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31 enero 2018

Tres ensayos sobre el germanófilo





I

A manera de prólogo


Tito Andino


Luego de esta introducción, leeremos al Maestro Jorge Luis Borges y a otro autor anónimo, quienes plasman sus interesantes y particulares visiones sobre la germanofilia durante y post segunda guerra mundial. Explicar ese morbo imprudente de muchos aficionados a la historia militar y su dramatizada “valoración” ética sobre las tropas alemanas es el cometido. 

Este ensayo, y los dos siguientes, exclusivamente, hacen referencia al germanófilo (o filogermánico) amante de la guerra y partidario de la Alemania nazi, el concepto de estos términos es mucho más amplio y aplica a variadas ramas como el arte, la música, la literatura, la cultura alemana en general.  

No juzgo a nadie, cada cual puede ser admirador de quien le plazca y ser capaz de mantener su opinión, hasta elegir el autoengaño si eso le es satisfactorio, Tampoco puedo desconocer el inmenso interés de muchas personas por algo que les apasiona, lectores aficionados o ilustrados académicos sienten fascinación por aquel período conocido como la segunda guerra mundial y, sin lugar a dudas, devoran libros y los coleccionan. Eso es loable, es cultura. Reitero, estos ensayos pretenden únicamente dibujar un semblante del partidario del nazismo.

Muchos germanófilos (por ser suave en el calificativo, ya que lo usa el maestro Borges, lo acepto, aunque en realidad, los del presente no sean germanófilos, sino neonazis) son coleccionistas empedernidos de libros sobre la segunda guerra mundial, sobre todo de biografías y diarios de generales alemanes y otros oficiales que participaron en la batalla y que escribieron, en la posguerra, sus “Memorias” (desde un punto de visto subjetivo). Eso en sí, no puede ser cuestionado, al contrario, alabaríamos un esfuerzo metódico de aprendizaje que se comparta en un foro de historia; sin embargo, no es la realidad, intentan confundir el todo con explicaciones traídas de los pelos en sitios web pro-nazis, bajo la ayuda de una supuesta literatura "revisionista".

El filogermánico se considera una eminencia en estrategia militar por el mero hecho de haber leído algunas “Memorias”, se siente en capacidad de “recrear” las tácticas de los cuerpos acorazados de Manstein o Guderian, por ejemplo, (ese solo talento le haría merecedor de una cátedra en una escuela militar); mas, se irrita ante la falta de reconocimiento público de su “talento” como historiador militar aficionado y estratega de guerra (aunque nunca haya recibido formación militar). En el fondo esto no es más que una subcultura banal, propensión de los neonazis a presumir "conocer" la verdad histórica de la segunda guerra mundial (versión surgida de la propaganda nazi); pretender evidenciar todo ese conocimiento en forma de discurso es algo inútil, estéril, impráctico, pero el fanático lo atesora, siente orgullo de ello, no es capaz de entender el rídiculo que hace ante una foro especializado.  

Existe un antídoto para ello, una selecta y correcta lectura de investigaciones adaptadas para un lector apasionado por esa etapa histórica y que no tiene otra formación más que su afición por la historia; y, sobre todo, auto reconocimiento de sus límites (un real investigador, un historiador académico necesita muchos años de dedicación continua para elaborar sus hipótesis sobre determinado suceso). En lo personal, no me atrevería discutir sobre estrategia o historia militar por internet solamente copiando o citando a tal o cual autor (menos del 10% del personal militar es especialista en estrategia). Lo mío ha sido siempre la ciencia aplicada al entorno geográfico y humano, la GEOPOLÍTICA, la política y relaciones internacionales dentro de los ciclos históricos que conducen a un episodio bélico, en este caso, con la historia militar. 

En un anterior trabajo, HISTORIOGRAFÍA DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, explicamos la forma cómo debemos valorar la narrativa de la guerra dentro del proceso histórico.

