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11 abril 2019

Historia de un mal sueño: fascismo y cultura





I parte

La versión nazi sobre el arte
("arte degenerado" - Entartete Kunst)

por Tito Andino U.



Un tal Adolf Hitler dijo alguna vez estas palabras refiriéndose al arte moderno:

Lo que están viendo son los productos enfermos de la locura, la impertinencia y la falta de talento. Necesitaría varios trenes de carga para limpiar nuestras galerías de esta basura. 

El expolio de la producción artística, sobre todo del modernismo en sus diferentes estilos no era ilegal en la Alemania nazi, eso ha servido de argumento para la defensa de muchos marchantes de arte, incluso la "arianización" de la propiedad judía mediante una ley dictada en 1938 facilitó la confiscación de obras propiedad de los museos alemanes, ya podemos imaginarnos las dimensiones que tomó el asunto con las colecciones privadas. De manera increíble esa ley permanece vigente, no ha sido derogada por las autoridades de la Alemania Federal. 

Paradójicamente, en agosto de 2016 Alemania dictaba una nueva ley contra el comercio del arte robado, protegiendo los bienes culturales, esa ley es aplicable solo en el mercado artístico alemán, pero, no os emocionéis, la ley refiere exclusivamente al comercio ilegal del patrimonio cultural arqueológico proveniente de zonas de conflicto en Oriente Medio. 

No se si llamar hipocresía o quizá deba utilizar otro término, durante demasiado tiempo Alemania viene reafirmando los acuerdos para esclarecer el robo de obras de arte en la era nazi, siempre se habla de "obligación histórica y moral" con las víctimas y sus descendientes, invocándose, una y otra vez los famosos "Principios de Washington" de 1998 que busca restituir el arte robado por los nazis, al ser un compromiso internacional.

"Dada la legislación alemana, los herederos de los dueños judíos originales dependen de la buena voluntad de los coleccionistas privados. Mientras que los museos están limitados por los Principios de Washington —que son de carácter internacional y obligan a instituciones públicas a llegar a acuerdos “justos y equitativos” con los herederos si llegaran a encontrar en su posesión algún objeto saqueado por los nazis—, dichos principios no son aplicables a colecciones empresariales o a individuos, y la ley protege a los actuales dueños de arte robado con un estatuto de limitaciones y otras defensas", señala un excelente artículo del New York Times (ver nota a pie de página).


El gran teatro mundial, obra de Max Beckmann, "arte degenerado" según el nazismo.


En 2013 tuvo lugar el casual hallazgo de más de 1.500 obras de conocidos artistas en poder del anciano alemán Cornelius Gurlitt, aquellas pinturas resultaron ser obras expoliadas por los nazis hace más de 80 años; las investigaciones concluyeron que una buena parte de ellas pertenecían a museos alemanes incautados por una ley nazi dictada en 1938. También resultó que el anciano Gurlitt era hijo de Hilderbrand Gurlitt, un marchante de arte afín al nazismo, que como otros marchantes buscaba y confiscaba "arte degenerado" sobre todo a familias judías. Una gran parte eran vendidas fuera de Alemania y las divisas iban a las arcas del Reich (no siempre). Como vemos el "arte degenerado" no fue impedimento para que un buen número de obras fueran vendidas preferentemente en el extranjero. Otras terminarían en la hoguera.

Pero, esta no es la historia de Cornelius ni Hilderbrand Gurlitt, estas líneas de introducción son una muestra de un clandestino e inmenso comercio, aparentemente legal, practicado durante el régimen hitleriano. 

Existen excelentes libros en el mercado referentes a la historia del "Entartete Kunst" (arte degenerado). En la corta existencia del 'Nuevo Orden Germánico' predominó el llamado "arte heroico", desechándose el arte moderno que fue prohibido en el territorio del Reich por "no alemán" e "influido" por el judeo-bolchevismo (es decir "arte judío" o  "arte comunista"). Casi todo lo que hoy se considera arte moderno fue difamado, los artistas sometidos a la forzada burla ciudadana influenciada por la propaganda del régimen. Los "artistas degenerados" fueron denunciados, perdieron capacidad para producir, exponer o vender sus obras, incluso privados de la docencia.

Según los nazis, "el 'arte heroico' simbolizaba el arte puro, la liberación de la deformación y de la corrupción, mientras que los modelos modernos desviaban de la norma prescrita por el canon de belleza clásica. Los artistas "puros" producían "arte puro", y los artistas modernos, "inferiores o degenerados", producían "obras degeneradas" (cita tomada de la Wikipedia).

Los estilos del arte moderno vetados por "degenerados", según el nazismo, es decir, todo lo que Hitler no alcanzaba a comprender, o que haya sido realizado por un judío o, que vaya en contra de los principios del Partido (y del Estado) debían ser retirados de las exhibiciones públicas. Esos estilos fueron los siguientes: Expresionismo, Surrealismo, Impresionismo, Cubismo, Dadaísmo, Fovismo. Entre los principales artistas alemanes "degenerados" contamos a: 

Ernst Barlach (expresionismo); Otto Baum (escultura abstracta); Hans Bellmer (surrealista); Max Beckmann (cubismo expresionimo); Lovis Corinth (impresionismo); Otto Dix (expresionismo); Max Ernst (dadaísmo surrealismo); George Grosz (expresionista); Eugen Hoffmann (escultor); Ernst Ludwig Kirchner (expresionismo); Emil Nolde (expresionismo); Max Pechstein (expresionismo); Edwin Scharff (escultor); Karl Schmidt-Rottluff (expresionismo); etc, etc. Una amplia lista de  artistas extranjeros también enrolaban la lista, como Wassily Kandinsky (expresionismo abstracto); Edvard Munch (expresionismo); Gustave Courbet (realismo); Paul Klee (surrealismo expresionismo abstracto); Oskar Kokoschka (expresionismo); Henri Matisse (impresionismo expresionismo fovismo) Pablo Picasso (cubismo); Pierre-Auguste Renoir (impresionismo); Claude Monet (impresionismo modernismo realismo).





En las exposiciones colgaban "los cuadros torcidos, se pintaron las paredes con insultos a las obras y a los artistas, y consiguieron que este tipo de arte pareciera extraño y ridículo, un espectáculo circense de freak show para que las obras parecieran baratijas degeneradas a los ojos del pueblo alemán. Una de las salas mostraba las pinturas abstractas, una espina clavada para Hitler, y se denominó «la sala de la locura»" (cita de Miguel Calvo Santos)

La historia nos recuerda que el 19 de julio de 1937 en la Haus der Kunst de Munich se inició la exposición "Entartete Kunst" (Arte Degenerado) al más puro estilo propagandístico nazi cuyo objetivo era ridiculizar el arte moderno, la exhibición no se centró solo en Munich, también recorrió ciudades alemanas y austríacas. Las obras, más de 600 cuadros, dibujos y esculturas provenían de las confiscaciones ordenadas directamente por Hitler (la mayoría de los museos alemanes), destacaban los trabajos de Vasili Kandinsky, Paul Klee, Nolde, Kirchner, etc. Se estima en alrededor de 20.000 obras las incautadas por el régimen que corresponden a más de mil artistas. La actual colección del MoMA, posee varias obras provenientes de la exposición nazi (MoMA -Museum of Modern Art- New York, exhibe casi 200.000 obras de arte moderno y contemporáneo, gran parte de ese material puede revisarse en línea).


Obra del escultor favorito de Hitler, Arno Breker denominada “Disponibilidad”, la mano empuña la espada mientras el guerrero, de facciones atléticas, dirige a lo lejos su mirada intrépida.


En contrapartida al "arte degenerado" se impulsó el arte y cultura germánico, es decir, el supuesto "arte heroico", de corte tradicionalista en la escultura y pintura, la intención era exaltar los principios del nazismo de la "sangre y tierra", la "pureza racial" y la belleza física, acompañados por la vieja herencia prusiana del militarismo y la obediencia a la autoridad. Otros géneros artísticos como el cine y la música también fueron sometidos a la censura oficial, prohibiéndose entre otros ritmos el jazz (por ser música de negros, según la jerarquía nazi).


Rescatando la Lista nazi de "Arte degenerado"

Los nazis documentaron meticulosamente la expropiación del "arte degenerado". La lista completa desapareció tras la guerra mundial durante mucho tiempo. El periódico alemán Taz lo hizo público después de que en 1997 fuera encontrada en una finca entregada al "London Victoria and Albert Museum". Un experto de Berlín identificó la lista como genuina. Solo después del escándalo de Gurlitt en noviembre del 2013, el museo hizo una copia del directorio accesible al público en línea.



Imagen del Victoria & Albert Museum publicada en el diario alemán Taz.  


La foto de arriba es solo un extracto de la lista de abreviaturas de la lista que publicó el diario aleman Taz, en este documento se anotó todas las expropiaciones de "arte degenerado". La lista de abreviaturas está en la página cinco y comienza con:

A = acuarela, 
B = inventario en la revista del Reich Ministerio de Iluminación Popular y Propaganda. 
Termina con V = venta, 
X = aniquilación. 

Son 482 páginas con letras precisas de máquinas de escribir. Es el registro burocrático de un crimen ordenado por el estado: Cerca de 20.000 obras de arte confiscadas por los nazis entre 1937 y 1938 de los museos alemanes. Pero el documento es muy difícil de interpretar ya que solo contiene apellidos, de artistas y comerciantes, algunos datos no llevan a ninguna parte y no todas las obras fueron listadas. Por ejemplo se describe un "Cartón con dibujos" bajo el número 253, antes del nombre: Lasker-Schüler.

Esta lista estaba a cargo del historiador de arte, Dr. Rolf Hetsch, del Departamento de Bellas Artes, él por órdenes superiores anotaba el nombre de los artistas, títulos de obras, técnicas de pintura y el nombre del minorista a quien se entregaba los cuadros. A veces se  agregaban letras o números a mano. Al final de cada línea está el precio de venta: $ 200 por un Kandinsky en aceite, cuarenta francos suizos por un gráfico de Otto Dix, el comerciante en ambas ocasiones fue el Dr. Gurlitt.

Respecto a los artistas degenerados, les prohíbo someter al pueblo a sus «experiencias». Si de verdad ven los campos azules están dementes y deberían estar en un manicomio. Si solo fingen que los ven azules son criminales y deberían ir a prisión. Purgaré a la nación de su influencia y no permitiré que nadie participe en su corrupción. El día del castigo está por venir.  A.H.

Curiosidades de la historia, Hitler -artista fracasado al ser rechazado por la Academia de Bellas Artes de Viena- apreciaba realmente el arte, lo que se reflejaba en su personalidad al vincular "el discurso estético con el político, pero sus tendencias preferían el neoclasicismo germánico y odiaba sobre todas las cosas el arte moderno". Una anécdota que nos recuerda Miguel Calvo Santos refiere a la admiración que sentía Goebbles por el pintor Emil Nolde, para lamento del ministro de "la iluminación del pueblo y la propaganda", la obra del artista fue catalogada y formó parte de la exposición "Entartate Kunst". Hitler no dudó en acusar al doctor Goebbles "de pasarse al lado oscuro", como buen sirviente de su amo, el pequeño ministro cambió sus gustos artísticos y polémica zanjada.



Catálogo del 'Entartete Kunst'

Hasta aquí solo parece ser un mal sueño de los tiempos del nazismo, la destrucción del arte en aras de la supremacía de una ideología. El odio de Hitler al modernismo se reflejó en su orden de destrucción de todo aquel trabajo que según él no tenía valor artístico ni cultural, al igual que la quema de libros de 1933, en 1939 ardieron en grandes pilas de fuego cientos de cuadros. 

Mas, la historia nos demuestra que los nazis (o al menos muchos de ellos) no eran tan descerebrados para destruirlas en su totalidad, sabiendo que podrían llegar a costar mucho dinero, había que prever el futuro, muchas pinturas fueron cuidadosamente escondidas por gente como Alfred Rosenberg, Goering, Speer y los marchantes, las órdenes de Hitler no se cumplieron al 100%. Es cierto que los marchantes vendieron y subastaron para beneficio económico del Reich muchas pinturas, pero la gran verdad es que la mayoría de esas obras sobrevivió a la guerra y hoy se mueven en los mercados de subastas. Hemos señalado que la incautación de obras bordea las 20.000 de autoría de algo más de 1.000 artistas que provenían tanto de colecciones particulares como de museos y casas de exposiciones. Cuántas fueron a la hoguera y cuántas han sobrevivido más de ochenta años? Imposible saberlo. 

La siguiente ponencia de José Carlos Mainer no habla expresamente de arte robado, es una magnífica síntesis del libro de Benjamin G. Martin "The Nazi-Fascist New Order for European Culture" (2016) sobre la vida y cultura en los régimenes nazi-fascista de Alemania e Italia (principalmente). Otro gran aporte a la comprensión de aquel fenómeno que asoló Europa y el mundo entre 1920 y 1945.

