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23 diciembre 2023

Hitler, el definitivo test de Rorschach



 

por L. P. KOCH

LucTalks (web alemana)

Título original en inglés: Hitler, the Ultimate Rorschach Test. The rise of Nazism and how to study history


Nota previa del editor del blog

El test de Rorschach Inkblot es un tests  psicológico proyectivo muy utilizado en todas partes como medio para examinar las características de personalidad y el funcionamiento emocional del examinado, sus parámetros psicométricos siguen siendo un instrumento clínico con valor diagnóstico. La prueba se emplea generalmente para detectar patrones de pensamiento subyacentes y diferenciar disposiciones psicóticas de no psicóticas en el pensamiento de una persona. El Rorschach también se utiliza en casos forenses y de custodia, así como para medir el grado general de adaptación de una persona a la sociedad. Según sus defensores las diez láminas utilizadas son una forma completa que detecta un amplio rango de condiciones mentales y problemas latentes que otras pruebas y exámenes no podrían revelar. 

La principal crítica de los detractores de este método de evaluación psicológica es la falta de rigor científico de las pruebas que pretenden sostener su validez y confiabilidad, una pseudociencia que debió abandonarse hace años. Los detractores critican además que, al carecer el estímulo de una estructura y significados determinados, el universo de respuestas posibles es muy amplio y la interpretación de ellas puede verse influenciada también por las impresiones subjetivas y los prejuicios del propio psicólogo, dado que, además, la interpretación de cada elemento dibujado debe ser contextual (no puede realizarse por partes, sino teniendo en cuenta el conjunto).

Los críticos del test, tanto dentro como fuera de la comunidad de psicólogos, psiquiatras y expertos en salud mental, afirman que su práctica es inaceptable por la falta de consenso científico y la actitud cada vez más crítica de la población frente a los exámenes psicológicos en general. Esto marca en la opinión pública una tendencia escéptica frente al Test de Rorschach para entregar resultados válidos y confiables.

Sin embargo, hasta hoy -a pesar de décadas de discusión y falta de consenso en el ámbito académico- el test sigue siendo aceptado en los tribunales de justicia, suele utilizarse en muchas partes para seleccionar personal. (Citas resumidas de Wikipedia)


*****



Ensayos sobre filosofía en un mundo enloquecido

El ascenso del nazismo y cómo estudiar la historia

No podemos evitar ver la historia a través del lente de nuestras creencias más profundas.

En ninguna parte esto es más evidente que en cómo la gente ve a Hitler y el Tercer Reich: abofeteamos a nuestros antecedentes en una era hipercompleja que permite un número casi infinito de ángulos, y como por arte de magia, todo se ordena en un pequeña narrativa ordenada.

Y así, los izquierdistas afirmarán que Hitler era simplemente un conservador con esteroides, y verán, ahí es adonde conduce inevitablemente el conservadurismo.

Los marxistas argumentarán que los nazis fueron en realidad sólo la reacción del capital a la revolución proletaria, por lo que de otro modo sería inevitable, posponiendo así la utopía comunista mediante la colusión entre industriales, junkers y banqueros occidentales.

Los conservadores argumentan que el nazismo era simplemente comunismo, porque, no sé si hay una "S" en "NSDAP".

Los revisionistas le dan un giro adicional a esto al afirmar que el verdadero malo de toda esta historia no fue Hitler, sino Stalin: fue él quien inició la Segunda Guerra Mundial obligando a Hitler a actuar.

Los cristianos señalan que Hitler era anticristiano, tenía un montón de creencias paganas locas (o, alternativamente, que abrazaba el cientificismo), que el famoso Concordato entre el Vaticano y los nazis trataba simplemente de proteger al clero de la persecución, lo que de todos modos ocurrió a torrentes.

Los ateos dicen que especialmente los protestantes, pero también un número no pequeño de católicos (el propio Hitler era uno de ellos), abrazaron incondicionalmente a Hitler, y que deberíamos ver el nazismo como una consecuencia de la mentalidad autoritaria cristiana.

Los psicoanalistas pintan a Hitler como el arquetípico del Tipo del Complejo de Edipo: debido a que era cercano a su madre y pudo haber sido golpeado por su padre varias veces, prendió fuego salvajemente a Europa (naturalmente).

Los apologistas nazis se quejan de las leyes que prohíben la negación del holocausto (lo cual es bastante justo) y luego defienden un régimen en el que a nadie se le permitía decir nada que no estuviera sancionado por los poderes fácticos y, en realidad, los judíos tienen la culpa de todo el caos, a pesar de que fue bueno, o algo así.

Los pensadores sistémicos negarán la agenda de Hitler y culparán de todo a las infames luchas internas entre los peces gordos nazis o a las leyes económicas o a los conflictos tribales impulsados por la evolución o lo que sea, mientras que otros ven en Hitler una figura todopoderosa que lo hizo todo por sí mismo por pura voluntad fanática, eximiendo convenientemente de cualquier culpa tanto a los alemanes como a las potencias extranjeras.

Otros más intentan culpar a los alemanes (entre ellos muchos alemanes masoquistas) pintando a Hitler como la consecuencia natural de la irracionalidad y el autoritarismo teutónicos.

Y así sucesivamente.




¿Hay alguna manera de salir? ¿Puede haber algo así como una verdadera narrativa histórica?

Bueno, al menos podemos acercarnos a uno. Pero para eso necesitamos desesperadamente trabajar contra nuestra tendencia a optar por la historia más conveniente: conveniente, es decir, para nuestras propias nociones preexistentes e intereses argumentativos.

Es importante destacar que lo que vemos en la historia depende de nuestro propio desarrollo personal, experiencia y sabiduría. ¿Podemos imaginarnos vivir una determinada situación histórica? ¿Podemos sentir la atracción de la narrativa dominante en ese momento y evaluar honestamente nuestra reacción ante ella? ¿Podemos comprender visceralmente las diferentes fuerzas en juego tanto durante el período en cuestión como en nuestro tiempo presente? ¿Entendemos la psicopatología y su relación con los seres humanos sanos, como resultado de la lectura y la experiencia de la vida real, y podemos aplicarla a varios factores influyentes y a la población en general en el pasado?

Para dar un ejemplo: aquellos que vivieron la locura del Covid, al ver a través de toda la propaganda y los sofismas, podrán reconocer algunos de los mismos patrones y sensaciones que muchas personas sintieron durante el nazismo. Cuando todo empezó, mi esposa y yo releímos la autobiografía de Sebastian Haffner, Desafiando a Hitler, en la que relata la toma del poder nazi desde la perspectiva de la vida cotidiana de un alemán común y corriente. No hace falta decir que los paralelismos son inquietantes. Haber vivido el Covid y darte cuenta de que el comienzo de la era nazi fue similar en ciertos aspectos no solo agudizará tu visión del pasado y del presente, sino que también te hará inmune contra ciertos apologistas nazis: si no te gustara lo del Covid, habrías odiado la vida bajo Hitler. También te hará más inmune contra patrones similares que se desarrollan hoy en día.

Pero en lugar de convertir esta idea en otra narrativa simplista, deberíamos estar abiertos también a otros ángulos. Rara vez son mutuamente excluyentes.

Por ejemplo: partiendo nuevamente de nuestra propia experiencia en el presente, sabemos cómo el Imperio anglosajón nos ha mentido y hecho propaganda en innumerables guerras, desde Kosovo hasta Irak, desde Libia hasta Ucrania. ¿Qué debería decirnos eso sobre la historia aceptada de la Primera y la Segunda Guerra Mundial? ¿Debemos asumir que Gran Bretaña y Estados Unidos habían sido niños del coro antes de, digamos, de 1960, y de repente se convirtieron en mentirosos imperialistas de la noche a la mañana? ¿Qué hacer con la versión aliada de los acontecimientos desde esa perspectiva?

“¡Pero eso significaría que aquí realmente no hay buenos ni malos!” No, a veces los hay. Sin embargo, en general la historia es complicada. Incluso para hablar de los buenos y los malos, necesitamos, nuevamente, comprender visceralmente hoy lo que significan el bien y el mal en diferentes contextos, es decir, todo el enigma de la moralidad. Necesitamos comprender las formas de engaño y propaganda empleadas por varios actores, los diferentes niveles de ignorancia, fanatismo ideológico, debilidades humanas, la vida del alma y mucho más. 

Otro ejemplo de cómo nuestra lectura de la historia depende de nuestros antecedentes es la suposición materialista de que no existen “fuerzas superiores” buenas o malas, por así decirlo, es decir: influencias a las que podemos estar sujetos si nos abrimos, conscientemente o no, a determinadas energías. Para decirlo de manera menos esotérica: tendemos a ver la historia como una cadena de causa y efecto, en contraposición a algo que se mueve a lo largo de diferentes líneas teleológicas, expresando ciertas formas que podemos aprovechar, o como dijo Oswald Spengler: destinos.

