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16 agosto 2019

Mito y realidades de la no violencia




por Domenico Losurdo

Un libro que salió a la venta en Italia «La non-violenza. Una storia fuori dal mito», (La Cultura de la No violencia, en castellano, 2011) del profesor Domenico Losurdo explora el concepto de no violencia y su uso en la historia contemporánea. Dejando de lado las ideas preconcebidas, muestra también sus ambigüedades. Lo que a menudo ha sido una exigencia de carácter pacifista, también puede ser una manera de huir de las responsabilidades y se convierte hoy en un disfraz de la propaganda para justificar todo tipo de injerencias. El profesor Domenico Losurdo responde a las preguntas de Marie-Ange Patrizio sobre este tema.


Mohandas Karamchand Gandhi

➤ Marie-Ange Patrizio: El concepto de no violencia nos hace pensar inmediatamente en Gandhi. ¿Qué piensa usted de esa gran personalidad histórica?

Domenico Losurdo: Hay que separar la evolución de Gandhi en dos fases. Durante la primera fase, Gandhi no tiene para nada en mente la emancipación general de los pueblos colonizados. Por el contrario, lo que hace es exhortar a la potencia colonial, Gran Bretaña, a no confundir el pueblo indio –que, al igual que los ingleses, proviene de una antigua civilización y cuyos orígenes raciales son «arios»– con los negros, ni tampoco con «los rústicos cafres, quienes tienen la caza como ocupación y cuya única ambición consiste en reunir cierta cantidad de cabezas de ganado para conquistar una mujer y llevar posteriormente una existencia de indolencia y desnudez» (sic).

En aras de obtener la aceptación de la raza dominante, del pueblo de señores (arios y blancos), a principios del siglo XX Gandhi llama a sus compatriotas a ponerse al servicio del ejército imperial, que había emprendido por aquel entonces una feroz campaña de represión contra los zulúes.

Lo más importante es que, durante la Primera Guerra Mundial, el presunto campeón de la no violencia decide reclutar 500 000 hombres para el ejército británico. Pone tanto celo en esa tarea que incluso envía una carta al secretario personal del virrey: «Me parece que si me convirtiera en reclutador en jefe, yo sería capaz de sumergirlo de hombres». Al dirigirse a sus compatriotas y al virrey, Gandhi insiste de manera casi obsesiva en su propia disposición a asumir el sacrificio del que todo un pueblo está llamado a dar prueba: hay que «ofrecer al Imperio nuestro apoyo total y decidido»; la India debe estar dispuesta a «ofrecer, en el momento crítico, sus hijos sanos para que se sacrifiquen por el Imperio», a «ofrecer en este momento crítico todos sus hijos aptos para el combate como ofrenda al Imperio»; «en defensa del Imperio debemos dar todos los hombres de que dispongamos».

Dando muestra de una coherencia de acero, Gandhi expresa el deseo de que sus propios hijos se enrolen y participen en la guerra.

➤ Marie-Ange Patrizio: En ese sentido, usted contrasta la actitud de Gandhi con la del movimiento antimilitarista de inspiración socialista y marxista y el que sale mejor parado [en la comparación] es precisamente este último.


Karl Liebknech


Domenico Losurdo: Sí. Yo refuto el mito de que el marxismo es sinónimo de culto a la violencia. Como ejemplo cito en particular a Karl Liebknecht, quien fue posteriormente uno de los fundadores del Partido Comunista alemán, antes de ser asesinado con Rosa Luxemburgo. Después de haber luchado durante mucho tiempo contra el rearme y contra los preparativos para la guerra, al ser llamado a partir para el frente, antes de su arresto por pacifista, Liebknecht envía a su esposa y sus hijos una serie de cartas: «No voy a disparar […] Yo no voy a disparar aunque me lo ordenen. Podrán fusilarme por eso».

➤ Marie-Ange Patrizio: Queda el hecho de que Liebknecht acaba por saludar la violencia de la Revolución de Octubre, dirigida por Lenin.

Domenico Losurdo: No hay que perder de vista que al principio de la Primera Guerra Mundial, Lenin, lejos de celebrar como Gandhi el valor de la vida militar y de la lucha en el frente, expresa su «profunda amargura».

La esperanza, que reviste un carácter moral antes de ser de carácter político, renace en él gracias a un fenómeno que pudiera quizás frenar la infernal máquina de la violencia: se trata de la «fraternización entre los soldados de las naciones beligerantes, incluso en las trincheras». Lenin escribe: «Está bien que los soldados maldigan la guerra. Está bien que exijan la paz. La fraternización puede y debe convertirse en fraternización en todos los frentes. El armisticio de hecho en un frente puede y debe convertirse en armisticio de hecho en todos los frentes».

Desgraciadamente, esa esperanza no se cumple. Los gobiernos beligerantes tratan la fraternización como una traición. Es en ese momento que se plantea la necesidad de escoger, no ya entre la violencia y la no violencia, sino más bien entre la violencia a través de la continuación de la guerra o la violencia de la revolución llamada a poner fin a una carnicería carente de sentido.

No existe diferencia alguna entre los dilemas morales de Lenin y los dilemas morales que enfrentan, en Estados Unidos, los pacifistas cristianos de las primeras décadas del siglo 19 (mi libro parte de ese momento de la historia). Contrarios a cualquier forma de violencia así como a la esclavitud de los negros (que constituye en sí misma una forma de violencia) en momentos en que se perfila y finalmente estalla la guerra de Secesión, los pacifistas cristianos se ven ante una trágica disyuntiva: ¿dar su apoyo directo o indirecto a la continuación de la forma particularmente horrible de violencia que es la institución esclavista o unirse a esa especie de revolución abolicionista que acaba siendo la guerra de la Unión? Los pacifistas más maduros escogen la segunda solución. Adoptan una posición similar a la que más tarde habrá de caracterizar a Lenin, Liebknecht y los bolcheviques en su conjunto.



Portada de la edición castellana del libro de Domenico Lisurdo.

➤ Marie-Ange Patrizio: Dejamos a Gandhi en su papel de reclutador al servicio del ejército británico. Usted mencionó una segunda fase. ¿Cuándo y cómo se produce?

Domenico Losurdo: Dos acontecimientos lo condujeron a ella: uno de carácter internacional y otro nacional. 


La Revolución de Octubre y la difusión de la agitación comunista en las colonias y en la propia India imprimen un formidable impulso a la ideología de la pirámide racial y convierte en algo obsoleto la aspiración a obtener la aceptación de la raza blanca o aria, que se verá entonces ante la rebelión generalizada de los pueblos de color.

Pero el factor decisivo es una experiencia directa y dolorosa para el pueblo indio. Este último esperaba mejorar su condición luchando valientemente en las filas del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, apenas terminadas las celebraciones por la victoria, el poder colonial comete la masacre de Amritsar, durante la primavera de 1919.

Esa represión no sólo cuesta la vida a cientos de indios desarmados sino que constituye además una terrible humillación nacional y racial ya que se obliga a los habitantes de las ciudades rebeldes a arrastrarse a cuatro patas para regresar a sus casas o salir de ellas. Como dice el propio Gandhi, «hombres y mujeres inocentes fueron obligados a arrastrarse como gusanos, sobre el vientre».

El resultado es una ola de indignación provocada por las humillaciones, por la explotación y la represión impuestas por el Imperio británico. Su comportamiento es un «crimen contra la humanidad, posiblemente sin paralelo en la historia». Todo eso hace que desaparezca entre los indios el deseo de ser aceptados como miembros de una raza dominante que ahora les parece odiosa y capaz de cualquier infamia.

➤ Marie-Ange Patrizio: ¿A partir de qué momento toma Gandhi realmente en serio su compromiso con la no violencia?

Domenico Losurdo: En realidad, en el segundo Gandhi la disposición a llamar a sus compatriotas a lanzarse a los campos de batalla al lado de Gran Bretaña no ha desaparecido en lo absoluto, sólo que ahora pone la independencia de la India como condición a ese llamado a las armas.

Resulta sin embargo difícil imaginar a ese segundo Gandhi promocionando la participación de sus compatriotas en la represión de una rebelión como la de los zulúes (pueblo cruelmente oprimido por el colonialismo). A partir de la Revolución de Octubre y de la represión de Amritsar el movimiento independentista indio se convierte en parte integrante del movimiento de liberación de los pueblos oprimidos. Y Gandhi se identifica plenamente con ese movimiento, sin hacer ningún tipo de distinción entre violentos y no violentos.

En junio de 1942, Gandhi expresa su «profunda simpatía» y su «admiración por la heroica lucha y los infinitos sacrificios» del pueblo chino, decidido a defender «la libertad y la integridad» del país. Se trata de una declaración contenida en una carta dirigida a Chiang Kai-Shek, por entonces aliado del Partido Comunista Chino. Todavía en septiembre de 1946 –o sea cuando ya Churchill había comenzado la guerra fría con su discurso de Fulton– Gandhi expresa su simpatía por el «gran pueblo» de la Unión Soviética, dirigido por «un gran hombre como Stalin».

➤ Marie-Ange Patrizio: Usted hace un juicio muy positivo sobre el segundo Gandhi, pero se muestra muy crítico con respecto al Dalai Lama, tan celebrado en nuestra época como heredero de la tradición no violenta.


