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27 octubre 2021

El mito Goebbels. ¿Genio de la propaganda?





por Tito Andino
Resumen y recopilación de textos y gráficas



Durante decenios el aficionado a la historia militar e incluso serios investigadores han mantenido -de buena fe- la hipótesis de que el Dr. Paul Joseph Goebbels, Gauleiter de Berlín, líder de propaganda del Reich, Ministro del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda y Presidente de la Cámara de Cultura del Reich, cargos importantes para el control de la prensa, la radio, el cine y la cultura alemana en general durante la era nazi, era casi un genio de la propaganda. Este es uno de los grandes mitos difundidos por el nazismo que persiste en nuestros días, en realidad el Dr. Goebbels era un muy mal propagandista.


"El alemán, aseado; el judío, sucio; el nacionalsocialista, bueno; el bolchevique, malvado; la raza de los dominadores y los otros, los infrahumanos. Clichés de este tipo difundía la propaganda del Tercer Reich para uso de todos y cada uno de los alemanes. Cuanto se podía leer en los periódicos, oír en la radio, ver en imágenes, había sido seleccionado y acondicionado por la ideología del partido" (Ernest K. Bramsted en "Fanático e Incondicional. Goebbels y la propaganda NS)


Izquierda: Petr Ashotovich Sarkisian, "Nuestro Alfabeto", TASS No.713, 1943. "Lista de divisiones soviéticas (en el dibujo). "Tinta" (en la botella). "El mentiroso dispara con tinta - No se compadece de los regimientos extranjeros¡. DerechaKukryniksy: "El lanzador de mentiras", TASS No. 625, 1942. "El carnicero Hitler, no importa lo que haga / ya no puede ocultar sus pérdidas militares / en Rzhev y en Stalingrado. / Y así, para engañar a su pueblo, / inventó el “lanzador de mentiras” / que lanza una lluvia de mentiras. / El arma dice tonterías a toda velocidad, / pero aún no puede ocultar la verdad. / La verdad brama a lo largo del Don, / y se puede escuchar en el Volga. / Ruge incluso en África / El "lanzador de mentiras" es inútil.

 

Caricaturas de la prensa soviética, Boris Efimov y Kukryniksy plasman en estos trazos la esencia de los discursos de Hitler y la propaganda de Goebbels.

Hemos venido insistiendo que los absurdos discursos de Hitler y Goebbels exaltando las supuestas virtudes del germanismo no son una cuestión de retórica persuasiva, "de hecho, la retórica de Hitler no tiene nada de persuasiva. Las más de las veces, es banal, infantil, repetitiva, desprovista de sustancia". Fue el modo de pronunciarla donde encontramos una "energía maligna", hipnótica, "unida al contagio de la emoción en masa, unido a la presión de millares de seres apretujados en un recinto cerrado, unido a un ceremonial y un espectáculo deliberadamente eclesiásticos e hinchados hasta adquirir proporciones wagnerianas, produce una histeria de masas, un fervor que es, en esencia, religioso. Lo que presenciamos en las concentraciones hitlerianas es una «alteración de la conciencia» como la que los psicólogos acostumbran a asociar con una experiencia mística". Tenían un propósito, crear una atmósfera sobrenatural. (citado del libro "The Mind of Adolf Hitler", Walter C. Langer, 1985, pp 55-56)


ARRIBA: Izquierda, el cartel: "Todos los calendarios mienten", 1942; a la derecha, póster: "Goebbels crea imagen de Hitler como pacificador", 1944. ABAJO: Izq. "¡Entiendo!", se publicó después de la derrota alemana en Stalingrado en el periódico Pravda, Hitler escucha con entusiasmo la transmisión de 1941 sobre la "guerra relámpago", en el segundo plano, suenan palabras completamente diferentes en un tocadiscos maltrecho, lo que al Führer no le gusta: "Una guerra prolongada es inevitable", "Logramos poner los pies en el frente y evitar un nuevo Stalingrado", 1943. Der. "Contando con alegría - Contando con lágrimas". 1943. (Las tres primeras caricaturas son de los Kukryniksy, la cuarta es autoría de Boris Efimov.


¿Dónde nació el mito Goebbels? Probablemente de la misma propaganda nazi, quizá sea difícil averiguarlo, así como quién fue el primer autor de esta estupidez, ¡pero el hecho de que esto sea solo un mito lo es, sin duda!, razona el investigador ruso Vyacheslav Shpakovsky en su estudio "El molino de los mitos: Goebbels - el genio de la propaganda" (en ruso).

Me he dado de bruces con decenas de artículos con listas de las 10 (o más) virtudes del "genio" de la propaganda nazi, no insistiré en ello para no confundir al lector. Solo acotaré una anécdota reciente. ¿Por qué Putin elogió a Goebbels en abril de 2015? (Si, el Vladimir aquel, el que es presidente de la Federación de Rusia), ello sucedió en una reunión con rabinos rusos, hablando sobre los "talentos" del ministro de Propaganda del Tercer Reich. "Goebbels dijo que cuanto más increíble es la mentira, más fácil es creerla. Y se salió con la suya, era un hombre talentoso", dijo Putin. Los opositores del gobierno ruso aprovecharon este desliz como una estupenda oportunidad para afirmar que Putin respeta a Goebbels, fácil de entender dijeron: "es su brillante seguidor", (relacionando a la Rusia de Putin con una enorme fábrica para producir desinformación). 


Esta caricatura soviética titula: "Los patos de Goebbels" (1941), venía como pase para los desertores en el reverso.


Volviendo al caso, el cínico Goebbels proponía que "la propaganda no tiene por qué ser decente, ni amable, ni débil, ni sumisa; debe ser capaz de conducir al éxito", es lo único que contaba. Le valía un ápice las masas, igual que a Hitler, que solía expresar en privado que "las masas eran lentas y holgazanas, tenían una memoria corta y solo reaccionaban ante una idea expuesta de manera muy simple, repetida miles de veces". En su libelo ´Mein Kampf´ dijo que "el pueblo es de índole tan femenina que sus pensamientos y acciones están determinados por muy escasas reflexiones útiles". Goebbels secundaba a su amo: "La masa es una débil, perezosa y cobarde mayoría de individuos".

