El presidente Johnson con el general William Westmoreland en Vietnam del Sur en 1967. Foto de Yichi Okamoto / Lyndon B. Johnson Presidential Library. (foto tomada del New York Times)
Breve comentario del editor del blog
The New York Times revelaba en su edición del 6 de octubre de 2018 que el general William Westmoreland, comandante de las fuerzas estadounidenses en Vietnam entre 1964 y 1968, tenía elaborado un plan secreto de contingencia para usar armas nucleares contra los comunistas del norte en la eventualidad de que sus tropas se hallaran al borde de la derrota. El Plan "Fracture Jaw" debía transferir varias armas nucleares desde la base de Okinawa - Japón con destino a Vietnam del Sur, bajo el visto bueno del comandante de las fuerzas estadounidenses en el Pacífico, Ulysses S. Grant Sharp Jr. La idea surgió en medio de la larga batalla de Khe Sanh en 1968. Lyndon Johnson, presidente de los Estados Unidos, al conocer ese particular ordenó suspender el despliegue de esas armas.
Según los asesores del presidente, éste se encontraba enfadado al no haber sido informado y que a sus espaldas se había orquestado un plan que ya estaba siendo desplegado. Esa era la señal que los Estados Unidos estaba perdiendo la guerra. Existía además el temor que provocara una guerra más amplia con la directa intervención de China en suelo vietnamita.
General William Westmoreland
El General Sharp ordenó a Westmoreland suspender el plan, también debía "informar a todo el personal con acceso a este proyecto de planificación que no puede haber divulgación del contenido del plan o del conocimiento de que dicha planificación estaba en curso o suspendida".
ANEXO
Documentos desclasificados
El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Walt W. Rostow, alertó al presidente Lyndon B. Johnson sobre los planes para mover armas nucleares a Vietnam del Sur el mismo día que el general William C. Westmoreland le había dicho al comandante estadounidense en el Pacífico que había aprobado la operación. NYT
La planeada operación "Fracture Jaw" para movilizar armas nucleares a Vietnam del Sur debía ponerse en marcha bajo esta notificación del 10 de febrero de 1968 del general Willam C. Westmoreland, comandante de las fuerzas estadounidenses en Vietnam. NYT
"Discontinúe toda la planificación de ´Fracture Jaw´, ordenó el comandante de operaciones estadounidenses en el Pacífico, almirante Ulysses S. Grant Sharp Jr., en un cable conciso de fecha 12 de febrero de 1968. "La seguridad de esta acción y las acciones previas deben ser herméticas". NYT
Con este breve preámbulo pasemos a revisar uno de los buenos reportajes con los que nos encontramos -a veces por casualidad- sobre la guerra de Vietnam, el siguiente es una publicación de AARP (American Association of Retired Persons), una ONG estadounidense independiente que atiende las necesidades e intereses de las personas mayores de 50 años, fusionada desde 1982 con la National Retired Teachers Association y comprometida con los veteranos de guerra desamparados, sus publicaciones las encontramos en AARP The Magazine.
El artículo fue presentado en 2015 para conmemorar los 50 años de la llegada de las tropas de combate estadounidenses a suelo vietnamita, no se trata de una historia de combates, ni de operaciones militares, son las palabras de quienes vivieron los hechos, sobre todo se enfoca en el punto de vista del veterano de guerra y sus sensaciones encontradas.
t. andino
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Hace 50 años, las primeras tropas de combate llegaron a Vietnam. Diez años después, cayó Saigón. Para quienes combatieron allí, siguen vivos los recuerdos de esos años de amargas divisiones.
por: Mike Tharp y Michael Anft,
AARP The Magazine
El 6 de marzo de 1965, el presidente Lyndon B. Johnson llamó al senador de Georgia Richard Russell, su colega demócrata del sur y presidente del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado. Johnson buscaba consejo sobre qué hacer respecto a Vietnam. Días antes, había lanzado la Operación Rolling Thunder, la campaña de bombardeo aéreo que fue un momento decisivo: era el primer ataque importante de Estados Unidos en el conflicto. En dos días, un contingente de infantes de Marina —las primeras tropas de combate estadounidenses— llegaría a las playas cerca de la base aérea estadounidense en Da Nang.
La guerra de Estados Unidos en Vietnam todavía estaba en pañales, y ya el presidente perdía las esperanzas de vencer. “Un hombre puede luchar si puede vislumbrar algo de luz más allá en el camino”, le dijo Johnson a Russell. “Pero no se vislumbra la luz en Vietnam. Ni siquiera un poco”.
