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01 marzo 2020

¿Retorna el sultán turco a el "buen redil"?




Erdogan y la guerra Siria, el mundo unipolar del indescifrable jefe turco. 


por Tito Andino U.

Son ya innumerables los artículos que hemos publicado a lo largo de los últimos años sobre Turquía y el señor Erdogan. El gobernante turco es impredecible -lo hemos dicho- Si hoy está contigo, mañana te da la puñalada trapera, una vieja reminicencia de la época de los sultanes del otrora poderoso imperio otomano que el presidente Erdogan quiere resurgir bajo su égida. 

Dado el mal interpretado nacionalismo, los turcos presumen de tal fervor extremis, característico tanto de sus gobernantes como presente en la esencia cultural del verdadero pueblo. Al fin y al cabo son los simples ciudadanos quienes pueden dar vida -incluso a costa de su vida- a los proyectos megalómanos de su actual mandatario.

Hemos planteado la pregunta -muchas veces- qué busca, qué pretende el señor Erdogan con su intervención militar en Siria, Libia y hasta en Ucrania? (por no mencionar otros rincones fuera de sus fronteras). Está claro que no se trata de combatir a los "terroristas" kurdos que buscan formar un Kurdistán dentro y fuera del territorio turco, no, decididamente no, aquello solo es un pretexto. Apreciando mejor, quién es más "terrorista"?: Los kurdos que se alian con quien quiera con tal de intentar consolidar su proyecto de patria soberana; o, los turcos que invaden y aplican terrorismo contra las poblaciones kurdo-turcas asentadas en territorios como Irak y Siria. 



En ese sentido vemos que los turcos también bailan al mismo son que los kurdos. Los dos, en búsqueda de sus objetivos, se alian, pactan y combaten codo a codo con quien les de la razón (no importa si les mienten o traicionan). Hemos demostrado que incluso turcos y kurdos han combatido juntos en busca de intentar dar vida a algunos planes irrealizables. Turquía (el gobierno) hasta vería con buenos ojos un estado denominado Kurdistán siempre que esté lo más lejos de sus fronteras. De esa forma han pactado diversos proyectos con el ex líder kurdo de Irak (Gobierno Regional Autónomo del Kurdistán Iraquí) Massoud Barzani, contando con el apoyo de potencias europeas como Francia y el Reino Unido. Está demás aclarar  que esos eran planes condenados al fracaso. 

A la final, turcos y kurdos son lo mismo, en origen étnico proceden del mismo tronco genealógico, es decir, comparten los mismos genes, hasta con sus variantes lingüisticas, creencias religiosas, etc. Solo recordar un hecho histórico, Saladino era kurdo y engrandeció al imperio otomano. Acaso no fueron los kurdos la punta de lanza del genocidio armenio ordenado por la naciente Turquía?. La población kurda ha presentando sus históricas reivindicaciones territoriales basados en el lugar que habitaron siempre, el este de lo que actualmente se llama Turquía.

Volvamos con Mr. Erdogan. También ya hemos estudiado la personalidad del señor presidente de Turquía (hay que tratarlo con respeto porque caso contrario le envia unos visitantes a cualquier parte del mundo donde usted se encuentre), sin duda Recep Tayip Erdogan aspira a ser proclamado en el presente o quizá en el futuro como el hombre que volvió a renacer el gran imperio otomano -guardando las distancias del tiempo y las modernas formas de gobierno- incluso hemos demostrado su pertenencia a movimientos extremistas del islamismo político como la ´Hermandad Musulmana´, el verdadero brazo político del yihadismo armado.

El señor Erdogan es impredecible, intratable cuando se trata de "defender" a los verdaderos ciudadanos de Turquía, es el típico político ultra nacionalista (radical) que se rasga las vestiduras invocando a Dios y al pueblo para llevar a cabo sus desventuradas acciones en política exterior. Si hoy está aliado con los rusos, mañana retornará a el "buen redil" y se echará en brazos de los estadounidenses y la OTAN. Pero, es muy orgulloso y cree poder hacerlo todo él solo; rencoroso como es, no olvida (con toda razón) como sus socios del Pentágono quisieron deponerle del poder en 2016 mediante un golpe de estado militar. Seguramente se lamenta que tras la fallida intentona haya tenido que depurar, encarcelar y expulsar a cientos de pilotos de combate (fuerza aérea) que hoy tanto le hacen falta en sus aventuras bélicas. Por órdenes del mandatario -que también controla el poder judicial- decenas de miles de ciudadanos turcos han sido condenados por ser opositores, ya son dos mil personas condenadas a cadena perpetua por la intentona golpista, militares, civiles y hasta periodistas.

El presidente Erdogan corrió a brazos de los rusos para que le proporcionen cobertura aérea (negociación de los sistemas S-400) aun a expensas de enemistarse más con sus colegas de la OTAN, lamentándose no tenerlos operativos (todavía no lo están); y, como ahora está de "rompe de relaciones" con Mr. Putin por la crisis en Siria, vuelve a llamar ´discretamente´ a Mr. Trump para que les proporcione los sistemas defensivos americanos "Patriot". 

A propósito. De quién debe protegerse el señor Erdogan con los sistemas de misiles más avanzados disponibles en el mercado de armas internacional? De los sirios?, de los kurdos?... de quién?. A quién teme Turquía para tal propósito?. Sin duda, todas las naciones del mundo buscan protegerse, tener unas fuerzas armadas sólidas, garantes de la soberanía e integridad territorial, etc, etc., pero el caso turco es diferente, tiene -evidentemente- otros despropósitos. Y, la única explicación posible, fuera de cualquier marco de reflexión lógico en la política y cultura turca, es que el señor presidente de Turquía intenta "reinar" en el mundo islámico; anhela fervorosamente convertirse en un moderno "sultán" al que todos los musulmanes del mundo acudan a reverenciarlo, ponerse bajo su cobijo y escuchar sus órdenes... perdón... sus sanos consejos.



Turquía está en manos de un megalómano. No se trata de defender a la patria de sus enemigos, estamos ante un proyecto imperial al estilo otomano (guardando las distancias con los tiempos actuales). Solo hasta hace pocas semanas era un buen socio de los rusos, ahora sus soldados disparan misiles portátiles contra aviones rusos en territorio sirio y sus secuaces (turcomanos) asesinan oficiales rusos de inteligencia en Alepo; imágenes de satélite y otras fuentes sobre el terreno han comprobado que son los militares turcos quienes dirigen las operaciones del yihadismo. Las fuerzas turcas han desplegado un ejército en la Gobernación siria de Idlib, violando los Acuerdos de Sochi para la separación de los grupos armados, es decir, la supuesta separación de los "opositores sirios" de los yihadistas en Idlib; y, sobre todo impiden que las fuerzas del ejército sirio continúen sus operaciones de liberación del territorio sirio controlado por los radicales yihadistas.

Por qué impide Turquía el derecho soberano de la República Árabe Siria de defender, combatir y liberar de extremistas -la mayoría extranjeros-  su territorio?

La política del chantaje está operativa del lado turco. Por un lado, en el plano militar pide a los EEUU/OTAN desplieguen sistemas defensivos Patriot; y, por otro, claman venganza por los soldados turcos caídos en Siria chantajeando a Europa con abrir las puertas a los refugiados (ya lo ha hecho).

