Red Voltaire
I parte
De país imperialista, Irán pasa a ser antimperialista
La historia del Irán de los siglos XX y XXI no corresponde a la imagen que se tiene de ese país en el mundo occidental. Pero tampoco corresponde a la imagen que transmiten los discursos oficiales de los dirigentes iraníes. Históricamente vinculado a China, pero fascinado por Estados Unidos desde hace dos siglos, Irán se debate hoy entre el recuerdo de su pasado imperial y el sueño liberador del imam Khomeini. Khomeini veía en el chiismo algo más que una religión. Lo consideraba también un arma política y militar y vaciló entre proclamarse protector de los chiitas o libertador de los oprimidos.
En 1925, Londres se las arregla para derrocar la dinastía Qayar, que ejercía el poder en Persia, y poner un oficial del ejército británico a la cabeza del país con el título de shah. Durante la Segunda Guerra Mundial, ya bajo el nombre de Reza Pahlevi, aquel elegido de los británicos resulta ser un ferviente germanófilo y Londres lo sustituye por su hijo, Mohammad Reza Pahlevi. En 1971, tratando de alcanzar la estatura de personalidad internacional, el nuevo shah convoca un encuentro de reyes, jefes de Estado y jefes de gobierno de todo el planeta para celebrar los 2.500 años del imperio persa. Inquietos ante aquella muestra de megalomanía, Estados Unidos y el Reino Unido sacan del poder al shah Mohammad Reza Pahlevi para poner en su lugar al ayatola Roullah Khomeini.
Los persas conformaron vastos imperios, pero no lo hicieron conquistando los territorios de los pueblos vecinos sino federándolos. Comerciantes más que guerreros, los persas impusieron su lengua a toda Asia durante todo un milenio, a todo lo largo de las rutas chinas de la seda. El farsi, lengua que hoy se habla únicamente en Irán, ocupaba entonces un lugar sólo comparable al inglés actual. En el siglo XVI, el soberano persa decidió convertir su pueblo al chiismo para unificarlo y aportarle una identidad particular en el seno del mundo musulmán. Ese particularismo religioso sirvió de basamento al imperio safávida.
En 1951, el primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh (sentado a la derecha) hace uso de la palabra ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
A principios del siglo XX, Persia se ve enfrentada a las ambiciones de los imperios británico, otomano y ruso. Como consecuencia de una terrible hambruna deliberadamente provocada por los británicos –que deja 6 millones de muertos–, Teherán pierde su imperio y, en 1925, Londres impone a Persia una dinastía de opereta –la dinastía Pahlevi– para acaparar la explotación de los yacimientos petroleros únicamente en beneficio del imperio británico.
Pero en 1951 un nuevo primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh, nacionaliza la Anglo-Persian Oil Company. Furiosos, el Reino Unido y Estados Unidos derrocan a Mossadegh y mantienen en el poder al shah Mohammad Reza Pahlevi. Para contrarrestar la influencia de los nacionalistas iraníes, Washington y Londres convierten el régimen del shah en una feroz dictadura, liberando al ex general nazi Fazlollah Zahedi e imponiéndolo como primer ministro. Este individuo crea una policía política, la SAVAK, cuyos cuadros son ex oficiales de la Gestapo nazi, reciclados por Washington y Londres y reagrupados en las redes denominadas stay behind.
El derrocamiento del primer ministro Mossadegg llama la atención del Tercer Mundo hacia la explotación económica de la que está siendo objeto. El colonialismo francés era un colonialismo tendiente a instalar pobladores franceses en las naciones que colonizaba mientras que el colonialismo británico es sólo una forma de saqueo organizado. Antes del gobierno de Mossadegh, las compañías petroleras británicas no revertían más de un 10% a los pueblos cuyos recursos explotaban. Inicialmente, Estados Unidos se pone del lado de Mossadegh y propone que se revierta la mitad. Impulsado por Irán, la tendencia a ese reequilibrio se mantendra en todo el mundo durante todo el siglo XX.