Poseo algunos libros sobre el tema, incluso leo el supuesto “revisionismo” porque un escritor debe saber que piensan aquellos individuos que han decidido dedicar parte o su vida entera a defender la mentira de una causa aberrante. Solía vagabundear en mi juventud con la narrativa de Sven Hassel, me sigue gustando. Hassel, como muchos otros literatos debe ser leído bajo el contexto de su género, la novela, una suma de inventiva, episodios históricos, relatos de verdaderos combatientes y el humor negro de la época. Su imaginativa (propia o prestada) es apasionante, el mérito de Hassel fue presentarnos la posición del simple soldado alemán del frente, sus miedos, anhelos, debilidades humanas y los horrores del combate. La crítica política de los camaradas de Hassel (con algunos personajes como excepción) sobre el nazismo y el antisemitismo se refleja en sus libros, al burlarse de Hitler y del Partido, una peculiaridad más frecuente de lo que se cree dentro de los soldados de la Wehrmachtde allí que en la vida real, las tropas del frente –con el avance de la guerra-  hayan sido dotadas de personal de la policía secreta nazi, cuya misión fue denunciar a los “derrotistas”. No fueron pocos los soldados alemanes que terminaron ejecutados por “alta traición”, es decir, cometer el error de opinar. En ese sentido, los nazis no se diferenciaban de los Comisarios y tropas del NKVD soviéticos que “cazaban” a los soldados del Ejército Rojo “disidentes” en el frente de batalla. 
  
He citado a Hassel por una razón, él amalgamó la ficción con unas cuantas, pero crudas verdades, si sus novelas fueron autobiográficas o no, siguen reflejando el sentir del simple soldado alemán de a pie. Su narrativa es sencillamente impresionante. El género literario de Hassel queda establecido: NOVELA. Todo lo contrario, literatos “revisionistas” han fusionado ficción, mitos, falsedad documental con hechos históricos reales y lo denominan “REVISIONISMO”, magnificando -en perverso beneficio de una causa injusta- al sufrido soldado alemán del frente como fiel seguidor e incondicional combatiente, hasta la muerte, de Hitler y el nazismo.  

Alguna vez leía a César Vidal (escritor español), comentaba que los neo-nazis odian a Hassel por su directo desprecio al nazismo, no le perdonan que en sus novelas relatara el placer que sentió limpiarse el trasero con una foto de Hitler. Leer a los “revisionistas” neonazis es apostar por una subcultura que infunde la discriminación u el odio racial y religioso, que causa –como efecto- el aislamiento social permanente del individuo que se aferra y fanatiza en esa literatura, volviéndolo desconfiado y paranoico porque todo lo que sucede en el mundo, imperiosamente, tiene que ser obra de una conspiración (judía).

Volvamos a nuestro germanófilo del presente. De todas formas, aquella afición a compilar material literario sobre temas bélicos no refleja necesariamente en su poseedor sapiencia en el tema. Muchos suelen sentir orgullo de su biblioteca y, claro está, se auto-proclaman eruditos en la ciencia de la historia, “críticos” es un auto-calificativo muy apetecido, sin poseer formación académica en la materia, la recitación de citas transcritas de sus autores favoritos es suficiente. Dedican tiempo y esfuerzo en redes sociales, foros u otros medios para charlar sobre campos de concentración en los Estados Unidos (norteamericanos de origen japonés) o de los campos ingleses creados para los expatriados; en cuanto a los campos de concentración nazis (KZ) parecen tener algún tipo de laguna mental. También aparentan desconocer que un alto porcentaje de las tropas estadounidenses en la segunda guerra mundial o bien eran descendientes de emigraciones alemanas a Norteamérica o eran emigrantes directos que abandonaron la Alemania nazi.



Es muy común escuchar el término “filogermánico”, es decir,  aquel que siente estima o admiración por todo lo alemán; y, en lo que respecta a la guerra mundial, en esta corriente, muchos aducen defender el honor de la Wehrmacht, pero que se apartan de los crímenes de las SS; otros, más radicales, resguardan directamente todo lo que tiene que ver con las “bondades” del nazismo. Sueñan con la excelencia moral del combatiente alemán, "añoran" -a pesar de no tener idea- la formación cultural e ideológica del soldado prusiano, como ejemplo a imitar en su propia cultura. 

