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04 octubre 2020

Las contradicciones del Irán moderno



por Thierry Meyssan
Red Voltaire


I parte
De país imperialista, Irán pasa a ser ‎antimperialista‎
La historia del Irán de los siglos XX y XXI no corresponde a la imagen que se tiene de ‎ese país en el mundo occidental. Pero tampoco corresponde a la imagen que transmiten ‎los discursos oficiales de los dirigentes iraníes. Históricamente vinculado a China, pero ‎fascinado por Estados Unidos desde hace dos siglos, Irán se debate hoy entre el ‎recuerdo de su pasado imperial y el sueño liberador del imam Khomeini. Khomeini veía ‎en el chiismo algo más que una religión. Lo consideraba también un arma política y ‎militar y vaciló entre proclamarse protector de los chiitas o libertador de los oprimidos.


En 1925, Londres se las arregla para derrocar la dinastía Qayar, que ejercía el poder en Persia, ‎y poner un oficial del ejército británico a la cabeza del país con el título de shah. Durante la ‎Segunda Guerra Mundial, ya bajo el nombre de Reza Pahlevi, aquel elegido de los británicos ‎resulta ser un ferviente germanófilo y Londres lo sustituye por su hijo, Mohammad Reza ‎Pahlevi. En 1971, tratando de alcanzar la estatura de personalidad internacional, el nuevo shah ‎convoca un encuentro de reyes, jefes de Estado y jefes de gobierno de todo el planeta para ‎celebrar los 2.500 años del imperio persa. Inquietos ante aquella muestra de megalomanía, ‎Estados Unidos y el Reino Unido sacan del poder al shah Mohammad Reza Pahlevi para ‎poner en su lugar al ayatola Roullah Khomeini.

Los persas conformaron vastos imperios, pero no lo hicieron conquistando los territorios de ‎los pueblos vecinos sino federándolos. Comerciantes más que guerreros, los persas impusieron ‎su lengua a toda Asia durante todo un milenio, a todo lo largo de las rutas chinas de la seda. ‎El farsi, lengua que hoy se habla únicamente en Irán, ocupaba entonces un lugar sólo ‎comparable al inglés actual. En el siglo XVI, el soberano persa decidió convertir su pueblo al ‎chiismo para unificarlo y aportarle una identidad particular en el seno del mundo musulmán. Ese ‎particularismo religioso sirvió de basamento al imperio safávida. ‎


En 1951, el primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh (sentado a la ‎derecha) hace uso de la palabra ante el Consejo de Seguridad de la ONU.‎

A principios del siglo XX, Persia se ve enfrentada a las ambiciones de los imperios británico, ‎otomano y ruso. Como consecuencia de una terrible hambruna deliberadamente provocada por ‎los británicos –que deja 6 millones de muertos–, Teherán pierde su imperio y, en 1925, Londres ‎impone a Persia una dinastía de opereta –la dinastía Pahlevi– para acaparar la explotación de los ‎yacimientos petroleros únicamente en beneficio del imperio británico. ‎

Pero en 1951 un nuevo primer ministro iraní, Mohammad Mossadegh, nacionaliza la Anglo-Persian ‎Oil Company. Furiosos, el Reino Unido y Estados Unidos derrocan a Mossadegh y mantienen en ‎el poder al shah Mohammad Reza Pahlevi. Para contrarrestar la influencia de los nacionalistas ‎iraníes, Washington y Londres convierten el régimen del shah en una feroz dictadura, liberando al ‎ex general nazi Fazlollah Zahedi e imponiéndolo como primer ministro. Este individuo crea una ‎policía política, la SAVAK, cuyos cuadros son ex oficiales de la Gestapo nazi, reciclados por ‎Washington y Londres y reagrupados en las redes denominadas stay behind.‎

El derrocamiento del primer ministro Mossadegg llama la atención del Tercer Mundo hacia la ‎explotación económica de la que está siendo objeto. El colonialismo francés era un colonialismo ‎tendiente a instalar pobladores franceses en las naciones que colonizaba mientras que el ‎colonialismo británico es sólo una forma de saqueo organizado. Antes del gobierno de ‎Mossadegh, las compañías petroleras británicas no revertían más de un 10% a los pueblos cuyos ‎recursos explotaban. Inicialmente, Estados Unidos se pone del lado de Mossadegh y propone que ‎se revierta la mitad. Impulsado por Irán, la tendencia a ese reequilibrio se mantendra en todo ‎el mundo durante todo el siglo XX. ‎


Amigo de los intelectuales franceses Frantz Fanon y Jean-Paul Sartre, ‎el iraní Alí Shariati reinterpreta el islam como una herramienta de liberación. Según sus ‎palabras: “Si no estás en el campo de batalla, da igual que estés‎ en la mezquita o en un bar”.

Poco a poco van surgiendo dos principales movimientos de oposición en el seno de la burguesía ‎iraní: en primer lugar, los comunistas, respaldados por la Unión Soviética, y después los ‎tercermundistas, reunidos alrededor del filósofo Alí Shariati. Pero será un clérigo, el ayatola ‎Roullah Khomeni quien logrará finalmente despertar la conciencia de los más desfavorecidos. ‎Khomeini estima que más que llorar por el martirio del profeta Hussein lo más importante sería ‎seguir su ejemplo luchando contra la injusticia. Debido a esa posición, Khomeini será ‎estigmatizado como hereje por el resto del clero chiita. Al cabo de 14 años de exilio en Irak, ‎Khomeini se instala en Francia, donde sus ideas impresionan a numerosos intelectuales de ‎izquierda, como Jean-Paul Sartre y Michel Foucault.‎

Mientras tanto, Occidente convierte al shah Mohammad Reza Pahlevi en el «gendarme del Medio ‎Oriente». El shah se ocupa personalmente de aplastar los movimientos nacionalistas y sueña ‎con recuperar el esplendor de otros tiempos, tanto que llega incluso a celebrar con fastuosidad ‎hollywoodense el aniversario 2.500 del imperio persa, montando toda una ciudad tradicional en ‎Persépolis. ‎

Durante el “shock” petrolero de 1973, el shah Mohammad Reza Pahlevi se da cuenta ‎bruscamente del poderío que tiene en sus manos, se plantea la posibilidad de restaurar un ‎verdadero imperio y solicita la cooperación de la dinastía real de Arabia Saudita. Esta última ‎informa de inmediato a su amo estadounidense, quien decide entonces deshacerse de un aliado ‎al que ahora considera demasiado ambicioso, sustituyéndolo por el ya anciano ayatola Khomeini ‎‎–de 77 años en aquel momento– a quien, por supuesto, rodeará con sus agentes. Pero, primero ‎que todo, el MI6 británico procede a “limpiar el terreno”: los comunistas iraníes son ‎encarcelados; el «imam de los pobres», Moussa Sadr, de nacionalidad libanesa, desaparece para ‎siempre durante una visita en Libia; y el filósofo iraní Alí Shariati es asesinado en Londres. Solo ‎entonces, las potencias occidentales invitan al shah Mohammad Reza Pahlevi a salir de Irán por ‎varias semanas para recibir “tratamiento médico”. 

El 1º de febrero de 1979, el ayatola Khomeini regresa de su largo exilio. ‎Desde el aeropuerto de Teherán, va directamente al cementerio de Behesht-e Zahra (ver foto), donde pronuncia una alocución llamando el ejército a unirse a la tarea de liberar Irán ‎de los anglosajones. La CIA descubre entonces que el hombre al que había tomado por un ‎predicador senil es un verdadero tribuno capaz de movilizar multitudes y de comunicar a cada ‎iraní la convicción de que puede ayudar a cambiar el mundo.