Amigo de los intelectuales franceses Frantz Fanon y Jean-Paul Sartre, el iraní Alí Shariati reinterpreta el islam como una herramienta de liberación. Según sus palabras: “Si no estás en el campo de batalla, da igual que estés en la mezquita o en un bar”.
Poco a poco van surgiendo dos principales movimientos de oposición en el seno de la burguesía iraní: en primer lugar, los comunistas, respaldados por la Unión Soviética, y después los tercermundistas, reunidos alrededor del filósofo Alí Shariati. Pero será un clérigo, el ayatola Roullah Khomeni quien logrará finalmente despertar la conciencia de los más desfavorecidos. Khomeini estima que más que llorar por el martirio del profeta Hussein lo más importante sería seguir su ejemplo luchando contra la injusticia. Debido a esa posición, Khomeini será estigmatizado como hereje por el resto del clero chiita. Al cabo de 14 años de exilio en Irak, Khomeini se instala en Francia, donde sus ideas impresionan a numerosos intelectuales de izquierda, como Jean-Paul Sartre y Michel Foucault.
Mientras tanto, Occidente convierte al shah Mohammad Reza Pahlevi en el «gendarme del Medio Oriente». El shah se ocupa personalmente de aplastar los movimientos nacionalistas y sueña con recuperar el esplendor de otros tiempos, tanto que llega incluso a celebrar con fastuosidad hollywoodense el aniversario 2.500 del imperio persa, montando toda una ciudad tradicional en Persépolis.
Durante el “shock” petrolero de 1973, el shah Mohammad Reza Pahlevi se da cuenta bruscamente del poderío que tiene en sus manos, se plantea la posibilidad de restaurar un verdadero imperio y solicita la cooperación de la dinastía real de Arabia Saudita. Esta última informa de inmediato a su amo estadounidense, quien decide entonces deshacerse de un aliado al que ahora considera demasiado ambicioso, sustituyéndolo por el ya anciano ayatola Khomeini –de 77 años en aquel momento– a quien, por supuesto, rodeará con sus agentes. Pero, primero que todo, el MI6 británico procede a “limpiar el terreno”: los comunistas iraníes son encarcelados; el «imam de los pobres», Moussa Sadr, de nacionalidad libanesa, desaparece para siempre durante una visita en Libia; y el filósofo iraní Alí Shariati es asesinado en Londres. Solo entonces, las potencias occidentales invitan al shah Mohammad Reza Pahlevi a salir de Irán por varias semanas para recibir “tratamiento médico”.
El 1º de febrero de 1979, el ayatola Khomeini regresa de su largo exilio. Desde el aeropuerto de Teherán, va directamente al cementerio de Behesht-e Zahra (ver foto), donde pronuncia una alocución llamando el ejército a unirse a la tarea de liberar Irán de los anglosajones. La CIA descubre entonces que el hombre al que había tomado por un predicador senil es un verdadero tribuno capaz de movilizar multitudes y de comunicar a cada iraní la convicción de que puede ayudar a cambiar el mundo.
El ayatola Khomeini regresa triunfalmente de su exilio el 1º de febrero de 1979. Desde de la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Teherán, un helicóptero lo traslada de inmediato hasta el cementerio de la ciudad, donde acaban de ser sepultados 600 manifestantes abatidos cuando participaban en una protesta contra el régimen del shah. Khomeini pronuncia entonces un encendido discurso donde, para sorpresa de todos, no arremete contra la monarquía sino contra el imperialismo. El ayatola se dirige directamente al ejército, exhortándolo a ponerse del lado del pueblo iraní, en vez de seguir al servicio de Occidente. El «cambio de régimen» organizado por las potencias occidentales se convierte instantáneamente en una verdadera revolución.
Khomeini instaura un régimen político no vinculado al islam, denominado Velayat-e faqih e inspirado en la República de Platón, cuyas obras el ayatola conoce a fondo: el gobierno se hallará bajo la autoridad de un sabio, en aquel momento el propio Khomeini. El ayatola aparta uno a uno a todos los políticos prooccidentales. Washington reacciona organizando primero varios intentos de golpes de estado militares y después una campaña de terrorismo a través de elementos ex comunistas, los denominados “Muyahidines del Pueblo”.