ARRIBA: Izquierda, Vladimir Vasilevich Lebedev, "Nuestro alfabeto", Ventana TASS No. 645, 1943. Texto: "Los burros se parecen a Goebbels. Siempre gritan lo mismo". Derecha: V. Vlasov, "¿Por qué mientes, mi celoso caballo?", 1941. Texto: "Primero, a si mismo es fiel, en las fronteras de la mentira sin saber, las mentiras de Goebbels como un gris caballo castrado, compone sus resúmenes". ABAJO: Izq. Vladimir Alexandrovich Galba, "Goebbels yace como un castrado gris aumentando cuatro o más veces el número de pérdidas de la aviación soviética", TASS-Leningrado, 1941. Der. Kukryniksy, Ventana TASS No. 906, "Los nazis intentaron aferrarse firmemente a las posiciones del Dnieper", 1944. El cartel muestra un caballo con la cabeza de Hitler que cayó debido a un eje roto. Allí también se representa un pájaro con la cabeza de Goebbels: "Los nazis tenían la intención de aferrarse firmemente a las posiciones del Dnieper. Pero, como dicen, la yegua se aferró a los ejes, pero cayó".

¿Comprende el lector por qué a la jerarquía nazi le importaba un cacahuete el destino de las apaleadas masas alemanas en los últimos años de guerra? ¿Acaso no dijo Hitler algo como si el pueblo alemán no es digno de luchar es mejor que desaparezca de la faz de la tierra?.


Una postal de propaganda soviética con la caricatura de Hitler y Goebbels, "La guerra relámpago de Hitler es una cosa y la guerra relámpago es otra"


Hay que poner fin al mito Goebbels como pionero de la teoría del impacto propagandístico en los medios de comunicación. Eso no fue obra del pequeño nazi, era fruto de la experiencia de la propaganda durante la Primera Guerra Mundial, elaborada por investigadores como Walter Lippman en "Libertad y noticias" (1920) y "Opinión pública" (1922); Harold Lasswell "Técnica de propaganda en la Primera Guerra Mundial" (1927); Arthur Poynsonby, declaraba proféticamente que "Ninguna verdad después de una mentira no restaura adecuadamente la fe en la propaganda". Suele citarse a Ponsonby como el autor del dicho "Cuando se declara la guerra, la verdad es la primera víctima", publicado en su libro "Falsehood in War-time, Containing a Surtment of Lies Circulated Through the Nations during the Great War" (1928), pero la cita probablemente fue pronunciada en 1917 por el senador estadounidense Hiram Johnson: "La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad". Estos  personajes eran británicos. El estadounidense Paul Lazarsfeld (nacido en Austria), introdujo los conceptos de "comunicación de dos etapas" y "líder de opinión". En la Universidad de Nueva York, Edward Bernays dictaba en 1923 el primer curso del mundo sobre "relaciones públicas" y escribió el libro "Cristalización de la opinión pública" (1923).


ARRIBA, izquierda, una caricatura de 1938 de "Kulturkampen", "Alegría oscurecida", con el siguiente texto: "Se están quemando sinagogas en Alemania. Qué lástima que ahora mismo, cuando tenemos la oportunidad de estar orgullosos de nuestra organización y disciplina, nos veamos obligados a atribuir el mérito a las "expresiones espontáneas de voluntad". Derecha, A. Zhitomirsky: "Goebbels Ahora el alemán debería considerar su deber político elemental de no preguntar cuándo terminará la guerra", 1941. ABAJO: Izq. Kukryniksy, "Goebbels repartiendo propaganda a la prensa rusa emigrada (no comunista)",1937; Der. D. Moore, "Cartel de la escuela de Goebbels", 1943   



El aporte de Joseph Goebbels a la cultura en ese periodo fue en 1921, en la Universidad de Heidelberg, defendiendo su tesis doctoral: "Wilhelm von Schütz como dramaturgo. Sobre la cuestión de la historia del drama de la escuela romántica". Intentó hasta 1924 conseguir un trabajo como dramaturgo o periodista, incluso en conocidas editoriales judías, sus ensayos literarios fueron infructuosas, pero tuvo éxito con los simpatizantes de un agitador, Adolf Hitler, luego, como un "hombre altamente educado" recibió la cartera del Ministerio del Reich de Educación Pública y Propaganda.

En sus manos se encomendó un gran poder, pero "¿tenía suficiente conocimiento y talento para ser un verdadero maestro de su oficio? ¡Un estudio cuidadoso de su "herencia creativa" nos permite concluir que en este asunto era solo mediocridad y nada más! Además, como especialista en el campo de la propaganda, resulta que no conocía lo principal, no solo la mentalidad de otros pueblos, sino incluso ... ¡del suyo!", confirma Shpakovsky y cita algunos ejemplos sobre la "genial" propaganda de Goebbels. 


Arriba: Petr Ashotovich Sarkisian, TASS No. 584, 1942.  "Los alemanes arden - !los rusos no luchan según las reglas!... vocifera Goebbels; y (del mismo autor) "Goebbels 'Bulos de Año Nuevo' ", TASS No. 1143, 1945. Inscrito en las burbujas: Plan, Idea, pensamiento. Goebbels sostiene que el Führer está lleno de las más altas virtudes morales e intelectuales. ABAJO: Izq. Kukryniksy, "El último número del programa" , TASS No. 1119, 1944. Hitler dice: "¿Por qué-yo fui a ti, Rusia, / Con toda Europa en mis manos ...". Der. Boris Efimov, "Hitler 'Amor por la humanidad' ", TASS No. 1145, 1945


Un día el pequeño cojo loco, con su lengua lasciva decidió socavar la unidad de la nación británica imprimiendo folletos que representaban a princesas inglesas montando un pony en Hyde Park, los arrojó sobre Inglaterra, al mismo tiempo los publicaba en periódicos alemanes. Quedó claro a través de informes de espías e informantes de la Gestapo que no lograron el objetivo. Los alemanes vieron que, a pesar de la guerra, Inglaterra seguía viviendo despreocupada, y el inglés medio, sobre cuya cabeza volaban los folletos, no encontraba en la vida de las clases altas de su sociedad ninguna injusticia hacia sí mismo. Por eso Goebbels decidió presentar una foto de la vida privada de los líderes del Reich, esperando el mismo resultado, pero resultó lo contrario. La gente vio que esos "siervos del pueblo" vivían mejor que los "amos", ¡los alemanes comunes percibieron eso como un insulto!

Los folletos alemanes que representaban al presidente Roosevelt causó en los soldados estadounidenses una actitud exclusivamente hostil hacia el enemigo y solo fortaleció su moral. El hecho es que el estadounidense promedio está acostumbrado a creer a su presidente, independientemente de si está de acuerdo con sus decisiones individuales o no. Es decir, nada sobrenatural que no se le hubiera ocurrido a Lippmann, Bernais, Poinsonby y Lasswell.


