por Thierry Meyssan
Breve nota del editor del blog
Fines de enero fue muy agitado en cuanto a la memoria histórica conmemorativa de la liberación del principal campo de concentración de la Alemania nazi fuera de sus fronteras (Auschwitz - Polonia). Hemos esperado un razonable tiempo para presentar esta publicación, debido a que los medios de comunicación de todo tipo se hallaban cubriendo los actos.
No cabe duda que en muchos aspectos y dadas las recientes declaraciones oficiales de la Unión Europea, este tipo de conmemoraciones vienen cubiertas con un matiz de corte político que intentan reinterpretar la historia con fines nada nobles y minimizando el recuerdo de las víctimas, a las que, sin embargo, no se cansan de homenajear en diversos actos públicos.
El presente ensayo del internacionalista francés Thierry Meyssan abarca cuestiones tanto del pasado como del presente en el complejo mundo de la política internacional. Solo acotar que esa memoria atávica, primitiva, del ser humano nos recuerda que los humanos preferimos la violencia, la muerte, la guerra sobre otras cosas como forma de demostrar nuestra superioridad ante otro semejante. Esa es una de las reflexiones que obtenemos analizando los anales de la historia.
Quisiera explicar más detalles de ese trágico episodio, pero dado el contenido de la siguiente investigación no es conveniente, por el momento... La siguente no es una historia de guerra, ni de genocidios, es el análisis de los antecedentes de un crimen que no es solo fruto de la mentalidad nazi, es parte de la "cultura" colonialista de los imperios europeos y sus "instintos" de superioridad, en fin, es algo que ha existido a lo largo de la historia.
***
El «deber de memoria» u «obligación de recordar»
Los seres humanos siempre prefieren hacer todo lo posible por olvidar tanto las desgracias que los hicieron sufrir como las desgracias que ellos mismos provocaron. Esa es la lógica que siguen los romaníes, cuyas familias fueron masacradas junto a las familias judías, y les va mucho mejor.
Por supuesto, para los descendientes es importante rendir homenaje a la memoria de sus familiares muertos. Pero no será eso lo que logre evitar nuevos genocidios. Esto último no tiene nada que ver con la identidad ni con la condición de las víctimas, ni con las de los verdugos. Sólo se trata de la condición humana y ninguno de nosotros está al abrigo de convertirse en monstruo. La civilización nunca es innata.
T. Meyssan
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los nazis perpetraron masacres contra los judíos de Europa y los romaníes. La interpretación de uno de esos genocidios se basa en un desconocimiento de la condición humana y agitan una cantidad de pasiones que, lejos de evitar nuevos genocidios, más bien los propicia.
Está conmemorándose el 75º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, donde perecieron más de un millón de prisioneros. Hoy se ha convertido a Auschwitz en el símbolo de los campos de exterminio, de los crímenes perpetrados por los nazis y de la Shoah.
Algunos negacionistas han tratado de rehabilitar la Alemania nazi poniendo en duda su intención de proceder al exterminio de poblaciones, cuestionando que haya asesinado realmente millones de personas y que haya asesinado prisioneros en cámaras de gas. Esa abyecta polémica ha relegado a un segundo plano la cuestión de la comprensión de los hechos. Desde el juicio de Adolf Eichmann, en 1962, la interpretación prevaleciente es la que adoptó la Agencia Judía en aquella época: a partir de la conferencia de Wansee, el antisemitismo nazi se tradujo en un plan de exterminio –la Shoah– contra las poblaciones judías de Europa, lo cual marca un punto de ruptura en la Historia. Los judíos, eternos perseguidos, sólo estarán definitivamente protegidos en el Estado de Israel.
Pero, como demostraré aquí, esa interpretación contemporánea ignora toda una serie de hechos relacionados con la cuestión.
La larga historia de los genocidios
Durante los cuatro siglos de colonización del mundo por parte de los europeos occidentales, numerosos Estados supuestamente civilizados perpetraron genocidios.