El ayatola Khomeini regresa triunfalmente de su exilio el 1º de febrero de 1979. Desde de la pista ‎de aterrizaje del aeropuerto internacional de Teherán, un helicóptero lo traslada de inmediato ‎hasta el cementerio de la ciudad, donde acaban de ser sepultados 600 manifestantes abatidos ‎cuando participaban en una protesta contra el régimen del shah. Khomeini pronuncia entonces un ‎encendido discurso donde, para sorpresa de todos, no arremete contra la monarquía sino contra ‎el imperialismo. El ayatola se dirige directamente al ejército, exhortándolo a ponerse del lado ‎del pueblo iraní, en vez de seguir al servicio de Occidente. El «cambio de régimen» organizado ‎por las potencias occidentales se convierte instantáneamente en una verdadera revolución. ‎

Khomeini instaura un régimen político no vinculado al islam, denominado Velayat-e faqih e ‎inspirado en la República de Platón, cuyas obras el ayatola conoce a fondo: el gobierno ‎se hallará bajo la autoridad de un sabio, en aquel momento el propio Khomeini. El ayatola ‎aparta uno a uno a todos los políticos prooccidentales. Washington reacciona organizando ‎primero varios intentos de golpes de estado militares y después una campaña de terrorismo ‎a través de elementos ex comunistas, los denominados “Muyahidines del Pueblo”. ‎

Estados Unidos acabará pagando –a través de Kuwait– al gobierno iraquí del presidente Saddam ‎Hussein para utilizarlo como fuerza contrarrevolucionaria frente a Irán. Washington orquesta así ‎una sangrienta guerra entre Irak e Irán, conflicto que se extenderá desde septiembre de 1980 ‎hasta agosto de 1988 y a lo largo del cual las potencias occidentales apoyarán cínicamente a los ‎dos bandos. Irán no vacila entonces en comprar armamento estadounidense a través de Israel, ‎lo cual dará lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-Contras». Mientras tanto, ‎el imam Khomeni transforma la sociedad iraní, desarrolla entre su pueblo el homenaje a los ‎mártires y un verdadero sentido del sacrificio. Cuando Irak agrede indiscriminadamente a los ‎civiles iraníes lanzando misiles a diestra y siniestra sobre las ciudades, Khomeini prohíbe al ejército ‎iraní responder haciendo lo mismo y anuncia que las armas de destrucción masiva contradicen su ‎visión del islam, lo cual prolongará un poco más el conflicto. ‎

Cuando las víctimas de la guerra se elevan a un millón de muertos, el presidente iraquí Saddam ‎Hussein y el imam Khomeini se dan cuenta de que están siendo manipulados por las potencias ‎occidentales y la guerra se detiene como había comenzado, sin razón alguna. Khomeini fallecerá ‎poco despues dejando como sucesor al ayatola Alí Khamenei. Los 16 años siguientes estarán ‎dedicados a la reconstrucción del país. Pero Irán se ha desangrado y la revolución ya no es más ‎que un eslogan vacío. Durante las plegarias de los viernes, los creyentes siguen clamando ‎‎«¡Abajo Estados Unidos!», pero el «Gran Satán» yanqui y el «régimen sionista» se han ‎convertido en socios privilegiados. Los sucesivos presidentes iraníes Hachemi Rafsanyani y ‎Mohammad Khatami organizan la economía del país alrededor de la renta petrolera. La sociedad ‎iraní se relaja y las grandes desigualdades sociales comienzan a reaparecer. ‎

Hachemi Rafsanyani (a la izquierda) se convierte en el hombre más rico de Irán. Pero ‎no será vendiendo pistachos sino gracias al tráfico de armamento ‎a través de Israel. Cuando finalmente llega a ocupar la presidencia de la República Islámica, ‎Rafsanyani envía los Guardianes de la Revolución a luchar en Bosnia-Herzegovina… bajo las ‎órdenes de generales estadounidenses.

Rafsanyani, quien se ha enriquecido gracias al tráfico de armas revelado en el escándalo Irán-‎Contras, convence al ayatola Alí Khameini para enviar los Guardianes de la Revolución a luchar en ‎Bosnia-Herzegovina, junto a los sauditas y bajo las órdenes de la OTAN. Por su parte, ‎Mohammad Khatami establece relaciones personales con el especulador estadounidense George ‎Soros.‎


‎Parte II
Y después de haber sido antimperialista, ‎Irán vuelve a ser imperialista
En su estudio sobre el Irán contemporáneo, Thierry Meyssan ‎muestra cómo Teherán volvió a abandonar el ideal antimperialista de la revolución ‎de 1979 para regresar a una política imperial, presenta numerosos elementos desconocidos. Además, termina planteando una ‎sorprendente hipótesis.

Ante la Asamblea General de la ONU, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad solicita que ‎se abra una investigación internacional sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001. ‎Su intervención desata una ola de pánico en Washington donde el presidente Barack Obama levanta bandera blanca ante los ireníes.‎

La juventud iraní que había luchado por su país en la guerra impuesta su país alcanza la madurez. A ‎los 51 años, un ex oficial de los Guardianes de la Revolución, Mahmud Ahmadineyad, es electo ‎presidente de la República Islámica. Como el imam Khomeini, Ahmadineyad no comulga con los ‎dignatarios clericales chiitas, que se las arreglaron para que sus hijos no fueran a la guerra. ‎El objetivo de Ahmadineyad es reiniciar la lucha contra la injusticia y modernizar el país. Ingeniero ‎de formación y profesor de tecnología, Ahmadineyad dota el país de una industria verdadera, ‎emprende un programa de construcción de viviendas y, en materia de la relaciones ‎internacionales, se alía al presidente de Venezuela –Hugo Chávez– y al presidente sirio –Bachar al-‎Assad– frente al imperialismo estadounidense. Irán, Venezuela y Siria se convierten así en centro ‎del juego diplomático internacional, con un discreto apoyo de la Santa Sede. ‎

A pesar del doloroso recuerdo de la guerra que Irak impuso a Irán, Mahmud Ahmadineyad ayuda a ‎la resistencia iraquí frente a la agresión estadounidensesin establecer diferencias entre sunnitas ‎y chiitas. Más tarde también ayudará a Siria frente a los yihadistas. Pero entra en conflicto con ciertos círculos ‎iraníes, debido a la ayuda que aporta a los sunnitas iraquíes y a los laicos sirios, en ‎primer lugar, pero también porque considera más importante el ejemplo del Irán de la Antigüedad ‎que el de la era islámica e incluso trata de autorizar que los hombres no porten barba y el uso ‎facultativo del velo entre las mujeres

La cúpula de la iglesia chiita lo considera entonces una ‎amenaza para su propio poder y para el predominio del Guía de la Revolución, el ayatola Alí ‎Khamenei. Cuando Ahmadineyad resulta reelecto presidente de la República, el ex presidente ‎Khatami y un hijo del también ex presidente Rafsanyani organizan con la CIA un levantamiento de ‎la burguesía en Teherán y en Ispahan. Pero las clases más modestas de la sociedad iraní salen a las ‎calles en defensa del presidente Ahmadineyad y hacen fracasar la «revolución verde» ‎orquestada por la reacción interna y la CIA. ‎

Según sus enemigos externos, el presidente Ahmadineyad es un dictador antisemita que pretende ‎borrar Israel del mapa. Por su parte, sus enemigos internos lo insultan y ridiculizan su misticismo. En realidad, ‎Ahmadineyad denuncia el enorme poder del Guía y llega a ponerse “en huelga” como presidente. ‎
En su calidad de ayatola, Alí Khamenei es una alta personalidad jurídica y ‎espiritual del islam chiita. Como Guía de la Revolución, es el jefe militar y político de la República Islámica.

