:

Hoy dejamos a un lado los conflictos armados, que por cierto sin un sustento económico no podrían mantenerse. Las guerras también forman parte sustancial del capital financiero. En esta entrega abordamos el profundo y complejo dilema en la economía que se cierne sobre Trump y sus nuevas políticas monetarias.

Donald Trump parece un verdadero dolor de cabeza para los analistas, tanto dentro de los Estados Unidos como fuera de casa. Es que el presidente pretende encontrar la fórmula para estabilizar su gobierno contra toda una corriente contraria a su contradictoria política económica. Por ello, no debe luchar solo contra sus detractores por su acercamiento o “amistad” con Rusia y la declarada lucha contra la financiación del terrorismo global, sino que encontrará serios cuestionamientos a su visión económica global (al fin de cuentas el magnate presidente ve la política desde la perspectiva de los negocios). Y sobre economía es lo que versará la siguiente ponencia.

Otra polémica que se ha endosado el presidente es la ruptura unilateral del “Acuerdo de París” sobre el cambio climático, que según él fue un paso equivocado para evitar el calentamiento global. El Acuerdo de París no ha resultado efectivo en los resultados, realmente. En los mismos Estados Unidos esa legislación internacional no contribuyó o fue escasa en su aporte, como tampoco disminuyó la competitividad de Estados Unidos ante las otras potencias industriales, como afirma Trump para justificar su salida. No obstante ha comprometido a casi un centenar de grandes corporaciones estadounidenses para reducir al máximo las emisiones de gases causantes del calentamiento global, expresando que lo primordial es dar la vuelta de rumbo a las políticas energéticas (aunque las poderosas transnacionales petroleras estuvieran ausentes… y que gozan actualmente de fuerte influencia en el gobierno).

Los economistas que trabajan en la administración Trump afirman que con esta medida los estadounidenses se beneficiarán con la creación de mayores fuentes de trabajo y consiguientemente mejores ingresos económicos.
  
Mas, el presidente Trump pretende desconocer que el cambio climático si es un problema global y sus negativos efectos se los puede apreciar por cualquier parte del orbe terrestre. Sin duda, esta decisión de Trump es un triunfo de las grandes transnacionales, que como él –hombres de negocios- son los encargados de imponer las leyes económicas y políticas dentro de la nación.

Veamos a continuación un profundo análisis sobre el tema económico y la política nacionalista de la administración Trump.

                                                                    Tito Andino


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Una realidad preñada de dualismos. El optimismo del FMI. Trump, la única esperanza y el mayor flagelo. La crisis de los muchos rostros. Nacionalismo y globalización, la madre de todas las paradojas.

La incertidumbre manda pero al menos una certeza se impone: Donald Trump es un buen actor y no pasa la prueba de análisis unilaterales. Si durante gran parte de los primeros cien días de gobierno, el temor a un nacionalismo vehemente borroneó las letras de los teclados de la prensa financiera anglosajona, los giros de Mr. Trump –incluyendo los reportajes que junto al Secretario del Tesoro concedieron a un Financial Times en el lugar de “el otro”– serenaron los ánimos, abrieron una suerte de compás de espera y dieron lugar a una crítica menos histriónica.

El desplazamiento del ultranacionalista Bannon –antecedido por la salida escandalosa de Flynn del Consejo de Seguridad Nacional y el manto de dudas sobre el Secretario de Justicia, Sessions– esbozó una purga de los miembros más recalcitrantes del equipo y encumbró a un sector de “insiders” del establishment con cierta cercanía, en algunos casos, al Partido Demócrata. Kushner, el “yerno”, Mnuchin y Cohn, los Goldman Sachs’ boys, además de McMaster y el altamente respetado James Mattis, aparecen como las caras centrales del nuevo equipo. A esto se sumó el bombardeo a Siria que le regaló a Donald el aplauso mancomunado del Partido Demócrata, el Republicano y la prensa archi opositora como The New York Times. Por su parte, la política inicial de alianza con Rusia exhibe un supuesto enfriamiento y la prometida mayor agresividad comercial hacia China fue trocada –por el momento– por una presunta colaboración en el asedio a Corea del Norte. Además y para mantener el Congreso en funciones, Trump selló el primer acuerdo bipartidista en el Capitolio realizando una serie sorprendente de concesiones celebradas por demócratas y republicanos. “En general el compromiso se asemeja más a un presupuesto de la era de la administración Obama que a uno de la era Trump”, graficó la agencia Bloomberg.