V. G. Nikiforov, "Las victorias de Goebbels", 1941; y, Vadim Vadimovich Pavchinsky, "Muro Atlántico", texto: "La propaganda de Goebbels difunde la fábula sobre la supuestamente inaccesible muralla atlántica que rodea la costa de la Europa ocupada por los alemanes ..." Poemas debajo de la imagen: "Ayudando a Ribbentrop, Goebbels mintió a toda Europa ... ",1943.


Dos magníficas caricaturas de Boris Efimov, "Callejón de la victoria". 1940; y, "Dos calendarios". 1943


Goebbels no inventó nada, lo ya existente no fue utilizado con demasiada eficacia. Fue su propaganda la que afirmaba que el pueblo soviético estaba corrompido por los bolcheviques, que los rusos eran salvajes, que no se aseaban, hablaba de la "depravación bolchevique" (sexual), incapaces para la ciencia y la tecnología moderna, que ni siquiera tenían letrinas en sus hogares, que no creían en Dios.... (debemos admitir que había un problema con las letrinas en la URSS en esos años). Sobre esta base, se concluyó que eran "untermensh", es decir, "subhumanos", y si es así... deberían ser tratados en consecuencia. 

Sobre la mesa del jefe de los servicios de seguridad, Himmler, reposaba un informe que decía que más del 90% de las niñas rusas sometidas a un examen médico eran vírgenes, ¿depravación bolchevique?. Se anotó ampliamente que los trabajadores rusos eran muy limpios, que decoraban sus fábricas y cuarteles con papel, decoraban árboles de Navidad con papel el día de Año Nuevo. La propaganda de Goebbels afirmaba que todos eran ateos, pero el 80% tenía cruces en sus hogares, ¡y declararon su fe en Dios y su deseo de poder confesarse de acuerdo con el rito ortodoxo y tomar la comunión! (a pesar de la ideología comunista reinante) ¿Cómo podría indicarse analfabetismo, sin mencionar la conmoción completa de los burgueses alemanes y sus esposas que descubrieron que muchos jóvenes soviéticos (hombres y mujeres) sabían alemán bastante bien, e incluso conocían las obras de Schiller y Goethe?

Como resultado, el informe que conservaba Himmler concluyó que era necesario abandonar el uso de mano de obra rusa, porque "no arrojará un pañuelo en cada boca", o ... cambiar el carácter de la propaganda alemana! Está claro que Goebbels simplemente no podía hacer esto, por lo que Himmler respondió intensificando la represión contra todos los "demasiado habladores". Pero, ¿fortaleció esto la base de información de la nación alemana?


Kukryniksy, "Estrategia sin cabeza". Subtítulo (parte inferior): "antes de la guerra, planes de los genios para conquistar el mundo". 1944; y, cartel "Primavera de 1945".


Kukryniksy en "El diablo no es tan terrible como está pintado", 1941; y, "Molinillo de órganos", 1944-1945 


Incluso los propios periódicos alemanes se vieron obligados a escribir que "el sistema soviético, que dio a luz al estajanovismo (aumento de la productividad laboral, basado en la propia iniciativa de los trabajadores) dio a luz a un soldado del Ejército Rojo que lucha con perseverancia incluso cuando parece que no hay más fuerza para la resistencia". Se informó además, y cómo podría silenciarse, que "las armas rusas están más adaptadas a las condiciones del clima ruso", y que "los soviéticos reciben tanques, aviones y gasolina de Inglaterra y los Estados Unidos, ¡es por eso que no podemos vencerlos!"

Ninguna propaganda podría defenderse de todo esto, sin mencionar esos francos lloriqueos del Dr. Goebbels aquí mencionados (solo una pequeña parte de ellos). "Así que la mediocridad, es la mediocridad, bueno, ¡las realidades de la vida solo empeoraron las cosas con lo que ésta persona no tenía originalmente!", sentencia Vyacheslav Shpakovsky.


Kukryniksy, "El mono de Krylov sobre Goebbels", TASS No. 1109, 1944. "Me asfixiaría del dolor, si fuera como él".


El "Diario de Goebbels"

Paul Joseph Goebbels llevaba un diario desde 1923, son miles de páginas escritas a mano y miles más dictadas y mecanografiadas. Estos documentos fueron, en parte, botín de guerra del Ejército Rojo tras la toma de Berlín, se hallaron en las ruinas de la Cancillería del Reich, parte de esos volúmenes estaban destrozados por efecto del fuego causado por los bombardeos. Los diarios de Goebbels fueron reconstruidos a partir de fragmentos durante un laborioso trabajo de años, comprendían, principalmente, los años 1925-26, 1942-43 y 1945. Se mantuvieron en secreto hasta que fueron vendidos a la República Federal de Alemania en 1972, esos fragmentos manuscritos son la base de la edición de cuatro volúmenes publicada por Elke Fröhlich en nombre del Instituto de Historia Contemporánea (IfZ) bajo el título "Die Tagebücher von Joseph Goebbels". Elke Fröhlich también descubrió esos archivos en Moscú en 1992, los diarios de Goebbels estaban microfilmados y  conservados adecuadamente. 

La edición "completa" de los diarios de Joseph Goebbels se publicó en 29 volúmenes entre 1992 y 2005, contiene todos los textos de los diarios encontrados y restaurados, que constituyen el 90% del material escrito y dictado por Goebbels. Como toda fuente primaria, los diarios siempre requieren una crítica de la fuente e interpretación. El historiador alemán Bernd Sösemann expresaba que una nueva publicación de los diarios de Goebbels en 2008 se caracterizó por la falta de crítica de las fuentes y "en gran medida no cumple con los requisitos que se deben hacer de una edición científica en términos conceptuales, metodológicos y términos fácticos". 


Paul Joseph Goebbels, las dos caricaturas corresponden a los artistas soviéticos Kukryniksy, la izquierda data de 1943; y, la derecha apareció en el número festivo de la revista Krokodil de 1965, por el 20ª aniversario del fin de la segunda guerra mundial.

Se debe destacar que el biógrafo de Goebbels, Peter Longerich, enfatizó la importancia sobresaliente de los diarios en lo que respecta a la "comprensión del interior de la estructura de poder nacionalsocialista", su corrección en términos de fechas, reuniones y el contenido central de sus "grabaciones de conversaciones”. Para Longerich, el principal problema de los diarios es que son un “intento consciente del propagandista Goebbels de crear una fuente principal para que una historia del nacionalsocialismo se escriba más tarde y, en particular, para influir masivamente la interpretación futura de su propio papel histórico, si no para ser controlado... la imagen que Goebbels transmite de un íntimo confidente de Hitler que participa en todas las decisiones importantes debe evaluarse principalmente como autopropaganda". El contenido estaba fuertemente estilizado en esta dirección, Goebbels pretendía mostrarse en el futuro como el ordenador, el luchador incansable, el admirador inquebrantable del Führer. (citado en Wikipedia) 


La representación de Goebbels en la prensa rusa de su época 



Las mentiras fueron el credo de la propaganda nazi, de ahí que las caricaturas militares de Boris Efimov, Kukryniksy, entre otros, destacaban con mucha frecuencia al jefe del Ministerio de Propaganda y Educación del Tercer Reich, el Dr. Goebbels. Efimov representó a Goebbels en todos sus dibujos de la misma manera: un hombre pequeño y endeble con piernas delgadas y torcidas, que parece un ratón o un mono con una cola larga que no está a la altura. La escritura creativa de Efimov es fácilmente reconocible a primera vista de las caricaturas.


