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20 febrero 2019

Historia Tecnológica en la Primera Guerra Mundial



Del caballo al tanque, del globo al avión: así fue como la Primera Guerra Mundial revolucionó el arte de matar para siempre


por Andrés P. Mohorte
Xataka


La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto bélico moderno de la historia. Y como tal, deparó millones de muertos, pero también una revolución integral y transversal de las armas de guerra. No sólo en materia de tácticas, sino en aspectos antes ajenos al arte bélico como la aviación, los submarinos o los carros blindados. Aquello que se libró en los campos belgas y picardos durante cuatro años era reconocible como una guerra sólo por el barro y la sangre, pero todo lo demás había cambiado. Y lo había hecho para siempre.

En 1914, el último conflicto armado a gran escala que recordaban las grandes potencias europeas se remontaba casi cinco décadas en el tiempo. Entre tanto, los imperios, tan en boga por aquel entonces, se habían prodigado en la conquista de otros continentes, a menudo frente a tribus o naciones menos doctas en el arte de la tecnología de guerra. Europa había olvidado la práctica de la guerra, pero su espectro jamás se evaporó.

En el mismo periodo de tiempo, sin embargo, entre los casi cincuenta años que separaban 1870 de 1914, un puñado de grandes naciones europeas habían experimentado profundas revoluciones sociales, económicas y políticas. Francia había dejado de ser una monarquía. Alemania se había constituido como nación. Reino Unido y Estados Unidos habían impulsado una nueva revolución industrial. Y el equilibrio económico del continente se había comenzado a desplazar del campo a las cuencas mineras y fabriles.

Significaba todo esto, por tanto, que para cuando la Primera Guerra Mundial quiso hacer acto de presencia en la vida diaria de todos los europeos, la guerra, las armas mediante la que se libraba, había cambiado lo suficiente como para causar espanto, horror y sorpresa entre todos aquellos que, por primera vez en su vida, batallaban en el frente mucho antes que escuchaban relatos casi épicos y nacionalistas de las guerras del pasado.

Una guerra del siglo XX pensada en el siglo XIX



El siglo XIX había pasado de largo y dejado tras de sí incontables transformaciones en las estructuras políticas y económicas de las naciones europeas. Más profundas serían aún tras la Primera Guerra Mundial. Pero si algo no había hecho la centuria revolucionaria por excelencia era dejar un reguero de cicatrices de guerra en Europa.

Apenas un puñado de enfrentamientos a gran escala entre otras naciones se pudieron contar. Las más importantes, la Guerra de Crimea, en una remota península rusa disputada entre los zares y el vetusto y decadente Imperio Otomano, y la Guerra franco-prusiana de 1870, una serie de enfrentamientos entre el terminal imperio de Napoleón III y la proto-Alemania impulsada desde Brandenburgo por Bismarck y los Hohenzollern. Pero poco más. No hubo ocasión de exhibir muchos avances en materia técnica.

Soldados fotografiados por Robert Fenton durante la Guerra de Crimea, una de las pocas guerras que se libraron en Europa durante el siglo XIX. (The British Library)


Lo que no significa que no existieran. Las maravillas de la industrialización a gran escala habían permitido, de forma paralela, desarrollar toda una serie de avances técnicos jamás antes vistos. A finales del siglo XIX, por ejemplo, Estados Unidos había comenzado a probar el revolucionario sonar en su marina, y Reino Unido, Francia e incluso España habían coqueteado con las posibilidades de la aviación militar (en el caso español, por ejemplo, con globos de observación durante la guerra hispano-americana de 1898).

Europa asistía a una revolución en materia armamentística: de las balas de cañón se pasaba a los proyectiles altamente explosivos, lo que condicionaba las maneras y tácticas de guerra de un modo radical

En materia armamentística, además, las mejoras habían sido sustanciales, como bien narra Jeremy Black en su muy completo La guerra desde 1900. Los cañones se habían convertido en auténticas armas destructoras, y lejos quedaban ya las ajadas bolas de cañón que aún se podían ver en el frente en la Guerra de Crimea (las mismas que acabaron con la suicida carga de la brigada ligera). Precisamente la artillería iba a pasar a un primer plano frente a la vetusta, inútil e improductiva caballería. La Primera Guerra Mundial supondría su fin como elemento clave.


A este hombre, Carl von Clausewitz, y al libro que escribió sobre la guerra debemos gran parte de las lumbreras que en 1914 abocaron al mundo al desastre. (Wikipedia)


Lo que no significa que los altos mandos militares lo supieran por aquel entonces, claro. Surgidos de las antiguas castas nobiliarias y militares, a menudo en un estadio casi intocable dentro de su propio estado, como los prusianos, las audaces mentes estrategas de 1914 continuaban interpretando la guerra al modo del siglo XIX. Esto es, a la ofensiva, fuertemente influenciados por los escritos de Carl von Clausewitz, cuyo De la guerra (1832), en la resaca de las guerras napoleónicas, hacía una apología sin ambages del "culto a la ofensiva".

Las ideas de Clausewitz y las enseñanzas agresivas de Napoleón en batallas como Austerlitz provocaron que toda una generación de militares europeos se educaran creyendo en el rezo ofensivo, máximas que habían cobrado más fuerza que nunca en la primera década del nuevo siglo gracias a la explosiva aparición de las nuevas armas de fuego. Al ser más destructivas, se razonaba con entusiasmo en los despachos de París y Berlín, beneficiaban a las estrategias de ataques, más capaces de romper al rival.

En el agitado imaginario bélico de la Europa de aquellas décadas la guerra era un anhelo que se había mamado, en forma de resentimiento y nacionalismo, desde hacía años. Todos estaban convencidos de que ganarían de forma rápida y breve.

El tiempo demostró que no sería así, pero para colmo de males, las escasas guerras que influenciaron el imaginario bélico europeo de 1914, una psique colectiva que sentía la guerra como propia porque, como bien anotó Marc Ferro en su libro-tótem sobre el asunto, llevaba mamándola cinco décadas, habían sido cortas, rápidas y habían beneficiado al contendiende agresivo. Fue así en 1870 y en la ruso-japonesa de 1904.


Soldados japoneses durante la guerra ruso-japonesa. Japón se impuso a Rusia en su particular guerra de 1904, pero lo hizo a un altísimo coste humano dadas las nuevas virtudes del armamento moderno. Por desgracia, no hubo muchos observadores que tomaran nota de aquellas lecciones. (Collier's Weekly/La Ilustración Artística)


Esta última, de hecho, había mostrado al mundo cómo Japón se había impuesto al gigantesco Imperio Ruso, de recursos bélicos incomparables, a través de tácticas muy agresivas y aventuradas. No siempre había sido así: ni las guerras de los Balcanes ni la que libró Reino Unido frente a los estados libres boer en Sudáfrica invitaban al optimismo ofensivo, pero aquellos conflictos se libraban en regiones aisladas y remotas de Europa o ante colonias demasiado lejanas mental y físicamente del corazón del continente de las luces.