Pero como con el correr de los días se hizo bastante claro, constituiría un error grosero abandonar los “temores” iniciales y presumir el estreno de una regencia “tradicional”. De hecho aquel acuerdo “usual” se mostró al poco tiempo como el instrumento necesario para un primer triunfo: la media sanción para derogar el Obamacare en la Cámara Baja que le permitió anotarse un “poroto” –provisorio, es cierto, pero de claro efecto mediático– en una de sus promesas electorales más incisivas. Más tarde, sobrevino el despido de Comey, el jefe del FBI, que dio curso a una aguda crisis política.

Las oscilaciones son producto de que Trump es hijo predilecto de una realidad particularmente preñada de dualismos. Desde la singularidad de la crisis económica, pasando por la contradicción entre un alto y creciente desarrollo tecnológico y una inversión esencialmente estancada en los principales centros capitalistas, hasta las incertezas de una China en la que “lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir”. De algún modo, todas estas contradicciones tienen su correlato en lo que podríamos llamar la “madre de todas las paradojas”: la colisión entre tendencias nacionalistas insurgentes en un mundo en el que el capital –tanto financiero como productivo– alcanzó en el curso de las últimas décadas, un particularmente pronunciado nivel de internacionalización.

¿Es la economía…o es la política?


La pregunta es capciosa adrede y nos remitirá nuevamente al aún joven gobierno Trump. Veamos.

El FMI está transitando un momento optimista porque en su reciente informe sobre Perspectivas de la Economía Mundial consiguió anunciar por primera vez en 6 años –tal como observa Michael Roberts– una revisión al alza. El progreso es sorprendentemente modesto, elevando la proyección del crecimiento mundial para 2017 desde el 3,4% de la anterior previsión hasta el 3,5% de la reciente. Cuestión que coloca el pronóstico para este año apenas unas décimas por encima del crecimiento del 3,1% registrado en 2016 y mantiene estable un –difícilmente previsible– 3,6% para 2018. Según el organismo, la actividad económica está repuntando mientras la inversión, la manufactura y el comercio internacional, transitarían una “recuperación cíclica largamente esperada”. Los portavoces del FMI son, no obstante, extremadamente cautos y advierten que la corrección al alza sigue siendo pequeña mientras las tasas del crecimiento potencial a más largo plazo continúan por debajo de las registradas en las últimas décadas a nivel mundial, especialmente en las economías avanzadas. A la vez alertan sobre la persistencia de problemas estructurales como el bajo crecimiento de la productividad y la aguda desigualdad del ingreso, así como de los riesgos financieros que conlleva el anclaje del crecimiento chino en el incremento del crédito interno.

Con respecto a los principales “datos duros” –que en términos generales lucen escasos– e intentando otorgar alguna jerarquía a lo que FMI presenta caóticamente, se tiene: el crecimiento de la economía china no perdió impulso alentado por la continuidad de las políticas de estímulo fiscal; el precio de las materias primas repuntó –incluyendo el petróleo– dejando atrás los mínimos registrados en 2016 y aliviando parcialmente las presiones deflacionarias; la inversión en infraestructura e inmuebles en el Gigante Asiático, volvió a ser causa explicativa de un suave progreso de la inversión internacional y el nivel de actividad mejoró en Japón y algunos países europeos.

