Ronald Reagan, febrero de 1983, recibe en su despacho a líderes talibanes
de Afganistán y Pakistán.
Introducción del redactor del blog
Con el artículo que viene a continuación creemos haber cumplido a cabalidad con la suficiente redifusión de investigaciones sobre la guerra desatada contra los pueblos musulmanes, quienes han sido declarados objetivo militar por la política expansionista de la OTAN encabezada por los Estados Unidos en búsqueda del control de los mercados y posicionamiento geoestratégico.
El “choque
de civilizaciones” no se da en particular contra la civilización islámica, ni contra
las naciones del Medio Oriente que muestran rebeldía contra el Imperio, es una
guerra mundial por la monopolización de los recursos naturales. Para justificar
tan burda doctrina, por algún lado hay que empezar y, el mejor argumento
constituye el fenómeno religioso de los pueblos musulmanes. Siendo los primeros
objetivos de la élite capitalista las naciones que integran el “eje del mal”, a
decir de las potencias occidentales, aquellas naciones que “patrocinan el
terrorismo”. Ya no hace falta explicar que todo esto no es más que un fraude, propaganda mediática para conquistar y dominar
las riquezas naturales, en especial los hidrocarburos del medio oriente y de
ciertas regiones africanas.
Razonando
un poco, no puede existir el choque de civilizaciones entre Occidente y el
mundo musulmán por una sencilla razón: Los estados que integran el Consejo de
Cooperación del Golfo, por cierto, países árabes, son los principales aliados
de la OTAN y forman parte de la estrategia para destruir a otras naciones
árabes, a la vez que son socios de Israel en este programa de desarticulación y
crimen masivo.
Qué
conflicto entre civilizaciones puede surgir, si estamos ante una siniestra
alianza entre la peor calaña política existente reflejada en la “Hermandad
Musulmana” (creada por las potencias coloniales) y movimientos políticos como
el salafismo en Egipto y organizaciones criminales reclutadas del
fundamentalismo fanático, cuya representación la encabezan los grupos takfiríes
derivados del wahabismo de las monarquías absolutistas y oscurantistas del
Golfo, todas éstas entremezcladas en un submundo de intrigas políticas,
negocios sucios, tráfico de drogas y armas, pasando por alianzas para
desencadenar un genocidio de las minorías étnicas, en una perversa asociación con
sus supuestos enemigos, que resultan ser no sus amigos, sino sus amos
(Occidente).
Para el
buen entendedor, Occidente es el cerebro que organiza toda esa masa de rufianes
psicópatas junto a sus socios árabes wahabíes que prostituyen sus naciones con
la esperanza de no ser tocados en la reestructuración política de la particular
concepción del mundo del Poder oculto y globalizador. Las monarquías del Golfo
piensan que están a salvo coadyuvando con el holocausto programado por la élite
mundial. Uno de los objetivos del verdadero Poder en las sombras es disminuir
la población del planeta, no con el control de la natalidad sino con guerras de
aniquilación. Lastimosamente para los wahabíes y para el mundo árabe en
general, ellos no encajan en el hipotético futuro de sus sádicos protectores de
hoy. Principalmente los wahabíes deberían saber una cosa, la despoblación,
programada en cerca de tres mil millones de seres humanos a ser suprimidos, mediante
la guerra y otras pandemias, les afecta directamente a ellos, las élites no
quieren saber nada de estos “sucios y revoltosos árabes” (palabras con las que
se expresan en sus reuniones privadas).
Puede
alguien, con dos centímetros de frente, pensar que la guerra de civilizaciones
es cierta, si otro actor fundamental en esta escenificación es la nación judía,
que fomenta en su beneficio el “choque de civilizaciones” aliándose con los peores grupos de
terroristas que dicen actuar en nombre de Dios (Allah). Cómo se puede explicar
que el auténtico enemigo de los árabes sea socio de los wahabíes, takfiríes,
salafíes y apoye el asesinato masivo de poblaciones musulmanas perpetrados por
otros musulmanes en Siria, Irak, Yemen, Líbano, etc. Es eso un conflicto de
civilizaciones?
