Nota previa por el editor del blog
Esta página tiene una característica, a pesar de ser un blog centrado en la temática bélica, no es un sitio de narración de guerras y combates, a quien busca aquello se recomienda la Wikipedia, que contiene excelente material sobre las batallas. Este blog se caracteriza por la investigación -sea propia del editor o por estudios profusos de connotados historiadores y politólogos-. Más allá de la ciencia histórica, es un estudio del pensamiento geopolítico de quienes planifican los conflictos como medio de provecho para sus intereses político-económicos, son temas que analizan y exploran las maquinaciones ocultas entre bastidores de esa gente con Poder que al final decide como desgraciar la vida de la sociedad y de los estados víctimas de turno.
Esa es la singularidad del destacado historiador, escritor y politólogo Dr. Jacques R. Pauwels, a quien nos honra presentarlo -una vez más- con otro de sus polémicos pero esclarecedores ensayos sobre los conflictos del mundo contemporáneo. Se debate mucho si sus "revelaciones" son hipótesis (es decir teorías, conjeturas, presunciones, probabilidades, o cualquier otro sinónimo) o son certezas históricas fundamentadas. Sus análisis, siempre acompañados de la historiografía disponible, nos brinda una verdad que los organismos de control social no quieren que sea de mayoritario conocimiento.
Como decía el "indomable" general estadounidense, Smedley D. Butler, patrocinadas por los gánsteres financieros "Las guerras son una estafa". El Dr. Pauwels es un autor recurrente en este sitio con temas sobre "Los verdaderos orígenes de la Primera Guerra Mundial", "Las guerras del Estados Unidos empresarial", "De Pétain a Macron. La falsa purga de "Los Colaboracionistas...", y otros temas sobre la Primera y Segunda Guerra Mundial a las que puede acceder a través de la etiqueta "Jacques R. Pauwels".
Aquí algunos datos de respaldo a la ponencia principal del Dr. Pauwels.
Durante y después de la Liberación de París, el 25 de agosto de 1944, no solo hubo desfiles triunfales, también se observó ejecuciones sumarias y mujeres rapadas por “colaboracionismo horizontal”; otro suceso importante sería el posterior juzgamiento de muchos intelectuales que apoyaron el régimen de Vichy. El término "colaboracionista" quedó establecido tras un discurso radial de Petain instando a los franceses a colaborar con Alemania luego de la caída de París (presuntamente para evitar la destrucción del patrimonio francés) y abandonando una probable neutralidad al instalar su gobierno en la ciudad de Vichy, pero sobre todo, dictando leyes de exclusión (persecución de los judíos).
Las personas acusadas de colaboracionistas obtuvieron el repudio del pueblo francés. ¿Todos, o solo algunos? ¿hubo dedicatoria para unos y ocultamiento para otros? Inicialmente, con el fervor libertario hubo casos desproporcionados de abuso, linchamiento, mutilación y hasta lapidación; los primeros días todo era visto como traición por haber colaborado con las fuerzas de ocupación alemanas o el gobierno de Vichy, lo que conforme el Derecho Internacional no es tan cierto.
Los primeros "jueces" y ejecutores eran integrantes de la resistencia, obrando en virtud de la "autoridad" conferida por ellos mismos (a manera de tribunales populares secretos) y cumpliendo las sentencias sumarias. No fueron pocos los que aplicaron la "justicia" en nombre propio (casos particulares). No había otra solución, las autoridades ordenaron los procedimientos judiciales para detener la violencia en las calles, formalizándose miles de juicios.
Sin embargo, la colaboración con el enemigo tenía muchos grados de responsabilidad, desde las mujeres rapadas y vilipendiadas por "colaboracionismo horizontal" hasta los funcionarios públicos que debían mantener el orden y velar que la administración del estado sea operativa (sin mayores consecuencias políticas pero con muchas venganzas personales). ¿Y la jerarquía francesa que dirigió la República durante la ocupación?, Petain, Laval y el séquito de ministros que se unieron por la ambición de poder; otros que obraron como contumaces delatores, otros realizaron grandes negocios con los nazis, el interés económico primaba ante todo; pero hubo otro grupo, los intelectuales del régimen de Vichy que apoyaron unirse a los nazis, aprobaron las persecuciones raciales, eligieron el bando nazi por convicción (algunos actuaron por temor).
Petain fue detenido (trasladado desde Alemania) y juzgado al poco tiempo por alta traición, cargo castigado con la pena de muerte de conformidad con el código penal anterior al gobierno de Petain. Veredicto: culpable; condenado a pena de muerte, degradación nacional y confiscación de todos sus bienes. De Gaulle condonó la pena de muerte por reclusión perpetua aduciendo su edad avanzada. Pierre Laval, jefe del gobierno de Vichy, fue fusilado cumpliéndose la sentencia. Muchos otros fueron juzgados, condenados y ejecutados. Especial mención representó el caso de varios escritores como Drieu La Rochelle, intelectual de prestigio de inclinación nazi-fascista que impidió su condena suicidándose. "George Simenon, Cèline, Drieu Larochelle, Sacha Guitry, Thierry Maulner y muchos otros apoyaron al régimen de Vichy, tuvieron –al menos- simpatías nazis y fueron antisemitas. No fueron los únicos... Pero, sin dudas, el caso paradigmático de la relación entre intelectuales y colaboracionismo lo represente el de Robert Brasillach, fusilado el 6 de febrero de 1945, atacó a la Resistencia y expresó todo su ideario fascista"... (La Liberación de París del horror nazi: desfiles triunfales, mujeres rapadas y ejecuciones sumarias, Matías Bauso, Infobae, agosto 2022).
Demos paso a la ponencia principal.
Buena lectura y reflexión ante todo.
T. Andino
por Dr. Jacques R. Pauwels,
Derechos de autor © / Global Research, 2024.