Así pues, en 1914 todos se aventuraron hacia una guerra que juzgaban rápida y corta, con movimientos sagaces que terminaran de forma fulminante con las defensas enemigas y que repitieran los esquemas de ataque ejecutados por genios como Von Moltke y tan recordados entre la intelligentsia militar. Y todos estaban convencidos de que ganarían.

Tenemos cañones y estamos dispuestos a utilizarlos

Lamentablemente, todos estaban equivocados.

Pese a los fugaces y aislados alegatos de pensadores militares como Ian Hamilton, testigo de lo que las ametralladoras rusas habían logrado frente a las cargas de infanterías japonesas en Manchuria, nadie había reparado en algo que definiría la Primera Guerra Mundial tal y como la recordamos: las nuevas armas, más destructivas, más eficientes, iban a permitir perfeccionar las tácticas defensivas, hasta el punto de anular las estatagemas ofensivas del enemigo. Y sin embargo, todos estaban al borde de lanzarse a la ofensiva.


El coste de la guerra se disparó y los estados tuvieron que producir de forma industrial armamento que abasteciera a las incesantes necesidades de sus ejércitos. Las fábricas se llenaron de armas y de proyectiles como los de esta imagen, en Reino Unido, y de forma paralela, ante la escasez de hombres, facilitaron la incorporación de la mujer al mundo laboral. (University of British Columbia)


Pensemos en la ametralladora, por ejemplo, la principal novedad técnica introducida en el campo de la artillería ligera en la Primera Guerra Mundial. Se trataba de un arma de fuego aún pesada (las francesas, Hotchkiss, podían alcanzar los 40 kilogramos) pero escueta, que podía ser desplegada con relativa facilidad en primera línea de frente y que era capaz de disparar 500 balas por minuto en un rango de más de 500 metros. Una carga frontal de infantería era su particular patio de recreo: acantonada en un punto oculto y protegido, un barrido podía desmontar cualquier ataque.

Una ametralladora bien acantonada era capaz de reventar una carga de infantería sin inmutarse o recibir daño alguno. Era un arma defensiva, no tan útil a nivel ofensivo

Su carácter determinante quedaría refrendado a lo largo de los años de la guerra gracias a las diversas mejoras técnicas introducidas, que reducirían su peso a los 18 kilogramos (las Spandau alemanas, por ejemplo) y que ampliaban su cadencia de disparo a las 700 balas por minuto (en el punto final de la guerra, Estados Unidos había logrado diseñar el celebrado subfusil Thompson, capaz de barrer una trinchera en un santiamén y portado fácilmente por un soldado, aunque nunca entró en combate).


Ataviados con máscaras de gas ante la posibilidad de que el enemigo decidiera utilizarlo, los soldados que defendían las trincheras podían acabar con una carga frontal numerosa con unas cuantas ráfagas letales de ametralladora. (Wikipedia)


¿Qué podían temer las defensas enemigas ante las ingeniosas y audaces cargas frontales decimonónicas ideadas por los generales rivales? No demasiado. Un puñado de ametralladoras sustituían con mayor eficacia a todo un batallón con un fusil.

Durante años, los soldados fueron enviados al matadero por las tácticas cabezonas de sus superiores, que creían que el frente se rompería redoblando la presión.

Sin embargo y pese a las evidentes carnicerías en el frente, protagonistas de batallas tan cruentas como la del Somme, en la que sólo el bando alemán contó con más de medio millón de bajas, la Primera Guerra Mundial asistió a un sorprendente ejercicio de cabezonería por parte de sus élites militares. ¿Por qué? En un principio, por la abrumadora superioridad de la artillería, que pasaba así a conformar la esencia del planteamiento ofensivo. Los proyectiles eran tan potentes y destructivos y se podían lanzar desde posiciones tan alejadas que se creía que el enemigo no podría resistir demasiado.

Y era un planteamiento razonable. Si el enemigo había logrado acantonarse en correosas trincheras gracias a la futilidad de los movimientos ofensivos, excepto durante los primeros compases de la Operación Schlieffen alemana, la estrategia lógica era bombardear sus posiciones hasta que se abriera una brecha.


En algunas batallas, el frente ofensivo lanzaba alrededor de un millón de proyectiles sobre las trincheras, en las que los soldados debían aguantar estoicamente, presas de los nervios y de la ansiedad, a que la tormenta cesara. Una vez sucedía, aguardaban atrincherados las cargas de infantería de sus rivales. El resultado eran montañas de casquetes a kilómetros del frente. (Wikipedia)


Aquí fue Alemania el país que mejor entendió la dirección de la guerra. En 1914 había puesto en circulación cañones tan espectaculares como el 15 cm schwere Feldhaubitze 13, una virguería técnica de dos toneladas y media y dos metros y medio de ancho capaz de disparar a más de ocho kilómetros de distancia proyectiles del calibre 150mm. Su producción, de 3.400 unidades, permitió a las fuerzas germanas causar toda clase de tormentos a la infantería enemiga, gracias a su envidiable ángulo (hasta 45º) y a la fuerza explosiva de sus cargas (42 kilos).

Aparatos así, inigualados en los primeros días de la guerra por sus pares ingleses o franceses, ayudaron a Alemania a tantear la posibilidad de tomar París, tal y como hubieran hecho cincuenta años antes para amargo recuerdo del nacionalismo galo. Conscientes de la creciente importancia de la artillería, los franceses pasaron de sus preferidos calibres de 75mm a proyectiles más pesados y poderosos lanzados por unidades como el Cañón de 105 mle 1913 Schneider, que podía disparar proyectiles de 105mm a más de 12 kilómetros.

Francia, en un inicio reacia a cualquier novedad que el frente pudiera deparar, optó por calibres más pequeños que pudieran ser transportados con facilidad por la tropa. Fue un craso error.

Asentadas las posiciones tras el intenso despliegue inicial alemán, Francia pudo detener las pinzas envolventes enemigas en la Batalla del Marne, salvaguardando París, retomando parte del terreno perdido y estableciendo las líneas de frente básicas que habrían de definir la Primera Guerra Mundial. Y a partir de aquí, comenzó el toma y daca permanente de las artillerías, en juegos de ida y vuelta totalmente improductivos.


Un 15 cm schwere Feldhaubitze 13 en plena acción durante la batalla de Arrás, en 1917. Se desplegaba por detrás de las trincheras y su largo alcance le permitía alcanzar objetivos enemigos. Entrada la guerra, comenzaron a disparar antes sobre la artillería enemiga que sobre las propias trincheras. (Allgemeiner Deutscher Nachrichtendienst)


Asombrados por la capacidad destructiva de sus cañones, las tácticas a un lado y a otro del frente consistían en la siguiente rutina: durante días, la artillería, empleando herramientas de localización y puntería a varios kilómetros de las trincheras, desplegaban una intensa oleada de decenas de miles proyectiles sobre las cabezas de los soldados enemigos. El objetivo era destruir el novedoso y eficaz alambre de espino y las pequeñas fortalezas casi subterráneas de las trincheras, para que más tarde los batallones de infantería limpiaran y tomaran el terreno.

