Por: Tito Andino U.
La perspectiva de las relaciones internacionales del presidente
estadounidenses aparentan, hasta cierto punto, ser contradictorias. Desde la
campaña electoral declaró un giro total en la política exterior, al punto de
interpretarlo como el fin de un guión pre-elaborado por sus antecesores para
consolidar la hegemonía económica – política y militar de su país en el resto
del mundo.
Trump apuesta por un equilibrio internacional en el manejo de las
relaciones comerciales con otras potencias mundiales, es decir, dejar de
imponer (inclusive por la fuerza) las reglas de las grandes transnacionales
norteamericanas a otras naciones.
Una mayor y mejor cooperación redundará en
beneficios mutuos, piensa Trump, que proviene del mundo de los negocios y actúa
en tal sentido. Para qué seguir manteniendo guerras por los recursos
energéticos (petróleo, gas), si con las negociaciones pueden seguir manteniendo
con total seguridad sus "zonas de influencia"?. Sobre todo, cuando se
ha demostrado que las reservas petroleras en el mundo siguen siendo ilimitadas,
al menos hasta el próximo siglo (el llamado "pico del petróleo" que
alarmó a las grandes potencias industriales es un mito, no sabemos si fue un
fraude o un pretexto para continuar con las guerras imperiales, ahora denominadas
"globalización"; o, si los estudios científicos se basaron en datos
erróneos).
Un cambio de esa trascendencia no tendría parangón en la historia,
estaríamos afrontando, como analizan algunos estudiosos, el fin del
Imperialismo norteamericano, el ciclo de la imposición mundial –por cualquier
método- del modelo neoliberal encabezado por los Estados Unidos. Llegaría, si no
a su fin, al menos a una revisión drástica de los medios para imponer su supremacía en los países del denominado “Tercer Mundo”.
Naturalmente, esa visión de Trump, cambiando las reglas de juego del tablero geopolítico internacional, tiene sus grandes y poderosos contradictores
en casa. A lo largo de la existencia de la nación la política exterior de los Estados Unidos ha sido única, someter a sus dictados en materia política y económica a las naciones del patio
trasero (Latinoamérica), en el Próximo y Lejano Oriente, en el África e incluso
en Europa tras su aporte (económico y logístico) para liberarla del
nazismo y afrontar los desafíos del hermético modelo comunista encarnado en la
Unión Soviética.
Ese modus operandi que los consecutivos gobiernos estadounidenses han
venido manteniendo sin ninguna modificación, con Trump, supuestamente, debería
llegar a su fin, él ha proyectado una nueva estrategia para reemplazar tantos
planes elaborados a lo largo de la historia, como el “Plan Marshall” de la reconstrucción de la Europa de posguerra,
obviamente ejerciendo el liderazgo mundial del capitalismo en reemplazo del
decadente Imperio Británico; y, la posterior “Doctrina Carter” que alude al
empleo de cualquier método (la guerra) para controlar las riquezas energéticas
mundiales como recurso estratégico para la seguridad y supervivencia de los
Estados Unidos, por citar un par de ejemplos. Aquellas deberían ser, sino
sepultadas, por lo menos modificadas drásticamente.
Es muy temprano para dilucidar el destino de la política exterior
norteamericana en la era Trump, o el cómo se la denominará en el futuro, si
llega a supervivir (tanto la nueva doctrina o el mismo Trump). Trump aún debe
afrontar el mayor desafío, que no es Rusia, ni
China, ni Corea del Norte ni Irán, etc.
El mayor peligro que corre Trump, de ver frustrado su nuevo estilo para
imponer un “orden” económico global, está en casa. La mayor amenaza surge de
los Halcones estadounidenses, del ultra-poderoso complejo industrial-militar y,
claro, del poder financiero internacional, que están gustosos con la forma
pausada, pero segura, de controlar todo, de seguir enriqueciéndose brutalmente
con la venta de armamento, imponiendo sus condiciones en los mercados y
aplicando la técnica de despoblación gradual con los conflictos bélicos, aunque
eso no les parezca lo suficiente… Los conflictos del Próximo Oriente demuestran
que la sangría se ha incrementado de manera dramática por obra y gracia,
precisamente, de los Estados Unidos y sus socios.
Si debemos creer en la nueva doctrina Trump, éste anhela sustituir la
potencial amenaza de una guerra nuclear con superpotencias como China y Rusia,
con quienes pretendería arribar a un acuerdo general para mantener sus
respectivas áreas de influencia naturales y una progresiva cooperación
económica e industrial.
Es decir, con Trump, los Estados Unidos renunciaría a fomentar la
implantación del “orden democrático” por la vía armada en todas las regiones del
mundo, siempre que se siga respetando el statu quo vigente y manteniendo acceso
ilimitado, pero compartido, de los recursos energéticos con las otras
superpotencias.
Como contrapartida, Rusia y China, que también necesitan esos
recursos, obtendrían garantías para desarrollar grandes proyectos como el
resurgimiento sin obstáculos de las “Rutas de la Seda” (guerras regionales
provocadas para sabotearlas).