Echemos un vistazo rápido a lo que producen estos dos ángulos, sólo para demostrar la idea.

El papel de los anglos

A principios del siglo XX, Gran Bretaña era el actor más poderoso: el imperio dominante, gobernante del mar, el centro de poder mundial. Es bastante extraño, entonces, que casi nadie le pregunte sobre su papel en los acontecimientos que marcaron el inicio del nuevo orden mundial: la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial.

Algunos historiadores lo saben mejor, sin duda, pero la versión caricaturesca de la historia que a todos nos enseñan dice más o menos así: después de que Napoleón hizo sus cosas malas sin ningún motivo excepto ser malvado, ahora fueron los malvados alemanes quienes al azar comenzaron la Primera Guerra Mundial (porque son estúpidos y malvados), con las otras naciones “caminando sonámbulas” al azar. El Káiser tiene la culpa porque construyó una flota y, por lo tanto, compitió ingenuamente con Gran Bretaña, aunque a nadie parece ocurrírsele que esto implica que Inglaterra sea realmente culpable de la guerra, pero no importa.

Por suerte para nosotros, como sucede tan a menudo en la versión anglosajona de la historia mundial, Gran Bretaña y Estados Unidos salvaron el día. Luego Alemania se sumió en el caos, completamente ajena a cualquier política anglosajona, por supuesto (por favor, no miren a los bancos centrales, a la City y a Wall Street, algo que ningún historiador debería hacer jamás), y Hitler apareció de la nada, cosa que, por supuesto, nadie podría haber sabido y mucho menos detenido, especialmente el Imperio, que finalmente no tuvo más remedio que salvar el día de nuevo.

Se podría preguntar razonablemente cómo es posible que el imperio más poderoso del mundo no tuviera nada que ver con nada. Sería un poco como mirar la guerra de Ucrania y afirmar que Estados Unidos no tuvo nada que ver con ella: era simplemente Putin haciendo el mal sin ninguna razón excepto ser malvado, y el Imperio anglosajón simplemente intervino cuando una pobre nación invadida clamó por ayuda. (Espera un minuto…)

Pero, dado lo que sabemos hoy sobre cómo el mundo anglosajón hace negocios, ¿debemos creer que desde 1914 hasta 1945 no hubo inteligencia? ¿Sin intromisión? ¿No hay operaciones abiertas y encubiertas que salvaguarden los intereses de la élite del imperio? ¿Sin chanchullos financieros, especulaciones, cambios de régimen, chivos expiatorios, manipulación de la opinión pública en el país y en el extranjero, y todo lo demás? ¡Por supuesto que no! La culpa es directamente del Kaiser y de los reaccionarios de Weimar, tal vez algunos comunistas, con un poco de sobra para los codiciosos franceses. Es curioso cómo funciona eso.

Consideremos la famosa teoría del Heartland de Halford Mackinder, que desarrolló a principios del siglo XX y que articuló los claves intereses geopolíticos anglosajones.
 
Lo esencial es que el mayor peligro para la supremacía anglosajona reside en el “corazón” (Europa del Este y Rusia), que tiene el potencial de dominar el mundo si se desarrolla tecnológicamente y en términos de organización:

Mackinder describió las siguientes formas en las que el Heartland podría convertirse en un trampolín para la dominación global en el siglo XX

- Invasión exitosa de Rusia por parte de una nación de Europa occidental (muy probablemente Alemania). Mackinder creía que la introducción del ferrocarril había eliminado la invulnerabilidad del Heartland a la invasión terrestre. A medida que Eurasia comenzó a estar cubierta por una extensa red de ferrocarriles, existía una excelente posibilidad de que una poderosa nación continental pudiera extender su control político sobre la puerta de entrada de Europa del Este a la masa continental euroasiática. En palabras de Mackinder, "Quien gobierna Europa del Este manda en el Heartland".

- Una alianza ruso-alemana. Antes de 1917, ambos países estaban gobernados por autócratas (el zar y el káiser), y ambos podrían haberse sentido atraídos por una alianza contra las potencias democráticas de Europa occidental (Estados Unidos era aislacionista con respecto a los asuntos europeos, hasta que participó en la Primera Guerra Mundial en 1917). Alemania habría aportado a tal alianza su formidable ejército y su gran y creciente poder marítimo.
 
- Conquista de Rusia por un imperio chino-japonés (ver más abajo)

En otras palabras, el imperio anglo estaba (y está) desesperado por sofocar el desarrollo de Rusia, y especialmente cualquier unión de fuerzas entre éste y Alemania; esta última se había convertido, a los ojos de los británicos, en una amenaza a la supremacía anglo por derecho propio. gracias a su poder industrial y científico.


El mapa geopolítico de Mackinder.


Ahora bien, da la casualidad de que la Primera Guerra Mundial provocó precisamente lo que la Doctrina del Heartland dictaba que sería el resultado perfecto para Gran Bretaña: Alemania en ruinas, el Káiser desaparecido, Rusia primero desgarrada por la guerra civil y luego por la locura bolchevique. Cualquier acercamiento entre Alemania y Rusia estaba fuera de discusión: la única posibilidad habría sido una coalición entre los “blancos” monárquicos y antibolcheviques de Rusia y los reaccionarios generales prusianos alemanes, o alternativamente, tal vez, entre los bolcheviques y una Alemania comunista. No hace falta decir que ambas opciones no se materializaron, y sería una descarada teoría de conspiración sugerir que podría haber fuerzas en juego que intentaron asegurarse de ello.

Todo el mundo odiaba la República de Weimar y había muchas opciones sobre la mesa: una dictadura militar, una restauración o una monarquía constitucional, varios movimientos nacionalistas, un régimen comunista (tanto alineado como no alineado con los bolcheviques)... Y, sin embargo, fue Hitler quien ganó: un anglófilo explícito que veía en Gran Bretaña a su aliado natural, como lo describió en Mein Kampf. También era ferozmente anticomunista y, por tanto, antirruso, además de considerar a los eslavos una raza inferior. Esta visión de las cosas no fue en modo alguno la única en los círculos nacionalistas alemanes: incluso algunos miembros del movimiento nazi, como los hermanos Strasser, se inclinaban más hacia la izquierda y podrían haber optado por una política más prorrusa. De hecho, muchos conservadores nacionalistas eran muy hostiles hacia Gran Bretaña y lamentaban la “americanización” de Alemania. La mayoría tampoco tenía mucha paciencia con las teorías raciales de Hitler; incluso Göring pensaba que la “manía racial” era una obsesión privada de Hitler, Himmler y Rosenberg.

Por desgracia, fue Hitler, quien fue a invadir Rusia, y tras la segunda guerra mundial, Alemania fue completamente derrotada, espiritualmente aplastada e integrada en el imperio anglosajón con prácticamente cero posibilidades de volver a tomar alguna decisión geopolítica independiente. Europa estaba claramente dividida a lo largo de las líneas divisorias de Mackinder a través de la Cortina de Hierro: una integración con Rusia absolutamente imposible, con tropas aliadas (y más tarde armas nucleares estadounidenses) estacionadas en medio de todo.


Cuando miramos las fuentes desde ese ángulo: ¿qué arroja? Resulta que es un gran negocio. En su libro, "El conjuro de Hitler: cómo Gran Bretaña y Estados Unidos formaron el Tercer Reich" (Conjuring Hitler: How Britain and America Made the Third Reich), Guido Giacomo Preparata presenta un caso grave de como Gran Bretaña y Estados Unidos manipularon, traicionaron y presionaron a las potencias continentales para lograr sus objetivos. Desde el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, cuando las alianzas producirían exactamente los resultados deseados, la entrada de Gran Bretaña en la guerra que la convirtió en una guerra mundial en primer lugar, hasta las acciones financieras y económicas encubiertas que arruinaron a Alemania, la apuntalaron en los años dorados de Weimar, luego lo arruinó de nuevo justo antes de Hitler, y luego la apuntalaron de nuevo -en las coyunturas adecuadas para que el hitlerismo pudiera surgir-, su historia es bastante sorprendente y está bien documentada.
 
Ahora, ¿creo que esto es todo lo que hay que hacer? ¿O que Gran Bretaña realmente planeó todo el asunto de principio a fin, en una especie de gran plan para aplastar a Alemania? Absolutamente no. Porque no es así como funciona la historia: la versión de los acontecimientos de Preparata se parece demasiado a otra pequeña narración ordenada, y algunas de sus afirmaciones son realmente inverosímiles. Pero aún así, sería tonto no dar por sentado que facciones fuertes en Gran Bretaña y Estados Unidos, como potencias mundiales dominantes, no persiguieron sus intereses con celo maquiavélico, y que gran parte de la historia moralista que nos han contado está incompleta en el mejor de los casos, un completo disparate en el peor.

