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24 agosto 2018

SIRIA: El ocaso de la guerra


       Tropas rusas en Siria

De cómo Putin y Trump están poniendo fin a la guerra contra Siria

por Thierry Meyssan
Red Voltaire 


Si en vez de ver la guerra en Siria como un acontecimiento en sí mismo la consideramos el clímax de un conflicto mundial de más de un cuarto de siglo, tenemos que interrogarnos sobre las consecuencias del final, ya próximo, de las hostilidades. Su fin no marca la derrota de una ideología sino el fracaso de la globalización y del capitalismo financiero. Los pueblos que no han entendido eso, fundamentalmente en Europa occidental, se ponen al margen del resto del mundo.
Las guerras mundiales no terminan simplemente con un vencedor y un vencido. Su final traza los contornos de un nuevo mundo.
Aunque muchos se nieguen a verlo así, lo que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca fue su promesa de derrocar el capitalismo financiero y restaurar el capitalismo productivo. Siguiendo esa lógica, Trump considera que no deben ser los estadounidenses quienes paguen por los daños de la guerra sino las transnacionales que la promovieron. ¿Es conveniente, y posible, esa revolución en materia de relaciones internacionales?


La Primera Guerra Mundial concluyó con las derrotas del imperio alemán, del imperio ruso, del imperio austrohúngaro y del imperio otomano. El fin de las hostilidades se vio marcado por la creación de una organización internacional, la Sociedad de las Naciones (SDN), encargada de abolir la diplomacia secreta y de resolver los conflictos entre los Estados-miembros a través de la negociación.

La Segunda Guerra Mundial concluyó con la victoria de la Unión Soviética sobre el Reich nazi y el imperio nipón del hakkō ichi’u [1], seguida de una carrera entre los Aliados por ocupar los despojos de la coalición derrotada. De ese conflicto nació una nueva estructura –la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– encargada de prevenir nuevas guerras mediante el establecimiento del Derecho Internacional alrededor de una doble legitimidad: 

- La Asamblea General, donde cada Estado dispone de un voto, independientemente de su tamaño; 
- y un directorio donde figuran los 5 principales vencedores del conflicto, o sea el Consejo de Seguridad.

La guerra fría no es la Tercera Guerra Mundial. Tampoco terminó con la derrota de la Unión Soviética sino con su derrumbe sobre sí misma. El fin de la guerra fría no dio paso a la creación de nuevas estructuras sino a la integración de los Estados ex soviéticos a organizaciones ya existentes.

La Tercera Guerra Mundial comenzó en Yugoslavia, continuó en Afganistán, Irak, Georgia, Libia y Yemen para terminar en Siria. Su campo de batalla se circunscribió a los Balcanes, el Cáucaso y lo que ahora se designa como el «Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». Sin desbordar demasiado hacia el mundo occidental, ha tenido sin embargo un gran costo en vidas para innumerables poblaciones musulmanas o cristianas ortodoxas. Y está concluyéndose desde que Putin y Trump realizaron su encuentro cumbre en Helsinki.



Los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin en la cumbre bilateral de Helsinki, el 16 de julio de 2018.


Las profundas transformaciones que han modificado el mundo durante los 26 últimos años han transferido parte del poder de los gobiernos a otras entidades, ya sea administrativas o privadas, así como a la inversa. Por ejemplo, hemos visto un ejército privado –el llamado Emirato Islámico (Daesh)– autoproclamarse Estado soberano. También hemos visto al general estadounidense David Petraeus organizar el mayor tráfico de armas de toda la Historia desde su cargo de director de la CIA y, luego de ser obligado a dimitir, lo hemos visto proseguir ese tráfico desde una firma privada, el fondo especulativo KKR [2].

La situación actual puede describirse como un enfrentamiento entre, de un lado, una clase dirigente transnacional y, por el otro lado, varios gobiernos responsables ante sus pueblos respectivos.

