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13 marzo 2023

La paz de nuestro tiempo: Paz armada, disuasión y distensión.


El miedo hace que el lobo parezca más grande (graffiti)

por  Tito Andino 

Este artículo, salvo notas de actualización, es reproducción de parte del epílogo de mi tesis doctoral en jurisprudencia sobre los crímenes de guerra en el Derecho Internacional, vale la pena recordarlo en estos tiempos de amenaza a la paz y una hipotética guerra mundial en la que imperiosamente se hará uso del arsenal nuclear.


Las guerras son una práctica humana constante a través de milenios con las que se han zanjado diferencias y disputas de toda índole. Quedará flotando en el ámbito de la ciencia ese obscuro origen de tendencia destructiva y hasta autodestructora que acompaña a la humanidad, quién sabe hasta el fin de los días. Los datos científicos así lo demuestran; de los 3.400 años (más o menos) que corresponde a la época histórica registrada, solo 234 años abrían transcurrido sin que hubiere ninguna guerra.  


Vivimos en un mundo en permanente lucha. Desde el año 1500 antes de nuestra era hasta el 1860 se habrían firmado alrededor de ocho mil tratados de paz, el promedio de duración de estos no es superior a los dos años. 

En el siglo XX y en lo que va del siglo XXI han muerto más de ciento cincuenta millones de personas en diversos conflictos. En los últimos ochenta años, la supuesta "más larga paz mundial" que conoció el orbe, no hubo un solo año con menos de cuatro guerras, desde 1945 se ha desencadenado unos doscientos conflictos bélicos de trascendencia mundial y millones de víctimas, muchos de esos enfrentamientos fueron guerras civiles en el "Tercer Mundo" influenciados por intereses económicos de las grandes potencias. 

La humanidad está en constante lucha armada, aunque pocas veces nos percatamos que somos manipulados por intereses económicos del complejo militar industrial.

En el siglo XIX el estratega militar von Clausewitz consideró la guerra como la "continuación de la actividad política pero por otros medios". En esa época los jefes nacionales utilizaban la guerra o la amenaza con ella como recurso "legítimo" para obtener concesiones de sus adversarios. Esa política ha ido desapareciendo desde que surgió la era del armamento nuclear, utilizar tales recursos resulta suicida, llevar las diferencias políticas de las grandes potencias al área militar significa guerra nuclear. Por ello, la guerra convencional es un medio cuya fase de "validez" transcurre en su momento oportuno. 

Reflexionemos sobre las palabras que escribió el ex presidente norteamericano Richard Nixon en su libro "LA VERDADERA PAZ. Una estrategia para Occidente": (Nixon no es precisamente un estadista digno de emular por su comprobada corrupción, pero sus razonamientos sobre la "paz armada" son correctas en el presente). Además de esa referencia, sobre este tema destacamos un libro didáctico, lleva por título “Disuasión nuclear: La Guerra Fría. Un estudio profundo y visual sobre una de las etapas más difíciles del siglo XX”, escrito por Juan Vázquez García, publicado en 2018. En síntesis, la Guerra Fría es la crónica del enfrentamiento de dos bloques militares y sus movimientos tácticos y estratégicos para ampliar sus respectivas zonas de influencia o para consolidar las que ya estaban bajo su control.

Antes de repasar algunos importantes puntos de vista de Nixon, es necesario conceptualizar ciertos términos muy frecuentes en el argot de las relaciones interestatales: disuasión y distensión.



La disuasión es el resultado de disuadir, es decir, hacer que alguien desista de algo o modifique su idea. Es una acción que se desarrolla con la intención de evitar otra considerada dañina o peligrosa.

En política exterior la teoría de la disuasión está siempre vigente, se aplica el postulado como "una estrategia para conseguir que un rival no inicie una determinada acción". Es muy común que la disuasión quede vinculada a la existencia de armas nucleares por la simple razón de que funciona como elemento disuasorio ante un eventual ataque enemigo. Suele decirse que "las armas nucleares siempre deben estar disponibles, pero nunca tienen que utilizarse". Conforme la teoría de la disuasión, "si un estado tiene la capacidad militar de destruir a otro sirve como disuasión para que otro país no realice ciertas acciones, aún cuando el primer estado no haga uso de su fuerza".

La disuasión nuclear apareció como estrategia militar inmediatamente finalizada la segunda guerra mundial, la Guerra Fría (1945–1991), sus repercusiones en la población estadounidense y europea por un lado, y soviética por otro, fue dramática, sobre todo en la conocida era del Macartismo y la caza de brujas "comunistas" en los Estados Unidos, imponiéndose infamemente el miedo a la población con alegorías escenificadas sobre el apocalipsis proveniente del "Imperio del Mal" (URSS).


En el ámbito de las relaciones entre superpotencias es común escuchar que las armas nucleares funcionan como un recurso de disuasión.

La distensión es otro término conocido en política internacional. Comprende rebajar el grado de tensión de las disputas entre estados o bloques de estados y eso se logra por medio de negociaciones, acuerdos o tratados entre estados o en conferencias internacionales. Generalmente creemos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es un eficaz instrumento de distensión, lo cual hoy ponemos en tela de juicio debido al desmesurado control que ejerce Estados Unidos sobre la Asamblea General y parte del Consejo de Seguridad. No obstante, la presencia de la ONU en el mundo ha evitado el innecesario derramamiento de sangre en pequeñas disputas regionales, mediante la formación de mesas de negociación. 

El mejor ejemplo de distensión entre Este-Oeste (URSS-EEUU) fue el giro fundamental  de Mijail Gorbachov a la política soviética por medio de la "perestroika", que a la postre condujo al fin de la Unión Soviética y de la Guerra Fría. El Pacto de Varsovia se desintegró, no así la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que mantiene vigente el programa estadounidense de expansión hacia el Este de Europa lo que ha obligado la Federación Rusa a desarrollar una nueva política de disuasión (ya hemos desarrollado ese tema en otras ponencias, VER las notas a pie de página).

Volvamos a lo planteado.

 

La única opción para el futuro humano es la paz... pero no la paz idealizada por nosotros, los soñadores, sino la única que podemos aspirar como seres humanos en un mundo dividido.


Decía Nixon que "la paz es como una planta delicada. Ha de ser atendida y fertilizada constantemente si queremos que sobreviva. Si la abandonamos se agotará y morirá". La paz sobrevivió a duras penas en el siglo XX, se ha mantenido, pero está lejos de ser segura. El sostener una paz verdadera no es una carga sino un desafío en la era atómica. Es el material bélico quien representa fundamental papel como garante de la paz, paradójico, pero cierto. La disuasión militar, incluida las armas nucleares son parte esencial de una paz duradera; cuando cada bando tiene en su poder medios coercitivos poderosos, lo más probable es que los potenciales contrincantes se mantengan estables.