Las repercusiones de la decisión que Johnson tomó de intensificar la guerra todavía persiguen a muchos de los 2.6 millones de hombres y mujeres estadounidenses que prestaron servicio en Vietnam, y los millones adicionales cuyas vidas fueron trastornadas por esa guerra.
Para una generación, “Vietnam fue lo que tuvimos en vez de infancias felices”, como escribió Michael Herr en su libro de 1977, Dispatches (Partes). Cincuenta años después de que cayeran las primeras bombas de Rolling Thunder, la guerra más controvertida de Estados Unidos sigue tercamente sin resolverse, definida por las preguntas que planteó, las lecciones que prometió enseñar y los recuerdos de quienes estuvieron allí que nunca podrán olvidar.
1965
Lyndon B. Johnson
AFP/GETTY IMAGES
“Hemos hecho una promesa nacional de ayudar a Vietnam del Sur a defender su independencia. Y tengo intenciones de mantener esa promesa”.
— El presidente Lyndon Johnson, durante un discurso en Johns Hopkins University de Baltimore, 7 de abril de 1965
Paul Coates en Vietnam, (cortesía de Paul Coates)
“Nunca dudé de la rectitud de Estados Unidos”.
“¿Viste la película Born on the Fourth of July (Nacido el cuatro de julio)? Esa fue mi vida: nací el 4 de julio, y la mayoría de las escenas de la película describen cómo llegué a Vietnam. Tal como me enseñó John Wayne en las películas, yo estaba listo para matar a los japoneses; la diferencia es que atacábamos a los vietnamitas. No importaba. Yo tenía 17 años.
“Durante todo el tiempo que estuve en Vietnam, apoyé la guerra. Por ese entonces, teníamos el concepto de defender a un Estados Unidos audaz y valiente. Nunca dudé de la rectitud de Estados Unidos y su presencia en Vietnam, aunque tampoco la entendía por completo. Pensé que era algo necesario”.
— W. Paul Coates, especialista de cuarta clase del Ejército de EE.UU., prestó servicio de 1965 a 1967; luego fundó Black Classic Press en Baltimore.
“No nos convencía para nada”.
“Déjame decirte por qué nosotros los trabajadores de derechos civiles estábamos tan en contra de la guerra: el gobierno federal no proporcionaba ninguna protección a la democracia en Misisipi, y sin embargo nos dijo que teníamos que ir a 10,000 millas de distancia para proteger la democracia en el sureste de Asia. No nos convencía para nada”.
— Miriam Cohen Glickman fue arrestada durante una manifestación en Washington D.C. en agosto de 1965
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“Un avión de la Fuerza Aérea de EE.UU. dejó caer dos latas de napalm sobre nosotros. Inmediatamente sentí las llamas en la cara. Miré y habían dos tipos que bailaban en llamas, y gritaban. No sé qué me dio, pero corrí y me adentré en las llamas. Agarré los pies de este muchacho, y cuando lo levanté, sus botas se desmoronaron y la piel que cubría los huesos de sus tobillos se desprendió. Podía sentir esos huesos en las palmas de mis manos. [El soldado, Jim Nakayama, murió dos días después]. Por años, me atormentó. ¿Cómo puedo explicárselo a alguien que no ha estado allí? Vives con eso. Llevas contigo tantos fantasmas. Por un tiempo pensé que me volverían loco”.
— Joe Galloway, un reportero de guerra para UPI, presenció la batalla de cuatro días en Ia Drang en noviembre de 1965. Galloway recibió una Estrella de Bronce por su valentía como civil. Es también el coautor de We Were Soldiers Once … and Young (Una vez fuimos soldados... y jóvenes).
1966
"¿Por cuánto tiempo quieren luchar ustedes los estadounidenses? ¿Un año? ¿Dos años? ¿Tres años? ¿Cinco años? ¿Diez años? ¿Veinte años? Nos complacerá satisfacerlos”.
— Pham Van Dong, primer ministro de Vietnam del Norte, en declaraciones a The New York Times, diciembre de 1966
Wanda Ruffin, viuda de soldado muerto en la Guerra de Vietnam. NATIONAL ARCHIVES AND RECORDS ADMINISTRATION
“Me pregunto cómo mantuve la cordura”.
“Él era piloto de Phantoms, los F-4. Cuando lo derribaron, yo tenía seis meses de embarazo. En ese momento lo declararon desaparecido en combate; era el tipo de tema del que no se hablaba. Nadie quería oírlo, y el gobierno nos dijo que no habláramos. Pero necesitaba creer que mi esposo, el padre de nuestra hija que estaba por nacer, regresaría y seríamos una familia. La esperanza me sostuvo hasta que me sentí lo suficientemente fuerte como para saber lo que sucedió.