Cuando se entremezclan diferentes estados, provenientes de diferentes “civilizaciones”, culturas y religiones pero con igual interés político, económico y estratégico, en una sola alianza para provocar una guerra de aniquilamiento del mundo islámico, jamás podrá hablarse de “choque de civilizaciones”.
Todo es
un inmenso engaño mediático, naturalmente, que los ideólogos de estas políticas
horrorosas de aniquilación global no pueden abiertamente decir, por ejemplo,
que los cristianos de occidente, los judíos y los wahabíes fundamentalistas del
Medio Oriente, que controlan las riquezas energéticas del mundo, conforman una
sola fuerza o que son simplemente socios de un planificado genocidio mundial,
eso no se puede decir, para ello está la prensa “libre” con sus millares de
medios de desinformación masiva que nos venderá la versión rosa de los
acontecimientos.
La tarea
y adoctrinamiento va por buen camino. Yo mismo he sentido, alguna ocasión,
repulsa hacia grupos civiles de musulmanes en Europa, que viven de la mentira y
del fraude al estado que los acoge, se niegan pagar impuestos, pero reclaman y reciben subsidios
inmerecidos, acusan de intolerancia, xenofobia, discriminación, etc. Pero estos
sectores aislados, mejor dicho, estos casos particulares (aunque muchos) no
pueden ser catalogados como representación de la cultura islámica.
Es parte
de una doctrina concebida, cuya finalidad es envenenar al europeo respecto al
migrante musulmán, es otra pieza en el diseño del plan global de endurecer a la
población local contra el fenómeno islámico en su tierra, se está sembrando el
odio, se está abonando el germen que justificará la guerra de aniquilación.
Otro ejemplo, las mismas autoridades de control en Europa, a sabiendas, permiten que organizaciones turcas, albanesas, marroquíes de narcotráfico, se apoderen del control de ese inmundo negocio en las calles. Tiene la gente común razón de sentir indignación hacia ciertos grupos de migrantes?.
Otro ejemplo, las mismas autoridades de control en Europa, a sabiendas, permiten que organizaciones turcas, albanesas, marroquíes de narcotráfico, se apoderen del control de ese inmundo negocio en las calles. Tiene la gente común razón de sentir indignación hacia ciertos grupos de migrantes?.
Si su
respuesta ha sido afirmativa, entonces, démosle gracias a la globalización, a
los ideólogos del “choque de civilizaciones” y a las políticas dictadas desde
los Estados Unidos a la Unión Europea.
Los países europeos están siendo inundados de droga con el consentimiento de
las propias autoridades estatales, a la vez que, sirve para ejercer control
sobre la población y mantiene el flujo
del capital en funcionamiento.
No lo
olvidéis, la droga es el motor que mueve la economía mundial en la actualidad,
sin los multimillonarios recursos que genera el tráfico de drogas la economía
capitalista sucumbiría, Wall Street vive del dinero de la droga, es el experto
lavandero de los recursos ilícitos obtenidos de actividades criminales.
Y, quiénes son los responsables? A quién culpar de todo esto? Fácil: Las organizaciones de traficantes provenientes de países del Medio Oriente y claro de los tercermundistas latinoamericanos. Los Estados Unidos y Europa son las “víctimas”. Y, como existe el programa de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico (noción en muchos casos simbiótica) hay que “defender” los valores y declarar la guerra contra los bárbaros que perturban al pacífico Occidente.
Y, quiénes son los responsables? A quién culpar de todo esto? Fácil: Las organizaciones de traficantes provenientes de países del Medio Oriente y claro de los tercermundistas latinoamericanos. Los Estados Unidos y Europa son las “víctimas”. Y, como existe el programa de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico (noción en muchos casos simbiótica) hay que “defender” los valores y declarar la guerra contra los bárbaros que perturban al pacífico Occidente.