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La propaganda alemana, en tiempos de guerra concentrada en manos de Goebbels, era la comidilla del pueblo ruso. La verdad era admitida solo en la medida en que correspondiera a los intereses del Reich. Cuando las siguientes campañas de las ofensivas alemanas se convirtieron en nuevas derrotas, incluso en completos fracasos, no había necesidad de esperar la verdad de Goebbels.'

"Al mirar la caricatura de Goebbels, no hay sensación de que se trate de una imagen de una persona estúpida y débil. Por el contrario, tenemos ante nosotros un ejemplo de enemigo inteligente, astuto, vil, que no debe subestimarse". (Las mentiras son el credo de la propaganda alemana, artículo del sitio ruso pobeda)

 

                   kukryniksy

El caricaturista Boris Efimov, caracterizando a la camarilla hitleriana, expresó:
"... siendo caricaturizadas en su apariencia, estas personas son terribles y repugnantes por sus actos criminales y sangrientos ..."
Sobre las complejidades del trabajo de un dibujante, Boris Efimov se preguntó:
"... ¿los caricaturistas están haciendo lo correcto cuando representan a estos monstruos crueles y sedientos de sangre de una manera divertida? ..."
La respuesta a esta pregunta se puede encontrar en las palabras del propio artista:
"... la tarea del dibujante ... en mayor medida consiste en golpear con su arma satírica no al débil, débil y quebrado (esto no es una cosa astuta), sino a un enemigo fuerte, feroz y obstinado".

 

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18 octubre 2021

Napoleón entre la guerra y la revolución



por Jacques R. Pauwels

Viene de la Parte II


III parte


La Revolución Francesa no fue un simple acontecimiento histórico, sino un proceso largo y complejo en el que se pueden identificar varios estadios diferentes. Algunos de estos estadios eran incluso de naturaleza contrarrevolucionaria, por ejemplo la "revuelta aristocrática" al principio. Dos fases, sin embargo, fueron indudablemente revolucionarias.


La primera etapa fue "1789", la revolución moderada. Puso fin al "Antiguo Régimen" con su absolutismo real y feudalismo, el monopolio del poder del monarca y los privilegios de la nobleza y la Iglesia. Los importantes logros de "1789" también incluyeron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la igualdad de todos los franceses ante la ley, la separación de la Iglesia y el Estado, un sistema parlamentario basado en una franquicia limitada y, por último, pero no menos importante, la creación de un Estado francés "indivisible", centralizado y moderno. Estos logros, que equivalen a un importante paso adelante en la historia de Francia, fueron consagrados en una nueva Constitución que fue promulgada oficialmente en 1791.

El Antiguo Régimen de Francia anterior a 1789 había estado íntimamente asociado con la monarquía absoluta. Bajo el sistema revolucionario de "1789", por otro lado, se suponía que el rey debía encontrar un papel cómodo dentro de una monarquía constitucional y parlamentaria. Pero eso no funcionó debido a las intrigas de Luis XVI, y así surgió un tipo radicalmente nuevo de estado francés en 1792, una república. "1789" fue posible gracias a las intervenciones violentas de la "turba" parisina, los llamados "sans-culottes", pero su resultado fue esencialmente obra de una clase moderada de personas, exclusivamente miembros de la alta burguesía, la clase media-alta. Sobre las ruinas del Antiguo Régimen, que había servido a los intereses de la nobleza y de la Iglesia, estos caballeros erigieron un Estado que se suponía que estaba al servicio de los burgueses.


"Le Paris des sans-culottes Guide du Paris révolutionnaire 1789-1799", del Dr. Jacques R. Pauwels, es la fuente del presente artículo del mismo autor.

Políticamente, estos sólidos caballeros provenían del embrionario partido político de los Feuillants, posteriormente del de los Girondinos (miembros de la burguesía de Burdeos, gran puerto a orillas del estuario de la Gironda, cuya riqueza se basaba no solo en el comercio de los esclavos y del vino). En París, la guarida de los leones revolucionarios, los sans-culottes, y los revolucionarios más respetables pero aún radicales conocidos como los jacobinos.

La segunda etapa revolucionaria fue "1793". Esa fue la revolución "popular", radical e igualitaria, con derechos sociales (incluido el derecho al trabajo) y reformas socio-económicas relativamente profundas, reflejadas en una constitución promulgada en el año revolucionario I (1793), que nunca entró en vigor. En esa etapa, incorporada por el famoso Maximilien Robespierre, la revolución estaba socialmente orientada y preparada para regular la economía nacional, limitando así la libertad individual en cierta medida, "pour le bonheur commun", es decir, en beneficio de toda la nación. Dado que el derecho a la propiedad se mantuvo, se puede describir "1793" en la terminología contemporánea como "socialdemócrata", en lugar de verdaderamente "socialista".

"1793" fue obra de Robespierre y los jacobinos, especialmente los jacobinos más ardientes, un grupo conocido como los Montagne, la "montaña", porque ocupaban las filas más altas de escaños en la legislatura. Eran revolucionarios radicales, predominantemente de origen pequeñoburgués o de clase media-baja, cuyos principios eran tan liberales como los de la alta burguesía. Pero también buscaban satisfacer las necesidades elementales de los plebeyos parisinos, especialmente los artesanos que constituían una mayoría entre los sans-culottes. Los sans-culottes eran gente común, fueron las tropas de asalto de la revolución: la toma de la Bastilla fue uno de sus logros. Robespierre y sus jacobinos radicales los necesitaban como aliados en su lucha contra los girondinos, los revolucionarios moderados de la burguesía, pero también contra los contrarrevolucionarios aristocráticos y eclesiásticos.


La toma de la Bastilla del pintor francés Jean Pierre Houel. En el centro se aprecia el arresto del marqués de Launay.