Presentación
Este ensayo ofrece una interpretación de análisis de clase sobre el papel de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Decidida a eliminar la amenaza revolucionaria percibida que emanaba de su inquieta clase trabajadora, la élite francesa dispuso en 1940 que el país fuera derrotado por su "enemigo externo", la Alemania nazi. El fruto de esa traición fue una victoria sobre su "enemigo interno", la clase obrera. Permitió la instauración de un régimen fascista bajo Pétain, y esta "Francia de Vichy" -como la Alemania nazi- era un paraíso para los industriales y todos los demás miembros de la clase alta, pero un infierno para los trabajadores y otros plebeyos. Como era de esperar, la Resistencia era mayoritariamente de clase obrera, y sus planes para la Francia de la posguerra incluían severos castigos para los colaboradores y reformas muy radicales. Después de Stalingrado, la élite, desesperada por evitar ese destino, cambió su lealtad a los futuros amos estadounidenses del país, que estaban decididos a liberar a Francia y al resto de Europa para el capitalismo. Sin embargo, fue necesario permitir que el recalcitrante líder de la Resistencia conservadora, Charles de Gaulle, llegara al poder. En cualquier caso, el compromiso "gaullista" hizo posible que la clase alta francesa escapara al castigo por sus pecados pro-nazis y mantuviera su poder y privilegios después de la liberación.
Introducción
En 1914, la mayoría de los países europeos, si no todos, aún no eran democracias plenas, sino que seguían siendo oligarquías, gobernadas por una clase alta que era una "simbiosis" de la aristocracia terrateniente (aliada con una de las iglesias cristianas) y una burguesía (es decir, clase media-alta) de industriales, banqueros y demás. El sufragio universal ni siquiera existía todavía en Gran Bretaña o Bélgica, por lo que la clase alta estaba firmemente en el poder. En las "cámaras bajas" de los parlamentos, esta élite tuvo que soportar cada vez más a los molestos representantes de los partidos socialistas (o "socialdemócratas") y otros plebeyos, pero se las arregló para mantener el control. Y lo que es más importante, siguió monopolizando las instituciones estatales no elegidas, como el ejecutivo (normalmente un monarca), el poder judicial, el cuerpo diplomático, las cámaras altas de los parlamentos, los rangos superiores de la administración pública y, sobre todo, el ejército. (Los servicios secretos sólo más tarde se volvieron importantes en este sentido).
A la clase alta, demográficamente una pequeña minoría, no le gustaba la democracia. Después de todo, la democracia significa el gobierno del demos, es decir, la mayoría pobre e inquieta del pueblo, las "masas" presumiblemente tontas y crueles y, por lo tanto, espantosas. Particularmente angustioso para la clase alta era el hecho de que, bajo los auspicios de los partidos socialistas y los sindicatos, la clase obrera industrial había estado agitando con éxito por reformas democráticas tanto a nivel social como político, como la ampliación del derecho al voto, la limitación de las horas de trabajo, el aumento de los salarios y los servicios sociales como las vacaciones pagadas. pensiones, y atención médica y educación gratuitas o al menos baratas.
La clase obrera
La clase obrera, entonces, fue la fuerza motriz detrás del proceso de democratización en curso, aparentemente irresistible. Los aristócratas y los burgueses temían que las reformas democráticas que el movimiento obrero había sido capaz de arrebatarles estuvieran socavando lentamente el orden establecido o, peor aún, que un colapso de este orden pudiera producirse repentinamente a través de la revolución. De hecho, la mayoría de los partidos de la clase obrera se adhirieron al socialismo marxista y defendieron, al menos en teoría, el tipo de revolución que iba a provocar la "gran transformación" del capitalismo al socialismo. La Comuna de París de 1871 y la Revolución Rusa de 1905 habían proporcionado anticipos de tal cataclismo, y las numerosas huelgas y otros estallidos de disturbios en los años previos a 1914 se cernían como una especie de escritura revolucionaria en la pared. En este contexto, la guerra fue vista cada vez más como el gran antídoto contra la revolución y la democracia. Es principalmente, aunque no exclusivamente, por esta razón que la clase alta europea quería la guerra, se preparó para la guerra y, en 1914, aprovechó un incidente trágico pero relativamente poco importante en los Balcanes para desatar la guerra (Pauwels, Los verdaderos orígenes de la Primera Guerra Mundial).
Sin embargo, como remedio contra la doble amenaza de la revolución y la democracia, la guerra resultó ser contraproducente. En primer lugar, la "Gran Guerra" no ahuyentó el fantasma de la revolución de una vez por todas.
Por el contrario, terminó desencadenando revoluciones en prácticamente todas las naciones beligerantes (e incluso en algunas neutrales), y una de esas revoluciones incluso triunfó en uno de los grandes imperios, Rusia. En segundo lugar, la guerra produjo no menos, sino más democracia: de hecho, para quitarle el viento a las ondulantes velas revolucionarias en Gran Bretaña, Alemania, Bélgica, etc., tuvieron que introducirse nuevas reformas democráticas antes impensables, como la introducción del sufragio universal y la jornada de ocho horas.
La clase alta después de 1918
Después de 1918, la clase alta logró mantener el control, sobre todo gracias a su continuo monopolio de las instituciones estatales no elegidas. Pero los miembros de la élite gobernante tenían razones para estar muy descontentos. En primer lugar, ahora tenían que operar dentro de sistemas parlamentarios considerablemente más democráticos, en los que los partidos socialistas e incluso comunistas, así como los sindicatos combativos, desempeñaban un papel; en segundo lugar, seguían sintiéndose amenazados por la revolución. Antes de 1914, la revolución había sido un espectro, pero después de 1918 se encarnó en el fruto de la Revolución Rusa, la Unión Soviética. Ese nuevo estado representaba un "contrasistema" socialista al capitalismo y sirvió como fuente de inspiración y apoyo activo para el creciente número de plebeyos que buscaban el cambio revolucionario à la russe, y también para el creciente número de súbditos coloniales que anhelaban la independencia. La amenaza evolutiva se hizo aún mayor durante la gran crisis económica de la década de 1930, cuando el desempleo masivo y la miseria, un flagelo que no afectó a la Unión Soviética en rápida industrialización, hicieron que aún más plebeyos anhelaran un cambio radical y revolucionario.