Finalmente,
esta guerra contra la civilización humana, ideada por mentes perversas, no
tiene por objetivo exclusivo los musulmanes árabes, la guerra está en curso también en
el África negra. África es otro frente de lucha de aquellos que declararon la
guerra de civilizaciones, los genocidios en este continente están en curso. Los
laboratorios experimentales de la muerte, de manera extraña, desarrollan todo
tipo de epidemias mortales exclusivamente aquí. África es rica en yacimientos
minerales, lo mejor para el Imperio es que se destruyan entre ellos, luego vendrán
las ayudas “humanitarias” a poner un poco de orden. (en futuras entregas
dedicaremos algunos capítulos al Africa)
Latinoamérica,
a pesar de ser el patio trasero del Imperio, no puede considerarse parte del
Occidente “civilizado”, debe mantenerse como ha sido tradicional, colonias dóciles
y sin rechistar al Amo Imperial, entregando sus riquezas naturales sin
cuestionamientos. La rebeldía de los últimos años es fruto del “olvido”
estadounidense, más preocupado en golpear fuerte en el Medio y Lejano Oriente.
Norteamérica sigue teniendo confianza en su arma secreta para Latinoamérica: La
corrupción, un mal endémico en los países no desarrollados. Todavía es fácil
comprar por un puñado de dólares miles de conciencias de serviles vasallos que
podrían destruir cualquier gobierno soberano que intente deslindarse del Poder
Mundial. Para ello, como en otras regiones del mundo, es prioritario para los
planes de la Elite tener a las naciones latinoamericanas alejadas de la
educación y más cercanas a la violencia y a la droga.
El
siguiente artículo, escrito por el intelectual francés (en el exilio) Thierry
Meyssan en 2004, nos presentó los orígenes de esta nefasta y falsa doctina.
Tito
Andino U.
*****
La «guerra de civilizaciones»
PLAN PARA EXTENDER LA HEGEMONÍA ESTADOUNIDENSE
por Thierry Meyssan
7 diciembre 2004
La teoría del complot islámico y del choque de civilizaciones se ha ido elaborando progresivamente, desde 1990, para proporcionar una ideología de repuesto al complejo militar e industrial estadounidense después del derrumbe de la URSS. El orientalista británico Bernard Lewis, el estratega estadounidense Samuel Huntington y el consultor francés Laurent Murawiec fueron los principales creadores de esta teoría que permite justificar, de forma no siempre racional, la cruzada estadounidense por el petróleo.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001, que
la administración Bush imputó a un «complot islamista», fueron interpretados en
Estados Unidos y Europa como la primera manifestación de un «choque de
civilizaciones».
El mundo arabo-musulmán habría entrado así en
guerra con el mundo judeocristiano. Dicho enfrentamiento no podría encontrar
más solución que la victoria de uno en detrimento del otro: triunfo del Islam
con la imposición de un Califato mundial (o sea, de un Imperio islámico) o
victoria de los «valores de Norteamérica» compartidos con un Islam modernizado
en un mundo globalizado.
Una
doctrina apocalíptica
La teoría de un complot islámico y de un choque
de civilizaciones propone una explicación holista del mundo y establece un
ordenamiento mundial partir de la desaparición de la URSS. No existe ya el
enfrentamiento este-oeste entre dos superpotencias con ideologías antagónicas
sino una guerra entre dos civilizaciones, o más bien entre la civilización
moderna y una forma arcaica de barbarie.
Al plantear que el Islam está en guerra contra
los valores de Norteamérica, esta teoría da por sentado que el Islam no se
puede modernizar. Esta cultura no podría ser disociada de la sociedad árabe del
siglo VIIE cuyas estructuras estaría perpetuando, particularmente el estado de
inferioridad de la mujer, y no concebiría su expansión más que mediante la
violencia al estilo de las guerras del Profeta.
Esta teoría supone también que «Norteamérica» es
portadora de la libertad, la democracia y la prosperidad, que encarna la
modernidad y representa el más alto grado del progreso, el fin de la Historia.
