El Retorno de los Brujos
ALGUNOS AÑOS EN EL MÁS ALLÁ ABSOLUTO
Autores: Louis Pauwels y Jacques Bergier
El nazismo constituyó uno de los raros momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta se abrió sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los hombres pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los ruidos del desbarajuste bélico y político. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es.
En un artículo de la Tribune des Nations, un
historiador francés expresa lisa y llanamente el conjunto de insuficiencias
intelectuales que suelen mencionarse siempre que se habla del hitlerismo. Analizando
la obra: Hitler desenmascarado,
publicada por el doctor Otto Dietrich, que fue durante doce años jefe del
servicio de Prensa del Führer, M. Pierre Cazenave escribe:
Sin embargo, el doctor Dietrich se contenta
demasiado fácilmente con una frase que, en un siglo positivista, no sirve para
explicar a Hitler. "Hitler
—dice— era un hombre demoníaco, que se
dejaba arrastrar por ideas nacionalistas delirantes." ¿Qué quiere
decir demoníaco? En la Edad Media, habría dicho de Hitler que estaba poseso.
Pero, ¿y hoy? O la palabra demoníaco no significa nada, o significa poseído del
demonio. Pero, ¿qué es el demonio? ¿Cree acaso el doctor Dietrich en la
existencia del Diablo? Hay que entenderse. A mí la palabra demoníaco no me
satisface.
Y la palabra delirante tampoco. Quien dice
delirio dice enfermedad mental. Delirio maníaco. Delirio melancólico. Delirio
de persecución. Nadie duda de que Hitler era un psicópata e incluso un
paranoico, pero los psicópatas e incluso los paranoicos andan por la calle.
Pero existe una diferencia entre esto y la locura más o menos sistematizada y
cuya observación y diagnóstico hubiesen llevado consigo el internamiento del
afectado. En otras palabras: ¿Era Hitler responsable? A mi entender, sí. Y por
esto descarto la palabra delirio, como descarto el adjetivo demoníaco, ya que a
nuestros ojos la demonología sólo tiene un valor histórico.
A nosotros no nos satisface la explicación del
doctor Dietrich. El destino de Hitler y la aventura de un gran pueblo moderno
bajo su dirección no podrían describirse enteramente partiendo de la locura y
de la posesión demoníaca. Pero tampoco nos satisface la crítica del historiador
de la Tribune des Nations. Hitler,
afirma, no era clínicamente loco. Y el Demonio no existe. No hay que
descartar, pues, la noción de responsabilidad. Esto es verdad. Pero nuestro
historiador parece atribuir virtudes mágicas a esta noción de responsabilidad.
Apenas la ha evocado, la historia fantástica del hitlerismo le parece clara y
reducida a las proporciones del siglo positivista en el cual pretende que
vivimos. Esta actitud escapa tanto a la razón como la de Otto Dietrich. Y es
que el término «responsabilidad» es, en nuestro lenguaje, una transposición de
lo que era la «posesión demoníaca» para los tribunales de la Edad Media, según
demuestran los grandes procesos políticos modernos.
Si Hitler no era un loco ni un poseso, lo cual es
posible, la historia del nazismo
seguiría, empero, siendo inexplicable a la luz de un «siglo positivista».
La psicología profunda nos revela que hay acciones aparentemente racionales del
hombre que están gobernadas en realidad por fuerzas que él mismo ignora o que
están ligadas a un simbolismo absolutamente ajeno a la lógica corriente.
Sabemos, por otra parte, no que el Demonio no exista, sino que es algo distinto
de la visión que de él tenían en la Edad Media. En la historia del hitlerismo,
o mejor, en ciertos aspectos de esta historia, todo ocurre como si las
ideas-fuerza escapasen a la crítica histórica habitual, y como si
necesitásemos, para comprenderlo, abandonar nuestra visión positiva de las
cosas y esforzarnos en penetrar en un Universo donde han cesado de conjugarse
la razón cartesiana y la realidad.