En marzo de 2013, el Guía de la Revolución, Alí Khamenei, envía a Omán una delegación ‎encargada de conversar en secreto con Estados Unidos. El presidente demócrata Barack Obama ‎sigue adelante con la aplicación de la estrategia Rumsfeld/Cebrowski de destrucción de las ‎estructuras mismas de los Estados en el «Gran Medio Oriente» o «Medio Oriente ampliado» ‎‎ (1)‎, pero no quiere enredar indefinidamente a las tropas estadounidenses en ese enorme ‎lodazal, como hizo su predecesor republicano George W. Bush al emprender la ocupación de Irak. ‎Obama es más bien favorable a la idea de dividir a los musulmanes alimentando las diferencias ‎entre sunnitas y chiitas. Sus diplomáticos aseguran entonces a los enviados del Guía Khamenei ‎que Estados Unidos está dispuesto a permitirle organizar una «media luna chiita» y rivalizar con ‎los sauditas sunnitas. Alí Akbar Velayati, representante del Guía en esa conversación secreta, ve ‎en ello la posibilidad de restaurar el antiguo imperio safávida. A espaldas de otros miembros de la ‎delegación iraní, Velayati se compromete a lograr que los seguidores de Ahmadineyad sean ‎apartados de la próxima elección presidencial y a favorecer la candidatura del jeque Hassan ‎Rohani, quien fue el primer contacto de Israel y Estados Unidos en Irán cuando se montó la ‎operación de tráfico de armas que daría lugar al escándalo conocido como «Irángate» o «Irán-‎Contras». ‎

Así sucederá, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara que Esfandiar Rahim ‎Mashaie, candidato de los seguidores de Ahmadineyad, es un «mal musulmán» y le prohíbe ‎participar en la elección presidencial. El Guía, Alí Khamenei, favorece a varios candidatos –cuya ‎participación en la elección dispersa los votos de los revolucionarios– mientras que los ‎prooccidentales presentan como único candidato a Rohani, quien saldrá electo y designará como ‎ministro de Exteriores a Mohammad Javad Zarif, un hombre que ha pasado la parte más importante de su vida en Estados Unidos

John Kerry y Mohammad Javad Zarif establecen los términos de un ‎preacuerdo en Omán. Resucitan así la idea, concebida por Bernard Lewis y Zbigniew Brzezinski, ‎de sembrar la división entre los pueblos musulmanes del Medio Oriente utilizando las diferencias entre sunnitas y chiitas.‎

El nuevo equipo gobernante iraní negocia públicamente la solución de la llamada «cuestión ‎nuclear iraní» con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y ‎Alemania. El shah Mohammad Reza Pahlevi había iniciado –con apoyo de las potencias ‎occidentales– un programa militar de investigación nuclear, programa que la República Islámica ‎prosiguió durante la guerra que le fue impuesta por Irak, pero que abandonó cuando el imam ‎Khomeini prohibió las armas de exterminio masivo. Al llegar a la presidencia de la República, ‎Mahmud Ahmadineyad había reactivado parcialmente la investigación nuclear pero limitándola a ‎su uso civil. Israel emprendió entonces una campaña internacional de propaganda tendiente a ‎hacer creer que Irán buscaba la manera de exterminar a los judíos –para imponer esa idea, los ‎propagandistas israelíes no vacilan en falsificar la traducción de los discursos del presidente iraní. ‎Pero las potencias occidentales saben que todo eso es falso y rápidamente se llega en Ginebra a ‎un acuerdo que servirá de fachada, pero que no se firma de inmediato ya que, durante todo un ‎año, el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, y el secretario de Estado ‎estadounidense, John Kerry, van a negociar en secreto una repartición del Medio Oriente. Solo ‎después de la firma de ese acuerdo bilateral secreto, en 2015, los otros países participantes en las ‎negociaciones de Ginebra serán invitados a aceptar formalmente, en Lausana, el acuerdo ‎alcanzado en público y finalmente a firmarlo en Viena. Se desbloquean entonces los litigios entre ‎Washington y Teherán. Comienza un proceso de levantamiento de las sanciones impuestas a Irán, ‎ambas partes proceden a la liberación de prisioneros y una primera entrega de 1.300 millones de ‎dólares en efectivo es discretamente enviada a Irán por vía aérea. ‎

Pero en Irán, mientras las familias de los miembros del equipo del presidente Rohani se dan la ‎gran vida, la situación económica del pueblo iraní es cada vez peor. Las sanciones económicas ‎occidentales obstaculizan el desarrollo del país, pero eso no explica totalmente la situación ‎ya que Irán se ha convertido en un experto en comercio internacional, desarrollando alrededor de ‎Dubai un extenso sistema de intermediarios que le permite disimular el origen y el destino de sus ‎productos. Para Estados Unidos resulta imposible controlar las fronteras terrestres de Irán con ‎‎8 países y sus fronteras marítimas. ‎

Después de haber sido vicepresidente bajo el mandato del presidente ‎Ahmadineyad, Hamid Baghaie, quien planeaba crear una internacional contra la injusticia, fue ‎condenado a 15 años de cárcel durante un juicio secreto.

En 2017, el Consejo de los Guardianes de la Constitución declara al nuevo candidato de los ‎seguidores de Ahmadineyad, Hamid Baghaie, «mal musulmán» y le prohíbe participar en la ‎elección presidencial. El jeque Hassan Rohani es reelecto para un segundo mandato presidencial ‎pero el ex presidente Mahmud Ahmadineyad revela las malversaciones cometidas a favor del ‎gobierno y del Guía. Las autoridades iraníes ponen al ex presidente Ahmadineyad bajo arresto ‎domiciliario y arrestan, uno por uno, a todos los miembros de su entorno. Esfandiar Rahim ‎Mashaei, quien había representado a los seguidores de Ahmadineyad con vista a la elección ‎presidencial de 2017, es condenado a 15 años de cárcel al cabo de un juicio secreto sobre el cual ‎se ignoran incluso los cargos presentados contra el dirigente condenado. ‎

El gobierno iraní publica entonces un documento donde se propone la creación de una federación ‎chiita que abarcaría el Líbano, Siria, Irak, Irán y Azerbaiyán, bajo la autoridad del Guía de la ‎Revolución, el ayatola Alí Khamenei. En realidad se trata de restablecer el imperio safávida. ‎Los Guardianes de la Revolución presentes en Siria abandonan la defensa del país y se dedican ‎ahora únicamente a la protección de las poblaciones chiitas. ‎

En cuestión de años, el Irán antimperialista se ha transformado en una nueva potencia ‎imperialista. Sus aliados, estupefactos, no saben cómo salir de la trampa en la que ahora ‎se sienten atrapados. ‎

Las acciones actuales de Irán no corresponden a los discursos de sus dirigentes, que solo ‎disimulan su estrategia. En Occidente se cree que Irán es un país violentamente ‎antiestadounidense, lo cual es absolutamente falso ya que los gobiernos del shah Mohammad ‎Reza Pahlevi, de los presidentes Rafsanyani, Khatami y del actual presidente Rohani estaban ‎enteramente alineados con Washington