El resultado era invariable: la artillería descargaba tantos proyectiles que dejaba impracticable el terreno, lo que en los meses de lluvias, tan comunes en el norte de Europa, hacía imposible avanzar de forma efectiva. Pese a lo esperado, las defensas rivales aguantaban, y los soldados enemigos encontraban francas posiciones de disparo para aniquilar y ametrallar a placer las ofensivas, impotentes y enviadas al matadero por sus superiores. Cada carnicería fue mayor que la anterior porque los soldados se lanzaban de forma suicida contra las trincheras rivales.

La rutina era bien conocida por los soldados, que debían resguardarse durante una semana o más en el búnker hasta que la oleada rival terminara, y después, atolondrados, salir a defender la trinchera

Las pequeñas ganancias en el frente que pudieran conseguir eventualmente los ataques eran rápidamente neutralizadas ante la imposibilidad de mantener líneas de abastecimiento en un terreno repleto de barro y cráteres lunares. El enemigo sólo tenía que esperar para recuperar sus trincheras convenientemente abastecidas y acantonarse de nuevo. En batallas como el Somme, ya en 1916, centenares de miles de muertes a causa del ciclo artillería-carga suicida resultaban en apenas un puñado de kilómetros ganados. Era frustrante y terrorífico.

Las trincheras: el obstáculo fundamental de la Primera Guerra Mundial


Las trincheras eran la clave de la guerra

Tras la Batalla del Marne, comenzó la ya célebre carrera hacia el mar, que obligó a alemanes e ingleses recorrer el norte de Flandes en busca del Canal de la Mancha, con objetivo de proteger sus flancos y evitar el rodeo de sus fuerzas. La lógica de la guerra hizo el resto: a la altura de 1915, contaba la leyenda que un soldado podía caminar desde Ostende hasta la frontera Suiza sin que un metro de su cuerpo sobresaliera del suelo. Era la Europa subterránea.


Vida En Las Trincheras. Dada la situación de estancamiento, las trincheras fueron la vida común del soldado durante la Primera Guerra Mundial, cuya memoria ha quedado definida por ellas.


De nuevo, fueron los dirigentes alemanes quienes tuvieron más acierto a la hora de leer la guerra. Como cuenta Paul Fussell en su clásico La Gran Guerra y la memoria moderna sobre los pormenores de la vida en el frente, el alto mando alemán había ordenado construir trincheras espaciosas, higiénicas y cómodas. La mezcla de obsesión por la perfección fabril de Alemania y la rápida asunción de que la guerra, pese a todo lo creído antes de su estallido, sería lenta y muy larga, provocó que los alemanes se desempeñaran a fondo en hacer la vida de sus soldados más fácil.

Y como bien noveló Erich María Remarque en Sin novedad en el frente, Alemania había elaborado un reflexivo sistema de rotación que hacía que un soldado cualquiera no pasara más de dos semanas seguidas en primera línea. Se habían asentado diversos puntos en las líneas de abastecimiento de la trinchera (que no consistía sólo en la primera línea, sino en una profundidad de hasta tres niveles), y tras su periodo en el frente, todos los hombres regresaban a la retaguardia a pasar días descansando y recuperándose, pese a todas las calamidades.

Fueron los alemanes quienes antes comprendieron el sino de la guerra, lo que combinado con su natural eficiencia productiva derivó en trincheras más saludables, protegidas y habitables que las de los franceses o ingleses.

La situación era distinta al otro lado del frente. Los altos mandos franceses e ingleses, personificados en militares tan clásicos, pagados de sí mismos y reacios al cambio como Robert Nivelle, continuaban creyendo que la guerra sería rápida y que duraría poco, por lo que no invirtieron mucho tiempo en acomodar las trincheras y atender las necesidades inmediatas de sus soldados. Así, los ingleses y franceses en el frente estaban más empapados en barro, sufrían de peores condiciones de alojamiento y se las veían y deseaban de forma amarga con las ratas.


Una trinchera francesa. Los soldados no solían pasar demasiado tiempo en primera línea, e iban rotando y siendo relevados ante el estrés y lo intenso de las batallas. (Wikipedia)


Tras las carnicerías de Verdún y el Somme, ofensivas respectivas de Alemania y Reino Unido para conquistar puntos claves de sus rivales, el tiempo de la guerra cambió. Como constataría Churchill tras los espurios kilómetros ganados en Bélgica, las victorias costaban tanto que se asemejaban demasiado a las derrotas. Y lo cierto es que mediado el conflicto, Francia, Reino Unido y Alemania se desangraban ante la cruda realidad de una guerra librada al uso antiguo con instrumentos modernos. Si se quería avanzar, había que cambiar, aunque implicara correr mayores riesgos y afrontar cismas internos en los altos mandos.

Y qué mejor modo de hacerlo que abrazando la modernidad en su esplendor más puro.

El aire: el otro punto de inflexión en la historia de la guerra

Saltar por encima de las trincheras implicaba dos cosas: por un lado, diseñar proyectiles más eficaces que tuvieran un impacto real en el denso entramado defensivo del enemigo. Segundo, apuntar mejor: los misiles dejaban un reguero de cráteres que hacían impracticable el terreno, y la necesidad de alejar a la retaguardia artillera del frente (en aras de protegerla de los desmanes de sus colegas enemigos) provocaba que la dirección del disparo fuera en ocasiones un ejercicio de demasiada incertidumbre. Para ello, la tecnología moderna ofrecía una solución brillante: los aviones.

La Primera Guerra Mundial representó la puesta de largo de la aviación. Sí, España y otros países habían utilizado elementos experimentales con anterioridad, como el globo (sus aventuras en la guerra hispano-americana de 1898, tan cercana por aquel entonces, están retratadas de forma muy divertida en La estrategia del desastre de Jaime Pérez-Llorca), pero el avión era toda una novedad a gran escala (aunque se había probado ya en la Primera Guerra de los Balcanes). El impulso tecnológico permitió pasar de apaños primitivos a resultones biplanos.


Un Albatros D.III alemán, el avión que permitió a Alemania dominar los aires durante todo un año, 1917. (Wikipedia)


Pese a que la leyenda de figuras como el Barón Rojo y los duelos de ases del aire colocan a la aviación en un estadio idílico e imaginario durante aquellos años, su función era más prosaica, por más que, a ras de suelo, la soldadesca disfrutara con fruición de las pequeñas cuitas aéreas entre los avezados pilotos. A los aviones se les pedía que miraran. Que miraran y fotografiaran.

De hecho, gracias a sus labores de investigación al otro lado del frente hoy podemos disfrutar de espectaculares imágenes cenitales de la Primera Guerra Mundial. Los biplanos se dedicaban a surcar el aire con diversos propósitos estratégicos. Por un lado, predecían el movimiento de tropas rivales, herramienta indispensable en una época en la que los ejércitos europeos comenzaban a acostumbrarse a movilizar a centenares de miles de hombres en un puñado de días. Por otro, informaban de la posición de la artillería rival, con visos de atacarla. Y finalmente, señalaban la posición de las trincheras enemigas.

La principal misión de la aviación durante los cuatro años de guerra fue la de observación, por más que se gestaran leyendas como las de Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, con 80 presas derribadas.