Es por esta razón que la clase alta apoyó a los movimientos fascistas, es decir, antidemocráticos de extrema derecha dirigidos por hombres fuertes, hombres que estaban dispuestos a tomar el tipo de acciones de las que aristócratas, banqueros y empresarios podían esperar beneficiarse: poner fin a todas las tonterías democráticas; eliminar implacablemente a los sindicatos y a los partidos obreros, especialmente a los socialistas revolucionarios, es decir, a los comunistas; y, a través de una política de bajos salarios, (re)armamento y expansión imperialista, sacar a la economía capitalista del desierto de la Gran Depresión.
El fascismo se reveló como el instrumento por medio del cual la clase alta, asediada por una crisis económica y amenazada por un "contrasistema" socialista, podía volver a esperar lograr lo que había soñado en 1914, a saber, detener e incluso hacer retroceder el proceso de democratización y evitar el cambio revolucionario, y también lograr objetivos imperialistas. En casi todos los países europeos, la clase alta primero apoyó financieramente y de otro tipo a los movimientos fascistas, y luego aprovechó al máximo su control sobre el ejército, la burocracia estatal, etc., para reemplazar los sistemas liberales-democráticos con regímenes fascistas. Comenzó ya en Italia en 1922, pero el mayor triunfo de la clase alta llegaría en 1933 en Alemania, donde Hitler fue izado a la silla del poder para gran satisfacción de banqueros, industriales, terratenientes aristocráticos, generales y prelados católicos y protestantes.
Las élites "occidentales", supuestamente democráticas, aplaudieron estos golpes de Estado fascistas: Churchill, por ejemplo, elogió en voz alta a Mussolini, y el duque de Windsor actuó como animador de Hitler. Hitler, el más despiadado de todos los dictadores fascistas, incluso se convirtió en la "gran esperanza blanca" de la clase alta occidental. Se esperaba que utilizara el poderío militar del Reich para aplastar a la Unión Soviética, fruto de la Revolución Rusa de 1917 y la vaina de semillas percibida de futuras revoluciones en el país y en las colonias. De este modo, lograría el objetivo que ellos mismos habían perseguido en vano por medio de intervenciones armadas en apoyo de los reaccionarios "blancos" contra los revolucionarios "rojos" en la guerra civil rusa de 1918-1919.
En algunos países, sin embargo, los planes "filofascistas" de la clase alta fracasaron, sobre todo en Francia, donde en 1934 fracasó estrepitosamente un golpe de Estado embrionario. Irónicamente, este intento produjo lo contrario de lo que la élite había esperado: la formación de un "frente popular", un gobierno de coalición izquierdista que introdujo un paquete de reformas sociales de gran alcance, incluyendo salarios más altos, la semana laboral de 40 horas, la negociación colectiva, el derecho legal a la huelga y vacaciones pagadas. Este innegable logro democrático fue detestado por los industriales, los banqueros y los empresarios en general, porque implicaba una (modesta) redistribución de la riqueza a favor de la plebe asalariada y se percibía como un presagio de reformas más profundas por venir.
Para entender lo que sucedió después, incluida la "extraña derrota" de Francia en 1940, hay que leer los libros de la historiadora Annie Lacroix-Riz, profesora emérita de la Université Paris Cité. En sus Le choix de la Défaite: les élites françaises dans les années 1930 (2006), y De Munich à Vichy, l'assassinat de la 3e République 1938-1940 (2008), demostró que en mayo-junio de 1940, cuando Alemania atacó en el oeste, los líderes políticos y militares franceses fracasaron deliberadamente en oponer el tipo de resistencia de la que su ejército era ciertamente capaz, haciendo así inevitable la derrota.
Con ello, buscaban alcanzar el objetivo que habían perseguido en vano en 1934, es decir, el advenimiento al poder de un hombre fuerte fascista, o cuasi fascista, como Mussolini, Franco o Hitler. No les gustaba especialmente ser derrotados por el enemigo externo, Alemania, pero esa "extraña derrota", como la llamaría el historiador Marc Bloch en un libro publicado en 1946, les permitió lograr una victoria contra su enemigo interno, el movimiento obrero de izquierda. Ser derrotado por el Reich fascista hizo posible introducir el fascismo de contrabando en Francia por la puerta de atrás, por así decirlo; les permitió sustituir la "Tercera República" francesa, demasiado democrática para su gusto, por una dictadura hecha a medida para defender y promover sus intereses.
Mariscal Pétain
La "Francia de Vichy" que presidía Pétain, con Hitler respirándole en la nuca, era un sistema extremadamente antidemocrático, pero para la clase alta del país era un paraíso, especialmente para los banqueros, los industriales y los "patronat" (le patronat) en general, como ha demostrado Annie Lacroix-Riz en otro libro suyo, Industriels et banquiers sous l'Occupation (2013).
Estaban encantados de que, al igual que en la Alemania de Hitler, se eliminaran los sindicatos y los partidos obreros, se redujeran considerablemente los salarios y se abolieran las reformas sociales introducidas por el Frente Popular. Las ganancias aumentaron, no solo porque se minimizaron los costos de mano de obra: se podían hacer negocios altamente rentables con los señores nazis de Francia, especialmente a medida que la guerra se prolongaba y Hitler ordenaba muchos camiones y tanques a fabricantes franceses como Renault.
Los nazis también compraron muchos productos de lujo franceses, como perfumes y vinos finos, como champán y grands crus de Burdeos y Borgoña, así como coñac. Se produjeron algunos saqueos, por ejemplo, durante los combates de la primavera de 1940, pero el saqueo fue la excepción, mientras que la regla general era que los nazis compraban estos bienes, y a precios inflados. Pagaron con francos extorsionados al régimen colaborador de Pétain con sede en Vichy bajo los términos de la capitulación francesa de junio de 1940. Los impuestos exprimidos a los franceses de a pie por el régimen de Pétain llegaron así a través de los compradores alemanes -las fuerzas armadas, las SS y otras organizaciones del Partido Nazi, comerciantes de vino, etc.- a las carteras de los ricos productores y distribuidores de vinos y perfumes. Esta triste saga ha sido relatada en detalle en el reciente libro (2019) de Christophe Lucand, Hitler's Vineyards: How the French Winemakers Collaborate With the Nazis. El mito de que los esfuerzos de los nazis por saquear los vinos franceses fueron frustrados en su mayoría por viticultores y comerciantes inteligentes y patrióticos, inventado por estos últimos al final de la guerra, fue promovido en un libro publicado en 2001 por dos periodistas estadounidenses, Don y Petie Kladstrup, Wine and War: The French, the Nazis and the Battle for France's Greatest Treasure (2001).