Tenzin Gyatso y Barack Obama


Domenico Losurdo: Yo cito en mi libro a un ex funcionario de la CIA que declara tranquilamente que la no violencia era una «pantalla» que el Dalai Lama utilizaba para las relaciones públicas de la revuelta armada que él mismo estimulaba en el Tibet, gracias al financiamiento y las armas provenientes de los arsenales estadounidenses [1]. Pero esa revuelta fracasó porque carecía del apoyo de la población. Este ex funcionario de la CIA agrega que, a pesar de su fracaso, aquella operación arrojó, para Estados Unidos, una serie de enseñanzas posteriormente aplicadas «en lugares como Laos y Vietnam», o sea en guerras coloniales que clasifican entre las más bárbaras del siglo XX.

Mientras que el Dalai Lama era recompensado en Washington con reconocimientos y homenajes, Martin Luther King organizaba la oposición contra la guerra de Vietnam y acababa muriendo asesinado precisamente por esa causa.

No menos clara resulta la total contradicción entre Gandhi y el Dalai Lama. El primero habla de «métodos hitlerianos» y de «hitlerismo» al referirse al bombardeo atómico contra Hiroshima y Nagasaki. Abramos ahora el Corriere della Sera del 15 de mayo de 1998. Junto a una foto del Dalai Lama, en la que aparece con las manos unidas como para rezar, encontramos un pequeño artículo muy claro desde el propio título: «El Dalai Lama se pone del lado de Nueva Delhi: “Ellos también tienen derecho a la bomba atómica”», para que sirva de contrapeso –según se precisa después– ante el arsenal nuclear chino. Por supuesto, no aparece [en ese artículo] ni una palabra sobre la amenaza que representa el arsenal nuclear de Estados Unidos, frente al cual se concibió el modesto arsenal chino. 

Y así pudiéramos seguir citando ejemplos similares...

➤ Marie-Ange Patrizio: ¿Existe algún otro factor?

Domenico Losurdo: La identificación de Gandhi con el movimiento anticolonialista es tan fuerte que el 20 de noviembre de 1938, al denunciar la barbarie de la Noche de los Cristales Rotos y las «persecuciones antijudías» que «parecen no tener precedente en la historia», Gandhi no vacila en condenar la colonización sionista en Palestina como «incorrecta e inhumana» y contraria a todo «código moral de conducta».

No creo que el Dalai Lama haya expresado nunca simpatía por las víctimas de la colonización sionista, y no puede ser de otra manera ya que los protectores estadounidenses de «Su Santidad» son los principales responsables, junto a los dirigentes israelíes, del interminable martirio impuesto al pueblo palestino.

➤ Marie-Ange Patrizio: Además del Dalai Lama, usted expresa también bastantes críticas sobre las «revoluciones de colores», cuyo origen sitúa usted en los incidentes de la Plaza Tiananmen.

Domenico Losurdo: Los documentos hoy disponibles, y que fueron publicados y celebrados en Occidente como la revelación final de la verdad, los llamados Tienanmen Papers, demuestran sin que quede sombra de duda que las manifestaciones que se desarrollaron en Pekín (y en otras ciudades de China) durante la primavera de 1989 fueron cualquier cosa menos pacíficas. Los manifestantes utilizaron incluso gases asfixiantes y disponían de medios técnicos tan sofisticados que les permitieron falsificar la edición del Diario del Pueblo. Fue claramente un intento de golpe de Estado [2].

Las sucesivas «revoluciones de colores» [3] han explotado aquel fracaso creando técnicas más sofisticadas, que se exponen y se enseñan con pedagógica paciencia en un manual estadounidense traducido a los diferentes idiomas de los Estados a los que se pretende desestabilizar y que se divulga gratuita y masivamente [4]. Este manual es una especie de «Instrucciones para el golpe de Estado», que se ponen en práctica con ayuda de las embajadas y de ciertas fundaciones estadounidenses y occidentales. En mi libro lo analizo minuciosamente.

Yo me interrogo –en referencia también a los recientes acontecimientos de Irán [5], y utilizando siempre mayoritariamente fuentes y testimonios occidentales– sobre el significado estratégico que han adquirido actualmente, en el marco de la política de los cambios de regímenes, herramientas como Internet, Facebook, Twitter, la telefonía móvil, etc. [6]

➤ Marie-Ange Patrizio: En su libro usted analiza también el debate teológico y filosófico sobre la violencia, debate que viene desarrollándose desde el siglo XX y cuyos protagonistas son grandes teólogos, como Reinhold Niebuhr y Dietrich Bonhoeffer, y grandes filósofos, como Hannah Arendt y Simone Weil. Da la impresión que las simpatías de usted van hacia los teólogos...


Dietrich Bonhoeffer


Domenico Losurdo: Sí, reconozco el encanto de Dietrich Bonhoeffer quien, a pesar de haber sido por un tiempo admirador y discípulo de Gandhi, al enfrentar el horror del III Reich conspira para organizar un atentado contra Hitler, lo cual lo llevará al patíbulo. A quienes tratan de tildar de orgía de sangre el episodio histórico que comenzó en Octubre de 1917 y que prosiguió con las otras grandes revoluciones del siglo 20, yo quisiera sugerirles que reflexionen sobre la polémica Bonhoeffer con aquel que «prefiere el asilo de la virtud privada».

En realidad, es solamente «engañándose a sí mismo [que puede uno] mantener pura su propia irreprochabilidad privada y evitar que esta se manche al actuar de forma responsable en el mundo». Esa es la actitud –afirma el teólogo cristiano– del «fanático» que «se cree capaz de oponerse al poder del mal con la pureza de su voluntad y de su principio». En realidad, «está poniendo su propia inocencia personal por encima de su responsabilidad para con los hombres».

➤ Marie-Ange Patrizio: Partiendo del Dalai Lama y de las «revoluciones de colores», usted denuncia la transformación del lema de la no violencia en una ideología de la desestabilización, del golpe de Estado y, a fin de cuentas, de la guerra. Pero, ¿contiene su libro un mensaje positivo?

Domenico Losurdo: El libro concluye con un llamado a imprimir un nuevo impulso a la lucha por la paz a través de la reactualización de la gran tradición del movimiento antimilitarista. Posiblemente nunca, a través de la historia, el homenaje a la no violencia haya sido tan insistente como en nuestros días. Rodeado de una aureola de santidad, Gandhi goza de una admiración y de una veneración indiscutidas y universalmente reconocidas.

Los héroes de nuestra época reciben la consagración en la medida en que, en base a motivaciones reales o a cálculos de realpolitik, se les incluye en el panteón de los no violentos. Pero la violencia no ha disminuido por ello y se manifiesta no sólo en las guerras y en las amenazas de guerra, sino también a través de bloqueos, embargos, etc. La violencia sigue expresándose, incluso bajo sus formas más brutales.

Recientemente pudimos leer en el Corriere della Serra a un ilustre historiador israelí que mencionaba tranquilamente la posibilidad de «una acción nuclear preventiva por parte de Israel» contra Irán. La paradoja reside en que, para ser eficaz, la lucha por la paz tiene que ser capaz de desenmascarar la transformación, promovida por el imperialismo, de la no violencia en una ideología llamada a justificar la prevaricación y la ley del más fuerte en las relaciones internacionales y, finalmente, en guerra.


Domenico Losurdo
marzo 2010, entrevista realizada en italiano.

Sobre el autor:
Domenico Lisurdo es profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Urbino (Italia). Dirige, desde 1988, la Internationale Gesellschaft Hegel-Marx für Dialektisches Denken y es miembro fundador de la Associazione Marx XXIesimo secolo. Último libro publicado: La cultura de la no violencia". Es tambiénb autor de "Un mundo sin guerras", entre otros.

Artículo anterior relacionado:

El legado de Gandhi 



Notas del artículo:

[1] «El Dalai Lama y Obama: encuentro entre dos Premios Nóbel de la mentira», por Domenico Losurdo, Red Voltaire, 5 de febrero de 2010.
[2] «Tienanmen, 20 ans après», por Domenico Losurdo, Réseau Voltaire, 9 de junio de 2009.
[3] «La technique du coup d’État coloré», por John Laughland, Réseau Voltaire, 4 de enero de 2010.
[4] «La Albert Einstein Institution: no violencia según la CIA» e «Impérialistes de droite et impérialistes de gauche», por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 4 de junio de 2007 y 25 de agosto de 2008.
[5] «La CIA y el laboratorio iraní» y «¿Por qué tendría yo que repudiar la voluntad de los iraníes?», por Thierry Meyssan; «Las elecciones iraníes: el timo del robo electoral», por James Petras, Red Voltaire 17, 19 y 21 de junio de 2009.
[6] «La "revolución de color" fracasa en Irán», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 24 de junio de 2009.

14 agosto 2019

El legado de Gandhi




Una mirada al pasado


por General Vinod Saighal

A pesar de la dominación milenaria por parte de representantes de denominaciones no hindúes que vinieron a gobernar India a través de los mares y a través de las formidables fronteras del Himalaya, la antigua herencia de las civilizaciones de India se mantuvo casi intacta.