La revolución radical fue en muchos sentidos un fenómeno parisino, una revolución hecha en, por y para París. Como era de esperar, la oposición emanaba principalmente de fuera de París, específicamente, de la burguesía de Burdeos y otras ciudades provinciales, ejemplificada por los girondinos, y de los campesinos del agro. Con "1793", la revolución se convirtió en una especie de conflicto entre París y el resto de Francia.


La contrarrevolución – encarnada por los aristócratas que habían huido del país, los emigrados, sacerdotes y campesinos sediciosos en la Vendée y en otras partes de las provincias – era hostil a "1789" así como "1793" y quería nada menos que un regreso al Antiguo Régimen; en la Vendée, los rebeldes lucharon por el rey y la Iglesia. En cuanto a la burguesía rica, estaba en contra de "1793" pero a favor de "1789". A diferencia de los sans-culottes parisienses, esa clase no tenía nada que ganar más que mucho que perder con el progreso revolucionario radical en la dirección indicada por los montagnards y su constitución de 1793, promoviendo el igualitarismo y el estatismo, es decir, la intervención estatal en la economía. Pero la burguesía también se opuso a un regreso al Antiguo Régimen, que habría puesto al Estado de nuevo al servicio de la nobleza y la Iglesia. "1789", por otro lado, dio lugar a un estado francés al servicio de la burguesía.


Un retour en arrière a la revolución burguesa moderada de 1789 –pero con una república en lugar de una monarquía constitucional– fue el objetivo y en muchos sentidos también el resultado del "Termidor", el golpe de Estado de 1794 que puso fin al gobierno revolucionario –y a la vida– de Robespierre. 


La "reacción termidoriana" produjo la Constitución del año III que, como ha escrito el historiador francés Charles Morazé, "aseguró la propiedad privada y el pensamiento liberal y abolió todo lo que parecía empujar la revolución burguesa en la dirección del socialismo". La actualización termidoriana de "1789" produjo un estado que ha sido descrito correctamente como una "república burguesa" (république bourgeoise) o una "república de los propietarios" (république des propriétaires).

Así se originó el Directorio, un régimen extremadamente autoritario, camuflado por una fina capa de barniz democrático en forma de legislaturas cuyos miembros eran elegidos sobre la base de un sufragio muy limitado. Al Directorio le resultó insoportablemente difícil sobrevivir mientras se dirigía entre, a la derecha, una Escila monarquita que anhelaba un regreso al Antiguo Régimen y, a la izquierda, un Carybdis de jacobinos y sans-culottes deseosos de volver a radicalizar la revolución. Varias rebeliones realistas y (neo)jacobinas estallaron, y cada vez el Directorio tuvo que ser salvado por la intervención del ejército. Uno de estos levantamientos fue sofocado en sangre por un general ambicioso y popular llamado Napoleón Bonaparte.


Napoleón Bonaparte

Los problemas fueron finalmente resueltos por medio de un golpe de Estado que tuvo lugar el 18 de Brumario del año VIII, 9 de noviembre de 1799. Para evitar perder su poder a manos de los realistas o los jacobinos, la burguesía acomodada de Francia entregó su poder a Napoleón, un dictador militar que era a la vez confiable y popular. Se esperaba que el corso pusiera al Estado francés a disposición de la alta burguesía, y eso es exactamente lo que hizo. Su tarea primordial era la eliminación de la doble amenaza que había acosado a la burguesía. El peligro monárquico y por tanto contrarrevolucionario fue neutralizado por medio del "palo" de la represión, pero aún más por la "zanahoria" de la reconciliación. Napoleón permitió que los aristócratas emigrados regresaran a Francia, recuperaran sus propiedades y disfrutaran de los privilegios impuestos por su régimen no solo a los burgueses ricos, sino a todos los propietarios. También reconcilió a Francia con la Iglesia firmando un concordato con el Papa.

Para deshacerse de la amenaza (neo)jacobina y evitar una nueva radicalización de la revolución, Napoleón se basó principalmente en un instrumento que ya había sido utilizado por los girondinos y el Directorio, a saber, la guerra. De hecho, cuando recordamos la dictadura de Napoleón, no pensamos tanto en los acontecimientos revolucionarios en la capital, como en los años 1789 a 1794, sino en una serie interminable de guerras libradas lejos de París y en muchos casos mucho más allá de las fronteras de Francia


Eso no es una coincidencia, porque las llamadas "guerras revolucionarias" fueron funcionales para el objetivo primordial de los campeones de la revolución moderada, incluidos Bonaparte y sus patrocinadores: consolidar los logros de "1789" e impedir tanto un regreso al Antiguo Régimen como una repetición de "1793".


Con su política de terror, conocida como la Terreur (el Terror), Robespierre y los Montagnards habían buscado no solo proteger sino también radicalizar la revolución. Eso significó que "interiorizaron" la revolución dentro de Francia, sobre todo en el corazón de Francia, la capital, París. No es casualidad que la guillotina, la "navaja revolucionaria", símbolo de la revolución radical, se instalara en medio de la Plaza de la Concordia, es decir, en medio de la plaza en medio de la ciudad en el centro del país. Para concentrar su propia energía y la energía de los sans-culottes en la internalización de la revolución, Robespierre y sus camaradas jacobinos –en contraste con los girondinos– se opusieron a las guerras internacionales, que consideraban un desperdicio de energía revolucionaria y una amenaza para la revolución. Por el contrario, la interminable serie de guerras que se libraron después, primero bajo los auspicios del Directorio y luego por Bonaparte, equivalieron a una externalización de la revolución, una exportación de la revolución burguesa de 1789. Internamente, sirvieron simultáneamente para evitar una mayor internalización o radicalización de la revolución al estilo de 1793.

La guerra, el conflicto internacional, sirvió para liquidar la revolución, el conflicto interno, la guerra de clases. Esto se hizo de dos maneras. En primer lugar, la guerra hizo que los revolucionarios más ardientes desaparecieran de la cuna de la revolución, París. Inicialmente como voluntarios, demasiado pronto como reclutas innumerables jóvenes sans-culottes desaparecieron de la capital para luchar en tierras extranjeras, con demasiada frecuencia nunca regresaron. Como resultado, en París solo quedaba un puñado de combatientes varones para llevar a cabo acciones revolucionarias importantes como la toma de la Bastilla, demasiado pocos para repetir los éxitos de los sans-culottes entre 1789 y 1793; esto quedó claramente demostrado por el fracaso de las insurrecciones jacobinas bajo el Directorio. Bonaparte perpetuó el sistema del servicio militar obligatorio y la guerra perpetua"Fue él -escribió el historiador Henri Guillemin- quien envió a los jóvenes plebeyos potencialmente peligrosos lejos de París e incluso hasta Moscú, para gran alivio de los burgueses adquicios (gens de bien)".