El asunto de los “rehenes” estadounidenses retenidos en ‎la embajada (1979-81) es una fábula total: no eran rehenes sino diplomáticos sorprendidos en ‎flagrante delito de espionaje. Por cierto, es muy significativo el hecho que Estados Unidos ‎nunca llegara a exigir compensaciones invocando la Convención de Viena sobre el personal ‎diplomático. En cuanto al campo antimperialista, sus miembros se definen por su posición ante el ‎imperialismo, no contra Estados Unidos. El ex presidente iraní Ahmadineyad llegó a escribirle a ‎Donald Trump para animarlo a “limpiar” la administración estadounidense, como había prometido ‎hacerlo durante su campaña electoral. ‎

Irán no es que está tampoco en contra de los judíos. Existe ciertamente un antisemitismo real en una ‎fracción de su población, pero fue el emperador Ciro II quien liberó a los judíos de su cautiverio en ‎Babilonia y desde aquella época los judíos siempre estuvieron protegidos en tierras persas. Irán e ‎Israel se insultan públicamente y sabotean mutuamente sus sistemas informáticos… pero nunca se ‎han enfrentado en el campo de batalla –hoy en día incluso explotan juntos el oleoducto Ascalón-‎Haifa, en pleno corazón del Estado hebreo, una realidad prohibida que nadie puede mencionar en ‎la prensa israelí sin exponerse a 15 años de cárcel. ‎

Personalidad militar, pero al mismo tiempo política y espiritual, el general ‎Qassem Suleimani era el principal rival potencial del jeque-presidente Hassan Rohani. Pero fue ‎‎“oportunamente” asesinado por Estados Unidos sin que hayan llegado a concretarse las ‎grandilocuentes amenazas de represalias emitidas desde Teherán. Más bien ha sucedido ‎lo contrario ya que el presidente Rohani aceptó que uno de sus asesinos se convirtiera en ‎primer ministro de Irak.

Desorientado por el fracaso de Hillary Clinton en la elección presidencial estadounidense de 2017, ‎el presidente iraní Rohani cuenta con una rápida destitución del ganador, Donald Trump, y ‎se niega a conversar con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Contrario a la estrategia ‎Rumsfeld/Cebrowski, Donald Trump intima el bando sunnita –en su discurso de Riad – a poner fin ‎al apoyo que aporta al terrorismo yihadista y saca a Estados Unidos del acuerdo firmado ‎en Viena con el bando chiita. Los sauditas se adaptan al nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero ‎en Irán el equipo gubernamental persiste en ignorarlo. La única posibilidad de que el Irán de ‎Rohani llegue a un acuerdo satisfactorio para los dos actores estadounidenses –la Casa Blanca y ‎el Pentágono– sería acabar con los Guardianes de la Revolución iraníes, con el Hezbollah libanés y ‎con cualquier otra forma de oposición al predominio de Occidente, así como aceptar la división ‎de la comunidad musulmana en dos facciones –sunnitas y chiitas– como medio de garantizar que ‎no se produzca un resurgimiento de la revolución. ‎

Finalmente, Donald Trump reafirma su autoridad en la región asesinando, con pocas semanas de ‎intervalo, al principal jefe militar sunnita –el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi– y al principal jefe ‎militar chiita –el general iraní Qassem Suleimani.‎

Sólo entonces el presidente iraní Rohani se decide a negociar con Donald Trump. En marzo ‎de 2020, coordina la acción de las milicias huthis con la de las fuerzas emiratíes en contra de las ‎tropas sauditas en Yemen; en mayo acepta que Mustafá al-Khadimi, uno de los asesinos del ‎general Suleimani, se convierta en primer ministro de Irak; en junio, envía Guardianes de la ‎Revolución a Libia, del lado de la OTAN, como ya había hecho su mentor, Hachemi Rafsanyani, ‎enviando Guardianes de la Revolución a Bosnia-Herzegovina. ‎

Al mismo tiempo, Rohani acepta la proposición china de comprar el petróleo iraní al 70% del ‎precio del mercado internacional, con lo cual garantiza nuevamente la renta petrolera… pero ‎hace peligrar su alianza con la India. Esa alianza preveía hacer transitar el comercio indio hacia ‎Afganistán por el puerto iraní de Chabahar, evitando así el territorio de Pakistán. Sin embargo, lo ‎lógico sería que Irán se integrara al proyecto chino de restablecimiento de la ruta de la seda, de ‎la que ya fue parte durante la Antigüedad y en la Edad Media, lo cual exigiría una alianza entre ‎Irán y Pakistán. ‎

La historia del Irán contemporáneo se resume en un ir y venir entre dos visiones ‎políticas opuestas: la del esplendor de un imperio basado en el legado del profeta Mahoma y la de ‎la lucha por la justicia basada en el ejemplo de los profetas Alí y Hussein. Sorprendentemente, ‎quienes optan por el esplendor imperial son designados en la prensa occidental como ‎‎«moderados» mientras que a los partidarios de la lucha por la justicia se les llama ‎‎«conservadores». ‎

Hipótesis
Lo que expondré de aquí en adelante en este artículo debe, por supuesto, ser visto con mucha ‎prudencia ya que sólo es una hipótesis. Se trata, no obstante, de una hipótesis que merece ‎reflexión. ‎

Todo indica que la muerte del general Qassem Suleimani, comandante de las fuerzas especiales de ‎los Guardianes de la Revolución, llegó como anillo al dedo para el presidente Hassan Rohani. Y ya ‎hemos visto que no solo ese asesinato no recibió una respuesta de valor equivalente sino que ‎además uno de los asesinos se convirtió en primer ministro de Irak, con el apoyo de Rohani. ‎Al nombrar a un ilustre desconocido como sucesor del general Suleimani, el poder iraní ha ‎neutralizado de hecho a los Guardianes de la Revolución. Lógicamente, la próxima personalidad ‎por eliminar sería el secretario general del Hezbollah, el líder libanés Hassan Nasrallah. ‎

El 23 de julio de 2019, el embajador israelí Danny Danon presenta al ‎Consejo de Seguridad de la ONU lo que califica como violaciones de la resolución 1559 ‎cometidas por el Hezbollah… y afirma que esa organización de resistencia dispone de ‎instalaciones permanentes en el puerto de Beirut.

Pero no es eso lo que acabamos de ver en Beirut. Lo que vimos fue un depósito de descarga del ‎Hezbollah alcanzado por un arma nueva que provocó una enorme explosión. Esa operación arroja ‎un saldo de 150 muertos y al menos 5.000 heridos. Sólo voces provenientes de Israel, como ‎la del diputado Moshe Feiglin, y de Irán afirmaban al día siguiente que toda desgracia trae algo bueno. ‎Para la prensa oficial de Teherán, la destrucción del puerto de Beirut intensificará la actividad de la ‎ruta terrestre Teherán-Bagdad-Damasco-Beirut y, por ende, el proyecto de federación chiita. ‎

El 6 de agosto, el presidente francés Emmanuel Macron llegaba a Beirut. Según sus interlocutores, ‎Macron dio a los dirigentes libaneses un plazo de 3 semanas para concretar la aplicación de la ‎segunda parte de la resolución 1551: el desarme de la resistencia libanesa (2). El 7 de agosto, Hassan Nasrallah ‎aparecía en la televisora al-Manar, y pudo vérsele turbado, incómodo, incluso deprimido. ‎Durante su intervención, negó en 4 ocasiones toda presencia del Hezbollah en el puerto de Beirut. ‎

El hecho es que ya la máquina está en marcha. La primera parte de la resolución 1551 preveía ‎sacar del Líbano la fuerza siria de paz que había puesto fin a la guerra civil libanesa. Esa retirada ‎de la fuerza siria de paz se concretó en 2005, a raíz del asesinato del ex primer ministro libanés ‎Rafic Hariri –atribuido entonces al presidente sirio– y de la subsiguiente «revolución del cedro». ‎La segunda parte –el desarme del Hezbollahse inicia ahora, en 2020, con la destrucción de la mitad de Beirut y con una nueva revolución de color. Precisamente todo lo que conviene a ‎Benyamin Netanyahu y a Hassan Rohani, viejos cómplices en el tráfico de armas que dio origen al ‎escándalo conocido como Irángate o Irán-Contras. ‎


Thierry Meyssan

[1] ‎«El proyecto militar de Estados Unidos para el ‎mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 ‎de ‎agosto ‎‎de 2017.‎
[2] L’Effroyable ‎imposture, Tomo 2, por Thierry Meyssan, éditions Demi-Lune.