De la misma forma, a pesar de que los ocupantes extranjeros llevaron a cabo la conversión de la población hindú a gran escala, la vasta mayoría de la población mantuvo muy firme su fe en los ancestros. Los antiguos Rishi (sabios) de India en la bruma de la antigüedad revelaron al mundo la naturaleza de «Brahman Chaitanga» (Conciencia Cósmica) algunos milenios antes de que surgieran las religiones «Abrahamicas», que se expandieron por muchas partes del mundo durante los dos últimos milenios.

Las denominaciones inspiradas en el Veda (las escrituras hindúes más antiguas en sánscrito) también se expandieron más allá de las costas de India antes de eso, particularmente hacia el Este. Pero a diferencia del Cristianismo y el Islam, el poder militar no tenía ningún papel que desempeñar en la expansión hacia el Este de la religión inspirada en el Veda y del Budismo. La expansión pacífica del pensamiento hindú tampoco condujo a grandes conflicto entre denominaciones en las regiones hasta donde llegó. Es importante recordar esta sutil pero importante diferencia al analizar la influencia que, una India económicamente revitalizada pudiera ejercer cuando el mundo se adentra en el siglo XXI.

Un aspecto a reconsiderar es la forma en que India obtuvo su independencia en 1947, justo cuando el siglo XX se acercaba a su mitad, después de haber visto dos guerras mundiales.

Los historiadores en India han atribuido la independencia de su país a la «satyagraha» [1] de Gandhi; y aunque puede resultar un triste alivio pensar, que en una época envenenada por la violencia, India logró la independencia sobre los frágiles hombros de la filosofía de la no violencia promulgada por Mahatma, tal atribución se aparta considerablemente de la realidad.

La India logró su independencia como resultado del agotamiento de Gran Bretaña después de su participación en dos guerras mundiales y de su sustitución como potencia mundial por las nuevas superpotencias como los Estados Unidos y Rusia. Gran Bretaña ya no podía sostener más su imperio en India por más tiempo.


La Conferencia en Nueva Delhi donde Lord Mountbatten (centro) reveló el plan de partición de Gran Bretaña para India a Nehru y Jinnah. "¿Quién nos otorgó la libertad y cuáles son los documentos relacionados? ¿Mahatma Gandhi, Jawaharlal Nehru o Sardar Vallabhbhai Patel firmaron algún documento? ¿Existe algún pacto entre India y Pakistán que documente la Independencia y Partición de India? ¿Cómo se transfirió el poder o la soberanía de la reina británica a la India?. Uno pensaría que el gobierno tendría respuestas acertadas a estas preguntas pertinentes y uno estaría rotundamente equivocado. En una respuesta impactante a una consulta de RTI del activista Madan Lal Narula, residente de Ferozepur Punjab, la respuesta del gobierno fue: No tengo idea. "No hay documentos disponibles en su oficina relacionados con la partición de la India los días 14 y 15 de agosto de 1947". Siguiendo la dirección, el gobierno ha argumentado que el único documento relacionado con la Independencia y la partición en el que pudieron pensar fue la "Ley de Independencia de la India, 1947", que fue aprobada por el Parlamento británico con respecto a la transferencia de poder. (texto tomado del inglés, artículo: "Who signed Independence, partition docs? No clue" www.dna.india.com. (Texto añadido por el editor de este blog)


El ejército británico-hindú había desempeñado un papel importante en las victorias de los aliados en las dos guerras mundiales. Si después de 1947 los británicos hubieran retrazado la independencia de India, el ejército hindú, ya entrenado en la guerra—el mismo ejército que había apuntalado los dominios británicos por más de un siglo—se habría sublevado muy pronto y habría forzado una penosa retirada británica del país. Ya había ocurrido una rebelión en la marina hindú y el juicio contra los prisioneros del Ejército Nacional de India (INA) de Subas Chandra Bose había despertado el espíritu de un ferviente nacionalismo.

Estaban dadas las condiciones para que al llamado de un líder nacional ocurriera un gran número de amotinamientos a lo largo y ancho del país. Una vez violada la ley y el orden, los británicos se habrían visto envueltos en una llamarada. El Raj (imperio) británico en India, que duró dos siglos, se habría desplomado de un día para otro. Habría conducido a una masacre a gran escala de los británicos, algo que en su lugar sucedió en las comunidades hindúes y musulmanas cuando tuvo lugar la división de la India al anunciarse el premio Radcliffe en 1947.

Al partir, en el momento que lo hicieron, los británicos regresaron a casa llenos de gloria y recibieron el beneplácito de la Corona, tanto así que su último virrey, Lord Louis Mountbatten fue designado gobernador general de la India independiente. Fue tan expresa la aprobación que recibieron tras haber puesto punto final al coloniaje imperial, que los líderes de la India libre llegaron a convertirse en los arquitectos del Commonwealth británico de naciones.

Fue una ironía el hecho que los británicos hayan colocado por primera vez a un hindú en el trono de Delhi después de mil años de dominio extranjero. Los hindúes nunca lucharon por eso. El "trono" fue entregado, por así decirlo, a Pandit Jawahar Lan Nehru, Primer Ministro de la India independiente por decisión del parlamento británico, en Londres. Mientras tanto, M.K. Gandhi, el Apóstol de la Paz, que había defendido la «ahimsa» durante casi medio siglo, sólo podía observar con horror la gran matanza que tuvo lugar cuando el sub-continente fue dividido en las naciones de India y Pakistán.


Mapa del Raj Británico 1909, (literalmente gobierno en hindi) fue el régimen de gobierno colonial de la Corona británica sobre el subcontinente indio entre 1858 y 1947. También conocido como el Gobierno de la Corona en la India, la llamada «India Británica» repartida entre los actuales estados de la India, Pakistán, Bangladesh y Birmania. los estados que eran gobernados por reyes hindúes bajo tutela británica, eran llamados Estados Principescos. La unión política resultante fue también conocida como Imperio indio. Birmania fue separada de la India y directamente administrada por la corona británica desde 1937 hasta su independencia en 1948. Entre otros países de la región: Ceilán (actual Sri Lanka) fue cedida a Gran Bretaña en 1802 en virtud del tratado de Amiens. Ceilán era parte de la residencia de Madrás entre 1793 y 1798.​ Los reinos de Nepal y Bután, entablaron varias guerras con los británicos, posteriormente firmaron tratados con ellos y fueron reconocidos por los británicos como estados independientes. El reino de Afganistán era un estado protegido bajo el dominio británico desde 1890 hasta 1919, mientras que el reino de Nepal fue un protectorado desde 1858 hasta 1923. (Texto tomado y resumido de Wikipedia:  Raj británico, añadido por el editor de este blog).

Gandhi murió poco después, al recibir el impacto mortal de una bala asesina durante una reunión de fieles y a poco más de una milla del lugar desde donde Nehru, el ungido primer ministro, gobernaba la nación. Si Gandhi no hubiera sido asesinado por Nathu Ram Godse, hubiera muerto de desilusión, incapaz de soportar el peso de una de las peores matanzas que ocurrieron en la historia de India, y posiblemente la mayor masacre que, fuera de un contexto bélico, haya ocurrido en la historia de la humanidad.

Es necesario hacer una breve introducción sobre las características del surgimiento de una India moderna para poder comprender la psiquis de sus líderes a la hora de evaluar el proyectado ascenso del país al estatus de potencia mundial en el siglo XXI. ¿Hasta que punto el desarrollo económico de la India podría dar lugar a un poderío militar acorde a su tamaño geográfico y su población?

¿Trataría de seguir a China, que busca la paridad hegemónica con los Estados Unidos de América, la mayor potencia de la actualidad? ¿Existen límites para la proyección de potencia militar concebida por la India en este siglo o en los próximos? Si existen, ¿Qué o quién establece esos límites? Estas preguntas deben analizarse en el contexto del escenario mundial actual y su proyección para las próximas décadas.

Aunque Gandhi continúa teniendo una influencia importante en el discurso político y económico actual en el país, debemos decir que a pesar de que los ideales de Mahatma se citan con reverencia en la mayoría de los foros donde se discute el futuro de la India, su filosofía económica y política no ha encontrado aceptación a la hora de su aplicación práctica. Sin embargo, al final es difícil concebir una India totalmente apartada de las ideas de Mahatma, ya sea en lo relativo al gobierno, el desarrollo sostenible, la armonía de la sociedad pluralista, o en los aspectos relacionados con la conducta de las naciones en la arena internacional.

No es una sorpresa para nadie el hecho de que Gandhi continúe en el centro de interés de tanta gente en el mundo, tanto su personalidad como los ideales que defendió. Desafortunadamente, el debate sobre Mahatma se concentra principalmente en ciertos elementos que nunca fueron puestos en práctica en la tierra donde surgieron.

Si recordamos los acontecimientos del siglo XX, tanto antes como después de la independencia de India, siempre coincidiríamos en que aunque Gandhi no perdió sus esperanzas ni su fe en sus ideales, pudo haber muerto de desilusión, y si no de una inmensa tristeza debido al curso que tomaron los acontecimientos. ¿Acaso la matanza que ocurrió en el momento de la división del país, donde él predicó la ahimsa, indica que su filosofía fracasó? La violencia no terminó con la división; continúa hoy en cada lugar del sub-continente que visitó el «Padre de la Nación».

La creciente distancia que separa los principios de Gandhi de la política que implementaron los sucesores de él en India, independientemente del conocimiento político de los últimos, conlleva a preguntas esenciales. Ni el pueblo de India, ni de todo el mundo puede percibir una India real o imaginaria si en ella no prevalecen los ideales de Mahatma.