Hay que ser puntuales, El Alto Mando de la Wehrmacht (ni su predecesora la Reichswher) jamás fueron organizaciones apolíticas. Iniciada la guerra mundial, algunos incondicionales jefes de la Wehrmacht (no la tropa), se alinearon con la política hitleriana, dejaron sentado cual sería el futuro no solo de Polonia sino de Europa (“razas inferiores”). Altos Mandos de las Fuerzas Armadas Alemanas participaron activamente en el programa político nazi, convirtiéndose, irrefutablemente, en parte ideológica y hasta radicalizada. Quién puede negar que actuaron con ignominia al inclinarse frente a Hitler, a quien juraron fidelidad mediante un acto humillante de carácter personal, en detrimento de jurar por Alemania juraron por Hitler. Tampoco olviden su silencio cómplice en los asesinatos de la “noche de los cuchillos largos” y otros crímenes políticos. Los mandos de la Wehrmacht (salvo excepciones) se transformaron, por antonomasia, en coautores de la guerra de agresión, implicándose en una guerra “racial” contra los eslavos, el frente oriental fue una guerra genocida, por lo que los alemanes recibieron igual contrapartida de parte soviética. 

Lo que surgió antes y durante el desarrollo de la guerra la RESISTENCIA ALEMANA al nazismo- es resultado exclusivo de un grupo de uniformados (y civiles) que se opusieron al régimen desde el principio (no todos, por cierto).

Los filogermánicos o germanófilos de internet se rasgan las vestiduras en defensa de la decencia de la Wehrmacht. Llegan a separar el conjunto en “soldados buenos” y “nazis malos”. Según leí en unos interesantes debates, todo aquello es “pura propaganda estadounidense, una servidumbre para ganarse el esfuerzo de la Alemania Federal en la guerra fría. Es igual de falsa que la que se vendía al otro lado del telón de acero, según la cual en la RDA sólo había auténticos luchadores antifascistas, mientras el ejército de la RFA seguía siendo un nido de nazis”. (Para entender este fenómeno recomiendo la lectura de mi artículo  HÉROES O VILLANOS?. STAUFFENBERG o LAS SS?  ).

“Filogermánico”, “germanófilo” son sinónimos, lo que sí debemos hacer es no confundir esa designación con el “pangermanismo” que implica una organización político-ideológico cuya finalidad era la unificación o expansión de Alemania, según la coyuntura histórica.

No prologo más, el Maestro Jorge Luis Borges nos explica este fenómeno, desde su perspectiva viva, surgida en el mismo instante de apogeo y conquista nazi de Europa, lo complementamos con unas notas sobre filogermanismo, escrito hace diez años como crítica a la obcecada “teoría” revisionista neonazi.


II

Definición del germanófilo


Jorge Luis Borges
13 de diciembre de 1940




Los implacables detractores de la etimología razonan que el origen de las palabras no enseña lo que éstas significan ahora; los defensores pueden replicar que enseña, siempre, lo que éstas ahora no significan. Enseña, verbigracia, que los pontífices no son constructores de puentes; que las miniaturas no están pintadas al minio; que la materia del cristal no es el hielo; que el leopardo no es un mestizo de pantera y de león; que un candidato puede no haber sido blanqueado; que los sarcófagos no son lo contrario de los vegetarianos; que los aligátores no son lagartos; que las rúbricas no son rojas como el rubor; que el descubridor de América no es Américo Vespucci y que los germanófilos no son devotos de Alemania.

Lo anterior no es una falsedad, ni siquiera una exageración. He tenido el candor de conversar con muchos germanófilos argentinos; he intentado hablar de Alemania y de lo indestructible alemán; he mencionado a Hölderlin, a Lutero, a Schopenhauer o a Leibnitz; he comprobado que el interlocutor "germanófilo" apenas identificaba esos nombres y prefería hablar de un archipiélago más o menos antártico que descubrieron en 1592 los ingleses y cuyas relaciones con Alemania no he percibido aún. 

La ignorancia plenaria de lo germánico no agota, sin embargo, la definición de nuestros germanófilos. Hay otros rasgos privativos, quizá tan necesarios como el primero. Uno de ellos: al germanófilo le entristece muchísimo que las compañías de ferrocarriles de cierta república sudamericana tengan accionistas ingleses. También le apesadumbran los rigores de la guerra sudafricana de 1902. Es, asimismo, antisemita; quiere expulsar de nuestro país a una comunidad eslavo-germánica en la que predominan apellidos de origen alemán (Rosenblatt, Gruenberg, Nierenstein, Lilienthal) y que habla un dialecto alemán: el yiddish o juedisch.