Dialogo? El señor Erdogan tiene el hobby de aparecer en mitines y posar para la foto en las "conferencias" internacionales que intentan apaciguar las crisis, pero nunca ha cumplido sus compromisos. Un nuevo diálogo Erdogan-Putin parece ser posible los primeros días de marzo. Sin embargo, su discurso en casa es otro, siempre beligerante, ya el 5 de febrero 2020 ante los parlamentarios del AKP (su partido) expresó: 


"Todo ataque, terrestre o aéreo, contra nuestras tropas o contra los elementos amigos ‎con los cuales trabajamos recibirá respuesta sin advertencia, sea cual sea el origen del ‎ataque. Nadie puede oponerse a que ejerzamos nuestro derecho a hacerlo ante la ‎incapacidad para garantizar la seguridad de nuestras tropas en Idlib". 

Son precisamente esos "elementos amigos" quienes asesinaron (1 febrero 2020) a cuatro oficiales rusos del FSB. ‎Se debe entender como "elementos amigos" a todos los grupos yihadistas como al Qaeda y otras facciones que ahora se denominan "Hayat Tahrir al-Cham" (Frente de Liberación del Levante) y a los mencionados grupos armados ‎turcomanos, brazo militar fuera de Turquía de la ultranacionalista organización turca "Lobos Grises", en Siria se denominan "Yesh al-Watani as-Sury" (Ejército Nacional Sirio).

La opinión pública internacional parece también haber olvidado el reciente plan turco denominado "Manantial de Paz" que dio origen a la invasión del norte sirio bajo pretexto de combatir al "terrorismo" del PKK/YPG (milicias kurdo-turcas) ante los intentos occidentales de reconocerles autonomía y convertidas en una milicia a órdenes de los EEUU/OTAN‎ en claro reto a Turquía. Aplicando caducos convenios con Siria, Turquía decidió unilateralmente ampliar la ‎autorización para que sus tropas ingresen a Siria a combatir a los "terroristas" a una franja de 30 kilómetros de profundidad  (esa acción militar tuvo lugar entre el 9- 22 de octubre de 2019). 



‎Acuerdos como el de Adana jamás concedieron derecho a los turcos para desplegarse en la Gobernación siria de Idlib. En los Acuerdos de Sochi (Turquía-Rusia, 17 de octubre ‎de 2019, aceptado por Siria) se ‎incluye ese tipo de despliegue, estableciéndose que los grupos radicales, es decir, los "elementos amigos" se retiren de la zona desmilitarizada, ello debía cumplirse ‎antes del 15 de octubre de 2019. ‎Turquía nunca ha cumplido la parte de sus compromisos, las tropas de la ‎República Árabe Siria provocadas y atacadas continuamente por los "elementos amigos" decidieron emprender una ofensiva militar contra el yihadismo reinante en Idlib.
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Del "compromiso" turco se ha pasado a la "amenaza" turca, el presidente Erdogan lanzó un ultimátum al gobierno sirio para que hasta el ‎‎28 de febrero las tropas sirias se retiren de las localidades que controlaban sus "elementos amigos". Hasta inicios de febrero aún era posible que turcos y sirios se reunan discretamente en Moscú para buscar la forma de implementar ‎un proceso de paz. ‎Por ello, se ordenó el traslado de los yihadistas pro-turcos a Libia, se estimaba transportar 30.000 radicales, la operación quedó suspendida por orden del mando turco, apenas se enviaron refuerzos yihadistas a Libia (vía Turquia) estimados en 2.500 combatientes. 


II parte

Siempre es válido apoyarse con el aporte de eminencias en la materia para respaldar nuestros comentarios sobre la actual situación reinante en el norte de Siria (Gobernación de Idlib). Hace un par de semanas, Thierry Meyssan, analista franceses, docto en conflictos de Medio Oriente, publicaba un artículo titulado "Turquía en busca de poder", el mencionado ensayo es una prueba contundente del juego geopolítico mundial. Leamos sus apreciaciones históricas y la realidad del momento.


Aunque lo ve con regocijo, la prensa internacional interpreta el brusco cambio de posición ‎de ‎Turquía, ahora nuevamente en conflicto con Rusia, como una prueba más del ‎temperamento caprichoso del “sultán” Erdogan. Thierry Meyssan estima, por el ‎contrario, que Ankara da muestras de constancia en su larga búsqueda de identidad ‎propia, adaptándose cada vez a la nueva situación, a falta de saber definir su lugar.‎

El “Palacio Blanco”, el gigantesco complejo presidencial construido en Ankara por órdenes de Erdogan. ‎Turquía trata de compensar su incapacidad para definirse adoptando una forma de delirio de grandeza.


La Turquía actual es heredera, al mismo tiempo, de las hordas de Genghis Kan, del Imperio ‎Otomano y del Estado laico fundado por Mustafá Kemal Ataturk. Esta Turquía rechazó la ‎definición de sí misma que se planteaba en el Tratado de Sevres (1920) e impuso por la fuerza las ‎modificaciones que serían recogidas después –en 1923– en el Tratado de Lausana, pero hoy ‎sigue creyéndose incomprendida y despojada de una serie de territorios griegos, chipriotas, sirios ‎e iraquíes que aún sigue reivindicando como suyos. Esta Turquía persiste en la negación de los ‎crímenes que perpetró en el pasado, como el genocidio contra los no musulmanes.
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Después de un siglo sin lograr definirse, Turquía aplica una política exterior que se compone de ‎reacciones sucesivas ante las correlaciones de fuerzas regionales y mundiales, con lo cual da la ‎impresión, errónea, de que su voluntad es errática. 
El brusco cambio de posición que Turquía acaba de realizar ante Rusia no es resultado de un ‎capricho momentáneo sino, por el contrario, de la continuación de su continua búsqueda de ‎identidad en un entorno inestable. ‎
1- La desaparición de la URSS (1991)
Turquía, que no había pensado en consolidarse como miembro del bando vencedor de la guerra ‎fría, se vio a sí misma carente de una razón de ser ante la disolución de la URSS, el 26 de ‎diciembre de 1991.
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El hecho es que Turquía se había planteado modernizarse incorporándose a la comunidad ‎europea, pero los europeos no tenían ninguna intención de aceptarla y se han limitado a prolongar ‎interminablemente las negociaciones, permitiéndole alcanzar sólo el estatus de Estado Asociado a la Comunidad Económica Europea –‎desde 1963– y convertirse en candidato a la membresía –desde 1987.‎

Al mismo tiempo, Turquía tenía ante sí una segunda opción: encabezar el mundo musulmán, ‎siguiendo así las huellas del Imperio Otomano. Pero los sauditas, que presiden la Conferencia ‎Islámica, se oponían a ello. Aparecía entonces una tercera opción para Turquía: restablecer sus ‎vínculos con las poblaciones turcoparlantes de cultura mongola, que se habían hecho ‎independientes en Asia Central. ‎

Demasiado indecisa, Turquía dejó pasar el momento oportuno para la tercera variante. ‎Al ponerse a la cabeza de la Operación Tormenta del Desierto para expulsar a Irak de Kuwait, ‎el presidente estadounidense George Bush padre creó un orden regional estable basándose en el ‎triunvirato conformado por Arabia Saudita, Egipto y Siria. Tratando de ganarse un espacio, ‎Turquía estableció entonces una relación privilegiada con el otro huérfano del Medio Oriente, Israel, que comparte la obsesión turca de reclamar territorios.‎
2- El 11 de septiembre de 2001
Al destruir los dos principales enemigos de Irán –Afganistán e Irak–, el presidente George ‎Bush hijo permitió que ese país volviera a desempeñar un papel en la región. Teherán se puso ‎entonces a la cabeza del “Eje de la Resistencia” (Irán, Irak, Siria, Líbano y Palestina) ante todos ‎los demás países de la región, organizados alrededor de Arabia Saudita e Israel. 