Con toda esa información, bastante completa avanzada la guerra, el alto mando de turno decidía hacia dónde se iban a dirigir los próximos ataques. No significa esto que la aviación quedara limitada a meros trabajos explorativos: tan pronto como en Verdún, en el verano de 1916, la aviación alemana ya había aplicado los primeros escuadrones aéreos de combate, y durante los años subsiguientes no era raro toparse con pilotos ametrallando desde el aire a la infantería enemiga cuando la ocasión lo requería, para espanto de los soldados.


Un cráter en París, provocado por uno de los escasos bombardeos realizados por los zeppelines alemanes contra población civil. (Willy John Abbot/Wikipedia)


La Primera Guerra Mundial también fue testigo de los primeros intentos de bombardeo de población civil, un elemento tan terrorífico y presente en los conflictos subsiguientes tras la matanza de Gernika. Fueron los alemanes quienes se prodigaron en el asunto, aunque no sobre los ligeros biplanos, incapaces de recorrer largas distancias o de portar bombas pesadas, sino sobre los legendarios zeppelines, enormes bolas de gas que surcaban los aires cual destructor de los mares, y cuya impronta visual no se correspondía con su inestabilidad y alta tasa de siniestralidad.

Los generales alemanes, al provenir de la casta militar prusiana que tan poco aprecio prodigaba por las gentes comunes propias y muy especialmente de otras naciones, experimentaron con bombardeos a pequeña escala de núcleos urbanos. Fueron los VI, VII y VIII los primeros zeppelines germanos en lanzar bombas en ciudades belgas, como Lieja o Amberes, causando pocas bajas humanitarias y escasos desperfectos.

Alemania lanzó a sus zeppelines a explorar el Báltico y a bombardear Londres y París, lo que aterrorizó a las poblaciones civiles en una guerra en la que, en líneas generales, estuvieron al margen de la carnicería que representó el frente.
Más tarde, aquellos globos gigantes que en muchas ocasiones también ejercieron de exploradores en el frente oriental (en el Báltico), bastante más dinámico de lo que recuerda la memoria colectiva (y abandonado a propósito en este artículo, dado lo inabarcable del largo conflicto), se adentraron en las capitales de los imperios rivales, París y Londres, causando la muerte de hasta 500 personas en la ciudad londinense. Aquel estadio de alarma inusitado en una población que observaba con terror la llegada de las enormes zeppelines causó que Inglaterra se tomara más en serio la cuestión aérea y dotara de independencia jerárquica dentro de su ejército a la RAF.

Las campañas de bombardeos civiles de los zeppelines causaron un enorme malestar en Francia y muy especialmente en Reino Unido, lo que contribuiría al relato culpabilizador y poco dialogante de los vencedores sobre Alemania cuando el bloqueo económico y militar le hiciera firmar la paz con sus enemigos.


Numerosos zeppelines como este fueron empleados en la Primera Guerra Mundial, aunque muchos terminaron en el suelo fruto de su enormidad, lo que les convertía en trastos poco manejables y fáciles para los enemigos. Esa misma impronta gigantesca aterrorizó a las poblaciones civiles de Inglaterra y París. (Wikipedia)


Pero, en fin, aquellos zeppelines de corto recorrido no serían más que un exotismo en una guerra librada y determinada por otras fuerzas. La principal, la artillería, a la que la aviación ayudaría enormemente en su radical reformulación de su estrategia de guerra. Pasado 1916 y tras el fracaso sin paliativos de las ofensivas de Verdún y el Somme, donde la artillería se centraba en el bombardeo durante días (o semanas, como el inicial británico frente a los alemanes en el Somme) de las trincheras enemigas, los aliados comprendieron que nada iban a extraer de sus tácticas tradicionales, y que si querían avanzar necesitaban neutralizar a la artillería enemiga.

Sin embargo, y como ya hemos visto, el larguísimo alcance de los nuevos proyectiles impedía visualizar las posiciones enemigas, por lo que en muchas ocasiones disparar más allá de las trincheras se convertía en un inmenso ejercicio de azar.

La artillería tenía que acceder a las posiciones de la artillería enemiga, en aras de neutralizarla. Para ello se valieron de un complejo modelo en el que la punta de lanza era la aviación.

Post-1916 Reino Unido en especial introdujo varias novedades que le permitirían hacer daño real a la artillería alemana. Por un lado, mejoró la capacidad explosiva de sus casquetes: si antes eran incapaces de estallar a no ser que se estrellaran directamente contra figuras muy sólidas, como un búnker de hormigón, ahora productos más efectivos como el Number 106 Fuze requerirían tan sólo de un ligero roce con el alambre de espino para saltar por los aires, exprimiendo la efectividad de los ataques artilleros.

Más importante aún, Reino Unido y por extensión Francia dejaron de apuntar hacia las trincheras, conocedores de las brutales sangrías perpetradas por las ametralladoras intactas de los alemanes. El ejercicio de cartografía realizado por los aviadores, indispensable en este punto, y delicados cálculos matemáticos (en los que se mezclaban coordenadas desplegadas por los amigos del aire, avistamientos a ras de suelo y la identificación del humo y de los estallidos de luz obligados en cada disparo enemigo) realizados por los ingenieros de turno permitieron la rápida identificación de la posición artillera enemiga para su posterior destrucción.


Es más fácil si sabes dónde tienes a tu enemigo. (Wikipedia)


Así, y tras la mejora de la cadena comunicativa por la cual se identificaba a un objetivo y se trasladaba la buena nueva al cañón que tenía que disparar, Reino Unido obtuvo una ventaja táctica relevante frente a la tradicional potencia artillera de Alemania. La eficiencia del sistema se completó con innovaciones técnicas que contribuyeron a neutralizar el efecto del viento durante el disparo, mejorando la ergonomía de los casquetes y su trayectoria de vuelo.

En aquel complejo proceso en el que el avistamiento aéreo era el primer paso, Reino Unido llegó al punto de localizar y disparar sobre un objetivo tan pronto como hubiera sido detectado. La situación, durante 1917 y 1918, favoreció enormemente la capacidad militar de los aliados, que luchaban frente a una potencia en progresivo estado de ebullición interna por el bloqueo y las penurias de la población alemana y que, ante lo impracticable del campo de batalla, había desplegado un nuevo elemento revolucionario: el tanque.

Los compases finales de una guerra que ya lo había cambiado todo

De rigor es reconocer que el carro blindado, aquella audaz innovación surgida de la inteligencia británica con el objeto de sobrepasar el bacheado campo de batalla y el insuperable alambre de espino, había hecho su aparición en una fecha tan temprana como el 15 de septiembre de 1916. Sin embargo, por aquel entonces el Mark I era un amasijo de hierros comandado por 8 personas que tenía poca operatividad sobre el terreno. Con sus enormes ruedas de oruga destinadas a navegar sobre el barro, era poco maniobrable y sufría de incesantes averías técnicas.