El 11 de septiembre de 2001 es entonces la
primera batalla de esta guerra de civilizaciones, como Pearl Harbor es -para
Estados Unidos- la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. O sea, esta
guerra no se parece a las anteriores.
Durante las dos primeras guerras mundiales,
coaliciones militares se enfrentaban en un combate de titanes. Durante la
guerra fría, los combates militares se limitan a zonas periféricas o a
conflictos de baja intensidad (guerrillas) mientras que el enfrentamiento
central opone ideológicamente a dos superpotencias. Durante la Cuarta Guerra
Mundial que acaba de comenzar, las batalles militares clásicas desaparecen para
dar paso a guerras asimétricas: una potencia única, líder de todos los Estados,
combate contra un terrorismo no estatal omnipresente.
No se trata, sin embargo, de una guerra entre el
despotismo de Estados y grupos de resistencia sino más bien, al contrario, de
una insurrección de las democracias contra la tiranía islamista que oprime al
mundo arabo musulmán y trata de imponer el Califato mundial.
Esta lucha entre el Bien y el Mal tiene su punto
de cristalización en Jerusalén. Es allí donde, después del Armagedón, debe
tener lugar el regreso de Cristo que marcará el triunfo del «destino
manifiesto» de Estados Unidos, «única nación libre de la tierra», encargada por
la Divina Providencia de llevar «la luz del progreso al resto del mundo». A
partir de ahí, el apoyo incondicional a Israel ante el terrorismo islamista es
un deber patriótico y religioso para todo ciudadano estadounidense, aun cuando
los judíos solamente puedan esperar la salvación a través de la conversión al cristianismo.
Un complejo
Esta exposición de la teoría de la conspiración
islamista y del choque de civilizaciones no es en lo absoluto exagerada. Es, en
cambio, perfectamente fiel a lo que divulgan los medios de comunicación y los
partidos políticos en Estados Unidos. Uno puede, por supuesto, interrogarse a
la vez en cuanto a los prejuicios que le sirven de base, su coherencia interna
y su naturaleza irracional.
Los conceptos de mundo arabo-musulmán y de mundo
judeocristiano son en sí mismos discutibles. Originalmente, el término
«judeocristiano» no se refiere al conjunto de judíos y cristianos sino, al
contrario, al grupúsculo de los primeros cristianos cuando eran todavía judíos,
antes del momento en que la Iglesia se separa de la Sinagoga. Pero, al final de
los años 60, o sea después del acercamiento israelo-estadounidense y la Guerra
de los Seis Días, este término adquiere un sentido político. Designa entonces
al bloque atlantista, calificado como Occidente, ante el bloque soviético,
llamado Este.
Se observa aquí un reciclaje de conceptos.
Occidente sigue siendo hoy más o menos lo mismo que antes mientras que el
adversario no es ya el Este sino el Oriente. Estos conceptos no tienen nada que
ver con la geografía o la cultura sino, únicamente, con la propaganda.
Así, Australia y Japón son políticamente
occidentales, al igual que dos Estados europeos cuya población es musulmana:
Turquía y Bosnia Herzegovina. Allí aparece además un importante problema: en
muchos Estados, y principalmente alrededor del Mediterráneo, se hace imposible
distinguir actualmente la civilización judeocristiana de la civilización
arabo-musulmana.
La guerra de civilizaciones supone, por tanto,
que se susciten guerras civiles para separar las poblaciones. Desde este punto
de vista, una experiencia exitosa tuvo lugar en Yugoslavia. La lucha por el
proyecto de separación y la realización del mismo implica la liquidación del
idealismo laico. Se hace entonces inevitable, a largo plazo, que la resistencia
estructural más importante dentro del bando «occidental» sea la República
Francesa [1].
Por otro lado, el prejuicio según el cual el
Islam es incompatible con la modernidad y la democracia supone una gran
ignorancia. La expresión «mundo arabo-musulmán» subraya que el Islam es
actualmente mucho mas amplio que el mundo árabe aunque la representación que
nos hacemos del mismo no puede ser más estrecha. Son pocos los estadounidenses
que saben que Indonesia es el primer Estado musulmán del mundo.