A pesar de las apariencias y contradiciendo la lectura simplista que prevalece en Occidente, no se trataba de ‎una oposición entre proestadounidenses y antiestadounidenses, ni tampoco entre chiitas y ‎sunnitas, sino de un conflicto regional ficticio, alimentado por el Pentágono, siguiendo el ‎esquema que ya había aplicado durante la década de la inútil guerra entre Irak e Irán. Pero ‎esta vez, el objetivo final no era debilitar a los dos bandos sino lograr que las poblaciones de la ‎región destruyeran las estructuras de sus propios Estados, conforme a la estrategia ‎Rumsfeld/Cebrowski.‎

Siendo el único Estado de la región que entendió a tiempo esa estrategia del Pentágono ‎estadounidense, Turquía optó por protegerse manteniendo buenas relaciones con ambos bandos y ‎predicando el desarrollo económico en vez de la guerra civil regional. Así que se distanció ‎de Israel. ‎
Mapa del estado mayor estadounidense publicado en 2006 por el coronel ‎Ralph Peters. En contradicción con todas las previsiones, Estados Unidos se disponía a ‎desmantelar Turquía, considerada “aliado” de Washington, mediante la creación de un ‎‎“Kurdistán libre” que abarcaría vastos territorios turcos.


En 2006, cuando el coronel Ralph Peters publicó un mapa sobre los planes del estado mayor de ‎Estados Unidos, pudo verse que Estados Unidos se disponía a desmembrar Turquía mediante la ‎fundación de un “Kurdistán libre” vagamente basado en el Kurdistán cuya creación se había previsto ‎en 1920. Parte de los generales turcos cuestionó entonces el alineamiento de Turquía del lado ‎de Washington y aconsejó establecer otra alianza. Estos generales tantearon el terreno del lado ‎de Pekín –Moscú no había recuperado aún su lugar como potencia militar mundial.

Algunos ‎dieron un paso, abriendo un canal de discusión con China y comprando algún armamento a ‎ese país, pero fueron arrestados en 2008, junto a los responsables del Partido de los ‎Trabajadores (İsci Partisi, formación política de corte kemalista y maoísta), en el marco del ‎escandalo Ergenekon. Casi todos los oficiales del estado mayor turco fueron condenados a ‎largas penas de cárcel, supuestamente por espionaje a favor de Estados Unidos, antes de que ‎la verdad acabara por salir a la luz, con lo cual se anularon todos los juicios contra ellos.
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Fue en ese momento cuando Ankara aceptó crear un mercado común con la vecina Siria, para ‎protegerse de un eventual desmembramiento de su territorio, que tendría como pretexto el ‎llevado y traído tema del “Kurdistán libre”. ‎
3- Las «primaveras árabes» (2011)
En definitiva, durante la operación anglosajona de las llamadas «primaveras árabes», que tenían ‎como objetivo poner a la Hermandad Musulmana en el poder en todos los países del ‎Medio Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente), Turquía creyó poder aprovechar el hecho que el ‎entonces primer ministro y hoy presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, era miembro de esa ‎cofradía para escapar al caos anunciado. Así que Turquía “despertó” en Libia la tribu otomana de ‎los misratas y ayudó la OTAN a derrocar al líder libio Muammar el-Kadhafi, a pesar de ser este ‎último un aliado de Ankara. Después, Turquía entró en guerra contra Siria… que también era ‎su socio comercial. Pero esas dos aventuras dieron al traste con la hasta entonces floreciente ‎economía turca

Mientras se esconde de los militares turcos que tratan de matarlo ‎por cuenta de la CIA, en julio de 2016, el presidente turco Erdogan se las arregla para ‎transmitir un mensaje a la población a través de un teléfono celular que la presentadora de ‎televisión sostiene ante las cámaras. El 15 de julio, Erdogan logra neutralizar a los golpistas y ‎recupera el control del país.


Cuando Rusia acude en ayuda de Siria y derrota a los yihadistas del Emirato Islámico ‎‎(Daesh), Turquía decide alejarse de las potencias occidentales. Se acerca a Moscú, compra los ‎sistemas antiaéreos rusos S-400 y la central atómica de Akkuyu, se compromete con el proceso ‎de paz en Siria durante los encuentros de Sochi y de Astana. La CIA responde manipulando la ‎organización del predicador islamista turco Fetullah Gulen y financiando el HDP (Partido de las ‎Minorías) contra el AKP (el partido islamista del presidente Erdogan). En resumen, van al historial de ‎la CIA contra Turquía el derribo de un avión ruso de combate Sukhoi-24 en la frontera turco-‎siria, al menos un intento de asesinar a Erdogan, un intento fallido de golpe de Estado y el ‎asesinato del embajador ruso Andrei Karlov, entre otros hechos.
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Aturdida, Turquía respondió con una extensa cacería de brujas, llegando incluso a encarcelar ‎medio millón de personas por un intento de asesinato en el que estuvieron implicados ‎cuando más algunos cientos de militares. ‎

Turquía se situó entonces a medio camino entre Washington y Moscú, buscando su ‎independencia pero corriendo el peligro de verse aplastada en cualquier momento por algún tipo ‎de acuerdo entre los Dos Grandes. Al mismo tiempo, Turquía se posicionó de tal manera que ‎apoyaba y a la vez obstaculizaba a sus dos padrinos: o sea participó en la guerra contra Siria y ‎simultáneamente apoyó a Irán e instaló bases militares en Qatar, Kuwait y Sudán. 
Además de que no es posible mantener mucho tiempo ese tipo de postura, Turquía se vio ‎dividiendo sus esfuerzos entre cinco frentes al mismo tiempo: la Unión Europea, al firmar con esta un ‎acuerdo sobre los migrantes; el mundo árabe, al cual dice defender ante Israel; Asia Central, ‎que trata de mantener bajo su ala; la OTAN, de la cual sigue siendo miembro; y Rusia, a la que ‎trata de seducir.‎
4- El asesinato del general iraní Qassem Suleimani
El mundo entero creyó –erróneamente– que, extenuado, Estados Unidos se retiraba del ‎Medio Oriente ampliado, dejando el campo libre a Rusia. En realidad, Washington retiraba ‎sus tropas, pero mantenía su intención de conservar el control de la región a través de sus numerosos ‎intermediarios armados y entrenados: los yihadistas. ‎