23 enero 2020

Estados Unidos vs Irán. Diplomacia secreta en medio de rumores mediáticos





Nota previa del editor del blog


Midiendo fuerzas o llegando a consensos? 

Sin la menor duda, en materia de asuntos internacionales referentes a las crisis frecuentes en Próximo Oriente, el laborioso esfuerzo del investigador francés Thierry Meyssan brinda cordura ante los cientos, miles de agoreros del desastre mundial, sus análisis reflejan las verdaderas y secretas relaciones diplomáticas dentro de la geopolítica ya que ninguna superpotencia anhela desatar una guerra por la que se verían obligados a utilizar misiles balísticos o artilugios tácticos nucleares.

Una vez "agotadas" las noticias de los medios de desinformación masiva, con escandalosos titulares a nivel internacional, ofertando un conflicto nuclear que podría desatar el apocalipsis en la Tierra. Show ‎mediático, nada más, noticias que venden muy bien; entre bastidores, los gobiernos y diplomáticos estadounidenses e iraníes elaboraron y llegaron a un consenso para una salida "digna" y "victoriosa" para las partes tras el asesinato del general iraní Suleimani, Por lo dicho, es momento del análisis serio de la situación.

Estamos ante una posibilidad real de llegar a una  descalada de la crisis, no es nada fácil, pero la sola disposición al dialogo (secreto), al estilo de las conversaciones que llevaron a la firma del Acuerdo Nuclear en 2015, podría  llevar a una retirada estratégica y coordinada de éstos dos antagonistas en el Próximo Oriente. Por sentado que esta iniciativa es de conocimiento y satisfacción para los miembros de la OTAN - Unión Europea. Nadie quiere verse envuelto en un conflicto nuclear, ni siquiera la pequeña y belicosa nación de Israel que siembra tormentas con la irrupción sorpresiva de sus raids aéreos sobre posiciones claves de Irán en Siria, poniendo en apuros a las superpotencias. 
 ‎
Thierry Meyssan es preciso, maneja siempre un punto de vista objetivo, respaldado por fuentes de alto nivel que cabildean el acontecer de la diplomacia y el poder, por supuesto, con la documentación oportuna; por ejemplo, desmiente rotundamente que la orden de Donald Trump de asesinar al general iraní Qassem Suleimani en territorio iraquí  hubiese estado a punto de provocar la Tercera Guerra Mundial, posición  propagandística muy adecuada a los intereses de los opositores del partido Demócrata en los Estados Unidos, aportando una "nueva prueba" a la moción de destitución del presidente Trump en el Congreso (impeachment). Sobra decir que el juicio político contra Trump es de mayor relevancia mundial que el asesinato del militar iraní. 

Hay otro hecho que pasa desapercibido, algo que ya no podemos imputar a Trump, Estados Unidos, OTAN, UE, etc. Conforme nuestra fuente, Irán ha dado un paso atrás en cuanto al respeto al Derecho Internacional, y no se trata de un acto al que se ve obligado por las injerencias foráneas, ni por las mutuas acusaciones y forcejeos entre EEUU-Irán. Hay quienes perciben un profundo cambio en la conducta iraní frente a las normas internacionales; en ese sentido, Meyssan afirma que Irán "ha pasado a ignorarlo, ‎uniéndose así a Estados Unidos e Israel, que nunca lo admitieron" (al Derecho Internacional).

Lo mejor será leer las reflexiones de Thierry Meyssan. El siguiente contenido fue presentado recientemente en dos ponencias separadas, dadas las referencias y la obvia relación son presentadas en una sola exposición. Los títulos corresponden a las publicaciones originales.

...Por cierto, la trágica muerte del general Sulemaini nos debería hacer recordar la muerte de otro héroe de guerra, el general druso sirio, Mayor General Issam Zahreddine (ver notas a pie de página)


Los entretelones de las relaciones entre ‎Estados Unidos e Irán

Al referirse a la crisis de los rehenes, que enfrentó al presidente James Carter a Irán en 1979, el ‎presidente Donald Trump despertó el orgullo de Estados Unidos. Pero esa afirmación es sólo una ‎presentación tendenciosa del periodista Walter Cronkite. Al mencionar aquella crisis, Trump enviaba ‎un mensaje al Irán que supo negociar un “happy end” con el presidente Reagan. ‎ 
Dos países divididos
Entender las relaciones entre Estados Unidos e Irán se hace especialmente difícil, sobre todo por ‎tratarse de dos países profundamente divididos:
‎ 
Aunque Donald Trump es el presidente de Estados Unidos, todos los expertos son capaces de ver ‎que está tratando de gobernar a pesar de la oposición de casi toda la administración federal, la cual ‎no aplica sus instrucciones y participa activamente en el proceso parlamentario iniciado para sacarlo ‎de la Casa Blanca. 

No se trata de una división política entre republicanos y demócratas ya que el presidente Trump ‎no es un republicano propiamente dicho, aunque obtuvo la investidura del Partido Republicano. ‎Se trata más bien de una diferencia heredada de las tres guerras civiles anglosajonas –la guerra civil ‎británica, la guerra de independencia estadounidense y la Guerra de Secesión. Se enfrentan así la ‎cultura de los rednecks, herederos de la conquista del Far West (el Lejano Oeste) y la cultura de los ‎puritanos, herederos de los «Padres peregrinos» que llegaron a América a bordo del buque ‎‎Mayflower.‎

- En Irán existen dos poderes que compiten entre sí: el gobierno del jeque-presidente Hassan Rohani y ‎la estructura de poder que depende del Guía de la Revolución, el ayatola Alí Khamenei. Digan lo que ‎digan los medios occidentales, en Irán no hay un grupo que esté paralizando el país. La causa de la ‎parálisis es la lucha a muerte entre esos dos grupos. 

- El presidente Rohani representa los intereses de la burguesía de Teherán y de Ispahán –‎comerciantes interesados en el intercambio internacional y duramente golpeados por las sanciones ‎estadounidenses. El jeque Rohani es un viejo amigo del Estado Profundo estadounidense: fue ‎el primer contacto iraní de la administración Reagan y de Israel en el momento del caso Irán-Contras, ‎en 1985. Fue a través de Rohani que el ayatola Hashemi Rafsanyani se puso en contacto con los ‎hombres del coronel estadounidense Oliver North, lo cual permitió a Rafsanyani dedicarse a la compra ‎de armas, hacerse con el mando de los ejércitos iraníes y convertirse de paso en el hombre más rico ‎de Irán, para llegar después a ser presidente de la República Islámica. Más tarde, durante las ‎negociaciones secretas irano-estadounidenses en Omán, en 2013, el jeque Rohani fue seleccionado ‎por la administración Obama y por Alí Akbar Velayati para acabar con el nacionalismo laico del entonces ‎presidente Mahmud Ahmadineyad y restablecer las relaciones entre Estados Unidos e Irán



Jeque Hassan Rohani, Presidente de la República Islámica de Irán desde 2013.