En cuanto a la Iglesia católica, sus prelados franceses se alegraron de que Pétain enterrara a la república anticlerical y resucitara la íntima relación del país con el catolicismo, personificado por Juana de Arco, que había sido víctima de la Revolución de 1789. No es sorprendente que el Papa bendijera a Pétain con el mismo entusiasmo con el que había bendecido a Mussolini, Franco e incluso Hitler.
Por último, pero no menos importante, todos los "pilares" del establishment francés se regocijaron de que la amenaza de la revolución aparentemente se hubiera evaporado para siempre. De hecho, el comunismo, es decir, el socialismo revolucionario, fue castrado internamente cuando el partido comunista fue proscrito. Además, el comunismo también parecía condenado internacionalmente cuando, en junio de 1941, Hitler finalmente lanzó su gran cruzada contra su Meca, la Unión Soviética, una cruzada que había sido esperada con impaciencia y que iba a ser apoyada activamente por la élite francesa.
El régimen de Vichy
El régimen de Vichy benefició a la clase alta, pero fue catastrófico para la clase obrera y para la gente común en general, que tuvo que soportar una caída precipitada del 50% en los salarios entre 1940 y 1945, jornadas laborales más largas, alimentos más pobres, más accidentes industriales y enfermedades como la tuberculosis, y precios más altos. Incluso el vin ordinaire se volvió extremadamente caro, ya que los nazis también hicieron compras masivas de plonk (NdelE. vino barato de calidad inferior) y los proveedores aprovecharon la oportunidad para aumentar los precios.
No es sorprendente que la elección entre la colaboración y la resistencia —o, para el caso, sentarse en la valla, lo que se conoce como "attentisme"— no fuera una cuestión de elección individual, de psicología, sino de clase, de sociología.
No es de extrañar que la clase obrera francesa proporcionara el grueso de la resistencia, porque tenían todas las razones para odiar el sistema de Vichy y sus patrocinadores nazis; los colaboracionistas, por otro lado, eran predominantemente de clase alta, estaban encantados con un sistema que de hecho habían importado al país a través de la "extraña derrota".
Mientras los obreros se unían a la Resistencia, que resultó ser no exclusivamente sino "mayoritariamente obrera y comunista", como subraya Lacroix-Riz, los hombres de negocios y banqueros, los generales del ejército, los altos funcionarios de la policía y de la burocracia estatal, los jueces, los profesores universitarios, los prelados de la Iglesia Católica, etc., demostraron ser leales al mariscal Pétain, benévolos con los alemanes y hostiles con los enemigos de la Alemania nazi. Estos enemigos incluían a los británicos, los soviéticos y todos los matices de la Resistencia, en primer lugar los comunistas, pero también los resistentes no comunistas, conservadores pero patrióticos, como el general De Gaulle, líder de las fuerzas de la "Francia Libre" con base en Gran Bretaña.
Bajo los auspicios de Vichy, la clase alta francesa, cuyos miembros, tanto hombres como mujeres, a menudo se codeaban con oficiales de las SS en Maxim's y otros puntos calientes parisinos, ayudó con entusiasmo a los alemanes a cazar, encarcelar, torturar y ejecutar a los resistentes; también ayudaron a enviar trabajadores franceses a Alemania para que sirvieran como trabajadores esclavos y a deportar a judíos, refugiados españoles antifranquistas y otros "indeseables" a campos de concentración. La Resistencia respondió con sabotajes y asesinatos de sus principales colaboradores y militares alemanes, por lo que los alemanes y/o las autoridades de Vichy a menudo se vengaron terriblemente, por ejemplo, tomando y ejecutando rehenes.
Desde el punto de vista de la clase alta francesa, la humillante derrota de 1940 trajo consigo la subordinación de su país a una potencia extranjera, a un "enemigo externo". Esto puede haber sido desagradable para muchos aristócratas y burgueses miembros de la clase alta, pero fue una molestia menor en comparación con el hecho de que esta derrota significó un triunfo de su clase contra su "enemigo interior", la clase obrera. Gracias a los nazis, la clase alta pudo deshacerse del sistema democrático de la Tercera República y de la amenaza revolucionaria encarnada por los comunistas. El hecho de que la Alemania nazi tuviera ahora el control de toda o la mayor parte de Europa occidental y central no constituía un problema para ellos; Al contrario, fue una bendición. A partir de entonces, la Alemania nazi fue percibida como el ángel guardián de la clase alta en Francia y en toda Europa. Y cuando la poderosa y supuestamente invencible Wehrmacht atacó a la Unión Soviética en junio de 1941, se esperaba confiadamente que su inevitable victoria garantizaría que Alemania gobernaría toda Europa durante un período de tiempo indefinido; bajo los auspicios nazis, la clase alta en Francia y en toda Europa podría así gobernar para siempre sobre una clase baja escarmentada, disciplinada y dócil.