Recuerden que la paz mundial depende de que los Estados Unidos y sus
aliados de la Europa Occidental y regionales permitan y garanticen el
desarrollo de Rusia y China, esa parece ser la consigna de Trump.
Lo difícil de esta política es la forma de conseguirlo y sobre todo
certificar que sea perdurable.
Las señales están lanzadas, Trump entiende ahora que abogar por un
entendimiento con China es mejor que la retórica de amenazas, ya lo hemos visto
en la reunión con el presidente Xi Jinping, ello significaría desbaratar el
plan elaborado hace décadas de acercar las fuerzas militares estadounidenses
para rodear China y desestabilizarla económica y políticamente (la guerra de
Corea, que derivo en la división en dos repúblicas, es una consecuencia de
aquella trama). También las señales han sido lanzadas, aunque de manera velada,
dando un espaldarazo al presidente Putin en su empeño de destruir la otrora
arma secreta de guerra americana – el terrorismo- y su punta de lanza que es el
yihadismo para desestabilizar y controlar el Próximo Oriente.
Si debemos confiar en la nueva doctrina Trump, el escenario que se
vislumbra es el siguiente:
Una posible mayor cooperación económica entre Estados Unidos – China –
Rusia en detrimento de sus socios de la OTAN y Europa Occidental, en general,
Europa no tendrían otra opción que aceptar esa nueva ecuación, no sin antes
intentar derrumbarla; de ahí que el Reino Unido, Francia y Alemania, principalmente,
manejan estrategias diferentes a los Estados Unidos en la guerra Siria.
El objetivo militar de los Estados Unidos debería centrarse no solo en
apoyar la verdadera guerra anti terrorista, sino demoler su estructura
política-financiera; algo que no gusta a muchos de sus aliados en Próximo
Oriente y Europa (las monarquías wahabíes, Turquía e Israel, Francia, Reino
Unido, Alemania y otros) que miran con disgusto el pretendido intento de
desmantelar su otrora –caballo de Troya regional- el yihadismo.
En consecuencia, Estados Unidos -hipotéticamente- apuntalará su militarismo
no ya hacia China y Rusia. Los parámetros actuales dilucidan que esa
perspectiva va encaminada ahora hacia Corea del Norte.
Algunos indicios sugieren que tanto los chinos y rusos podrían quedarse con
los brazos cruzados ante un eventual conflicto en la península coreana. Pero
los intereses chinos en Corea del Norte va más allá de una presunta neutralidad
en un hipotético ataque norteamericano.
China es el principal socio comercial
de los norcoreanos (casi monopólico), pero para estas fechas ha suspendido la
compra de carbón norcoreano, un pilar importante para sostener la economía del
régimen de Pionyang (tal vez una forma de presión para controlar sus ensayos
nucleares). Norcorea ofrece, además a China una variedad sustancial de
minerales: hierro, cobre, plata, uranio y otros metales estratégicos para la
industria china. Otra alerta es que China ha efectuado una movilización masiva
de tropas a la frontera norcoreana, aunque es lógico pensar que tratará de
asegurarse que Corea del Norte no sea ocupada por fuerzas norteamericanas, en
el hipotético ataque e invasión-.
El temor -fundado- de la República Popular
China es que una caída del régimen norcoreano significará la adhesión de ese
territorio a Corea del Sur, por consiguiente, ya llegada de fuerzas militares estadounidenses a
sus fronteras.
Y, como hemos dicho, al fin y al cabo ese fue el principal motivo de la
división de Corea. Los Estados Unidos siempre han pretendido acercarse a las
fronteras chinas, cercarla con bases militares en sus fronteras, es lo mismo
que han hecho y vienen haciendo con Rusia por medio de la OTAN.
Otra pregunta clave es: Con la nueva doctrina Trump de cooperación con
China y Rusia, terminará esa política de cerco de los Estados Unidos a Rusia y
China?.
La política de apaciguamiento y llamado al diálogo por parte de Rusia y
China a Pionyang no se debe tanto a que estén de acuerdo con los
estadounidenses para paralizar el programa de armas nuclares norcoreano, sino
que la continua desestabilidad de la zona no permite a chinos y rusos invertir
más recursos con total seguridad. Rusia también anhela abrir mayores mercados hacia Corea del Norte negociando su gas y petróleo.
A nadie le interesa un conflicto nuclear. Las consecuencias serían
desastrosas para el mundo en una conjetural conflagración nuclear, aun en el hipotético caso de una confrontación directa, pero limitada, entre Estados Unidos – Corea del Norte, sin duda afectará zonas de
influencia regional de los aliados de Norteamérica, como Japón y Corea del Sur; además, nadie puede prever las consecuencias
ambientales de los efectos radiactivos desbastadores que pueden alcanzar amplios territorios chinos y rusos.
En teoría, y siempre planteando la situación como hipótesis, la mejor
solución para las superpotencias es seguir buscando la forma de entenderse
(controlar) con Corea del Norte. La pregunta lógica es, cómo se consigue
eso?... Con los Estados Unidos es imposible, solo China Y Rusia están en
posición de mediar en la materia.
En la siguiente entrega revisaremos la política exterior de Trump dirigida a luchar de forma verdadera contra el yihadismo en Siria y el Próximo Oriente.