Ante la voluntad estadounidense de proseguir en el norte de África el plan de destrucción ya ‎iniciado en la parte asiática del Medio Oriente ampliado y estimando que fue involuntariamente el ‎gobierno iraní –no Israel– quien ayudó al Pentágono a concretar el asesinato del general Qassem ‎Suleimani, el gobierno turco volvió a revisar sus planes.
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Turquía está de regreso en la órbita de Estados Unidos. Después de haber negociado la paz ‎en Siria, el 13 de enero en Moscú, Turquía desafía ahora bruscamente a Rusia con el asesinato, ‎el 1º de febrero, de 4 oficiales rusos del FSB, en la región siria de Alepo. ‎

El ejército turco, la tribu de los misrata (descendientes de otomanos) en Libia y los yihadistas aún ‎atrincherados en la región siria de Idlib –de los cuales al menos 2.500 fueron trasladados ‎en mes y medio por los servicios secretos turcos– ya comenzaron a desangrar Libia, con la colaboración quizás también involuntaria del mariscal libio Khalifa Haftar. El objetivo es que todas ‎las partes se desgasten al máximo.‎

Thierry Meyssan 

Nota: En las etiquetas TURQUIA - ERDOGAN podrá el lector encontrar gran información sobre la política nacional turca y sobre la personalidad del mandatario de ese país.    

25 febrero 2020

¡No me hable usted de la Guerra!




España y la Gran Guerra 
(1914-1918)

por Enric Ucelay-Da Cal 
RdL


Nota sobre el autor.

Un interesante ensayo que enfoca la posición española en la GRAN GUERRA (escrito en 2005). Enric Ucelay-Da Cal, es un historiador español (nacido en New York) cuya especialidad es la Historia Contemporánea, siendo hasta su jubilación (2018) catedrático emérito de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.

El autor refiere en su estudio a dos conocidos libros: "Los Cañones de agosto: Treinta y un días de 1914 que cambiaron la faz del mundo" de Barbara Wertheim Tuchman, editado en castellano por Península, Barcelona (2004); y, la "Primera Guerra Mundial" de Hew Strachan, publicado por Crítica, Barcelona (2004).

Una nota de Wikipedia explica que el autor desde muchos años atrás trabaja con jóvenes y prometedores investigadores, así como con profesores de la talla de Francisco Veiga, el principal investigador español sobre la Europa del Este; Joan Maria Thomàs, especialista en la historia de la Falange Española; Xavier Casals, el mejor conocedor sobre el neonazismo en España; Ferran Gallego, historiador del nacionalismo en Bolivia y Alemania; Florentino Rodao, el mejor especialista español sobre relaciones hispano-japonesas en las décadas de 1930 y 1940; Xosé M. Núñez Seixas, especialista en nacionalismo español; David Martínez Fiol, que ha investigado la recepción entusiástica de la Primera Guerra Mundial en España; y Arnau González Vilalta, historiador especializado en diversos temas de Historia Contemporánea.

La investigación historiográfica de Enric Ucelay-Da Cal se ha centrado en la historia contemporánea de España y Cataluña, el nacionalismo español y catalán, abarca temas específicos como el papel del separatismo catalán (Estat Català) durante la Segunda República española y la Guerra Civil española; el análisis del concepto de «populismo» en España​ y sus conexiones con América Latina; las dinámicas regionales vinculadas a una historia «nacional» general, o la antropología de la religión como método para interpretar la Guerra Civil española.

Enric Ucelay-Da Cal ha publicado más de 350 artículos académicos en revistas especializadas y es autor de libros en español, catalán, inglés, francés e italiano, así como de diversas reseñas de obras especializadas. 

* El subtítulo, así como todo el material gráfico y las notas resaltadas en color son añadidos por el editor de este blog.


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El estallido de la contienda europea en agosto de 1914 suscitó de inmediato el interés de la opinión pública en España, si bien con cierta reserva: el conflicto –se entendía de forma generalizada– era importante, pero también lo era que el país se mantuviera al margen. Ante el decantamiento de los simpatizantes por uno u otro de los dos bandos que dividieron «el mundo civilizado», hubo muchos que pusieron en su botonera un pin que rezaba: «¡No me hable usted de la Guerra!». Fueron tildados de «pancistas» por quienes se sentían literalmente comprometidos con uno u otro de los contendientes.

La guerra que estalló en agosto de 1914 era la primera contienda generalizada que se producía en el continente desde 1815, ya que incorporaba a un tiempo a todos los principales Estados: la totalidad de los conflictos bélicos a partir de la Paz de Viena habían sido bien pugnas entre un par de grandes potencias (más algunos Estados menores), bien enfrentamientos internos de facciones dentro de un Estado (aunque algún grande metiera sus narices), bien luchas en «ultramar», guerras llamadas «pequeñas» entre fuerzas de «blancos» y «atrasada» gente de «color». España luchó contra Napoleón (1808-1813), asistió de modo poco lucido al Congreso de Viena y, a partir de entonces, se mantuvo al margen de las rivalidades europeas de las grandes potencias y sus batallas, si bien se había pasado el siglo XIX en una situación bélica casi permanente entre las guerras civiles peninsulares y las insulares, en especial en Cuba, amén de sus reiterados escarceos en Marruecos. Así, trajo cola –y mucha– el hecho de que los españoles no se metieran en la lucha que inicialmente se dio en llamar la «Guerra Europea», pero que pronto se bautizaría, por sus dimensiones humanas, como la «Gran Guerra» y que a la larga quedaría inscrita en la memoria como la «Guerra Mundial» por sus vastas implicaciones geográficas. Al mantenerse al margen de las dos contiendas europeas, España se quedó fuera literalmente del sufrimiento compartido, las culpas comunes y los miedos a las segundas partes que han forjado, a golpes, la conciencia europea contemporánea. Su manera de aproximarse ha sido una proyección desde sus traumas particulares.


España permaneció neutral durante la IGM, igual que los Países Bajos, sin embargo la contienda repercutió en la vida social, política  y económica, un efecto que concuerdan muchos analistas es que España vivió aislada en Europa por largo tiempo. A ello se sumaba las recientes pérdidas de su imperio de Cuba, Guam, Filipinas y Puerto Rico, dejando de ser una potencia colonial e imperial. Declarada la guerra en Europa en 1914, España se declaró estrictamente neutral, España no estaba preparada para una nueva guerra y carecía de recursos materiales. A través del rey (Alfonso XIII) España asumió un rol arbitral y centro de información para soldados y civiles desaparecidos, organizando también la  repatriación de soldados heridos. No obstante, es conocido que el ejército español, la aristocracia y la iglesia apoyaban a los alemanes y éstos manejaban algunos intereses en tierras españolas; y, también hubo partidarios de los aliados que eran financiados con dinero británico. El estatus de neutralidad permitía a España suministrar productos a los dos bandos en contienda, en beneficio de pocos naturalmente. Hubo un periodo de descontento hacia las autoridades con protestas y motines ya que se notaba el deterioro económico que se agravó cuando los submarinos alemanes hundieron barcos de la flota mercante española en los puertos que abastecían a los aliados. Y para agravar las cosas apareció una epidemia mundial en 1918 que es conocida mundialmente como la "gripe española" sin que la enfermedad tuviera algo que ver con España, se dice que posiblemente provenía de los Estados Unidos. La denominaron "gripe española" debido a que la prensa de la España neutral fue la primera en informar de la aparición del virus que cobraría millones de víctimas. Se cree que el virus se transmitió masivamente al final de la guerra, en noviembre de 1918, con el retorno de las tropas y los masivos recibimientos (Nota del editor del blog).