- Por el contrario, la función del Guía de la Revolución fue creada por el imam Ruholla Khomeini ‎según el modelo del sabio de la República de Platón –modelo que nada tiene que ver con la religión ‎musulmana. El ayatola Khamenei supuestamente debe velar por que las decisiones políticas no violen ‎los preceptos del islam ni los principios de la Revolución antimperialista iraní de 1978. De él ‎dependen los Guardianes de la Revolución, el cuerpo armado al que pertenecía el general Qassem ‎Suleimani. El Guía de la Revolución dispone de un presupuesto extremadamente variable, determinado ‎por las fluctuaciones imprevistas de los ingresos provenientes del petróleo. Por consiguiente, la ‎estructura de poder más afectada por las sanciones estadounidenses no es la administración del presidente Rohani sino la que depende del Guía de la Revolución. Durante los últimos años, el ayatola ‎Alí Khamenei ha tratado de imponerse como referencia en el seno del islam en general, invitando a ‎todos los jefes políticos y religiosos del mundo musulmán a viajar a Teherán, incluso a sus más feroces ‎adversarios. ‎



Alí Hoseiní Jamenei, actualmente Líder Supremo de Irán y máximo dirigente de la clase dirigente clerical islámica de Irán. Fue presidente de Irán entre 1981 y 1989, y Líder Supremo desde su designación para suceder al ayatolá Jomeini (junio de 1989)

Tanto en Estados Unidos como en Irán, la mayoría de las decisiones adoptadas por uno de los poderes ‎anteriormente descritos encuentra de inmediato la oposición de su adversario interno. ‎

Otro elemento que dificulta la comprensión de lo que sucede tiene que ver con las mentiras que ‎se han acumulado entre ambas potencias durante todos estos años, mentiras que a menudo siguen ‎muy presentes. Sólo citaremos aquí las que se han mencionado en los últimos días:

Aunque se sigue hablando de la famosa «crisis de los rehenes» de 1979, lo cierto es que el ‎personal diplomático estadounidense detenido entonces en Irán fue sorprendido en flagrante delito de ‎espionaje. La embajada de Estados Unidos en Irán era el cuartel general de la CIA para todo el ‎Medio Oriente. No fueron los iraníes sino Estados Unidos quien violó las normas y obligaciones del ‎estatuto diplomático. Dos marines miembros del personal a cargo de la custodia de la embajada ‎denunciaron las actividades que realizaba la CIA en aquella sede diplomática, el equipamiento de ‎espionaje que allí existía todavía está expuesto al público hoy en día en los locales que ocupaba la ‎embajada de Estados Unidos en Teherán y los documentos ultrasecretos descubiertos allí fueron ‎publicados en más de 80 volúmenes

La República Islámica nunca ha reconocido el Estado de Israel, pero tampoco se ha planteado nunca la ‎liquidación de la populación judía sino que se pronuncia por el principio de «un hombre, un voto», ‎señalando que ese principio también se aplica a todos los palestinos que hayan emigrado y adquirido ‎otra nacionalidad. En 2019, la República Islámica presentó al Consejo de Seguridad de la ONU un ‎proyecto de referéndum de autodeterminación aplicable en la Palestina geográfica, que abarca todo ‎Israel y la Palestina política. 

Aunque los medios tratan de hacernos creer lo contrario, Irán e Israel no son enemigos ‎irreconciliables ya que están explotando juntos el oleoducto Eilat-Ascalón, cuya propiedad comparten‎. 

Las potencias occidentales siguen fingiendo creer lo contrario, pero saben perfectamente que Irán ‎renunció a toda investigación sobre las armas nucleares en 1988, cuando el imam Khomeini declaró ‎las armas de destrucción masiva incompatibles con el islam. Los documentos robados por Israel y ‎revelados con bombo y platillo por el premier israelí Benyamin Netanyahu en 2018 demuestran que ‎las investigaciones posteriores a la decisión del imam Khomeini sólo tenían que ver con un generador ‎de onda de choque, elemento que puede formar parte de la fabricación de un detonador para bombas ‎atómicas. O sea, ‎no era una pieza “nuclear” sino un componente mecánico que puede tener múltiples usos. ‎


Para las potencias occidentales, al ordenar el asesinato del general Qassem ‎Suleimani, el presidente Trump, agregó otro nombre a la lista de terroristas eliminados. Pero, ‎desde la perspectiva del Medio Oriente, Trump cambió de bando: después de haber luchado ‎contra el Emirato Islámico (Daesh) y de haber abatido al “califa” al-Baghdadi, el presidente ‎estadounidense asesinó al principal enemigo de Daesh, que era el general Suleimani. ‎ 
El asesinato del héroe
General Qassem Suleimani, jefe del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (IRGC), unidad más conocida como los Guardianes de la Revolución.


Habiendo establecido lo anterior, pasemos ahora al asesinato del general iraní Qassem Suleimani y a la ‎crisis provocada por ese hecho.
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El general Suleimani era un soldado excepcional. Luchó en la guerra iniciada por Irak contra Irán, ‎guerra que duró ocho largos años (de 1980 a 1988). Bajo su mando, la fuerza Al-Quds (el nombre ‎árabe y persa de Jerusalén) de los Guardianes de la Revolución aportaron su ayuda a todas las ‎poblaciones víctimas del imperialismo en el Medio Oriente. Durante la agresión israelí de 2006 contra ‎el Líbano, el general Suleimani estuvo en Beirut, dirigiendo la resistencia junto al general sirio Hassan ‎Turkmani y el jefe del Hezbollah, Hassan Nasrallah. Qassem Suleimani entendía la diferencia entre ‎‎Estados Unidos y el imperialismo y a menudo negoció con Washington, proponiéndole incluso ‎alianzas temporales –por ejemplo, en 2001, se alió con la administración de George W. Bush en la ‎lucha contra los talibanes afganos. Sin embargo, desde mayo de 2018, el general Suleimani recibió ‎orden de limitarse a la lucha junto a las comunidades chiitas. Violando el alto al fuego en vigor desde la ‎guerra israelo-siria de 1973, el general iraní lanzó algunos ataques contra Israel desde suelo sirio, ‎poniendo al gobierno de Siria en una situación embarazosa. ‎

El presidente estadounidense Donald Trump había comprendido ciertamente el papel militar que ‎desempeñaba el general Suleimani bajo las órdenes del ayatola Khamenei, pero no entendía que ‎Suleimani se había convertido en un héroe del mundo musulmán, en un verdadero icono, admirado ‎por demás en las academias militares del mundo entero. Al dar luz verde al asesinato del general ‎Suleimani, el presidente Trump actuó en contra de su propia reputación en el Medio Oriente. 


Desde ‎su llegada a la Casa Blanca, Trump había luchado constantemente contra el apoyo estadounidense a ‎al-Qaeda y al Emirato Islámico (Daesh), pero al autorizar el asesinato de Suleimani se convirtió en ‎responsable de la muerte del hombre que encarnó esa lucha con su presencia física en numerosos ‎teatros de operaciones. 