Nos hemos impuesto la tarea de escribir estos
aspectos del hitlerismo, porque, como dijo muy bien M. Marcel Ray en 1939, la
guerra que Hitler impuso al mundo fue «una
guerra maniquea, o, como dice la Escritura, una lucha de dioses». No se trata, entiéndase bien, de una lucha
entre fascismo y democracia, entre la concepción liberal y la concepción
totalitaria de las sociedades. Esto es el exoterismo de la batalla. Y hay un
esoterismo (1). Esta lucha de dioses, que se desarrolló detrás de los
acontecimientos visibles, no ha terminado en el mundo, sino que los progresos
formidables del saber humano en los últimos años se disponen a darle otras formas.
Cuando las puertas del conocimiento empiezan a abrirse al infinito, importa
capturar el sentido de esta lucha. Si queremos futuro, debemos tener una visión
exacta y profunda del momento en que lo fantástico ha empezado a invadir la
realidad. Vamos a estudiar este momento.
(1) C. S. Lewis, profesor de teología en Oxford, había anunciado, en 1937, en una de sus novelas simbólicas. El silencio de la Tierra, el comienzo de una guerra por la posesión del alma humana, y cuya forma exterior será una terrible guerra material. Después volvió sobre la misma idea en otras dos obras: Perelandra y Esa horrenda fortaleza. 'El último libro de Lewis se titula Hasta que tengamos rostros, En este gran relato poético y profético se encuentra la frase admirable: «Los dioses no nos hablarán cara a cara hasta que nosotros mismos tengamos un rostro.»
Pero, ¿de dónde procedía esta extraña enfermedad? En parte alguna hallaba respuesta satisfactoria. «Sus raíces más profundas arraigan en regiones ocultas.» Estas regiones nos parecen dignas de ser exploradas. Y no será un historiador, sino un poeta, quien nos servirá de guía.
«En el
fondo —decía Rauschning— todo alemán
tiene un pie en la Atlántida, donde busca una patria mejor y un mejor
patrimonio. Esta doble naturaleza de los alemanes, esta facultad de
desdoblamiento que les permite, al mismo tiempo, vivir en el mundo real y
proyectarse a un mundo imaginario, se manifiesta de manera especial en Hitler y
nos da la clave de su socialismo mágico.» Y Rauschning, tratando de
explicarse la subida al poder de este «sumo
sacerdote de la religión secreta», intentaba persuadirse de que, muchas
veces en la Historia, «naciones enteras
cayeron en una inexplicable agitación. Entonces emprendían marchas de
flageladores. Un baile de San Vito las sacudía».
«El
nacionalsocialismo —concluía— es el
baile de San Vito del siglo xx.»
La tierra cóncava, el mundo helado, el hombre nuevo. —Somos enemigos del espíritu. — Contra la Naturaleza y contra Dios. — La sociedad del Vril. — La raza que nos suplantará. — Haushoffer y el Vril. — La idea de mutación del hombre. — El Superior Desconocido. Encuentro de Mathers, jefe de la Golden Dawn, con los grandes Terroríficos. — Hitler dice que también los ha visto. —¿Alucinación o presencia real?— Una puerta abierta sobre otra cosa. — Una profecía de René Guénon. — El primer enemigo de los nazis: Steiner.
La tierra es cóncava. Moramos en su interior.
Los astros son bloques de hielo. Varias lunas han
caído ya sobre la Tierra. La nuestra caerá también. Toda la historia de la
Humanidad se explica por la batalla entre el hielo y el fuego.
El hombre no está acabado. Está al borde de una
formidable mutación que le dará los poderes que los antiguos atribuían a los
dioses. Algunos ejemplares del hombre nuevo existen ya en el mundo, venidos tal
vez de allende las fronteras del tiempo y del espacio.
Existe una posibilidad de alianza con el Dueño
del Mundo, con el «Rey del Miedo», que reina en una ciudad oculta en algún
lugar de Oriente. Los que celebren el pacto cambiarán por muchos milenios la
superficie de la Tierra y darán sentido a la aventura humana.