Por ejemplo, tiene mucho sentido, desde esta perspectiva, que el apoyo de Gran Bretaña a los blancos rusos (que lucharon contra los bolcheviques) fuera sólo un espectáculo, y que socavara encubiertamente el esfuerzo. ¿Por qué no habría de ser así, si era preferible una Rusia destruida y dirigida por fanáticos asesinos? ¿Y por qué ciertas facciones en Gran Bretaña, analizando las diferentes opciones en Weimar, no apoyarían encubiertamente al hitlerismo en lugar de las fuerzas hostiles hacia Inglaterra? ¿Y no es cierto que fuerzas poderosas, incluido Churchill, se aseguraron de que Inglaterra entrara en la Primera Guerra Mundial al sembrar el miedo sobre una amenaza exagerada de construcción de flotas alemanas? convirtiéndolo innecesariamente en un baño de sangre que se prolongó durante años, planeó Versalles utilizando engaños e intrigas, y luego lo hizo de nuevo cuando entró en la Segunda Guerra Mundial, prometiendo seguridad a Polonia de la nada sin exigir nada a cambio, incluso cuando llevó a Hitler a creer que se mantendría neutral?

De hecho, si nos olvidamos por un momento de todas las cortinas de humo propagandísticas, entre los intereses geopolíticos anglosajones y el Complejo Financiero Industrial Militar engordando con la guerra, prestando y vendiendo a todos los bandos, la historia de principios del siglo XX empieza a tener mucho más sentido.

Pero repito, no creo en grandes conspiraciones directas que abarquen muchas décadas, y mucho menos en que sea posible implementar un plan tan grandioso. Siempre encontrarás diferentes facciones enfrentándose entre sí, acontecimientos imprevistos que arruinan las cosas, meras reacciones de un momento a otro, errores, etc. No es que las cábalas secretas de hombres poderosos no sean reales; sabemos que lo son. Es que su poder, conocimiento y competencia son limitados, a pesar de su grandiosidad y postura. Afirmar que pudieron planificar los acontecimientos de la primera mitad del siglo con el nivel extremo de detalle que se requeriría para que no se descarrilara por completo muchas veces sería absurdo. Al menos no podían hacerlo solos.

Lo que nos lleva a otro ángulo olvidado desde el que mirar la historia.

Las Fuerzas Oscuras y sus Agentes

A pesar de lo que acabo de decir sobre las grandes conspiraciones, cuando se estudia la historia de cerca, a veces uno tiene la extraña sensación de que los resultados que produjeron no son del todo aleatorios. Napoleón podría haber derrotado a Gran Bretaña si unas cuantas cosas hubieran sido ligeramente diferentes, con todo lo que esto habría implicado, y sin embargo, nos parece que de alguna manera esto no estaba destinado a ser así, que este no era su destino ni el nuestro.
 
Lo mismo ocurrió con el nazismo: casi se podría argumentar por qué debe haber habido algún tipo de intención vaga detrás de todo esto. El ascenso (y el reinado) de Hitler podrían haber sido detenidos mil veces por las circunstancias si ciertos acontecimientos se hubieran desarrollado de manera ligeramente diferente. Y, sin embargo, todos los parámetros parecen haber sido fijados de algún modo para “producir el nazismo”. Como han señalado varios biógrafos de Hitler: a lo largo de su carrera, Hitler parece haber sido seguido por un extraño tipo de suerte que le impidió hundirse en varios momentos.

Es como si una especie de Telos gestara e impusiera sutilmente una cierta forma a las épocas históricas, una cierta Gestalt. Como un cristal que crece de cierta manera, con cierta variabilidad pero con una estructura general distinta; como una planta que produce una determinada flor: no de manera determinista, porque la flor puede florecer de muchas maneras diferentes, pero tampoco libremente: el tipo de flor no se puede cambiar.

Este tipo de comprensión teleológica de la historia no está tan lejos como los modernos tendemos a creer. El historiador alemán Rolf Peter Sieferle lo expresó así, reflexionando sobre la relación entre ideas que emergen en la historia y que presagian su implementación en un momento (mucho) posterior:

"Si se desarrolla un nuevo patrón en un campo simbólico, este patrón (que todavía está bastante lejos de la dominancia) puede representarse tempranamente en órganos individuales del campo correspondiente. La visión intelectual sería entonces una cristalización prematura de un proceso subterráneo más integral; quizás también un vehículo para su realización. Sin embargo, el concepto de causalidad sería engañoso; Sería simplemente una cuestión de diferentes intensidades en la expansión de un nuevo campo simbólico, que puede surgir ya bastante temprano aquí y allá".

Y, por supuesto, Oswald Spengler afirmó que las naciones y los pueblos juegan sus destinos en lugar de dejarse llevar por la causalidad; la causalidad es un concepto problemático de todos modos cuando se trata de la historia, como todo el mundo entiende (o debería entender).

Pero ¿cómo funciona esto? ¿Cómo un telos del futuro produce una cierta Gestalt en la historia?

Nota del editor del blog sobre los conceptos telos y gestalt: 
TELOS: El telos (palabra griega: ‘fin’, ‘objetivo’ o ‘propósito’ o 'meta') es el fin o propósito, en un sentido bastante restringido utilizado por filósofos como Aristóteles. Es aquello en virtud de lo cual se hace algo. Es la raíz de la palabra "teleología", un término que significa el estudio o doctrina de la finalidad o intencionalidad o el estudio de los objetos por sus objetivos, propósitos o intenciones. La teleología es un concepto central en la biología para Aristóteles y en su teoría de la causación. Para Aristóteles, todo tiene un propósito o fin último. Si queremos entender lo que es algo, debe ser entendido en términos de ese fin último. El telos sería el objetivo perseguido por todas las personas, animales o plantas. El telos de una bellota sería ser roble. Así todas las cosas, incluidas las hechas por los seres humanos tienen un telos. Aristóteles piensa que el telos del ser humano es encontrar la felicidad y que puede alcanzarse de formas diferentes, aunque para vivir feliz se requiere vivir una vida de virtud, pues si no fuese así, no viviría realmente una vida de felicidad, no importa lo que pudiese pensar. Sería como un roble enfermo que no pudiese crecer y dar frutos. Solo se puede ser virtuoso si se dan las condiciones adecuadas. Si una bellota para cumplir su telos debe tener suficiente luz y caer en el suelo adecuado para poder fructificar, el ser humano solo podrá cumplir su telos cuando se encuentre en una comunidad política bien construida, con una educación y unas leyes adecuadas. (cita de Wikipedia: Telos)
GESTALT, la Gestalt se basa en la incidencia y la totalidad de la estructura, y las estructuras y las partes están interrelacionadas dinámicamente de manera que el todo no puede ser inferido de las partes consideradas separadamente. La Terapia Gestalt está enfocada principalmente en lo que se está pensando y sintiendo ahora, no que pudo ser o cómo debería haber sido. Consiste en hacer que el paciente viva y sienta la realidad, dándole un mayor protagonismo a “como”, “por qué” y “para qué” .


Es difícil saberlo, pero parte de la respuesta parece ser sencilla: a través de los seres humanos. Como insinuó Sieferle, a veces somos capaces de aprovechar el Urgrund, algo conectado con el futuro, lo que Ernst Jünger llamó las “corrientes subterráneas” que fluyen a través de las civilizaciones y de las que puede surgir su belleza única. Pero no hay un solo futuro posible, o, así como los reinos superiores no se tratan solo de verdad, belleza y amor. Como si hubiera fealdad, caos, entropía, maldad, mentiras y crueldad ególatra aquí en la tierra, más arriba (o más allá) en el mundo invisible.

Así como los verdaderos artistas aprovechan ese reino para canalizar su musa, como Steven Pressfield describe tan vívidamente en su War of Art, la gente común puede obtener apoyo e inspiración desde allí, siempre que tenga intenciones puras y sepan escuchar en lugar de exigir. Sin embargo, las personas también pueden abrirse a energías manipuladoras y así convertirse en parte activa de una Gestalt menos que deseable que está llegando a buen término en la historia.

Nuestro hombre Adolf “Addi” Hiedler podría haber sido uno de ellos. (Sí, el apellido original era Hiedler (pronunciado “Heedlaer”). No suena igual, ¿verdad? Una extraña peculiaridad histórica y quizás una primera pista. Hitler, en cierto sentido, aprovechó el proceso subterráneo, instanciando una cierta forma que estaba destinada a ser por cualquier razón. 

Esto encaja con el hecho de que Max Planck se dio cuenta, después de conocer a Hitler por primera vez, de que estaba “poseído” e “impulsado” en lugar de tener el control.