Por ejemplo, cuando el presidente del consejo de ministros del Reino de Italia, Benito Mussolini, proclamó el Segundo Imperio Colonial Italiano, decidió fundar una colonia italiana en Etiopía. Ante la resistencia de los etíopes, Mussolini concibió un plan de «limpieza étnica» que abarcaría toda una región de Etiopía cuya población sería exterminada para sustituirla por colonos italianos. En el marco de ese plan, Mussolini hizo que el virrey Rodolfo Graziani utilizara aviones para regar gas mostaza sobre las aldeas etíopes rebeldes.
El uso extensivo de las masacres no es una exclusividad de los europeos occidentales ni de la ideología colonial. Bajo el Imperio Otomano, el sultán Abdul Hamid II organizó la masacre contra los no musulmanes (desde 1894 hasta 1896). El sultán Abdul Hamid II fue derrocado en 1909 por los «Jóvenes Turcos», movimiento militar que reactivó la masacre contra las poblaciones no musulmanas, principalmente en 1915 y 1916. Ambos regímenes compartían la misma ideología –el panislamismo–, según la cual la identidad turca es exclusivamente musulmana. Los armenios fueron los más afectados pero todas las confesiones no musulmanas fueron perseguidas por ambos regímenes. Aquellas masacres no fueron perpetradas en los territorios conquistados por el Imperio Otomano sino en los territorios que hoy forman parte de Turquía [1].
Así que existen al menos 2 motivos diferentes para tales masacres:
- un objetivo militar: la eliminación de poblaciones que oponen resistencia;
- un objetivo ideológico: la eliminación de poblaciones consideradas extranjeras.
La política nazi perseguía ambos objetivos pero el exterminio de los judíos en Europa en particular, solo respondía a un objetivo ideológico.
Los genocidios tampoco son una exclusividad de los más fuertes contra los más débiles, como queda demostrado por el genocidio perpetrado en Rwanda por los hutus contra la etnia tutsi. Ambos pueblos eran numéricamente similares y la masacre no fue perpetrada por milicias sino principalmente por la población hutu y con machetes.
Estas masacres de masas constituyen «crímenes contra la humanidad». Fue única y exclusivamente bajo esa denominación que el Tribunal Internacional de Nuremberg juzgó a los responsables del genocidio perpetrado contra los judíos de Europa. La noción de «genocidio» fue incorporada al derecho tiempo después de los juicios de Nuremberg.
Bajo la influencia de Raphael Lemkin, se consideró después el genocidio como un crimen aparte entre los crímenes contra la humanidad. Pero también se introdujo una noción de culpabilidad colectiva, lo cual contradice el principio básico de la responsabilidad personal y es contrario al objetivo que se busca. La evolución del concepto ha llevado a que el derecho estadounidense considere hoy que el asesinato de al menos dos personas, motivado sólo por lo que son esas personas y no por sus actos, es suficiente para ser clasificado como «genocidio».
Estados Unidos se planteó la cuestión racial antes que Alemania. Pero, en vez de asesinar a las poblaciones que consideraban “razas inferiores”, los estadounidenses se pronunciaron por su esterilización obligatoria.
¿Por qué los nazis trataron de exterminar a los judíos?
El programa nazi preveía reconstituir el imperio alemán cuyo surgimiento quedó bloqueado al final de la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles. Pero en vez construir el imperio alemán conquistando África, Asia o Latinoamérica, territorios ya distribuidos entre el Reino Unido y Francia, Alemania se planteó la conquista del este de Europa.
Los nazis, herederos de Goethe y de Beethoven, se creían humanistas de nacimiento. Conforme a la ideología colonialista europea, justificaban su voluntad de conquista afirmando que los pueblos que pretendían dominar eran culturalmente inferiores. Adolf Hitler así lo explica en Mein Kampf. En ese libro, Hitler nunca habla de «subhumanos» (untermenschen). Esa expresión sólo apareció más tarde, a raíz del «consenso científico» de la época: los medios científicos occidentales estaban convencidos de que las conquistas coloniales demostraban la existencia de una jerarquía entre las razas y que los europeos occidentales estaban en lo más alto de esa jerarquía, así que buscaban cómo distinguir esas razas entre sí mediante una serie de características [2]. La ciencia actual ha demostrado lo absurdo de esa noción, que sin embargo persiste en numerosos países, como en Estados Unidos, donde las estadísticas oficiales siguen clasificando a las personas según ese concepto imaginario [3].