¿Cómo puede resolverse esta contradicción?, ya que, si no se analiza profundamente en lugar de hacer breve mención a ella en cada reunión pública, en el país o fuera de este, donde se haga referencia al nombre de Gandhi, India no podrá emerger ilesa de la confusa discordancia que existe entre los preceptos y su aplicación.

Al haberse apartado tanto de las enseñanzas de Gandhi, India podría rechazar su filosofía y continuar, sin mirar atrás, hacia un ideal que fue considerado impráctico, o hacia un ideal que no podría ser llevado a la práctica en un país donde la superficialidad, la hipocresía y la infidelidad están a la orden del día en la vida pública. En tal caso, sería muy fácil deshacerse del legado de Gandhi y continuar gobernando el país bajo los patrones no-Gandhianos que hoy prevalecen. Pero ese no ha sido el caso. A la vez, la falsedad y la corrupción se encuentran a un alto nivel; los mismos dirigentes que han impulsado al país en esa dirección no han podido eliminar el fuerte legado de Gandhi debido a un temor oculto que si fuera eliminado completamente, India no sólo perdería su rumbo, sino también su alma. Entonces ya no habría regreso.

La sola idea de ese final, incluso pensando que no sucederá, es algo que preocupa a la gente. Ellos saben que si se despojan de la idea de que no sucederá, no podría enfrentar a sus compatriotas, ni en las campañas electorales, ni en lugares públicos, y posiblemente tampoco en privado. A niveles más altos, no están conscientes de que el abandono total de Gandhi sería equivalente a su propia condenación en términos de Karma [2], tan horrorosa que no querrían ni pensar en ella, ya que por muy inmoral que sea la cúpula que gobierna la nación, en lo más profundo de sus almas, son profundamente religiosos, por muy corroído que esté su sentido de lo que es ser religioso.



También saben que en India la mayoría de los ciudadanos veneran al Mahatma y que a pesar de su pobreza y de sus penurias están fuertemente identificadas con los ideales de Gandhi. Son los ideales de Vivekananda, Sri Aurobindo y de otros sabios y profetas que moldearon el carácter y el destino de India durante siglos. El destino que aguardó por India en la media noche del 15 de agosto de 1947 está aun lejano. En el fondo de la desesperanza y la confusión que aflige al país aquel destino aun sigue esperando ser conquistado.

India aun espera producir los líderes que la lleven a la cumbre que el Mahatma y los sabios que lo precedieron soñaron para conseguir la armonía global. Por tanto, ese ideal no puede perderse de vista. Los ideales de Mahatma Gandhi son vitales para la salvación de India, si es que quiere encontrar su rumbo y su verdadero destino. Por esa misma razón, es una cuestión importante también para el mundo.

Se necesita dar un paso más adelante. Se deben analizar las razones por la cuales las enseñanzas de Gandhi no han prevalecido en su país aun cuando la mayoría de los ciudadanos en India cree en ellas y los dirigentes dicen creer en las mismas. La razón principal podría ser la dificultad en transplantar el ideal de Gandhi a la actualidad. La administración extranjera que dominó el país, por haber sido extranjera fue un factor que unió al país ideológicamente (hacia la libertad) en las más tempranas décadas antes de la independencia. Las condiciones post-independencia, después de la división del país no fueron las mismas. Según pasaban los años—tras las fracasadas décadas de Socialismo—cuando la economía de mercado se expandió por casi todas partes del mundo, la implementación de aquellas ideas se hizo mucho más difícil.

Primero, como se dijo anteriormente, las condiciones cambiaron radicalmente; en segundo lugar, al haberse alejado tanto de la filosofía de Gandhi y sus preceptos económicos, fue más difícil volver atrás. Habiendo dicho esto, los esfuerzos por fortalecer el«panchayati raj» y la adhesión al principio, por no decir la práctica, del desarrollo sostenible implicarían una inclinación en la dirección de Gandhi.

Mientras tanto, un cambio sustancial ocurrió en el desarrollo del pueblo de India y del mundo. Setenta años después de la muerte de Gandhi, el modelo capitalista y los factores de tipo moral que lo acompañan, se convirtieron en una norma. Incluso los países que más se opusieron a esa norma desde el principio, terminaron abrazándola, como Rusia y China.

¿Pudieron haber tenido alguna relación aquellos que vivieron los días en que Gandhi divulgaba el «charkha» con la famosa exhortación que hiciera Deng Xiao Peng a sus compatriotas cuando dijo: «es una gloria ser rico». Si ser rico fuera una gloria, entonces no quedaría nada de la filosofía de Gandhi. Si no todos, al menos la clase política y las elites de la India moderna han acogido el pronunciamiento de Deng tan fervientemente como los chinos en Beijing, Shanghai y Guangdong; y en muchos casos lo han tomado tan a pecho como los mismos estadounidenses.

Cualquiera que sea la razón para ese paso del Socialismo al Capitalismo, es innegable que regresar al idealismo económico plasmado en los escritos de Gandhi conduciría a la India a un abismo económico del cual no podría salir en un mundo como el de hoy. Quizá, cuando el consumismo que aceleradamente se apodera del mundo haga la vida misma insostenible en el planeta, los pueblos en todo el mundo comenzarán a reconsiderar la filosofía económica de Gandhi. Es por eso que el mundo no olvidará a Mahatma Gandhi tan pronto así. Por consiguiente, India se beneficiará, de alguna forma, del gran viraje en el momento que suceda a escala global.

Si India va a seguir formando parte de la economía del mundo, sin despojarse completamente de algunos de los aspectos necesarios de su pasado socialista, debe comenzar esa reconsideración ya, para beneficiarse de la visión de Gandhi donde sea posible, para transformarla en las condiciones actuales del país y del mundo. Si el mundo tiene que salvarse de su autodestrucción, el legado de no-violencia de Gandhi debe convertirse en tema principal o leimotif de un mundo globalizado, y de una estructura reformada en Naciones Unidas que establezca la no-violencia entre los estados como norma del siglo XXI.

La Organización de Naciones Unidas estableció el día 2 de Octubre, aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, como Día Mundial de la Armonía. Posiblemente fue Mahatma Gandhi quien dijo: 

«Para mis necesidades mundanas, mi aldea es mi mundo; para mis necesidades espirituales el mundo es mi aldea.»


General Vinod Saighal
enero 2008 

Sobre el autor del artículo:  
Antiguo director general de la formación militar del ejército indio. Fue agregado militar de la embajada de la Unión India en Francia y en los Países Bajos. Comandante en jefe de las fuerzas de paz en el Medio Oriente. Hoy en día ha fundado el Movement for Restoration of Good Government (MRGG) y director del Eco Monitors Society (EMS). Autor de numerosas obras de estrategia y análisis político: Equilibrio del Tercer Milenio, La reestructuración de la seguridad en el Sur de Asia, La reestructuración de Pakistán, Enfrentar el terrorismo global: El camino adelante y las paradojas de la seguridad global: 2000-2020. Sitio Web www.vinodsaighal.com. El general Vinod Saighal es miembro de la conferencia mundial anti-imperialista Axis for Peace.

Próxima entrega: 

Una visión diferente al clásico pacifismo de Gandhi, una entrevista con el profesor Domenico Losurdo, Mito y realidades de la no violencia


Notas generales del artículo:

* Charca: una rueda giratoria que se usa para trabajar el algodón.

[1] Satyagraha: la política de resistencia pacífica particularmente defendida por Mahatma Gandhi contra el colonialismo británico Radcliffe, Ann (1764–1823), Novelista Británico, exponente de la novela Gótica novel Ahimsa: El respeto por todos los seres vivientes y el rechazo a la violencia contra los demás.

[2] Karma: En el Hinduismo y Budismo es la suma de las acciones de una persona en este y en previas etapas de su existencia, que deciden su destino en existencias futuras.

09 agosto 2019

¿Fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad?


                
                                              
No hay manera honorable de matar, 
no hay manera gentil de destruir, no hay nada bueno en la guerra, excepto que acaba.
                                                          Abraham Lincoln


I parte


por Tito Andino U.


Reflexiones jurídicas sobre los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad.

Una necesaria introducción por el editor del blog

Comencemos por algo elemental. Toda guerra en sí misma es un crimen, no importa el argumento en que se base para declararla. Lo que hace el Derecho Internacional Humanitario (DHI) o Derecho Internacional en tiempos de guerra es regular normas que limiten los efectos de los conflictos armados tanto para los civiles así como para los combatientes, básicamente.  

Los "Convenios de Ginebra" datan ya de 1864 (suscrito por 16 países) y eso no significa que antes no los hubiera, en siglos pasados también se aplicaban normas para la guerra (no escritas), basadas en costumbres y tradiciones. Desde 1864 el derecho humanitario sigue planteándose nuevos retos debido al avance del tiempo y el desarrollo de nuevos métodos modernos de guerra. No existe un solo Convenio de Ginebra, son cuatro en la actualidad, específicos; así como también se ha venido desarrollando y ampliando desde 1899 los "Convenios de La Haya", cuyo objetivo básico es reglamentar la conducción de la guerra, todo ello como respuesta a las macabras experiencias de la segunda guerra mundial.