A los millones de muertos en los campos de batalla se debió agregar los cincuenta millones de fallecidos debido a la epidemia de gripe de 1918.

En un principio, esta neutralidad española parecía ventajosa para toda la «opinión», que, como en otros países, implicados o no, dio por supuesto que, tras unos grandes embates en el otoño, la cuestión quedaría claramente resuelta y podría llegarse a alguna suerte de acuerdo diplomático. Del mismo modo que, en buena medida, los uniformes militares del verano de 1914 todavía conservaban mucho del colorido y la fantasía del apogeo militarista napoleónico de hacía un siglo, se esperaba una lucha entre ejércitos grandes de rápidos movimientos envolventes (como en las contiendas europeas que cerraron las revoluciones de 1849, o los enfrentamientos de 1859, 1864, 1866 y 1870).Todo debía durar unas semanas, a lo más quizás unos meses, con el clímax de unos combates sangrientos y un final concluyente. Pero el otoño se hizo invierno, y después llegó la primavera de 1915, y la guerra continuaba.

La contienda demostró tener una endemoniada capacidad para eludir todo control, salirse de los planes y de los planos de los gabinetes y los estados mayores, y extenderse. Austria-Hungría creyó poder subordinar a Serbia en lo que habría de ser la «Tercera Guerra Balcánica», pero entonces intervino Rusia, tradicional protector serbio. La amenaza rusa implicó a los alemanes y, por tanto, a los franceses y esto, a su vez, a los británicos. Todas las potencias de rango creyeron, por una razón estratégica u otra, que no tenían más remedio que implicarse o arriesgarse a unos costes políticos superiores. Y, en los países involucrados, estas razones resultaron convincentes para casi todos los políticos, incluidos los socialistas y sindicalistas, quedando al margen del consenso sólo unos pocos pacifistas religiosos y algunos revolucionarios muy aislados.

Pero tal y como había sucedido ya en la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) y en la contienda ruso-japonesa (1904-1905), la fluidez de los transportes, con su capacidad de movilizar tropas, hubo de ceder ante la capacidad creciente de fuego que había aportado la nueva tecnología bélica desarrollada en las décadas anteriores. A finales de 1914, los frentes se estabilizaron y así se mantuvieron, a pesar de todos los esfuerzos de un «generalísimo» tras otro –en ambos bandos–, empeñados en gastar hombres, material y animales en un «ataque decisivo» que, de modo «definitivo», habría de romper la línea enemiga y recuperar la dinámica de la lucha. Mediante los bombardeos concentrados, se removió inútilmente el barro en los vastos lodozales en que pronto se convirtieron los campos y bosques accidentalmente divididos por trincheras. Allí –es una imagen del todo codificada– murieron miles de hombres en las ofensivas que fueron sucediéndose, y los frentes no cedían más que unos pocos metros.




En los dos bandos beligerantes se abrigaba la esperanza de que surgieran nuevos flancos externos por medio de la alianza oportuna: en noviembre de 1914 entró Turquía en la guerra del lado de los «Imperios Centrales», a lo que se respondió con un ataque en los Dardanelos, alargado sin éxito. En mayo de 1915 Italia se apuntó a las «potencias aliadas» y en octubre fuerzas aliadas desembarcaron en Grecia, estableciendo un gobierno simpatizante frente al constituido en Atenas. Como réplica, en noviembre de este mismo año, Bulgaria se adhirió a los «centrales». El año siguiente, en marzo, Portugal declaró la guerra a Alemania; en agosto, Rumanía apostó, desastrosamente, por los «aliados». Era una cadena de atracciones imparable: finalmente, en junio de 1917, Grecia se pasó oficialmente a los «aliados». Entre las «potencias menores», el argumento para participar era siempre el mismo: si no entramos ahora, teniendo en cuenta que «la Guerra va a decidirse» en pocas semanas, nuestras exigencias no habrán de verse atendidas en la conferencia de paz final. En la primavera de 1917, cuando también entró Estados Unidos en la lucha (en abril), literalmente toda la ribera de la cuenca mediterránea (incluyendo la del mar Negro) estaba inmersa en la guerra, ya que las colonias y protectorados franceses, británicos e italianos del norte de África se vieron involucrados en la contienda, mientras que otros países, como la recién inventada Albania, se vieron engullidos e invadidos, por más que pretendieran permanecer neutrales. Excepto España.

Aun así, en el marco político español, desde finales de 1914 empezaron a surgir voces que reclamaban tomar partido. Se trataba, por supuesto, de los extremos: la derecha de los legitimistas, los republicanos radicales, los ultracatalanistas, si bien, en una de sus muchas fintas, el conde de Romanones diera a entender que, posiblemente, la «intervención» no le vendría mal. 

Alfonso XIII, con habilidad, resolvió sus tensiones familiares (la reina era inglesa y la antigua regente, austríaca) dedicándose a labores en pro de los prisioneros de guerra, lo que redundó en favor de la Corona en el extranjero, una cuestión ampliamente estudiada desde entonces por los comentaristas españoles (¿por qué será?) (1).



Soldado británico en una trinchera llena de agua en Bélgica. El temido "pie de trinchera" mató alrededor de 75.000 soldados británicos.

Si la esencia de la modernidad era el acceso a la velocidad, la «Gran Guerra» significó un cambio profundo en la propaganda: la cámara de cine estaba físicamente en el campo de batalla, igual que la cámara fotográfica instantánea, lo cual significaba acción en directo (aunque con frecuencia estuviera trucada). Así, la nueva industria de la impresión y de los medios de comunicación se puso a servir el conflicto diariamente, semanalmente, en todo tipo de publicaciones –revistas ilustradas, fascículos–, además de los noticiarios cinematográficos. Esta intimidad visual, más la manipulación de las informaciones a que se dedicaron ambos bandos, ansiosos de convertir a los neutrales en activos partidarios de su causa, causó un profundo impacto en la conciencia española. La consecuencia directa fue que se dividió la «opinión política» entre «aliadófilos» (en verdad, más bien francófilos) y «germanófilos» (aunque Austria-Hungría era la potencia católica por excelencia). La destrucción en Bélgica y el norte de Francia escandalizó a las izquierdas, que apelaban, además, a la defensa de los «pequeños países» (Serbia, Bélgica) aplastados por el militarismo. El manifiesto de una multitud de científicos alemanes a favor de las acciones de sus combatientes fue utilizado como muestra de la desfachatez de «los hunos», como fueron apodados los germanos, ya que se les suponía la esencia de la barbarie. Por el contrario, a las derechas les repugnó el cinisimo con el que los «aliados» utilizaban los buenos sentimientos en defensa de sus intereses más bajos. Era, pues, lo que el muy partidista Unamuno llamó la lucha moral entre «los hunos y los otros». Y ahí se quedó España, sentimentalmente implicada, si bien de modo cruzado, con cierto sentido de su superioridad por saber quedarse al margen del «holocausto» (como se llamó pronto la carnicería), pero cobrando buenos dineros por todo lo que podían producir sus campos y sus fábricas. La «Guerra Mundial», pues, cuajó el discurso del excepcionalismo español, tan anunciado por los «noventayochistas», y que ha dominado la discusión sobre «el problema de España» desde entonces hasta la entrada en la Unión Europea en 1985.