'Retrato ecuestre de Napoleón I', de Joseph Chabord, 1810. 


En segundo lugar, la noticia de grandes victorias generó orgullo patriótico entre los sans-culottes que se habían quedado en casa, un orgullo que debía compensar el menguante entusiasmo revolucionario. Con un poco de ayuda para formar el dios de la guerra, Marte, la energía evolutiva de los sans-culottes y del pueblo francés en general podría así dirigirse a otros canales, menos radicales en términos revolucionarios. Esto reflejó un proceso de desplazamiento por el cual el pueblo francés, incluidos los sans-culottes parisienses, perdieron gradualmente su entusiasmo por la revolución y los ideales de libertad, igualdad y solidaridad no solo entre los franceses sino con otras naciones; en cambio, los franceses adoraban cada vez más al becerro de oro del chovinismo francés, la expansión territorial a las fronteras supuestamente "naturales" de su país, como el Rin, y la gloria internacional de la "gran nación" y –después del 18 de Brumario– de su gran líder, que pronto sería emperador: Bonaparte.

Así también podemos entender la reacción ambivalente de los extranjeros a las guerras y conquistas francesas de esa época. Mientras que algunos –por ejemplo, las élites del Antiguo Régimen y los campesinos–  rechazaron la Revolución Francesa en todo, otros sobre todo jacobinos locales, como los "patriotas" holandeses la acogieron calurosamente, muchas personas vacilaron entre la admiración por las ideas y los logros de la Revolución Francesa y la repulsa por el militarismo, el chauvinismo sin límites y el imperialismo despiadado de Francia después de Termidor, durante el Directorio y bajo Napoleón.


La entrada del emperador Napoleón con su personal el 9 de octubre de 1811 en Amsterdam, obra del pintor holandés Mattheus Ignatius van Bree (entre 1812-1813)

Muchos no franceses lucharon con admiración y aversión simultáneas por la Revolución Francesa. En otros, el entusiasmo inicial cedió tarde o temprano a la desilusión. Los británicos, por ejemplo, dieron la bienvenida a "1789" porque interpretaron la revolución moderada como la importación a Francia del tipo de monarquía constitucional y parlamentaria que ellos mismos habían adoptado un siglo antes en el momento de su llamada Revolución Gloriosa.  

Después de "1793" y el Terror asociado con él, sin embargo, la mayoría de los británicos observaron los acontecimientos al otro lado del Canal con repulsa. Las Reflexiones sobre la Revolución en Francia de Edmund Burke – publicadas en noviembre de 1790 – se convirtieron en la Biblia contrarrevolucionaria no solo en Inglaterra sino en todo el mundo. A mediados del siglo 20, George Orwell iba a escribir que "para el inglés promedio, la Revolución Francesa no significa más que una pirámide de cabezas cortadas". Lo mismo podría decirse de prácticamente todos los no franceses (y muchos franceses) hasta el día de hoy.


Napoleón en la batalla de Austerlitz, óleo de François Gérard (1805). La batalla de Austerlitz tuvo lugar el 2 de diciembre de 1805

Fue para poner fin a la revolución en la propia Francia, entonces, que Napoleón la secuestró de París y la exportó al resto de Europa. Para evitar que la poderosa corriente revolucionaria excavara y profundizara su propio cauce –París y el resto de Francia–, primero los termidorianos y más tarde Napoleón hicieron que sus turbulentas aguas desbordaran las fronteras de Francia, inundando toda Europa, volviéndose así vasta, pero poco profundas y tranquilas.


Para sacar la revolución de su cuna parisina, para poner fin a lo que en muchos sentidos fue un proyecto de los jacobinos pequeño-burgueses y sans-culottes de la capital, y a la inversa, para consolidar la revolución moderada querida por los corazones burgueses, Napoleón Bonaparte fue la elección perfecta, incluso simbólica. Nació en Ajaccio, la ciudad de provincia francesa que resultó ser la más alejada de París. Además, era "un hijo de la alta burguesía corsa", es decir, el vástago de una familia que podría describirse igualmente como alta burguesa pero con pretensiones aristocráticas, o bien como nobleza menor pero con un estilo de vida burgués.

En muchos sentidos, los Bonaparte pertenecían a la alta burguesía, la clase que, en toda Francia, había logrado alcanzar sus ambiciones gracias a "1789", y más tarde, ante las amenazas tanto de la izquierda como de la derecha, intentó consolidar este triunfo a través de una dictadura militar. Napoleón encarnaba a la alta burguesía provincial que, siguiendo el ejemplo de los girondinos, quería una revolución moderada, cristalizada en un Estado, democrático si cabe pero autoritario si fuera necesario, que se permitiera maximizar su riqueza y poder. Las experiencias del Directorio habían revelado las deficiencias a este respecto de una república con instituciones relativamente democráticas, y fue por esa razón que la burguesía finalmente buscó la salvación en una dictadura.


Napoleón cruzando los Alpes, obra de Jacques-Louis David.

La dictadura militar que reemplazó a la "república burguesa" post-termidoriana apareció en escena como un deus ex machina en Saint-Cloud, un pueblo a las afueras de París, en "18 Brumario del año VIII" (9 de noviembre de 1799). Este paso político decisivo en la liquidación de la revolución fue simultáneamente un paso geográfico lejos de París, lejos del semillero de la revolución, lejos de la guarida de los leones de los jacobinos revolucionarios y sans-culottes. Además, la transferencia a Saint-Cloud fue un paso pequeño pero simbólicamente significativo en la dirección del campo mucho menos revolucionario, si no contrarrevolucionario. Saint-Cloud se encuentra en camino de París a Versalles, la residencia de los monarcas absolutistas de la época prerrevolucionaria. El hecho de que se hubiera producido allí un golpe de Estado que dio lugar a un régimen autoritario fue el reflejo topográfico del hecho histórico de que Francia, después del experimento democrático de la revolución, se encontró de nuevo en el camino hacia un nuevo sistema absolutista similar al que Versalles había sido el "sol". Pero esta vez el destino era un sistema absolutista presidido por un Bonaparte en lugar de un Borbón y –mucho más importante– un sistema absolutista al servicio de la burguesía y no de la nobleza.


El golpe de Estado de Saint-Cloud sobre una caricatura británica de James Gillray (Dominio público)


Con respecto a la revolución, la dictadura de Bonaparte fue ambivalente. Con su llegada al poder, la revolución se acabó, incluso liquidada, al menos en el sentido de que no habría ni más experimentos igualitarios (como en "1793") y no más esfuerzos para mantener una fachada republicano-democrática (como en "1789"). Por otro lado, los logros esenciales de "1789" se mantuvieron e incluso se consagraron.