Tales
son las teorías científicas y los conceptos religiosos que alimentaron el
nazismo original, y en los que creían Hitler y los miembros del grupo al que pertenecía, y
que, en proporción considerable, orientaron los hechos sociales y políticos de
la Historia reciente. Esto parece una extravagancia. La explicación, siquiera
parcial, de la Historia contemporánea, partiendo de tales ideas y creencias, puede
parecer repugnante. Pero nosotros creemos que nada es repugnante cuando se
trata de la verdad. Sabido es que el
partido nazi se mostró francamente, e incluso ruidosamente, antiintelectual, y
que quemó los libros y rechazó a los físicos teóricos del campo enemigo
«judeomarxista». Es menos sabido el porque, y en favor de qué explicaciones el
mundo rechazó las ciencias occidentales oficiales. Y se sabe menos aún en qué
concepto del hombre se apoyaba el nazismo, al menos en el espíritu de algunos
de sus jefes. Cuando se sabe todo esto, se sitúa mejor la última guerra mundial
en el marco de los grandes conflictos espirituales; la Historia recobra el
aliento de la Leyenda de los Siglos.
VIDEO: QUEMA DE LIBROS, BERLIN 1933
«Se nos lanzan anatemas como si fuésemos enemigos del espíritu —decía Hitler—. Pues bien, sí, lo somos. Pero en un sentido mucho más profundo de lo que haya soñado jamás la ciencia burguesa, en su imbécil orgullo.» Es aproximadamente lo mismo que declaraba Gurdjieff a su discípulo Ouspensky después de haber enjuiciado a la ciencia: «Mi camino es el del desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Es un camino contra la Naturaleza y contra Dios.»
Esta idea de las posibilidades ocultas del hombre
es esencial. Conduce a menudo a la repulsa de la ciencia y al desprecio de la
Humanidad corriente. Según esta idea, muy pocos hombres existen realmente. Ser,
es ser diferente. El hombre corriente, el hombre en
su estado natural, no es más que una larva, y el Dios de los cristianos no es
más que un pastor de larvas.
El doctor Willy
Ley, uno de los más grandes expertos del mundo en materia de cohetes, huyó
de Alemania en 1933. Por él nos hemos enterado de la existencia en Berlín, poco
antes del nazismo, de una pequeña comunidad espiritual que reviste un gran
interés para nosotros.
Esta comunidad se fundaba, literalmente, en una novela del escritor inglés Bulwer Lytton: La raza que nos suplantará. Esta novela presenta a unos hombres cuyo psiquismo está mucho más desarrollado que el nuestro. Han adquirido poderes sobre ellos mismos y sobre las cosas que los hacen semejantes a los dioses. Por lo pronto, siguen ocultos. Habitan en cavernas, en el centro de la Tierra. Pronto saldrán de ellas para reinar sobre nosotros.
Esto era todo lo que parecía saber el doctor
Willy Ley. Añadía, sonriendo, que los discípulos creían poseer ciertos secretos
para cambiar de raza, para igualarse a los hombres ocultos en el fondo de la
Tierra. Eran métodos de concentración y toda una gimnasia interior para
transformarse. Comenzaban sus ejercicios contemplando fijamente la estructura
de una manzana partida en dos... Nosotros proseguimos la investigación, Esta sociedad
berlinesa se llamaba: «La Logia Luminosa» o «Sociedad del Vril». El Vril es la
enorme energía de la cual sólo utilizamos una ínfima parte en la vida
ordinaria, el nervio de nuestra divinidad posible. El que llega a ser dueño de
un vril se convierte en dueño de si mismo, de los demás y del mundo (1) Aparte
de esto, no hay nada deseable. Todos nuestros esfuerzos deben tender a ello.
Todo lo demás pertenece a la psicología oficial, a la moral, a las religiones,
al viento. El mundo va a cambiar. Los Señores saldrán de debajo de la Tierra.
Si no hemos celebrado una alianza con ellos, si no somos también señores, nos
veremos entre los esclavos, entre el estiércol que servirá de abono a las
nuevas ciudades.