En cualquier caso, la presencia de auténticos monstruos de hierro en el frente generó severos quebraderos de cabeza para las tropas alemanas, acongojadas ante la visión de las peores pesadillas del sueño industrial. Aquel Mark I y sus sucesivos II y III, tan temibles y terroríficos en lo visual como ligeramente relevantes en lo bélico, espantaban a los hombres enemigos y los intimidaba de puro terror.

Los tanques fueron introducidos en el campo de batalla por primera vez durante la Primera Guerra Mundial, aunque no siempre tuvieron un papel efectivo. Reino Unido inventó el primero y desarrolló los mejores modelos.
No sería hasta los compases finales de 1917 cuando los ingleses comenzarían a dominar su manejo y maestría. Acaso sería el Mark IV el mejor ejemplo de todo ello: con 27 toneladas de peso y un blindaje de hasta 12 milímetros de grosor, el tanque fue utilizado con efectividad en Cambrai gracias a sus seis ametralladoras ligeras ubicadas en los laterales del carruaje, perfectos para acabar en posiciones francas y protegidas con las tropas enemigas.


El Mark IV fue el primer gran tanque, en términos de eficacia, introducido durante la Primera Guerra Mundial. (Wikipedia)


Las sucesivas evoluciones del Mark (hasta el X) fueron las más avanzadas y audaces de cuantos tanques se emplearon en la guerra, por más que en batallas como las de Ypres resultaran del todo inservibles por culpa de su lentitud (incapaces de perseguir al enemigo en retirada: en el mejor de los casos avanzaba a 6 kilómetros por hora) y por lo surrealista del terreno, donde la bruma, los árboles despojados de sus hojas y los cráteres gigantescos repletos de agua transformaron Bélgica en un escenario de otro universo (para el recuerdo las fotos de la sórdida batalla de Passchendaele).

Franceses y alemanes también introdujeron carros de combate durante este periodo de tiempo, aunque no al nivel de los británicos. Los franceses en particular utilizaron coquetos tanques ligeros como el Renault FT-17, que podían acompañar con sus más modestas ruedas de oruga y su pequeño cockpit acorazado a los soldados en terrenos más pequeños y resbaladizos. Sus primos St Chamond, sin embargo, estaban lejos de la efectividad de los Mark, con orugas muy cortas sobre chasis enormes que les hacían proclives al tropiezo y bloqueo.

La efectividad de los tanques varió con el paso del tiempo. Los británicos construyeron los primeros, mejores y más efectivos, mientras que los alemanes no supieron exprimirlos al máximo.

Por su parte, los alemanes nunca fueron capaces de emplearlos con éxito en sus diversas iniciativas de ofensiva. Sólo un diseño definitivo entró en combate durante los cuatro largos años de guerra, y fue el aparatoso y extraño A7V, conocido popularmente como el "monstuo". Pesaba más de 30 toneladas y contaba con un centro de gravedad inusualmente alto, lo que provocaba que fuera inestable, a lo que había de sumar numerosos puntos ciegos desde la cabina, un hándicap importante. Su alta velocidad (15 kilómetros por hora, nada menos) le permitió cierto éxito operativo en Villers-Bretonneux (la primera batalla de tanques de siempre).


Un AV7 alemán paseando por las ruinas de Roye, una ciudad del Somme. Aunque en general la población civil no sufrió tanto como en la Segunda Guerra Mundial y que las batallas urbanas fueron una excepción, el paisaje de la región, pueblos incluidos, quedó devastado. (Bundesarchiv)


Pero en líneas generales, el alto mando alemán no pudo emplearlo con el mismo tino y éxito que el británico, que había reformulado su cadena de mando, dotando de más operatividad y autonomía a los cuadros inferiores, y su forma de entender la guerra, acoplando dirección y estrategia desde aire, artillería, infantería y carros de combate.

Los últimos días y el fin, la victoria de la total integración militar

Fue la recta final de la Primera Guerra Mundial la culminación de la rápida evolución británica y de su inteligente adaptación. Reino Unido debió tomar la iniciativa en el frente ante el exhausto e inoperante ejército francés, cuyas intentonas de carácter clásico, de nuevo elaboradas por generales testarudos como Nivelle, fueron a morir en la ofensiva que lleva su nombre de primavera de 1917, y que los Pimpinella del alto mando alemán tras la defenestración de Falkenhayn, Hindenburg y Ludendorff, repelieron con éxito sobre la Línea Hindenburg.

A finales de 1917 todas las facciones estaban exhaustas: las huelgas asolaban la credibilidad del gobierno de Lloyd George en Reino Unido, las insurrecciones se multiplicaban entre las divisiones francesas (con el consecuente castigo en forma de fusilamiento sumario de los generales), el descontento y el hambre comenzaban a hacer mella en Alemania, la tormenta perfecta de inoperatividad táctica y crisis por la supervivencia política de Austria-Hungría ponían el futuro de la monarquía dual en entredicho, y el colapso generalizado del Imperio Otomano resultaba en acciones desesperadas como el genocidio armenio.

Todos tenían incentivos para terminar la guerra. Pero ninguno sabía cómo.

En 1918, Alemania intentó una última ofensiva desesperada con el objeto de partir en dos el frente enemigo. Fracasó y fue el inicio de su amargo destino. (David McLellan/Wikipedia)


Una vez más, fue Reino Unido quien sumó de forma efectiva el despliegue de tanques y aviación a las nuevas herramientas artilleras, capacitadas para hacer daño en la retaguardia alemana. Sin embargo, fue la exposición alemana la que terminaría decidiendo el sino de la guerra tras años de conservadurismo, inestabilidad y una terrible mezcla de incapacitación e inoperancia entre los grandes generales.

Finiquitada la Rusia de los zares y cerrado el frente oriental tras la rendición bolchevique, Luddendorf y Hindenburg, más dedicado a la dirección política que a la militar, se toparon en la primavera de 1918 con una cuarentena de divisiones a desplegar en el Frente Occidental. Convencidos de la necesidad de un golpe maestro que hundiera a los aliados tras un año optando por replegarse, y apremiados por la creciente inestabilidad política interna de Alemania a causa del bloqueo británico, que a estas alturas tornaba en insostenible dada la carestía, ejecutaron con parcial éxito la Operación Michael.

En un último intento desesperado y suicida al que sólo un milagro podía haber salvado, Alemania lanzó la Operación Michael en la primavera de 1918 con objeto de romper en dos a los aliados. No funcionó.

Se trataba de un intento desesperado. La guerra había derivado a un complejo sistema de relación económica-logística que requería de abundantes recursos por parte del estado, tanto materiales como técnicos. En esencia, toda la nación debía hipotecarse al frente. Y Alemania, que había resuelto por fin el dilema del "doble frente", tenía que forzar un final antes de que el poderío material de Estados Unidos hiciera inviable un colapso de las fuerzas aliadas o de que el Imperio Austrohúngaro, del que se sabía tentado de firmar la paz por separado, se hundiera.