¿Puede decirse razonablemente que Abú Dhabi y Dubai
son menos modernos que Kansas? ¿Se puede afirmar sinceramente que Bahrein es
menos democrático que la Florida? Uno de los mecanismos de este discurso
consiste en asociar el Islam a la Arabia del siglo VIII. Pero, ¿se nos ocurre
acaso asimilar el cristianismo a la Antigüedad del Oriente Medio?
Correlativamente, esta teoría se basa en la
creencia en los «valores de Norteamérica». Y se trata precisamente de una
simple creencia porque ¿cómo es posible tener en tan alta estima un país cuya
constitución no reconoce la soberanía popular, cuyo gobernante no es elegido
sino nombrado, donde la corrupción de los parlamentarios no está prohibida sino
reglamentada, donde pueden mantenerse incomunicadas las personas que deben ser
sometidas a juicio, que mantiene un campo de concentración en Guantánamo, que
practica la pena de muerte y la tortura, donde los propietarios de los grandes
periódicos reciben semanalmente sus órdenes de la Casa Blanca, que bombardea
poblaciones civiles en Afganistán, que secuestra a un presidente elegido
democráticamente en Haití, que financia mercenarios para derrocar regímenes
democráticos en Venezuela y Cuba, etc?
En fin, esta teoría está indisolublemente ligada
a un pensamiento religioso de carácter apocalíptico. La revolución norteamericana
es un movimiento complejo en el que se entremezclaron ideologías diferentes.
Pero es, en definitiva, un proyecto religioso lo que sirvió de base a la
fundación de Estados Unidos y ese proyecto religioso es lo que la actual
administración dice defender.
El juramento de fidelidad, en vigor desde la
Guerra Fría y actualmente impugnado ante la Corte Suprema, implica que para ser
ciudadano de Estados Unidos hay que creer en Dios. George W. Bush llegó a la
Casa Blanca presentando su fe cristiana como programa político y ha profesado
creencias fundamentalistas según las cuales la humanidad fue creada hace
solamente unos cuantos miles de años y sin evolución de las especies. Instaló,
en la Casa Blanca, un Buró de iniciativas fundadas en la fe.
El secretario de Justicia John Ashcroft ha hecho
suya la divisa «No tenemos más rey que Jesús». El secretario de Salud cortó
programas profilácticos en nombre de sus convicciones religiosas. El secretario
de Defensa incluyó en las fuerzas de la Coalición enviadas a Irak misionarios
de la Iglesia del pastor Graham cuya misión consiste en convertir iraquíes.
Se podrían citar más ejemplos como esos, que nos
llevan a preguntarnos razonablemente si Estados Unidos son en verdad un país
moderno, abierto y tolerante o si no son más bien la encarnación del sectarismo
y el arcaísmo.
Origen del concepto
La expresión «choque de civilizaciones» apareció
por primera vez en 1990 en un artículo del orientalista Bernard Lewis,
amablemente intitulado Las raíces de la rabia musulmana [2]. Aparece allí el
razonamiento según el cual el Islam no da nada bueno y la amargura que eso
provoca en los musulmanes se transforma en furor contra Occidente. Sin embargo,
la victoria está asegurada, al igual que la libanización del Medio Oriente y el
fortalecimiento de Israel.
Bernard Lewis, quien tiene hoy 88 años, nació en
el Reino Unido y se formó como jurista e islamólogo. Durante la Segunda Guerra
Mundial sirvió en los órganos de inteligencia militar y en el Buró árabe del
ministerio británico de Relaciones Exteriores. En los años 60, se convirtió en
un experto muy escuchado por el Royal Institute of International Affairs donde
se erigió en gran especialista de la injerencia humanitaria británica en el
Imperio otomano y uno de los últimos defensores del British Empire.