La «Logia Luminosa» tenía amigos en la teosofía y en los grupos de la Rosacruz. Según Jack Belding, autor de
la obra “Los Siete hombres de Spandau”(2)
Karl Haushoffer perteneció a esta Logia. Tendremos que hablar mucho de éste, y
veremos cómo su paso por esta «sociedad
del vril» aclara algunas cosas.
1. El lector recordará, tal vez, que detrás del escritor Arthur Machen, descubrimos una sociedad secreta inglesa, la Golden Dawn. Esta sociedad neopagana, a la que pertenecían grandes ingenios, había nacido de la sociedad inglesa de la Rosacruz, fundada por Wentworth Little en 1876. Little estaba en relación con los rosacrucianos alemanes. Reclutó sus adeptos, en número de ciento cuarenta y cuatro, entre los dignatarios masones. Uno de tales adeptos fue Bulwer Lytton. la idea de «vril» se encuentra, en su origen, en la obra del escritor francés Jacolliot, cónsul de Francia en Calcuta bajo el Segundo Imperio.2. Se encuentra la misma indicación en “Las Estrellas en tiempo de guerra y de paz”, de Luis de Wohl, escritor húngaro que dirigió durante la guerra la oficina de investigación sobre Hitler y los nazis, del servicio de información inglés.
Bulwer Lytton, erudito genial, mundialmente célebre por su relato Los últimos días de Pompeya, no esperaba sin duda que su novela inspirase, varias décadas más tarde y en Alemania, a un grupo místico prenazi. Sin embargo, en otras obras, como La raza que nos suplantará o Zanoni, hacía gran hincapié en realidades del mundo espiritual y, particularmente, del mundo infernal. Se consideraba un iniciado. A través de las fábulas novelescas, expresaba su certeza de que existen seres dotados de poderes sobrehumanos. Estos seres que suplantarán y conducirán a los elegidos de la raza humana a una formidable mutación.
Hay que
tener cuidado con esta idea de mutación de la raza. Volveremos a encontrarla en
Hitler (1) y en la actualidad no está extinguida. Hay que guardarse también de
la idea de los «Superiores Desconocidos».
La encontramos en todas las místicas negras de Oriente y de Occidente. Habitantes
subterráneos o venidos de otros planetas, gigantes semejantes a los que se dice
que duermen bajo una concha de oro en las criptas tibetanas, o bien presencias
informes y terroríficas según las describía Lovecraft, estos «Superiores
Desconocidos» evocados en los ritos paganos y luciferinos, ¿existen acaso?
Cuando Machen habla del mundo del Mal, lleno de cavernas y de habitantes
crepusculares, se refiere, como buen discípulo de la Golden Dawn, al otro
mundo, a aquel en que el hombre entra en contacto con los «Superiores
Desconocidos». Nos parece cierto que Hitler compartía esta creencia. Más aún:
que creía haber estado en contacto con los «Superiores».
(1) «El objetivo de Hitler no es la implantación de la raza de los Señores, ni la conquista del mundo; esto sólo son medios de la gran obra señalada por Hitler; el fin verdadero es hacer obra de creación, obra divina, mutación biológica; resultado de ello sería una ascensión de la Humanidad todavía no igualada, "la aparición de una humanidad de héroes, de semidioses, de hombres-dioses".» Doctor Achule Delmas.
Hemos citado la Golden Dawn y la «Sociedad del
Vril» alemana. Enseguida hablaremos del grupo «Thule». No somos tan locos como para querer explicarla Historia por las
sociedades secretas. Pero sí que veremos, cosa curiosa, que existe una relación
y que, con el nazismo, el «otro mundo» reinó sobre nosotros durante algunos
años. Ha sido vencido. Pero no ha muerto, ni al otro lado del Rin ni en el
resto del mundo. Y no es eso lo temible, sino nuestra ignorancia.
Hemos dicho ya que Samuel Mathers fundó la Golden Dawn. Mathers pretendía estar en relación con los «Superiores Desconocidos» y haber entablado contacto con ellos en compañía de su madre, hermana del filósofo Henri Bergson. He aquí un pasaje del manifiesto a los «Miembros del Segundo Orden», que escribió en 1896.