Buena lectura


***

II parte

Para la historia de un mal sueño: 
fascismo y cultura

Obras nazis confiscadas. Castillo de Niederschönhausen (foto del artículo original)


por José-Carlos Mainer
Revista de Libros


Sobre el autor: José-Carlos Mainer es catedrático emérito de Literatura en la Universidad de Zaragoza. Sus últimos libros son La isla de los 202 libros (2008), Modernidad y nacionalismo, 1900-1930 (2010), Galería de retratos (2010), Pío Baroja (2012), Falange y literatura (2013) e Historia mínima de la literatura española (2014).

* Las fotos que acompañan a este ensayo corresponden al editor de este blog, salvo las que se enuncian expresamente ser parte del original (dos). 



1918-1940: a la espera de un orden

"The Nazi-Fascist New Order for European Culture" de Benjamin G. Martin. Al comienzo de este interesante, meticuloso y también inquietante libro, Benjamin G. Martin nos recuerda una reunión secreta de oficiales de la Wehrmacht en la que un cercano colaborador de Joseph Goebbels, Leopold Gutterer, habló de la inminente imposición de un «Nuevo Orden» en política y economía, que comportaría el establecimiento de una perdurable hegemonía germánica. El momento de aquella alocución, recuerda Martin, era muy propicio: en junio de 1940, Francia acababa de ser ocupada, Inglaterra parecía abocada a la rendición, faltaba casi un año para la invasión de la Unión Soviética (que entonces era un aliado de conveniencia del nazismo) y Estados Unidos no parecía tan decidido a intervenir como lo estuvo en 1917.

Es norma estratégica de la divulgación anglosajona que un libro arranque con una anécdota reveladora que introduzca la reflexión general que nos lleva a la materia de las páginas que siguen. Pero Martin no ha elegido quizá la más significativa de las anécdotas, porque Gutterer hablaba a convencidos de la superioridad germánica y es posible que una referencia a la monografía de George L. Mosse sobre las raíces decimonónicas de la ideología supremacista alemana y sobre el culto a los caídos hubiera explicado mejor la climatología en que se mezclaban los deseos de la revancha de 1919 y el orgullo satisfecho de 1940 (1). Tampoco acierta del todo cuando nos recuerda que otros imperios vencedores –el Reino Unido cuando construía su expansión por todo el mundo o la Francia de Luis XIV cuando regía los destinos de Europa‒ ya usaron el inmemorial derecho de imponer su modo y sus modas de vida y cultura, lo que incluso se refleja en cómo Estados Unidos los impuso en la posguerra del 1918, cuando vencedores y vencidos adoptaron una elaborada cultura popular –musical, cinematográfica, teatral‒ basada en las conquistas tecnológicas y en la vitalidad del melting pot. Pero el caso alemán de 1940 fue distinto: en él predominaron supremacismo, venganza y castigo y no hubo demasiado lugar para otros antecedentes históricos.

Sucede que la palabra «Orden», como también apunta Martin, es una palabra aviesamente polisémica: habla de sumisión, pero también de cooperación, como lo hace de racionalización planificada y, a la vez, de determinismo histórico. «Orden» fue una consigna muy frecuente en los años que siguieron a 1918, cuando se generalizó la conciencia de que otro «orden», más benévolo, hipócrita e incauto –el de la Belle Époque-, se había venido estruendosamente abajo. Antonio Gramsci tituló L’Ordine Nuovo la revista de 1919 que renovó el marxismo italiano en los años duros, cuando todos los socialismos debieron elegir entre la Tercera y la Segunda Internacional, y se vieron obligados a revisar su contradictorio pasado cercano. No fue casual que Gramsci se acogiera al dictum del no muy bien visto Ferdinand Lassalle: «Decir la verdad es revolucionario». En 1923, tras la escalada anarquizante de las vanguardias (y antes, sobre todo, con los extremismos destructivos del grupo Dada), el brillante escritor Jean Cocteau, que había sido un alegre participante de la fiesta general, también habló de «le rappel à l’Ordre», una consigna a la que pudieron acogerse los nuevos realistas, los metafísicos o los herméticos. El Orden invocado no era un paso atrás, sino la renuncia expresa al desorden.

Tras el silencio de los cañones, para un nacionalista, para un católico conservador, para un revanchista en general, el desorden por antonomasia era el que había impuesto el internacionalismo cultural de la modernidad. Su aversión incluía todo lo que trajeron la Ilustración y el Romanticismo, el naturalismo y el simbolismo, tanto como aquel aire enfermizo e inquieto que había suscitado la difusión universal del art nouveau y el espíritu de fin de siglo.

No es difícil comprobar que, después de 1918, muchos escritores contrapusieron a aquella modernidad, tan apegada a la vida urbana, la rutina de la vieja existencia campesina, el paisaje atávico y salvaje de la infancia, el ritmo inmutable de los impulsos nacionales que allí se sentían con toda su fuerza: bastará que citemos a un autor noruego que volveremos a recordar (Knut Hamsun, La bendición de la tierra, 1917) y a otro francés (Jean Giono, Colina, 1929, que fue acusado en 1939 de pacifista y en 1944 de colaboracionista).

Para sus partidarios, sin embargo, el internacionalismo debía ser algo constructivo y cooperador, alejado de la banalidad del cosmopolitismo de las Guías Baedeker, los lujosos expresos y los hoteles de lujo. Así lo deseaba la Sociedad de Naciones, el sueño de armonía universal que tuvo Woodrow Wilson, y lo ratificó el compromiso de muchos escritores para volver a la amistad entre los pueblos: tan hermoso propósito inspiró páginas de Romain Rolland y Jean Giraudoux en Francia, Émile Verhaeren en Bélgica, Bertrand Russell en Inglaterra, Hermann Hesse y Heinrich Mann en Alemania y, en Austria, Karl Kraus y Stefan Zweig. Algunos habían decidido no combatir en 1914 y otros, que lo hicieron, optaron por superar el odio y el miedo.

Muchos de ellos formaron el Comité Internacional de Cooperación Intelectual, que creó la Sociedad de Naciones en 1922 y que surgió en el mismo año en que lo hizo el PEN Club de Escritores, una iniciativa privada británica que tuvo largo éxito y en cuyo congreso ordinario de 1936, en Buenos Aires, Emil Ludwig, escritor alemán y judío, clamó contra la persecución de los autores en muchos países. Henri Bergson presidió el Comité de Cooperación Intelectual hasta 1925, y le siguieron Hendrik Lorentz y Gilbert Murray, que lo gobernaron desde 1928 a 1939, siempre con orientación liberal-progresista. En 1933, en vísperas de la crisis que acabó con la Sociedad de Naciones, celebró su reunión ordinaria en el recién inaugurado auditorio de la madrileña Residencia de Estudiantes, sobre «El porvenir de la cultura». Sin embargo, ni la cultura tenía entonces un horizonte muy despejado, ni faltaban muchos años para que la Residencia de Estudiantes desapareciera como tal y aquel auditorio fuera remodelado para dar paso a la iglesia del Espíritu Santo (1942), obra de Miguel Fisac y signo de la combativa confesionalidad del nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas.


Resentimientos y dictaduras


En 1918, las guerras eran todavía el crisol de las naciones y las victorias o las derrotas impregnaban la vida de generaciones enteras: eran contiendas de hegemonía en las que no faltaban las coartadas culturales. De la guerra francoprusiana derivaron tanto el peligroso orgullo nacional de Alemania como el resentimiento de Francia, donde anidaron, por cierto, los antecedentes culturales del futuro fascismo europeo que se expandió ya en el siglo XX. No curó sus síntomas la victoria de 1918 y, quizá por esa multiplicidad de manifestaciones previas, el fascismo francés nunca cuajó en un único partido, ni siquiera bajo el gobierno de Pétain (2)


Fue en Italia y Alemania ‒un vencedor humillado y un vencido escarnecido‒ donde surgieron los dos fascismos históricos: necesitaron que un líder se propusiera la conquista del Estado, pero, sobre todo, una predisposición para que medrosos ciudadanos convirtieran el desasosiego o el miedo en una experiencia de enajenación. El fascista potencial descubre que lo es cuando alguien le narra los motivos de su presente debilidad y le alumbra el camino de la nueva fe: la conversión es un rito de paso del fascismo.

No olvidemos que el libro que afianzó el nazismo en muchos ánimos pusilánimes fue una confusa autobiografía, Mein Kampf, atravesada por revelaciones. Y, por supuesto, por la virulencia de un paranoico. Y donde, una vez más, eran determinantes la experiencia de la guerra y la del excombatiente: de ellas surgieron los Freikorps paramilitares, que se convirtieron en la pesadilla de los primeros pasos de la República de Weimar, y la idolatría tributada a los héroes de guerra que allanó el camino italiano hacia el fascismo. Todavía no había concluido la guerra cuando Benito Mussolini –convaleciente de una herida (producida en unas maniobras, por cierto)‒ anticipó en el artículo «Trincerocrazia», en Il Popolo d’Italia, quiénes debían gobernar al final de la contienda: los soldados desmovilizados que, entre 1919 y 1921, pasaron de ser los Fasci Italiani di Combattimento (muy similares a los Freikorps) a constituir el Partito Nazionale Fascista que organizó la Marcha sobre Roma al año siguiente.


Carteles de propaganda fascista


Por entonces, el nombre de dictadura no escandalizaba a nadie y así lo ostentó públicamente, segura de su necesidad histórica, la del general Primo de Rivera desde 1923. Pero también había modelos para elegir en Hungría, Grecia, Polonia, Yugoslavia, Rumanía o Turquía. En 1931, el inquieto periodista (y excombatiente) italiano Curzio Malaparte (nacido Kurt Erich Suckert) alcanzó notoriedad internacional por el libro La técnica del golpe de Estado, que publicó en francés. El breve prólogo hablaba de Maquiavelo como precedente de su reflexión y del hecho de que, desde 1917, había dos paralelas idolatrías del Estado: el fascismo y el comunismo. Y ambas llegaron al poder no tanto por la virtud de una ideología como por haber resuelto un problema de técnica y oportunidad. Se trataba –como hizo Trotski‒ de saber cómo una pequeña fuerza puede movilizar recursos para la insurrección y la toma del Estado, y no esperar a las «condiciones históricas» con las que especulaba Lenin. Que fue, en cambio, quien supo defender el triunfo precario y prevalecer, como hizo el mariscal conservador Józef Piłsudski en Polonia. Un golpe de Estado debe carecer de escrúpulos y, por tenerlos, cayó el general Primo de Rivera, porque «no hay nada más triste que su lealtad y buena fe». De Mussolini, al que Malaparte apoyó inicialmente y con quien rompió pronto, piensa que había sido «violento y metódico» y que supo neutralizar a su último enemigo: la huelga general obrera. La marcha del 1922 fue un golpe escénico cuando ya estaba todo ganado. Por el contrario, vio en Adolf Hitler «una caricatura de Mussolini». Por ahora no ha logrado su objetivo, porque «la Alemania de Weimar no podría ser un país de conquista para un pequeño burgués de la alta Austria disfrazado de Sila, de Julio César o de condottiero». Su táctica parecía copiada del fascismo, pero ahora estaba evolucionando hacia la legalidad convertido en «un ejército de salvación del patriotismo alemán»; Hitler es un espíritu «femenino y cobarde que se refugia en la brutalidad para disimular su falta de energía». No fue Malaparte, en este caso, el mejor de los profetas, aunque acertó en algunos términos de su diagnóstico.


Carteles de propaganda nazi


Tampoco fue el único interesado en las dictaduras. En 1927, el portugués António Ferro –amigo de Mário de Sá-Carneiro y de Fernando Pessoa, que ya había escrito un libro sobre D’Annunzio en 1922 y otro sobre la jazz-band en 1923‒ publicó un Viagem á volta das ditaduras (significativamente dedicado «Á saudade e á esperança do encoberto») donde ofreció un animado friso, lleno de entrevistas agudas y de opiniones entusiastas, acerca de las vigentes y lozanas dictaduras italiana, española y turca, vistas desde el rampante autoritarismo luso. Vale la pena leerlo.


Orden contra degeneración

¿Qué «Nuevo Orden» cultural podía proponer el fascismo? ¿Cómo elaborar una norma general cuando basaba su idea de cultura en el reencuentro con los orígenes mitológicos de la propia raza? ¿De qué cultura hablamos si se excluye el matiz y la variedad, la duda y el disentimiento, y si no se prevé una evolución continua de formas y de ideas? (3)

Es patente que los dos centros del fascismo optaron por líneas diferentes. En Italia, el fascismo reconoció una parte de la reciente estética moderna y, aunque el futurismo era ya un artefacto que se imitaba a sí mismo, persistió como referencia (4). La modernidad cosmopolita inspiró también el movimiento Stracittà (el prefijo stra- indica intensificación) que no fue explícitamente fascista, pero sus rivales del grupo que optó por denominarse Strapaese profesaron un nacionalismo popular y terruñero (de cuyas andanzas surgió, por cierto, el futuro pintor del comunismo italiano de posguerra, Renato Guttuso) y fueron fieles cofrades del fascismo. Incluso los primeros pasos del neorrealismo (en la novela y el documentalismo cinematográfico, en parte herederos de Strapaese) surgieron en revistas o en estudios de la Italia fascista.