“En el ’83, el oficial encargado de notificar sobre las víctimas regresó. Entonces, en vez de estar yo embarazada, mi hija tenía 17 años y estaba sentada a mi lado en el sofá cuando nos dijeron que los restos de mi esposo había sido devueltos de Vietnam del Norte. Muchas veces, pienso en la persona que era en ese entonces y me pregunto cómo mantuve la cordura ”.
— El esposo de Wanda Ruffin, James Ruffin, capitán de corbeta de la Armada de EE.UU., fue derribado mientras volaba sobre Vietnam del Norte el 18 de febrero de 1966. Lo enterraron en el Cementerio Nacional de Arlington en julio de 1983.
“Va más allá de la camaradería.
Es como si fueran un solo organismo”.
“Fui al cerro sur 881 [cercano a Khe Sanh] un domingo en 1967 y celebré un pequeño servicio religioso. Hablé sobre el hijo pródigo de Lucas 15, sobre cómo un hijo va a un país lejano y se da cuenta que allí no es donde se supone que debe estar. Los infantes de Marina estaban alineados y muy harapientos. La ropa se les caía a pedazos de lo podrida. Tenían 19 o 20 años y cada uno era muy distinto a los demás. Sin embargo, todos eran infantes de Marina y se cuidaban mutuamente".
“Esto se hizo más evidente luego, durante las batallas, en la manera que corrían en la mitad de un ataque y arrastraban a un desconocido que había resultado herido. Va más allá de la camaradería. Es como si fueran un solo organismo. En lo teológico, puedo usar el término ‘amor’; en verdad se amaban mutuamente, se veía en cómo vivían y lo que hicieron”.
— Ray Stubbe, capellán de la Armada de EE.UU., prestó servicio en Khe Sanh durante el sitio de la base en 1968, el cual duró 77 días.
Soldados heridos abordan un helicóptero durante la guerra de Vietnam. THE LIFE PICTURE COLLECTION/GETTY IMAGES
“Aquí está”.
Participé en por lo menos 800 misiones aéreas. Salvé a 2,000 pacientes. Por ‘salvar’, quiero decir que los saqué de allí. Puede que hayan fallecido en el helicóptero o en el hospital. A veces preguntábamos, ‘¿Dónde está el paciente?’. Y nos daban una funda y decían, ‘Aquí está’”.
— Jimmy Johnson, soldado raso del Ejército de EE.UU., quien recibió una Cruz al Vuelo Distinguido por su servicio como auxiliar de medicina en helicópteros de 1966 a 1968.
“Ahora parece más seguro que nunca que la sangrienta experiencia de Vietnam terminará en un punto muerto”.
— Walter Cronkite, presentador de CBS News, en un informe especial sobre Vietnam, 27 de febrero de 1968.
“Fue mi idea ir a Saigón. Si había una guerra allá, sentía que tenía la obligación de ir a cubrirla. Si no lo hubiera hecho, hubiera pasado el resto de la vida arrepintiéndome. No sé a quién le debía nada, pero sentí que necesitaba hacerlo, porque alguien tenía que hacer eso. Pero también tengo que reconocer que era muy emocionante”.
— Richard Pyle fue el jefe de la oficina de la Associated Press en Saigón de 1970 a 1973.
“La cosa más extraña del mundo”.
“Estaba en una unidad de reconocimiento de seis miembros, y nos mandaban a lugares en medio de la nada para ver dónde estaba el enemigo. Cuando haces reconocimiento, te sientes más solo que cuando estás en la primera línea del frente. Nadie quiere ser el último hombre en una compañía de reconocimiento. ¿Alguna vez agarraste un alfiler y te lo pusiste entre la uña y el dedo? ¿Qué tan lejos puedes empujar el alfiler antes de que tengas que parar?
Pensaba en ese tipo de cosas durante las misiones.
Una noche, yo era el líder de la patrulla durante un monzón. La lluvia por fin paró y me tranquilicé. Entonces vi soldados que se movían a lo lejos. Era como un ciempiés grande y extraño que bajaba por la montaña. Pasaron a seis pulgadas de distancia de mí, pero no me vieron. Me lancé al barro, simplemente me senté en la mugre. Y sucedió la cosa más extraña del mundo. Estaba —¿cómo lo puedo decir?— estaba llamando a mi madre, por lo menos desde mis adentros”.
— Leroy Quintana, especialista del Ejército de EE.UU., prestó servicio con las 82.ª y 101.ª Divisiones Aerotransportadas en 1967 y 1968.
“El país era un hervidero”.