Sin duda los juristas especializados en la materia pueden dilucidar un tema que viene causando polémica y mucho disgusto entre apasionados lectores e historiadores: Los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. No dedicaré esta introducción a cuestiones políticas, mucho menos ideológicas, enfoquémonos a breves rasgos en aspectos de puro derecho. 

La guerra es un tiempo de desesperación que saca lo peor y lo mejor del ser humano, la guerra es la negación del derecho, por tanto un crimen. 

La tropa armada, instada por sus líderes -como lo demuestra la milenaria historia de los conflictos armados- creía tener derecho y plena impunidad para matar, robar, hacerse con un botín de guerra, etc. Apenas desde hace un siglo y medio los estados se plantearon limitar los efectos de la guerra bajo consideraciones humanitarias, las Convenciones de Ginebra y de La Haya fueron  aceptadas como norma de los estados, asumiendo una responsabilidad legal, obligaciones y derechos a respetar en caso de conflicto y en el desarrollo de las hostilidades. Es cierto que nadie las ha cumplido a cabalidad, al menos se intenta proteger y desligar a la población civil de la lucha, cuidar de los heridos, respetar los derechos de los prisioneros, etc. Hablamos de normas básicas ante momentos excepcionales en que el Derecho deja de tener efectos por la misma acción de la guerra


Primer Convenio de Ginebra. 1864

Los crímenes de guerra stricto sensu se hallaban tipificadas en las convenciones sobre la guerra antes de la segunda guerra mundial, establecían el castigo a los infractores de la ley penal nacional y de las normas sobre la guerra. Como salvedad, esas infracciones generalmente eran juzgadas por las naciones a las que pertenecía el infractor, el reo respondía jurídicamente ante el ofendido en casos excepcionales como la extradición, por la gravedad de un acto. 

Al existir previamente un marco jurídico mucho antes de los controvertidos procesos internacionales de la segunda guerra mundial, que tipificaron nuevas definiciones, según la gravedad del delito, que ya existían bajo la denominación genérica de "crímenes de guerra", se lo hizo dada la magnitud de los hechos, era necesario contar con figuras propias, por ejemplo, los crímenes contra la humanidad, que abarca categorías como el genocidio (que llegaría a tener su propia convención internacional para reprimir el delito de genocidio). 

Más claro, a modo de ejemplo: No podía negarse el derecho a juzgar a los criminales nazis porque la categoría de "Crímenes contra la Humanidad" recién se tipificó en los Estatutos del Tribunal Penal Internacional de Nuremberg, puesto que, los delitos que conforman esa categoría: asesinatos, exterminación, sometimiento a esclavitud, deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil antes o durante la guerra, o persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, se encontraban tipificados como crímenes de guerra, crímenes de gravedad en las legislaciones nacionales y en los Convenios de Ginebra y de La Haya

Es verdad que el genocidio, como definición jurídica, es posterior a la segunda guerra mundial, no obstante, constaba inmerso bajo otras denominaciones, siempre fue un crimen de guerra stricto sensu. A nadie con más de dos centímetros de pelo en la frente le podría pasar por alto que los asesinatos en masa, los desplazamientos forzosos, etc., cometidos en la primera guerra mundial, tenían su tipificación penal. Muchos casos no pudieron ser juzgados, como el genocidio turco contra los armenios, cuestiones de honor, política nacional e internacional lo impedían en detrimento del ofendido. O, como en el caso del Imperio Alemán que sometió bajo la jurisdicción germana a sus nacionales a procesos por crímenes de guerra, a instancias de las potencias vencedoras (Tratado de Versalles), al ser responsables de una guerra de agresión. El Juicio de Leipzig, con la notoria ausencia del Kaiser Guillermo II -reclamado en extradición- y de otros líderes nacionales en el banquillo de los acusados fue una farsa, dictándose blandas sentencias y absoluciones, un saludo a la bandera. 

El Proceso del Tribunal Penal Internacional de Nuremberg se estableció para juzgar exclusivamente a las máximas instancias de autoridad del gobierno del Reich nazi; el resto, es decir, la mayoría absoluta de casos fueron juzgados por las autoridades de Control Aliado y luego por tribunales constituidos por jueces alemanes y bajo jurisdicción alemana, o en los países en que fueron capturados los infractores.


De todas formas, la polémica sobre los procesos internacionales después de la segunda guerra mundial es válida, pero se ha desviado a cuestiones ideológicas hasta llegar a la apología del nazismo, una doctrina eminentemente criminal. Es un tema que se discute no solo en Europa y los Estados Unidos. 

Hoy el debate se centra en los crímenes de guerra Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Quién ha negado la existencia de los crímenes de guerra Aliados en la IIGM? Por sentado que se cometieron, lamento decir que aprecio en mucha gente la falta de comprensión de lo que significa un crimen de guerra stricto sensu y un acto considerado como crimen contra la humanidad. (por razones de espacio y por no ser esta la base de la presente ponencia no lo abordaré a profundidad, dejando sentado algunas puntualizaciones aclaratorias).

Un sector afecto al nazismo intenta justificar el genocidio (crimen contra la humanidad) perpetrado por los nazis porque otros cometieron crímenes de guerra (stricto sensu). Eso no solo es falta de decencia, es un insulto al sentido común. Los Aliados cometieron crímenes de guerra, si, al igual que las potencias del Eje. Los ejemplos están a la vista de todos (no se esconden): el bombardeo indiscriminado sobre las ciudades de Dresde y Hamburgo o ciudades japonesas, los crímenes soviéticos contra los prisioneros y civiles alemanes (en venganza por los mismos actos alemanes contra millones de prisioneros y civiles), hasta el uso innecesario de la bomba atómica que fue más un mensaje político dirigido a la URSS que una operación táctica y que algunos reputados historiadores y juristas califican de crimen de guerra e incluso de crimen contra la humanidad. 

Lo cierto es que los brutales raids aéreos aliados que ocasionaron más víctimas mortales que los ataques de las potencias del eje siguen sometidos a los mismos cuestionamientos hoy en día con las bombardeos estadounidenses sobre Corea, Vietnam, Yugoslavia, Irak, Libia, Siria, aunque no suelen apreciarse en ese sentido (crímenes de guerra), como si se hace en el caso de los sistemáticos crímenes nazis, el caso Aliado suele justificarse (justificar no significa siempre estar apegado a Derecho) como acciones de guerra concretas lejos de obedecer a un puntual programa de exterminio. 

Puntualizemos que los desproporcionados bombardeos estadounidenses a poblaciones civiles a lo largo de sus modernas guerras no han conseguido el objetivo militar que persiguen esas acciones -doblegar a los gobiernos y a la población-, causando el efecto contrario. (El análisis histórico nos permite señalar que la estrategia de guerra de los Estados Unidos prioriza el bombardeo masivo para persuadir al enemigo de turno a rendirse). Esto, si lo enmarcamos en Derecho -basados en la legislación internacional- constituye un crimen de guerra a todas luces. 

Volvamos a lo principal, en Derecho, los casos de crímenes de guerra enunciados no pueden ser equiparados con los crímenes contra la humanidad perpetrados por los nazis, ni siquiera por el número de víctimas, bajo ningún concepto subjetivo ni legal. La explicación es lógica: 

La Alemania nazi elaboró un programa de exterminio, resultado de una trama intencional, premeditada y planificada durante la guerra y ejecutada a conciencia por la jefatura del gobierno nazi, conociendo el propósito y las consecuencias de esos actos y, finalmente, pretendiendo ocultar los hechos a la opinión pública alemana y mundial.

Lo he explicado en otros artículos. Esa intencionalidad dolosa no es susceptible de comparación con acciones militares que terminaron en diferentes episodios de excesos y abusos, sin eufemismos, en crímenes de guerra de los aliados, los “crímenes de los buenos” como dice Joaquín Bochaca para pretender “equilibrar” la balanza con las atrocidades nazis.  

Existe un concepto dentro del Derecho Internacional muy válido y vigente mucho antes de la segunda guerra mundial: el estado de necesidad militar, es decir, las razones que motivan concretas acciones bélicas contra un punto determinado que puede ser considerado como zona civil. Los bombardeos atómicos son cuestionados e incluso calificados como crimen de guerra o crimen contra la humanidad debido a su innecesario uso ante un Japón que estaba plantando las condiciones para una rendición. 

Otro ejemplo, un acto trágico que, no solo constituye crimen de guerra sino un genocidio consciente fue la matanza de Katyn, perpetrada por tropas soviéticas, decidida por las máximas jerarquías del poder. Más de veinte mil personas, no solo oficiales del ejército polaco, sino de la élite polaca: políticos, intelectuales, artistas, fueron fusilados metódicamente y enterrados en fosas comunes. Los nazis hicieron por separado su parte de la "tarea", el objetivo era desaparecer a la clase pensante de Polonia, el objetivo de los entonces socios nazi/comunistas fue suprimir para siempre Polonia como nación. 

Respecto al uso de la bomba atómica.