En la Alemania nazi hubieran sido inviables tales liviandades, pero no por eso el nacionalsocialismo dejó de insertarse en la modernidad: le fue fiel en su devoción por la tecnología, por su uso de la propaganda y por su fe en un futuro mecánico poblado de autopistas, trenes, automóviles y aviones, por los que sintió la misma superstición devota que el comunismo soviético. La contraposición básica residía en decidir qué arte era «sano-idealista-nacional» y cuál podía ser tildado de «decadente-materialista-internacional».



Ejemplos del arte: El primero es un cartel nazi invitando al Día del Arte Alemán, Munich 16-18 julio 1937; y, el segundo es el típico caso del "arte degenerado", según el nazismo.


Benjamin G. Martin reproduce oportunamente el discurso de Hitler del 18 de julio de 1937, con motivo de la Exposición del Día del Arte Alemán, celebrada en Múnich, la ciudad de sus primeros éxitos políticos: 


«Aquellos que hablaban del Arte Nuevo de la Alemania de los últimos años se equivocaban a la hora de comprender la Nueva Edad de Alemania. No son los escritores, sino los combatientes, quienes dan forma a una época nueva: es decir, los líderes que renuevan los pueblos [...]. La inauguración de esta exposición señala el fin de la locura del arte alemán y de la destrucción de nuestra cultura».


Estas palabras, que condenaban el arte individualista y pesimista, aquel que gustaba retroceder a los balbuceos del primitivismo, eran algo más que un nuevo dogma. En las mismas fechas de julio de 1937, y en otro edificio muniqués muy próximo (el Instituto de Arqueología), se mostraba la exposición de Arte Degenerado (Entartete Kunst): Adolf Ziegler, designado por Goebbels como comisario de la muestra, había hecho una selección de casi seis mil cuadros que se habían confiscado previamente en treinta y dos museos. Los escoltaban cartelas burlescas y se exhibían los precios que costaron aquellas pinturas a un Estado en plena crisis de la devaluación del marco alemán. Sus autores eran, como es sabido, Otto Dix, Max Ernst, George Grosz, Vasili Kandinski, Paul Klee, Edvard Munch y Emil Nolde, entre otros. Se dio alguna situación paradójica, como la de Max Beckmann, que era antisemita y el pintor preferido de Goebbels, pero que fue incluido en la lista de proscritos por su evidente primogenitura en la creación de la estética expresionista. Y no faltó la nota trágica en el caso de Ernst Ludwig Kirchner, que vio secuestrados seiscientos de sus cuadros y se suicidó. El título de la exposición provenía de un término difundido por el atrabiliario crítico judío Max Nordau en su abultado panfleto Entartung (Degeneración), de 1892, que había sido en su día una resonante descalificación (de base positivista e incluso progresista) de fenómenos como el naturalismo, el parnasianismo y el simbolismo. La exposición anduvo por varias ciudades hasta 1941; un año después ya se hablaba de «música degenerada» y hubo en Düsseldorf ‒a comienzos de 1938‒ una «Exhibición de Música Degenerada» que anunciaba un cartel, de fondo rojo, en el que un negro, con la estrella de David en la solapa del frac, tocaba el saxo.



Cartel de la exposición Entartete Musik; abajo "bailar swing es prohibido. Cámara de Cultura del Reich"


¿Qué hacer con la música? Resultaba fácil la condena del jazz, llegado de América de Norte, originario de África y exponente del primitivismo. La música era el arte alemán por excelencia; por supuesto, debía ser nacional, fiel a sus raíces, pero si ese requisito lo colmaba Richard Wagner, tampoco era ajeno a Beethoven o a Brahms, ni a Haydn y Mozart. Debían excluirse, por tanto, las recientes derivas degeneradas que venían del atonalismo, o incluso de la pluralidad desconcertante y proteica de Stravinsky, que era ruso. A la larga, veremos que el problema fundamental, la gran divisoria, la trazó la presencia de muchos artistas judíos, tanto en el mundo de la composición como de la interpretación. Y, sin embargo, a despecho de los gustos convencionales de los jerarcas nazis, se dieron curiosas excepciones. Martin recuerda que el festival de junio de 1937 en Dresde presentó, en coincidencia con la exposición de Arte Degenerado, el estreno del Concierto para cuerda, percusión y celesta, de Béla Bartók, de quien se elogiaba «el más convincente carácter nacional», pero la preciosa obra, una de las cumbres del autor, arranca con una evocación de los doce tonos de la escala cromática y alude fecundamente al atonalismo. Bartók había roto con el gobierno dictatorial de su país natal y en 1940, en una situación personal muy dramática, huyó de Hungría a Estados Unidos (5).


Cartel de la época nazi (1938) en que se identifica a Alemania como el país de la Música.


Quien representaba mejor la herencia de la gran música alemana era Richard Strauss y no se equivocó Goebbels cuando lo puso al frente de la Cámara de Música del Reich en 1934, ni Strauss vaciló a su vez cuando, algún tiempo después, ya en el Consejo Permanente de Compositores (creado por el nazismo), eligió al finlandés Jan Sibelius como su vicepresidente. Sibelius ya no componía desde la Séptima Sinfonía (1924) y Tapiola (1926), ni volvería a hacerlo con la intensidad de los años finiseculares y de comienzos de siglo, cuando fue el bardo musical de la emancipación de su país y ejerció una fuerte influencia en la música británica coetánea, por ejemplo. El aprecio de Sibelius y Strauss era mutuo, pero el primero admiraba también a Bartók, Vaughan Williams y Shostakóvich, que, sin duda, hicieron música nacional en el eco de la tradición sinfónica germana, pero también buscaron infatigablemente otros horizontes.

Strauss cumplió los sesenta y ocho años en Florencia, donde era la estrella del Maggio Musicale ‒creado por los fascistas‒ en su programación de 1937. Y es que nadie representaba mejor la tradición de aquellos Minnesänger cuyas agrupaciones evocó Wagner en Die Meistersinger von Nürnberg. Había nacido en el corazón del apogeo organizativo de la gran música alemana. Era hijo de un trompa solista de la Ópera de la Corte de Baviera que había tocado en los primeros festivales de Bayreuth, aunque Strauss padre aborrecía personalmente a Wagner. Su retoño, sin embargo, era un wagneriano convencido, fue protegido del director Hans von Bülow y realizó una carrera muy rápida. Siempre fue fiel al espíritu trascendentalista alemán, recibió el espaldarazo de Brahms y de Gustav Mahler y, ya al final del siglo, era el gran heredero del poema sinfónico, una invención de Liszt. Sus poemas Una vida de héroe (quizá inspirado por la trayectoria patriótica de Otto von Bismarck) y Así habló Zaratustra (lectura personal de la obra nietzscheana) lo situaron como el nuevo héroe del germanismo musical. Pero no es seguro que quisiera serlo con todas sus indeseables consecuencias: Strauss fue también un provocador (Salomé, Electra) y, sobre todo, un profesional interesado en los réditos de su oficio, un buen burgués decidido a sacar partido de su habilidad y su tibia adhesión al nazismo obedeció a la satisfacción de la vanidad halagada y a la miopía nacionalista. Tenía todos los prejuicios de su clase social, pero no dudó en buscar la exención de las leyes raciales en beneficio de su nuera judía, a la que adoraba. Aceptó el encargo de escribir el himno para los Juegos Olímpicos berlineses de 1936 y rompió su colaboración, aunque no la amistad, con Stefan Zweig, iniciada en la ópera La mujer silenciosa, cuando se señaló públicamente la condición hebrea del escritor austríaco. Y consintió luego que firmara los libretos un colaborador propuesto por el propio Zweig, que era hombre medroso y poco amigo de heroísmos.

Al final de la guerra, Strauss fue acusado de colaboración por las autoridades aliadas y Klaus Mann, el hijo del novelista Thomas, entrevistó para la prensa de Estados Unidos a aquel anciano egoísta y obstinado para quien la guerra había sido, al parecer, una suerte de afrenta personal y el nazismo, un incómodo vecino (6).

Un «eje cultural» bastante desequilibrado: Alemania e Italia



El 1 de noviembre de 1936 Mussolini proclamó la existencia del Eje Roma-Berlín. Había concluido la conquista de Etiopía, a despecho del hipócrita escándalo internacional, mientras el Reich había remilitarizado la región del Ruhr y la política de los hechos consumados empezaba a ser la pauta de los años venideros, como demostró el desarrollo de la guerra civil española. Las muestras culturales de la hermandad se vieron muy pronto. Se celebró una exposición de arte italiano desde 1800 hasta ese momento, en la Academia Prusiana de Berlín, y Hermann Göring –que ya aspiraba a coleccionista‒ subrayó en su inauguración que «las cuestiones culturales son tan importantes como las políticas y económicas». La orquesta del Reich (antes Filarmónica de Berlín), dirigida por Herbert von Karajan, hizo una gira italiana, mientras que la de la Academia Santa Cecilia de Roma y la del Teatro alla Scala de Milán la hicieron por Alemania (el mejor director italiano del momento, Arturo Toscanini, exiliado en Estados Unidos, era un antifascista furibundo).

Hasta The Times habló de un «eje cultural» que, sin embargo, nunca estuvo bien calibrado. Alemania partía del elevado concepto de sí misma, de la superioridad espiritual de lo germánico y de la existencia de un rígido escalafón de los pueblos inferiores. Italia tuvo en 1938 unas leyes raciales equivalentes a las alemanas, pero, a pesar de todo, siguió siendo una sociedad más abierta y menos fanatizada. El fascismo había integrado componentes histórico-culturales amplios y menos dogmáticos que los alemanes y, sobre todo, se sintió heredero de la romanidad, que era algo italiano, pero también universal. Hitler llegó incluso a sospechar que Giuseppe Bottai, el activo ministro de Educación desde 1936, era judío. Y tampoco entendió muy bien la actividad del Instituto Nacional de Relaciones Culturales Extranjeras, que presidió Alessandro Pavolini, un universitario florentino, discípulo de Giovanni Gentile y que acabó sus días colgado en la milanesa Piazza Loreto, al lado de Mussolini y Clara Petacci. 


Todo hizo patente la diferencia –como señala Benjamin G. Martin‒ entre la idea germánica de Kultur, esencialmente racial, y la preferencia italiana por el término Civiltà, mucho más rica en matices universalistas y, sobre todo, sospechosamente cercana a la noción francesa de civilización, laica, abierta y progresista.

En 1934, el fascismo había creado un Comité de Acción por la Universalidad de Roma, cuya primera actividad fue la convocatoria de un congreso de fascismos europeos, celebrado en Montreux, que sólo registró recelos y divergencias. En 1937 se creó el Ministerio de Cultura Popular, que ocuparon sucesivamente Dino Alfieri y Alfredo Pavolini, donde se integró la proyección exterior del fascismo; sus propósitos y actividad no tuvieron mucho que ver con el siniestro aire del madrugador Ministerio del Reich para Ilustración Popular y Propaganda, que ocupó Joseph Goebbels desde su creación en 1933. Muy pronto, el gran escaparate internacional del ministerio fue la Bienal de Venecia, que ya existía como certamen de artes visuales desde 1895; en 1930 había dejado de ser una actividad del ayuntamiento local para serlo del Estado, bajo la dirección del conde Giovanni Volpi di Misurata, político y empresario, ministro de finanzas con Mussolini y presidente a la par de la Biennale y la agrupación patronal Confindustria. Bajo su dirección se crearon sucesivamente el Festival de Cine (1930), el de Música (1932) y el de Teatro (1934).

Los dos fascismos coincidieron con el régimen soviético en su interés por la industria cinematográfica, un vehículo ideal de propaganda y espectáculo de masas que podía convertirse también en un factor de desmovilización de la inquietud de las clases subalternas. La UFA germana, viejo invento de los últimos días del imperio, y el italiano Instituto LUCE (1924), acrónimo de L’Unione Cinematografica Educativa, fueron los buques insignia de una carrera por dominar la pantalla frente al gigante norteamericano, la eficacia y variedad del cine británico y la indiscutible calidad del cine francés. La batalla se perdió, pero el empeño dio lugar a algunas coproducciones germano-italianas totalmente olvidadas: Condottieri (1937), Giuseppe Verdi (1938) y Mia moglie si diverte (1938). Benjamin G. Martin no lo menciona, pero conviene recordar aquí que las hubo también españolas, después del levantamiento militar de 1936, y lo cierto es que los dineros del Eje cultural contribuyeron a consolidar la industria ‒ya que no la calidad‒ cinematográfica española, que se había iniciado en el cine republicano y que se convertiría en un próspero negocio en los años del franquismo bajo la protección del Estado. Entre las más conocidas de las coproducciones están las dobles versiones que se rodaron por productores españoles en los estudios de la UFA: la primera fue El barbero de Sevilla (1938), dirigida por Benito Perojo, con Estrellita Castro y Miguel Ligero, a la que siguieron en el mismo año Carmen la de Triana, de Florián Rey, con Imperio Argentina y Rafael Rivelles (este fue el motivo de inspiración de una divertida comedia farsesca de Fernando Trueba, La niña de tus ojos) y Mariquilla Terremoto, del mismo Perojo, con Estrellita Castro y Antonio Vico. En Italia hubo también coproducciones: el imprescindible Benito Perojo rodó Los hijos de la noche (1938) y Edgar Neville hizo Carmen fra i rossi (Frente de Madrid, 1939), con Conchita Montes, y La muchacha de Moscú (1942), donde la Montes compartía cartel con Amedeo Nazzari; Santa Rogelia (1939), sobre la novela de Armando Palacio Valdés, fue dirigida por Roberto de Ribón, y la sorpresa es que los créditos del guión recogen la colaboración de Alberto Moravia y Mario Soldati. Hasta un total de dieciocho películas llegaron a rodarse en Italia: las más conocidas fueron Sin novedad en el Alcázar (1940), de Augusto Genina, y Sarasate (1941), del alemán Richard Busch, que dirigió a Alfredo Mayo y Margherita Carosio en los papeles del violinista navarro y la cantante Adelina Patti.