Una paz verdadera, al estilo de nuestra humanidad, permanece atenta a todo conflicto regional en cualquier parte del mundo, teniendo en cuenta además todas las tensiones políticas, sociales y económicas que originan diferencias. Nixon aseguró que "la verdadera paz involucra un proceso, un proceso continuado para fiscalizar y reprimir conflictos entre naciones en pugna, sistemas antagónicos y ambiciones internacionales conflictivas. La paz no significa el final de la pugna sino más bien un modo de vivir dentro de dicha pugna, y, una vez establecida, requiere constante atención o de lo contrario no sobrevivirá".


No hay que confundir la paz verdadera, real, con una paz perfecta, es un común y peligroso error, sueño de cierto idealistas que claman un mundo sin antagonismos, ese mundo nunca ha existido, ni existirá. 


La paz perfecta solo existe en el papel, añorando un mundo sin diferencias entre los pueblos, esta no tiene antecedentes, en la práctica carece de significado por persistentes y profundas contradicciones entre los hombres. "Si ha de vivirse una paz verdadera, ésta deberá coexistir con las ambiciones, el orgullo y los odios del hombre. Una paz que no tome en cuenta estos factores no podrá perdurar".

Una paz realista como consecuencia del momento actual, será conseguida por líderes coherentes y calculadores, buscando el interés de su propio estado, laborando por la paz en la mesa de negociaciones, debatiendo complejos temas en la diplomacia internacional. Ciertos idealistas sostienen que esta forma de liderazgo impide la paz, mantienen la esperanza que cuando llegue la paz perfecta, la fuerza, que ha impulsado la historia, desaparecerá.

Si queremos una paz verdadera debemos tener en cuenta que la condición humana demuestra insatisfacción de lo que tiene,  desea obtener otros réditos por cualquier medio, actuando así se terminará en un nuevo conflicto, si no somos capaces de dirimir las diferencias de manera pacífica. Los Estados recurren a la agresión cuando están seguros de lograr éxitos, contrariamente, eluden agredir si razonan que van a sufrir más pérdidas que beneficios. Consecuentemente, no debemos pretender cambiar el natural instinto del hombre, la única forma de tener una paz digna en este conflictivo mundo, es eliminando toda posibilidad de obtener beneficios de una guerra.


La paz armada es la única condición que prevalece en la actualidad entre las grandes potencias, el balance y equilibrio de fuerzas impide todo intento expansionista (aunque los beneficios de mantenerla enriquecen brutalmente al complejo militar-industrial).




Los partidarios del desarme creen que el mayor peligro es la carrera armamentista, dicen que la existencia de las armas es la causa de las guerras y no las tensiones políticas que conducen a su uso. Si queremos avanzar hacia una paz verdadera hay que aceptar que la guerra es el resultado de políticas no resueltas, nunca de la existencia de armamento. No es dable que se discuta sobre control de armas y desarme sin discutir a la vez los problemas existentes entre los estados.   

La segunda guerra mundial no fue producto de la carrera armamentista sino de las ambiciones territoriales; el rearme fue resultado de esas ambiciones no la causa de ellas. Igual acontece hoy, siendo el único medio de impedir una guerra nuclear el suprimir los arsenales atómicos, pero es imposible ese desarme total, por ser la fuerza disuasiva actual.  

Los partidarios del desarme siguen soñando con un 'gobierno mundial' que prohíba las armas atómicas, es utópico creer que una autoridad internacional va a solucionar los problemas entre las grandes potencias. Ese mito se propagó terminada la segunda guerra mundial, con las Naciones Unidas, pero al igual que la Sociedad de Naciones, las expectativas quedan en ilusiones. Es muy cierto que mientras más representaciones ante la ONU más grande es la arbitrariedad de criterios y ninguna potencia mundial va a discutir un tema que afecte sus intereses ante un foro en que puede ser derrotado por pequeños estados.

"El fracaso de la ONU demuestra que los problemas internacionales deben ser solucionados mediante negociaciones entre países soberanos, o de lo contrario nunca se solucionarán".

Se cree que se obtendrá una paz por medio del intercambio comercial, llevando a una coexistencia pacífica, nada más falso. Una paz por medio del comercio jamás ha logrado resultados ni antes ni ahora; los estados mantienen relaciones comerciales para obtener beneficios, un estado agresivo utiliza tales medios para cumplir sus objetivos, veamos el caso de las guerras mundiales en que lucharon entre sí estados que mantenían grandes relaciones comerciales, fueron más poderosas sus pretensiones territoriales que la paz sostenida por el intercambio comercial, estaban convencidos que se obtendría más provecho de la guerra que de la paz.

Se cree que la paz se alcanza por medio de la amistad y buenas relaciones entre líderes nacionales, que si los dirigentes se reúnen, se conocen mejor entre ellos, la paz se logra como lógica consecuencia, así como se obtiene la amistad entre los pueblos con tratados y convenios, esta es otra falsa premisa, afirmaba Nixon.

"La historia es un patético desecho de tratados rotos. Sin embargo, los ingenuos idealistas persisten en creer que las reuniones de alto nivel, las cenas oficiales, los pomposos brindis, los lagrimosos apretones, los abrazos y las solemnes ceremonias de firma de documentos son la esencia básica de la diplomacia. Depositan una gran fe en las buenas relaciones entre los jefes de estado y sus corazones se inflaman cuando, al leer las noticias de la noche, ven a dos 'antiguos' adversarios sonriendo y chocando sus copas". Frente al público, tales dirigentes aparecen como amigos unidos con el propósito de obtener la paz, pero tras las puertas cerradas deciden si el acontecimiento ha resultado un éxito o fracaso, vuelven a su verdadero papel de agresores y víctimas, vencedores y vencidos.

Los tratados de amistad no hacen variar los intereses de los estados, no expresan amistad permanente, no entregan nada sin recibir algo a cambio. Las buenas relaciones personales no significa buenas relaciones entre los estados. Entre los tratados de amistad y no agresión conocidos son pocos los que han perdurado, eso prueba la inmensa dificultad de conseguir acuerdos coherentes entre rivales.


Hoy debemos aprender a convivir con el arsenal nuclear, que existirá siempre, no hay que ignorarlos o pedir su destrucción total, es imposible que ello suceda, pero si podemos coadyuvar impidiendo que sean utilizadas. Hay que aprender a vivir con nuestros adversarios.


Han transcurrido un par de milenios y se esperaba, también, que la religión cambiaría la naturaleza humana reduciendo los conflictos, pero la historia lo desmiente, las más sangrientas guerras han sido las religiosas, hombres que oran al mismo Dios se han combatido y matado entre sí, produciendo millones de muertes en fratricidas guerras.