Hoy seguimos discutiendo la naturaleza jurídica de las órdenes emanadas para tales acciones. ¿Podemos considerarlas como crimen de guerra y de lesa humanidad? Muchos científicos, juristas, militares e intelectuales estadounidenses y del mundo se pronuncian en tal sentido porque la bomba no se construyó para adelantarse a la supuesta bomba atómica nazi, ni las bombas fueron lanzadas para conseguir el rápido fin de la guerra y salvar vidas, como tampoco fueron arrojadas contra objetivos militares si no civiles. Las bombas atómicas son radiactivas, no se hizo saber el verdadero efecto contra la población por lo que los japoneses de la época estuvieron expuestos de forma inmediata a las secuelas posteriores al no ser conscientes de las consecuencias fruto de la contaminación.

Ya revisamos en la entrega anterior la teoría del mal menor de Truman, su argumento:"regresar a los chicos a casa lo más pronto posible" o que habría costado cientos de miles de vidas aliadas una potencial invasión al Japón, o que no se habría rendido sin el lanzamiento de la bomba atómica. Argumentos rebatidos y rechazados por falsos. Se aduce -tema discutible- que la población estadounidense no hubiese aceptado que a mediados de 1945, terminada ya la guerra en Europa, se mandará a luchar a las tropas en una eventual invasión al Japón, entonces, interviene también el aspecto psicológico y las consecuencias políticas de tal acto. 

Para Winston Churchill su posición era -naturalmente- de apoyo moral al ataque nuclear e intentó justificarlo haciendo un paralelismo de que hubiese sucedido exactamente lo mismo si los nazis o los japoneses hubieran obtenido la bomba. "La hubieran utilizado contra nosotros para nuestra destrucción completa con suma prontitud... Las generaciones futuras juzgarán estas decisiones", señaló en un discurso ante la Cámara de los Comunes en agosto de 1945.

Dada la política de bombardeos aliados contra Alemania y Japón, no cabe duda que en el efecto contrario -triunfo de las potencias del Eje- los procesados como criminales de guerra hubiesen sido los Aliados. En ese sentido, moral y éticamente, los postulados sobre el uso del arma atómica se construyen en base a la victoria aliada.

Leó Szilárd, uno de los padres de la bomba atómica se planteó otra suposición: 


"Imagina que Alemania hubiera desarrollado dos bombas antes de que nosotros las hubiéramos tenido. Y supón que Alemania hubiera lanzado una bomba, digamos, en Rochester y otra en Buffalo, y luego al haberse quedado sin bombas hubiera perdido la guerra. ¿Puede alguien dudar que hubiéramos entonces definido el lanzamiento de bombas atómicas sobre ciudades como un crimen de guerra, y que hubiéramos sentenciado a los alemanes culpables de este crimen a la muerte en Nuremberg?".

Un análisis más moderno lo presentó The Washington Post, citando al historiador Barton Bernstein cuando afirmó que el Comité de Guerra preveía (junio 1945) que una invasión al Japón produciría unas 193.000 bajas entre los aliados, se estimaba en 40.000 las posibles muertes. Obviamente las cifras de Truman (500.000) eran grotescas, sensacionalistas, única forma de justificar el uso del arma atómica. No olvidarse que Japón ya había expresado ciertas condiciones para rendirse, por lo cual tampoco es cierto que los japoneses se planteaban luchar a muerte hasta el último centímetro en defensa de su nación. A pesar de estas reflexiones otros historiadores creen que una guerra en territorio japonés hubiese sido terrible. El historiador Richard B. Frank señalaba que Japón tenía diseñada la "Operación Decisiva" para luchar hasta el final, pero tanto el mando político como militar nipón ya no lo creían viable, razón por la que enviaron señales de rendición.

Otros historiadores estadounidenses califican el bombardeo atómico sobre Japón como "crimen de guerra" (Gabriel Jackson en Civilización y barbarie en la Europa del siglo XX). Otros defienden que se debió haber seleccionado un lugar menos poblado como demostración del poder de la bomba, se cita, por ejemplo la bahía de Tokio que ya había sido antes castigada severamente con bombarderos convencionales. Geoffrey Shepherd razonaba que "de este modo, los Estados Unidos podrían haber cuidadosamente maximizado el enfoque de la amenaza, al tiempo que minimizando el daño a Tokio".

El debate se mantendrá más por cuestiones morales que de derecho puesto que, históricamente ya está establecido que el uso del arma atómica no fue para poner fin a la guerra, es decir por un estado de necesidad militar, lo fue para impedir que la URSS se consolide en el Lejano Oriente y Europa. 

Tampoco los nazis fueron los únicos en mantener una política oficial de exterminio de las minorías o expulsión sistemática de la población de las regiones conquistadas, también el Imperio del Japón lo hizo -como política de Estado-. Se estima que entre 1937 y 1945, el ejército japonés ejecutó más de 10 millones de personas, la mayoría chinos (unos seis millones, la mayoría civiles durante la ocupación en que se utilizaron armas químicas en diversas ocasiones), luego coreanos, filipinos, indonesios e indochinos, entre otros, cifra en que debe incluirse prisioneros de guerra occidentales. Otras fuentes elevan considerablemente las cifras responsabilizando al ejército imperial japonés. 

La guerra es un crimen, por lo que es necesario que algunos reflexionen que no es bueno hablar más de los verdugos que de las víctimas. Por sentado que a lo largo de la historia los vencedores juzgan a los perdedores -el hecho que los Aliados procesaran a los alemanes y japoneses es relativo, lo mismo pudo suceder si el Eje triunfaba-. 

En la actualidad, con una superpotencia prevaleciente -Estados Unidos- se ha constituido la "mayor fuerza de justicia" mediante sus fuerzas militares que no permite que otros países intenten imponer ciertas reglas, defendiendo sus intereses a toda costa, así lo dijo Donald Trump en un discurso del 9 de diciembre del 2017. 

Esa es la historia del mundo a lo largo de su existencia, la guerra hace prevalecer el poder de uno sobre el otro.

Desde mi punto de vista, no debería haber más debate sobre si el ataque atómico al Japón fue un crimen de guerra o de lesa humanidad, porque lo fue (dentro de las dos categorías) y lo confirmamos revisando las reglas del Derecho Humanitario. Solo con recordar las palabras de Dwight Eisenhower sería suficiente: "Los japoneses estaban dispuestos a rendirse y no era necesario atacarlos con esa cosa horrible"


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II Parte



Por Rossen Vassilev Jr.
13 de julio de 2019

¿Fue el presidente Harry Truman “un asesino”, tal como lo calificó una vez la reconocida filósofa analítica británica Gertrude Elizabeth Anscombe? En efecto, ¿fueron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad, como ella y otros eminentes académicos han afirmado públicamente? La distinguida profesora de filosofía y ética en Oxford y Cambridge, la doctora Anscombe, una de las filósofas más dotadas del siglo XX, reconocida como la mejor filósofa de la historia, calificó abiertamente al presidente Truman de “criminal de guerra” por su decisión de arrasar con bombas atómicas las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 (Rachels & Rachels, 127). 

Las dos razones más citadas de la controvertida decisión del presidente Truman fueron la de acortar la guerra y la de salvar la vida de “entre 250.000 y 500.000” soldados estadounidenses que probablemente habrían muerto en combate si el ejército estadounidense hubiera tenido que invadir las islas del Japón imperial. Se afirma que Truman dijo: “No podía soportar esa idea y ello llevó a la decisión de utilizar la bomba atómica” (Dallek, 26).

Pero la doctora Gertrude Anscombe, que junto con su marido, el doctor Peter Geach, profesor de lógica filosófica y ética, fueron los principales defensores en el siglo XX de la doctrina de que las normas morales son absolutas, no creyeron este argumento moralmente cruel: “Pero, ¿qué haría usted si tuviera que elegir entre hervir a un bebé o permitir que un desastre terrible ocurriera a mil personas (o a un millón, si mil no es suficiente)? El que los hombres elijan matar inocentes como medio de obtener sus fines siempre es un asesinato” (Rachels & Rachels 128-129).

En 1956 la profesora Anscombe y otros destacados académicos de la Universidad de Oxford protestaron abiertamente contra la decisión de los administradores de la universidad de conceder a Truman un título honorario para agradecer la ayuda estadounidense durante la guerra. Incluso escribió un panfleto en el que explicaba que el expresidente estadounidense era un “asesino” y un “criminal de guerra” (Rachels & Rachels 128).

Para muchas personas contemporáneas de Elizabeth Anscombe los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki violaron normas ético filosóficas como “la vida humana es sagrada” y “matar es un crimen”, además de “está mal utilizar a las personas como medio para lograr los fines de otras personas”. 



Herbert Hoover

El expresidente Herbert Hoover fue otra de los primeros críticos que afirmó abiertamente que “me repugna el uso de la bomba atómica con su asesinato indiscriminado de mujeres y niños” (Alperovitz, The Decision, 635).

Incluso el propio Jefe de Estado Mayor del presidente Truman, el Almirante William D. Leahy, que fue laureado con cinco medallas (el oficial militar estadounidense de mayor rango durante la guerra), declaró abiertamente que desaprobaba enérgicamente los bombardeos atómicos: 

En mi opinión el uso de esta bárbara arma en Hiroshima y Nagasaki no prestó ninguna ayuda material en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y estaban dispuestos a rendirse debido a la eficacia del bloqueo marítimo y al éxito de los bombardeos con armas convencionales. […] Me parece que al ser los primeros en utilizarla adoptamos unos principios éticos comunes a los bárbaros de la Edad Media. […] No se me enseñó a hacer la guerra de esta manera y no se pueden ganar las guerras destruyendo a mujeres y niños” (Claypool, 86-87).