Política, arte y poder


El más claro ejemplo de política, arte y poder sigue siendo la Alemania nazi.


En 1935, Ernesto Giménez Caballero, inventor y empresario del fascismo (y único español que merece una mención, aunque escueta, de Benjamin G. Martin), publicó el libro Arte y Estado. Sus primeros capítulos habían visto la luz en Acción Española, la revista de la derecha monárquica antirrepublicana, a la que nunca repugnó la publicación de textos falangistas si eran «patrióticos». Pero el libro de Giménez Caballero era, más que una expresión de patriotismo fascista, una tesis original que venía a responder a bastantes de las inquietudes del Nuevo Orden cultural: el Estado, forma suprema de la vida colectiva, se había expresado siempre a través de las formas estéticas, y debía seguir haciéndolo cuando el mercado burgués de las artes estaba en franca decadencia (7) El tema se había discutido en uno de los numerosos convegni venecianos del conde Volpi y allí mismo Eugenio d’Ors formuló un deseo parecido, aunque en dimensiones menores: una evolución del mecenazgo público similar al de los principados de la Italia humanística y un arte que expresara las formas de convivencia y el persuasivo arbitrio del poder, pero sin magnitudes colosales. A Giménez Caballero, sin embargo, le entusiasmaba lo descomunal, no discernía demasiado entre el colosalismo fascista y el soviético y todo parecía darle la razón: las ambiciones de la arquitectura de Estado, el uso y abuso de la cartelística o el retorno de la pintura mural.

¿Un arte transitoriamente politizado o un arte devuelto a su centro natural, el poder político? Walter Benjamin ya había observado que


«la alienación de la humanidad es tal que la conciencia de su autodestrucción puede proporcionarle un gran placer. Esta es la situación en que el fascismo iba a inyectar la estética en la política. El comunismo, por su parte, le respondería con la politización del arte»

La diferencia entre ambos era capital y los rivales marcaron pronto las distancias. El Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura se celebró en París, en junio de 1935; el segundo tuvo lugar en Valencia, en julio de 1937, con subsedes en el Madrid asediado y en Barcelona. Los convocaban las agrupaciones de escritores –progresistas, socialistas y comunistas‒ que aceptaron desde 1930 una estrategia de colaboración diseñada por el Komintern con insólita habilidad y cuya plasmación política fueron los Frentes Populares que habían ganado las elecciones de febrero de 1936 en España y de mayo del mismo año en Francia.

Las circunstancias de la guerra civil española imprimieron un rumbo de emergencia a la política cultural del Frente Popular, pero en el caso francés la mayor estabilidad de la coalición, que se mantuvo viva hasta abril de 1938 bajo la presidencia del socialista León Blum, permitió un despliegue en el que brilló la figura de Jean Zay, primer titular de un Ministerio de Cultura en un gabinete (el gobierno republicano español tuvo, a su vez, un efímero Ministerio de Propaganda que recayó en el periodista Carlos Esplá, en el segundo gobierno de Francisco Largo Caballero) (8). Pero no fueron los únicos casos en los que un Estado progresista intervino directamente en el curso de la cultura: el antecedente más llamativo fue el de México, donde el presidente Álvaro Obregón contó desde 1920 con la colaboración de José Vasconcelos, primero como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y después como secretario de Instrucción Pública (9); algo posterior fue la política cultural del New Deal (1933-1938) del presidente Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos, donde una decidida intervención del Estado reforzó el papel del arte en dos direcciones: la promoción indirecta de una visión más cercana y comprometida de la vida social (las películas de Frank Capra o Preston Sturges fueron la visión amable de lo que reflejaba con mayor dramatismo el teatro de Eugene O’Neill o las novelas de John Dos Passos) y la asignación de programas de ayuda a artistas y grupos a través de la Works Progress Administration.


Adolf Hitler, acompañado por Joseph Goebbels. Exposición del Día del Arte Alemán, 1938 (foto del artículo original)


Que gran parte de la creatividad cultural se había puesto al servicio de la política tuvo una confirmación inmediata en la Exposición Internacional que se inauguró en mayo de 1937 en París (10) y que el Gobierno del Frente Popular tomó como cosa propia. En su ya lejano origen, las exposiciones universales habían sido exhibiciones de los «avances de la humanidad» y ecos de la curiosidad geográfica y etnográfica que trajo la expansión colonial (no muchos años antes, Londres vio una resonante Exposición del Imperio Británico, en 1924, y París, que no quiso ser menos, organizó su Exposición Colonial de 1931, amplia y lujosamente instalada en el Bois de Vincennes). Estos propósitos de exhibición de musculatura nacional y de adoctrinamiento de masas impregnaron la exposición de 1937, casi una protocolización previa del conflicto bélico que se venía venir. Los fotógrafos se complacieron en retratar juntos los remates de los pabellones soviético, alemán e italiano: el primero, coronado por las estatuas gigantescas de un hombre y una mujer corriendo juntos y enarbolando la hoz y el martillo, símbolos de la agricultura y el trabajo industrial; el pabellón de la Alemania nazi llevaba una gran acrotera en la que campeaba una esvástica y el de Italia lo remataba un friso de estatuas clásicas que representaban las corporaciones del Estado fascista. Hubo pinturas murales (o en grandes formatos) en todas partes: la más universal, por supuesto, fue el Guernica, encargado por el gobierno para el Pabellón de la República Española, pero también Mario Sironi decoró con un fresco una pared del Pabellón de Italia, y el Pabellón del Vaticano (que asumió la representación de la España de los sublevados) encargó a José María Sert un cuadro de gran formato, La intercesión de santa Teresa en la guerra civil española.


La característica más llamativa del pabellón ruso no eran las exposiciones de oro y propaganda: era la colocación del edificio cara a cara con el pabellón nazi. Nada, en ninguna exposición internacional, ha igualado nunca este dramático enfrentamiento arquitectónico. A la sombra de la Torre Eiffel, los dos oponentes se enfrentaban con dos monumentos megalómanos a sus espíritus nacionalistas. Aunque  Albert Speer, arquitecto en jefe de Hitler y diseñador del edificio alemán, afirmaba que había sido una casualidad inocente la que le llevó a tropezar mientras trabajaba con los comisarios de la exposición,  con un esbozo del pabellón ruso, hoy parece probado que los  eficientes servicios de inteligencia alemanes le habían proporcionado una descripción completa del diseño soviético. El informe además interpretaba la enorme escultura soviética como una velada amenaza de invasión. Todo el diseño de Speer estuvo condicionado como respuesta al Pabellón Soviético, permitiendo a la Alemania Nazi construir un pabellón  que  dominase en altura, menor aún así de lo que Speer pretendía por limitación de los propios comisarios franceses, a su rival en la Explanada. (Texto tomado del artículo Exposition Internationale des Arts et Techniques dans la Vie Moderne de 1937. La exposición internacional de Paris en 1937, 80 aniversario).


La cooperación europea: el Congreso de Escritores de 1941

La guerra estalló al fin, y con ella llegaron las fulgurantes victorias de la Wehrmacht. Desde el despacho de Alfred Rosenberg se proclamó el final del «encanto» de la cultura francesa y Joseph Goebbels comprobó que, por fin, París adquiría el rango de una ciudad de provincias. Aunque casi simultáneamente, como recuerda Benjamin G. Martin, el Reich pensó en convertirla en sede de una Oficina de Cooperación Intelectual, que sustituyera en el Nuevo Orden a las organizaciones internacionales surgidas después de 1918. Hitler aplicó –como apunta con ironía Martin‒ una suerte de renovación de la doctrina Monroe para uso y disfrute alemán: lo que fuera auténticamente europeo encontraría su mejor destino en la supremacía germana. Y se aplicó a esa tarea en el peculiar caso francés. El embajador del Reich en París, Otto Abetz, ya lo fue entre 1938 y 1939 y, aunque afiliado al partido nazi desde 1931, había sido uno de los más activos peones del acercamiento cultural franco-alemán de la preguerra y prosiguió su labor después de 1940 con la ayuda de sus dóciles amigos colaboracionistas, que no fueron pocos (11).

También Italia celebró la llegada del Nuevo Orden, aunque con más moderación. La revista Critica Fascista apostilló que se producía «la crisis del concepto romántico-liberal que enfatizaba la autonomía individual en cualquier actividad», pero muy pronto los éxitos bélicos no acompañaron su designio de ser la heredera del imperio romano. Su gran proyecto cultural fue la Exposición Universal de 1942 (llamada E42, y, luego, la EUR: al fascismo le encantaban las siglas), que hubiera sucedido a las de Chicago en 1933 y Nueva York en 1939, pues la Exposición parisiense de 1937, que hemos reseñado, solamente tuvo el rango inferior de «Internacional». Nunca se celebró, por supuesto, pero permanecen algunos de sus edificios en la zona sudeste de Roma ‒camino del mar y del actual aeropuerto de Fiumicino‒, a la que se asignaba la función de ser una futura ciudad de negocios. Su arquitectura, de corte moderno pero inevitablemente retórico, resultó ser un compromiso entre el estilo clasicista de Marcello Piacentini y el racionalismo moderno de Giuseppe Pagano. Paralelamente a la exposición, el filósofo Giovanni Gentile –referente ideológico del fascismo y una de las escasas víctimas de la guerra civil de 1943-1945‒ concibió una muestra dedicada a la Civiltà Italiana, que diseñó con la ayuda de dos jóvenes historiadores, Federico Chabod y Delio Cantimori, que no mucho después de 1945 serían dos bastiones de la nueva historia intelectual de su país.

Al regreso de un viaje a Berlín, ya iniciada la guerra, el conde Ciano confidenció a Mussolini –su suegro y jefe‒ que la consigna más repetida en medios políticos alemanes era la de «solidaridad europea». Y un paso en ese sentido fue el congreso cuya descripción ocupa el capítulo final de la obra de Martin bajo el significativo título de «Usos y desventajas de una cultura völkisch [étnica]». Se reunió en Weimar, lugar sagrado de las letras alemanas, el 24 de octubre de 1941, con el objetivo de lanzar la Unión Europea de Escritores. El presidente del encuentro fue el novelista Hans Carossa y el secretario, Carl Rothe (un año después se propuso la vicepresidencia a Giovanni Papini, que no la aceptó). Al primero no le faltaban méritos: médico, poeta, narrador, combatiente en la Primera Guerra Mundial, fue un humanista trágico que se movió en el terreno equívoco entre la grandeza y la soberbia. En 1938 se le distinguió con el Premio Goethe, pero en 1945 estuvo perseguido por derrotista. Fueron invitados cuarenta siete escritores extranjeros originarios del nuevo mapa europeo, que incluía naciones nuevas (Eslovaquia o Croacia), neutrales (Suiza y Suecia), políticamente comprometidas con el Eje (Italia, España, Rumanía, Bulgaria, Hungría, Finlandia) y representaciones de los países sojuzgados, donde siempre hubo un notable grupo de renegados (Bélgica, Francia, Dinamarca, Holanda y Noruega). Lo más significativo, sin embargo, fue la ausencia de muchos invitados italianos. Acudieron el gran comparatista Arturo Farinelli y el historiador antisemita Alfredo Acito, pero Papini arguyó en su descargo su escaso conocimiento del alemán y la mala salud, y el exitoso novelista Riccardo Bacchelli (que acaba de publicar su mejor obra, El molino del Po) renunció directamente a la invitación. La representación española se redujo a Ernesto Giménez Caballero, que había aumentado su currículo de fascista internacional al ganar en 1937 el premio de la Academia de Italia por el libro Roma, risorta nel mondo (Roma Madre en su versión española de 1939), pero no logró encontrar un traductor alemán para Genio de España, su ensayo de 1932. Aunque la anécdota más singular de su viaje fue la propuesta de concertar, por medio de Magda Goebbels, el matrimonio de Adolf Hitler y Pilar Primo de Rivera. Tampoco acudió el más notable de los invitados y, sin disputa, la figura literaria más significativa de cuantos se proclamaron fascistas: el premio Nobel de 1920, el noruego Knut Hamsun, envió sólo un caluroso telegrama, aunque algo después visitó a Hitler en el Berghof. No parece que fuera una visita muy amable, y así lo refleja Per Olov Enquist en el excelente guion que escribió para la película Hamsun (1995), de Jan Troell.