Pero lo interesante y particularmente novedoso se verifica en dos factores que, hilando un poco más fino, se vuelven uno. Por un lado el gobierno Trump y la promesa de una política fiscal expansiva en Estados Unidos –para el que el FMI proyecta un crecimiento de apenas un 2,3% este año y 2,6% en 2018– representan un factor “estrella” de la mejora en la previsión. Alcanzaron tal magnitud las “expectativas” en la “conciencia económica” que se registra una relativa bifurcación entre lo “esperado” y la “economía real” o entre “datos blandos” y “datos duros”. Así el denominado “Trump rally” –como se denomina al alza bursátil que sufrió su primera herida de importancia con la convulsión del nuevo capítulo del “rusiagate”– tiene poca o ninguna relación con el reciente y peor desempeño trimestral de la economía norteamericana durante los últimos tres años. En principio Trump es un maestro en el affaire de las expectativas y al menos insinúa contar con mejores cartas que las que tenía Janet Yellen –bajo un “reinado” convencional– para jugar este juego de lo que hace tiempo llamamos videoeconomía.

Pero sorprendentemente y por otra parte, parece que la “noticia buena” y “la mala” son la misma o dicho de otro modo, Trump –en tanto símbolo– parece reunir en su persona la única esperanza y el mayor flagelo. Porque –y siempre según el Fondo– la incipiente recuperación resulta vulnerable a una variedad de riesgos a la baja entre los que en particular destaca la probabilidad de “un giro hacia el proteccionismo que haga estallar una guerra comercial”. Riesgo que –siempre según el FMI– proviene fundamentalmente de las economías avanzadas en las que se observan varios factores que generaron “respaldo a políticas capaces de socavar las relaciones comerciales internacionales y, a nivel más general, la cooperación multilateral” –asunto y contradicción que, dicho sea de paso, analizamos hace un tiempo en Donald Trump: una movida de la Fed, la furia, el capital global y el Gigante Asiático.

Pero entonces… ¿la economía o la política? El FMI centra sus temores –casi a modo de manifiesto programático– en la probabilidad de que acontecimientos políticos –como el gobierno Trump o el Brexit y demás fuerzas, en particular europeas– acaben dando por tierra con los débiles indicadores de lo que podría resultar una “recuperación cíclica” y de paso se lleven puesta la esencia de su negocio, es decir, el comercio mundial “global”. Pero el FMI gusta separar la economía de la política. De modo que en el relato aparece una economía que puja por renacer de las cenizas, amenazada por fuerzas oscuras provenientes del respaldo a cierta política. Pero las cosas son más complejas.

Hemos señalado reiteradas veces la posibilidad de que la traducción política de las consecuencias derivadas de la crisis que comenzó en 2008 pudiera actuar como factor desestabilizador antes que la economía misma. Pero esto es una cuestión muy distinta a suponer una crisis económica en vías de resolución amenazada por la “pura” política. Economía y política no transitan andariveles separados, las fuerzas a las que el FMI quiere exorcizar representan en realidad la traducción política de una crisis económica cuya síntesis entre inicio, desarrollo y dinámica, alcanzó una fisonomía muy particular. Es el estado actual de aquella fisonomía novedosa en términos históricos, la que en gran parte marcará la impronta del período próximo.

La crisis de los múltiples rostros

La convulsión de 2007/8 y sus derivaciones, resulta en sí misma una singularidad que puede diseccionarse en diversas imágenes que recuerdan al “Dios de los muchos rostros” de Game of Thrones. Como es sabido, la amenaza de catástrofe inicial –que se temía incluso más aguda que aquella de la década del ‘30– fue disipada por la acción de los principales Estados. Pero el desvío redundó en cerca de diez años –por ahora– de un crecimiento económico extremadamente débil como promedio mundial, focalizado en los países centrales. Las aristas de esta bipolaridad son múltiples.

Una primera cara muestra que el salvataje a bancos y grandes empresas coexiste con el empeoramiento progresivo de las condiciones de existencia de amplias franjas de la población. Incluyendo tanto extensas legiones de trabajadores como fracciones marginalizadas del capital representadas por pequeñas y medianas empresas, especializadas en el mercado interno. Esta primera imagen se plasma en el ascenso de los movimientos políticos “populistas” a derecha e izquierda, en el rechazo a la “globalización” y la defensa del “interés nacional” que tuvieron por ahora sus máximos exponentes en la gestión Trump en Estados Unidos y Teresa May en Reino Unido, encargada de administrar el Brexit.