Soldados estadounidenses (marines) a la carrera durante la Ofensiva de los Cien Días. Tras la última intentona alemana, las fuerzas se decantaron del lado de los aliados porque sus recursos, apuntalados de forma notable por Estados Unidos, eran mucho mayores. Cuando Alemania tuvo que reponer soldados y material tras la Operación Michael no contó con una potencia al otro lado del Atlántico que le apoyara, y se ahogó presa de su propia ambición. Las tropas estadounidenses, por lo demás, no fueron determinantes a nivel operativo: sus propios colegas británicos o franceses se sorprendieron ante su inmadurez en combate. Por aquel entonces, Estados Unidos no había participado en demasiadas contiendas bélicas a gran escala. (US Marine Corps)


Así, y en un ejercicio sorprendente y lanzado a gran escala desde la Línea Hindenburg que buscaba destruir a Francia y forzar la paz por separado con el resuelto y determinado Reino Unido, Alemania avanzó en unos pocos meses lo que jamás se había avanzado durante la Primera Guerra Mundial, llegando hasta las puertas de Amiens, Arrás o Lens sin llegar nunca a tomarlas. Aquel bloqueo, aquella incapacidad física de llegar más allá, tambaleó los cimientos de las defensas aliadas, pero no su determinación de resistencia unificada ni sus cimientos estratégicos, apuntalados por los inmensos recursos de Estados Unidos.

Tocados pero aún vivos, Reino Unido, Estados Unidos y Francia contraatacaron durante el verano de 1918. Alemania no había logrado provocar el hundimiento de sus enemigos, y tras la ofensiva suicida, que expuso de forma letal sus debilidades logísticas y de abastecimiento, se hundió paso a paso, incapaz de sostenerse sobre sí misma. Los meses que llevaron del verano al otoño fueron un sálvese quien pueda generalizado entre la tropa germana y un delirante rechazo al fracaso por parte de Luddendorf y Hindenburg, quienes sólo accedieron al armisticio cuando la revolución bolchevique y el caos asolaban Baviera y Berlín.

El fin de la Primera Guerra Mundial había llegado.

Paloma Paz. Un soldado británico agarra una paloma blanca desde un lateral del Mark V tras la batalla de Amiens. Fue el inicio de la Ofensiva de los Cien Días de los Aliados, y el fin de Alemania en la Primera Guerra Mundial. (David McLellan/Wikipedia)


Sobre la situación pre-revolucionaria de aquella Europa a las puertas de la década de los '20 se ocupa ya otra historia. Alemania y sus aliados se habían hundido en lo político y en lo militar, arrastrados por su desesperación, y la Primera Guerra Mundial había acabado con las tres grandes familias que habían reinado sobre los pueblos de Europa central y del este durante siglos: los Hohenzollern, los Romanov y los Habsburgo. El sistema dinástico, el Ancien Régime, se había desmoronado en cuatro años que habrían de redibujar el continente para siempre.


Fue una revolución.

Aquella guerra también fue el inicio de la modernidad, del siglo corto de Hobsbawn, y también el principio del fin del arte guerrero clásico. La Primera Guerra Mundial supuso la primera piedra en el camino de la guerra librada por naciones al completo y de la subordinación del orden económico del estado al esfuerzo bélico. También de los primeros ataques contra la población civil, de la propaganda como motor del nacionalismo guerrero, de dos innovaciones que marcarían el futuro de la guerra para siempre (la aviación y los carros de combate), y de la reordenación definitiva de la estructura socio-económica del mundo.

Fue una guerra baldía donde la victoria siempre se vio acompañada de la amargura y donde la derrota se sazonó con rencor, fermentando en los totalitarismos y en la escalada política hacia la violencia racial, destructiva e incomparable de la Segunda Guerra Mundial. Fue, en definitiva, el evento más transformador de la historia reciente del ser humano, un punto de no retorno que a su término había costado más de 18 millones de víctimas humanas y que había industrializado el terror para siempre.


Andrés P. Mohorte

14 febrero 2019

Operación "León Marino", lo que nunca fue




I parte 


Cómo los nazis planearon invadir
Gran Bretaña

por Nick Ottens
Never Was Magazine 

Los generales de Hitler tenían poca fe en la Operación León Marino, pero una película de propaganda estadounidense lo hizo parecer fácil.

La ballena nazi se traga a Jonah Britain en la película de propaganda estadounidense de 1943, Why We Fight: The Battle of Britain


Después de que Alemania había invadido Francia y los Países Bajos en la primavera de 1940, una invasión de Gran Bretaña, la única nación libre que quedaba en Europa, parecía una posibilidad distinta. Aviones de combate y bombarderos alemanes emprendieron una guerra aérea de un mes de duración con sus homólogos británicos en el Canal y el sur de Inglaterra ese verano. Los alemanes tenían la intención de seguir con un asalto anfibio una vez que la Luftwaffe hubiera establecido una superioridad aérea.

Por supuesto, los alemanes nunca llegaron allí. El primer ministro, Winston Churchill, felicitó a los aviadores de Gran Bretaña en agosto, diciendo que habían sido "incansables en su constante desafío y peligro mortal" y que estaban "cambiando la marea de la guerra mundial por su destreza y por su devoción".

“Never in the field of human conflict was so much owed by so many to so few" (Nunca antes en el campo de los conflictos humanos tantos han debido tanto a tan pocos) dijo Churchill. 

Los británicos habían sido superados en número y con armas, pero lograron defenderse del asalto aéreo nazi y darle a Adolf Hitler su primera derrota.

Sin embargo, incluso si hubieran fallado, es dudoso que los alemanes pudieran haber logrado una invasión. 


Inviable


La bandera de la marina alemana es izada durante la invasión de Dinamarca en 1940 (Bundesarchiv)

"Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas; nunca nos rendiremos". (W. Churchill)

Para empezar, los británicos todavía controlaban los mares. Los alemanes emprendieron la guerra submarina por necesidad. Su flota de superficie no se consideraba rival para la Royal Navy.

Los alemanes también carecían del tipo de lanchas necesarias para desembarcos y especialmente diseñadas para una invasión. Tampoco tenían experiencia en la guerra anfibia.

La Operación León Marino (Sea Lion), como se denominó al plan, originalmente contemplaba aterrizajes a lo largo de toda la costa del sur de Inglaterra. Esto se redujo en reconocimiento de las deficiencias de la Kriegsmarine. La versión final del plan de invasión propuso poner nueve divisiones en tierra, unos 67.000 hombres. Una vez que hubieran asegurado las playas, seguirían más tropas. Tenían que empujar hacia el norte y rodear Londres. Para entonces, los alemanes esperaban que los británicos se rindieran.

Incluso esta versión reducida fue considerada inviable por los comandantes militares de Alemania. La mayoría de los historiadores están de acuerdo en que tenía pocas posibilidades de éxito.

Sin embargo, las cosas parecían muy diferentes en ese momento. Hitler estaba en una buena racha y los Aliados no podían saber que ni la fuerza aérea alemana ni la armada estaban a la altura.


Primero: conseguir el control del aire.

Bombardeo alemán de Inglaterra como se muestra en la película de propaganda estadounidense de 1943 Why We Fight: The Battle of Britain (Por qué luchamos: la batalla de Gran Bretaña)


La película de propaganda estadounidense de 1943, The Battle of Britain, la cuarta de una serie de siete llamada Why We Fight, presentó lo que describía como un plan alemán "infalible" para invadir Inglaterra.