Pero a lo largo de 1943 todos los buenos propósitos del Congreso quedaron en nada en un año que fue aciago para las armas del Eje: se inició con la derrota norteafricana de los dos aliados, siguió en el desembarco de julio en Sicilia (y la caída de Mussolini) y, ya en el invierno, vino el desastre del Sexto Ejército alemán en el cerco de Stalingrado. Martin cierra su evocación con el recuerdo de la inauguración del Instituto Alemán de Venecia en 1944, al que asistieron únicamente militares, y en el que se interpretaron –manes de la fraternidad del Eje‒ cuartetos de Giovanni Paisiello y de Joseph Haydn. No muy lejos de allí, el palacio Ca’ Giustinian, que había visto los trabajos y sesiones de la Biennale, albergaba ahora los servicios de propaganda de la Wehrmacht y la delegación de la policía secreta de la República Social Italiana.

Así acabaron las andanzas del Nuevo Orden cultural europeo. Los protagonistas de aquel congreso y de otras andanzas que se han evocado tuvieron suerte diversa. Robert Brasillach y Pierre Drieu La Rochelle, divos fulgurantes del Congreso de 1941 en Weimar, pagaron su desatino con la vida. Pero antes, haber criticado su presencia allí costó la detención al joven periodista Jacques Decour, que fue entregado a los alemanes por la policía de Pétain y posteriormente asesinado. Richard Strauss salvó su responsabilidad dejando algún jirón de su dignidad, pero no su genio, que todavía brilló en la ópera Capriccio (estrenada en Múnich ‒bajo las bombas‒ en octubre de 1942) y en las prodigiosas Cuatro Últimas Canciones, escritas en Suiza. Karl Böhm, Wilhelm Fürwangler y el muy joven Herbert von Karajan reanudaron sin mayores problemas su brillante carrera como directores de orquesta, que culminó en la época dorada de la discografía (años cincuenta y sesenta). La novelista búlgara Fani Popova-Mutafova, que fue una de las triunfadoras de 1941 y dio conferencias por toda Alemania, recibió una severa condena de cárcel en su país y no volvió a publicar hasta veinte años después. Otro invitado, el belga de lengua flamenca Felix Timmermans, tuvo más suerte y murió en paz en 1947, aunque había sido director de la prensa flamenca pronazi. En 1976, su libro más famoso, Pallieter (1916), seguía siendo la lectura de todos los ruralistas y optimistas; se estrenó un musical inspirado en sus páginas y se rodó una película –en holandés– en cuyo guion participó Hugo Claus, paradójicamente el novelista que escribió en La pena de Bélgica (1985), la más corrosiva sátira del colaboracionismo flamenco. Otros hallaron también buen acomodo: el dramaturgo finlandés Arvi Kivimaa, participante del Congreso de Weimar, llegó a ser presidente del Instituto de Teatro de la UNESCO. Los herederos del nacionalismo húngaro de 1944, los populistas de Viktor Orbán, restituyeron el crédito de József Nyirő, un escritor popular de temas rurales, sacerdote católico en su juventud, y uno de los fundadores del partido de la Cruz Flechada, además de invitado en Weimar logró asilo en el hospitalario Madrid de finales de los años cuarenta y allí murió en 1953; en 2012 se le desenterró para darle sepultura con la pompa del caso en su pueblo natal de Transilvania, ahora en territorio rumano (donde su recuerdo se mantuvo en la época de Nicolae Ceaușescu, que incluso pagó una pensión a su viuda). Como recuerda Benjamin G. Martin: 

Jean-Paul Sartre escribía en 1947 ‒con bastante razón‒ que a menudo invocar la palabra Europa «evoca el crujido de las botas de la Europa nazi».

* * *

Carteles propagandísticos del Día del Arte Alemán.


Carteles invitando a las exposiciones del Arte Degenerado (Entartate Kunst)


El fascismo no ha muerto del todo. Pero la Cultura de Estado e incluso el Estado Cultural –que recibió en 1992 las críticas de un inteligente panfleto de Marc Fumaroli‒ ha sobrevivido muy bien, porque es más heredero de la noción de patrimonio nacional que se forjó en el siglo XIX liberal que de las formas espectaculares, dirigistas y autosatisfechas que legaron los años treinta y cuarenta. Aunque veamos despuntar más de una vez ‒en la izquierda o en la derecha‒ las viejas maneras del populismo cultural.

Sin embargo, el horror de los sueños del Nuevo Orden totalitario sobrevive en la literatura insomne de algunos escritores. La primera novela de Patrick Modiano, La Place de l’Étoile (1968) –traducida como El lugar de la estrella‒ fue una evocación que jugaba entre la autobiografía, la invención y la historia a propósito del recuerdo del colaboracionismo intelectual, que ha sido tema recurrente en la trayectoria posterior del escritor. La novela del norteamericano Jonathan Littell, Les bienveillantes (2006), es una crónica (y una larga pesadilla) acerca de la Segunda Guerra Mundial, que desgrana un cínico y cultivado oficial alsaciano, Maximilian Aue, y que incluye un espléndido friso de la literatura collabo en el París ocupado. Algo después, el biógrafo Pierre Assouline fantaseó en su novela Sigmaringen (2014) sobre el final de los protagonistas de la traición de Francia en el castillo alemán donde Hitler los confinó y los dejó a la merced de sus recuerdos y sus odios.

No es casual que algunos escritores latinoamericanos hayan sentido la misma fascinación por un pasado remoto y distante que, pese a todo, tuvo tanto que ver con Chile, México y Argentina. El chileno Roberto Bolaño publicó en 1996 su inventada (pero muy verosímil) novela La literatura nazi en América, en forma de un diccionario de autores del que uno de ellos, Carlos Ramírez Hoffman, se desprendió para protagonizar ese mismo año (como Carlos Wieder) Estrella distante, impresionante relato sobre el terror fascista de Pinochet. Y en 2010 se publicó póstumamente El Tercer Reich, que es, en realidad, la historia de un juego electrónico y de su inventor, pero también constituye la persistencia de una obsesión. En 1999, el mexicano Jorge Volpi contó la historia de un teniente norteamericano –que no por azar se llama Francis Bacon‒ que, en 1989, persigue en Alemania los recuerdos sobre la fabricación de la bomba atómica en la memoria del matemático loco Gustav Links, encerrado en un manicomio de Alemania Oriental. En la trayectoria del argentino Patricio Pron hay también una explícita búsqueda del pasado agorero en su cuarta novela, El comienzo de la primavera (2008), donde un joven estudioso indaga en la vida de un filósofo alemán, discípulo de Heidegger. Y en 2016, Pron inventó y narró, en otra compleja textura del pasado y el presente (No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles), la historia de un congreso imaginario de escritores fascistas –como el de Weimar en 1941‒ que hubiera debido celebrarse en marzo de 1945 en Pinerolo, a la sombra de la República de Salò.


José-Carlos Mainer
05/12/2018

Notas:


1. Me refiero, sobre todo, a dos libros esenciales: George L. Mosse, La nacionalización de las masas. Simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich, trad. de Jesús Cuéllar, Madrid, Marcial Pons, 2005 (edición original de 1976), y Soldados caídos. La transformación de la memoria de las dos guerras mundiales, trad. de Ángel Alcalde, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2016 (edición original de 1991). 
2. Recojo la idea sobre la naturaleza del fascismo francés del libro de Michel Winock, Nationalisme, antisémitisme et fascisme en France, París, Seuil, 1982, en cuya advertencia prologal el autor apunta que su libro podía titularse: «Le moi national et ses maladies». 
3. La ambigua pero patente relación del fascismo y el movimiento moderno fue advertida –no sin polémica‒ por Jeffrey Herf, Modernismo reaccionario. Tecnología, cultura y política en el Tercer Reich, trad. de Eduardo L. Suárez, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1990 (edición original de 1984), y Roger Griffin, Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler, trad. de Jaime Blasco, Madrid, Akal, 2010 (edición original de 2007). Debe citarse también la monografía de Annalisa Zox-Weaver, Women Modernists and Fascism, Cambridge, Cambridge University Press, 2011, por sus referencias a dos activos iconos del fascismo cultural moderno: la escritora y amante de Mussolini, Margarita Sarfatti (directora de la revista Gerarchia), y la cineasta alemana Leni Riefenstahl.
4. Günter Berghaus, Futurism and Politics. Between Anarchist Revolution and Fascist Reaction (1909-1944), Providence, Berghahn, 1996. Sobre la ritualización del poder fascista, véase Simonetta Falasca-Zamponi, Fascist Spectacle. The Aesthetics of Power in Mussolini’s Italy, Berkeley, University of California Press, 1997.
5. Las circunstancias de la fuga están recordadas en una novela breve del escritor sueco Kjell Epsmark, Béla Bartók contra el Tercer Reich, de 1985, que cito por la traducción española de Francisco J. Uriz (Vitoria, Basarai, 2007).
6. Las biografías más recientes –poco complacientes a menudo‒ son la de Matthew Boyden, Richard Strauss, Boston, Northeastern University Press, 1999, y Michael Kennedy, Richard Strauss. Man, Music, Enigma, Cambridge, Cambridge University Press, 2006.
7. Arte y Estado, introducción, edición y notas de Enrique Selva Roca de Togores, Madrid, Biblioteca Nueva, 2009.
8. Las actas y antecedentes de los dos Congresos de Escritores están en Manuel Aznar Soler (ed.), I Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (París, 1935), Valencia, Generalitat Valenciana, 1987, 2 vols., y Manuel Aznar Soler y Luis Mario Schneider, eds., II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (1937), 3 vols (I. Literatura española y antifascismo (1927-1939); II, Inteligencia y guerra civil española; III, Actas, ponencias, documentos y testimonios), Valencia, Generalitat Valenciana, 1987. Sobre la política cultural francesa, véase la exhaustiva monografía de Pascal Ory, La belle illusion. Culture et politique sous le signe du Front Populaire 1935-1938, París, Plon, 1994.
9. Sobre su trayectoria –que acabó en un fuerte despecho político y su regreso al catolicismo‒, véase la aguda semblanza de su compatriota Enrique Krauze, «José Vasconcelos, el caudillo cultural», en Redentores. Ideas y poder en América Latina, Madrid, Debate, 2011, pp. 65-103.
10. Véase el catálogo de la exposición Art i Poder. L’Europa dels Dictadors (1930-1945) (Barcelona, Centre de Cultura Contemporània-Institut d’Edicions, 1996) que conmemoró la muestra parisiense de 1937. Fue organizada por el Consejo de Europa entre octubre de 1995 y enero de 1996 y exhibida en Londres, Barcelona y Berlín. 
11. A partir de 1968 cambió la perspectiva francesa sobre el tratamiento de la collaboration intelectual. En 1972, el certero libro del norteamericano Robert O Paxton, The Vichy France. Old Guard and New Order, recordó –como ahora hace el libro de Martin‒ el diabólico prestigio de la invocación del Nuevo Orden germánico y dejó clara la activa cooperación de muchos ocupados con los ocupantes. Un buen índice de la nómina de los primeros y consideraciones sobre su trayectoria pueden encontrarse en el libro de Pascal Ory, Les collaborateurs (1940-1945), París, Seuil, 1976.

Fuentes de consulta del editor del blog:

Arte degenerado. Una de las exposiciones más interesantes de la historia del arte.
Arte degenerado: por qué Hitler odiaba el modernismo
"Arte degenerado": 80 años de la exposición nazi que inició el saqueo
Hitler vs Picasso, la obsesión nazi por el arte
Nazis contra el arte degenerado
La restitución del arte robado por los nazis sigue pendiente 20 años después
Nazi-Liste "Entartete Kunst“. X = Vernichtung
Kühnel, Anita.- Entartete Kunst. Grove Art Online. (2003).
Benjamin G. Martin.- The Nazi-Fascist New Order for European Culture. Cambridge, Harvard University Press, 2016

07 abril 2019

Estados Unidos, Rusia, China: La nueva guerra económica



Tres entrevistas con Daniel Estulin

Daniel Estulin sigue siendo un referente mundial respecto al tema (o los temas) de los grupos que ejercen el poder económico que deriva en el control del destino político de las naciones, aunque no siempre concordemos con sus conclusiones, como aquella que señalaba por mucho tiempo a la conocida Conferencia Bilderberg en la cúspide dominante de la política y economía global (lo cual tampoco implica que esté alejado de la verdad), siendo en realidad el mencionado círculo, una creación de la OTAN. 

Por supuesto, la tesis de Daniel Estulin se encamina a desenmascarar a un presunto "gobierno mundial". Conforme Thierry Meyssan, cuya ponencia sobre Bilderberg publicamos en la entrada anterior, aquella es una desinformación (no propiciada por Estulin y otros investigadores) que tiene como fin "enmascarar la verdadera identidad y la real función del Grupo: el Bilderberg es una creación de la OTAN". Daniel Estulin (y otros) ha tenido siempre la virtud de hacer público, acechar e impedir que el Bilderberg -por las repercusiones mediáticas- cumpla determinados objetivos, propiciando crisis internas entre los poderosos globalizadores de la alianza atlántica. 