Él estaba a favor de la revolución en el sentido de que estaba en contra de la contrarrevolución monárquica, y puesto que dos negativos se cancelan entre sí, un contrarrevolucionario es automáticamente un revolucionario, n'est-ce pas? Pero también se puede decir que Napoleón estaba simultáneamente en contra de la revolución: favoreció la revolución moderada y burguesa de 1789, asociada con los feuillants, girondinos y termidorinanos, pero estaba en contra de la revolución radical de 1793, obra de los jacobinos y sans-culottes

En su libro La Révolution, une exception française?, la historiadora francesa Annie Jourdan cita a un comentarista alemán contemporáneo que se dio cuenta de que Bonaparte "nunca fue otra cosa que la personificación de una de las diferentes etapas de la revolución", como escribió en 1815. Esa etapa fue la revolución burguesa, moderada, "1789", la revolución que Napoleón no solo debía consolidar dentro de Francia sino también exportar al resto de Europa.

Napoleón eliminó las amenazas realistas y jacobinas, pero prestó otro importante servicio a la burguesía. Dispuso que el derecho a la propiedad, piedra angular de la ideología liberal tan querida por los corazones burgueses, se consagrase legalmente. Y mostró su devoción a este principio al reintroducir la esclavitud, todavía ampliamente considerada como una forma legítima de propiedad. Francia había sido de hecho el primer país en abolir la esclavitud, concretamente en el momento de la revolución radical, bajo los auspicios de Robespierre. Lo había hecho a pesar de la oposición de sus antagonistas, los girondinos, señores supuestamente moderados, precursores de Bonaparte como defensores de la causa de la burguesía y de su ideología liberal, glorificando la libertad – pero no para los esclavos.


Bonaparte ante la esfinge, pintura de Jean-Léon Gérôme, c. 1868.

En "Napoleón", el historiador Georges Dupeux escribió, "la burguesía encontró un protector, así como un maestro". El corso fue sin duda un protector e incluso un gran defensor de la causa de los burgueses, pero nunca fue su amo. En realidad, desde el principio hasta el final de su carrera "dictatorial" fue un subordinado de los capitanes de la industria y las finanzas de la nación, los mismos caballeros que ya controlaban Francia en la época del Directorio, la "république des propriétaires", y que le habían confiado la gestión del país en su nombre. (NdelE. Aquí encontramos otra referencia velada sobre la sinarquía, ¿era Napoleón sinarquista?)

Financieramente, no solo Napoleón sino todo el Estado francés se hicieron dependientes de una institución que era -y ha seguido siendo hasta la actualidad- propiedad de la élite del país, a pesar de que esa realidad se ofuscó con la aplicación de una etiqueta que creó la impresión de que se trataba de una empresa estatal, el Banco de Francia, el banco nacional. Sus banqueros recaudaron dinero de la burguesía adinera y lo ponen a disposición, a tasas de interés relativamente altas, de Napoleón, que lo utilizó para gobernar y armar Francia, para librar una guerra interminable y, por supuesto, para jugar al emperador con mucha pompa y circunstancia.


Napoleón no era otra cosa que el mascarón de proa de un régimen, una dictadura de la alta burguesía, un régimen que supo disimularse detrás de una espato coreografía al estilo de la antigua Roma, evocando primero, más bien modestamente, un consulado y después un imperio jactancioso.

 

Napoleón entrando en Berlín, obra de Charles Meynier (1810).

Volvamos al papel de la interminable serie de guerras libradas por Napoleón, aventuras militares emprendidas para la gloria de la "gran nación" y su gobernante. Ya sabemos que estos conflictos sirvieron ante todo para liquidar la revolución radical en la propia Francia. Pero también permitieron a la burguesía acumular capital como nunca antes. Suministrando al ejército armas, uniformes, alimentos, etc., los industriales, comerciantes y banqueros se dieron cuenta de enormes ganancias. Las guerras fueron excelentes para los negocios, y las victorias produjeron territorios que contenían valiosas materias primas o podían servir como mercados para los productos terminados de la industria francesa. Esto benefició a la economía francesa en general, pero principalmente a su industria, cuyo desarrollo se aceleró considerablemente. En consecuencia, los industriales (y sus socios en la banca) fueron capaces de desempeñar un papel cada vez más importante dentro de la burguesía.

Bajo Napoleón, el capitalismo industrial, a punto de convertirse en típico del siglo XIX, comenzó a superar al capitalismo comercial, creador de tendencias económicas durante los dos siglos anteriores. Vale la pena señalar que la acumulación de capital comercial en Francia había sido posible sobre todo gracias a la trata de esclavos, mientras que la acumulación de capital industrial tuvo mucho que ver con la cadena prácticamente ininterrumpida de guerras libradas primero por el Directorio y luego por Napoleón. En este sentido, Balzac tenía razón cuando escribió que "detrás de toda gran fortuna sin fuente aparente se esconde un crimen olvidado".


El imperio de Napoleón hacia el año 1811

Las guerras de Napoleón estimularon el desarrollo del sistema industrial de producción. Al mismo tiempo, hicieron sonar la sentencia de muerte para el antiguo sistema artesanal a pequeña escala en el que los artesanos trabajaron de la manera tradicional y no mecanizada. A través de la guerra, la burguesía bonapartista no solo hizo desaparecer físicamente de París a los sans-culottes –predominantemente artesanos, comerciantes, etc.– sino que también los hizo desaparecer del paisaje socioeconómico. En el drama de la revolución, los sans-culottes habían jugado un papel importante. Debido a las guerras que liquidaron la revolución (radical), ellos, las tropas de asalto del radicalismo revolucionario, salieron de la etapa de la historia.

Gracias a Napoleón, la burguesía de Francia logró deshacerse de su enemigo de clase. Pero eso resultó ser una victoria pírrica. ¿por qué? El futuro económico no pertenecía a los talleres y a los artesanos que trabajaban "independientemente", poseían algunas propiedades, aunque solo fueran sus herramientas, y por lo tanto eran pequeñoburgueses, sino a las fábricas, sus propietarios, los industriales, pero también sus obreros, los asalariados y, por lo general, los trabajadores de las fábricas muy mal pagados. Este "proletariado" debía revelarse a la burguesía como un enemigo de clase mucho más peligroso de lo que los sans-culottes y otros artesanos habían sido jamás. Además, los proletarios pretendían provocar una revolución mucho más radical que la de Robespierre "1793". Pero esto iba a ser una preocupación para los regímenes burgueses que sucederían al del supuestamente "gran" Napoleón, incluyendo el de su sobrino, Napoleón III, denigrado por Víctor Hugo como "Napoleón le Petit".