¿Cómo llegó a ser “poseído” y “impulsado”? Hitler no era tan tonto como algunos afirman; sus profesores de escuela realmente pensaban que era lo suficientemente inteligente, si no exactamente sobresaliente. Pero era un soñador y extremadamente perezoso desde una edad temprana; incluso en el apogeo de su poder, desperdiciaba la mayor parte de su día, que comenzaba tarde a las 11, con charlas triviales y viendo películas. Parecería que ser un soñador perezoso puede volverte susceptible a influencias nefastas. 

Consideremos este episodio de la vida del joven Hitler. Durante su estancia en Linz. 

"Después de una representación de la ópera Rienzi de Wagner, Hitler cayó en una especie de trance. Convenció a (su amigo) Gustl para que lo acompañara a caminar hasta una colina que dominaba Linz y le dijo con voz ronca y excitada que recibiría una misión de su pueblo para conducirlo a la libertad. Treinta y tres años después le confirmó a Kubizek: "Todo empezó a esa hora". Más tarde abriría el Reichspartei en Nuremberg con la obertura de esa misma ópera de Wagner.

Poco después de este “trance”, viviendo en Viena en 1908, rompió el contacto con su familia y su mejor amigo Gustl. Después de eso, “se volvió duro”, como escribió más tarde, y desarrolló algunas de sus ideas centrales. Se retiró cada vez más, y “su propensión a no mostrar su verdadero rostro y ocultar sus verdaderas intenciones se convirtió en una segunda naturaleza para él”.

¿Aprovechó el “campo simbólico” de Sieferle, del cual obtuvo su “misión”? ¿Convocó a Mephisto? A lo largo de su carrera, hay más pistas: después de que Hitler salió de prisión en la década de 1920, Goebbels habló en su diario de que Hitler estaba impulsado por una especie de “fiebre”, un “demonio”. Incluso a principios de la década de 1920, identificaba completamente el destino de Alemania con el suyo propio, y estaba convencido de que la Providencia le había salvado la vida en el transcurso de la guerra o en el golpe de estado de la cervecería. Durante el siguiente juicio, oscilaba entre lo sentimental y lo brutal. Períodos de depresión, intercalados con rabia.

En general, la imagen que veo surgir aquí es la del arquetipo de Saruman o Anakin Skywalker (excepto que no era tan brillante como ellos). Hitler no nació como un maníaco malvado; más bien, con el tiempo se dejó consumir por la oscuridad, a cambio de la visión engañosa y el poder para salvar a Alemania, en el que podría haber creído sinceramente. Lo que me viene a la mente es el momento en "El señor de los anillos" donde Saruman completa su transformación y declara: "Tenemos trabajo que hacer". Hitler también estaba fanáticamente impulsado a completar su trabajo pase lo que pase, y a principios de la década de 1930 insinuó que si su movimiento fracasaba, se volaría los sesos.




Otra cosa que concuerda con el arquetipo de Saruman es que Hitler afirmó haber aprendido mucho de Lenin y Trotsky, de los masones, de los Protocolos de los Sabios de Sión, y que entendía que “uno debe vencer al enemigo con sus propias armas". Sin embargo, como sabemos por el arco argumental de Saruman, si intentas luchar contra el mal con el poder supremo, es decir, con sus propias armas y métodos, eres consumido por él: te conviertes en él. Te conviertes en un embaucador de sus esquemas.
 
Hitler podría haber sido el último incauto.

Así como Saruman ganó poder a través de su pacto con la oscuridad, aparentemente también lo hizo Hitler. Una pista son las cualidades hipnóticas de Hitler como orador, sobre las cuales muchos testigos han comentado. Si hemos de creer a Albert Speer (más tarde arquitecto de Hitler), él también quedó instantáneamente cautivado por Hitler cuando lo escuchó por primera vez, a pesar de que Speer provenía de un entorno granburgués no necesariamente predispuesto al nazismo. (Su padre era fanático de Kalergi). Varias personas han comentado que sus ojos y su voz, en particular, tenían un efecto magnético en ellos.

Es revelador que Otto Strasser, el campeón izquierdista del NSDAP y viejo camarada de Hitler que fue exiliado cuando dejó de ser útil, dijera lo siguiente sobre Hitler:

"Un sonámbulo, verdaderamente un médium... Surge de la penumbra, entre el día y la noche... Cuando intenta sustentar sus discursos con teorías eruditas extraídas de obras ajenas a medias comprendidas de otros, apenas se eleva por encima de una patética mediocridad. Pero cuando se deshace de todas las muletas, cuando se lanza hacia adelante y pronuncia lo que su espíritu le impulsa a decir, inmediatamente se transforma en uno de los más grandes oradores del siglo".

Pero así como el bastón de Saruman se rompió al final, y con él sus poderes mágicos, los poderes de Hitler se desvanecieron. Hoy en día, al ver sus discursos, muchos no pueden evitar preguntarse cómo es posible que la gente se haya dejado cautivar tanto por él: el hechizo se ha roto.

Ahora bien, Hitler no fue el único incauto en todo esto. Muchos de los que buscan el poder como un fin en sí mismo, o sobreestiman sus capacidades y discernimiento, son absorbidos por la oscuridad, y voluntaria o no, consciente o no, pasan a formar parte de complots mefistofélicos, de pactos fáusticos, de las partes oscuras del Campo Simbólico de Sieferle. Esto no es algo que podamos probar; nuestro caso se basa en pistas sutiles, dispersas en las fuentes. Pero podrían ser fuerzas como ésta, personas que caen bajo el hechizo de cierto telos productor de la Gestalt, las que explican parte de la aparente no aleatoriedad, el ajuste fino, la pura “suerte” en la forma en que cómo ciertos eventos (y no-eventos) parecen conspirar para generar ciertos resultados.

¿Es así como deberíamos mirar la historia exclusivamente? Obviamente no. Cualquier esperanza de comprender mejor lo que sucedió en el pasado depende de que demos todo lo que tenemos: usando todos los ángulos sensatos, destilando una variedad de narrativas, usándolas como piezas de un rompecabezas, dejándolas reposar por un tiempo, pensando e investigando: enjuagando y repitiendo. 

Lo más importante es que nunca me canso de repetir que nuestra visión de la historia depende de nuestra propia estructura interna, de nuestro propio desarrollo y experiencia. No es un asunto árido y abstracto; la historia está profundamente conectada con nuestras mentes y es inteligible sólo desde la perspectiva de un ser humano que conoce visceralmente los patrones que definen la condición humana y que luego puede discernir. Esto también funciona en la otra dirección: cuanto más aprendemos sobre la historia, mejor se vuelve nuestra mente: una mente que sólo puede entenderse en la historia, como parte de la historia, como la historia misma. RG Collingwood se había dado cuenta de esto y los invito a leer su trabajo.
 
Y así, la verdad nos hará libres, sobre todo, quizás, la verdad histórica: si ganamos la madurez para abordarla desde múltiples ángulos a la vez, superándonos a nosotros mismos.


11 enero 2023

La Alemania Nazi como sustitutivo de la fe





RESUMEN DE LA OBRA ORIGINAL:
EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN

ACLARACIÓN: La totalidad de las fotos han sido agregadas al presente documento por el redactor del blog (Detectives de Guerra), por tanto, no corresponden a las fotografías constantes en el texto original.


En el estado de incertidumbre y desesperanza es más susceptible despertar el impulso religioso. Es en un vacío semejante donde con mayor eficacia puede introducirse la religión, que brinda un sentido y una coherencia nuevos. El período inmediatamente posterior a la primera guerra mundial pedía a gritos gente que lo interpretase. La humanidad experimentaba el vivo deseo de saber «para qué había sido todo», «qué había significado». Pero la religión organizada no hizo ningún intento serio de afrontar el problema ni de responder a las necesidades de la época. Sencillamente, hizo como si nada hubiera pasado e intentó seguir siendo lo que era desde hacía siglos: una institución cultural, política y social en lugar de un intérprete que confiriese un nuevo sentido. A causa de ello, en el decenio de 1920, la religión organizada se encontró desacreditada en su mayor parte, se encontró con que la consideraban incapaz de llenar el vacío que se había producido en la sociedad occidental.
Y es comprensible que la sociedad, al ver que la religión organizada no podía ofrecer ninguna solución a la crisis de sentido, se volviese hacia otra parte. El resultado de ello fue la aparición de dos principios nuevos que empezaron a suplantar a la religión como institución capaz de abarcarlo todo. De hecho, estos dos principios se convertirían en las religiones -o, cuando menos, las religiones sucedáneas- del decenio de 1930.