Una segunda cara expone que amén del rescate de las “élites económicas” el proceso de internacionalización financiera y productiva –la mayor “empresa” del capital durante los últimos 40 años–, sufre una pérdida de dinamismo. Aspecto que se expresa fundamentalmente en un débil incremento de la inversión –en particular en los países centrales– y en una clara disminución del ritmo de crecimiento del comercio internacional –asociado frecuentemente a aquella baja inversión. Este segundo rostro muestra lo que autores como Lawrence Summers denominaron “estancamiento secular”. Es decir que desde el pos 2008/9, las políticas monetarias expansivas –o sea, las burbujas crediticias que alcanzaron magnitudes y lapsos inusitados– no consiguen estimular inversión y consumo de un modo suficiente como para sacar a la economía del estancamiento, ni siquiera en los niveles moderados –disímiles, es cierto– alcanzados en los episodios de los años ‘90 o los ‘2000. Aunque no sea este el lugar para desarrollar el asunto vale la pena remarcar que de este cuadro nace también la contradicción entre el extraordinario desarrollo tecnológico y sus posibilidades inmediatas de aplicación a gran escala, problema cuyo síntoma se manifiesta en el lento incremento de la productividad en los países centrales. Venimos abordando el tema en la serie sobre tecnología y robótica publicada desde esta columna.

En una tercera cara se observa que si el comercio internacional perdió fuerza, aún está lejos de hallarse dislocado, tampoco se perciben quiebras masivas de empresas, ni un crecimiento agudo de la desocupación en los países centrales, más allá de los niveles heredados de los años particularmente críticos. Esta tercera imagen muestra que si la “empresa” con la que el capital se sobrepuso a la crisis de los años ’70 está en aprietos, aún no está quebrada y no existe –al menos por el momento– “emprendimiento” de reemplazo que, en términos de la “economía real”, genere expectativas superiores a un incremento de 0,01 puntos porcentuales de crecimiento global. La ausencia de catástrofe económica traducida en una “empresa neoliberal” en estado crítico pero aún no arruinada, contribuye a explicar las oscilaciones de Trump y su –por ahora débil– política comercial, la derrota de la derecha “populista” en Holanda y de Marine Le Pen en Francia. Aunque la profundidad, persistencia, estancamiento y desencanto que genera esta misma crisis, explica también la pérdida de hegemonía de las “élites políticas” tradicionales, la imposibilidad de que la de Trump devenga una administración tradicional, el sideral ascenso del lepenismo en Francia o el triunfo de un personaje como Macron, “escoltado” por un 25% de abstención. Aunque con un estilo más refinado y dialéctico, también Martin Wolf apela al recurso de separar el “momento de la economía” del “momento de la política”. Sin embargo refiriéndose a la débil posición de Macrón, sintetiza bastante bien que “su dificultad es que la situación económica de Francia no es lo suficientemente mala como para persuadir a un público cínico de tolerar cambios decisivos”.