©Matt Chase  The Atlantic; Getty

En conclusión. La paz mundial resulta la mayor de las utopías, es posible conservarla si la tomamos como un compromiso, debemos evitar que la guerra sea más poderosa que la paz, se debe buscar reducción de la carrera armamentista a términos tolerables para no descuidar la salud, educación, vivienda y alimento de los pueblos.

 

No debemos jugar con la guerra, pero tampoco debemos dejarnos seducir por la idea de una paz absoluta. Una verdadera paz supone algo más que ausencia de guerra, una paz con justicia, en la que se adopte políticas sujetas a la realidad del momento, una combinación de disuasión y distensión.


La distensión sin disuasión conduce a confrontar la voluntad de los pueblos. El balance y equilibrio de fuerzas es la única perspectiva visible para la humanidad, para una real y verdadera paz, esto se refleja en la política de las grandes potencias, aunque hubo cierto periodo de desbalance tras la desaparición de la URSS.

Y ya que estamos en pleno siglo XXI, teniendo como los mayores antagonistas económicos mundiales a los Estados Unidos, China y Rusia, es evidente que nos aprestamos o ya estamos contemplando -sin darnos cuenta- una GUERRA ECONÓMICA GLOBAL. Sin embargo, en 1979 Jimmy Carter y el líder chino, Deng Xiaoping, firmaron un acuerdo secreto de no intervención militar que se ha ido renovando hasta 2021. Ese pacto es la base de toda esta dinámica que estamos viviendo y la famosa "Guerra de Aranceles" entre esas potencias no ha afectado el status quo. Lo mismo sucedió con los Acuerdos con Rusia. Pero... todo está cambiando en el gran tablero geopolítico mundial

Los miles de tratados de paz, cuyo promedio de duración no es superior a los dos años, se hacen y deshacen según las conveniencias del momento. Y el cambio de hoy se debe a que EEUU está perdiendo la guerra económica con China, y las duras medidas para revertirlo está privando a China el acceso a los mercados exteriores, sin los cuales China no podrá sobrevivir. Iguales medidas acontecen con el bloqueo económico a Rusia, negándosele el derecho a expandir sus bienes o libre comercio en el ámbito internacional. ¿Por qué? se preguntarán, la guerra rusa - ucraniana es el pretexto. La razón única es que Estados Unidos ya no puede manejarse como la única superpotencia económica y para volver a estar en la cúspide mundial debe enfrentarse a la competencia, primero mediante sanciones financieras, segundo a través de otros actores (Ucrania), luego... quien sabe...

Y hasta tenemos el irrefutable caso de la pugna económica entre los propios socios de la OTAN: estadounidenses, ingleses, franceses, alemanes y otros compiten hasta deslealmente por los mercados (auspician a diferentes bandos en guerra en África). Además, Occidente (Europa/EEUU), chinos y rusos disputan entre sí y tienen bien puesto el ojo en los recursos naturales africanos, que son la clave de este proceso (no pretendo salirme del  contexto de este artículo, además sobre lo dicho lo hemos discutido en otras entradas).

Reafirmando: Estados Unidos es quien verdaderamente amenaza la paz mundial con su intervencionismo financiero - militar a lo largo del planeta. La única forma para que opere la distensión dentro de la disuasión, manteniendo la "paz mundial", será posible si conseguimos que Estados Unidos (y sus socios europeos) se dignen permitir el libre desarrollo de China y Rusia en los mercados globales

Caso contrario, recuerden, la Tercera Guerra Mundial será económica (el resto es cuento para falsos patrioteros y saludos a la bandera).


"A menos que el hombre evolucione, una paz verdadera solo podrá constituirse reconociendo que lo más que podemos hacer es aprender a vivir con nuestras diferencias en vez de morir por su causa". (Nixon)

 

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Artículos de referencia en este blog

La negación de la historia. ¿Por qué la OTAN no cumple sus compromisos con Rusia?

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Invasión rusa de Ucrania... sí, pero, ¿por qué?

Descifrando la crisis chino-estadounidense

Estados Unidos, Rusia, China: La nueva guerra económica

11 octubre 2022

¿Por qué Estados Unidos necesita la guerra?

 


Por Dr. Jacques R. Pauwels

Investigación Global

* Todo el material gráfico es añadido por el editor de este blog


Este artículo originalmente fue publicado en Indy Media Bélgica y Global Research el 30 de abril de 2003, inmediatamente concluida la invasión y ocupación militar estadounidense de Irak (Segunda Guerra del Golfo, 2003-2011), enfoca principalmente los aspectos de la economía de guerra y sobre la presidencia de George W. Bush.

En una anterior entrada, El EJE (Axis) en la propaganda satírica estadounidense ensayamos una breve visión desde un punto de vista favorable a la relación gobierno - empresa en los EEUU durante la segunda guerra mundial, lo que tampoco es falso, pero solo recoge el lado "amable", hasta positivo de esa relación simbiótica entre gobierno y complejo industrial. En esta investigación el Dr. Jacques R. Pauwels reconoce la verdadera naturaleza de la penetración y dominio total del Complejo Militar Industrial en el alma del supuesto símbolo mundial de la democracia.

Por medio de una nota editorial de Michel Chossudovsky (Global Research), 5 junio 2022, se volvió a publicar, casi 20 años después, esa ponencia del destacado historiador y politólogo Dr. Pauwels. El profesor Chossudovsky, plantea una oportuna pregunta de actualidad: ¿Por qué la administración Biden necesita la guerra, incluido  un programa de armas nucleares de 1,2 billones de dólares?

Aquí sus reflexiones:

"La guerra contra Rusia y China está actualmente en el tablero de dibujo del Pentágono.

Numerosas guerras dirigidas por Estados Unidos desde el final de lo que eufemísticamente se llama la era de la posguerra:

Corea, Vietnam, Camboya, Irak, Libia, Siria, Yemen…  

¿Es lo que el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) llama la Guerra Larga de Estados Unidos?  


Diseño gráfico de 0´20 Airsoft Magazine (020mag.com -  USA). EEUU en guerra durante 222 años de 239 años de historia de su fundación en 1776, es decir, el 93% de su tiempo desde que existe. Solo 21 años fueron pacíficos.


Lo que se describe en el documento del PNAC es lo siguiente, que refleja lo que hoy se está desarrollando ante nuestros propios ojos en Ucrania:

Establecer cuatro misiones principales para las fuerzas militares estadounidenses:

- Defender la patria americana;

- Luchar y ganar decisivamente múltiples y simultáneas grandes guerras teatrales;

- Realizar los deberes de "policía" asociados con la configuración del entorno de seguridad en regiones críticas;

- Transformar las fuerzas estadounidenses para explotar la “revolución en asuntos militares”.


Para llevar a cabo estas misiones centrales, necesitamos proporcionar suficiente fuerza y ​​asignaciones presupuestarias. En particular, Estados Unidos debe:

- Mantener la superioridad estratégica nuclear...