Estados Unidos acabará pagando –a través de Kuwait– al gobierno iraquí del presidente Saddam Hussein para utilizarlo como fuerza contrarrevolucionaria frente a Irán. Washington orquesta así una sangrienta guerra entre Irak e Irán, conflicto que se extenderá desde septiembre de 1980 hasta agosto de 1988 y a lo largo del cual las potencias occidentales apoyarán cínicamente a los dos bandos. Irán no vacila entonces en comprar armamento estadounidense a través de Israel, lo cual dará lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-Contras». Mientras tanto, el imam Khomeni transforma la sociedad iraní, desarrolla entre su pueblo el homenaje a los mártires y un verdadero sentido del sacrificio. Cuando Irak agrede indiscriminadamente a los civiles iraníes lanzando misiles a diestra y siniestra sobre las ciudades, Khomeini prohíbe al ejército iraní responder haciendo lo mismo y anuncia que las armas de destrucción masiva contradicen su visión del islam, lo cual prolongará un poco más el conflicto.
Cuando las víctimas de la guerra se elevan a un millón de muertos, el presidente iraquí Saddam Hussein y el imam Khomeini se dan cuenta de que están siendo manipulados por las potencias occidentales y la guerra se detiene como había comenzado, sin razón alguna. Khomeini fallecerá poco despues dejando como sucesor al ayatola Alí Khamenei. Los 16 años siguientes estarán dedicados a la reconstrucción del país. Pero Irán se ha desangrado y la revolución ya no es más que un eslogan vacío. Durante las plegarias de los viernes, los creyentes siguen clamando «¡Abajo Estados Unidos!», pero el «Gran Satán» yanqui y el «régimen sionista» se han convertido en socios privilegiados. Los sucesivos presidentes iraníes Hachemi Rafsanyani y Mohammad Khatami organizan la economía del país alrededor de la renta petrolera. La sociedad iraní se relaja y las grandes desigualdades sociales comienzan a reaparecer.
Hachemi Rafsanyani (a la izquierda) se convierte en el hombre más rico de Irán. Pero no será vendiendo pistachos sino gracias al tráfico de armamento a través de Israel. Cuando finalmente llega a ocupar la presidencia de la República Islámica, Rafsanyani envía los Guardianes de la Revolución a luchar en Bosnia-Herzegovina… bajo las órdenes de generales estadounidenses.
Rafsanyani, quien se ha enriquecido gracias al tráfico de armas revelado en el escándalo Irán-Contras, convence al ayatola Alí Khameini para enviar los Guardianes de la Revolución a luchar en Bosnia-Herzegovina, junto a los sauditas y bajo las órdenes de la OTAN. Por su parte, Mohammad Khatami establece relaciones personales con el especulador estadounidense George Soros.
Parte II
Y después de haber sido antimperialista, Irán vuelve a ser imperialista
En su estudio sobre el Irán contemporáneo, Thierry Meyssan muestra cómo Teherán volvió a abandonar el ideal antimperialista de la revolución de 1979 para regresar a una política imperial, presenta numerosos elementos desconocidos. Además, termina planteando una sorprendente hipótesis.
Ante la Asamblea General de la ONU, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad solicita que se abra una investigación internacional sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001. Su intervención desata una ola de pánico en Washington donde el presidente Barack Obama levanta bandera blanca ante los ireníes.
La juventud iraní que había luchado por su país en la guerra impuesta su país alcanza la madurez. A los 51 años, un ex oficial de los Guardianes de la Revolución, Mahmud Ahmadineyad, es electo presidente de la República Islámica. Como el imam Khomeini, Ahmadineyad no comulga con los dignatarios clericales chiitas, que se las arreglaron para que sus hijos no fueran a la guerra. El objetivo de Ahmadineyad es reiniciar la lucha contra la injusticia y modernizar el país. Ingeniero de formación y profesor de tecnología, Ahmadineyad dota el país de una industria verdadera, emprende un programa de construcción de viviendas y, en materia de la relaciones internacionales, se alía al presidente de Venezuela –Hugo Chávez– y al presidente sirio –Bachar al-Assad– frente al imperialismo estadounidense. Irán, Venezuela y Siria se convierten así en centro del juego diplomático internacional, con un discreto apoyo de la Santa Sede.