“Aunque nuestro país era un hervidero de polémica sobre la guerra, no recuerdo haber tenido ni un solo debate sobre sus méritos con mis compañeros oficiales mientras estuve en Vietnam. Poner en duda la guerra no hubiera hecho que lucharla fuera más fácil”.
— Colin Powell, mayor del Ejército de EE.UU. en Chu Lai en 1968, luego fue secretario de estado.
“Fue una locura”.
“Eran unos jóvenes perfectamente maravillosos y sanos, y los destrozó una explosión sin ningún motivo. Como era una ingenua, creía que se suponía que el Ejército iba a cuidarte. Pero solo estaban usando a estos jóvenes. Eran desechables. Cuando regresé, ni siquiera podías decirle a nadie que habías estado allí; 1969 era el apogeo de las manifestaciones antiguerra. Atacaban a quienes no debían —a los soldados— en vez de a los miembros del Congreso que los enviaban para allá. Las enfermeras que llegaban de Estados Unidos para reemplazarnos nos advertían que debíamos quitarnos el uniforme antes de andar por la calle. Cuando llegué al aeropuerto de San Francisco, llevé al baño de damas un vestido que había empacado, me quité el uniforme y lo boté a la basura”.
— Edie Meeks, enfermera del Ejército de EE.UU., arriba, de pie a la derecha, prestó servicio en 1968 y 1969. Ahora es enfermera de quirófano en Mount Kisco, Nueva York.
“No la lances. No apretaré el gatillo”.
“Yo estaba herido. Andaba tirado en el piso y lo tenía en la mira de mi M16. Me acuerdo claramente que deseaba saber hablar vietnamita. No sabía hablarlo. Me acuerdo que murmuré en voz alta: ‘No la lances. No apretaré el gatillo’. Y el muchachito me gruñó —literalmente— y lanzó la granada hacia mí. Y apreté el gatillo.
“Años después, conducía por la carretera I-5 que atraviesa Oregón y Washington. Estaba oscuro, era muy tarde de noche, sonaba música country en la radio. Y sus ojos aparecieron en el parabrisas”.
— Karl Marlantes, primer teniente del Cuerpo de Infantería de Marina de EE.UU., recibió una Cruz de la Armada en 1969. Es el autor de una novela sobre la Guerra de Vietnam, Matterhorn. Su libro más reciente es una autobiografía, What It Is Like to Go to War (Lo que se siente ir a la guerra).
“Ninguno de nosotros estuvo muy arrepentido”.
“Me fui para Canadá en agosto, el mismo mes en que fue Woodstock. Había 50,000 opositores a la guerra en Canadá. La mayoría terminaron en Toronto, Montreal o Vancouver. Cerca de la mitad de ellos todavía están allá. Ninguno de nosotros estuvo muy arrepentido. A medida que la guerra continuó, sabíamos que estábamos en el lugar correcto”.
— John Hagan regresó a Estados Unidos en 1977 y ahora es profesor de sociología y derecho en Northwestern University.
“Teníamos razón sobre esa guerra”.
“Si hubiéramos sido más sabios —aunque eso es mucho pedir para alguien de 20 años— quizás no hubiéramos dicho cosas como que los policías eran unos cerdos. Y los pobres que tuvieron que prestar servicio en Vietnam, los debimos haber tratado con mucha más compasión de lo que lo hicimos. No entendíamos que puedes buscar justicia y seguir siendo compasivo. Mi defensa es que éramos jóvenes. Éramos engreídos. Pero teníamos razón sobre esa guerra”.
— Gary Weiner, quien se graduó de Cornell en 1971, trabaja como mediador en California.
1970
Puedo decir que nos quitamos las insignias y cubrimos con pintura las barras y las estrellas de los camiones”.
“Me uní al equipo de rastreo en combate del 76.º Destacamento de Infantería. Usaban sombreros camuflados y todo lo demás que les diera la gana. Todos tenían dos cantimploras con agua, una para ellos mismos y la otra para el perro. Había que cuidar al perro. Era un labrador negro de mal carácter llamado Rigger. Me odiaba. Pero amaba a Charlie.
“Una vez, entramos a un pueblo y encontramos vendas y un reguero de sangre. Rigger se enloqueció. Siguió un sendero hasta un complejo hospitalario, donde estaban preparando té y cocinando arroz. Todavía estaban calientes. Era espeluznante. Mis compañeros calcularon que nos llevaban 20 minutos de ventaja. Nunca hicimos contacto; sabían que veníamos”.
— Fred-Otto Egeler, sargento de primera clase del Ejército de EE.UU., formó parte de la 199.ª Brigada de Infantería, la cual fue desplegada en secreto en Camboya durante la primavera de 1970.