Pero un forro oscuro comenzó a manchar esta nube plateada ya en julio de 1941. Los generales franceses, reunidos en Vichy ese mes, discutieron los informes confidenciales recibidos de sus colegas alemanes sobre la situación en el frente oriental, donde el avance alemán iba bien, pero no tan bien como se esperaba; llegaron a la conclusión de que era poco probable que Alemania derrotara al Ejército Rojo y que, con toda probabilidad, terminaría perdiendo la guerra. El gran revés sufrido por la Wehrmacht a principios de diciembre de 1941 frente a Moscú por un poderoso contraataque del Ejército Rojo, junto con la entrada en la guerra de los Estados Unidos, hizo que aún más conocedores en Francia (y en otros lugares) dudaran de que Alemania aún pudiera ganar la guerra. Después de los desembarcos británico-estadounidenses en el norte de África francesa en noviembre de 1942 y, en particular, después de la aplastante derrota alemana en Stalingrado en el invierno de 1942-1943, casi todos los franceses sabían que la Alemania nazi estaba condenada. Eso también significaba que la Unión Soviética estaba a punto de emerger de la guerra como la gran vencedora, probablemente ejerciendo un prestigio e influencia sin precedentes en toda Europa y, según los horribile dictu, en las colonias, donde su logro electrizó los movimientos independentistas. En lo que respecta a Francia, significaba que la clase alta del país quedaría huérfana de su tutor alemán; que el conflicto de clases reflejado por la dicotomía colaboración-resistencia terminaría con un triunfo de los resistentes; que los vencedores cobrarían una terrible venganza por los crímenes de los colaboracionistas; y que el gobierno de la clase alta se derrumbaría en un resplandor de socializaciones y otros cambios revolucionarios.
A excepción de un núcleo duro de fascistas franceses fanáticos que iban a permanecer leales a Pétain y Hitler hasta el final, y subordinados que seguían sin saber que "los tiempos estaban cambiando", la clase alta francesa se puso discretamente a trabajar para evitar este escenario aterrador. Banqueros, industriales, generales, policías de alto rango y burócratas como prefectos y gobernadores coloniales, jueces, profesores universitarios y otros patricios de los sectores público y privado que habían estado directa o indirectamente involucrados en la traición de 1940 y en las políticas asesinas del régimen de Vichy y los nazis, y que se habían beneficiado de la colaboración, comenzaron discretamente a distanciarse de sus amos nazis. Se prepararon para lo que se perfilaba cada vez más como la única alternativa a un futuro soviético para Francia, a saber, la subordinación de la nación a los Estados Unidos. Esperaban que la ocupación alemana de Francia fuera seguida por una ocupación por parte de los estadounidenses, de quienes podían esperar la salvación; y esta expectativa no era infundada (Lacroix-Riz).
La élite política, económica y militar de Estados Unidos no tenía nada en contra del fascismo, ni siquiera en contra de su variante alemana, el nazismo. Después de todo, el antisemitismo hitleriano y el racismo en general no se percibían como particularmente objetables en un país donde la "supremacía blanca" estaba viva y coleando. Además, el nazismo y todos los demás matices del fascismo eran enemigos mortales del enemigo número uno de la élite estadounidense, a saber, el comunismo.
Washington, que había preparado planes para la guerra contra Japón, pero no contra Alemania, se había "metido" involuntariamente en la guerra contra Alemania. Lo había hecho después del ataque japonés a Pearl Harbor, al que siguió una declaración de guerra totalmente inesperada a Estados Unidos por parte de Hitler. Unos días antes de Pearl Harbor, el día en que los soviéticos lanzaron una contraofensiva frente a Moscú, Hitler había sido informado por sus propios generales de que ya no podía esperar ganar la guerra. Al declarar gratuitamente la guerra a los Estados Unidos, esperaba, en vano como resultó, atraer a los japoneses para que declararan la guerra a la Unión Soviética, lo que podría haber revivido la perspectiva de una victoria alemana en la "Guerra del Este". Tokio no mordió el anzuelo, pero el resultado fue que, sin duda para sorpresa e incluso conmoción de sus líderes políticos y militares, Estados Unidos era ahora formalmente un enemigo de Alemania y un aliado de la Unión Soviética.
La alianza con los soviéticos se basaba únicamente en enfrentarse a un enemigo común y, por lo tanto, era poco probable que sobreviviera a la derrota de ese enemigo, después de lo cual era probable que Washington reanudara su postura hostil frente a los soviéticos. Incluso mientras luchaban contra los nazis y otros regímenes fascistas, como la Italia de Mussolini, los líderes estadounidenses buscaron formas de limitar cualquier ventaja que la Unión Soviética pudiera obtener al ser el principal contribuyente al triunfo común. Esta estrategia implicaba dejar que el Ejército Rojo hiciera la mayor parte de la lucha y sufriera la mayor parte de los sacrificios necesarios para derrotar al poderoso gigante nazi. Se esperaba que, al final de la guerra, la Unión Soviética resultara demasiado débil para impedir que Estados Unidos estableciera su hegemonía en los países liberados de Europa y en la Alemania derrotada. Y bajo los auspicios de Estados Unidos estaría estrictamente prohibido que la población produjera cambios radicales, y ciertamente revolucionarios, incluso cuando tales cambios fueran deseados por movimientos de resistencia que gozaban de un amplio apoyo popular, como en el caso de Francia.
El papel de los bancos y corporaciones estadounidenses
Washington estaba decidido a salvar un sistema capitalista que, en Europa, había sido completamente desacreditado por la Gran Depresión de la década de 1930 y por su íntima asociación con la Alemania nazi y regímenes colaboradores como Vichy.
Salvar el orden capitalista establecido en general, y salvar a los grandes bancos y corporaciones que resultaron ser las estrellas del universo capitalista, era aún más importante en las mentes de los líderes estadounidenses, ya que los propios bancos y corporaciones de Estados Unidos tenían muchas sucursales y otras inversiones, así como asociaciones lucrativas en la Alemania nazi y los países ocupados.
Entre estos últimos se encontraba Francia, donde las filiales de bancos y corporaciones estadounidenses, como la sucursal de Ford, florecieron gracias a la colaboración con los nazis. Estas empresas, que se habían involucrado con entusiasmo en una colaboración rentable y a veces criminal, eran extremadamente propensas a ser víctimas de socializaciones en caso de que la liberación del dominio nazi y de Vichy pudiera desencadenar cambios revolucionarios. Esto habría sido una catástrofe para los propietarios, gerentes y accionistas de Estados Unidos, que resultaron ser extremadamente influyentes en Washington.
Después de Pearl Harbor, los líderes estadounidenses se opusieron oficialmente al fascismo alemán y a todas las demás formas de fascismo, y se aliaron con el comunismo soviético. Pero detrás de esta fachada antifascista seguían siendo hostiles a los soviéticos y a los comunistas en general, incluidos los innumerables comunistas activos en los movimientos de la Resistencia, y extremadamente indulgentes con los fascistas, anticomunistas como ellos.