A pesar del doloroso recuerdo de la guerra que Irak impuso a Irán, Mahmud Ahmadineyad ayuda a la resistencia iraquí frente a la agresión estadounidense –sin establecer diferencias entre sunnitas y chiitas. Más tarde también ayudará a Siria frente a los yihadistas. Pero entra en conflicto con ciertos círculos iraníes, debido a la ayuda que aporta a los sunnitas iraquíes y a los laicos sirios, en primer lugar, pero también porque considera más importante el ejemplo del Irán de la Antigüedad que el de la era islámica e incluso trata de autorizar que los hombres no porten barba y el uso facultativo del velo entre las mujeres.
La cúpula de la iglesia chiita lo considera entonces una amenaza para su propio poder y para el predominio del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei. Cuando Ahmadineyad resulta reelecto presidente de la República, el ex presidente Khatami y un hijo del también ex presidente Rafsanyani organizan con la CIA un levantamiento de la burguesía en Teherán y en Ispahan. Pero las clases más modestas de la sociedad iraní salen a las calles en defensa del presidente Ahmadineyad y hacen fracasar la «revolución verde» orquestada por la reacción interna y la CIA.
Según sus enemigos externos, el presidente Ahmadineyad es un dictador antisemita que pretende borrar Israel del mapa. Por su parte, sus enemigos internos lo insultan y ridiculizan su misticismo. En realidad, Ahmadineyad denuncia el enorme poder del Guía y llega a ponerse “en huelga” como presidente.
En su calidad de ayatola, Alí Khamenei es una alta personalidad jurídica y espiritual del islam chiita. Como Guía de la Revolución, es el jefe militar y político de la República Islámica.
En marzo de 2013, el Guía de la Revolución, Alí Khamenei, envía a Omán una delegación encargada de conversar en secreto con Estados Unidos. El presidente demócrata Barack Obama sigue adelante con la aplicación de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de las estructuras mismas de los Estados en el «Gran Medio Oriente» o «Medio Oriente ampliado» (1), pero no quiere enredar indefinidamente a las tropas estadounidenses en ese enorme lodazal, como hizo su predecesor republicano George W. Bush al emprender la ocupación de Irak. Obama es más bien favorable a la idea de dividir a los musulmanes alimentando las diferencias entre sunnitas y chiitas. Sus diplomáticos aseguran entonces a los enviados del Guía Khamenei que Estados Unidos está dispuesto a permitirle organizar una «media luna chiita» y rivalizar con los sauditas sunnitas. Alí Akbar Velayati, representante del Guía en esa conversación secreta, ve en ello la posibilidad de restaurar el antiguo imperio safávida. A espaldas de otros miembros de la delegación iraní, Velayati se compromete a lograr que los seguidores de Ahmadineyad sean apartados de la próxima elección presidencial y a favorecer la candidatura del jeque Hassan Rohani, quien fue el primer contacto de Israel y Estados Unidos en Irán cuando se montó la operación de tráfico de armas que daría lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-Contras».
Así sucederá, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara que Esfandiar Rahim Mashaie, candidato de los seguidores de Ahmadineyad, es un «mal musulmán» y le prohíbe participar en la elección presidencial. El Guía, Alí Khamenei, favorece a varios candidatos –cuya participación en la elección dispersa los votos de los revolucionarios– mientras que los prooccidentales presentan como único candidato a Rohani, quien saldrá electo y designará como ministro de Exteriores a Mohammad Javad Zarif, un hombre que ha pasado la parte más importante de su vida en Estados Unidos.
John Kerry y Mohammad Javad Zarif establecen los términos de un preacuerdo en Omán. Resucitan así la idea, concebida por Bernard Lewis y Zbigniew Brzezinski, de sembrar la división entre los pueblos musulmanes del Medio Oriente utilizando las diferencias entre sunnitas y chiitas.