De lo anterior cabría tal vez inferir que el germanófilo es realmente un anglófobo. Ignora con perfección a Alemania, pero se resigna al entusiasmo por un país que combate a Inglaterra. Ya veremos que tal es la verdad, pero no toda la verdad, ni siquiera su parte significativa. Para demostrarlo reconstruiré, reduciéndola a lo esencial, una conversación que he tenido con muchos germanófilos, y en la que juro no volver a incurrir, porque el tiempo otorgado a los mortales no es infinito y el fruto de esas conferencias es vano.



Invariablemente mi interlocutor ha empezado por condenar el Pacto de Versalles, impuesto por la mera fuerza a Alemania en 1919. Invariablemente yo he ilustrado ese fallo condenatorio con un texto de Wells o de Bernard Shaw, que denunciaron en la hora de la victoria ese documento implacable. El germanófilo no ha rehusado nunca ese texto. Ha proclamado que un país victorioso debe prescindir de la opresión y de la venganza. Ha proclamado que era natural que Alemania quisiera anular ese ultraje. Yo he compartido su opinión. Después, inmediatamente después, ha ocurrido lo inexplicable. Mi prodigioso interlocutor ha razonado que la antigua injusticia padecida por Alemania la autoriza en 1940 a destruir no sólo a Inglaterra y a Francia (¿por qué no a Italia?), sino también a Dinamarca, a Holanda, a Noruega: libres de toda culpa en esa injusticia. 

En 1919 Alemania fue maltratada por enemigos: esa todopoderosa razón le permite incendiar, arrasar, conquistar todas las naciones de Europa y quizá del orbe... El razonamiento es monstruoso, como se ve.

Tímidamente yo señalo ese monstruo a mi interlocutor. Este se burla de mis anticuados escrúpulos y alega razones jesuíticas o nietzscheanas: el fin justifica los medios, la necesidad carece de ley, no hay otra ley que la voluntad del más fuerte, el Reich es fuerte, la aviación del Reich ha destruido a Coventry, etcétera. Yo murmuro que me resigno a pasar de la moral de Jesús a la de Zarathustra o de Hormiga Negra, pero que nuestra rápida conversión nos prohíbe apiadarnos de la injusticia que en 1919 sufre Alemania. En esa fecha que él no quiere olvidar, Inglaterra y Francia eran fuertes; no hay otra ley que la voluntad de los fuertes; por consiguiente, esas naciones calumniadas procedieron muy bien al querer hundir a Alemania, y no cabe aplicarles otra censura que la de haber estado indecisas (y hasta culpablemente piadosas) en la ejecución de ese plan. Desdeñando esas áridas abstracciones, mi interlocutor inicia o esboza el panegírico de Hitler: varón providencial cuyos infatigables discursos predican la extinción de todos los charlatanes y demagogos, y cuyas bombas incendiarias, no mitigadas por palabreras declaraciones de guerra, anuncian desde el firmamento la ruina de los imperialismos rapaces. Después, inmediatamente después, ocurre el segundo prodigio. Es de naturaleza moral y es casi increíble.




Descubro, siempre, que mi interlocutor idolatra a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las invasiones fulmíneas, de las ametralladoras, de las delaciones y de los perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos. Le alegra lo malvado, lo atroz. La victoria germánica no le importa; quiere la humillación de Inglaterra, el satisfactorio incendio de Londres. Admira a Hitler como ayer admiraba a sus precursores en el submundo criminal de Chicago. La discusión resulta imposible porque las fechorías que imputo a Hitler son encantos y méritos para él. Los apologistas de Artigas, de Ramírez, de Quiroga, de Rosas o de Urquiza disculpan o mitigan sus crímenes; el defensor de Hitler deriva de ellos un deleite especial. El hitlerista, siempre, es un rencoroso, un adorador secreto, y a veces público, de la "viveza" forajida y de la crueldad. Es, por penuria imaginativa, un hombre que postula que el porvenir no puede diferir del presente, y que Alemania, victoriosa hasta ahora, no puede empezar a perder. Es el hombre ladino que anhela estar de parte de los que vencen.