La ironía fue que la «Guerra Mundial» formó el mito fundacional de la modernidad como ruptura, tal y como se entendería esta idea a lo largo del siglo XX: hasta los artistas vanguardistas han sido reinterpretados como profetas del significado de la contienda (2). Como ha observado el economista Peter Temin en un brillante ensayo acerca de la «crisis» financiera internacional de los años treinta, la contienda fue el punto de partida de las «catástrofes» que se sucedieron, la censura decisiva, el antes y después, la negación de las ingenuidades decimonónicas acerca del «progreso» y el humanismo, incluso en el ámbito productivo y financiero (3). Al quedarse fuera, España se estableció, en efecto, como un país diferente.  A pesar del «pistolerismo» de los años de posguerra, su «Belle Époque» duró hasta finales del primorriverismo. Vivió un «desastre» militar en Marruecos en 1921, su impacto bélico particular y castizo. Luego su hundió en la Guerra Civil de 1936-1939, que sirvió como la rasgadura equivalente a haber vivido la Primera Guerra Mundial, a la vez que excusa para no participar en la segunda contienda mundial, que comenzó en septiembre de 1939, cinco meses justos después de acabado oficialmente el conflicto español.

Uno de los resultados de esta perspectiva exclusiva, y aun torcida, es la falta de interés sostenido en la Primera Guerra Mundial, ya que los españoles sólo hiceron de mirones y pronto se cansaron del alud de papel cuché que se les vino encima. Pero a veces se producen eventos editoriales curiosos, como que, noventa y un años después del inicio de la Guerra, se hayan publicado dos libros destacados, muy contrapuestos, sobre los fatídicos eventos de aquel verano. Uno es una reedición (aunque pretenda ser una «primera edición») de un clásico de divulgación, que en su ya lejano día ganó el Premio Pulitzer; el otro es una obra de ensayo –también de divulgación, por tanto–, pero de un especialista académico en historia militar. Tenemos, pues, la confrontación entre la haute vulgarisation, tan despreciada por los profesores de estos lares (tanto que no reciben ni reconocimiento ministerial ni rédito «de investigación» por tales obras), y el duro criterio del profesionalismo más especializado y actual. Pero también tenemos un libro muy impactante de 1962 con otro que le contesta desde 2003, cuarenta años después.


Trinchera alemana en el frente occidental, el "hogar" de millones de soldados de los dos bandos.


Edición de 2014 del reconocido libro de Barbara Tuchman, "The Guns of August".

La «historiadora popular» Barbara Tuchman (1912-1989) publicó The Guns of August (en la edición inglesa titulado August 1914) en enero de 1962 entre grandes elogios: se asegura que el presidente Kennedy, que se las daba de historiador, pensaba que, gracias al retrato que Tuchman hizo de las ineludibles maniobras que dieron lugar a la «Gran Guerra», había podido evitarse su repetición en la «crisis de los misiles» con Cuba y la Unión Soviética en octubre de ese mismo año. No era el primer libro de Tuchman. Al contrario, ella –nacida y casada en el seno de la «burguesía» judía más «liberal», en su sentido estadounidense– había empezado en 1938 con una obrita publicada en Londres sobre la contienda española, The Lost British Policy: Britain and Spain since 1700, y, tras bastantes años dedicados con éxito al periodismo, en 1956 publicó una obra de cierta ambición, narrada de manera competente, titulada Bible and the Sword: England and Palestine from the Bronze Age to Balfour, y, en 1958, otro libro, The Zimmermann Telegram, sobre las causas de la entrada de los Estados Unidos en la Guerra Mundial a raíz de las intrigas de los alemanes en la revolución mexicana, suceso este último que Tuchman no entendió para nada (sin embargo, la obra fue publicada por Grijalbo en México en 1960) (4).

Aunque la idea de relatar de forma amena los eventos del inicio de la «Gran Guerra» estaba flotando en el aire al aproximarse el cincuentenario de 1914 (véase, por ejemplo, 1914, de James Cameron, publicado en 1959), la recepción de The Guns of August convirtió al libro en un auténtico best seller, tanto que los historiadores profesionales miraron la obra con ojos críticos (5). La tesis de Tuchman era a la vez determinista e individualista: consideraba que las reacciones de los principales actores históricos eran decisivas, con lo que la mecánica de relaciones establecida entre tratados, diplomáticos incompetentes, militares de visión corta, errores de percepción cruzados y demás reacciones establecieron una pauta colectiva imposible de corregir o frenar, que llevó no sólo al comienzo no deseado de la contienda sino, asimismo, al resultado final, tampoco previsto. La obra, en la misma traducción de Victor Scholz ahora presentada como si fuera original, fue ya ofrecida al público español en 1979 por Argos-Vergara. Península se ha limitado ahora a reeditarla en una edición actualizada con un prólogo de otro muy competente divulgador histórico, Robert K. Massie (6). Por cierto, que sería hora de poner coto a la tiranía de los diseñadores (en este caso, Carlos Cubiero, aunque la responsabilidad puede que no sea suya): la portada de esta nueva versión muestra una muy eficaz fotografía de una tanqueta Renault, con el evidente anacronismo de que los tanques no existían en 1914, pues todavía no se habían inventado, y ello implicaría que este libro sería "Los cañones de agosto... ¡de 1917!"




Espoleada tanto por las críticas académicas como por su su éxito de ventas, Tuchman se dedicó a preparar un vasto panorama histórico de los veinticinco años de vida de Europa anteriores a la decisiva fecha de 1914: tituló su libro The Proud Tower: a Portrait of the World Before the War, 1890-1914, un texto ingente –unas seiscientas páginas de letra diminuta en la edición de bolsillo que leí como estudiante– que partía de la figura del socialista Jean Jaurés (la «torre» en cuestión) para narrar el camino hacia el cambio con una calculada técnica impresionista (la edición de 1966 fue traducida inmediatamente como La torre de orgullo por Bruguera en 1967) (7). También The Proud Tower resultó un éxito de ventas, aunque sin la fuerza de The Guns of August, con su ritmo trepidante y su descripción de las altas esferas como si de una tragedia griega, con su moira, se tratara. En 1984, Tuchman insistió en la idea en su ensayo The March of Folly: From Troy to Vietnam, tras haberse atrevido antes, en 1978, con un retrato de la correlación entre los desastres humanos y naturales del Bajo Medievo europeo en A Distant Mirror: The Calamitous 14th Century, ya publicado en castellano por Argos-Vergara en 1979, Plaza y Janés en 1990 y reeditado por Península en 2000, libro este último ya auténticamente despedazado por la crítica profesional (8).