Para los nazis, los primeros «subhumanos» eran, por consiguiente, los eslavos, cuyos territorios pretendían conquistar, y su primer blanco fueron los eslavos. Sin embargo, como el canciller Hitler justificaba su voluntad de conquista de un espacio vital (lebensraum) afirmando la superioridad de su «raza» –concepto ampliamente compartido en aquella época por los pueblos occidentales– agregó a su lista los romaníes (o sea la población denominada indistintamente como pueblo gitano, cíngaros o roms) y los judíos simplemente por tratarse de pueblos nómadas o de pueblos sin tierra. Por supuesto, esta condena de los judíos como raza se basaba en el antisemitismo europeo, que el propio Hitler alimentó, pero no fue por antisemitismo que los judíos fueron clasificados como «subhumanos». De hecho, aunque no existe una cultura europea antiromaní, ese pueblo también fue clasificado como «subhumano».
La noción misma de antisemitismo no tiene mucho que ver con los judíos. Los semitas son árabes, algunos de ellos de confesión judía. Por otro lado, gran parte de los judíos de Europa no son originarios de Palestina sino descendientes de poblaciones del Cáucaso convertidas en el siglo X [4].
Inicialmente algunos nazis no eran tan hostiles a los judíos alemanes como hoy se cree [5].
- Antes y después del ascenso de los nazis al poder –pero ya bajo la autoridad de Josef Goebbels–, Leopold von Mildenstein organizó viajes de oficiales nazis a Palestina, entonces bajo mandato británico. El partido nazi (NSDAP) consideraba inaceptable que los judíos no tuviesen su propio Estado y, por consiguiente, apoyaba la noción del hogar nacional judío en Palestina.
- Cuando Alemania ya había adoptado leyes contra los judíos, el partido nazi negoció con la Agencia Judía, en 1933, los Acuerdos de Haavara que autorizaban a los judíos a instalarse en Palestina [6].
- Las cosas evolucionaron en una mala dirección. En 1938, o sea antes de la guerra, el ministro francés de Exteriores, Georges Bonnet, propuso a la Alemania nazi trasladar los judíos franceses y alemanes a la colonia francesa de Madagascar. Polonia –como acaba de recordarlo el presidente ruso Vladimir Putin– se unió entonces a Francia y Alemania para crear una comisión encargada de preparar la aplicación de ese plan, que nunca llegó a concretarse [7].
No fue hasta finales de 1941, después de haber agotado todas las opciones y cuando la invasión iniciada contra la URSS comenzó a convertirse para ellos en una pesadilla, que los nazis optaron por la «solución final»: el asesinato en masa.
El caso de Rudolf Höss
Antes de la Primera Guerra Mundial, Alemania disponía de un imperio, como las demás grandes potencias europeas. Como militar alemán, Franz Xaver Höss fue enviado al Sudoeste Africano –la actual Namibia–, donde participó en el primer genocidio del siglo XX: la masacre contra las etnias herero y nama.
Su hijo, Rudolf Höss, se enroló desde muy joven en el ejército imperial, durante la Primera Guerra Mundial, y formó parte de los refuerzos alemanes enviados al Imperio Otomano. En sus memorias, Rudolf Höss dice haber luchado contra los británicos en Palestina [8]. En realidad, Rudolf Höss estuvo en la Turquía actual y participó en la masacre desatada por el movimiento militar de los Jóvenes Turcos contra las poblaciones no musulmanas.