No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación; sé que los germanófilos no la tienen.

(Reproducido en “Textos cautivos” (1986) 
Jorge Luis Borges                



III

“Filogermanismo”

Filogermanismo español y propaganda nazi; 
una historia muy, muy larga.




De Antirrevisionismo
(2007)


Entre los aficionados a la historia militar, es difícil encontrar a alguien que no manifieste su profunda admiración por el maravilloso ejército alemán de la segunda guerra mundial. Casi siempre luego te recuerdan que esa admiración no tiene nada que ver con el nazismo o con los brutales comportamientos “de las SS”. Pero claro, como expertos, nos recuerdan que “las Waffen SS eran soldados, no es lo mismo que la SS” y que la mayoría de generales alemanes en realidad desde siempre fueron antihitlerianos, y unos perfectos caballeros.

También se suele resaltar eso de la “exagerada propaganda aliada”. Conozco a gente con notables bibliotecas sobre la SGM, en las que apenas hay un par de libros escritos desde un “punto de vista” tan pro aliado como Liddell Hart. Cuando algún autor se muestra especialmente justificativo con los bombardeos aliados, como Noble Frankland en la añeja San Martín, el prólogo español inmediatamente pone las cosas en su “sitio”. Y, jamás, figura un solo libro sobre el holocausto. Tampoco es tan fácil, hasta hace bien poco no pasaban de la docena los libros publicados en español sobre el tema, y aunque el actual boom editorial casi ha triplicado esa cifra, sólo el más baratito de César Vidal en Alianza ha llegado a la segunda edición, que no sé si se pueden atribuir al tirón del autor (actual nuevo gurú de la derecha “auténtica” española), o a que Alianza siempre reedita su fondo de bolsillo.

Hasta 1960 no se publica en español un solo libro sobre el holocausto: “El Tercer Reich y los judíos” de Poliakov y Wulf (Seix Barral). En su prólogo, su editor y traductor parcial, Carlos Barral, necesita justificarse por publicar un libro sobre este tema, tan desagradable. Pero tranquilos, las fotos no son especialmente morbosas, montones de gafas, la puerta de Treblinka, documentos… nada de mal gusto. El cambio de título de “Judgment at Nuremberg” por “Vencedores y vencidos”, parafraseando cierta famosa portada del Abc de 1946, no es más que una anécdota, así como el que se suprimieran las imágenes filmadas en los KZ que muestra el fiscal de la película.

Sin embargo, ninguno de estos admirables estudiosos de esta conflagración llega tan siquiera a admitir que haya existido algo llamado “propaganda alemana”, y que ésta ha tenido “dificultades” para llegar a los españoles, o a toda la comunidad hispanohablante. Eso sí, si tienen ejemplares auténticos y en español de “Signal” o “Der Adler”, los muestran orgullosos…

Se podría decir que, es normal que se publiquen tantísimos libros sobre la Segunda Guerra Mundial desde una perspectiva “alemana”, y que vendan más ejemplares que no ese tostón tendencioso de “Cruzada sobre Europa” de Eisenhower. Lo podéis encontrar en cualquier librería de viejo, eso sí, será casi imposible que veáis aun a precios prohibitivos los de Guderian, Manstein, Rudel, Dönitz, Kesselring, Knocke… 1960 fue también el año de publicación de “Piloto de stukas” de Rudel, por el Ministerio del Aire. Pero también se publicaron otros libros de asuntos “relacionados” con la SGM. Mateu redita “el judío internacional” de Ford en 1961, y “los protocolos de los sabios de Sión” en 1963. España es el país con más ediciones de “Mi lucha” fuera de Alemania, y se reeditan otros “clásicos” como las obras de Carlavilla. 