Viene de la Parte I 

La Rusia Soviética como sustitutivo de la fe


Parte II

Adolf Hitler como sumo sacerdote




La segunda religión primaria o sucedánea del decenio de 1930 fue el espectro de movimientos totalitarios a los que ahora se da el nombre colectivo de fascismo. En Italia, la versión original del fascismo, tal como la promulgaba Mussolini, en realidad nunca llegó a ser una religión y, quizá más aún que el marxismo leninismo, no pasó de ser una filosofía política, una ideología. El papel tradicional de la religión se dejó, en su mayor parte, a la Iglesia. El resultado parcial fue que el fascismo italiano, sobre todo si lo comparamos con los fenómenos habidos en otros lugares, fue un fenómeno relativamente hueco.

En España, la variante del fascismo defendida por Franco hizo cuanto pudo por alinearse íntimamente con la Iglesia y, por ende, se arrogó una forma de mandato divino. En consecuencia, poseía una energía mucho mayor, un dinamismo mucho mayor, que su equivalente italiano, así como la singular crueldad de la que solo el fanatismo religioso es capaz. En muchos aspectos, al menos desde la distancia de casi medio siglo, hay algo que resulta casi risible en Mussolini. Franco, con el dominio que instauró sobre España y el pueblo español, es, en conjunto, una figura más siniestra.

Con todo, el ejemplo supremo de totalitarismo derechista convertido en religión es la Alemania nazi. A diferencia del fascismo italiano, el nazismo no era sencillamente una filosofía o una ideología. A diferencia de la variante española del fascismo, el nazismo no se alineó con intereses creados de índole religiosa. Al contrario, se propuso, de modo bastante sistemático, suplantar a todos esos intereses y erigirse en religión, una religión totalmente nueva.






Ya han transcurrido cuarenta años desde el final de la segunda guerra mundial (a la fecha de la publicación del libro, 1986). Durante estos años no han cesado los comentarios históricos, los intentos de exposición y explicación del fenómeno de Adolf Hitler, el Partido Nazi y el Tercer Reich. Y, pese a ello, los interrogantes aún no han encontrado respuesta; los misterios siguen sin aclararse. ¿Cómo es posible que un pueblo civilizado y culto –un pueblo que dio al mundo figuras como Goethe y Beethoven, Kant y Hegel, Bach y Heine- siguiera a un embaucador tan perverso y se sumiera en masa en una orgía de destrucción tan monstruosa, tan demoniaca?

Los escritores han procurado dar respuesta a esta pregunta de diversas maneras. El nazismo ha sido explicado como fenómeno social, como fenómeno cultural, como fenómeno político, como fenómeno económico. La culpa de su existencia se ha atribuido al Tratado de Versalles, a la depresión, a la inflación galopante, a la pérdida del amor propio por parte de la nación alemana, al auge del comunismo, al derrumbamiento de la clase media, a otras muchas cosas.

Verdaderamente, todos estos factores y muchos más tuvieron un papel de vital importancia; también es cierto que todos ellos se hallaban interrelacionados. Pero el elemento crucial para entender el nazismo es la medida en que, deliberadamente, activó el impulso religioso del pueblo alemán. Obtuvo una respuesta a la vez emotiva y cerebral que unía, de un modo propio y depravado, tanto los corazones como los cerebros. Se transformó en una religión con todas las de la ley y, como tal, redimió a la Alemania de la primera posguerra del purgatorio de la falta de sentido.

Fue la dimensión religiosa del nazismo la que inspiró el dinamismo, el fanatismo histérico, la energía y la ferocidad demoníacas que tanto trascendían de los movimientos totalitarios paralelos que había en Italia y en España. Cabría argüir que el Tercer Reich fue el primer estado de la historia de Occidente, desde la antigua Roma, que se basó fundamentalmente, no en principios políticos, económicos o sociales, sino en principios religiosos, en principios mágicos. Y más que un político, más incluso que un demagogo, el que se proclamaba su líder era un hechicero.

La ascensión del Tercer Reich no «sucedió» sencillamente, de forma más o menos fortuita, como resultado del carisma maligno de un solo hombre. Al contrario, fue preparada y orquestada cuidadosamente, con meticulosidad. Con un grado aterrador de conocimiento de sí mismo y de sutileza psicológica, el Partido Nazi se propuso activar y manipular el impulso religioso de los alemanes, abordar la cuestión del sentido en su aspecto religioso. La Alemania nazi ofrecía una cosmología, además de una filosofía y una ideología. Apelaba al corazón, al sistema nervioso, al inconsciente, además de a la inteligencia. Con este fin, empleaba muchas de las técnicas más antiguas de la religión: ceremonial complicado, cánticos, repetición rítmica, retórica mágica, color y luz. Las tristemente célebres concentraciones de Nuremberg no eran mítines políticos como los que se dan actualmente en Occidente, sino actos teatrales, astutamente escenificados, del tipo que, por ejemplo, formaba parte integrante de los festivales religiosos de Grecia.
























Todo estaba calculado con precisión: los colores de los uniformes y las banderas, la colocación de los espectadores, la celebración nocturna, el empleo de focos y reflectores, la sincronización. En los reportajes cinematográficos de la época vemos a la gente embriagándose, cantando hasta sumirse en un estado de arrebato y éxtasis utilizando el mantra «Sieg Heil!» y embobándose ante el Führer como si se tratara de una deidad. En los rostros de los asistentes se pinta una beatitud insensata, una estupefacción vacua, embelesada, que es perfectamente intercambiable con las expresiones que aparecen en los rostros de las personas que asisten a reuniones de alguna iglesia revivalista.

No es una cuestión de retórica persuasiva. De hecho, la retórica de Hitler no tiene nada de persuasiva. Las más de las veces, es banal, infantil, repetitiva, desprovista de sustancia. Pero su modo de pronunciarla tiene una energía maligna, un pulso rítmico que resulta tan hipnótico como un toque de tambor. Y esto, unido al contagio de la emoción en masa, unido a la presión de millares de seres apretujados en un recinto cerrado, unido a un ceremonial y un espectáculo deliberadamente eclesiásticos e hinchados hasta adquirir proporciones wagnerianas, produce una histeria de masas, un fervor que es, en esencia, religioso. Lo que presenciamos en las concentraciones hitlerianas es una «alteración de la conciencia» como la que los psicólogos acostumbran a asociar con una experiencia mística.

Y el mismo Hitler se convierte en un Mesías negro que actúa como receptáculo de la energía religiosa que él ha evocado. Como dice un comentarista:

«No transcurrió mucho tiempo antes de que el pueblo alemán empezara a ver a Hitler como un Mesías de Alemania. Los mítines públicos -especialmente la concentración de Nuremberg- adquirieron una atmósfera religiosa. Todas las escenificaciones tenían por finalidad crear una atmósfera sobrenatural y religiosa» (5).

A los alemanes de entonces tampoco se les escapaba la dimensión religiosa de lo que hacía Hitler. Al contrario, no solo eran conscientes de esa dimensión, sino que en algunos casos incluso la recibieron con agrado. Así consta en las crónicas que el alcalde de Hamburgo dijo en cierta ocasión:

«No necesitamos sacerdotes. Podemos comunicarnos directamente con Dios a través de Adolf Hitler» (6). 

Y en abril de 1937 un cónclave de cristianos alemanes declaró:

«La palabra de Hitler es la ley de Dios, los decretos y las leyes que la representan poseen autoridad divina» (7).

Una de las fuentes de información más valiosas sobre el pensamiento de Hitler es un hombre llamado Herman Rauschning, que fue uno de los primeros seguidores del Partido Nazi, al que se afilió en 1926. Rauschning no tardó en convertirse en uno de los colegas y confidentes que mayor confianza merecían de Hitler y, en 1933, fue nombrado presidente del senado de Danzig. En 1935, sin embargo, ya empezaba a sentirse verdaderamente alarmado ante lo que ocurría en Alemania, y huyó, primero a Suiza, luego a los Estados Unidos. Considerando que era esencial prevenir al mundo sobre el Tercer Reich, poco antes de la guerra publicó dos libros en los que reproducía muchas conversaciones del propio Hitler. A juzgar por numerosos extractos que se encuentran en los libros de Rauschning, resulta evidente que Hitler sabía muy bien lo que se hacía, y que la activación del impulso religioso del pueblo alemán formaba parte de un plan meticulosamente calculado.

Parafraseando a Hitler, Rauschning dice:

«Había convertido las masas en fanáticos, explicó, con el fin de transformarlas en instrumentos de su política. Había despertado a las masas. Las había sacado de sí mismas y les había dado sentido y una función» (8).

Acto seguido, cita directamente a Hitler:

En un mitin de masas..., el pensamiento es eliminado. Y porque éste es el estado de ánimo que requiero, porque me garantiza la mejor caja de resonancia para mis discursos, ordeno a todo el mundo que asista a los mítines, donde se convierten en parte de la masa tanto si les gusta como si no, «intelectuales» y burgueses además de trabajadores. Yo mezclo al pueblo. Le hablo sólo como a una masa (9).