- Aprovechar la “Revolución en los asuntos militares”…

- Aumentar el gasto en defensa…


La agenda militar de la Administración Biden es consistente con los lineamientos del PNAC: Una operación que consiste en la destrucción deliberada de países soberanos resultando en millones de muertos.

¿Y por qué los estadounidenses apoyan esta agenda militar?" 


* * * * *

       Foto: Ronald Martínez  / Getty Images

Las guerras son un terrible desperdicio de vidas y recursos, y por esa razón la mayoría de la gente se opone en principio a las guerras. El presidente estadounidense, por otro lado, parece amar la guerra. ¿Por qué? 


Muchos comentaristas han buscado la respuesta en factores psicológicos. Algunos opinaron que George W. Bush consideraba su deber terminar el trabajo iniciado, pero no completado por alguna oscura razón, por su padre en el momento de la Guerra del Golfo; otros creen que Bush hijo esperaba una guerra corta y triunfal que le garantizara un segundo mandato en la Casa Blanca.

Creo que debemos buscar en otra parte la explicación de la actitud del presidente estadounidense.


El hecho de que Bush esté interesado en la guerra tiene poco o nada que ver con su psique, pero mucho con el sistema económico estadounidense


Este sistema, el tipo de capitalismo de Estados Unidos, funciona ante todo para hacer que los estadounidenses extremadamente ricos como la “dinastía del dinero” de Bush sean aún más ricos. Sin guerras cálidas o frías, sin embargo, este sistema ya no puede producir el resultado esperado en la forma de ganancias cada vez mayores que los adinerados y poderosos de Estados Unidos consideran como su derecho de nacimiento.

La gran fortaleza del capitalismo estadounidense es también su gran debilidad, a saber, su altísima productividad. En el desarrollo histórico del sistema económico internacional que llamamos capitalismo, una serie de factores han producido enormes incrementos en la productividad, por ejemplo, la mecanización del proceso productivo que se inició en Inglaterra ya en el siglo XVIII. Entonces, a principios del siglo XX, los industriales estadounidenses hicieron una contribución crucial en forma de automatización del trabajo por medio de nuevas técnicas como la línea de montaje. Esta última fue una innovación introducida por Henry Ford y, por lo tanto, esas técnicas se conocen colectivamente como "fordismo". La productividad de las grandes empresas americanas aumentó espectacularmente.

Por ejemplo, ya en la década de 1920, innumerables vehículos salían todos los días de las cadenas de montaje de las fábricas de automóviles de Michigan. Pero, ¿quién se suponía que compraría todos esos autos? La mayoría de los estadounidenses en ese momento no tenían libros de bolsillo lo suficientemente sólidos para tal compra. Otros productos industriales inundaron el mercado de manera similar, y el resultado fue la aparición de una desarmonía crónica entre la oferta económica en constante aumento y la demanda rezagada. Así surgió la crisis económica conocida generalmente como la Gran Depresión. Fue esencialmente una crisis de sobreproducción. Los almacenes estaban repletos de productos sin vender, las fábricas despidieron a los trabajadores, el desempleo explotó y, por lo tanto, el poder adquisitivo del pueblo estadounidense se redujo aún más, lo que empeoró aún más la crisis.


       Animación de Pixabay ilustraciones

No se puede negar que en Estados Unidos la Gran Depresión solo terminó durante y debido a la Segunda Guerra Mundial. (Incluso los más grandes admiradores del presidente Roosevelt admiten que sus políticas New Deal tan publicitadas trajeron poco o ningún alivio). La demanda económica aumentó espectacularmente cuando la guerra que había comenzado en Europa, y en la que los propios EE. UU. no participaron activamente antes de 1942, permitió a la industria estadounidense producir cantidades ilimitadas de equipo de guerra. Entre 1940 y 1945, el estado estadounidense gastaría no menos de 185 mil millones de dólares en dicho equipo, y la participación de los gastos militares en el PNB aumentó así entre 1939 y 1945 de un insignificante 1,5 % a aproximadamente el 40%. Además, la industria estadounidense también suministró enormes cantidades de equipos a los británicos e incluso a los soviéticos a través de Lend-Lease. (En Alemania, mientras tanto, las subsidiarias de corporaciones estadounidenses como Ford, GM e ITT produjeron todo tipo de aviones y tanques y otros juguetes marciales para los nazis, también después de Pearl Harbor, pero esa es una historia diferente).

 

El problema clave de la Gran Depresión –el desequilibrio entre oferta y demanda– se resolvió así porque el Estado “preparó la bomba” de la demanda económica mediante grandes pedidos de carácter militar.

 

En lo que respecta a los estadounidenses comunes y corrientes, la orgía de gastos militares de Washington trajo no solo prácticamente el pleno empleo sino también salarios mucho más altos que nunca; fue durante la Segunda Guerra Mundial que la miseria generalizada asociada con la Gran Depresión llegó a su fin y que la mayoría del pueblo estadounidense alcanzó un grado de prosperidad sin precedentes. Sin embargo, los mayores beneficiarios, con mucho, del auge económico de la guerra fueron los empresarios y corporaciones del país, que obtuvieron beneficios extraordinarios. Entre 1942 y 1945, escribe el historiador Stuart D. Brandes, las ganancias netas de las 2.000 empresas más grandes de Estados Unidos fueron un 40% más altas que durante el período 1936-1939. Tal "boom de ganancias" fue posible, explica, porque el estado ordenó miles de millones de dólares en equipo militar, fracasó en instituir controles de precios y gravaba las ganancias poco o nada. Esta generosidad benefició al mundo empresarial estadounidense en general, pero en particular a esa élite relativamente restringida de grandes corporaciones conocida como "grandes negocios" o "Corporate America". Durante la guerra, un total de menos de 60 empresas obtuvieron el 75% de todas las lucrativas órdenes militares y estatales. Las grandes corporaciones – Ford, IBM, etc. – se revelaron como los “cerdos de la guerra”, (war hogs) escribe Brandes, que se zamparon con la abundancia de los gastos militares del estado. IBM, por ejemplo, aumentó sus ventas anuales entre 1940 y 1945 de 46 a 140 millones de dólares gracias a pedidos relacionados con la guerra, y sus ganancias se dispararon en consecuencia. 