Hay muchas personas dentro y fuera de Francia, incluidos políticos e historiadores, que desprecian y denuncian a Robespierre, los jacobinos y los sans-culottes debido al derramamiento de sangre asociado con su revolución radical y "popular" de 1793. La misma gente a menudo muestra una gran admiración por Napoleón, restaurador de la "ley y el orden" y salvador de la revolución moderada y burguesa de 1789


Condenan la interiorización de la Revolución Francesa porque fue acompañada por el Terreur, que en Francia, especialmente en París, hizo muchos miles de víctimas, y por ello culpan a la "ideología" jacobina y/o a la sangre presumiblemente innata de la "población". Parecen no darse cuenta –o no quieren darse cuenta– de que la externalización de la revolución por parte de los termidorios y de Napoleón, acompañada de guerras internacionales que se prolongaron durante casi veinte años, costó la vida a muchos millones de personas en toda Europa, incluidos incontables franceses. Esas guerras equivalían a una forma de terror mucho mayor y más sangrienta de lo que jamás habían sido los Terreur orquestados por Robespierre.


 Obra de Francois Flameng. Napoleón después de la Batalla de Waterloo (año desconocido)

Se estima que ese régimen terrorista ha costado la vida a unas 50.000 personas, lo que representa más o menos el 0,2 por ciento de la población de Francia. Es eso mucho o poco, pregunta el historiador Michel Vovelle, que cita estas figuras en uno de sus libros. En comparación con el número de víctimas de las guerras libradas por la expansión territorial temporal de la grande nación y por la gloria de Bonaparte, es muy poco. Solo la batalla de Waterloo, la batalla final de la carrera presumiblemente gloriosa de Napoleón, incluido su preludio, las meras "escaramuzas" de Ligny y Quatre Bras, causaron entre 80.000 y 90.000 bajas. Lo peor de todo es que muchos cientos de miles de hombres nunca regresaron de sus desastrosas campañas en Rusia. Terrible, n'est-ce pas? Pero nadie parece hablar nunca de un "terror" bonapartista, y París y el resto de Francia están llenos de monumentos, calles y plazas que conmemoran las hazañas presumiblemente heroicas y gloriosas de los más famoso de todos los corsos.


Napoleón retirándose de Moscú, por Adolph Northen (1851)

Al sustituir la guerra permanente por la revolución permanente dentro de Francia, y sobre todo en París, señalaron Marx y Engels, los termidorianos y sus sucesores "perfeccionaron" la estrategia del terror, en otras palabras, hicieron que fluyera mucha más sangre que en la época de la política de terror de Robespierre. En cualquier caso, la exportación o externalización, por medio de la guerra, de la revolución termidoriana (haut) burguesa, actualización de "1789", se cobró muchas más víctimas que el intento jacobino de radicalizar o internalizar la revolución dentro de Francia por medio de la Terreur.

Al igual que nuestros políticos y medios de comunicación, la mayoría de los historiadores todavía consideran que la guerra es una actividad estatal perfectamente legítima y una fuente de gloria y orgullo para los vencedores e, incluso para nuestros perdedores inevitablemente "heroicos". A la inversa, las decenas o cientos de miles, e incluso millones de víctimas de la guerra –ahora llevada a cabo principalmente como bombardeos desde el aire y, por lo tanto, masacres realmente unilaterales, en lugar de guerras– nunca reciben la misma atención y simpatía que las víctimas mucho menos numerosas del "terror", una forma de violencia que no está patrocinada, al menos no abiertamente, por un Estado y, por lo tanto, es tildada de ilegítima.

Me viene a la mente la actual "guerra contra el terrorismo". En lo que respecta a la superpotencia que nunca ha cesado de hacer la guerra, esta es una forma de guerra permanente y ubicua que estimula el chauvinismo irreflexivo y que agita la bandera entre los estadounidenses comunes y corrientes: ¡los "sans-culottes" estadounidenses! – al tiempo que proporcionaba a los más pobres puestos de trabajo en la marina. Para gran ventaja de la industria estadounidense, esta guerra perpetua da a las corporaciones estadounidenses acceso a materias primas importantes como el petróleo, y para los fabricantes de armas y muchas otras empresas, especialmente aquellas con amigos en los pasillos del poder en Washington, funciona como una cornucopia de ganancias altísimas. Las similitudes con las guerras de Napoleón son obvias. ¿Cómo lo vuelven a decir los franceses? "Plus ça change, plus c'est la même chose".


 El regreso de Napoleón de Elba. Pintura de Karl Stenben, 1834


Con Napoleón Bonaparte, la revolución terminó donde se suponía que debía terminar, al menos en lo que respecta a la burguesía francesa. Con su llegada a escena, triunfó la burguesía. No es casualidad que en las ciudades francesas a los miembros de la élite social, conocidos como les notables, es decir, empresarios, banqueros, abogados y otros representantes de la alta burguesía, les guste congregarse en cafés y restaurantes que llevan el nombre de Bonaparte, como ha observado el brillante sociólogo Pierre Bourdieu.

La alta burguesía siempre ha permanecido agradecida a Napoleón por los eminentes servicios que prestó a su clase. El más destacado de estos servicios fue la liquidación de la revolución radical, de "1793", que amenazaba las considerables ventajas que la burguesía había adquirido, gracias a "1789", a expensas de la nobleza y la Iglesia. Por el contrario, el odio de la burguesía a Robespierre, mascarón de proa de "1793", explica la ausencia casi total de estatuas y otros monumentos, nombres de calles y plazas, que honren su memoria, a pesar de que su abolición de la esclavitud representó uno de los mayores logros en la historia de la democracia en todo el mundo.


Napoleón en Santa Elena, por François-Joseph Sandmann.

Napoleón también es venerado más allá de las fronteras de Francia, en Bélgica, Italia, Alemania, etc., sobre todo por la burguesía acomodada. La razón de ello es, sin duda, que todos esos países seguían siendo sociedades feudales, cuasi-medievales, donde sus conquistas hicieron posible liquidar sus propios Regímenes e introducir la revolución moderada, que ya había sido en Francia, de mejoras considerables para toda la población (excepto la nobleza y el clero, por supuesto) pero también de privilegios especiales para la burguesía. Eso probablemente también explica por qué, en Waterloo hoy, no Wellington, sino Napoleón es la estrella indiscutible de la feria turística, por lo que los turistas que no saben mejor podrían tener la impresión de que fue él quien ganó la batalla.


Estatua de Napoleón en Waterloo  y  su escudo de armas

Abdicación de Napoleón en Fontainebleau, por Paul Delaroche (1845).

Dr. Jacques R. Pauwels 

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