El nuevo equipo gobernante iraní negocia públicamente la solución de la llamada «cuestión nuclear iraní» con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania. El shah Mohammad Reza Pahlevi había iniciado –con apoyo de las potencias occidentales– un programa militar de investigación nuclear, programa que la República Islámica prosiguió durante la guerra que le fue impuesta por Irak, pero que abandonó cuando el imam Khomeini prohibió las armas de exterminio masivo. Al llegar a la presidencia de la República, Mahmud Ahmadineyad había reactivado parcialmente la investigación nuclear pero limitándola a su uso civil. Israel emprendió entonces una campaña internacional de propaganda tendiente a hacer creer que Irán buscaba la manera de exterminar a los judíos –para imponer esa idea, los propagandistas israelíes no vacilan en falsificar la traducción de los discursos del presidente iraní. Pero las potencias occidentales saben que todo eso es falso y rápidamente se llega en Ginebra a un acuerdo que servirá de fachada, pero que no se firma de inmediato ya que, durante todo un año, el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, y el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, van a negociar en secreto una repartición del Medio Oriente. Solo después de la firma de ese acuerdo bilateral secreto, en 2015, los otros países participantes en las negociaciones de Ginebra serán invitados a aceptar formalmente, en Lausana, el acuerdo alcanzado en público y finalmente a firmarlo en Viena. Se desbloquean entonces los litigios entre Washington y Teherán. Comienza un proceso de levantamiento de las sanciones impuestas a Irán, ambas partes proceden a la liberación de prisioneros y una primera entrega de 1.300 millones de dólares en efectivo es discretamente enviada a Irán por vía aérea.
Pero en Irán, mientras las familias de los miembros del equipo del presidente Rohani se dan la gran vida, la situación económica del pueblo iraní es cada vez peor. Las sanciones económicas occidentales obstaculizan el desarrollo del país, pero eso no explica totalmente la situación ya que Irán se ha convertido en un experto en comercio internacional, desarrollando alrededor de Dubai un extenso sistema de intermediarios que le permite disimular el origen y el destino de sus productos. Para Estados Unidos resulta imposible controlar las fronteras terrestres de Irán con 8 países y sus fronteras marítimas.
Después de haber sido vicepresidente bajo el mandato del presidente Ahmadineyad, Hamid Baghaie, quien planeaba crear una internacional contra la injusticia, fue condenado a 15 años de cárcel durante un juicio secreto.
En 2017, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara al nuevo candidato de los seguidores de Ahmadineyad, Hamid Baghaie, «mal musulmán» y le prohíbe participar en la elección presidencial. El jeque Hassan Rohani es reelecto para un segundo mandato presidencial pero el ex presidente Mahmud Ahmadineyad revela las malversaciones cometidas a favor del gobierno y del Guía. Las autoridades iraníes ponen al ex presidente Ahmadineyad bajo arresto domiciliario y arrestan, uno por uno, a todos los miembros de su entorno. Esfandiar Rahim Mashaei, quien había representado a los seguidores de Ahmadineyad con vista a la elección presidencial de 2017, es condenado a 15 años de cárcel al cabo de un juicio secreto sobre el cual se ignoran incluso los cargos presentados contra el dirigente condenado.
El gobierno iraní publica entonces un documento donde se propone la creación de una federación chiita que abarcaría el Líbano, Siria, Irak, Irán y Azerbaiyán, bajo la autoridad del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei. En realidad se trata de restablecer el imperio safávida. Los Guardianes de la Revolución presentes en Siria abandonan la defensa del país y se dedican ahora únicamente a la protección de las poblaciones chiitas.
En cuestión de años, el Irán antimperialista se ha transformado en una nueva potencia imperialista. Sus aliados, estupefactos, no saben cómo salir de la trampa en la que ahora se sienten atrapados.