“Espero que dejemos atrás esta guerra [...] de modo que la historia de los próximos 20 años sea completamente distinta a la de los últimos 20 años”.
— Daniel Ellsberg, 10 días después de la publicación de “Pentagon Papers” (los Papeles del Pentágono).
“Lo primero que vi del bombardeo de Hanói fue muy asombroso. Resulta extraño decirlo, pero era una vista increíblemente bella”.
“Desde probablemente 60 u 80 millas de distancia, podías ver el resplandor rojo en el horizonte, el de todos los aviones delante nuestro que habían lanzado sus bombas y los incendios cerca al aeródromo de Bach Mai. Era todo un espectáculo ”.
— Michael J. Connors, capitán de la Fuerza Aérea de EE.UU., fue piloto de un bombardero B-52 durante la Operación Linebacker II en diciembre de 1972.
“Traté de mantenerme calmado. Me dijeron que si cooperaba, me tratarían bien”.
“No cooperé, por supuesto, y la situación se puso difícil en el Hilton de Hanói. Tenían sesiones de tortura donde te amarraban con cuerdas y te jalaban las piernas y te ponían los brazos en la mitad de la espalda, y te sujetaban los talones y las muñecas alrededor de la cabeza. Me dieron palizas muy fuertes. A algunos les fue peor; a algunos algo mejor. Pasé un total de 702 días como prisionero incomunicado. El período más largo fue de 53 semanas. No siento ninguna animosidad contra los vietnamitas. Requiere demasiada energía para mí el odiar a alguien contra quien he estado en guerra. He hecho las paces con esto”.
— Fred Vann Cherry, mayor de la Fuerza Aérea de EE.UU., fue uno de los 591 prisioneros de guerra devueltos a Estados Unidos después de la firma de los Acuerdos de Paz de París el 27 de enero de 1973.
1974
“No quiero esperar un día más para resolver los dilemas del pasado, a fin de que todos podamos comenzar a abordar los problemas urgentes del presente”.
— El presidente Gerald Ford durante sus comentarios sobre clemencia para quienes eludieron el llamado a filas, 16 de septiembre de 1974.
“Hay esta idea equivocada de que las guerras terminan, pero no terminan”.
“¿Y qué pasó con las mujeres que se casaron con los veteranos y tuvieron que aguantarse las cenas en silencio, una tras otra? En alguna parte del país hay una mujer de 95 años que se despertará de noche y dirá: ‘¿Dónde está mi bebé?’. La respuesta es, su bebé ha estado muerto por 45 años. Pero la guerra no se terminó para esa madre cuyo hijo recibió la Estrella de Oro. Nunca se terminará, y no puedes esperar que se termine”.
— Tim O’Brien prestó servicio en el Ejército de EE.UU. en Vietnam en 1969 y 1970. Entre sus novelas está la semi-autobiografía The Things They Carried (Las cosas que cargaron). Aparece en el documental American Masters: The Boomer List (La lista de los boomers).
“Se quedó porque era su deber”.
“El avión llegó por fin, y todos corrimos hacia él. Podía sentir el calor del escape de la parte trasera del C-130. Nos subimos, y mi papá estaba allí con su uniforme y su traje de vuelo. Asumí que estaría en ese avión con nosotros.
Cuando el avión despegó, todos nos dormimos en la oscuridad. Esa fue la última vez que vería a mi padre en más de 17 años. Se quedó porque era su deber”.
— Quang Pham, arriba a la izquierda, tenía 10 años cuando él y su familia escaparon de Saigón. Su padre, Hoa Van Pham, piloto de la Fuerza Aérea de Vietnam del Sur, pasó 12 años en un campamento de prisioneros después de la guerra. Escribió la autobiografía A Sense of Duty: Our Journey from Vietnam to America (Un sentido del deber: nuestro viaje de Vietnam a Estados Unidos).
“Un coronel vietnamita estaba subiendo a su familia al avión. Se quería quedar para defender el país. Lloraba. Su familia lloraba. Y le dije: ‘Súbete al avión. Vete ya. Ándate’”.
— Stuart Herrington fue uno de los últimos funcionarios estadounidenses que huyó de la Embajada de EE.UU. en Saigón. Aparece en el documental Last Days in Vietnam (Los últimos días en Vietnam), que fue nominado para un Premio Óscar.
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Fuente:
La guerra que cambió todo
Desclasificado: Los planes de EEUU para usar un arma nuclear en Vietnam
U.S. General Considered Nuclear Response in Vietnam War, Cables Show