Pero también puede visualizarse una cuarta cara y es la que expresa los límites de las complejas relaciones entre Estados Unidos y China que constituyeron la esencia del equilibrio durante los años ‘2000 así como de su restauración relativa en el período pos 2008/9. Si China resultó un destino privilegiado del capital sobrante –norteamericano en particular– aliviando la escasez de inversión en el centro, la “cooperación” profundizó sus grietas hacia 2014. La imposibilidad de mantener el modelo exportador, la sobreacumulación de capitales y las tensiones financieras internas, aceleraron las tendencias nacionalistas del Gigante Asiático. El encumbramiento de un líder fuerte como Xi Jinping y su intención de perpetuarse en el poder expresan la agudización de dichas tendencias basadas en que –como señalamos en múltiples oportunidades– China intenta abandonar su rol receptor de capitales para convertirse en un competidor mundial por los espacios de acumulación. Pero se trata de un proceso lento, complejo y de final abierto. Por sólo considerar la arista económica del asunto, China avanza a velocidad en robótica, impresiones 3D, manufactura inteligente, equipo médico y cibernética. El volumen de inversiones de China en Estados Unidos superó al de Estados Unidos en China durante el año 2015 y el país gestiona iniciativas de gran envergadura para acelerar la exportación de capitales. Entre las más importantes se encuentran el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura y La Ruta de la Seda conocido también como “One Belt, One Road” -“un cinturón, una carretera”. Pero a la vez e incluso cuando se incorporó recientemente a la lista de las principales economías innovadoras del mundo, todavía ocupa el puesto número 25 del elenco encabezado por Suiza, Suecia, Reino Unido y Estados Unidos. La combinación entre el agotamiento de su lugar de “taller del mundo” y la lentitud en la ardua tarea de transformarse en algo más que la segunda economía por PBI, está generando tensiones internas y hay quienes hablan de “The end of the chinese dream”. Por otra parte el acelerado incremento del endeudamiento interno representa una evidente fuente de tensiones para el Gigante Asiático y para el mundo.

El lugar de “guardián de una economía global abierta” que Xi agitó contra el “America First” de Trump, es un juego retórico. La verdadera intención de Xi es “Make China great again” que entre otros muchos asuntos precisa transformar al yuan en una moneda verdaderamente internacional, cuestión que es a la vez una necesidad y una fuente de vulnerabilidad. Esa imposibilidad de continuar siendo lo que era sin conseguir aún transformarse en algo nuevo, dice mucho del lugar del Estado chino en la arena internacional. Se trata de otro factor de alto calibre que de manera –hay que remarcarlo– particularmente lenta y contradictoria, también limita la continuidad conservadora de las políticas norteamericanas de los últimos años. El nacionalismo por ahora timorato que encarna Trump es también una consecuencia –en parte defensiva– de un nacionalismo aún débil e indeciso que se hace sentir desde el otro lado del Pacífico.

La madre de todas las paradojas



Sin duda la colisión entre nacionalismo y globalización constituye una de las grandes cuestiones del momento y las conjeturas abundan. En mi opinión la dicotomía –y su posible devenir– debe ser interpretada observando tanto la compleja relación entre economía y política como aquellos “muchos rostros” de la crisis. Sin pretender desarrollar este ciclópeo asunto aquí, dejaremos planteadas algunas primeras reflexiones.

En primer lugar es preciso aclarar que el concepto “globalización” es lo suficientemente difuso como para admitir acepciones incluso contradictorias. Apelamos a él a falta de expresión mejor para dar cuenta del contundente proceso de internacionalización financiera y en particular productiva del capital durante las últimas décadas al calor del desarrollo de aquello que se conoce como “neoliberalismo”. Cabe aclarar que si por un lado y en términos abstractos el proceso de internacionalización no tiene nada de novedoso como parte inseparable del movimiento histórico del capital, por el otro y en términos concretos, no existen antecedentes del entramado casi ininteligible de asociaciones de capitales y formación internacional de cadenas de valor tal como se presenta en la actualidad. Sin embargo y a pesar de esta reconfiguración, en modo alguno se ha perdido la base nacional de aquellos capitales invertidos transnacionalmente para los cuales el poder del Estado representa el vehículo garante de sus ganancias y ventajas externas –e internas. Cuestión que queda patentada de manera prístina en cada uno de los acuerdos y tratados comerciales. No por casualidad aquellos pactos se volvieron el objeto de furia de amplias mayorías perdedoras del proceso globalizador.

En este contexto surgen al menos dos cuestiones fundamentales. La primera de ellas está asociada a la necesidad del capital más concentrado de salvaguardar el poder del Estado para lo cual el consenso resulta un factor de primer orden. Y, tal como señala David Harvey en Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, la construcción del consenso implica el cultivo del nacionalismo.