Las alegaciones de la propaganda atribuyen las causas de las guerras a circunstancias inmediatas pero esas causas se hallan, por el contrario, en rivalidades y ambiciones profundas y antiguas. Los países demoran años en levantarse unos contra otros. A menudo, sólo el tiempo nos permite comprender los conflictos que devoran nuestras vidas.

Por ejemplo, muy pocos lograron comprender lo que estaba sucediendo cuando los japoneses invadieron Manchuria –en 1938– y hubo que esperar a que Alemania invadiera Checoslovaquia –en 1938– para entender que las ideologías racistas estaban desatando la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, también fueron pocos los que lograron entender, desde el momento de la guerra en Bosnia-Herzegovina –en 1992–, que la alianza entre la OTAN y el islam político abría el camino a la destrucción del mundo musulmán [3].

A pesar de los trabajos que han publicado periodistas e historiadores, son aún numerosos los que siguen sin ver la enorme manipulación de la que todos hemos sido víctimas. Quienes no ven eso se niegan a admitir que la OTAN coordinaba en aquella época todos los elementos sauditas e iraníes en Europa, a pesar de ser esto un hecho innegable [4].

También se niegan a reconocer que al-Qaeda, grupo terrorista al que Estados Unidos atribuye los atentados del 11 de septiembre de 2001, combatió en Libia y en Siria bajo las órdenes de la OTAN, lo cual es también innegable [5].

El plan inicial que preveía azuzar al mundo musulmán contra el mundo ortodoxo se transformó durante su aplicación. No hubo «guerra de civilizaciones». El Irán chiita se volvió en contra de la OTAN, bajo cuyas órdenes había luchado en Yugoslavia, y se alió con la Rusia ortodoxa para salvar la Siria multiconfesional.

Tenemos que abrir los ojos ante lo que la Historia nos enseña y prepararnos para el surgimiento de un nuevo sistema mundial, donde algunos de nuestros amigos de ayer se han convertido en enemigos y viceversa.

      Demostración de fuerza del Ejército Árabe Sirio    


En Helsinki, no fue Estados Unidos quien concluyó un acuerdo con la Federación Rusa. Fue sólo la Casa Blanca porque el enemigo común es un grupo transnacional que goza de autoridad en Estados Unidos. Esa clase o grupo se considera el verdadero representante de Estados Unidos, aunque ese papel supuestamente pertenece al presidente, y no ha vacilado en acusar al presidente Trump de traición.

Ese grupo transnacional ha logrado hacernos creer que ya no hay ideologías y que estamos ante el fin de la Historia. Ha presentado la globalización –que en realidad es la dominación anglosajona mediante la imposición de la lengua y del modo de vida estadounidense– como una consecuencia del desarrollo de las técnicas del transporte y las comunicaciones. Nos ha asegurado que un sistema político único –la democracia, presentada como el «gobierno del Pueblo, por el Pueblo y para el Pueblo»– es lo ideal para todos los humanos y que es posible imponer ese sistema mediante el uso de la fuerza. Para terminar, ese grupo transnacional ha presentado la libre circulación de personas y capitales como la solución de todos los problemas de escasez de fuerza de trabajo y de inversiones.

Pero esas “verdades” que aceptamos en nuestra vida cotidiana no resisten al empuje de la reflexión. Utilizando esas mentiras, ese grupo transnacional ha venido corroyendo sistemáticamente el poder de los Estados y acumulando enormes fortunas.

El bando que sale vencedor de esta larga guerra defiende, por el contrario, la idea de que para escoger su destino los hombres deben organizarse en Naciones definidas, ya sea a partir de un territorio, de una historia o de un proyecto común. Por consiguiente, ese bando apoya las economías nacionales contra la finanza internacional.