Las grandes corporaciones estadounidenses explotaron al máximo su experiencia fordista para impulsar la producción, pero ni siquiera eso fue suficiente para satisfacer las necesidades del estado estadounidense en tiempos de guerra. Se necesitaba mucho más equipo, y para producirlo, Estados Unidos necesitaba nuevas fábricas y una tecnología aún más eficiente. Estos nuevos activos fueron debidamente arrancados de la tierra, y debido a esto el valor total de todas las instalaciones productivas de la nación aumentó entre 1939 y 1945 de 40 a 66 mil millones de dólares. Sin embargo, no fue el sector privado el que emprendió todas estas nuevas inversiones; Debido a sus desagradables experiencias con la sobreproducción durante los años treinta, los empresarios estadounidenses encontraron esta tarea demasiado arriesgada. Así que el estado hizo el trabajo invirtiendo 17 mil millones de dólares en más de 2000 proyectos relacionados con la defensa. A cambio de una tarifa nominal, se permitió a las corporaciones de propiedad privada alquilar estas nuevas fábricas para producir... y ganar dinero vendiendo la producción al estado. Además, cuando terminó la guerra y Washington decidió despojarse de estas inversiones, las grandes corporaciones de la nación las compraron por la mitad, y en muchos casos solo un tercio, del valor real.


Franklin Delano Roosevelt en una fotografía de 1932 durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. 


¿Cómo financió Estados Unidos la guerra, cómo pagó Washington las elevadas facturas presentadas por GM, ITT y los demás proveedores corporativos de equipos de guerra? La respuesta es: en parte a través de impuestos, alrededor del 45%, pero mucho más a través de préstamos, aproximadamente el 55%. Debido a esto, la deuda pública aumentó dramáticamente, es decir, de 3 mil millones de dólares en 1939 a no menos de 45 mil millones de dólares en 1945. En teoría, esta deuda debería haberse reducido, o eliminado por completo, mediante la recaudación de impuestos sobre la enorme ganancias embolsadas durante la guerra por las grandes corporaciones estadounidenses, pero la realidad era diferente. Como ya se señaló, el estado estadounidense no logró gravar significativamente las ganancias inesperadas de las corporaciones estadounidenses, permitió que la deuda pública se multiplicara y pagó sus cuentas y los intereses de sus préstamos con sus ingresos generales, es decir, mediante los ingresos generados por los impuestos directos e indirectos. Particularmente debido a la regresiva Ley de Ingresos introducida en octubre de 1942, estos impuestos fueron pagados cada vez más por los trabajadores y otros estadounidenses de bajos ingresos, en lugar de por los súper ricos y las corporaciones de las cuales estos últimos eran propietarios, accionistas principales y/o o altos directivos. “La carga de financiar la guerra”, observa el historiador estadounidense Sean Dennis Cashman, “(fue) recaída firmemente sobre los hombros de los miembros más pobres de la sociedad”.


BONOS de GUERRA, El General Dwight "Ike" Eisenhower apoya la compra de bonos de guerra, campaña de la empresa The Timken Roller Bearing Company, 1944

Sin embargo, el público estadounidense, preocupado por la guerra y cegado por el sol brillante del pleno empleo y los altos salarios, no se dio cuenta de esto. Los estadounidenses adinerados, por otro lado, eran muy conscientes de la forma maravillosa en que la guerra generó dinero para ellos y para sus corporaciones. Por cierto, también fue de los ricos empresarios, banqueros, aseguradores y otros grandes inversionistas que Washington tomó prestado el dinero necesario para financiar la guerra; la América corporativa también se benefició de la guerra al embolsarse la mayor parte de los intereses generados por la compra de los famosos bonos de guerra


En teoría, al menos, los ricos y poderosos de Estados Unidos son los grandes campeones de la llamada libre empresa y se oponen a cualquier forma de intervención estatal en la economía. Durante la guerra, sin embargo, nunca pusieron objeciones a la forma en que el estado estadounidense manejó y financió la economía, porque sin esta violación a gran escala de las reglas de la libre empresa, su riqueza colectiva nunca podría haber proliferado como lo hizo. durante esos años.


Durante la Segunda Guerra Mundial, los ricos propietarios y altos directivos de las grandes corporaciones aprendieron una lección muy importante: durante una guerra se puede ganar dinero, mucho dinero. En otras palabras, la ardua tarea de maximizar las ganancias, la actividad clave dentro de la economía capitalista estadounidense, puede absolverse de manera mucho más eficiente a través de la guerra que a través de la paz; sin embargo, se requiere la cooperación benévola del estado. Desde la Segunda Guerra Mundial, los ricos y poderosos de Estados Unidos se han mantenido muy conscientes de esto. También lo es su hombre en la Casa Blanca hoy (2003, es decir, George W. Bush), el vástago de una "dinastía del dinero" que fue lanzado en paracaídas a la Casa Blanca para promover los intereses de sus familiares, amigos y asociados adinerados en la América corporativa, los intereses del dinero, el privilegio y el poder.


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. Izquierda, el General George Marshall; a la derecha, el Almirante Harold Stark (The Timken Roller Bearing Company)

En la primavera de 1945 era evidente que la guerra, fuente de fabulosos beneficios, pronto terminaría. ¿Qué pasaría entonces? Entre los economistas, muchas Cassandras evocaron escenarios que se vislumbraban extremadamente desagradables para los líderes políticos e industriales de Estados Unidos. Durante la guerra, las compras de equipo militar de Washington, y nada más, restauraron la demanda económica y así hicieron posible no solo el pleno empleo sino también ganancias sin precedentes. Con el regreso de la paz, el fantasma de la falta de armonía entre la oferta y la demanda amenazó con volver a acechar a los Estados Unidos, y la crisis resultante bien podría ser incluso más aguda que la Gran Depresión de los "sucios años treinta", porque durante los años de la guerra la productividad, la capacidad de la nación había aumentado considerablemente, como hemos visto. Los trabajadores tendrían que ser despedidos precisamente en el momento en que millones de veteranos de guerra volverían a casa en busca de un trabajo civil, y el desempleo resultante y la disminución del poder adquisitivo agravarían el déficit de demanda. Visto desde la perspectiva de los ricos y poderosos de Estados Unidos, el desempleo que se avecinaba no era un problema; lo que importaba era que la edad de oro de las ganancias gigantescas llegaría a su fin. Tal catástrofe tenía que ser prevenida, pero ¿cómo?


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. el General George Marshall también participó con su imagen. "No defraude al general MacArthur compre bonos de guerra" 1943 (The Timken Roller Bearing Company)


Nota del editor de este blog: En anteriores entradas revisamos que el Complejo Militar - Industrial es una de las mayores fuentes de riqueza -y quizá la favorita- de los EEUU, gran parte de la economía norteamericana es una economía basada en la guerra, aún en tiempos de paz. Según expertos constituye la principal fuente de ingresos y de empleo para el país más poderoso del mundo manejando enormes presupuestos y trabajadores bien remunerados. El Pentágono es el ejemplo de una gran burocracia extensa bien pagada que de no ser así estaría desempleada causando conflictos sociales. 

En EE.UU la construcción y mantenimiento de buques de guerra, portaaviones, tanques, aviones supersónicos de quinta generación, satélites espías, submarinos atómicos, sistemas de misiles, drones asesinos, armamento ligero y municiones, entre muchas otras cosas, aseguran el empleo bien remunerado de decenas de miles de obreros, ingenieros, técnicos especialistas, diseñadores, contables, consultores, etc. 