Y, además, como el propio Hitler escribe en Mein Kampf (Mi lucha):

En todos estos casos uno se enfrenta con el problema de influir en la libertad de la voluntad humana. Y esto ocurre especialmente en los mítines donde hay hombres cuya voluntad se opone al orador y a los que hay que inducir a pensar de una forma nueva. Por la mañana y durante el día parece que el poder de la voluntad humana se rebela con su mayor energía contra cualquier intento de imponerle la voluntad o la opinión de otro. En cambio, al caer la noche sucumbe fácilmente ante la dominación de una voluntad más fuerte... La penumbra misteriosa, artificial, de las iglesias católicas también sirve este propósito, las velas encendidas, el incienso... (10)

Hitler reconocía que empleaba técnicas religiosas. También reconocía, por lo menos en parte, dónde las había adquirido. «Aprendí sobre todo de los jesuitas. Lo mismo hizo Lenin, para el caso, si la memoria no me falla.» (11). Y, después de uno de sus ataques característicos contra la francmasonería, añade:

[Su] organización jerárquica y la iniciación mediante ritos simbólicos, esto es, sin molestar al cerebro, sino trabajando la imaginación por medio de la magia y los símbolos de un culto..., todo esto constituye el elemento peligroso y el elemento que he adoptado. ¿No veis que nuestro partido debe tener este carácter? Una Orden, eso es lo que tiene que ser..., una Orden, la Orden jerárquica de un sacerdocio secular (12).

El nazismo no se limitó a adoptar los avíos de una religión, sino que también, en su sustancia, se convirtió literalmente en una religión. Una parte de esa sustancia se derivaba de Richard Wagner que, en el siglo XIX, había ensalzado el carácter singularmente sagrado de la sangre germánica y, como dice un comentarista, «creía apasionadamente en el teatro como templo del arte germánico donde ritos místicos podrían redimir» al pueblo y al alma alemanes.

Pero Wagner era solo una de las varias influencias que convergieron para formar la visión del nacionalsocialismo. Hitler también se inspiró en el filósofo Friedrich Nietzsche, y se apropió indebidamente de gran parte de su pensamiento, divorciándolo de su verdadero contexto y tergiversándolo para que se ajustara a sus propios fines. Nietzsche ya había muerto, por lo que no podía protestar. Cuando la jerarquía nazi se propuso entrar también en las obras del poeta Stefan George, éste, que seguía vivo, sí protestó, y lo hizo con dureza y vehemencia. Como gesto de repudio y de desprecio, no tardó en exiliarse en Suiza, pero no sin antes plantar las semillas de la resistencia contra Hitler en uno de sus discípulos más allegados, el joven conde Claus von Stauffenberg que, más adelante, maquinaría el atentado con bomba que el Führer sufrió en 1944. (Ver: Stauffenberg y la “Alemania Secreta”)

Hitler y sus seguidores recibieron también la influencia de varios grupos ocultistas y sociedades secretas -la llamada orden de los Nuevos Templarios, por ejemplo, la Germanenorden u Orden Germánica, y la Thulegesellschaft o Sociedad Tule- que desplegaron sus actividades entre las postrimerías del decenio de 1870 y el período que siguió a la primera guerra mundial (13). En las enseñanzas de estos grupos se advierte una agresiva hostilidad contra el cristianismo y la insistencia en el antiguo paganismo germánico.





Nunca se ha comprobado de modo definitivo la medida en que el propio Hitler estuvo asociado personalmente con grupos ocultistas, y es poco probable que llegue a demostrarse alguna vez. Pero no hay duda de que sí conocía a gente que estaba asociada con tales grupos, y la pertenencia a ellos coincide una y otra vez con la afiliación al Partido Nazi de los primeros tiempos. Se sabe que Rudolph Hess y Alfred Rosenberg, por ejemplo, tuvieron que ver con la Thulegesellschaft. Mein Kampf va dedicada a Dietrich Eckart, poeta loco y de poca importancia que era una de las figuras destacadas, no solo de la Thulegesellschaft, sino también de otras organizaciones parecidas.

Entonces, ¿cuál era la naturaleza de la nueva religión de Hitler? ¿Cómo se las ingenió para reconquistar los corazones y los cerebros que la Iglesia tradicional había perdido? Según un comentarista de las postrimerías del decenio de 1930, «La Weltanschauung nacionalsocialista y totalitaria es una fe pagana que no puede sino considerar al cristianismo extraño y antagónico» (14).

En 1938, el doctor Arthur Frey, jefe del Servicio Suizo de Prensa Evangélica, publicó un libro que todavía es uno de los estudios más profundos del nacionalsocialismo como religión. Desde luego, es cierto que Frey, como cristiano, tenía sus propios intereses creados que proteger y su propio interés personal en el asunto, pero no por ello sus observaciones son menos pertinentes. Según Frey, el Tercer Reich pretendía ser 

«no solo un estado, sino también una comunidad religiosa, es decir, una iglesia» (15). Y «El führer no es solo un kaiser secular que lleva a cabo, en el estado, la tarea de gobernar; es, al mismo tiempo, el Mesías capaz de anunciar un reino milenario» (16).

Esta valoración no es exagerada. De hecho, se hace eco de ella, casi al pie de la letra, Baldur von Schirach, el director de la Juventud Hitleriana y hombre encargado de educar a una generación de alemanes jóvenes:

«... el servicio a Alemania se nos aparece como servicio genuino y sincero a Dios; la bandera del Tercer Reich se nos aparece como Su bandera; y el Führer del pueblo es el salvador que El ha enviado a rescatarnos» (17). 

En cuanto al cristianismo en Alemania, el propio Hitler dijo:
¿Qué podemos hacer? Justamente lo que hizo la Iglesia católica cuando obligó a los paganos a aceptar sus creencias: preservar lo que pueda preservarse, y cambiar su sentido. Desharemos el camino: la Pascua ya no es la resurrección, sino la renovación eterna de nuestro pueblo. La Navidad es el nacimiento de nuestro salvador... ¿Creéis que estos sacerdotes liberales, que ya no tienen una creencia, sino solo un cargo, se negarán a predicar a nuestro Dios en sus iglesias? (18).


  


El doctor Frey resume el credo del nacionalsocialismo de la forma siguiente:

«Para la fe alemana la "sangre" es sagrada... En el transcurso de los siglos..., el secreto creativo de la sangre heredada se da a sí mismo la forma de la raza» (19)

De la importancia de la sangre un ejemplo es la ceremonia nazi que, según el escritor francés Michel Tournier, equivale a «una inseminación de banderas». En esta ceremonia, la bandera original de los nazis -manchada por la sangre de los que marcharon bajo ella la primera vez que Hitler intentó hacerse con el poder en 1923- era preservada y presentada ritualmente. Otras banderas, estas nuevas, eran acercadas a ella hasta tocarla para que pudiera transmitirles -como por medio de una grotesca magia sexual- una proporción de su carácter sagrado. En el pasaje siguiente, uno de los personajes de Tournier describe la ceremonia:

Ya sabéis lo que ocurrió: la descarga cerrada, que mató a dieciséis de los acompañantes de Hitler; Goering herido de gravedad; Hitler arrastrado al suelo por el moribundo Scheubner-Richter y escapando con un hombro dislocado. Luego, el encarcelamiento del Führer en la fortaleza de Landsberg donde escribió Mein Kampf. Pero todo eso es poco importante. En lo que a Alemania se refería, el hombre careció de importancia a partir de aquel momento. Lo único que contaba aquel día en Munich, el 9 de noviembre de 1923, era la bandera con la esvástica de los conspiradores que cayó entre los dieciseis cadáveres y fue manchada y consagrada por su sangre. En lo sucesivo, la bandera de sangre -die Blutfahne- fue la reliquia más sagrada del Partido Nazi. Desde 1933 ha sido exhibida dos veces al año: una el 9 de noviembre, fecha en que se reconstruye la marcha en la Feldherrnhalle de Munich como en un drama medieval de la Pasión; pero, sobre todo, en septiembre, en la concentración anual del partido en Nuremberg que señala el momento culminante del ritual nazi. Entonces a la Blutfahne, como un semental que fertilizara a una infinidad de hembras, se la hace entrar en contacto con estandartes nuevos que buscan la inseminación. Yo he estado presente... y os puedo decir que cuando ejecuta el rito nupcial de las banderas, el Führer hace el mismo movimiento que ejecuta el criador de ganado cuando guía el pene del toro hacia el interior de la vagina de la vaca con su propia mano. Luego, desfilan ejércitos enteros en los que cada hombre es un abanderado y que son sencillamente ejércitos de banderas: un vasto mar, agitándose y ondeando al viento, un mar de estandartes, enseñas, banderas, emblemas y oriflamas. De noche, las antorchas completan la apoteosis, pues su luz ilumina los mástiles de las banderas, las banderas colgadas a guisa de adornos y las estatuas de bronce, y relega hacia las tinieblas de la tierra a la gran masa de hombres, condenados a la oscuridad. Finalmente, cuando el Führer pisa el altar monumental, ciento cincuenta reflectores se encienden de pronto, elevando por encima de la Zeppelinwiese una catedral de columnas de trescientos metros de altura que atestiguan la significación sideral del misterio que se está celebrando (20).
  