Las acciones actuales de Irán no corresponden a los discursos de sus dirigentes, que solo disimulan su estrategia. En Occidente se cree que Irán es un país violentamente antiestadounidense, lo cual es absolutamente falso ya que los gobiernos del shah Mohammad Reza Pahlevi, de los presidentes Rafsanyani, Khatami y del actual presidente Rohani estaban enteramente alineados con Washington.
El asunto de los “rehenes” estadounidenses retenidos en la embajada (1979-81) es una fábula total: no eran rehenes sino diplomáticos sorprendidos en flagrante delito de espionaje. Por cierto, es muy significativo el hecho que Estados Unidos nunca llegara a exigir compensaciones invocando la Convención de Viena sobre el personal diplomático. En cuanto al campo antimperialista, sus miembros se definen por su posición ante el imperialismo, no contra Estados Unidos. El ex presidente iraní Ahmadineyad llegó a escribirle a Donald Trump para animarlo a “limpiar” la administración estadounidense, como había prometido hacerlo durante su campaña electoral.
Irán no es que está tampoco en contra de los judíos. Existe ciertamente un antisemitismo real en una fracción de su población, pero fue el emperador Ciro II quien liberó a los judíos de su cautiverio en Babilonia y desde aquella época los judíos siempre estuvieron protegidos en tierras persas. Irán e Israel se insultan públicamente y sabotean mutuamente sus sistemas informáticos… pero nunca se han enfrentado en el campo de batalla –hoy en día incluso explotan juntos el oleoducto Ascalón-Haifa, en pleno corazón del Estado hebreo, una realidad prohibida que nadie puede mencionar en la prensa israelí sin exponerse a 15 años de cárcel.
Personalidad militar, pero al mismo tiempo política y espiritual, el general Qassem Suleimani era el principal rival potencial del jeque-presidente Hassan Rohani. Pero fue “oportunamente” asesinado por Estados Unidos sin que hayan llegado a concretarse las grandilocuentes amenazas de represalias emitidas desde Teherán. Más bien ha sucedido lo contrario ya que el presidente Rohani aceptó que uno de sus asesinos se convirtiera en primer ministro de Irak.
Desorientado por el fracaso de Hillary Clinton en la elección presidencial estadounidense de 2017, el presidente iraní Rohani cuenta con una rápida destitución del ganador, Donald Trump, y se niega a conversar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Contrario a la estrategia Rumsfeld/Cebrowski, Donald Trump intima el bando sunnita –en su discurso de Riad – a poner fin al apoyo que aporta al terrorismo yihadista y saca a Estados Unidos del acuerdo firmado en Viena con el bando chiita. Los sauditas se adaptan al nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero en Irán el equipo gubernamental persiste en ignorarlo. La única posibilidad de que el Irán de Rohani llegue a un acuerdo satisfactorio para los dos actores estadounidenses –la Casa Blanca y el Pentágono– sería acabar con los Guardianes de la Revolución iraníes, con el Hezbollah libanés y con cualquier otra forma de oposición al predominio de Occidente, así como aceptar la división de la comunidad musulmana en dos facciones –sunnitas y chiitas– como medio de garantizar que no se produzca un resurgimiento de la revolución.
Finalmente, Donald Trump reafirma su autoridad en la región asesinando, con pocas semanas de intervalo, al principal jefe militar sunnita –el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi– y al principal jefe militar chiita –el general iraní Qassem Suleimani.
Sólo entonces el presidente iraní Rohani se decide a negociar con Donald Trump. En marzo de 2020, coordina la acción de las milicias huthis con la de las fuerzas emiratíes en contra de las tropas sauditas en Yemen; en mayo acepta que Mustafá al-Khadimi, uno de los asesinos del general Suleimani, se convierta en primer ministro de Irak; en junio, envía Guardianes de la Revolución a Libia, del lado de la OTAN, como ya había hecho su mentor, Hachemi Rafsanyani, enviando Guardianes de la Revolución a Bosnia-Herzegovina.