Los estadounidenses también trabajaron duro, discreta o abiertamente, para salvar el pellejo de las élites europeas que habían apoyado a los movimientos fascistas, llevado a los fascistas al poder en Alemania y en otros lugares, se habían beneficiado de sus políticas socialmente regresivas y guerras de conquista y, con demasiada frecuencia, los habían ayudado a cometer crímenes terribles, o habían mirado hacia otro lado cuando se cometían estos crímenes.
En este contexto podemos entender por qué Washington consideraba legítimo al gobierno colaboracionista de Vichy y mantenía relaciones diplomáticas con él; sólo fueron terminados (por Vichy) en enero de 1943, después de los desembarcos aliados en el norte de África de noviembre del año anterior. Las autoridades estadounidenses, incluido el presidente Roosevelt, esperaban que el propio Pétain o alguna otra personalidad de Vichy no excesivamente desacreditada por la colaboración -como Weygand o Darlan- permaneciera en el poder después de la liberación, posiblemente después de una purga de sus elementos proalemanes más rabiosos y la aplicación de un barniz democrático a un sistema de Vichy que funcionaba esencialmente como la superestructura política del sistema socioeconómico capitalista de Francia.
También podemos entender cómo, a la inversa, un número cada vez mayor de colaboradores de Vichy se mostraron ansiosos por cambiar el carro alemán por el estadounidense. Una ocupación estadounidense de Francia evitaría los "desórdenes", es decir, el tipo de cambios revolucionarios planeados por la Resistencia, haría posible que sus pecados pronazis fueran perdonados y olvidados, y les permitiría seguir disfrutando de su poder y privilegios, no sólo de los que habían disfrutado tradicionalmente, sino también de muchos, si no la mayoría, de los que les había otorgado Vichy.
Bajo los auspicios de los nuevos amos americanos, Francia sería un "Vichy sin Vichy". Los contactos entre las dos partes interesadas en un "futuro americano" para Francia se establecieron discretamente a través del Vaticano, así como de los consulados estadounidenses en Argelia y otras colonias francesas en África, en la España de Franco y en Suiza. La capital suiza, Berna, sirvió como nido de cuervos desde donde Allen Dulles, agente del servicio secreto estadounidense OSS, precursor de la CIA, observó los acontecimientos en países ocupados como Francia y Alemania. Dulles, un antiguo abogado neoyorquino con muchos clientes y otras conexiones en la Alemania nazi, estaba en contacto con miembros civiles y militares conservadores de la clase alta filofascista del Reich, es decir, los banqueros, los grandes empresarios, los generales, etc., que habían llevado a Hitler al poder en 1933. Lo habían hecho, en un contexto de crisis económica y de lo que parecía ser una amenaza revolucionaria, para salvar el orden socioeconómico establecido en el Reich, que era -y seguiría siendo- un orden capitalista, y se habían beneficiado generosamente de la eliminación de los partidos y sindicatos de la clase obrera por parte de Hitler. políticas sociales regresivas, programas de armamento, guerras de agresión y crímenes variados, incluyendo el expolio de los judíos de Alemania. Al igual que sus homólogos en Francia, estas personas también esperaban que el Tío Sam interviniera para salvarlos a ellos y al sistema capitalista de perecer después de una ineluctable victoria soviética. (NdelE. VER el artículo: John McCoy el libertador de los asesinos de despacho nazis)
La Alemania nazi era una Alemania capitalista, la Francia de Vichy era una Francia capitalista.
Estados Unidos, el más capitalista de todos los países capitalistas, estaba decidido a salvar al capitalismo en ambos países. Vichy también representaba la colaboración, que era despreciada por la mayoría de los franceses, pero los estadounidenses estaban dispuestos a perdonar los pecados de todos, excepto de los colaboradores más desacreditados. La Resistencia era una olla de pescado diferente. Debido a su carácter mayoritariamente obrero y al ascenso comunista dentro del movimiento, la Resistencia se asoció con cambios radicales e incluso revolucionarios, como las socializaciones, y por lo tanto con el anticapitalismo. (Las reformas planeadas por la Resistencia fueron codificadas en la "Carta de la Resistencia" de marzo de 1944; pedía "la introducción de una verdadera democracia económica y social, que implique la expropiación de las grandes organizaciones económicas y financieras" y "la socialización (le retour à la Nation) de los medios de producción (más importantes), como las fuentes de energía y la riqueza mineral, y de las compañías de seguros y los grandes bancos"). ("1944: Charte du Conseil National de la Résistance") Por esta razón, las autoridades estadounidenses odiaban a la Resistencia casi tanto como a Vichy.
Charles de Gaulle
Por supuesto, también existía una Resistencia no radical. Fue personificado por un general conservador, Charles de Gaulle, jefe de la "Francia Libre" y con sede en Inglaterra, pero debido a su patriotismo también disfrutó de considerable prestigio e influencia en los círculos de la Resistencia dentro de Francia. Pero los estadounidenses detestaban a De Gaulle. Compartían la opinión de Vichy de que el general era una fachada para los comunistas, una especie de Kerensky que, si alguna vez llegaba al poder, simplemente allanaría el camino para una toma del poder "bolchevique".
En Francia, las autoridades de ocupación alemanas eran muy conscientes de que las ratas estaban abandonando el barco de Vichy. Con la excepción de los más fanáticos entre ellos, demostraron ser indulgentes porque sabían que en el propio Reich se estaban haciendo preparativos para un "futuro americano" y que no sólo los principales banqueros, industriales, burócratas y generales, sino incluso los peces gordos del Partido Nazi, incluidas las SS y la Gestapo, estaban en contacto con estadounidenses simpatizantes como Dulles. En la propia Alemania, a los miembros destacados de la clase alta que habían estado íntimamente involucrados con el partido nazi, como el banquero Hjalmar Schacht, incluso se les permitía transformarse en "resistentes" al ser encerrados en campos de concentración como Dachau, donde eran alojados en habitaciones separadas y cómodas y bien tratados. De manera similar, las autoridades alemanas en Francia tuvieron la amabilidad de arrestar a numerosos colaboradores de alto perfil y deportarlos al Reich. Allí esperaron el final de la guerra, instalados en la comodidad de un "centro de detención" VIP, por ejemplo, un hotel a orillas del Rin o en los Alpes bávaros. Agitando tal "certificado de Resistencia", podrían disfrazarse de héroes patrióticos a su regreso a Francia en 1945.