Hemos dicho ya que Samuel Mathers fundó la Golden Dawn. Mathers pretendía estar en relación con los «Superiores Desconocidos» y haber entablado contacto con ellos en compañía de su madre, hermana del filósofo Henri Bergson. He aquí un pasaje del manifiesto a los «Miembros del Segundo Orden», que escribió en 1896.
«Con
referencia a estos Jefes Secretos a que me refiero, y de los cuales he recibido
la sabiduría del Segundo Orden que os he comunicado, nada puedo deciros. Ignoro
incluso sus nombres terrenales y sólo los he visto muy raras veces en su cuerpo
físico... Nos encontramos físicamente en tiempos y lugares previamente fijados.
En mi opinión son seres humanos que viven en esta Tierra, pero que poseen
poderes terribles y sobrehumanos... Mis relaciones físicas con ellos me han
enseñado lo difícil que es para un mortal, por muy avanzado que sea, aguantar
su presencia. No quiero decir con ello que, en estos raros encuentros,
experimentase el efecto de la depresión física intensa que sigue a la pérdida
del magnetismo. Por el contrario, me sentía en contacto con una fuerza tan
terrible, que sólo puedo compararla al efecto experimentado por alguien que se encontrara
cerca de un relámpago durante una violenta tempestad acompañado de una gran
dificultad de respirar... La postración nerviosa de que os he hablado iba
acompañada de sudores fríos y de pérdida de sangre por la nariz, por la boca y a
veces por los oídos.»
Hitler hablaba un día con Rauschning, jefe del
gobierno de Danzig, sobre el problema de la mutación de la raza humana.
Rauschning, que no poseía la clave de tan extraña preocupación, atribuyó a las
palabras de Hitler el propósito del cultivador que trataba de mejorar la sangre
alemana.
—Pero usted no puede hacer más que ayudar a la Naturaleza —le dijo—, abreviar el camino a recorrer. Es preciso que la propia Naturaleza le dé una variedad nueva. Hasta ahora, el ganadero ha logrado muy raras veces, en la especie animal, efectuar mutaciones, es decir, crear él mismo caracteres nuevos.
—¡El hombre nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! —exclamó Hitler, con voz triunfal—. ¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al hombre nuevo. Es intrépido y cruel. Ante él, he tenido miedo.
«Al pronunciar estas palabras —añade Rauschning—, Hitler temblaba con ardor extático.»
Y Rauschning refiere también esta extraña escena,
sobre la cual se interroga en vano el doctor Achule Deimas, especialista en
psicología aplicada. La psicología, en efecto, no es aplicable a este caso:
«Una persona próxima a él, me dijo que Hitler se despierta por las noches, lanzando gritos convulsivos. Pide socorro, sentado en el borde de su cama, y está como paralizado. Es presa de un pánico que le hace temblar hasta el punto de sacudir el lecho. Profiere voces confusas e incomprensibles. Jadea como si estuviera a punto de ahogarse. La misma persona me contó una de estas crisis, con detalles que me negaría a creer si procedieran de una fuente menos segura. Hitler estaba en pie en su habitación, tambaleándose y mirando a su alrededor con aire extraviado. "¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!", gemía. Sus labios estaban pálidos. Por su cara resbalaban gruesas gotas de sudor. De pronto, pronunció unos números sin sentido, algunas palabras y trozos de frases. Era algo espantoso. Empleaba palabras muy extrañas, uniéndolas de un modo chocante. Después, volvió a quedar silencioso, pero siguió moviendo los labios. Entonces le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto, rugió: "¡Allí! ¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!" Daba patadas en el suelo y chillaba. Le tranquilizaron diciéndole que nada ocurría de extraordinario, y se fue calmando poco a poco. Durmió muchas horas y volvió a ser un hombre casi normal y soportable...»(1)
(1) Hermann Rauschning, Hitler me dijo. Doctor Achule Deimas: Hitler, ensayo de biografía psicopatológica.