Acabamos de ver la Copa Mundial de Futbol. Si la ideología de la globalización hubiese triunfado, tendríamos que respaldar no sólo la selección de nuestro país sino también las de los demás países, en función de la pertenencia de esos países a estructuras supranacionales comunes. Por ejemplo, belgas y franceses deberían haberse apoyado mutuamente… agitando juntos banderas de la Unión Europea. Pero ningún aficionado se comportó así, lo cual nos permite comprobar el abismo que existe entre la propaganda que nos remachan constantemente –y que nosotros mismos repetimos– y nuestro comportamiento espontáneo. A pesar de las apariencias, la victoria superficial del globalismo no ha modificado lo que en realidad seguimos siendo.

Por supuesto, no es casualidad que sea Siria, la tierra donde nació y tomó forma la idea de lo que hoy llamamos “Estado”, el lugar donde ahora termina esta guerra. Porque tenían y tienen un Estado verdadero, que nunca dejó de funcionar, Siria, su pueblo, su ejército y su presidente lograron resistir el embate de la mayor coalición que se ha visto en la Historia, en la que se reunieron 114 países miembros de la ONU.


Putin y Trump están poniendo fin a la guerra contra Siria



La prensa occidental sigue apoyando a las élites financieras transnacionales y tratando de desacreditar al presidente estadounidense Donald Trump. Esa actitud obstaculiza la comprensión de los progresos a favor de la paz en Siria. Thierry Meyssan pasa revista a los acuerdos concluidos en los últimos 5 meses y los rápidos avances logrados en el terreno.

Con prudencia y determinación, la Federación Rusa y el presidente estadounidense Donald Trump están poniendo fin a la dominación del mundo por parte de los intereses transnacionales.

Convencido de que el equilibrio entre potencias no depende de las capacidades económicas de estas sino de sus capacidades militares, el presidente ruso Vladimir Putin ha logrado ciertamente restaurar el nivel de vida de sus conciudadanos pero ha tenido que desarrollar el Ejército Rojo antes de comenzar a enriquecerlos. El 1º de marzo de 2018, Putin revelaba al mundo las principales armas del nuevo arsenal ruso e iniciaba su programa de desarrollo económico.

En los días subsiguientes, la guerra en Siria se concentró en la Ghouta Oriental, o sea la parte este del cinturón verde de la capital siria. El general Valery Guerasimov, jefe del estado mayor ruso, se comunicó telefónicamente con su homólogo estadounidense, el general Joseph Dunford, y le anunció que en caso de interferencia militar de Estados Unidos, los 53 navíos estadounidenses desplegados en el Mediterráneo y en el Golfo Pérsico, incluyendo 3 portaviones nucleares, serían blanco de la respuesta rusa. Lo más importante es que el jefe del estado mayor ruso invitó encarecidamente al jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos a que informara al presidente Trump sobre las nuevas capacidades militares de la Federación Rusa.

En definitiva, Estados Unidos se abstuvo de interferir en la limpieza de la Ghouta Oriental, lo cual permitió que el Ejército Árabe Sirio y algunas unidades rusas de infantería completaran la liberación de los alrededores de la capital siria expulsando de allí a los yihadistas que ocupaban varias localidades.

Sólo el Reino Unido trató de anticiparse a los acontecimientos, organizando el llamado «caso Skripal». Según la “lógica” de Londres, si se derrumba el orden mundial imperante hay que reinstaurar la retórica de la guerra fría, estimulando el enfrentamiento entre los “buenos” (los cowboys) y los “malos” (el oso ruso).

En junio, cuando el Ejército Árabe Sirio, con apoyo aéreo ruso, comenzó su avance en el sur de Siria, la embajada de Estados Unidos en Jordania anunció a los yihadistas que, en lo adelante, tendrían que pelear solos, sin ayuda ni apoyo del Pentágono y la CIA.