Pero tranquilos, pronto estamos en contacto con lo más moderno del revisionismo europeo: Acervo comienza la publicación de las obras de Paul Rassinier en 1961. Los títulos son en sí mismos un poema: “La mentira de Ulises”, “La verdad sobre el proceso Eichmann” (1962). “El drama de los judíos europeos” está anunciado en las solapas de la edición en rústica de “Vive peligrosamente” de Skorzeny, pero al parecer no llegó a ser publicado en español. Aunque se está consolidando el mito de Franco salvador de judíos, y se publican nuevos libros sobre el holocausto en los 70, la antorcha sigue alta e impasible el ademán gracias a nuevos hallazgos como el español Joaquín Bochaca o el mexicano Salvador Borrego. Son los “años dorados” del entonces polémico David Irving, cuyas obras son betsellers que publica puntualmente Planeta, pero cuyas tesis exculpatorias del nazismo pasan ampliamente desapercibidas entre la comunidad aficionada a la historia militar. A fin de cuentas, no se diferencian demasiado del común del aficionado al género.

España, a fin de cuentas, es el paraíso de los neonazis. 

La CEDADE es la organización NS (Nacionalsocialista) más importante de Europa, e incluso abre delegaciones en Francia. Recibe apoyos “directos” e intelectuales de importantes exiliados, como Skorzeny, Degrelle, Horia Sima… La organización se colapsa a principios de los 80 tras intentar transformarse en partido político con listas en todas las circunscripciones, aunque ellos siempre han aludido a problemas económicos… que no les impidieron pagar conferenciantes tan caros como Irving, publicar revistas técnicamente impecables, e incluso una sobre… música clásica. Sobre el tema Manuel Florentín, Álvarez Chillida y Xavier Casals han escrito varios libros, que remito al curioso en ampliar conocimientos de nuestra historia reciente.


A día de hoy sigue habiendo aficionados, “para nada neonazis”, que encuentran ofensivo el tono de un Kershaw en su biografía de Hitler (habría que ver qué pensarían de leer a Trevor Roper…). Nadie se ofende si se califica a los italianos o a los franceses de “cobardes”, o a los ingleses de traidores… pero cielos, hay que ver la que se monta cada vez que alguien duda de la inmaculada potencia y honorabilidad del ejército alemán…

Pedro Varela de CEDADE y Librería Europa, a la izquierda junto a David Irving; a la derecha junto al ex líder del Ku Klux Klan David Duke.


Lo cual nos lleva, por supuesto, al tema de los malvados comunistas… porque claro, está muy mal generalizar y decir eso de que los “alemanes” en realidad eran buenos y tenían pánico a la Gestapo, que el Heer desarrollaba su lucha heroica en el frente mientras “algunos SS” en la retaguardia hacían barbaridades, y no faltará quien compare a la lucha antipartisana como algo necesario, contra los que, en definitiva, eran bandidos y terroristas, casi siempre comunistas.

La SGM es, al mismo tiempo, la típica guerra entre países por fronteras, con Francia y Reino Unido intentando estrangular a la pobrecita Alemania, y una saga histórica sin precedentes, en lucha contra el comunismo ateo y represor. Después de todo, muchos nos hemos criado con las “Hazañas bélicas” de Boixcar, en sus múltiples reediciones desde 1948, y tranquilos, aún están disponibles en edición para coleccionistas (es decir, por un ojo de la cara). 

Tampoco habría que menospreciar tanto al cine bélico que se estrenaba en España, todas esas películas hollywoodienses propagandísticas, empezando por esa artista española republicana de “Casablanca” suprimida hasta 1975. Una saga iniciada con “Guadalcanal” (Guadalcanal Diary, 1943) estrenada en España en junio de 1945. Su anuncio en El Alcázar no tiene desperdicio: “la epopeya moderna de la raza blanca escrita a sangre y fuego. La primera gran película norteamericana que llega a nuestras pantallas”.  Después de todo, la ñoña “Rommel, zorro del desierto” (The Story of Rommel, The Desert Fox, 1951) no se estrena hasta 1963. “Ser o no ser” (To Be or Not to Be, 1942, Ernst Lubitsch) en 1970, “El gran dictador” (1940) de Chaplin en 1975…

Así que sí, definitivamente vivimos en un país donde lo raro es encontrarse a aficionadillos a la cosa militar que no admiren al glorioso ejército alemán, gracias a la asfixiante propaganda norteamericana (para los de tendencia derechista) o prosoviética (para los que se confiesan de izquierdas, que tampoco pudieron ver “el acorazado Potemkin” hasta 1975). Donde los nazis apenas han tenido oportunidad de expresarse.

Como diría Forges, País…

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