El objetivo del Bilderberg ha sido -siempre- convencer (incluso mediante la intimidación) a los líderes nacionales, manipulando a través de ellos a la opinión pública, que deben aceptar los conceptos y acciones del atlantismo. Dado el paso de los años es evidente que sus objetivos no se han cristalizado del todo y nuevas estrategias se están cocinando entre los grandes líderes de las superpotencias mundiales. Olvidémonos de las típicas teorías conspiranoicas y hablemos de una conspiración real de potentados que manejan las grandes multinacionales y controlan gobiernos bajo la atenta vigilancia de la OTAN

La anterior entrega: Lo que usted no sabe sobre el Grupo Bilderberg es una versión profundamente veraz sobre los orígenes del Bilderberg, no tiene nada que ver con lo que leemos con frecuencia en websites, libros u observamos en videos y documentales.

Es probable que nos aprestamos o ya estamos contemplando -sin darnos cuenta- una GUERRA ECONÓMICA GLOBAL. 

No obstante lo dicho, volvamos con nuestro amigo, Daniel Estulin, que, insisto, sigue siendo un valioso aporte a la comprensión de la temática, sus continuas investigaciones, reflejadas en  nuevos libros son fruto de una enorme labor que no es producto de la imaginaria, son hechos evidentes que van formándose en cumplimiento de una agenda geopolítica globalizadora. El mencionado analista concedió una esclarecedora entrevista al diario español "La Vanguardia" (octubre 2018). Bien hizo el rotativo en iniciar su reportaje-entrevista con algunas interrogantes:

"¿Es cierto que el gigante chino se aposenta en el complejo equilibro de tres clanes militares opuestos, tres dragones de distinto color? ¿Y que Vladimir Putin lucha contra los liberales que le impiden recuperar la vieja gloria rusa? ¿O que existe un proyecto chino para exportar ciudadanos a futuras ciudades que se levantarán en zonas geoestratégicas? 

Complementa la nota de introducción del diario que se analizará la vieja aristocracia europea que apoya el modelo económico de Donald Trump y las verdades que mueven los hilos varios pisos más arriba del Club Bilderberg. "Estulin, el primero en divulgar los secretos de este grupo de poder, ha sido también su sepulturero: el sistema económico de capitalismo sin fin, el nacido de los pactos de Bretton Woods al término de la Segunda Guerra Mundial, está herido de muerte y existen nuevos modelos económicos que luchan por la hegemonía. Estulin nos da los principales jugadores de esta partida".

Veamos los pormenores.


I

Donald Trump, el dragón chino y la Internacional Negra: el mundo según Estulin


La Vanguardia
30 octubre 2018

La aparente guerra comercial entre EE.UU. y China no es sino una maniobra de distracción de las élites económicas, asegura el analista de Inteligencia Daniel Estulin: "La guerra de aranceles entre Estados Unidos y China es lo que en el mundo de la inteligencia denominamos leyenda de cobertura. En 1979, el presidente Jimmy Carter y el líder del Partido Comunista chino, Deng Xiaoping, firmaron un acuerdo secreto de no intervención militar. Ese pacto es la base de toda esta dinámica que estamos viendo”

➤ Donald Trump prometió a sus electores enfrentarse a China y ya ha comenzado anunciando una subida de los aranceles a sus productos. A muchos electores puede sonarles bien pero supondrá muchísimos daños colaterales. ¿Cuál crees que es el objetivo de Trump? 
Quiero recapitular lo que comentamos en anteriores entrevistas. La aparición de Donald Trump como presidente de EE.UU. es un fenómeno vinculado al descalabro del modelo económico Bretton Woods, basado en el concepto, completamente erróneo, de crecimiento ilimitado en un planeta con recursos naturales limitados. La guerra de aranceles entre Estados Unidos y China es lo que en el mundo de la inteligencia denominamos leyenda de cobertura.

➤ ¿A qué te refieres? 
En 1979, el presidente Jimmy Carter y el líder del Partido Comunista chino, Deng Xiaoping, firmaron un acuerdo secreto de no intervención militar. Ese pacto, que se ha ido renovando hasta 2021, es la base de toda esta dinámica que estamos viendo. La Guerra de aranceles es una conspiración muy bien elaborada entre el lado militar del gobierno de EE.UU. y la China amarilla de los dragones (clanes militares).

 Suena a una partida sobre tapete. ¿A qué juego están jugando? 
El reparto del viejo mundo del modelo Bretton Woods hacia un nuevo mundo sin víctimas. Trump va hacia cerrarse en lo que llama ‘Make América great again’ y ‘America first’: una economía basada en el dólar –y no en el petrodólar, que es el modelo de sus enemigos del sistema banquero-financiero-liberal– mientras se prepara para el sexto desarrollo tecnológico (nano, bio, info, cogno y fusión fría). Mientras, China mira hacia su contorno mediante el yuan respaldado por el oro físico (valores naturales para la economía real del mercado asiático de producción). El gobierno de EE.UU. necesita librarse de los parásitos que viven a su costa, me refiero a traer los dólares de paraísos offshore hacia los Estados Unidos y cortar el acceso a dólares a todos los demás. Esta división es un ejemplo clásico de geopolítica: el bloque marítimo se queda con EE.UU. y el bloque terrestre del Camino de Seda para China. Por eso digo que la pretendida guerra de aranceles es realmente una leyenda de cobertura.

  En nuestra anterior entrevista, nos hablaste de los nuevos polos de poder que pretenden controlar el mundo: 1. Nuevo Jerusalén, con Londres como capital. 2. La Gran Europa, bajo influencia del Vaticano 3. Eurasia, con epicentro en Moscú. 4. China. 5. Califato y 6. Nueva Babilonia, es decir, Wall Street. ¿Cuál lleva ahora mismo las de ganar? 
En inteligencia conceptual rusa hemos hecho un reparto nuevo sobre estos seis proyectos globales. La élite no juega al ajedrez, es decir, al duopolio blanco y negro popularizado por Zbigniew Brzezinski. Aquí estamos ante una partida de bridge, donde los jugadores no representan a países en guerra sino a proyectos internacionales. Así, hemos hecho nuevos repartos, de tres contra tres, y cambia el jugador número 5: entra el Califato rojo turco y cae del escenario el negro del ISIS, que perdió el anterior reparto (2013-2016) jugando en pareja con Nuevo Jerusalén de Londres. Por eso Turquía está tan activa actualmente. 

  ¿Quiénes se sientan, entonces, a la actual partida? 
La partida la juegan Londres, el califato rojo turco y Moscú contra Wall Street (banca financiera), China y la Internacional Negra, que incluye el Vaticano. Es interesante señalar que Trump no representa a Estados Unidos, que continúa en el modelo banquero-financiero, es decir, liberal. Trump es la cara visible de ese proyecto alternativo al que denominamos Internacional Negra. Y lo llamamos así por el color de la tierra: está respaldado por las viejas aristocracias europeas; no olvides que Trump es mitad escocés y mitad alemán. El Califato rojo no es un proyecto maduro y Londres pretende utilizarlo para su propio bien. Sin embargo, Turquía no acaba de funcionar, está teniendo gravísimos problemas con la OTAN (liberalismo) por un lado, y por otro, China trata de usarla como puente para llevar sus productos a Europa. ¿Cómo puede Londres atraerse al Califato rojo? Como no es posible el contacto directo, aquí entra Moscú: los Rothschild están negociando con Turquía a través de Moscú. Ahora mismo está todo en el aire, los proyectos se están posicionando.

  ¿Cómo definirías el extraño sistema político y social chino? Formalmente, es comunismo, sin embargo, existen multimillonarios y pobres de solemnidad. 
La China actual no es comunista sino nacional socialista, es decir, socialismo de la especifica China y se sostiene por la unión de los clanes alrededor del trono de los antepasados. Los clanes se diferencian por colores: rojo (comunistas maoístas), azul (liberales) y amarillo (nacional socialismo, al que pertenece el líder, Xi Jinping). Como país, China se divide en tres franjas. La agraria, sin apenas avances tecnológicos, en la que viven más de mil millones de personas y con ganancias muy escasas, de una renta similar a la URSS de los años 30. La industrial, de segundo, tercer y cuarto desarrollo tecnológico, abarca a unos 350 millones de personas con ingresos similares a la URSS de los años 80. Finalmente, la posindustrial, la de centros financieros como Hong Kong y Shanghái. Hay una desigualdad tremenda entre las tres franjas. 

 ¿Cómo les afectará esa subida de los aranceles? 
El error estratégico de China es haber basado su economía exclusivamente en el mercado exterior. El Camino de la Seda o la Estratagema #863, creada en 1986, fue una manera subrepticia de extender el mercado chino hacia el exterior vía conquista económica de los países extranjeros. Ahora se encuentra con un Donald Trump que les dice “America first” y eso supone un gran problema para la clase media que salió de la pobreza agraria. El primer golpe se lo llevarán los 350 millones de clase media industrial.




En la novela El chino, del autor sueco Henning Mankell, se esboza un futurista y muy ambicioso plan de China para paliar la pobreza de su población rural: llevarlos por millones y como colonos a África. El libro es de 2008 pero ahora sabemos que existe un interés chino muy real en las materias primas africanas. ¿Qué vaticinio haces para los próximos años? 
Es una pregunta muy interesante. Sin acceso a los mercados exteriores, China no puede sobrevivir. Los recursos naturales africanos son la clave de este proceso. Verás, el capitalismo es el poder del capital y sabemos que el poder es, sobre todo, un sistema financiero. Por lo tanto, el sistema financiero capitalista es un sistema financiero basado en el capital. Salvo los recursos naturales, cualquier otro capital es pasajero. En consecuencia, solo sobre el capital natural, es decir, los recursos de la tierra, el sistema financiero capitalista puede funcionar normalmente. ¿Y cuál es el nombre del sistema estatal, donde casi todos los recursos terrestres pertenecen al estado? ¡El imperio! Así que China, para volver a ser un imperio, necesita acceso a los recursos naturales africanos. Y rusos, aunque eso último es considerablemente más difícil porque nosotros tenemos armas nucleares disuasivas.


 ¿Moverá Vladimir Putin alguna pieza para frenar el poder chino? 
China y Rusia deberían ser aliados y socios. Pero en cuanto a la economía interior del país, Rusia se encuentra en manos de los liberales banqueros-financieros respaldados por el FMI y cuyo objetivo es destruir cualquier vestigio de la Rusia verdadera. China, que es nacional-socialista, no se fía de la Rusia liberal aunque históricamente fueran aliados en la época Stalin- Mao Tse Tung. Si volvieran a serlo, estaríamos ante una reedición del gran orden de Gengis Khan, lo que vimos entre Stalin y Mao entre 1950 y 1953, y esto es algo que teme mucho el Occidente liberal. Y si sucediese de nuevo, no sería por el Camino de la Seda sino por la Ruta del Té: una alianza basada no en intereses sino en los valores tradicionales de familia. El objetivo de Vladimir Putin –conservador de derechas como Trump– es extirpar el liberalismo de Rusia y mirar a China para una gran alianza euroasiática.

 El Brexit parece que comienza a revelarse como una mala decisión política. Muchos piden que se vuelva a votar y algunos ya pronostican la caída de Theresa May. Sin embargo, nos explicaste en la última entrevista que Theresa May se reunió con el primer mandatario chino con interés en cerrar el modelo asiático y que le interesa más el potencial chino que continuar de la mano de EE.UU. ¿A quién le interesa más una Gran Bretaña fuera de la UE? 
El Brexit representa la lucha por el poder entre el modelo banquero-financiero y un nuevo modelo tras la quiebra del sistema Bretton Woods. Cuando el bloque soviético cayó en 1991 y el sistema capitalista conquistó el mundo entero, se terminaron los mercados externos a los que dirigirse. Es decir, llegamos al límite de crecimiento. Esa lucha explica desde la aparición de Donald Trump a la del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Ten en cuenta que Reino Unido no es Theresa May, una simple sirviente de los intereses de la élite liberal financiera como lo son el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, Hillary Clinton o George Bush. Theresa May es irrelevante. Londres es los Rothschild, es los Windsor, la verdadera élite del modelo alternativo (el intercambio de productos físicos como oro, plata, armas, diamantes), frente a los Rockefeller, élite del viejo modelo de Bretton Woods (banca de productos financieros). La victoria de los Rothschild en ese pulso nos lleva a mirar a Oriente, a China y al modelo del yuan respaldado por los recursos naturales. Cuando pensamos en China, tenemos que también pensar en los Rothschild. Sin ellos, China nunca podría haber cerrado el acuerdo por el control de Hong Kong.


II
Estulin: La Tercera Guerra Mundial será económica


Celeste Sáenz De Miera
Voces del Periodista
1 diciembre 2017

El autor de "La Trastienda de Trump" explica a Voces del Periodista, cómo se disputan los grupos de poder supranacionales el destino del planeta. Hablar de Daniel Estulin es referirse a un escritor y periodista que se formó en los servicios de inteligencia de Rusia, por lo tanto, tiene rigurosos métodos de investigación. Esa preparación le ha servido para adentrarse en el estudio de los oscuros grupos de poder que manejan a las personas como marionetas, con el fin de satisfacer sus inconfesables ambiciones de riqueza y de influencia.