Ni siquiera vale la pena recalcar aquí la naturaleza absolutamente ilegal del ‎asesinato, que además confirmó nuevamente el modus operandi habitual de Estados Unidos desde ‎su surgimiento como país.‎

El asesinato de Qassem Suleimani tiene lugar después de la decisión de Washington de clasificar a los ‎Guardianes de la Revolución iraní como «organización terrorista». Los iraníes comparten la fuerte ‎convicción de que constituyen un pueblo, una civilización. La muerte del general Suleimani ‎en realidad unificó temporalmente a los dos poderes políticos iraníes alrededor de un mismo ‎sentimiento. Millones de iraníes salieron a las calles durante los funerales de Suleimani. ‎



Sólo cuando se hizo evidente que la muerte de Suleimani no iba a desencadenar la Tercera Guerra ‎Mundial, Israel se dio el lujo de aclarar –a través de la CBS– que había confirmado al Pentágono la ‎localización del general iraní y admitió –a través del New York Times que fue informado previamente ‎de que Suleimani iba a ser asesinado. Se trata de informaciones actualmente inverificables. ‎
No habrá conflagración
Todos los medios de difusión occidentales hablaron de los planes iraníes de respuesta, establecidos ‎desde hace años. Pero el Guía Khamenei y el presidente Rohani no reflexionaron en función de esos ‎planes. Los iraníes no son niños que se pelean en un patio de escuela. Los iraníes son una Nación. ‎Ambos responsables iraníes actuaron siguiendo el interés superior de la Nación, como ellos ‎lo conciben. 

A pesar de las declaraciones estruendosas llamando a la venganza, no habrá una ‎venganza iraní de tal magnitud, como no hubo una venganza del Hezbollah después del asesinato ‎ilegal de Imad Moughniyah, perpetrado en 2008, en Damasco.
Para el presidente Rohani, independientemente de la muerte del general Suleimani, es indispensable ‎reanudar el contacto con Washington. Rohani ha considerado hasta ahora que la administración ‎Obama, la que lo puso en la presidencia, siguiendo su interlocutor y que Donald Trump sólo era una ‎especie de accidente llamado a ser destituido rápidamente mediante el Rusiagate o con el flamante ‎‎Ucraniagate. Por esa razón, Rohani ha rechazado hasta ahora los numerosos llamados de Trump a la ‎negociación. Pero Trump sigue en la Casa Blanca y es muy probable que se mantenga allí durante los ‎próximos años. Mientras tanto, la economía iraní se derrumba, gravemente afectada por las sanciones ‎ilegales de Estados Unidos. La reacción internacional de empatía ante el ilegal asesinato del general ‎Suleimani permite actualmente a Rohani abrir la negociación con Washington desde una posición de ‎superioridad moral
Para el ayatola Khamenei, Estados Unidos es el país que ha saqueado Irán durante todo un siglo y ‎Donald Trump no es un hombre de palabra. No porque Trump no haya respetado sus propias ‎promesas sino porque rompió las de su predecesor. El acuerdo 5+1 (JCPOA) había sido aprobado por ‎el Consejo de Seguridad de la ONU. Irán lo consideraba inviolable. Pero Trump decidió simplemente ‎desecharlo, lo cual tenía derecho a hacer. Pero Irán y Estados Unidos habían firmado también un pacto secreto que establecía una nueva distribución de influencias en el Medio Oriente. Trump ‎también anuló ese otro pacto. Ese es el que ahora pretende renegociar de formar bilateral.
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A raíz del asesinato del general Suleimani, Irán anunció rápidamente que no seguiría respetando ‎el acuerdo 5+1 y los diputados chiitas iraquíes exigieron la retirada de las tropas estadounidenses de ‎su país. Los medios de prensa occidentales entendieron esos gestos como muestras de agravación del conflicto, pero ‎en realidad eran ofertas de paz. 

El acuerdo 5+1 dejó de existir cuando Estados Unidos lo abandonó ‎e Irán así lo reconoce ahora, después de haber tratado inútilmente de salvarlo. La retirada de las ‎tropas estadounidenses, no sólo de Irak sino de todo el Medio Oriente, es un compromiso que Trump ‎había contraído durante su campaña electoral, compromiso que no había logrado concretar debido a ‎la oposición de su propia administración. En otras palabras… Irán se pone del lado de Trump.
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Las manifestaciones contra Irán que se registraban en Líbano y en Irak cesaron como por arte ‎de magia.
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El poderoso lobby petrolero estadounidense aportó su respaldo al presidente Trump al cuestionar la ‎‎«doctrina Carter». En 1980, el entonces presidente James Carter había planteado que el petróleo del ‎Golfo era indispensable para la economía de Estados Unidos. Su sucesor creó el CentCom y ‎el Pentágono garantizó el acceso de las compañías estadounidenses al petróleo del Golfo Pérsico. ‎Pero, Estados Unidos ha alcanzado la independencia en el sector energético. Ya no necesita ‎ese petróleo. Por consiguiente, tampoco necesita seguir desplegando sus tropas en esa región. Para ‎Estados Unidos, el objetivo del juego ya no es el de antes. Ya no se trata de apoderarse del petróleo ‎arabo-persa sino de controlar los intercambios petroleros a nivel mundial
Los dirigentes políticos no han sabido adaptarse al desarrollo de los medios de comunicación. ‎Hablan demasiado y demasiado pronto. Adoptan posturas y luego no saben cómo echarse atrás. ‎Después de haber lanzado increíbles llamados de venganza, los Guardianes de la Revolución tenían ‎que hacer algo. Y optaron por bombardear dos bases militares estadounidenses en Irak, sin causar ‎víctimas. Exactamente de la misma manera que Estados Unidos, el Reino Unido y Francia cuando ‎dijeron haber “castigado” a Siria, supuestamente por haber utilizado armas químicas. Esas ‎tres potencias occidentales acabaron bombardeando una base militar vacía –aunque el bombardeo ‎provocó en los alrededores de la base un incendio que dejó algunas víctimas. 
El Estado Profundo estadounidense, después de haber aconsejado mal a Trump, se las arregló para ‎que‎, en la televisión iraní,‎ una voz desconocida exhortara a asesinar al presidente estadounidense, prometiendo además una ‎recompensa en millones de dólares. En adelante, si Trump muere asesinado no habrá que ‎investigar, automáticamente Irán será declarado culpable. Pero vale la pena recordar que cuando ‎el imam Khomeini emitió su fatwa contra la vida de Salman Rushdie, no prometió ninguna ‎recompensa. La promesa de recompensa en dinero corresponde más bien a las costumbres del ‎‎Far West. ‎

En plena crisis, la defensa antiaérea iraní derribó por error un avión de pasajeros ucraniano que ‎despegaba de Teherán. Así que el embajador del Reino Unido organizó en Teherán una pequeña ‎manifestación donde se exigió la renuncia del ayatola Khamenei. Estos hechos trastocan el juego, ‎privando a Irán de la ventajosa posición de víctima que mantenía desde el asesinato del general ‎Suleimani. ‎

Es evidente que Estados Unidos no cederá nada sin obtener algo a cambio. La retirada de ‎sus tropas se concretará sólo en coordinación con una retirada militar iraní. El general Qassem ‎Suleimani era precisamente el símbolo del despliegue militar iraní. Lo que hoy se negocia es la retirada ‎de ambas partes. 