Veinte años después, Rudolf Höss, se enroló en las SS y fue nombrado, en 1940, director del complejo de Auschwitz. Al principio, Auschwitz era un campo de concentración concebido según el modelo de los que habían creado los británicos durante la Guerra de los Boers, en África del Sur. A finales de 1941, se agregó un campo de exterminio (Auschwitz-Birkenau) y, a mediados de 1942, un campo de trabajos forzados (Auschwitz-Monowitz), donde el banquero estadounidense Prescott Bush –padre y abuelo de los dos presidentes Bush– invirtió capitales que le reportaron jugosas ganancias [9].
Rudolf Höss afirmó haber sido siempre un hombre normal. Aunque parezca increíble, este individuo no veía como anormal el asesinato masivo de armenios y judíos… en definitiva su padre había asesinado en masa africanos hereros y namas.
El profesor austriaco Konrad Lorenz, fundador de la etología y premio Nobel, era un nazi convencido. Militó en pro de que los homosexuales fuesen marginados de la sociedad, como en los casos donde la medicina impone la amputación de una parte del cuerpo para salvar al paciente.
Siguiendo el consenso científico de su época, los nazis trataron de preservar la «raza» germánica prohibiendo los matrimonios interraciales. Eso no era nada nuevo, en Alemania ya se hacía desde 1905, o sea antes de la Primera Guerra Mundial, y también se había hecho en muchos otros países occidentales.
Pero no se trataba sólo de impedir el nacimiento de mestizos, también se buscaba preservar el patrimonio genético de la raza. El Instituto Káiser Guillermo (equivalente alemán del actual CNRS francés (Centro Nacional de la Investigación Científica, siglas en francés) afirmó que si un hombre penetraba a otro hombre podía transmitirle elementos de su patrimonio genético, lo cual significaba que los «homosexuales pasivos» constituían un riesgo. Es por eso que los nazis penalizaron la homosexualidad entre hombres, a pesar de que inicialmente esta había sido públicamente dominante entre los miembros del partido nazi.
Los homosexuales sorprendidos in fraganti eran “invitados” a aceptar la castración o encarcelados como antisociales. Numerosos médicos, como Sigmund Freud, distribuyeron entonces certificados médicos que presentaban la homosexualidad como una enfermedad y afirmaban que el “paciente” en cuestión estaba siguiendo una terapia, con lo cual salvaban al paciente de la castración y de la cárcel. Ciertos grupos citan hoy aquellos certificados falsos para afirmar que el fundador del psicoanálisis condenaba la homosexualidad o la consideraba una patología.
Después de haber asistido en Ámsterdam a la inauguración de un monumento dedicado a los homosexuales deportados –que al parecer fueron unos 5.000 en todo el Reich–, yo mismo fundé una asociación para que se reconociera ese crimen en Francia. Así organicé varias ceremonias con asociaciones de deportados. Conocí entonces a un testigo, Pierre Seel, que contó con lujo de detalles como fue deportado al campo de concentración de Struthof debido a su condición de homosexual y logré que se modificaran por decreto las condiciones para el reconocimiento de la categoría de deportado para que Pierre Seel fuera reconocido como tal. Pero, durante la elaboración de su expediente, se comprobó que aquel testigo mentía y que había sido deportado como alsaciano desertor [10]. Pedí entonces a un amigo, el senador Henri Caillavet, presidente de la Comisión Nacional de Informática y Libertades (CNIL), que investigara sobre la deportación de homosexuales franceses. Al cabo de un año de investigación, el senador Caillavet comprobó que la policía francesa nunca abrió un fichero dedicado a los homosexuales y que nunca hubo deportaciones de homosexuales en Francia, ni tampoco en la Alsacia anexada por el Reich. A pesar de lo anterior, la versión de Pierre Seel fue popularizada y en la ciudad de Toulouse existe incluso una calle que lleva su nombre.
Esta historia me enseñó mucho sobre las exageraciones que los grupos humanos pueden llegar a orquestar para atribuirse la aureola de mártires. Se extendió así la creencia de que el Reich quiso exterminar a los homosexuales masculinos y las lesbianas, lo cual es absolutamente falso. Nunca hubo represión del lesbianismo y los nazis sólo reprimieron la homosexualidad entre los hombres e incluso únicamente entre las poblaciones llamadas «arias». Sólo 48 hombres fueron identificados como homosexuales en Auschwitz. Habían sido deportados a ese campo de concentración y, los que sobrevivieron, fueron liberados en 1942 y obligados a servir como «arios» en la «guerra total» contra los Aliados.