Es el más reconocido investigador -por ejemplo- del Club Bilderberg, acerca del cual ha publicado varios libros, presentó el 17 de octubre 2017 su documental Bilderberg, la película, en un festival de cine de la Ciudad de México. Voces del Periodista lo aborda acerca de su más reciente obra, titulada La trastienda de Trump, editada por Planeta.

El término "trastienda" nos remite a un sitio que existe, pero que no está visible para el gran público. Un lugar donde se planifica, pero donde -también- puede haber desacuerdos y hasta enfrentamientos. ¿De eso trata tu libro?
Las conexiones que se establecen en este libro son reales, aunque el lector tenga que tomarse su tiempo para entender la mecánica de este imperio oculto. El lado oscuro es de por sí más atractivo. La gente prospera y amasa fortunas, cae y se levanta otra vez. Otros se paran y esperan, otros tantos, se alejan. 

Una vez más, sigue sabiéndose poco del verdadero lado oscuro de lo desconocido, de la tentación del placer supremo y de la caída en la ciénaga de la peculiaridad oculta. Vivimos en un mundo de realidad ilusoria: el capitalismo no es una tierra de excelentes oportunidades para los talentosos, para los elegidos, sino un ente secreto de aire mafioso, que se sirve del engaño para provocar reacciones en los ilusos

Con Trump, tenemos una ventana increíblemente clara a través de la que contemplar la operativa del Estado Profundo; una tierra atormentada por principios elementales, ancestrales, y controlada por sociedades secretas que suscriben estas antiguas creencias. 

En la guerra contra el nazismo, no hubo fisuras en el Estado representado por la Casa Blanca. ¿Por qué ahora sí las hay?
Hubo y mucho. Te recuerdo Operación Paperclip. No se trataba de un programa para llevar científicos nazis a Estados Unidos que ayudaran en el programa espacial. Paperclip, así como en la contratación de nazis, hubo mucho más que ciencia de cohetes espaciales. También se contrató a médicos y expertos en guerra psicológica nazis, junto con la organización Gehlen, espías, asesinos y saboteadores. 

Paperclip abarca toda la sopa de siglas de organismos y programas de inteligencia, desde CROWCASS (Registro Central de Crímenes de Guerra y Sospechosos de Seguridad) hasta CIC, SIS, OSS, CIA, JIOA y muchos más. Implica a decenas de países, a sus organismos de inteligencia, sus ejércitos, sus partidos políticos, la iglesia católica y los sistemas de justicia criminal. 

Para cuando finalizó Paperclip, una división entera de las Waffen SS ucranianas, así como miles de científicos nazis, muchos de ellos reos criminales de guerra -que habían participado en algunas de las peores atrocidades del conflicto- habían logrado encontrar un hogar en Estados Unidos, en Sudamérica y en Oriente Próximo. 

Sin hablar de los Rockefeller y su clan al completo. Entre ellos, Prescott Bush (abuelo de George W. Bush) y Allen Dulles, antiguo director de la Standard Oil Corporation, empresa fundada por Rockefeller, fue el jefe de Inteligencia Secreta de la OSS para Europa y, más tarde, de la CIA. Además, él y su hermano John Foster, fueron socios mayoritarios del principal bufete de abogados de la Standard Oil, Sullivan & Cromwell, una famosa empresa pantalla de la CIA, vinculada a las entidades financieras más importantes de Wall Street. 

El “gemelo” de Sullivan & Cromwell era el bufete alemán Albert & Westrick, agente financiero de Hitler, jefe de espías de la Abwehr en Estados Unidos y representante de Sullivan & Cromwell en Alemania. Vuelvo a repetir, una gran parte del complejo militar - industrial - económico -financiero estadounidense, el dichoso Estado Profundo, trabajaba directamente con los nazis.


¿O sea que el factor Trump no es local, propio de Estados Unidos?
Como explico en el libro, Donald Trump es, en un 90 por ciento, una reacción inevitable a la política exterior de Estados Unidos y, seguramente, también a la política interior, porque hoy en día, la línea que separa lo interior de lo exterior se ha desdibujado mucho. 

Lo que estamos viendo hoy en día en el escenario global está tan relacionado con la geografía, como con la política. Se está creando un nuevo orden en el que la geografía y el dinero están demostrando ser los triunfos definitivos de la baraja: la geografía se ha convertido en el principal factor en la toma de decisiones económicas. 

La geografía está generando la primera gran grieta política. La guerra por los cada vez más escasos recursos naturales ha empezado, por no hablar del agua y la comida, en una era de explosión global de la población. 

En la primera parte de tu libro, hablas de un golpe de Estado, de las guerras de la droga, de George Soros y hasta de una mafia ruso-israelí. ¿Dónde se conectan todos estos elementos y por qué?

Trump es la consecuencia de un modelo liberal-banquero-financista en quiebra. Y todos estos personajes son sus enemigos. Los que apoyaban a Clinton son cuatro elementos clave de este Estado Profundo: Hollywood, Silicon Valley, el establishment de Washington, los banqueros de Wall Street, las agencias de inteligencia, los medios de comunicación, los Rockefeller y George Soros, y sus grupos de revoluciones de color y sociedades abiertos. 

Y Trump, en un año, ha sabido desmontar a casi todas estas instituciones al completo. A partir de febrero 2018, Trump puso en marcha la siguiente parte de su plan: van a empezar a confiscar dinero de la mafia rusa en el extranjero. Ellos son elemento clave de financiación de esa elite bancaria-liberal elitista.



La segunda parte de "La trastienda de Trump" se concentra en los temas siempre enigmáticos del espionaje y el contraespionaje. En este sentido, cómo entender el papel de Wikileaks y de Julian Assange?
Wikileaks es una operación de los Rothschild, y los Rothschild son uno de los elementos clave del apoyo de Donald Trump. WikiLeaks publicó las herramientas para ataques informáticos de la CIA, que incluyen la habilidad para llevar a cabo operaciones bajo “bandera falsa”. En otras palabras, la CIA, el MI 6 y su Inteligencia aliada pueden realizar ataques informáticos y dejar una huella que los atribuya a otros gobiernos, como, por ejemplo, el ruso. 

Es más, con la revelación de 8752 documentos clasificados por parte de WikiLeaks, en los que una gran operación de ciberguerra por parte de la CIA, centrada en su Centro de Ciberinteligencia, mostraba estar espiando y realizando sabotajes mediante el uso de televisores, teléfonos inteligentes y coches computarizados, ilustra una gran redundancia de operaciones entre la CIA, la NSA y el Cibermando de Estados Unidos. 

Cuando se juntan con los documentos revelados por el informador Edward Snowden, los documentos recientemente liberados por WikiLeaks conocidos como Year Zero/Vault 7 revelan una infraestructura masiva para la ciberguerra y el espionaje de ordenadores por parte de Estados Unidos. 

Mientras que Estados Unidos y las empresas de medios de comunicación occidentales, así como los funcionarios del Partido Demócrata, han denunciado operaciones de ataques informáticos rusos a la campaña electoral de Hillary Clinton de 2016, al Comité Nacional Demócrata y al Comité de Campaña del Congreso Demócrata, las recientes revelaciones sobre la CIA describen una agencia que tiene la capacidad de entrar en sistemas informáticos y dejar pruebas forenses que apunten en otra dirección para los investigadores. 


¿Qué es el Estado Profundo? ¿Por qué hay disputas entre las agencias de seguridad de los EEUU?
El Estado profundo, tal y como lo definen quienes realmente acuñaron el término, es la entidad post Segunda Guerra Mundial, consistente en los bancos y despachos de abogados de Wall Street y Londres, y las agencias estatales y de inteligencia creadas y dotadas de personal, por ellos, y los medios de comunicación, fundaciones y think tanks controlados por ellos. Una estructura que inter secciona con el crimen organizado y algunos políticos patrocinados. Genera en la sociedad sucesos “profundos” y desestabilizadores a nivel universal, como el asesinato de John F. Kennedy, de los que aparentemente, sale ileso. 

La CIA y la DIA no son más que el pararrayos de los que en realidad controlan las cosas. La gente no ve a los locos y a sus pequeñas camarillas conspirativas que hay dentro de los gobiernos. Esas camarillas se remontan a Cuba, a Laos, a Afganistán y a Nicaragua. 

Durante décadas, han estado involucradas en todo lo que se relaciona con el tráfico de drogas y armas, en los asesinatos, la guerra encubierta y el terrorismo descarado. Se trata de un terrorismo que cada vez tiene un rostro menos definido, que no cuenta ni con un credo ideológico ni con un objetivo político. Se trata de un terrorismo cuyas motivaciones son el poder y la avaricia. 

El manejo global del terrorismo, entonces, tiene la finalidad de cerrar la trampa. Como la presunta amenaza es global, el control político-policíaco tiene que ser global. Es un terrorismo empresarial-gubernamental a escala planetaria... ¿Por eso, la digitalización del comercio? ¿Qué toda transacción sea electrónica?
En parte, pero hay un elemento mucho más importante en juego. La capacidad global para la deuda ha alcanzado su máximo. Todos los mercados del mundo han alcanzado su máximo total de deuda. El mundo financiero está en quiebra. Hemos llegado a los rescates. 

El G-7 ya había apalancado. Después llegaron los mercados emergentes, que también apalancaron, y cuando ellos acabaron, todo el mundo lo había hecho. Ya no hay adónde ir. Podemos ir a un modelo de acciones y podemos optimizar la organización desde abajo, pero eso requiere una determinación de precio legitimada. Y cuando lo intentas dirigir todo con información falsa de inteligencia, ciencia falsa, noticias falsas... la máquina de cosechar necesita una nueva manera de cavar, y la moneda y el dinero digital son esa manera. Pero necesitas a todos los países y la capacidad para obligar a todo el mundo a adoptar el sistema digital.

Como ya he dicho antes, por primera vez en la historia, los grupos de poder de la élite, que operan a nivel supranacional, no se ponen de acuerdo. Un sistema se ha roto y no tiene arreglo, al otro le está costando nacer. Clinton contra Trump solo era un microcosmos de esta guerra. 

➤ Pero la carrera espacial se ha reactivado. Esto permite suponer que la guerra la quieren llevar al espacio.
Desde la Segunda Guerra Mundial, una de las mayores inversiones de los gobiernos del mundo desarrollado ha sido mantener a los ciudadanos ajenos a todo lo relativo al espacio exterior y a lo que los humanos podrían estar haciendo en él. Para controlar el espacio, necesitaríamos tres elementos: 

1. Control de las vías espaciales con satélites; 
2. Moneda digital; 
3. Plataformas 5G.

Otro motivo para integrar el espacio exterior en nuestra idea del mundo es porque la parte de nuestra economía que se transporta, se almacena o se analiza digitalmente en la órbita terrestre, es cada vez mayor

Nuestra dependencia de los satélites para aplicaciones comerciales, de inteligencia, de ejecución de las leyes y militares es creciente. Para abordar la necesidad de satélites y sistemas de satélites GPD, más países están desarrollando programas espaciales y lanzando opciones que requieren productos adicionales y servicios de defensa, aeroespaciales, satélites y empresas espaciales privadas. 

Lo que sigue es la creación de una infraestructura de Seguridad Nacional construida alrededor de un gran número de empresas e inversores privados, con un gran número de mecanismos secretos de financiación gubernamental, secreta y privada. Este aparato secreto controla ahora la tecnología más poderosa del mundo que funciona por encima de la ley. 


Hablamos de una dictadura global. Háblanos de este nuevo modelo, inédito para la humanidad... ¿En qué puede derivar?
El modelo está protegido por operaciones de contrainteligencia que identifican y acosan a candidatos, periodistas y académicos que intentan sacar a la luz los hechos. Está protegida por empresas de medios de comunicación que retransmiten una serie infinita de extrañas explicaciones para los acontecimientos, y que, cada vez, más dependen de noticias “fabricadas”, como si se tratara de reality shows. Está protegida por medios de comunicación alternativos en Internet, asolados por la desinformación, la pornografía del miedo y explicaciones aún más raras. 

El secreto con respecto al espacio ha conducido a la necesidad de un control centralizado. Y los satélites en órbita han sido instrumentales para implementar este control centralizado. Estas actividades han sido financiadas por dólares procedentes de los impuestos estadounidenses y los ahorros para la jubilación, así como mediante presupuestos en negro, rescates y crimen organizado. 

Entonces, ¿tratan de imponer un fascismo amable?
Una de las razones por las que hay tanta prisa a la hora de añadir satélites a la órbita es para proporcionar acceso a todos los ciudadanos, mediante los teléfonos inteligentes, al Internet de las cosas. Esto tendrá lugar sobre una base que reduce dramáticamente los costes de las transacciones a niveles asequibles por los mercados emergentes y de frontera. 

Efectivamente, creará el equivalente a una nueva “fiebre del oro”, la capacidad de que todos, desde los políticos a las empresas de consumo, hagan ofertas a la población global de tú a tú. 