"¿Qué sería de la economía norteamericana si en cierto momento decidiera prescindir de toda su industria militar, abandonando cualquier pretensión de sostenerse como la primera potencia bélica del planeta? Eso sería tanto como preguntarse: ¿qué se va a hacer con todos esos ingenieros, obreros, diseñadores, contadores, técnicos especializados, consultores, soldados, oficiales de alto rango, con empleos muy bien remunerados en dólares? Respuesta: EEUU no está preparado, al menos en economía, para prescindir de su industria bélica". (Spectator)

EEUU no está preparado para una paz a largo plazo, su economía se desestabiliza sin conflictos armados en el mundo; el armamento que produce tiene que usarse para poder mantener las fábricas de armamento funcionando y las fuentes de empleo seguras. Convertir una economía basada en el belicismo en una economía basada en el pacifismo resulta suicida (en lo económico).


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. los Almirantes Chester Nimitz (cuenta con tí) y William Halsey (está contando contigo!) (The Timken Roller Bearing Company)
 


Los gastos del estado militar fueron la fuente de grandes ganancias. Para que las ganancias siguieran brotando generosamente, se necesitaban urgentemente nuevos enemigos y nuevas amenazas de guerra ahora que Alemania y Japón habían sido derrotados. Qué suerte que existiera la Unión Soviética, un país que durante la guerra había sido un socio particularmente útil que había sacado las castañas del fuego para los Aliados en Stalingrado y en otros lugares, pero también un socio cuyas ideas y prácticas comunistas le permitieron ser fácilmente transformado en el nuevo hombre del saco de los Estados Unidos. La mayoría de los historiadores estadounidenses ahora admiten que en 1945 la Unión Soviética, un país que había sufrido enormemente durante la guerra, no constituía una amenaza en absoluto para los EE. UU. económica y militarmente muy superiores, y que Washington mismo no percibía a los soviéticos como una amenaza.


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. "¡Ayuda al General Patch a hacer el trabajo! Compra bonos de guerra(The Timken Roller Bearing Company) 1945; y, un recorte de periódico con el general George Patton "Compra más bonos y acaba con los japs" (japoneses) (The McGraw Hill Book Company) 


De hecho, Moscú no tenía nada que ganar y mucho que perder con un conflicto con la superpotencia estadounidense, que rebosaba confianza gracias a su monopolio de la bomba atómica. Sin embargo, Estados Unidos, el Estados Unidos corporativo, el Estados Unidos de los superricos, necesitaba urgentemente un nuevo enemigo para justificar los gastos titánicos de "defensa" que se necesitaban para mantener las ruedas de la economía de la nación girando a toda velocidad también después del final de la guerra, manteniendo así los márgenes de beneficio en los niveles exigidos -o mejor dicho, deseados- elevados, o incluso aumentados. Es por ello que la Guerra Fría se desató en 1945, no por los soviéticos sino por el complejo “militar-industrial” estadounidense, como llamaría el presidente Eisenhower a esa élite de individuos y corporaciones adineradas que supieron sacar provecho de la “economía de guerra”.


Caricaturas soviéticas en la GUERRA FRÍA. Izq.  F. Nelubin, "ESTADOS UNIDOS" (1970); derecha, E. Osipov, "No veo ningún camino para el desarme" (1987)

En este sentido, la Guerra Fría superó sus mejores expectativas. Se tuvo que fabricar más y más equipo marcial, porque los aliados dentro del llamado "mundo libre", que en realidad incluía muchas dictaduras desagradables, tenían que estar armados hasta los dientes con equipo estadounidense. Además, las propias fuerzas armadas de Estados Unidos nunca dejaron de exigir tanques, aviones, cohetes y, sí, armas químicas y bacteriológicas y otras armas de destrucción masiva más grandes, mejores y más sofisticadas. Por estos bienes, el Pentágono siempre estuvo dispuesto a pagar grandes sumas sin hacer preguntas difíciles. Como había sido el caso durante la Segunda Guerra Mundial, nuevamente fueron principalmente las grandes corporaciones las que pudieron cumplir con los pedidos. La Guerra Fría generó ganancias sin precedentes, y fluyeron hacia las arcas de aquellas personas extremadamente ricas que resultaron ser los propietarios, los altos directivos y/o los principales accionistas de estas corporaciones. (¿Sorprende que en los Estados Unidos los generales recién retirados del Pentágono reciban rutinariamente ofertas de trabajo como consultores de grandes corporaciones involucradas en la producción militar, y que los empresarios vinculados con esas corporaciones sean designados regularmente como funcionarios de alto rango del Departamento de Defensa?, como asesores del Presidente, etc.?)


Carteles sovieticos de J. Efimovsky: "Superganancias" (1976) y "Reducción de armamentos" (1976)


También durante la Guerra Fría, el Estado estadounidense financió sus disparados gastos militares mediante préstamos, lo que provocó que la deuda pública se elevara a niveles vertiginosos. En 1945 la deuda pública era de “solo” 258 mil millones de dólares, pero en 1990 – cuando la Guerra Fría tocaba a su fin – ¡ascendía a nada menos que 3,2 billones de dólares! Este fue un aumento estupendo, también cuando se tiene en cuenta la tasa de inflación, y provocó que el estado estadounidense se convirtiera en el mayor deudor del mundo. (Dicho sea de paso, en julio de 2002 la deuda pública estadounidense había alcanzado los 6,1 billones de dólares). Washington podría y debería haber cubierto el costo de la Guerra Fría gravando las enormes ganancias obtenidas por las corporaciones involucradas en la orgía armamentista, pero nunca hubo ninguna duda. de tal cosa. En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin y la Guerra Fría tomó el relevo, las corporaciones todavía pagaban el 50% de todos los impuestos, pero durante el curso de la Guerra Fría esta proporción se redujo constantemente, y hoy solo asciende a aproximadamente al 1%.


El artista soviético M. Abramov, "Inflando el presupuesto militar", (1976)


Esto fue posible porque las grandes corporaciones de la nación determinan en gran medida lo que el gobierno de Washington puede o no hacer, también en el campo de la política fiscal. Además, la reducción de la carga fiscal de las empresas se hizo más fácil porque después de la Segunda Guerra Mundial estas empresas se transformaron en multinacionales, “en casa, en todas partes y en ninguna”, como ha escrito un autor estadounidense en relación con ITT, y por lo tanto les resulta fácil evite pagar impuestos significativos en cualquier lugar. En Estados Unidos, donde se embolsan las mayores ganancias, el 37% de todas las multinacionales estadounidenses -y más del 70% de todas las multinacionales extranjeras- no pagaron un solo dólar de impuestos en 1991, mientras que las multinacionales restantes remitieron menos del 1% de sus ganancias en impuestos.