Debe entenderse que el tema de los «orígenes de la Primera Guerra Mundial» ha sido uno de los grandes caballos de batalla (otra vez, nunca mejor dicho) de la historiografía del siglo XX. La justificación de la entrada en la guerra argüida por las diversas cancillerías –en los llamados «Libros de arco iris», porque cada uno tenía un color diferente, el Libro blanco alemán, el Libro gris austro-húngaro, el Libro amarillo francés, y así sucesivamente– sirvió literalmente para reinventar, sobre bases supuestamente científicas, la moderna historia diplomática (9). Empezaron los bolcheviques, que, en cuanto pudieron tras su golpe de noviembre de 1917, para avergonzar a los «aliados», publicaron todo lo que encontraron acerca de los acuerdos secretos «imperialistas» entre las potencias que aseguraban combatir «para acabar con la guerra» y «defender los derechos de las pequeñas naciones» (10). Acabada la contienda, la nueva República alemana, castigada con la culpa –la famosa «cláusula de responsabilidad de guerra» del tratado de Versalles–, se lanzó a la publicación sistemática de sus archivos diplomáticos en la llamada Grosse Politik (11). Por supuesto, los británicos, los franceses y los italianos respondieron. Historiadores «progresistas», en especial los norteamericanos Sidney Fay (1876-1967) y Harry Elmer Barnes (1889-1968), se cebaron entonces en las muchas hipocresías destapadas, lo que convirtió la cuestión en tema obligado para cualquier historiador especializado en «relaciones internacionales», como el francés Jacques Droz (1909-1998) o el británico Alan John Percivale Taylor (1906-1990), este último con un enfoque muy semejante al de Tuchman, pero redactado con posterioridad (12).

A unos dos años del cincuentenario de 1914 y en un ambiente ideológico dominado por el hecho de la «Guerra Fría», Tuchman recogió una tesis que venía de la misma posguerra de 1919, que, por decirlo sucintamente, consideraba que la contienda había sido una imbecilidad, prolongada por dirigentes y jefes militares de un cretinismo criminal. Se trataba de un enfoque muy popular entre la opinión pública de izquierda del siglo XX, convencida de la estulticia de todo lo que tiene que ver con las armas, además, por supuesto, de la superioridad moral inherente a la ignorancia en tales temas condenables

La sensación causada por The Guns of August en 1962 dio sus frutos en otras direcciones muy diversas, desde la famosa novela Agosto, 1914 de Alexandr Solzhenitsyn, aparecida en castellano en 1972, que describe la dinámica rusa y su temprana derrota en lo que entonces era la Prusia Oriental, hasta las versiones del año triste y fatal mediante los testimonios de la gente «normal», según la pauta establecida por la nueva historia social y la «historia oral» de los años setenta y ochenta (1914. The Days of Hope, de Lyn MacDonald, por ejemplo) (13).

A toda esta sensiblería pretende poner fin Hew Strachan (muy coqueto o discreto, no da su fecha de nacimiento en lugar alguno, pero, por sus alusiones, debe de tener los mismos cincuenta y tantos que este reseñador). Strachan es, desde 2001, Chichele Professor of the History of War en el All Souls College de la Universidad de Oxford, y, desde 2004, director del Oxford Leverhulme Programme on the Changing Character of War. Oxford University Press le encargó que escribiera una historia del conflicto de 1914-1918 que «reemplazara» A History of the Great War de Charles Robert M. F. Cruttwell, el tratamiento estándar británico de 1934, reeditado en fechas tan recientes como 1991, una petición que Strachan ha resuelto hasta ahora sólo parcialmente, con el voluminoso primer volumen, To Arms (2001; unas mil doscientas páginas), de una trilogía anunciada, The First World War 14. La respuesta crítica a esta publicación lo convirtió en el especialista sobre el tema, en marcada competencia con el contestatario Niall Ferguson, cuya obra The Pity of War apareció en 1998, y a quien, dentro de las buenas formas inglesas, Strachan evidentísimamente detesta (15). El libro La PrimeraGuerra Mundial, publicado en España por Editorial Crítica, tiene su origen en una propuesta cuya idea original vino de Channel 4, un canal de televisión británico, que propuso una serie de diez programas –un planteamiento monumental en el mundo televisivo– acerca de la Primera Guerra Mundial, a raíz de la cual se editó un libro de síntesis, The First World War: a New Illustrated History, del cual se han editado diversas versiones (manejo la de Penguin, además de la versión española). El mismo Strachan lo explica en los agradecimientos de su edición inglesa, convertida en el prólogo de la versión española (el editor se podía haber esforzado en arañar un par de cuartillas del autor para presentar mejor su obra a un público hispano). Tan profesional es Strachan como historiador militar (con una larguísima bibliografía de libros monográficos y artículos en revistas especializadas) que su única obra vertida con anterioridad al castellano era su European Armies and the Conduct of War, reeditado once veces y publicado en 1985 por el Estado Mayor del Ejército español como Ejércitos europeos y conducción de la guerra (16).


En las fotografías, Arriba: Soldados británicos se preparan en Westminster en agosto de 1914; Abajo: Soldados alemanes movilizados en Berlín en 1914.

El primer planteamiento, casi militante, de Strachan es precisamente rechazar la visión tremendista y trágica de la «Guerra Mundial» que, desde su punto de vista, se extiende desde Tuchman hasta Ferguson. Como buen historiador militar profesional, Strachan es «clausewitziano», por decirlo de algún modo: entiende el fenómeno de la guerra como una compleja interacción entre política, diplomacia y tecnología, siendo este último punto el que suele distinguir al ensayista aficionado del académico especialista, al tiempo que evita caer en el detallismo erudito a veces descerebrado de los aficionados a las armas y las máquinas, que lo conocen todo sobre un armamento determinado, pero sin saber nada más

Así, para Strachan, la «Gran Guerra» no fue trascendente, sino sólo un conflicto con muchas implicaciones en una secuencia de conflictos. Aunque el fantasma que dominaba la explicación de Tuchman era el general Schlieffen y su plan para una invasión alemana de Francia, su protagonista era «el joven Moltke» (llamado así por ser el sobrino del triunfador de la guerra franco-prusiana de 1870-1871), quien se sintió atrapado por el proyecto de su antecesor. En cambio, Strachan se permite el lujo (también hace una historia de la guerra completa, no de su primer mes) de elegir como protagonista central a Erich von Falkenhayen, caudillo germano desde mediados de septiembre de 1914 hasta agosto de 1916, sucesor del desgraciado Helmuth von Moltke, y personaje a quien raras veces se le concede tal protagonismo. El objetivo de Strachan al hacerlo así es mostrar la racionalidad de los dirigentes en lid y, por supuesto, sus muchos errores, pero sin la inexorabilidad de la versión ya tradicional presentada por Tuchman.

Para concluir, si la obra de Tuchman se mantiene viva por la habilidad narrativa de su autora y por los prejuicios digamos «progresistas», la obra de Strachan puede criticarse por su inconsciente enfoque nacionalista, ya que entiende el conflicto de modo decidido como una básica contradicción anglo-germana, y a ello subordina todas las demás causas (que no –lo cual debe enfatizarse– las explicaciones, puesto que el libro es a la vez muy legible y está bien argumentado). 