Al mismo tiempo, Rohani acepta la proposición china de comprar el petróleo iraní al 70% del precio del mercado internacional, con lo cual garantiza nuevamente la renta petrolera… pero hace peligrar su alianza con la India. Esa alianza preveía hacer transitar el comercio indio hacia Afganistán por el puerto iraní de Chabahar, evitando así el territorio de Pakistán. Sin embargo, lo lógico sería que Irán se integrara al proyecto chino de restablecimiento de la ruta de la seda, de la que ya fue parte durante la Antigüedad y en la Edad Media, lo cual exigiría una alianza entre Irán y Pakistán.
La historia del Irán contemporáneo se resume en un ir y venir entre dos visiones políticas opuestas: la del esplendor de un imperio basado en el legado del profeta Mahoma y la de la lucha por la justicia basada en el ejemplo de los profetas Alí y Hussein. Sorprendentemente, quienes optan por el esplendor imperial son designados en la prensa occidental como «moderados» mientras que a los partidarios de la lucha por la justicia se les llama «conservadores».
Hipótesis
Lo que expondré de aquí en adelante en este artículo debe, por supuesto, ser visto con mucha prudencia ya que sólo es una hipótesis. Se trata, no obstante, de una hipótesis que merece reflexión.
Todo indica que la muerte del general Qassem Suleimani, comandante de las fuerzas especiales de los Guardianes de la Revolución, llegó como anillo al dedo para el presidente Hassan Rohani. Y ya hemos visto que no solo ese asesinato no recibió una respuesta de valor equivalente sino que además uno de los asesinos se convirtió en primer ministro de Irak, con el apoyo de Rohani. Al nombrar a un ilustre desconocido como sucesor del general Suleimani, el poder iraní ha neutralizado de hecho a los Guardianes de la Revolución. Lógicamente, la próxima personalidad por eliminar sería el secretario general del Hezbollah, el líder libanés Hassan Nasrallah.
El 23 de julio de 2019, el embajador israelí Danny Danon presenta al Consejo de Seguridad de la ONU lo que califica como violaciones de la resolución 1559 cometidas por el Hezbollah… y afirma que esa organización de resistencia dispone de instalaciones permanentes en el puerto de Beirut.
Pero no es eso lo que acabamos de ver en Beirut. Lo que vimos fue un depósito de descarga del Hezbollah alcanzado por un arma nueva que provocó una enorme explosión. Esa operación arroja un saldo de 150 muertos y al menos 5.000 heridos. Sólo voces provenientes de Israel, como la del diputado Moshe Feiglin, y de Irán afirmaban al día siguiente que toda desgracia trae algo bueno. Para la prensa oficial de Teherán, la destrucción del puerto de Beirut intensificará la actividad de la ruta terrestre Teherán-Bagdad-Damasco-Beirut y, por ende, el proyecto de federación chiita.
El 6 de agosto, el presidente francés Emmanuel Macron llegaba a Beirut. Según sus interlocutores, Macron dio a los dirigentes libaneses un plazo de 3 semanas para concretar la aplicación de la segunda parte de la resolución 1551: el desarme de la resistencia libanesa (2). El 7 de agosto, Hassan Nasrallah aparecía en la televisora al-Manar, y pudo vérsele turbado, incómodo, incluso deprimido. Durante su intervención, negó en 4 ocasiones toda presencia del Hezbollah en el puerto de Beirut.
El hecho es que ya la máquina está en marcha. La primera parte de la resolución 1551 preveía sacar del Líbano la fuerza siria de paz que había puesto fin a la guerra civil libanesa. Esa retirada de la fuerza siria de paz se concretó en 2005, a raíz del asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri –atribuido entonces al presidente sirio– y de la subsiguiente «revolución del cedro». La segunda parte –el desarme del Hezbollah– se inicia ahora, en 2020, con la destrucción de la mitad de Beirut y con una nueva revolución de color. Precisamente todo lo que conviene a Benyamin Netanyahu y a Hassan Rohani, viejos cómplices en el tráfico de armas que dio origen al escándalo conocido como Irángate o Irán-Contras.
Thierry Meyssan
[1] «El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.
[2] L’Effroyable imposture, Tomo 2, por Thierry Meyssan, éditions Demi-Lune.