Los costos altísimos de la Guerra Fría, por lo tanto, no fueron soportados por quienes se beneficiaron de ella y quienes, dicho sea de paso, también continuaron embolsándose la parte del león de los dividendos pagados por los bonos del gobierno, sino por los trabajadores estadounidenses y la clase media estadounidense. Estos estadounidenses de bajos y medianos ingresos no recibieron un centavo de las ganancias tan profusamente arrojadas por la Guerra Fría, pero sí recibieron su parte de la enorme deuda pública de la que ese conflicto fue en gran parte responsable. Son ellos, por lo tanto, quienes cargaron realmente con los costos de la Guerra Fría, y son ellos quienes continúan pagando con sus impuestos una parte desproporcionada de la carga de la deuda pública.


Cartel soviético de M. Mazrucho, "Impuestos" (1974)


En otras palabras, mientras las ganancias generadas por la Guerra Fría fueron privatizadas en beneficio de una élite extremadamente rica, sus costos fueron socializados sin piedad en gran detrimento de todos los demás estadounidenses. Durante la Guerra Fría, la economía estadounidense degeneró en una gigantesca estafa, en una perversa redistribución de la riqueza de la nación en beneficio de los ricos y en perjuicio no solo de los pobres y de la clase trabajadora, sino también de la clase media, cuyos miembros tienden a suscribirse al mito de que el sistema capitalista estadounidense sirve a sus intereses. De hecho, mientras los ricos y poderosos de Estados Unidos acumulaban riquezas cada vez mayores, la prosperidad lograda por muchos otros estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial se fue erosionando gradualmente y el nivel de vida general declinó lenta pero constantemente.

Durante la Segunda Guerra Mundial, América había sido testigo de una modesta redistribución de la riqueza colectiva de la nación en beneficio de los miembros menos privilegiados de la sociedad. Sin embargo, durante la Guerra Fría, los estadounidenses ricos se hicieron más ricos, mientras que los no ricos, y ciertamente no solo los pobres, se empobrecieron más. En 1989, el año en que terminó la Guerra Fría, más del 13% de todos los estadounidenses (aproximadamente 31 millones de personas) eran pobres según los criterios oficiales de pobreza, que definitivamente subestiman el problema. Por el contrario, hoy el 1% de todos los estadounidenses posee no menos del 34% de la riqueza total de la nación. En ningún país “occidental” importante la riqueza se distribuye de manera más desigual.


J. Efimovsky, "Desembolso" (1976)


El minúsculo porcentaje de estadounidenses super ricos encontró este desarrollo extremadamente satisfactorio. Les encantaba la idea de acumular más y más riquezas, de engrandecer sus ya enormes bienes, a expensas de los menos privilegiados. Querían mantener las cosas así o, si era posible, hacer que este esquema sublime fuera aún más eficiente. Sin embargo, todo lo bueno debe llegar a su fin, y en 1989/90 terminó la abundancia de la Guerra Fría. Eso presentó un problema serio. Los estadounidenses comunes, que sabían que habían asumido los costos de esta guerra, esperaban un “dividendo de paz”.

Pensaron que el dinero que el estado había gastado en gastos militares ahora podría usarse para producir beneficios para ellos, por ejemplo, en forma de un seguro nacional de salud y otros beneficios sociales que los estadounidenses, a diferencia de la mayoría de los europeos, nunca han disfrutado. En 1992, Bill Clinton ganaría las elecciones presidenciales dejando entrever la perspectiva de un plan nacional de salud, que por supuesto nunca se materializó. Un “dividendo de la paz” no interesaba en absoluto a la élite adinerada de la nación, porque la prestación de servicios sociales por parte del estado no genera ganancias para los empresarios y las corporaciones, y ciertamente no genera las elevadas ganancias generadas por los gastos militares del estado. Había que hacer algo, y había que hacerlo rápido, para evitar la implosión amenazadora del gasto militar del Estado.

Estados Unidos, o más bien, el Estados Unidos corporativo, quedó huérfano de su útil enemigo soviético y necesitaba con urgencia conjurar nuevos enemigos y nuevas amenazas para justificar un alto nivel de gasto militar. Es en este contexto que en 1990 Saddam Hussein apareció en escena como una especie de deus ex machina. Este dictador de hojalata había sido previamente percibido y tratado por los estadounidenses como un buen amigo, y lo habían armado hasta los dientes para que pudiera librar una guerra desagradable contra Irán; fueron los EE. UU., y aliados como Alemania, quienes originalmente le suministraron todo tipo de armas. Sin embargo, Washington necesitaba desesperadamente un nuevo enemigo, y de repente lo señaló como un “nuevo Hitler” terriblemente peligroso, contra quien era necesario librar una guerra con urgencia, a pesar de que estaba claro que un arreglo negociado de la cuestión de la ocupación de Irak de Kuwait no estaba descartado.


M. Abramov, "La amenaza soviética" (1974)


George Bush padre fue el agente de reparto que descubrió a este nuevo y útil némesis de Estados Unidos y que desató la Guerra del Golfo, durante la cual Bagdad fue bombardeada y los desventurados reclutas de Saddam fueron masacrados en el desierto. El camino a la capital iraquí estaba abierto de par en par, pero la entrada triunfal de los infantes de marina en Bagdad fue repentinamente desechada. Saddam Hussein quedó en el poder para que la amenaza que se suponía que debía formar pudiera invocarse nuevamente para justificar mantener a Estados Unidos en armas. Después de todo, el repentino colapso de la Unión Soviética había demostrado lo inconveniente que puede ser cuando uno pierde a un enemigo útil.

Y así, Marte podría seguir siendo el santo patrón de la economía estadounidense o, más exactamente, el padrino de la mafia corporativa que manipula esta economía impulsada por la guerra y cosecha sus enormes ganancias sin asumir sus costos. El despreciado proyecto de un dividendo de paz podría ser enterrado sin contemplaciones, y los gastos militares podrían seguir siendo el dínamo de la economía y la fuente de ganancias suficientemente altas. Esos gastos aumentaron implacablemente durante la década de 1990. En 1996, por ejemplo, ascendían a nada menos que 265.000 millones de dólares, pero si se suman los gastos militares no oficiales y/o indirectos, como los intereses pagados por préstamos utilizados para financiar guerras pasadas, el total de 1996 ascendía a unos 494.000 millones de dólares, lo que representa un desembolso de 1.300 millones de dólares por día! Sin embargo, con solo un Saddam considerablemente castigado como coco, Washington encontró conveniente también buscar en otros lugares nuevos enemigos y amenazas. Somalia parecía prometedora temporalmente, pero a su debido tiempo se identificó otro “nuevo Hitler” en la Península Balcánica en la persona del líder serbio, Milosevic. Durante gran parte de los noventa, entonces, los conflictos en la ex Yugoslavia proporcionaron los pretextos necesarios para las intervenciones militares, los bombardeos a gran escala y la compra de más y más nuevas armas.