¿Tenemos que recordar aquí que las cuestiones de los judíos, los romaníes o los homosexuales no tuvieron absolutamente nada que ver con el inicio de la Segunda Guerra Mundial?
Régimen de alimentación
Sigue pareciendo difícil entender por qué los nazis alimentaban, aunque ciertamente muy mal, a los prisioneros que querían eliminar. En realidad alimentaban sólo a los que querían explotar como fuerza de trabajo. Con ellos utilizaban la extraña sopa del doctor Otto Buchinger.
Este gran médico era un militante de la Lebensreform, del regreso a la naturaleza. Otto Buchinger teorizó sobre el papel reparador del ayuno y descubrió que se puede trabajar duro y casi sin comer si uno bebe una sopa muy clara. El cuerpo pierde volumen rápidamente pero produce una gran energía. Los trabajos del doctor Otto Buchinger aún se aplican en las clínicas que sus descendientes poseen en Alemania y España, donde los miembros de las dinastías reinantes en las monarquías árabes del Golfo suelen internarse para bajar de peso. Los nazis, que también eran fervientes partidarios del regreso a la naturaleza –el propio Hitler era vegetariano y prohibía que se fumara en su entorno– utilizaron la sopa del doctor Otto Buchinger para hacer trabajar a sus prisioneros, sabiendo que al final ese régimen de alimentación acabaría matándolos.
Solución final, Holocausto y Shoah
Los historiadores designan la liquidación de los judíos de Europa como la «solución final». Pero también se conoce como el «Holocausto» o la «Shoah», dos términos que designan interpretaciones particulares de ese hecho.
El término “holocausto” es utilizado por los cristianos evangélicos estadounidenses y hace referencia a un ritual judío donde se sacrifica una décima parte de los animales y sus cuerpos son quemados. Según su teología, Dios dispuso el exterminio de los judíos de Europa antes de que el Mesías regresara a la Tierra. Así que no es un término muy respetuoso para las víctimas. En todo caso, cuando conocieron la existencia de los campos de exterminio, algunos oficiales evangélicos estadounidenses aconsejaron a su estado mayor no intervenir para no interferir en lo que veían como el «plan de Dios». Dado el hecho que los nazis se esforzaban por matar lejos de la mirada pública, bombardear las vías férreas habría bastado para detener instantáneamente el genocidio, no sólo de los judíos sino también de los romaníes.
La palabra Shoah es un vocablo hebreo que significa “catástrofe” y que hace referencia al silencio de Dios durante la tragedia. Por analogía, los palestinos designan su propia expulsión de la tierra palestina, en 1948, como la Nakba, vocablo que también significa “catástrofe” pero en árabe.
Sabiendo todo lo anterior, no parece que el genocidio contra los judíos sea diferente a los demás, ni que constituya un punto de ruptura en la Historia o que sea resultado sólo del antisemitismo. Y mucho menos que el Estado de Israel ofrezca a los judíos la protección a la que tendrían derecho. Si así fuese, no habría en Israel 50.000 sobrevivientes de los campos de exterminio que viven hoy por debajo del límite de pobreza.
En 2016, Rusia realiza un concierto en el gran anfiteatro antiguo de la ciudad siria de Palmira, utilizado por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh) para asesinar públicamente “enemigos de Dios”. Ese concierto marca el regreso de la civilización.
Ni buenos ni malos, tan solo hombres
La puesta en práctica de la «solución final» fue planificada por los nazis y parcialmente llevada a cabo por alemanes. Pero la gran mayoría del personal de los campos de exterminio venía de las repúblicas bálticas.
Si se considera que de todos los implicados ninguno hizo nada por detener el crimen, es cuando menos injustificado atribuir la responsabilidad únicamente a Alemania. Lo cierto es que la época pensaba como los nazis, aunque sólo ellos fueron hasta las últimas consecuencias de lo que pensaban.