El 16 de julio, en Helsinki, los presidentes Putin y Trump fueron aún más lejos. Abordaron el tema de la reconstrucción, osea de los daños de la guerra. Como ya hemos explicado repetidamente desde la Red Voltaire, Donald Trump es contrario a la ideología puritana, al capitalismo financiero y al imperialismo resultante de los dos anteriores
Trump estima que su país no tiene porqué cargar con las consecuencias de los crímenes cometidos por los anteriores inquilinos de la Casa Blanca, crímenes de los que también fue víctima el pueblo estadounidense. Trump sostiene que esos crímenes fueron perpetrados por instigación –y en beneficio– de las élites financieras transnacionales y que son por consiguiente esas élites quienes tienen que pagar por ellos, aunque nadie sepa aún cómo forzarlas a ello.
El presidente ruso y su homólogo estadounidense también decidieron facilitar el regreso de los refugiados sirios. Al aprobar el regreso de los refugiados sirios, Donald Trump invirtió la lógica de su predecesor, quien afirmaba que los refugiados huían de «la represión y la dictadura», cuando en realidad huían de la invasión yihadista.

En el sur de Siria, los yihadistas ahora huían de las fuerzas sirias y rusas, pero –ya completamente desesperados– algunos remanentes del Emirato Islámico (Daesh) perpetraban atrocidades inimaginables en esa región en momentos en que el ministro ruso de Exteriores, Serguei Lavrov, y el general Guerasimov, iniciaban una serie de visitas en Europa y el Medio Oriente.

En los predios de la Unión Europea, ambos responsables rusos eran recibidos con la mayor discreción posible ya que, según la retórica occidental, el general Guerasimov es una especie de conquistador que invadió y anexó Crimea… y la Unión Europea, defensora autoproclamada del «estado de derecho», prohibió en su momento que este militar ruso pisara suelo europeo. Ahora, como no había tiempo para retirar su nombre de la lista de responsables rusos sancionados, la Unión Europea no tuvo más remedio que tragarse sus sanciones mientras este héroe de la reunificación entre Crimea y Rusia se hallaba en suelo europeo. La vergüenza de los dirigentes europeos ante su propia hipocresía explica la ausencia total de imágenes oficiales de los encuentros entre los dos altos responsables rusos y los dirigentes que los recibieron en varias capitales europeas.

El ministro de Exteriores y el jefe del estado mayor ruso resumieron a cada uno de sus interlocutores algunas de las decisiones adoptadas en la cumbre de Helsinki. Muy sabiamente, se abstuvieron de pedir cuentas sobre el papel de cada Estado en la guerra contra Siria y prefirieron exhortar a sus interlocutores a ayudar a poner fin al conflicto retirando sus fuerzas especiales, cesando la guerra secreta, cancelando toda ayuda a los yihadistas, contribuyendo al regreso de los refugiados y reabriendo sus embajadas en la capital siria. Los dos responsables rusos subrayaron además que todos podrían participar en la reconstrucción.

Inmediatamente después de la partida de la delegación rusa, la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron interrogaron ingenuamente al Pentágono para saber si era cierto que el presidente Donald Trump tenía intenciones de forzar ciertas transnacionales –el fondo de inversiones KKR, Lafarge, etc.– a pagar, pero el único objetivo de esa averiguación era sembrar el caos del otro lado del Atlántico. En el caso del presidente francés Macron, ex cuadro bancario, se trata de una actitud particularmente deplorable en la medida en que antes había pretendido dar una muestra de buena fe con el envío de 44 toneladas de ayuda humanitaria a la población siria, ayuda distribuida por el ejército ruso.

En el Medio Oriente se dio mejor cobertura mediática al viaje de la delegación rusa. El ministro Lavrov y el general Guerasimov anunciaron allí la creación de 5 comisiones encargadas de facilitar el regreso de los refugiados sirios desde Egipto, Líbano, Turquía, Irak y Jordania, donde cada una de esas comisiones incluye representantes del país donde se hallan los refugiados así como delegados rusos y sirios. Nadie quiso plantear la pregunta incómoda: ¿Por qué la Unión Europea no participa en esas comisiones?

En cuanto a la reapertura de las embajadas en Siria, los Emiratos Árabes Unidos se adelantaron a los occidentales y a sus aliados regionales negociando de inmediato la reapertura de su misión diplomática en Damasco [6].