La “economía de guerra” podría continuar funcionando a toda máquina también después de la Guerra del Golfo. Sin embargo, en vista de la presión pública ocasional, como la demanda de un dividendo de paz, no es fácil mantener este sistema en funcionamiento. (Los medios de comunicación no presentan ningún problema, ya que los periódicos, revistas, estaciones de televisión, etc. son propiedad de grandes corporaciones o dependen de ellas para obtener ingresos publicitarios). Como se mencionó anteriormente, el estado tiene que cooperar, por lo que en Washington se necesitan hombres y mujeres con los que se pueda contar, preferiblemente con individuos de las propias filas corporativas, individuos totalmente comprometidos a utilizar el instrumento de los gastos militares para proporcionar las altas ganancias que se necesitan para enriquecer aún más a los muy ricos de América. A este respecto, Bill Clinton no cumplió con las expectativas, y las corporaciones estadounidenses nunca pudieron perdonar su pecado original, a saber, que había logrado ser elegido prometiendo al pueblo estadounidense un "dividendo de paz" en forma de un sistema de seguro de salud.


V. Zhelobinski, "La amenaza soviética" (1980)


Debido a esto, en 2000 se dispuso que el clon de Clinton, Al Gore, no se mudara a la Casa Blanca, sino un equipo de militaristas de línea dura, prácticamente sin excepción, representantes de los ricos y corporativos estadounidenses, como Cheney, Rumsfeld y Rice, y por supuesto el propio George W. Bush, hijo del hombre que había demostrado con su Guerra del Golfo cómo se podía hacer; el Pentágono también estuvo directamente representado en el gabinete de Bush en la persona del supuestamente amante de la paz Powell, en realidad otro ángel de la muerte. Rambo se mudó a la Casa Blanca y los resultados no tardaron en verse.


Después de que Bush Junior fuera catapultado a la presidencia, durante algún tiempo pareció que iba a proclamar a China como la nueva némesis de Estados Unidos. Sin embargo, un conflicto con ese gigante se vislumbraba algo arriesgado; además, demasiadas grandes corporaciones ganan buen dinero comerciando con la República Popular. Se requería otra amenaza, preferiblemente menos peligrosa y más creíble, para mantener los gastos militares en un nivel suficientemente alto. A tal fin, Bush, Rumsfeld y compañía no podrían haber deseado nada más conveniente que los hechos del 11 de septiembre de 2001; es muy probable que estuvieran al tanto de los preparativos para estos monstruosos ataques, pero que no hicieran nada para prevenirlos porque sabían que podrían beneficiarse de ellos. En cualquier evento, aprovecharon al máximo esta oportunidad para militarizar a Estados Unidos más que nunca antes, arrojar bombas sobre personas que no tenían nada que ver con el 11 de septiembre, hacer la guerra a su antojo y, por lo tanto, para las corporaciones que hacen negocios con el Pentágono para registrar ventas sin precedentes. Bush declaró la guerra no a un país sino al terrorismo, un concepto abstracto contra el cual no se puede realmente hacer la guerra y contra el cual nunca se puede lograr una victoria definitiva. Sin embargo, en la práctica el lema “guerra contra el terrorismo” significó que Washington ahora se reserva el derecho de hacer la guerra en todo el mundo y de forma permanente contra quien la Casa Blanca defina como terrorista

Y así se resolvió definitivamente el problema del final de la Guerra Fría, ya que en adelante se justificaba un gasto militar cada vez mayor. Las estadísticas hablan por sí solas. El total de 265 mil millones de dólares en gastos militares en 1996 ya había sido astronómico, pero gracias a Bush hijo el Pentágono pudo gastar 350 mil millones en 2002, y para 2003 el presidente ha prometido aproximadamente 390 mil millones; sin embargo, ahora es prácticamente seguro que la capa de 400 mil millones de dólares se redondeará este año. (Para financiar esta orgía de gastos militares, se debe ahorrar dinero en otros lugares, por ejemplo, cancelando los almuerzos gratuitos para los niños pobres; todo ayuda). No es de extrañar que George W. se pavonee radiante de felicidad y orgullo, ya que él, esencialmente un niño rico mimado de talento e intelecto muy limitados, ha superado las expectativas más audaces no solo de su familia y amigos ricos, sino de la América corporativa en su conjunto, a la que debe su trabajo.


Cartel soviético "Pentágono" (autor y año ilegibles)


El 11 de septiembre le dio a Bush carta blanca para hacer la guerra donde y contra quien quisiera, y como este ensayo ha pretendido dejar en claro, no importa mucho quién sea señalado como enemigo del momento. El año pasado (2003), Bush lanzó una lluvia de bombas sobre Afganistán, presumiblemente porque los líderes de ese país dieron cobijo a Bin Laden, pero recientemente este último pasó de moda y fue una vez más Saddam Hussein quien supuestamente amenazó a Estados Unidos. No podemos tratar aquí en detalle las razones específicas por las que los Estados Unidos de Bush querían absolutamente la guerra con el Irak de Saddam Hussein y no con, digamos, Corea del Norte. Una de las principales razones para pelear esta guerra en particular fue que las grandes reservas de petróleo de Irak son codiciadas por los fideicomisos petroleros de Estados Unidos con los que los propios Bush –y bushistas como Cheney y Rice, de quienes se nombra un petrolero– están tan íntimamente vinculados. La guerra en Irak también es útil como lección para otros países del Tercer Mundo que no logran bailar al son de Washington, y como instrumento para castrar a la oposición interna e imponer el programa de extrema derecha de un presidente no electo en las gargantas de los propios estadounidenses.

La América de la riqueza y el privilegio está enganchada a la guerra, sin dosis regulares y cada vez más fuertes de guerra ya no puede funcionar correctamente, es decir, producir las ganancias deseadas. En este momento, esta adicción, este anhelo está siendo satisfecho por medio de un conflicto contra Irak, que también es querido por los corazones de los magnates del petróleo. Sin embargo, ¿alguien cree que el belicismo se detendrá una vez que el cuero cabelludo de Saddam se una a los turbantes talibanes en la vitrina de trofeos de George W. Bush? El presidente ya ha señalado con el dedo a aquellos cuyo turno pronto llegará, a saber, los países del “eje del mal”: Libia, Siria, Somalia, Irán, Corea del Norte y, por supuesto, esa vieja espina en el costado de Estados Unidos, Cuba. ¡Bienvenidos al siglo XXI, bienvenidos a la valiente nueva era de guerra permanente de George W. Bush!


Fondo de pantalla de Call of Duty Black Ops Cold War

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