La evaluación de una ideología debe tener en cuenta sus premisas y admitir que todos podemos acabar tomando una dirección equivocada.
Por ejemplo, el Estado de Israel se creó en nombre de la ideología sionista británica [11]. Se trataba de crear una colonia que contribuyera a la expansión del Imperio británico. Israel fue proclamado por David Ben-Gurion, que no era judío en el sentido religioso del término sino ateo, aunque hacia el final de su vida recobró la fe y se hizo… budista. El Estado de Israel concede la nacionalidad israelí según criterios que nada tienen que ver con la religión judía, de manera que esos criterios incluyen numerosas personas rechazadas por los rabinos. Israel no optó por la eliminación de las poblaciones autóctonas y prefirió expulsarlas de los territorios donde vivían. Poco a poco ha ido ocupando nuevos territorios, tragándose casi por completo los territorios de los árabes palestinos. Sin embargo, como algunos palestinos obtuvieron la nacionalidad israelí en 1948 y hoy representan una quinta parte de la población de Israel.
El primer ministro Benyamin Netanyahu –miembro del Likud– impuso la proclamación de Israel como «Estado judío», oficializando así una jerarquización entre los ciudadanos israelíes e imponiendo al Estado una lógica de selectividad entre sus ciudadanos. A pesar de las apariencias, es exactamente la misma lógica que condujo el primer ministro laborista Yitzhak Rabin a plantearse la «solución de los dos Estados»: el objetivo es separar las «razas». Todavía es posible dar marcha atrás.
El primer ministro Benyamin Netanyahu –miembro del Likud– impuso la proclamación de Israel como «Estado judío», oficializando así una jerarquización entre los ciudadanos israelíes e imponiendo al Estado una lógica de selectividad entre sus ciudadanos. A pesar de las apariencias, es exactamente la misma lógica que condujo el primer ministro laborista Yitzhak Rabin a plantearse la «solución de los dos Estados»: el objetivo es separar las «razas». Todavía es posible dar marcha atrás.
[1] «La Turquía de hoy continúa el genocidio armenio», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 30 de abril de 2015.
[2] The Nazi Connection: Eugenics, American Racism, and German National Socialism, Stefan Kuhl, Oxford University Press, 2002; War Against the Weak: Eugenics and America’s Campaign to Create a Master Race, Edwin Black, Dialog Press, 2012.
[3] Hitler’s American Model: The United States and the Making of Nazi Race Law, James Q. Whitman, Princeton University Press, 2017.
[4] The Invention of the Land of Israel: From Holy Land to Homeland, Slomo Sand, Verso, 2012. Existe una edición en francés titulada Comment la terre d’Israël fut inventée: De la Terre sainte à la mère patrie, [En español: “Como se inventó la tierra de Israel: de la Tierra Santa a la madre patria”], Flammarion, 2014.
[5] The Origins of the Final Solution: The Evolution of Nazi Jewish Policy, September 1939-March 1942, Christopher R. Browning, University of Nebraska Press, 2004.
[6] The Transfer Agreement: The Dramatic Story of the Pact Between the Third Reich and Jewish Palestine, Edwin Black, Dialog Press, 2009.
[7] «Rusia recuerda que Polonia y el III Reich habían planificado la deportación de los judíos desde 1938», Red Voltaire, 25 de diciembre de 2019.
[8] Death Dealer: The Memoirs of the SS Kommandant at Auschwitz, Rudolf Hoss, Prometheus, 2012.
[9] «Los Bush y Auschwitz, una larga historia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 1º de junio de 2003.
[10] La región geográfica denominada Alsacia, en el este de Francia, es de cultura inicialmente germánica y, en diferentes momentos de la historia, estuvo sucesivamente bajo control alemán o francés. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alsacia, para entonces parte de Francia, fue anexada nuevamente por el Reich y los jóvenes alsacianos fueron incorporados al ejército alemán o considerados desertores. Nota de la Red Voltaire.
[11] «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2014.
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