Dejemos al lector el trabajo de comparar las declaraciones de Mathers, jefe de una pequeña sociedad neopagana de fines del siglo XIX, con las palabras de un hombre que, en el momento en que Rauschning las recogió, se aprestaba a lanzar al mundo a una aventura que le costó veinte millones de muertos. Y le rogamos que no desprecie esta comparación y sus enseñanzas, bajo el pretexto de que la Golden Dawn y el nazismo no pueden, a los ojos del historiador razonable, medirse por el mismo rasero. El historiador es razonable, pero la Historia no lo es. Las mismas creencias animan a los dos hombres, sus experiencias fundamentales son idénticas, y la misma fuerza los guía. Pertenecen a la misma corriente de ideas, a la misma religión. Esta religión no ha sido nunca realmente estudiada. Ni la Iglesia, ni el racionalismo, que es otra iglesia, lo han permitido. Entramos en una época del conocimiento en que tales estudios serán posibles porque, al descubrir la realidad de su lado fantástico, algunas ideas técnicas que nos parecen absurdas, despreciables u odiosas, nos parecerán entonces útiles para la comprensión de algo real y cada vez menos tranquilizador.
No proponemos al lector que estudie la filiación
Rosacruz - Bulwer Lytton -Little - Mathers - Crowley - Hitler, ni otra
filiación del mismo genero, donde encontrarían también a Madame Blavatsky y a
Gurdjieff. El juego de las filiaciones es como el de las influencias en
literatura. Una vez terminado, sigue el problema: el del genio, en literatura;
el del poder, en Historia. La Golden Dawn
no basta para explicar el grupo «Thule» o la «Logia Luminosa», la Ahnenherbe.
Naturalmente, hay muchas interferencias, pasajes clandestinos o confesados de
un grupo a otro. No dejaremos de señalarlos. Es algo apasionante, como toda
pequeña historia. Pero nuestro objeto es
la gran Historia. Pensamos que estas sociedades, pequeñas o grandes,
ramificadas o no, conexas o inconexas, son manifestaciones más o menos claras,
más o menos importantes, de otro mundo distinto al que vivimos. Decimos que es el mundo del Mal, en el
sentido que le daba Machen. Pero no
conocemos mejor el mundo del Bien. Vivimos entre dos mundos y tomamos el
planeta entero por la no man's land. El nazismo constituyó uno de los raros
momentos, en la Historia de nuestra civilización, en que una puerta se abrió
sobre otra cosa, de manera ruidosa y visible. Y es singular que los hombres
pretendan no haber visto ni oído nada, aparte de los espectáculos y los ruidos
del desbarajuste bélico y político.
Todos estos movimientos: Rosacruz moderna, Golden
Dawn y «Sociedad del Vril» alemana (que nos conducirán al grupo «Thule», donde
encontraremos a Haushoffer, a Hess y a Hitler), tenían algo que ver con la «Sociedad Teosófica», poderosa y bien
organizada. La teosofía añadía a la magia neopagana un aparato oriental y una
terminología hindú. O mejor dicho, abría a un cierto Oriente luciferino las
rutas de Occidente. Bajo el nombre de teosofismo, se acabó por comprender todo
el vasto movimiento del renacimiento mágico que trastornó no pocas
inteligencias a comienzos de siglo.
En su estudio La
Teosofía, historia de una seudorreligión, publicado en 1921, el filósofo René
Guénon se muestra profeta. Ve surgir los peligros detrás de la teosofía
y de los grupos de iniciación neopaganos, más o menos relacionados con la secta
de Madame Blavatsky.