Pero si el «clásico» antibelicista de Tuchman y la versión anglocéntrica y coherente de la «Gran Guerra» de Strachan tienen en común algún mensaje para los lectores españoles, es el de hacerles conscientes de la distancia que les separa de los hechos narrados en ambas obras, aún tan actuales en otros países. Que sobre un tema de tal importancia, a las nueve décadas de su inicio, sólo puedan reeditarse en España una vieja obra y un resumen para una serie televisiva, por muy buenas que sean ambas obras –cada una a su manera–, significa que aquí lo que triunfó fue el «¡No me hable usted de la Guerra!».

Enric Ucelay-Da Cal
1. Víctor Espinós Moltó, Alfonso XIII y la guerra:espejo de neutrales [1917], Madrid,Vasallo de Mumbert, 1977; Julián Cortés-Cavanillas, Alfonso XIII y la Guerra del 14, Madrid, Alce, 1976; Julio Montero Díaz, María Antonia Paz y José J. Sánchez Aranda,La imagen pública de lamonarquía:Alfonso XIII en la prensa escrita y cinematográfica, Barcelona,Ariel, 2001; Juan Pando, Un rey para la esperanza: la España humanitariade Alfonso XIII en la Gran Guerra, Madrid,Temas de Hoy, 2002.

2. Véase la crítica de Francis Haskell, History andIts Images: Art and the Interpretation of the Past, New Haven, Yale University Press, 1993, cap. 14, «Art as Prophecy».


3. Peter Temin,Lecciones de la Gran Depresión, trad. de Eva Rodríguez Halffter, Madrid, Alianza Editorial, 1995.


4. Barbara Wertheim Tuchman, The Lost British Policy. Britain and Spain since 1700, Londres, United Editorial, 1938; íd., Bible and Sword:England and Palestine from the Bronze Age to Balfour, Nueva York, New York University Press, 1956; íd., The Zimmermann Telegram, Nueva York,Viking Press, 1958 (El telegrama Zimmermann, trad. de Enrique Tremps, Barcelona,Argos-Vergara, 1979).


5. James Cameron, 1914, Nueva York, Rinehart & Co, 1959.


6. Barbara Wertheim Tuchman, Los cañones deagosto, trad. de Victor Scholz, Barcelona,ArgosVergara, 1979.


7. Barbara Wertheim Tuchman, The Proud Tower:a Portrait of the World before the War, 1890-1914, Nueva York / Londres, Macmillan / Hamish Hamilton, 1966 (La torre de orgullo, 1890-1914:una semblanza del mundo antes de la primera guerra mundial, trad. de Fernando Corripio, Barcelona, Bruguera, 1967)


8. Barbara Wertheim Tuchman, The March ofFolly: from Troy to Vietnam, Nueva York,Alfred A. Knopf, 1984; Id., A Distant Mirror.The Calamitous 14th Century, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1978 (Londres, Macmillan, 1979), Un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV , trad. de Juan Antonio Gutiérrez-Larraya, Barcelona, Península, 2000. Por el contrario, fue bien recibido su estudio sobre los norteamericanos en la China durante la Segunda Guerra Mundial: Barbara Wertheim Tuchman, Stillwell andthe American experience in China, 1911-45, Nueva York, Macmillan, 1970. Debo indicar que Tuchman publicó más obras que las comentadas aquí.


9. Una excelente monografía sobre las múltiples censuras a las cuales fue sometida la documentación publicada y, por lo tanto, cuestión fundamental ante su fiabilidad es: Sacha Zala,Geschichte unter der Schere politischer Zensur.AmtlicheAktensammlungen im internationalen Vergleich, Múnich, Oldenbourg Verlag, 2001, y un resumen en inglés del trabajo de este historiador suizo: Sacha Zala, «Coloured Books. The Censorship of Diplomatic Documents», en Derek Jones (ed.), Censorship.A World Encyclopedia, Londres, Fitzroy Dearborn, 2001, vol. 1 (4 vols.), pp. 551-553.


10. Para la publicación bolchevique de la documentación diplomática zarista en la contemporánea versión castellana: [Seymour F. Cocks], Una parte de la verdad de la guerra. Los tratados secretos (1914-1917): Documentos publicados porTortsky en funciones de Comisario de Negocios extranjeros de la República Socialista de Rusia, y comentarios de la «UNION OF DEMOCRATIE[sic] CONTROL», de «THE HERALD» y del«COMITE POUR LES REPRISES DESRELATIONS INTERNATIONALES [sic]»,con un prólogo de Mariano García Cortés, Madrid, Tip.Torrent, 1919.


11. Deutschland:Auswärtiges Amt (Johannes Lepsius,Albrecht Mendelssohn Bartholdy y Friedrich Thimme, eds.), Die Grosse Politik der europäischen Kabinette, 1871-1914. Sammlung derdiplomatischen Akten des Auswärtigen Amtes, imAuftrage des Auswärtigen Amtes, Berlín, Deutsche Verlagsgesellschaft für Politik und Geschichte, 1922-1927, 40 vols.

12. Sidney Bradshaw Fay, The Origins of the WorldWar, Nueva York, Macmillan, 1928, 2 vols.; Harry Elmer Barnes, The Genesis of the WorldWar: an Introduction to the Problem of WarGuilt, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1926; Jacques Droz, Les Causes de la Première guerremondiale: essai d'historiographie, París, Éditions du Seuil, 1973; A. J. P. (Alan John Percivale) Taylor, War by Time-Table: How the First WorldWar Began, Londres, Macdonald & Co., 1969 (versión española:A. J. P.Taylor, La guerra planeada: así empezó la Primera Guerra Mundial, trad. de Sara Estrada, Barcelona, Nauta, 1970); A. J. P.Taylor, Illustrated History of theFirst World War, Nueva York, Putnam,1964; A. J. P. Taylor, How Wars Begin, Nueva York/Londres, Atheneum/Hamish Hamilton, 1979. 


13. Alexandr Solzhenitsyn, August 1914, trad. de Michael Glenny, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux,1972; Agosto, 1914, trad. de José Laín Entralgo y Luis Abollado Vargas, Barcelona, Barral, 1972; Lyn MacDonald, 1914.The Days of Hope [1987], Londres, Penguin, 1989. 

14. Charles Robert M. F. Cruttwell, A History ofthe Great War, 1914-1918, Oxford, Clarendon Press, 1934; Charles Robert M. F. Cruttwell,AHistory of the Great War, 1914-1918, Chicago, Academy Chicago, 1991; Hew Strachan, TheFirst World War, vol. 1, To Arms. Oxford, Oxford University Press, 2001. 

15. Niall Ferguson, The Pity of War, Londres,Allen Lane, 1998; NuevaYork, Basic Books, 1999.

16. Hew Strachan,European Armies and the Conductof War, Londres, George Allen and Unwin, 1983; 11.ª ed., Routledge, 1993; Ejércitos europeos y conducción de la guerra, Madrid, Servicio de Publicaciones del EME, 1985. De entre las muchas obras recientes de Strachan, derivadas de To Arms, pueden destacarse: Financing the First World War, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004; The First World War inAfrica, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004. El libro más comparable al de Tuchman sería su:The Outbreak of the FirstWorld War, Oxford/Nueva York, Oxford University Press, 2004.

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