Las oportunidades financieras creadas por la plataforma orbital es uno de los motivos por los que otros países están haciendo movimientos agresivos para crear sus propios sistemas de navegación global en órbita. No quieren depender de Estados Unidos para los sistemas de navegación, liquidación y pago. Tampoco quieren que su población sea manipulada en su contra mediante “revoluciones suaves”. Esto significa tener cables oceánicos y sistemas de satélites independientes. Esto significa redundancia. 

¿Por qué necesitan redundancia? 
Necesitan redundancia, especialmente en los sistemas financieros, porque no quieren que pueda chantajearlos cualquiera. Si vas a mantener las cosas limpias, necesitas redundancia y necesitas competencia entre sistemas redundantes. De otro modo, no es lo suficientemente fuerte, innovadora ni explícita. 

El futuro de cualquier sistema de moneda digital depende de un sistema redundante y experto de satélites en órbita. Esto hace que los temas sobre legalidad y gobierno relativos al espacio sean mucho más interesantes. 

Una vez esté construido este sistema global, será posible pasar a un sistema de moneda global digital. Por lo tanto, no resulta sorprendente que veamos prototipos como Bitcoin, que combina moneda digital con no estar atado a un depósito asegurado soberano, una bendición para los gobiernos del G-7 si puede conseguirse.

Si una persona cree que los bancos centrales y su moneda digital competirán con el bitcoin, es que no tiene una perspectiva de conjunto. Esto no va a suceder. Jamás. El motivo por el que el oro fue ilegalizado en Estados Unidos en la década de 1930 fue para evitar que el oro compitiera con el dinero emitido por la Reserva Federal. ¿Por qué iba a creer nadie que la Reserva Federal va a permitir que una moneda digital compita con su mecanismo de transmisión de la riqueza a gran escala?

Una moneda global, digital y fiduciaria que está libre del seguro de depósito soberano, es el mecanismo de control definitivo. De modo que siempre que sea digital y controlada de forma central, a la Empresa Mundial, S. A., las élites mundiales y el Estado profundo les va a dar igual si el sistema de moneda se llama dólar, peso, franco, oro o plata

Eso significa control sobre los contribuyentes. Que sepan qué comes, cómo vistes, dónde estudian tus hijos.
Exacto.


¿Qué interpretación das al triunfo de Siria contra Daesh? Rusia fue fundamental para la victoria del pueblo sirio. Pero, en realidad, se puede cantar victoria.
Siria sigue siendo un catalizador muy útil para los globalistas a la hora de lograr la crisis que necesitan para impulsar su gran reajuste. Dado que han tratado de meter a los estadounidenses en ese aprieto tantas veces en los últimos años, creo que puedo afirmar con certeza que, por un lado, planean utilizar a Siria de gatillo, tanto si Washington colabora como si no, y, por el otro, de gancho para obtener el apoyo público estadounidense al llamado cambio de régimen.

Para mí, la próxima guerra mundial no sería de índole nuclear, sino principalmente económica. Es decir, creo que a las élites de las clases dirigentes les resulta mucho más útil servirse de Oriente como enemigo para abatir determinadas partes de Occidente con armas económicas, como el abandono del dólar estadounidense. 

El caos que esto supondría en los mercados globales y el pánico que se desataría entre la población general sería la excusa perfecta para introducir lo que los globalistas llaman el gran reajuste financiero. 


Las cartas están echadas. Cómo en un juego de Bridge. ¿A qué señales debemos estar atentos?
La Guerra hoy en día no está entre los países, sino entre los proyectos globales. No es USA contra Rusia, o Francia contra Alemania, o China vs. UK. Si fuera así, no podríamos explicar Clinton vs Trump, Black Lives Matter vs la policía, etc. Se trata de los proyectos de talla mundial y el juego de la élite no es el ajedrez como nos intenta engañar Zbignew Brzezinsky, sino Bridge, es el juego de la élite. 

Son seis proyectos: 

1. Nuevo Babilon (liberales financistas de Wall Street); 
2. Nuevo Jerusalem (familia real británica, Rothschild, Jasidas Kabalistas); 
3. Gran Europa; 
4. Gran Eurasia (capital en Moscú); 
5. China, y 
6. El Califato. 


Xi Jinping es amo absoluto de China. ¿Pero qué peso real tiene y podrá tener en un nuevo orden mundial?
Xi es el Nuevo Emperador. China es un país de un modelo de nacional-socialismo. El Nacional-socialismo chino es la unión de los clanes chinos alrededor del trono de los antepasados. Xi quiere adelantarse a todos los países en el tema del desarrollo tecnológico. Todas las tecnologías modernas nacieron a base de una Sociedad Occidental, protestante y no basada en valores sagrados. 

Xi va a apostar por una modernización rápida, crecimiento de la clase media con un acceso más amplio a la información; va a llevar a la realización de las condiciones idóneas para el florecer del nacional-socialismo tipo hitleriano, pero con la identidad específica China. 

Trump quitó a Janet Yellen de la Reserva Federal y puso a Jerome Powell. ¿Le ayudará eso en su propósito de hacerse con el control de la Fed, que han ostentado desde siempre los 12 grandes bancos de EEUU?
Siempre ha sido la Reserva Federal de NY. Obviamente le ayuda. La Reserva Federal, desde su creación en diciembre 1913, siempre ha sido un elemento clave del poder del modelo liberal-banquero-financista. Trump llegó a la Presidencia con dos objetivos clave:

- Desmontaje del modelo Petrodólar y las instituciones correspondientes del modelo Bretton Woods, tales como FMI y el Banco Mundial, y

- Cambio de patrón económico de dinero físico a criptomoneda. 

Controlando la Reserva Federal, le permite llevar a cabo los cambios correspondientes.

Y Putin, en Rusia? 
Absolutamente. Putin gana. Él llegó como fuerza conciliadora entre varias facciones y clanes del poder. Con Trump en la Casa Blanca, Putin y/o su sucesor pueden llevar a cabo las reformas necesarias en el país, para extirpar al cáncer liberal de Rusia. 


III 
‘Si Andrés Manuel López Obrador se posiciona como un conservador de izquierda, trabajará bien con Trump’



Aristegui Noticias
5 julio 2018


¿Cómo fue que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos?. Estulin plantea que detrás del mandatario norteamericano hay un conflicto financiero por el poder que rebasa a los Estado-Nación. en "La trastienda de Trump" (Ediciones B), Estulin sostiene que la presidencia de Donald Trump es parte de la hegemonía empresarial que se impone en el mundo.

La llegada al poder de Trump  fue el resultado de una fuerte lucha dentro de los elementos estadounidenses del proyecto global “occidental” (liberales-banqueros-financieros) y los restos de la élite del proyecto “capitalista” (industrial que producen algo). Este contrato adquirió dimensiones políticas después de que la crisis comenzó en 2008, cuando se hizo evidente que los recursos del proyecto “occidental” para estimular el crecimiento económico en los Estados Unidos y el mundo están agotados y que es necesario buscar modelos de desarrollo completamente nuevos.

Como consecuencia de ello, estos proyectos han entrado con Trump en una contradicción cruel y comparable al proyecto “Rojo” contra el proyecto “occidental” en la segunda mitad del siglo XX. ¡Esto ya no es una lucha de los mercados o una balanza comercial, es una lucha de poder! Desde la victoria de Trump, significa la destrucción de toda la base económica del proyecto “occidental” y, como consecuencia, la retirada de todas las élites regionales asociadas con este proyecto de la escena política. A Merkel personalmente, tal vez no le importa (es vieja y lleva mucho tiempo), pero a Macron, May, Trudeau ciertamente sí les importa y mucho. Para ellos, la lucha se convierte en una lucha por su propio bienestar. Para el propio Trump y las élites detrás de él, la situación es simétrica.

 Se ha escrito mucho sobre la relación o mejor dicho, sobre la deuda que tiene Trump con el gobierno ruso. ¿En verdad ejerce algún tipo de dominio el gobierno de Putin sobre el de Trump?
Trump y Putin representan el conservadurismo de derechas y los dos comparten los mismos enemigos – liberales banqueros financieros.  El modelo financiero del mundo occidental se estableció en la Conferencia de Bretton Woods de 1944, y ese modelo estaba pensado para reemplazar al sistema soviético. El dólar era el núcleo del sistema y tenía que convertirse en la moneda base de un nuevo sistema mundial, incluso en Rusia.

Así, el Consenso de Washington no era más que un reglamento para quienes construían el nuevo modelo económico en Rusia y en otros países del derrotado bloque socialista. Mientras que existiera el modelo Bretton Woods, eso era posible, pero la llegada de Trump cambió completamente las reglas de juego del orden viejoasí que no existe ningún vínculo secreto, ni grabaciones ocultas ni fotos que Putin podría usar para chantajear a Trump

Ahora, lo que sí que existe son negocios sucios entre Trump y la mafia rusoisraelí, multimillonarios oligarcas de la ex-Unión Soviética. Son gánsteres multimillonarios y magnates procedentes de las repúblicas de la antigua Unión Soviética quienes dominan los imperios de empresas de Donald Trump y su yerno Jared Kushner.

 La guerra comercial con China, los impuestos del acero y la forma en que se renegocia el TLC con América del Norte, ¿qué tipo de política económica configuran en Estados Unidos?
Los que están en guerra hoy en día ya no son países, sino proyectos globales. Llámalo Global 3.0 (el mundo post-industrial/networking). La crisis de la sociedad industrial donde el ciclo de la acumulación de capital en el Occidente ha terminado y empieza el ciclo Asiático donde la acumulación de capital se centra en China. Estamos viviendo el fin del proyecto Atlántico y el cambio hacia el proyecto centrado en el Pacífico. Este nuevo mundo monetario lo están moldeando como un sistema de dos contornos –de Petro Dollar a Yuan de oro y dinero electrónico.

 ¿Qué impacto en mediano y largo plazo puede tener la apertura de la embajada en Jerusalén por parte de Estados Unidos?
A pesar de lo que opina la mayoría, los judíos no son un grupo homogéneo. Existen tres grupos de judíos que, de hecho, no se llevan nada bien entre sí

1. Talmudistas/Wall St. financieros liberales (New York); 2. Jasidistas/Londres que están llevando el plan Salomónico de tres mil años (Rothschild); 3. Sionistas, cuyo objetivo primordial es salvar a Israel como sea. 

Trump, es más afín a los Sionistas que a los Talmudistas (Hillary Clinton). También, ten en cuenta otra cosa: existen tres salidas de la crisis actual:

1. Guerra mundial;
2. Nuevo mundo económico vía el cambio de patrón petro dólar a yuan de oro; 
3. Revolución tecnológica hacia la convergencia NBIC (Nano, Bio, Info, Cogno – transhumanismo). 

Una guerra mundial (con miles de millones de muertos) es una manera de desgrabar las deudas (4 cuatrillones, es decir 4 y 15 ceros) y las responsabilidades. La élite no piensa en la masa de comelones inútiles como nos llamaba David Rockefeller y Henry Kissinger. Y como decía Mao, si muere la mitad de la población mundial, se queda la otra mitad y nosotros tenemos 1.5 mil millones. Abrir la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, es una obvia provocación… hacia una guerra de gran escala. ¿Por qué no?

 ¿Cuál es su opinión sobre la política migratoria de Donald Trump?
Lo que estamos viviendo con Trump ya existía con Obama, salvo que los medios de comunicación lo tapaban dado que Obama formaba parte del proyecto liberal banquero financiero. Trump es el enemigo de este proyecto y es una de las vías de atacarle. El desplazamiento de grandes masas de latinos es la consecuencia de la política exterior de los Estados Unidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Ochenta y un golpes de Estado por parte de la CIA, revoluciones de color en América Latina, Europa, Asia, Africa, Oriente Medio. Desmontaje de los países, la destrucción de la clase media en los años ochenta, la pobreza indemne, las mafias y bandas criminales, las drogas y la inseguridad ciudadana les empuja hacia zonas de estabilidad, por muy superficiales que sean. Si Estados Unidos no quiere millones de indocumentados en sus fronteras, debería estabilizar los países y construir un futuro basado en el bienestar en vez de vivir a coste de los demás.

 ¿Qué tipo de precedente sentará la presidencia de Donald Trump en términos geopolíticos?
Trump representa un modelo alternativo económico y político. Su aparición en la escena política ya produjo daños irreversibles para la élite liberal financiera. Por eso, estamos viendo la histeria por parte del establishment porque ellos (tanto el Partido Demócrata como el Republicano en Estados Unidos, como todo el establishment en Europa Occidental, dado que todos ellos forman parte a nivel global de un único modelo liberal económico)  entienden que se están jugando su propia supervivencia. En un futuro próximo se creará una situación de distintos proyectos regionales (proyecto capitalista en los Estados Unidos, proyecto Rojo en China y Proyecto islámico) que, por una parte, va a aumentar de forma espectacular la incertidumbre en el mundo, y por el otro creará oportunidades para nuevas ideas en el nivel regional.



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Entrevista con Daniel Estulin. Premio Internacional de Periodismo




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