Comenzó eliminando a la Royal Air Force (que es donde las cosas salieron mal). Entonces, los aviones de combate alemanes debían destruir las líneas de comunicación y suministro en todo el sur del país.


Pulverizar la costa

Bombardeo alemán de Inglaterra como se muestra en la película de propaganda estadounidense de 1943 Why We Fight: The Battle of Britain (Por qué luchamos: la batalla de Gran Bretaña)


La segunda fase luego de "pulverizar" la costa con bombarderos en picado era soltar paracaidistas para apoderarse de ciudades como Brighton, Dover y Portsmouth.


Panzers a través del Canal

La invasión alemana de Inglaterra como se muestra en la película de propaganda estadounidense de 1943 Why We Fight: The Battle of Britain  (Por qué luchamos: la batalla de Gran Bretaña)


La tercera fase sería la invasión real. Los panzers cruzarían el Canal en barcazas de "alta velocidad" desde Boulogne, Calais y Le Havre bajo un paraguas de protección de aviones de combate.

En el mundo real, tales barcazas serían muy deficientes (no existían) y faltaba mucho para su desarrollo. Y, todavía existía la flota británica de patrulla en el Canal, que la película no menciona.


Rodear Londres


La invasión alemana de Inglaterra como se muestra en la película de propaganda estadounidense de 1943 Why We Fight: The Battle of Britain (Por qué luchamos: la batalla de Gran Bretaña)


Sin embargo, asumiendo que hubiesen logrado cruzar, los alemanes debían enviar "puntas de lanza grandemente armadas para dividir, rodear y destruir toda resistencia". Eso, dice la película "es todo lo que tenían que hacer”. ¡Muy fácil!, según la película de propaganda estadounidense Why We Fight: The Battle of Britain que se conserva en los Archivos Nacionales de los Estados Unidos.


VideoWhy We Fight. La batalla de Gran Bretaña, Cuarta parte de una serie de siete films de propaganda producidos por el Departamento de Guerra de los Estados Unidos (Special Service Division).



II parte

El Contexto histórico

¿Y si los nazis lograban invadir Gran Bretaña?


por Tito Andino U. 

Siguiendo el esquema del historiador Nick Ottens, fundador y editor jefe del Atlantic Sentinel y su otro portal "Never was" (Nunca fue), cuyo lema es: "Explorando un pasado que nunca fue", es necesario documentar la primera parte de este reportaje con las consecuencias que hubiese acarreado una victoria germana. 

Los siguientes datos no corresponden a situaciones hipotéticas, fueron reales planes operativos trazados para su ejecución en caso de lograr vencer y ocupar Inglaterra.




Es lógico hacernos a la idea que Unternehmen Seelöwe (Sea Lion) o "León Marino" en castellano, concebido en 1939 por la Kriegsmarine y presentado a Hitler en 1940, luego de confirmarse que Gran Bretaña no negociaría con los alemanes, fracasó desde su diseño en los mapas, nunca llegaría a ser operativo, a pesar que la marina y el ejército practicaron algunos cuantos ejercicios de desembarco con tal propósito. El plan tenía un complemento, la "Operación Verde", la ocupación de Irlanda. 


Croquis del plan de ataque alemán para la invasión del sur de Inglaterra. Operación León Marino.


La Luftwaffe emprendió previamente lo que se denominó la "Batalla de Inglaterra", en un intento por controlar los cielos y las aguas del Canal de la Mancha, la secuela de esta batalla aérea fue la caída de mortíferas bombas sobre las principales ciudades de Inglaterra, los ciudadanos se vieron obligados a buscar refugio en los túneles del metro. 

En la meticulosidad burocrática alemana no solo se planeaba las operaciones militares, al igual que en el frente del este y en otros frentes, tras la avanzada de la Wehrmacht acechaban las fuerzas nazis propiamente dichas, es decir el aparato de seguridad de las SS, el SD, la Gestapo y los einsatzgruppen SS (unidades móviles de exterminio)  

Para el caso británico también se hallaba preparada una operación estratégica de "limpieza" de ingleses indeseables, su nombre oficial fue Sonderfahndungsliste GB, que en cristiano se puede traducir como, Lista de búsqueda especial de Gran Bretaña. No era otra cosa que un documento que contenía la lista de personas relevantes a ser capturadas en el momento de consumarse la Operación León Marino. Para la posteridad y fácil comprensión del público se le denomina simplemente como el "Libro Negro". 



Portada de uno de los documentos originales del "Libro Negro" que se conserva en el Imperial War Museum, a la derecha se observa la lista de personas que inician con la letra Z. El documento fue rescatado entre los escombros de las oficinas de la RSHA, en septiembre de 1945 en Berlín. Consistía en un archivo de 376 páginas, su carátula estaba marcada con el sello ¡Geheim! (¡Secreto!). Se conservan dos ejemplares, en el Imperial War Museum y en la Hoover Institution Library and Archives.


Esas personas debían ser detenidas y, casi con total seguridad, luego asesinadas, afirma Tim Hayhoe, director del "Imperial War Museum". "Algunas personas eran buscados por más de un departamento nazi. La rama 4E4 pertenecía a la Gestapo, y si alguien era capturado por ellos no habría salido vivo. El departamento 4A4 era el llamado de “Asuntos Judíos”. Churchill, por ejemplo, habría ido al C49, uno de los que llevaban a los prisioneros trofeo".


Cartel impreso por la Sicherheitsdienst (SD) (Servicio de de Seguridad de las SS) y de la Policía de Seguridad de las SS (Sipo) como preparativo para la invasión de Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. El texto dice, en inglés y alemán: "Sólo se permite la entrada a esta casa con permiso del Comandante de la Sicherheitspolizei en Gran Bretaña". foto del Imperial War Museum, Londres. 


Como es de esperarse, siempre habrá quien se pregunte, ¿y si Alemania hubiese tenido éxito y Gran Bretaña era conquistada?¿qué hubiese sucedido con la población? Dado que los nazis consideraban a los ingleses sus "primos" raciales no estaba previsto una razia extrema (negociar y al mismo tiempo destruir cualquier síntoma de oposición). No obstante, se cumpliría drásticamente la directiva emanada de la Sonderfahndungsliste GB. 

Tenemos una magnífica reseña histórica previa a las posibles operaciones de "limpieza" que debían llevarse a cabo en territorio inglés, es el caso polaco. Un análisis nos explica:

"Tenía un precedente en el Sonderfahndungsbuch Polen (Libro Especial de Enjuiciamiento-Polonia), redactado por agentes alemanes y residentes teutones quintacolumnistas del país homónimo, que apuntaron sesenta y un mil nombres destinados a engrosar la lista de víctimas de lo que se conocía como Operación Tannenberg, es decir, el exterminio de polacos como prólogo a una recolonización germana del Este europeo. En la Sonderfahndungsbuch Polen figuraban políticos, militares, artistas, escritores… Supuso la muerte de decenas de miles de personas".