Bajo los auspicios de la CIA, participó en el
Congreso por la libertad de la cultura que le encargó un libro, El Medio
Oriente y Occidente [3]. En 1974, emigró a Estados Unidos. Se hizo profesor en
Princeton y adoptó la ciudadanía estadounidense. Se convirtió pronto en
colaborador de Zbigniew Brzezinski, el consejero de seguridad nacional del
presidente Carter. Juntos concibieron la base teórica del concepto de «arco de
inestabilidad» y planearon la desestabilización del gobierno comunista en
Afganistán.
En Francia, Bernard Lewis fue miembro de la muy
atlantista Fondation Saint-Simon, para la cual concibió, en 1993, un folleto
intitulado Islam y democracia cuya aparición dio lugar a que fuera entrevistado
por diario francés Le Monde. En esa entrevista, se las arregló para negar el
genocidio cometido contra los armenios, lo cual le costó una condena judicial
[4].
Sin embargo, la noción del choque de
civilizaciones evolucionó rápidamente. Pasó de un discurso neocolonial sobre la
supremacía del hombre blanco a la descripción de un enfrentamiento mundial cuyo
resultado es incierto. Esta nueva acepción se debe al profesor Samuel
Huntington quien no es, por cierto, islamólogo sino estratega. Huntington
desarrolla esta teoría en dos artículos -¿El choque de civilizaciones? y
Occidente es único, no universal- y un libro cuyo título original es Choque de
civilizaciones y remodelamiento del orden mundial [5].
No se trata ya solamente de luchar contra los
musulmanes sino de priorizar esa lucha antes de pasar a combatir contra el
mundo chino. Como en el mito de la fundación de Roma, Estados Unidos tiene que
eliminar a sus adversarios uno a uno para alcanzar la victoria final.
Samuel Huntington es uno de los intelectuales más
importantes de nuestra época, no porque sus obras sean rigurosas y brillantes
sino porque constituyen el basamento ideológico del fascismo contemporáneo.
En su primer libro, El soldado y el Estado,
publicado en 1957, trata de demostrar que existe una casta militar
ideológicamente unida mientras que los civiles se mantienen políticamente
divididos [6]. Desarrolla así una concepción de la sociedad en la que se
eliminarían las regulaciones del comercio y el poder político estaría en manos
de los patrones de las multinacionales bajo la tutela de una guardia
pretoriana.
En 1968, publica El orden político en las
sociedades en proceso de cambio, una tesis donde afirma que los regímenes
autoritarios son los únicos capaces de modernizar a los países del Tercer Mundo
[7]. Secretamente, participa en la constitución de un grupo de reflexión que
presenta un informe al candidato a la presidencia, Richard Nixon, sobre la
forma de reforzar las acciones secretas de la CIA [8].
En 1969-70, Henry Kissinger, quien aprecia su
gusto por las acciones secretas, hace que lo nombren miembro de la Comisión
presidencial para el Desarrollo Internacional [9]. Huntington preconiza un
juego dialéctico entre el Departamento de Estado y las multinacionales: el
primero tendrá que ejercer presión sobre los países en vías de desarrollo para
que adopten legislaciones liberales y renuncien a las nacionalizaciones
mientras que las multinacionales deben transmitir al Departamento de Estado sus
conocimientos sobre los países en los que han logrado establecerse [10].
Se une entonces al Wilson Center y crea la
revista Foreign Policy, En 1974, Henry Kissinger lo hace miembro de la Comisión
de Relaciones EE.UU.-América Latina. Huntington participa activamente en la
entronización de los regímenes de los generales Augusto Pinochet, en Chile, y
Jorge Rafael Videla, en Argentina. Allí ensaya por vez primera su modelo social
y prueba que una economía sin regulaciones es compatible con una dictadura
militar.
Paralelamente, su amigo Zbigniew Brzezinski lo
introduce en un círculo privado: la Comisión Trilateral. En ella redacta un
informe intitulado La crisis de la democracia [11] en el que se pronuncia por
una sociedad más elitista que restringirá el acceso a las universidades y la
libertad de prensa.