Escribe:
«Los falsos mesías que hemos conocido hasta la fecha, sólo han realizado prodigios de calidad bastante inferior, y los que los siguieron eran, probablemente, personas fáciles de embaucar. Pero, ¿quién sabe lo que nos reserva el porvenir? Si pensamos que estos falsos mesías no han sido más que instrumentos más o menos inconscientes en manos de los que los promovieron, y si los relacionamos en particular con la serie de tentativas sucesivas realizadas por los teósofos, nos sentimos inclinados a pensar que no fueron más que ensayos, experimentos de alguna clase, que se renovarán en formas diversas hasta obtener el éxito, y que, mientras tanto, dan siempre por resultado el provocar cierta turbación en los espíritus. No creemos, por otra parte, que los teósofos, al igual que los ocultistas y los espiritistas, tengan fuerza suficiente para realizar por sí solos semejante empresa. Pero, ¿no puede haber, detrás de todos estos movimientos, algo mucho más temible, desconocido acaso por sus propios jefes y de lo que no son más que simples instrumentos?»
Es también la época en que un extraordinario
personaje, Rudolf Steiner, crea en
Suiza una sociedad de investigación que se apoya en la idea de que el Universo
entero está contenido en el espíritu humano, y de que este espíritu es capaz de
una actividad que no puede medirse por el rasero de la psicología oficial. En realidad,
ciertos descubrimientos steinerianos en biología (los abonos que no destruyen
el suelo), en medicina (utilización de metales que modifican el metabolismo) y
sobre todo en pedagogía (numerosas escuelas steinerianas funcionan actualmente
en Europa), han enriquecido notablemente a la Humanidad. Rudolf Steiner creía
que hay una forma negra y una forma blanca en la investigación «mágica». Opinaba que la teosofía y las diversas
sociedades neopaganas procedían del gran mundo subterráneo del Mal y eran
anuncio de una edad demoníaca. Y se apresuró a montar, en el seno de su
propia enseñanza, una doctrina moral que obligaba a los «iniciados» a emplear
sólo fuerzas benéficas. Quería crear una sociedad de hombres de buena voluntad.
Steiner con el modelo del Goetheanum
No queremos discutir si Steiner tenía razón o estaba equivocado, si poseía o no la verdad. Pero nos llama la atención que los primeros grupos nazis parecieron considerar a Steiner como el enemigo número uno. Los hombres de acción de la primera época disuelven por la violencia las reuniones de los steinerianos, amenazan de muerte a sus discípulos, les obligan a huir de Alemania, y, en 1924, incendian el centro construido por Steiner en Dornach, Suiza. Los archivos son pasto de las llamas; Steiner no puede ya trabajar, y muere de dolor un año más tarde.
Hasta aquí hemos descrito los antecedentes del elemento fantástico del hitlerismo. Ahora
entramos en lo que constituye realmente nuestro tema. Dos teorías florecieron en la Alemania nazi: la del mundo helado y la
de la tierra cóncava. Son dos explicaciones del mundo y del hombre que
resucitan datos tradicionales, justifican algunos mitos y ponen de nuevo sobre
el tapete cierto número de «verdades» elaboradas por grupos de iniciación,
desde los teósofos a Gurdjieff. Pero estas teorías fueron expuestas con gran
aparato político-científico. A punto estuvieron de arrojar de Alemania la
ciencia moderna, tal como nosotros la consideramos. Reinaron sobre muchos espíritus.
Además, determinaron ciertas decisiones
militares de Hitler, influyendo a veces en la marcha de la guerra y
contribuyendo a la catástrofe final. Hitler, arrastrado por esas teorías y
especialmente por la idea del diluvio
sacrificial, quiso llevar a todo el pueblo alemán a la aniquilación total.
Ignoramos la causa de que estas teorías, con
tanto empeño afirmadas, en las que comulgaron docenas de hombres e
inteligencias destacadas y por las que se hicieron tantos sacrificios
materiales y humanos, no hayan sido todavía estudiadas por nosotros y sean
incluso desconocidas para muchos.
Vedlas aquí, con su génesis, su historia, sus aplicaciones y su posteridad.
Continuaremos…
En la próxima entrega del compendio del “Retorno de los brujos”, se describirá las Teorías pseudo-científicas de la Alemania nazi: el mundo helado y la tierra cóncava y las creencias de Hans Horbiger convertidas en ciencia oficial del Tercer Reich.
Próximo capítulo
Anterior capítulo