Quiénes redactaron la lista negra (Sonderfahndungsliste GB)



Es evidente que la cúpula de las SS, al mando del Reichsführer Heinrich Himmler ordenó el desarrollo del Sonderfahndungsliste GB. Reinhard Heydrich era el jefe máximo de la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA) y subordinado de Himmler; Heinrich Müller era el Jefe de la Gestapo (Policía Secreta del Estado) y Walter Schellenberg, jefe del espionaje exterior, los dos últimos se subordinaban a Heydrich. Tras el asesinato de Heydrich en 1942, el mando de la RSHA pasó a manos de Ernst Kaltenbrunner.

Las operaciones de inteligencia permitieron que el Jefe del Negociado VI de la RSHA (Oficina Central de Seguridad del Reich), Walter Schellenberg, en junio de 1940 presentara un informe a su jefe, Reinhard Heydrich. "Informationsheft Grossbritannien" o Informationsheft GB con un apéndice de 104 páginas. Conforme la fuente de consulta, el documento incluía referencias detalladas del sistema político, administrativo y económico británico y sus principales figuras públicas. Además de información sobre:


"policía, iglesia, museos, universidades, clubes, logias masónicas, periódicos, cadenas de radio y otras instituciones relevantes como los servicios secretos o el sector militar; hasta los Boy Scouts. Todo aquel que, en suma, fuera susceptible de presentar la más mínima resistencia. Estaba destinado a los miembros de los Einsatzgruppen (escuadrones de la muerte de las SS) y la Gestapo que deberían acompañar a la fuerza invasora para garantizar la seguridad y el control sobre la población, además de reseñar qué lugares ofrecían oportunidades de expolio (de ahí la inclusión de museos, templos y galerías de arte)".

Fue el propio Hitler quien designo al SS-Brigadeführer Franz Six como encargado de dirigir  esa operación desde un Londres ocupado, lo curioso es que Six fue designado el mismo día en que Hitler tuvo que posponer León Marino  para viabilizar "Barbarroja", la invasión de la URSS. 


Los ingleses en permanente vigilia ante los rumores de la invasión alemana, no obstante, los británicos se sentían confiados al saber que su flota naval superaba ampliamente a la alemana. En la fotografía de la derecha el primer ministro Winston Churchill observa la actividad en el Canal de la Mancha desde un puesto de observación en el Castillo de Dover, agosto de 1940. 


Los nombres constantes en la inicial lista, ordenada alfabéticamente, deberían quedar de inmediato bajo custodia del Amt VI (Ausland-SD, Inteligencia militar Extranjera de la RSHA); según varias fuentes la custodia del enemigo debía terminar con su aniquilación, por órdenes del Führer (o al menos incomunicados, dependiendo del caso), puesto que eran percibidos como una amenaza, por lo mismo, enemigos del Reich. 

La lista de detenciones automáticas contiene nombres que van desde políticos, intelectuales, científicos, líderes religiosos, periodistas, artistas, hasta espías retirados. La lista inicial contenía 2.820 nombres, se trataba básicamente de personalidades como Winstom Churchill; Clement Atlee (líder laborista que sucedería a Churchill), Neville Chamberlain (ex primer ministro), el General Charles de Gaulle (exiliado), Anthony Eden (secretario de Estado para la Guerra); intelectuales, literatos, científicos y artistas como Edward Morgan Forster (escritor) Sigmund Freud (neurólogo, padre del psicoanálisis), Aldous Huxley (escritor y filósofo), Alexander Korda (productor y director de cine), Bertrand Rusell (filósofo, pacifista y activo antifascista), H.G. Wells (escritor), Stefan Zweig (escritor austriaco), Virginia Woolf (escritora), Robert Baden Powell (fundador de los Boy Scouts), Noel Coward (actor), Conrad Fulke Thomond O'Brien (espía británico en la Primera Guerra Mundial, quien alertó inicialmente sobre los planes de Hitler para anexarse Austria), Francis Foley (otro espía conocido como el "Schindler británico", que trabajaba como agente de aduanas en Berlín), Martha Cnockaert (agente doble durante la Primera Guerra Mundial, ya retirada). La lista olvidó a personajes importantes como George Bernard Shaw (crítico, dramaturgo y polemista irlandés) o el el ex-primer ministro David Lloyd George (su hija Megan, diputada liberal si consta en la lista), Nancy Astor (multimillonaria) o Lord Vannsitar (director de los servicios secretos).

Como caso anecdótico es bueno resaltar que en días recientes, la Biblioteca y Archivos de Canadá anunció la adquisición de un raro libro de 1944, perteneció a la colección privada de Adolf Hitler. "Statistik, Presse und Organisationen des Judentums in den Vereinigten Staaten und Kanada" (Las estadísticas, la prensa y las organizaciones judías en Estados Unidos y Canadá), redactado a manera de informe por Heinz Kloss (137 páginas). Allí se describe las principales organizaciones y medios de comunicación de comunidades judías, según la Biblioteca y Archivos de Canadá "Su lectura nos permite imaginar lo que habría ocurrido en Canadá si los Aliados hubieran perdido la Segunda Guerra Mundial. Muestra que el Holocausto no fue un fenómeno exclusivamente europeo sino una operación interrumpida antes de alcanzar América del Norte".


En el interior del libro (foto) se encuentra un águila estilizada, una esvástica y las palabras "Ex libris Adolf Hitler", que demuestran que el texto proviene de la biblioteca personal del Führer. 


Hubo un territorio británico que si cayó en manos de Alemania. Las islas anglonormandas del Canal de la Mancha, Jersey, Guernsey, Alderney y Sark, a poca distancia de Normandía, fueron ocupadas por los alemanes. Al carecer de importancia estratégica para Inglaterra fueron evacuadas y desmilitarizadas las guarniciones, así también parte de la población civil fue evacuada voluntariamente, otro porcentaje decidió permanecer en sus tierras. La Luftwaffe que desconocía que las islas carecían de defensa las bombardeó; las islas permanecieron bajo ocupación alemana hasta mayo de 1945, durante ese tiempo se convirtieron en un campo de trabajo al que se enviaban desde Francia trabajadores para la construcción de las fortificaciones defensivas conocidas como el Muro Atlántico (ese fue el destino para prisioneros españoles, polacos, partisanos soviéticos y hasta judíos). 

Finalmente. Parece ser que el género literario y cinematográfico de la historia alternativa va ganando popularidad, por lo que terminaré recomendando una interesante serie de televisión estrenada en 2017 "SS-GB", cuando los nazis ocuparon Gran Bretaña. Y hasta he descubierto que existen juegos y videojuegos muy realistas sobre ese episodio de la historia.


Seelöwe es un juego de guerra que representa la Operación León Marino (en alemán: Seelöwe), la invasión alemana de las Islas Británicas que habría seguido a la victoria de la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra.


Consultas:

How the Nazis Planned to Invade Great Britain
Descubren la «lista del odio nazi» con los 3.000 enemigos que Hitler quería asesinar durante la IIGM
Describe organizaciones judías norteamericanas Canadá compró un libro que perteneció a Hitler y que conservó una sobreviviente del Holocausto

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