Por otra parte, las personas que defienden al presidente Truman parecen utilizar el casi utilitario “argumento del beneficio” para justificar el brutal uso de un arma devastadora de destrucción masiva que mató a cientos de miles de personas civiles inocentes en ambas ciudades japonesas a pesar de que, contrariamente a lo afirmado en muchas declaraciones públicas de Truman en aquel momento, no hubiera tropas militares ni armamento pesado ni siquiera industrias importantes relacionadas con la guerra en ninguna de las dos ciudades. Debido a que el ejército japonés había reclutado a prácticamente toda la población adulta masculina tanto de Hiroshima como de Nagasaki, la mayoría de las víctimas de la muerte abrasadora caída del cielo fueron mujeres, niños y hombres ancianos. La excusa que el propio Truman dio muchas veces fue que “arrojar las bombas detuvo la guerra, salvó millones de vidas” (Alperovitz, Atomic Diplomacy. 10). Incluso se jactó de “haber dormido como un bebé” la noche después de firmar la orden final de utilizar las bombas atómicas contra Japón (Rachels & Rachels, 127). Pero lo que Truman decía para justificarse está lejos de ser la verdad y mucho menos toda la verdad.

Desatar un Frankenstein nuclear


Albert Einstein junto a Leo Szilard.

A instancias de un colega físico nuclear, el exiliado húngaro antinazi Leo Szilard, Albert Einstein escribió una carta al presidente Franklin D. Roosevelt (FDR) el 2 de agosto de 1939 para recomendarle que el gobierno estadounidense empezara a trabajar en la elaboración de un poderoso dispositivo atómico que fuera un elemento de disuasión defensivo ante la posible adquisición y uso de armamento nuclear por parte de la Alemania nazi (Ham, 103-104). Pero para cuando finalmente despegó el top secret Proyecto Manhattan a principios de 1942, obviamente el ejército estadounidense tenía otros planes mucho más ofensivos respecto a los futuros objetivos de las bombas atómicas estadounidenses. Mientras que los bombardeos convencionales diarios (en los que se incluía el uso de napalm y otras bombas incendiarias) habían reducido a escombros al menos otras 67 ciudades japonesas, incluida la capital, Tokio, reservaron deliberadamente Hiroshima y Nagasaki con el único propósito de probar la capacidad destructora del nuevo dispositivo atómico (Claypool 11).

Una razón todavía más importante para utilizar la bomba era asustar a Stalin, que había pasado rápidamente de ser “el viejo tío Joe” durante la presidencia de FDR a convertirse en “la Amenaza Roja” a ojos de Truman y sus principales asesores. El presidente Truman había abandonado rápidamente la política de cooperación con Moscú de FDR para sustituirla por una nueva política de confrontación hostil con Stalin en la que el recién adquirido monopolio estadounidense del armamento nuclear se iba a explotar como herramienta agresiva de la diplomacia antisoviética de Washington (lo que Truman denominó “diplomacia atómica”). Dos meses antes de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki ese mismo Leo Szilard se había reunido en privado con el secretario de Estado de Truman, James F. Byrnes, y había tratado infructuosamente de persuadirle de que el arma nuclear no se debía utilizar para destruir objetivos civiles indefensos, como las ciudades japonesas. 

Según el doctor Szilard, 


el señor Byrnes no argumentó que fuera necesario utilizar la bomba contra las ciudades de Japón para ganar la guerra […] , el señor Byrnes consideraba que el hecho de que nosotros tuviéramos y utilizáramos la bomba haría a Rusia más manejable en Europa” (Alperovitz. Atomic Diplomacy 1, 290).

De hecho, el gobierno Truman había pospuesto la reunión en Potsdam de los Tres Grandes [la Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido] hasta el 17 de julio de 1945, el día siguiente de la prueba Trinity, con éxito, de la primera bomba atómica en el campo de pruebas de Alamogordo, Nuevo México, con el fin de proporcionar a Truman una fuerza diplomática extra en las negociaciones con Stalin (Alperovitz, Atomic Diplomacy 6). En palabras del propio Truman, la bomba atómica “iba a poner firmes a los rusos” y “a nosotros en posición de dictar nuestros propios términos al final de la guerra” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 54, 63).


Reunión de los "Tres Grandes" en Potsdam (antes que Churchill pierda las elecciones en casa).

En aquel momento al gobierno Truman ya no le interesaba que el Ejército Rojo liberara el norte de China (Manchuria) de la ocupación militar japonesa (tal como habían acordado FDR, Churchill, y Stalin en la Conferencia de Yalta celebrada en febrero de 1945) y mucho menos que invadiera o capturara el propio Japón imperial. Todo lo contrario. Deplorando públicamente los “motivos político diplomáticos más que militares” que hay detrás de la decisión de Truman de atacar Japón con armas nucleares, Albert Einstein se quejó de que “una gran mayoría de los científicos se oponían al empleo repentino de la bomba atómica. Sospecho que el asunto se precipitó debido al deseo de acabar la guerra en el Pacífico de cualquier modo que no fuera la participación de Rusia” (Alperovitz, The Decision, 444). Winston Churchill dijo en privado a su ministro de Exteriores, Anthony Eden, en la Conferencia de Potsdam: “Está muy claro que en estos momentos Estados Unidos no quiere que Rusia participe en la guerra contra Japón” (Claypool, 78).

Ni siquiera la desesperada oferta de último minuto de Tokio (hecha durante y después de la Conferencia de Potsdam) de rendirse a los Aliados si estos prometían no perseguir al emperador de Japón que era como un dios o quitarlo de su puesto pudo impedir esta mortífera decisión, aun cuando Truman “había expresado su voluntad de mantener al emperador en el trono” (Dallek, 25).

Por consiguiente, salvar las vidas de los soldados estadounidenses no fue precisamente uno de los argumentos más convincentes de Truman. A principios de 1945 FDR y el general Dwight Eisenhower, Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa, habían decidido dejar la captura de Berlín a las tropas del mariscal soviético Georgi Zhukov, que estaban endurecidas en el combate, para evitar que hubiera muchas bajas estadounidenses. Después de declarar oficialmente la guerra a Tokio el 8 de agosto de 1945 y tras haber destruido a las fuerzas militares en Manchuria el Ejército Rojo de Stalin se preparó para invadir y ocupar las islas que conformaban Japón, lo que sin lugar a dudas habría salvado las vidas de miles de soldados estadounidenses por quienes Truman parecía tan preocupado. Pero después de la rendición incondicional de la Alemania nazi en mayo de 1945, Truman había llegado a compartir el famoso comentario revisionista de Churchill de que “hemos matado al cerdo equivocado.

Tampoco está claro si Tokio acabó rindiéndose el 14 de agosto debido a los dos ataques nucleares estadounidense perpetrados el 6 y 9 de agosto respectivamente (después de los cuales prácticamente ya no quedaba ninguna ciudad japonesa más por destruir ni ninguna bomba atómica estadounidense más por arrojar) o debido a la amenaza de una invasión y ocupación soviéticas después de que Moscú entrara en guerra contra el Imperio de Japón. Unos días antes de la declaración soviética de guerra el embajador japonés en Moscú había enviado un cable al ministro de Exteriores Shigenori Togo en Tokio diciéndole que la entrada de Moscú en la guerra supondría un desastre total para Japón: 


Si Rusia […] decidiera de pronto aprovecharse de nuestra debilidad e intervenir en contra de nosotros con la fuerza de las armas, estaríamos en una situación totalmente desesperada. Está claro como el día que el Ejército Imperial en Manchukuo [Manchuria] sería completamente incapaz de oponerse al Ejército Rojo que acaba de obtener una gran victoria y es superior a nosotros en todos los aspectos” (Barnes).

Usar o no usar el arma nuclear




Más tarde se citaron las palabras de Eisenhower en las que afirmaba que estaba convencido de que no hubiera sido necesario utilizar la bomba para obligar a Japón a rendirse: “En aquel momento Japón estaba buscando alguna manera de rendirse con una pérdida mínima de ‘prestigio’ […] no era necesario atacarlos con esa cosa tan atroz” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 14).

Eisenhower repitió en privado sus objeciones a su superior directo, el Secretario de la Guerra de Truman, Henry L. Stimson


Yo había sido consciente de un sentimiento de depresión, de modo que le expresé mis fuertes recelos, en primer lugar debido a que yo creía que Japón ya estaba derrotado y que arrojar la bomba era completamente innecesario, y segundo porque me parecía que nuestro país debía evitar escandalizar a la opinión pública mundial al utilizar esa bomba, cuyo uso, en mi opinión, ya no era obligatorio para salvar vidas estadounidenses” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 14).

El almirante William F. Halsey, comandante de la Tercera Flota estadounidense (que llevó a cabo la mayor parte de las operaciones navales contra los japoneses en el Pacífico durante toda la guerra), coincidía en que “no había una necesidad militar” de utilizar la nueva arma, que se utilizó solo porque el gobierno Truman tenía un “juguete y quería probarlo. […] La primera bomba atómica fue un experimento innecesario. […] Fue un error arrojarla” (Alperovitz The Decision 445). 