Cuando Jimmy Carter se deshace de los miembros de
las administraciones Nixon y Ford, Brzezinski, transformado en consejero para
la Seguridad Nacional, le tiende la mano a su amigo Huntington quien logra así
permanecer en la Casa Blanca y se convierte en coordinador de planificación del
Consejo de Seguridad Nacional.
Es durante este período que Huntington comienza a
colaborar estrechamente con Bernard Lewis y concibe la necesidad de dominar
primeramente las zonas petrolíferas del arco de inestabilidad antes de poder
atacar la China comunista. Aunque esto no se llama todavía «choque de
civilizaciones», ya se parece bastante.
Pero el profesor Samuel Huntington se ve obligado
a afrontar un incómodo escándalo. Se revela que la CIA le paga por publicar en revistas
universitarias artículos que justifican las acciones secretas como medio de
mantener el orden en los países donde algún dictador amigo muere
repentinamente. Cuando el episodio cae en el olvido, Frank Carlucci lo nombra
miembro de la Comisión Conjunta del Consejo de Seguridad Nacional y el
Departamento de Defensa para la estrategia integrada a largo plazo [12].
Su informe servirá para justificar el programa de
«guerra de las galaxias». El profesor Huntington es hoy administrador de la
Casa de la Libertad (Freedom House), asociación anticomunista que preside el
ex-director de la CIA, James Woolsey.
Jerusalén
y la Meca
Laurent Murawiec
La teoría de la guerra de civilizaciones se
cristaliza en las cuestiones religiosas. El control judeocristiano sobre
Jerusalén es un talismán necesario para la victoria global. Si Occidente
perdiera la ciudad santa, perdería su fuerza para cumplir su destino
manifiesto, su misión divina. Recíprocamente, si los musulmanes perdieran el
control de la Meca, su religión se desmoronaría. Claro, nada de esto es muy
racional, pero esas supersticiones están siempre presentes en la prensa popular
estadounidense y forman parte de un discurso político estructurado.
El 10 de julio de 2002, Donald Rumsfeld y Paul
Wolfowitz convocaron a la reunión trimestral del Comité Consultivo de la
Política de Defensa [13]. Solamente asiste una docena de miembros. Se escucha
allí la exposición de un experto francés de la Rand Corporation, Laurent
Murawic, intitulada Echar de Arabia a los Saud. La conferencia se desarrolla en
tres partes con la proyección de 24 diapositivas. Al principio, Murawiec retoma
las teorías de Bernard Lewis: el mundo árabe está en crisis desde hace dos
siglos. Ha sido incapaz de llevar a cabo tanto su revolución industrial como su
revolución numérica.
Este fracaso suscita una frustración que se
transforma en rabia antioccidental, sobre todo porque los árabes no saben
debatir debido a que en su cultura la única forma de política es la violencia.
Desde ese punto de vista, los atentados del 11 de septiembre no son más que la
expresión sintomática de su gran descontento.
En la segunda parte, Murawiec describe a la
familia real saudita como incapaz de controlar los acontecimientos. Los Saud
han desarrollado el wahabismo en el mundo, para luchar tanto contra el
comunismo como contra la revolución iraní, pero hoy no controlan ya lo que han
creado.
Finalmente, el conferencista propone una
estrategia: los Saud tienen a la vez el petróleo (al fin llegamos al fondo del
asunto), los petrodólares y la custodia de los lugares sagrados. Son el pilar
central y único alrededor del cual se organiza el mundo arabo-musulmán.
Deshaciéndose de ellos, Estados Unidos puede hacerse del petróleo que necesita
para su economía, del dinero proveniente del petróleo que cometió el error de
pagar en el pasado, y sobre todo de los lugares sagrados, y por consiguiente
del control de la religión musulmana. Y cuando el Islam se haya desmoronado,
Israel podrá anexarse Egipto.