Quedaba pendiente la preocupación de los israelíes por obtener la retirada de los consejeros militares iraníes y de las milicias proiraníes que llegaron a Siria para luchar contra la agresión exterior. El primer ministro israelí Benyamin Netanyahu viajó varias veces a Moscú y Sochi para tratar de alcanzar ese objetivo. El general Guerasimov incluso llegó a utilizar la ironía al referirse a la pretensión de los vencidos israelíes de exigir la retirada de los vencedores iraníes. Por su parte, el diplomático Serguei Lavrov se atrincheró en el principio ruso que consiste en no inmiscuirse en las cuestiones vinculadas a la soberanía de Siria.

Rusia resolvió el problema de otra manera. La policía militar rusa reinstaló a los cascos azules de la ONU a lo largo de la línea de demarcación que separa a la República Árabe Siria del Golán ocupado por Israel, en las posiciones de donde los soldados de las Naciones Unidas habían sido expulsados por los yihadistas de al-Qaeda, cuando esos terroristas contaban con el apoyo de las fuerzas armadas de Israel [7]. La policía militar rusa instaló además, del lado sirio, 8 puestos militares de observación. De esa manera, Moscú logra garantizar –a Siria y a la ONU– que los yihadistas no volverán a esa zona y al mismo tiempo garantiza a Israel que Irán no atacará desde Siria.

Israel, que antes apostaba por la derrota de la República Árabe Siria y calificaba al presidente Assad de «carnicero», acaba de reconocer súbitamente, por boca de su ministro de Defensa Avigdor Liberman, que Siria sale vencedora del conflicto y que el presidente Assad es su líder legítimo. Como muestra de buena voluntad, Liberman incluso ordenó un bombardeo contra un grupo del Emirato Islámico (Daesh) al que hasta ahora Israel había respaldado de múltiples maneras [8].


Poco a poco, la Federación Rusa y la Casa Blanca –no Estados Unidos– están poniendo orden en las relaciones internacionales y convenciendo a diversos protagonistas de que se retiren de la guerra, exhortándolos incluso a que se propongan como participantes en la reconstrucción.

Por su parte, el Ejército Árabe Sirio prosigue su campaña de liberación del territorio nacional.

Queda pendiente, por parte del presidente Trump, implementar la retirada de los militares estadounidenses presentes en el sur de Siria –en la región de Al-Tanf– y en el norte del país –concretamente al este del Éufrates– mientras que el presidente turco Erdogan tendrá que acabar abandonando a su suerte a los yihadistas refugiados en el noroeste –en la región de Idlib.

Thierry Meyssan



Fuentes originales de consulta

NOTAS:
[1] El hakkō ichi’u («los 8 extremos del mundo bajo un solo techo») es la ideología del Imperio japonés. Plantea la superioridad de la raza nipona y su derecho a dominar Asia.
[2] «Armamento por miles de millones de dólares utilizado contra Siria», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 18 de julio de 2017.
[3] Les Dollars de la terreur: Les États-Unis et les islamistes, Richard Labévière, Grasset, 1999.
[4] Wie der Dschihad nach Europa kam. Gotteskrieger und Geheimdienste auf dem Balkan, Jürgen Elsässer, Kai Homilius Verlag, 2006. Existe una edición en francés titulada Comment le Djihad est arrivé en Europe [en español, “Cómo llegó a Europa la yihad”], Xenia, 2006.
[5] Sous nos yeux. Du 11-septembre à Donald Trump, Thierry Meyssan, Demi-Lune 2017.
[6] «Emiratos Árabes Unidos se dispone a reabrir su embajada en Damasco», Red Voltaire, 2 de agosto de 2018
[7] «Regresan los cascos azules a la línea de demarcación del Golán», Red Voltaire, 3 de agosto de 2018.
[8] «Bombardeo israelí contra elementos de Daesh en Siria», Red Voltaire, 4 de agosto de 2018.

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