Cuando la clase alta francesa traicionó a la nación en 1940 para instalar un régimen fascista bajo los auspicios nazi-alemanes, "un líder francés aceptable para el señor alemán" ya estaba esperando entre bastidores, a saber, Pétain. Seleccionar un líder para la Francia que pronto sería liberada, aceptable para el nuevo amo estadounidense de la nación, resultó ser menos fácil. Como ya se ha mencionado, Charles de Gaulle, en retrospectiva el candidato más obvio para el puesto, no cumplía con los criterios porque se sospechaba que era una fachada de los comunistas. No fue hasta el 23 de octubre de 1944, es decir, varios meses después del desembarco en Normandía y del comienzo de la liberación del país, que De Gaulle fue reconocido oficialmente por Washington como jefe del gobierno provisional de la República Francesa.
Esto había sido posible gracias a tres factores. En primer lugar, los estadounidenses finalmente se dieron cuenta de que el pueblo francés no toleraría que, después de la partida de los alemanes, el sistema de Vichy se mantuviera de ninguna manera. Por el contrario, habían llegado a comprender que De Gaulle era popular y gozaba del apoyo de un segmento considerable de la Resistencia. Por lo tanto, lo necesitaban para "neutralizar a los comunistas al final de las hostilidades". En segundo lugar, De Gaulle apaciguó a Roosevelt comprometiéndose a seguir un curso político "normal" que de ninguna manera amenazaría el "statu quo económico". Para subrayar e incluso garantizar su compromiso, innumerables colaboradores "reciclados" de Vichy que gozaban de los favores de los estadounidenses se integraron en su movimiento de la Francia Libre e incluso se les dieron puestos de liderazgo. (Esto no pasó desapercibido para los soviéticos, y Stalin expresó su preocupación de que De Gaulle estuviera siendo "rodeado de desertores de Vichy"). En tercer lugar, el jefe de la Francia Libre, que antes había coqueteado con Moscú, se distanció de la Unión Soviética, aunque nunca lo suficiente como para satisfacer a Washington. Este movimiento también constituyó una respuesta a la sombría visión de los soviéticos sobre la contribución militar de la Francia Libre a la lucha común contra Hitler, su falta de voluntad para admitir a Francia en el círculo de los vencedores, los "Tres Grandes", y su falta de apoyo a la restauración planificada por De Gaulle del imperio colonial francés, especialmente Indochina (Magadeev).
El gaullismo se hizo así respetable y el propio De Gaulle se transformó en "un líder de derechas", aceptable tanto para la clase alta francesa como para los estadounidenses, sucesores de los alemanes como "protectores" de los intereses de esa élite.
Estas empresas hicieron posible que el general fuera ungido por los americanos, aunque muy tardíamente y sin ningún entusiasmo. En el momento del desembarco en Normandía, aún no estaban preparados para hacerlo y estaban preparados para administrar ellos mismos la Francia liberada. Pero las cosas cambiaron cuando, a finales de agosto de 1944, París estaba a punto de ser liberada y surgió la posibilidad de que en la capital francesa la Resistencia, dominada por los comunistas, formara gobierno. De repente, los estadounidenses consideraron necesario apresurar a De Gaulle a la escena para presentarlo como el salvador que la Francia patriótica había estado esperando durante cuatro largos años. Hicieron posible que se pavoneara triunfalmente por los Campos Elíseos, mientras obligaban a los líderes locales de la Resistencia a seguirlo a una distancia respetuosa, pareciendo extras sin importancia.
Probablemente fue en ese momento cuando Washington se dio cuenta de que un gobierno liderado por De Gaulle era la única alternativa a un gobierno controlado por la Resistencia no gaullista, dominada por los comunistas y de izquierda, un gobierno que probablemente introduciría el tipo de reformas radicales que los líderes estadounidenses, incluido el presidente Roosevelt, equipararon con una "revolución roja". El 23 de octubre de 1944, Washington finalmente reconoció oficialmente a De Gaulle como líder del gobierno provisional de la Francia liberada.
Bajo los auspicios de De Gaulle, Francia reemplazó el sistema de Vichy con una nueva superestructura política democrática, la "Cuarta República". (Ese sistema iba a dar paso a un sistema presidencial más autoritario, al estilo estadounidense, la "Quinta República", en 1958). La clase obrera, que tanto había sufrido bajo el régimen de Vichy, recibió un paquete de beneficios que incluía salarios más altos, vacaciones pagadas, seguro de salud y desempleo, generosos planes de pensiones y otros servicios sociales; en resumen, una especie de "estado de bienestar", modesto en muchos sentidos, pero un verdadero "paraíso de los trabajadores" en comparación con el sistema capitalista desenfrenado de los Estados Unidos, desprovisto incluso de los servicios sociales más elementales. La introducción de estos beneficios también pretendía retener la lealtad de los franceses comunes frente a la competencia de posguerra con la Unión Soviética, el país al que la mayoría de los franceses atribuyeron haber derrotado a la Alemania nazi y que muchos admiraban por sus logros en nombre de la clase trabajadora.
Todas estas medidas se beneficiaron del apoyo generalizado de los plebeyos asalariados, pero, debido a que apenas favorecían la acumulación de capital, fueron resentidas por la clase alta, y especialmente por el patronato, los empleadores, que tuvieron que ayudar a subsidiar este "asistencialismo". Por otro lado, la élite gobernante apreció que estas reformas apaciguaran a la clase obrera, quitando así el viento de las velas revolucionarias a los comunistas, a pesar de que estos últimos se encontraban en la cima de su prestigio debido a su papel dirigente dentro de la Resistencia y su asociación con la Unión Soviética, entonces todavía ampliamente acreditada en Francia como la vencedora de la Alemania nazi. Por otra parte, para evitar conflictos con sus aliados estadounidenses y británicos, Moscú había dado instrucciones al Partido Comunista Francés ya en marzo de 1944 para que no se preparara para la acción revolucionaria.