No es casual que hasta los más fanáticos globalistas machaquen desde hace tiempo sobre la necesidad de frenar el proceso globalizador al que consideran de algún modo “sitiado” por la política. Las negociaciones de Trump –bastante pobres por el momento–- con Carrier, Ford e incluso la promesa de Apple de aportar 1.000 millones de dólares para crear puestos de trabajo manufactureros en Estados Unidos, constituyen ensayos de una respuesta muy limitada a este asunto. En el mismo sentido operan medidas como los aranceles a las importaciones de madera y lácteos desde Canadá, como parte de la futura renegociación del TLCAN. Se trata de demandas de los productores norteamericanos que vienen desde los años ’80 en dos rubros que representan las industrias más importantes de Wisconsin, uno de los estados soporte de Donald Trump.

El segundo aspecto remite a los límites de aquel proteccionismo esencialmente vinculado a las demandas de los “perdedores” de la globalización pero en gran parte contradictorio con los intereses de los sectores más concentrados e internacionalizados del capital. En principio esta oposición se puso de manifiesto en el hecho de que el Tratado Transpacífico y el Transatlántico –bocanadas de aire fresco de la cruzada globalizadora, como señalamos en “Proteccionismo, globalización y furia populista”– quedaron fuera de todo programa político electoral que se pretendiera ganador. Pero si los sectores económicos dominantes apoyaron mayoritariamente a Hillary en la contienda electoral, tras el triunfo de Trump se observan realineamientos de fracciones dispuestas a respaldar medidas de su conveniencia. Tras la coalición “American Made” –que liderada por un sector de transnacionales de alto poder económico como fabrica su avión “estrella” Dreamline –una “oda a la globalización”– en 10 países distintos y General Electric fue calificada por Fortune como la quinta empresa global a nivel internacional contando –sólo en México– con 17 plantas manufactureras. El apoyo al Border Tax por parte de estas empresas se sustenta en una demanda histórica de reducción de impuestos a las exportaciones. Pero también la archi opositora Apple apuntala la reducción impositiva a las ganancias generadas en el extranjero cuestión que –de hacerse efectiva– podría culminar en alguna nueva burbuja bursátil.

Es bastante impensable Boeing, General Electric o Caterpillar, apoya el por ahora desdibujado impuesto transfronterizo– se esconde el tipo de nacionalismo que estas empresas pueden alentar. Boeing –la mayor firma exportadora de Estados Unidos–que la intención de estas empresas consista en “retornar” a Estados Unidos. Con seguridad disputarán más agresivamente sus intereses en el mundo en lo que podría resultar el impulso de un tipo de “globalización” más unilateral. El dilema es que se enfrentan aquí aspiraciones hasta cierto punto contradictorias bajo igual mote de “nacionalismo”. El retorno del empleo y el consumo a Estados Unidos, constituye la demanda principal de los “perdedores” de la globalización y es el fundamento de su versión del nacionalismo y sostén a Donald Trump.

Un reciente artículo de Foreing Affairs nota que en la actualidad resulta particularmente complejo imaginar las medidas proteccionistas que podrían ayudar a la “economía norteamericana”, debido a que las empresas dedicadas al comercio internacional forman parte de complejas cadenas de suministro mundiales. Cualquier restricción a las importaciones que beneficie a determinados productores –agrega– perjudicaría a las industrias que usan esos productos como insumos. Ejemplifica que si para beneficiar a los productores internos un arancel aumenta el precio del acero, afectará a la vez a consumidores de dicho insumo como John Deere y Caterpillar. En un escenario de crecientes tensiones geopolíticas y dado el lento aunque persistente declive de la hegemonía norteamericana, es probable que esta contradicción profunda gobierne gran parte del escenario en el período próximo.

Paula Bach


FUENTE ORIGINAL:

Las contradicciones del programa nacionalista de Donald Trump

Nota: Los subrayados y negrillas, así como las ilustraciones (excepto la del título) corresponden al editor del blog.

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