Laurent Murawiec fue consultante del ministro
francés de Defensa Jean-Pierre Chevènement e impartió cursos en la Escuela de
Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS, siglas en francés) [14]. Consejero
de Lyndon LaRouche durante varios años, lo abandona de pronto y se une a los
neoconservadores. Hoy es experto en el Hudson Institute de Richard Perle y
colabora en el Middle East Forum de Daniel Pipes.
Esta reunión hizo mucho ruido. El embajador de
Arabia Saudita exigió explicaciones y se le pidió al señor Perle, organizador
del encuentro, que fuera más discreto durante algún tiempo. A Murawiec se le
invitó a dejar la Rand Corporation. En todo caso, la reunión había sido
convocada por Rumsfeld y Wolfowitz con todo conocimiento de causa. Solamente se
trataba de un ensayo para saber hasta donde puede llegar el Pentágono.
Thierry Meyssan
7 diciembre 2004
http://www.voltairenet.org/article123077.html
NOTAS
[1] Establecemos aquí una diferencia entre la
República Francesa, como idea, y Francia, como Estado-nación.
[2] «The
Roots of Muslim Rage» por Bernard Lewis, Atlantic Monthly, septiembre 1990.
[3] The
Middle East and the West, por Bernard Lewis, Weidenfelds & Nicholson, 1963
(an Encouter Book).
[4] Ver «Affaire Forum des
Associations arméniennes de France & LICRA contre Bernard Lewis» [Caso
Forum de Asociaciones armenias de Francia y LICRA contra Bernard Lewis], juicio
del 21 de diciembre de 1995, 17e Chambre du TGI de Paris.
[5] «The
Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal», Foreign Affairs,
19993 y 1996; The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, 1996.
[6] The
Soldier and the State por Samuel Huntington, Harvard University Press, 1957.
[7]
Political Order in Changing Societies par Samuel Huntington, Yale University
Press, 1968.
[8] Estaban
en ese grupo Francis M. Baton, Richard M. Bissell jr., Roger D. Fisher, Samuel
Huntington, Lyman Kirkpatrick, Henry Loomis, Max Milliken, Lucien W. Pye, Edwin
O. Reischauer, Adam Yarmolinsky y Franklin Lindsay.
[9]
Presidential Task Force on International Development, presidida por Rudolph
Peterson.
[10] The
United States in Changing Wold Economiy, US Government Printing Office, 1971.
[11] The
Crisis of Democracy por Crozier, Huntington y Watanuky, New York Press
University, 1975.
[12]
Commission on Integrate Long-Term Strategy. Incluye a Charles M. Herzfeld, Fred
C. Iklé, Albert J. Wohlstetter, Anne Armstrong, Zbigniew Brzezinski, William P.
Clark, W. Graham Claytor, Jr, al general Andrew J. Goodpaster, al almirante
James L. Holloway. III, Samuel P. Huntington, Henry A. Kissinger, Joshua
Lederberg, y los generales Bernard A. Schriever y John W. Vessey.
[13]
Presidido por Richard Perle, el Defense Policy Board Advisory Committee
comprende a Adelman, Richard V. Allen, Martin Anderson, Gary S. Becker, Barry
M. Blechman, Harold Brown, Eliot Cohen, Devon Cross, Ronald Fogleman, Thomas S.
Foley, Tillie K. Fowler, Newt Gingrich, Gerald Hillman, Charles A. Horner, Fred
C. Ikle, David Jeremiah, Henry Kissinger, William Owens, J. Danforth Quayle,
Henry S. Rowen, James R. Schlesinger, Jack Sheehan, Kiron Skinner, Walter B.
Slocombe, Hal Sonnenfeldt, Terry Teague, Ruth Wedgwood, Chris Williams, Pete
Wilson y R. James Woolsey, Jr.
[14] Creada después de la
Liberación de Francia por inspiración de la CIA, l’EHESS debía servir de
contrapartida al CNRS influenciado por los comunistas. Todavía hoy, esta
Escuela es generosamente financiada por la Fondation franco-américain
(Fundación franco-estadounidense).