Imágenes de los espectáculos de Nurenberg. “La Catedral de la Luz” proyectada por Albert Speer para el festival del Partido Nazi.



Esta ceremonia de «inseminación de las banderas» no era más que una de las diversas fiestas, festivales y conmemoraciones de que se valieron los nazis para revisar y adaptar el calendario cristiano a sus propios fines, que eran específicamente paganos: «... celebramos festivales del sol, del año, del crecimiento, de la cosecha, donde éstos no han sido destruidos por una religión que es ajena al mundo, hostil a la tierra» (21). Un ejemplo importantísimo de esta clase de ritos era un antiguo festival indogermánico del joven dios Sol. En academias especiales donde se entrenaba a los jóvenes, y que eran dirigidas por las SS, la Navidad no se celebraba como el nacimiento de Cristo, sino como el momento en que el «Niño Sol» resurgía de sus cenizas en el solsticio de invierno. No hay necesidad de extenderse en el carácter religioso o específicamente pagano de estos rituales. Lo que representan es, en esencia, una variante en el siglo XX del antiguo culto al Sol Invictus que Constantino suscribiera unos 1.600 años antes. La única diferencia real era que, para el nacionalsocialismo, incluso hasta el Sol, de alguna forma imposible de cuantificar, era singularmente germánico.




Fotografías alemanas de la época del Tercer Reich, los atuendos, los emblemas, abiertamente evocan un aire espiritual. Estábamos ante el nacimiento de una nueva religión o quizá el retorno a la etapa mística del antiguo paganismo. Las fotos corresponden a las celebraciones del Día del Arte Alemán, en Munich entre los años 1937-1938.


Si Hitler era el Mesías de una nueva religión, sus sacerdotes eran la élite vestida de negro: Las Schutzstaffel o SS. 


A Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, Hitler lo llamaba «mi Ignacio de Loyola», con lo que, implícitamente, trazaba un paralelismo entre las SS y los jesuitas. Y, efectivamente, en muchos aspectos el modelo de las SS eran los jesuitas; además, las SS utilizaban premeditadamente técnicas jesuíticas en esferas tales como el condicionamiento psicológico y la educación. Pero los propios jesuitas habían sacado gran parte de su estructura y de su organización de las órdenes todavía más antiguas, de las órdenes militares-religiosas de caballería como los templarios y los caballeros teutónicos (Deutschritter). El mismísimo Himmler concebía las SS como una orden justamente en este sentido y las veía, de modo muy específico, como una reconstitución de los Deutschritter: el equivalente moderno de los caballeros de manto blanco y cruces negras que setecientos años antes habían encabezado un anterior Drang nach Osten («avance hacia el Este») germánico hacia el interior de Rusia.

Las primeras SS, las de antes de la guerra, verdaderamente eran un cuerpo que se reclutaba, organizaba y ritualizaba tan estrictamente como los Deutschritter medievales. La compleja y mística ceremonia de inducción tenía por fin recordar la investidura de los caballeros andantes. Los aspirantes a entrar en el cuerpo tenían que presentar un árbol genealógico que mostrara sangre «aria» pura desde hacía, como mínimo, dos siglos y medio, o, en el caso de los que aspiraban a oficial, tres siglos. Cada aspirante tenía que pasar por un noviciado de índole religiosa antes de ser aceptado en la orden. De la francmasonería, las SS aprendieron la importancia de las insignias rituales, razón por la cual los anillos y las dagas jerárquicas figuraban en un lugar prominente. También a las runas se les concedía una especial significación. En las mangas de todas las guerreras de las SS había una inscripción rúnica bordada con hilo de plata. Y el emblema de la propia organización, las eses gemelas en forma de dos rayos mellados, recibía el nombre de runa «Sig», esto es, la «runa del poder» que, supuestamente, utilizaban las antiguas tribus germánicas para denotar el rayo del dios de las tempestades: Tor o Donar según algunas crónicas, Odín o Wotan según otras.

Himmler introdujo en la organización dimensiones cada vez mayores de chifladura. Las bodas de los miembros de las SS tenían menos cosas en común con los esponsales cristianos que con las fiestas nupciales de los paganos. Según Himmler, los hijos concebidos en un cementerio estaban imbuidos del espíritu de los muertos que yacían allí. Por consiguiente, se alentaba al personal de las SS a engendrar su descendencia sobre lápidas sepulcrales (de «arios» nobles, huelga decirlo). Eran debidamente recomendados los cementerios en los que, según habían demostrado los investigadores, reposaban los huesos de tipos nórdicos apropiados, y el periódico oficial de las SS publicaba con regularidad listas de esos cementerios (22).

Himmler pensaba montar a su alrededor un cuadro interno de sumos sacerdotes, un cónclave formado por doce Obergruppenführer de las SS (el equivalente en las SS de un teniente general), que constituirían sus propios y personales «caballeros de la Tabla Redonda». Este círculo casi místico integrado por trece miembros –el número recordaba deliberadamente los cónclaves ocultistas, así como, por supuesto, a Jesús y sus discípulos- tendría su cuartel general en la pequeña ciudad de Wewelsburg, cerca de Paderborn, en lo que actualmente es la Alemania Occidental. Aunque las obras de construcción no terminaron antes de acabar la guerra, Wewelsburg tenía que ser la capital oficial de las SS, el centro de su culto. La llamaban «Mittelpunkt der Welt»: el «centro del mundo» (23).



El castillo de Wewelsburg planeada cono futuro centro del mundo y capital oficial de las SS.



«Mittelpunkt der Welt», el «centro del mundo» Mapa de la ubicación del castillo de Wewelsburg



En el centro de Wewelsburg había un castillo y existía el proyecto de que cada uno de los trece altos dignatarios tuviera una habitación en él, que sería decorada al estilo de un período histórico concreto: el que, según la mayoría de los comentaristas, correspondía a su propia, supuesta y previa encarnación. En la gran Torre del Norte, los trece «caballeros» se reunirían a intervalos ritualizados. En el centro exacto de la cripta que quedaba debajo de la citada torre, ardería un fuego sagrado, al que se llegaría por medio de tres escalones, y junto a las paredes se alzaban doce pedestales de piedra; se ignora qué función se pensaba asignar a esos pedestales. Estos números, el tres y el doce, se repiten constantemente en la arquitectura del proyecto de reedificación. El simbolismo era importantísimo: alrededor del castillo, y con la cripta como centro, la ciudad que se pensaba construir formaría un radio hacia fuera constituido por círculos concéntricos meticulosamente proyectados.


La cripta o como otros denominan el Walhalla en el Castillo de Wewelsburg




El propio Himmler acostumbraba a hablar de geomancia, la «magia de la tierra», y de las supuestas líneas de sendas prehistóricas, y le gustaba fantasear sobre Wewelsburg como «centro de poder» oculto parecido (según él se imaginaba) a Stonehenge. La revista oficial de las Ahnenerbe -la «oficina de investigación», por así decirlo, de las SS- publicaba con frecuencia artículos que hablaban de cosas como esas.

Es interesante observar que ninguno de los aspectos «ocultistas» de la Alemania nazi llegó a formar parte de las copiosas pruebas y la documentación que se emplearon en los procesos de Nuremberg. ¿Por qué? ¿Sería porque los fiscales aliados desconocían su existencia en aquellos momentos? ¿Las descartaron por juzgar que no venían al caso o eran detalles circunstanciales? La verdad es que ni una cosa ni otra. Los fiscales conocían sobradamente la existencia de tales aspectos. Y, lejos de menospreciarlos, en realidad temían su potencia, temían las consecuencias psicológicas y espirituales que tendría para Occidente que se hiciese público que un estado del siglo XX se había instaurado y había conquistado el poder basándose en semejantes principios. Según el malogrado Airey Neave, uno de los fiscales de Nuremberg, los aspectos rituales y ocultistas del Tercer Reich fueron calificados deliberadamente de pruebas inadmisibles por temor a dichas consecuencias (24).

El razonamiento lógico en que se basó esta decisión fue que un abogado defensor inteligente, apelando a la racionalidad occidental, quizá podría alegar responsabilidad disminuida a causa de la locura en nombre de los criminales de guerra representados por él.


La Sala de los Obergruppenfuhrer de las SS en el Castillo de Wewelsburg. Nótese en el piso el diseño que representa el sol negro.