En efecto, en aquel momento era bastante “seguro” que un Japón totalmente devastado, que estaba al borde de un colapso interno, se habría rendido en unas semanas, si no días, sin los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki o incluso sin la declaración soviética de guerra a Tokio. Como concluyó la investigación oficial U.S. Strategic Bombing Survey [Estudio sobre el Bombardeo Estratégico Estadounidense] elaborado al final de la guerra, “seguramente antes del 31 de diciembre de 1945 y con toda probabilidad antes del 1 de noviembre de 1945 Japón se habría rendido incluso si no se hubieran arrojado las bombas atómicas, incluso si Rusia no hubiera entrado en guerra e incluso si no se hubiera planeado o contemplado una invasión” (Alperovitz, Atomic Diplomacy 10-11).

El General de División Curtis E. Lemay, comandante del 21 Comando de Bombarderos de Estados Unidos, que había dirigido la campaña de bombardeos masivos convencionales contra Japón durante la guerra y arrojado las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, declaró públicamente: 


Me parecía que no había necesidad de utilizarlas [las armas atómicas]. Estábamos haciendo el trabajo con [bombas] incendiarias. Estábamos haciendo mucho daño a Japón. […] Seguimos adelante y arrojamos las bombas porque el presidente Truman me dijo que lo hiciera. […] Es muy probable que todo lo que hizo la bomba atómica fue ahorrar unos pocos días” (Alperovitz, The Decision, 340).

Puede que el bombardeo diario de ciudades alemanas y japonesas durante la guerra, incluidos los bombardeos de Hamburgo, Dresde y Tokio, que casi habían acabado con sus poblaciones civiles, hicieran que fuera un poco más aceptable moralmente para Truman la fatídica decisión de arrojar sobre Japón las dos bombas atómicas llamadas “Little Boy” y “Fat Man”. El objetivo declarado de esos despiadados ataques aéreos que abrasaron las ciudades era destruir la moral y la voluntad de luchar de las poblaciones alemana y japonesa, y de ese modo acortar la guerra. Pero muchos años después de la guerra el doctor Howard Zinn (que había sido copiloto y bombardero de un B-17 que había volado en docenas de misiones de bombardeo contra la Alemania nazi) reflexionó con tristeza: “Nadie parecía ser consciente de la ironía de que una de las razones de la indignación general contra las potencias fascistas era su historial de bombardeos indiscriminados contra poblaciones civiles” (Zinn, 37). Pero, de hecho, el Secretario de la Guerra, Henry Stimson, el almirante William Leahy y el general Douglas MacArthur no estaban menos afectados por lo que consideraban la barbarie de la campaña aérea “terrorista” y Stimson temía en privado que Estados Unidos “se labrara la reputación de cometer más atrocidades que Hitler” (Ham 63).

Era evidente que Japón estaba derrotado y estaba dispuesto a rendirse antes de que se utilizara la bomba, cuyo principal objetivo, si no el único, era intimidar a la Unión Soviética. Pero había varias alternativas viables, algunas de las cuales se discutieron antes de los bombardeos atómicos. El Subsecretario de Marina, Ralph Bard, estaba convencido de que “la guerra japonesa se había ganado verdaderamente” y estaba tan preocupado por la posibilidad de usar bombas atómicas contra personas civiles indefensas que consiguió una reunión con el presidente en la que, sin éxito, insistió con vehemencia “en que se advirtiera a los japoneses acerca de la naturaleza del nuevo armamento” (Alperovitz Atomic Diplomacy 19). El almirante Lewis L. Strauss, asesor especial del Secretario de Marina, que había sustituido a Bard después de que este dimitiera indignado, también creía que “la guerra estaba casi terminada. Los japoneses estaban prácticamente dispuestos a capitular”. Esa es la razón por la que el almirante Strauss insistía en que había que hacer una demostración de la bomba de modo que no matara a gran cantidad de personas civiles y propuso que “[…] un lugar adecuado para llevar a cabo esta demostración sería un gran bosque de árboles no lejos de Tokio” (Alperovitz Atomic Diplomacy 19). 

El general George C. Marshall, Jefe del Estado Mayor del Ejército de Estados Unidos, también se oponía a que se utilizara la bomba en zonas civiles y argumentaba que, en vez de ello, 


“[…] esas armas se podrían utilizar contra objetivos estrictamente militares como una grandes instalaciones navales y después, en caso de que no se obtuviera un resultado completo, […] deberíamos escoger varias zonas industriales y se avisaría a la gente que las evacuara diciendo a los japoneses que teníamos la intención de destruir esos centros. […] Se debería hacer todo lo posible para que nuestras advertencias sean claras. […] Con estos métodos de advertencia debemos compensar el oprobio que podría producirse a consecuencia de un empleo poco meditado de esa fuerza” (Alperovitz, Atomic Diplomacy, 20).

El general Marshall también insistió en que en vez de sorprender a los rusos con el primer uso de la bomba atómica se debería invitar a Moscú a enviar observadores a la prueba nuclear en Alamogordo. Así mismo, muchos científicos que trabajaban en el Proyecto Manhattan insistieron en que se organizara primero una demostración, incluida una posible explosión nuclear en un mar cerca de la costa de Japón para poder dejar claro a los japoneses el poder destructivo de la bomba antes de emplearla contra ellos. Pero tal como ocurrió con las opiniones disidentes dentro del ejército estadounidense, el gobierno Truman tampoco tuvo en cuenta seriamente la oposición de los científicos nucleares (Alperovitz Atomic Diplomacy 20-21).

Conclusión

A consecuencia de la inmoral decisión de Truman de utilizar bombas nucleares contra los “japos” (una palabra peyorativa para designar a los japoneses utilizada comúnmente en público en Estados Unidos durante la guerra, incluido el propio presidente Truman), mucho más de 200.000 personas civiles murieron abrasadas instantáneamente y otras miles murieron después a consecuencia de las radiaciones. J. Robert Oppenheimer, el científico que dirigía el Proyecto Manhattan y “padre” de la bomba atómica estadounidense, declaró que la decisión de Truman fue “un error extremadamente grave” porque ahora “tenemos las manos manchadas de sangre” (Claypool 17). Howard Zinn estaba de acuerdo con esta opinión del doctor Oppenheimer y señaló que “gran parte del argumento para defender los bombardeos atómicos se basa en una actitud de represalia, como si los niños de Hiroshima hubieran bombardeado Pearl Harbor. […] ¿Merecían morir niños estadounidenses debido a la masacre de niños vietnamitas que cometieron los estadounidenses en My Lai?” (Zinn 59).

El controvertido general Curtis Lemay, que se había opuesto a ambas explosiones nucleares, confesó más tarde al ex Secretario de Defensa Robert McNamara (que había trabajado para Lemay durante la guerra ayudando a seleccionar objetivos japoneses para los bombardeos): 


Si hubiéramos perdido la guerra todos habríamos sido procesados como criminales de guerra” (Schanberg). 

Debido al uso injustificable e innecesario de esas armas de destrucción masiva tan inhumanas e indiscriminadas que se arrojaron sobre Hiroshima y Nagasaki, la profesora Elizabeth Anscombe calificó al presidente Truman de asesino y de criminal de guerra. Hasta el día de su muerte la doctora Anscombe creyó que se debería haber llevado a juicio a Truman por haber cometido uno de los peores crímenes de guerra y contra la humanidad de la Segunda Guerra Mundial.

Rossen Vassilev Jr.
Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos



Artículo relacionado:

¿Por qué la Segunda Guerra Mundial terminó con hongos nucleares? 

En inglés:

The Real Reason America Used Nuclear Weapons Against Japan. It Was Not To End the War Or Save Lives. (La razón real por la que América utilizó las armas nucleares contra Japón. No era para terminar la guerra o salvar vidas).

World War II: US Military Destroyed 66 Japanese Cities Before Planning to Wipe Out the Same Number of Soviet Cities (Segunda Guerra Mundial: el ejército estadounidense destruyó 66 ciudades japonesas antes de planear acabar con el mismo número de ciudades soviéticas)

En castellano:  

Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses contra la Humanidad

¿Fue la bomba atómica de Hiroshima un crimen necesario? 70 años de debate


Fuentes del presente artículo:

Alperovitz, Gar, Atomic Diplomacy: Hisroshima and Potsdam. The Use of the Atomic Bomb and the American Confrontation with Soviet Power, London and Boulder, CO, Pluto Press. 1994.

The Decision to Use the Atomic Bomb, New York, Vintage Books, 1996.

Barnes, Michael, “The Decision to Use the Atomic Bomb: Arguments Against”, Web, 14 de abril de 2019.

Claypool, Jane, Hisroshima and Nagasaki, New York and London, Franklin Watts, 1984.

Dallek, Robert, Harry S. Truman, New York, Times Books, 2008.

Ham, Paul, Hiroshima Nagasaki: The Real Story of the Atomic Bombings and Their Aftermath, New York, St. Martin’s Press, 2011.

Rachels, James, y Stuart Rachels, The Elements of Moral Philosophy (octava edición), McGraw-Hill Education, 2015.

Schanberg, Sydney, “Soul on Ice”, The American Prospect, 27 de octubre de 2003, consultado el 14 de abril de 2019.

Zinn, Howard, The Bomb, San Francisco, CA, City Lights Books, 2010. [Traducción al castellano, La bomba, Hondarribia, Hiru, 2014].

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