Las mujeres y los hombres de la Resistencia fueron oficialmente elevados a la categoría de héroes, ya que se erigieron monumentos y se nombraron calles en su honor. Por el contrario, los colaboradores fueron oficialmente "purgados" y sus representantes más infames fueron castigados; algunos de ellos, por ejemplo el siniestro Pierre Laval, incluso recibieron la pena de muerte, y los principales colaboradores económicos, como el fabricante de automóviles Renault, fueron nacionalizados. Pero con su gobierno provisional lleno de vichyitas reciclados y el Tío Sam mirando por encima del hombro, De Gaulle se aseguró de que solo se purgara a los peces gordos más destacados del régimen de Vichy, como demuestra Annie Lacroix-Riz en su libro.
Muchos, si no la mayoría, de los bancos y corporaciones colaboracionistas debieron su salvación a una conexión estadounidense, por ejemplo, la subsidiaria francesa de Ford. Las sentencias de muerte fueron conmutadas con frecuencia, y los funcionarios de ocupación nazis (como Klaus Barbie) y los colaboradores que habían cometido crímenes graves fueron sacados del país a una nueva vida en América del Sur o incluso del Norte por los nuevos señores estadounidenses de Francia, que apreciaban el celo anticomunista de estos hombres. Innumerables colaboradores se libraron porque lograron producir "certificados de resistencia" falsos o desarrollaron repentinamente enfermedades que hicieron que sus procesos se pospusieran y finalmente se abandonaran. Los funcionarios locales culpables de trabajar con y para los alemanes escaparon a las represalias al ser trasladados a una ciudad donde se desconocía su pasado colaboracionista, por ejemplo, de Burdeos a Dijon. Y la mayoría de los que fueron declarados culpables recibieron sólo un castigo muy leve, un simple tirón de orejas. Todo esto fue posible porque el gobierno de De Gaulle, y su Ministerio de Justicia en particular, estaban repletos de antiguos vichyitas impenitentes; como era de esperar, eran lo que Lacroix-Riz llama "un club de apasionados opositores a una purga" (un club d'anti-épurateurs passionnés).
Mientras que la clase alta francesa tuvo que soportar de nuevo, como antes de 1940, los inconvenientes de un sistema parlamentario democrático en el que se permitía a los plebeyos hacer alguna aportación, se las arregló para mantener firmemente el control de los centros de poder no electos del Estado francés de la posguerra, como el ejército, el poder judicial y los altos rangos de la burocracia y la policía, centros que siempre había monopolizado. Los generales de Vichy, por ejemplo, en su mayoría conocidos por haber sido enemigos de la Resistencia que se habían convertido convenientemente al gaullismo, habían conservado el control sobre las fuerzas armadas, y un sinnúmero de funcionarios que habían sido diligentes servidores de Pétain o de las autoridades de ocupación alemanas permanecieron en el cargo y pudieron seguir carreras prestigiosas y beneficiarse de ascensos y honores. Annie Lacroix-Riz concluye que el supuesto "Estado respetuoso de la ley" (État de droit) de De Gaulle "saboteó la purga de los funcionarios (colaboracionistas) de alto rango, por lo tanto... permitiendo la supervivencia de una hegemonía de Vichy sobre el sistema judicial francés" y, se podría añadir, la supervivencia de un sistema al estilo de Vichy en general.
En 1944-1945, la clase alta francesa no expió sus pecados colaboracionistas, y tuvo suerte de que la amenaza revolucionaria a su orden socioeconómico capitalista, encarnada por la Resistencia, pudiera ser exorcizada mediante la introducción de un sistema de seguridad social. El amargo conflicto de clases entre patricios y plebeyos de Francia durante la guerra, reflejado en la dicotomía colaboración-resistencia, no terminó realmente, sino que simplemente produjo una tregua. Y esa tregua fue esencialmente "gaullista", ya que se concluyó bajo los auspicios de una personalidad que era lo suficientemente conservadora para el gusto de la clase alta francesa y sus nuevos "tutores" estadounidenses, pero cuyo patriotismo intachable le granjeó el cariño de la Resistencia y su electorado.
De Gaulle colaboró con Washington para impedir las reformas radicales que la Resistencia había planeado y que muchos, si no la mayoría de los franceses, esperaban y habrían acogido con beneplácito.
Después de la guerra, sin embargo, demostró no ser un vasallo tan dócil en el contexto de la Pax Americana que Estados Unidos impuso a la Europa Occidental "liberada" como, por ejemplo, Konrad Adenauer en Alemania y los líderes de posguerra de Italia, Bélgica, etc. Se negó, por ejemplo, a permitir que las fuerzas armadas estadounidenses se instalaran indefinidamente en suelo francés, como lo hicieron en Alemania, Italia y los Países Bajos. Es por esa razón que es muy probable que la CIA haya orquestado algunos de los golpes de Estado e intentos de asesinato dirigidos contra el régimen y/o la persona del recalcitrante presidente francés (Blum).
Después de la muerte de De Gaulle y, lo que es más importante, del colapso de la Unión Soviética, la clase alta francesa dejó de ver la necesidad de mantener el sistema de servicios sociales que sólo había adoptado a regañadientes, y que funcionaba como un molesto impedimento para la acumulación de capital.
La tarea de desmantelar el "Estado de bienestar" francés, emprendida bajo los auspicios de presidentes pro-estadounidenses como Sarkozy y ahora Macron, se vio facilitada por la adopción de facto por parte de la Unión Europea del neoliberalismo, una ideología que abogaba por un retorno al capitalismo de laissez-faire a la à l’américaine sin trabas.
La lucha de clases que había enfrentado a la colaboración con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial se reinició así, como se refleja en las manifestaciones semanales de los "chalecos amarillos".
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