Hemos dedicado tanto espacio a examinar los aspectos religiosos de la Alemania de Hitler porque son precisamente esos aspectos los que mayor relación tienen con la actual búsqueda de sentido. La cultura occidental de la posguerra se ha acostumbrado a pensar en el nacionalsocialismo sencillamente como si hubiera sido un partido político extremista, así como a considerar que el Tercer Reich fue un estado gobernado por un reducido cónclave de locos. Puede que, en efecto, estuvieran locos, pero eso no es lo que importa. Lo importante es que lograron transmitir su locura y transmutarla en una forma de energía mesiánica.

El nazismo, como dijimos antes, no era una mera filosofía o ideología política que «engatusó» al pueblo alemán. Era una religión que, si ejerció tanta influencia, fue justamente porque cumplió la tradicional función religiosa de impartir sentido y coherencia a un mundo en el que, al parecer, no existían estos factores esenciales. Es en este sentido que el Tercer Reich ofrece, quizá, la lección objetiva más importante para nuestro tiempo, además de lanzar la advertencia más horrenda.

Actualmente, muchas personas, desilusionadas con el materialismo, abogan por un estado que se base fundamentalmente en principios espirituales. En teoría, es un objetivo válido y no serían demasiadas las personas con cierta responsabilidad dispuestas a discutirlo.

Pero el Tercer Reich demuestra que un estado basado en principios espirituales no es, por ello, necesariamente laudable o deseable. Si los principios «espirituales» se tergiversan, el potencial para la destrucción es, en todo caso, mayor que el del materialismo. El «espíritu», cuando se desmanda, es mucho más peligroso que la simple materia. La «guerra santa» puede ser la menos santa de todas las guerras, tanto si la hacen fundamentalistas islámicos en el Oriente Medio, como si la emprenden fundamentalistas cristianos en Norteamérica.


Epílogo 
La crisis de la posguerra y la desesperanza social

Hitler ataviado de Caballero del Grial. Estos carteles se publicaron en otoño de 1936 y fueron retirados poco después.



Hitler, de una forma propia y perversa, dio al pueblo alemán una nueva percepción de sentido, le confirió una religión nueva y, con ello, lo redimió de la incertidumbre, de la «relatividad de la perspectiva rayana en el pánico epistemológico». Y, aunque parezca irónico y paradójico, con ello dio una nueva percepción de sentido también al resto del mundo. A causa de Hitler y del Tercer Reich, el mundo tuvo sentido, aunque solo fuera durante un tiempo.

La primera guerra mundial había sido una guerra insensata. Lo que la hizo especialmente terrible fue que la locura era a la vez violenta y tan difusa y generalizada como una nube de gas asfixiante. No hubo en ella ni buenos ni malos de verdad. Todo el mundo tuvo la culpa y nadie la tuvo; todo el mundo la quiso y nadie la quiso; y, una vez hubo estallado, el asunto siguió su propio y siniestro curso, sin que nadie pudiera controlarlo. La locura de la primera guerra mundial fue esencialmente informe, y es imposible oponerse a lo que carece de forma. La única solución posible era el desgaste y el agotamiento.

En cambio, la segunda guerra mundial tuvo sentido. No solo fue una guerra sensata; quizá fue la más sensata de todas las guerras de la historia moderna. Fue una guerra sensata en lo que se refiere a las potencias aliadas, precisamente porque Alemania encarnaba, a todos los efectos, la locura colectiva de la humanidad. Al echar sobre sus hombros la capacidad humana para el horror, el ultraje, la atrocidad, la bestialidad, Alemania, paradójicamente, redimió al resto del mundo occidental, le devolvió la cordura. Hicieron falta Auschwitz y Belsen para que aprendiéramos el significado de la maldad, no como abstracta proposición teológica, sino como realidad concreta. Hicieron falta Auschwitz y Belsen para que viéramos las cosas que éramos capaces de hacer y sintiéramos el deseo de repudiarlas.

A diferencia de la contienda de 1914-1918, la guerra contra el Tercer Reich se convirtió en una cruzada legítima, en nombre de la decencia, de la humanidad y de la civilización.

En esta medida, Alemania confirió una renovada percepción de sentido, no solo a su  propio y engañado pueblo, sino, lo que es más válido, también al resto del mundo occidental. No había duda alguna sobre dónde estaba la maldad. Y era maldad, no simple estupidez, ni siquiera una tiranía convencional como la que podía asociarse con el kaiser, Napoleón o incluso Stalin. En pocas palabras, la locura colectiva del mundo adquirió forma al encarnarse en un pueblo concreto; y una vez estuvo dotada de forma, fue posible oponerse a ella. La oposición a esta locura restauró una jerarquía de valores que había desaparecido.

Desgraciadamente, Occidente no sacó de la experiencia las lecciones que habría podido sacar. Al descartar el Tercer Reich como fenómeno social, político y económico, los historiadores no supieron reconocer o admitir las necesidades psicológicas que lo habían engendrado al ser explotadas por Hitler y su camarilla. Y Occidente ha seguido sin percatarse de la realidad y la importancia de esas necesidades.

Nunca se ha hecho un intento de afrontar el problema con verdadera honradez. En consecuencia, sigue acechando en un segundo plano, en el umbral de la conciencia, de una forma subliminal. La Alemania nazi parecía ejemplo de lo irracional. Como resultado de ello, la sociedad occidental desconfió de lo irracional, repudió todas sus manifestaciones, excepción hecha de las pocas horas, circunscritas y contenidas de forma rigurosa, que se dedican a la iglesia los domingos. Incluso se intentó, por medio de versiones sencillas y puestas al día del devocionario y la Biblia, desmitificar el oficio que se celebra en los templos.

Como Hitler había demostrado ser un falso profeta, la sociedad occidental empezó a desconfiar de todos los profetas. Como el Tercer Reich había promulgado sus propios y pervertidos absolutos, la sociedad occidental decidió desconfiar de todos los absolutos. Al final, la desconfianza en los absolutos culminaría, una vez más, con una relatividad generalizada de la perspectiva.

El fenómeno no se hizo visible en seguida. En los años que siguieron a 1945, todavía era posible aferrarse a los valores que habían predominado durante la cruzada: la decencia, la humanidad y la civilización. Terminado el conflicto, los mismos valores aparecían alineados junto a una nueva fe en el progreso material. Después de todo, la derrota de Hitler había sido obra de recursos materiales y, por ende, estos recursos podían percibirse como fuerzas de la «bondad». En conjunción con la decencia, la humanidad y la civilización parecían representar algo en lo que se podía creer sinceramente. Así, en las postrimerías del decenio de 1940, la bomba atómica era considerada como un instrumento de paz, en lugar de como una amenaza en potencia…


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NOTAS

OBRA ORIGINAL: EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN
Publicado originalmente en el Reino Unido por Jonathan Cape Ltd., en 1986. “The Messianic Legacy”. 2005, Ediciones Martínez Roca, S.A. Madrid – España.    

TRANSCRIPCIÓN de los capítulos:
CAPÍTULO 12: Sustitutivos de la fe: la Rusia soviética y la Alemania nazi.
CAPÍTULO 13: La crisis de la posguerra y la desesperanza social.

NOTAS a pie de página:

5. Langer, The mind of Adolf Hitler, pp. 55-56.
6. Ibíd., p. 56.
7. Ibíd.
8. Rauschning, Hitler speaks, p. 209.
9. Ibíd., pp. 209-210.
10. Hitler, Mein Kampf, p. 395.
11. Rausehning, Hitler speaks, p. 236.
12. Ibíd., p. 237.
13. Para la exploración definitiva de estas influencias ocultistas en Hitler, véase Goodrick-Clarke, The occult roots of Nazism. Las ideas de Hitler sobre la raza, la política, el exterminio de los no arios y la fundación de un milenio germánico se derivaban principalmente de la revista Ostara de Lanz von Liebenfels, fundador en 1907 de la orden de los Nuevos Templarios, cuya bandera llevaba una esvástica; véanse pp. 194-195. Véase también Phelps, «Before Hitler came ... ».
14. Frey, Cross and swastika, p. 5.
15. Ibíd., p. 79.
16. Ibíd., p. 78.
17. Manifestado por Baldur von Schirach durante su proceso, Nuremberg, 1946. Véase Trial of the major war criminals..., vol. xiv (mayo, 1946), p. 481.
18. Rauschning, Hitler speaks, p. 58.
19. Frey, Cross and swastika, pp. 85-86.
20. Tournier, trad. Bray, The Erl-King, pp. 261-262.
21. Frey, Cross and swastika, pp. 92-93.
22. Wykes, Himmler, pp. 121-122.
23. La obra definitiva sobre Wewelsburg es Hüser, Wewelsburg 1933 bis 1945
24. Comunicado a Michael Bentine y repetido a nosotros. Véase Bentine, The door marked summer, p.291.

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