Ya estamos asistiendo a una retirada estadounidense de Siria e Irak hacia Kuwait. ‎La historia de la carta enviada y luego anulada donde el general William Sheely III anunciaba la ‎retirada estadounidense de Irak demuestra que esas negociaciones están en marcha. 
Los principios de la paz no serán fijados desde ahora, y la llegada de esa paz no será inmediata

Durante el periodo de duelo por la muerte del general Suleimani, Irán no podrá admitir públicamente ‎haber llegado a un acuerdo con Estados UnidosUn acuerdo sólo será válido si cuenta con la aprobación de Irak, Líbano, Siria, Turquía y, ‎por supuesto, de Rusia. A pesar de sus maniobras, el Reino Unido no podrá hacerlo fracasar y ‎tendrá que aceptar que salga a la luz en una conferencia regional. ‎

Qassem Suleimani estaría seguramente orgulloso de su vida si su  muerte permitiera el regreso de ‎la paz en la región.


Deriva iraní hacia el comportamiento de ‎Estados Unidos e Israel‎

Las intervenciones de Irán en la ONU solían captar la atención del mundo entero. Irán enarbolaba el ‎estandarte de los pueblos ante el imperialismo. Hoy nada queda de aquel legado.‎ En la foto, el 23 de septiembre de 2010, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuestiona la versión oficial ‎de los atentados del 11 de septiembre de 2001 desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU. ‎ 

Los 195 Estados miembros de la ONU dicen querer resolver sus conflictos sin recurrir a la guerra ‎sino al Derecho. Desde su creación, en la Conferencia de La Haya de 1899, ese Derecho se basa ‎en una idea de muy fácil comprensión: al igual que las personas –incluyendo a los dirigentes ‎políticos–, que aceptan someterse al Derecho Nacional para evitar la guerra civil,‎ los Estados ‎pueden evitar la guerra sometiéndose voluntariamente al Derecho Internacional. ‎

Al hablar aquí de “Derecho Internacional”, no me refiero a lo que, desde la realización de los ‎juicios de Nuremberg hasta la creación de la Corte Penal Internacional (CPI), legaliza que ‎los vencedores juzguen a los vencidos. A lo que me refiero es a los procedimientos que rigen ‎las relaciones entre los Estados. ‎

Tres miembros de la ONU muestran actualmente que no entienden el Derecho Internacional, ‎mientras que otros han dejado de utilizarlo como referencia y, después de haber tergiversado la ‎noción de «Derechos Humanos», prefieren ‎un «multilateralismo basado en reglas».‎
Tres Estados fuera del Derecho
El primero de esos tres países es Estados Unidos, que, desde su creación misma –hace 2 siglos– ‎dice ser una nación «que no se parece a ninguna otra». Según su mito nacional, Estados Unidos sirvió de refugio a la secta ‎puritana de los «Padres Peregrinos», quienes llegaron a América en el barco «Mayflower», y hoy ‎es refugio de todas las personas perseguidas por razones de índole religiosa o política. En nombre ‎de ese mito nacional, Estados Unidos se permite juzgar con extrema severidad los ‎comportamientos de otras países o gobiernos, pero disculpa a priori los comportamientos ‎reprobables de los estadounidenses; y rechaza toda jurisdicción internacional que se interese en ‎los asuntos internos estadounidenses. Fue por eso que ‎Estados Unidos se negó a ser miembro de la Sociedad de Naciones, mientras empujaba a los ‎demás países a incorporarse a ella. Estados Unidos aceptó los principios del Derecho ‎Internacional durante la guerra fría –desde la creación de la ONU hasta la desaparición de ‎la URSS– pero volvió a su comportamiento anterior en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo.

‎En 1999, Estados Unidos atacó ilegalmente la República Federal de Yugoslavia, arrastrando sus ‎vasallos de la OTAN a participar en esa agresión. Posteriormente, recurriendo a pretextos falsos, ‎Estados Unidos emprendió guerras contra Afganistán, contra Irak y contra Libia. Las agresiones ‎que Estados Unidos cometió contra los iraníes, el 3 de enero de 2020, son igualmente ilegales.‎

Israel es el segundo país que viola sistemáticamente el Derecho Internacional, desde su ‎proclamación unilateral –el 14 de mayo de 1948–, en violación del proceso que las Naciones ‎Unidas habían aprobado para la Palestina geográfica. Hace 70 años que Tel Aviv viola ‎sistemáticamente las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y, cuando se plantea la ‎adopción de sanciones, Israel cuenta con la protección de Estados Unidos para garantizarle ‎impunidad. Israel se considera eternamente amenazado y sólo puede sobrevivir a través de ‎la guerra, posición cultural que quizás termine cuando los ciudadanos que se definen como ‎judíos (partidarios del Likud) sean menos numerosos que los que se definen simplemente como ‎israelíes (seguidores de la coalición Azul y Blanco).

En cuanto a Irán, desde siempre Teherán ejecutó líderes opositores en el extranjero, en el mundo ‎entero, pero nunca ciudadanos de otros países. Por ejemplo, el shah Mohamed Reza Pahlevi ‎ordenó el asesinato del filósofo Alí Shariati, perpetrado en Londres, en 1977. Después de 1978, ‎el gobierno islámico eliminó varios líderes contrarrevolucionarios en Europa. Nadie ‎reclamó nunca oficialmente la autoría de aquellas muertes. Durante la guerra de Irak ‎contra Irán, la República Islámica organizó la realización de acciones contra los intereses de ‎sus enemigos en el exterior: por ejemplo, el atentado contra las fuerzas estadounidenses y ‎francesas de la ONU en Beirut, en 1983. Pero la ejecución misma del atentado estuvo a cargo de ‎intermediarios libaneses –que participaron después en la fundación del Hezbollah– y la acción ‎estuvo dirigida contra las actividades ilegales de aquella fuerza –la reunión ‎secreta regional de la CIA. ‎Pero esta vez, Irán lanzó oficialmente varios misiles, desde su territorio, contra fuerzas ‎estadounidenses estacionadas en Irak, violando así la soberanía de Bagdad.‎

Estados Unidos se ve a sí mismo como la nación de los perseguidos y cree que, debido a ese ‎estatus, no tiene que aceptar consejos de los demás… los perseguidores. Israel dice ser el ‎refugio de un pueblo amenazado y que, por esa razón, no tiene que aceptar consejos de quienes ‎alguna vez ignoraron a ese pueblo o, peor aún, lo hicieron víctima de la violencia. ¿Cuál sería ‎entonces la “justificación” de Irán?
La evolución de Irán



Fotografías del General Qassem Suleimani con personalidades chiíes. Arriba: Con el ayatolá Jamenei; en el medio, junto al popular clérigo iraquí Moqtada al-Sadr; abajo, el líder de la revolución islámica ayatolá Jamenei, el jeque Hassan Nasrallha, líder del Hezbolá libanés.

‎Esa evolución no tiene otra explicación que un cambio profundo del Poder. Todo comenzó a ‎salirse de control a finales del año 2013 y, desde 2017, se han visto manifestaciones no sólo en ‎Teherán e Ispahán sino en todo el país. Poco a poco, las instituciones se han transformado. ‎El sistema judicial, antes independiente del poder ejecutivo y del legislativo, se ha convertido en ‎un órgano de represión política, llegando incluso a condenar a ‎‎15 años de cárcel –en un juicio a puertas cerradas y bajo cargos secretos– al ex vicepresidente ‎nacionalista Hamid Baghaie. El Consejo de los ‎Guardianes, encargado –durante la Revolución– de excluir de las elecciones a los agentes de las ‎potencias extranjeras, se ha convertido en un órgano de censura de la oposición que ha llegado a ‎calificar a los miembros del equipo del ex presidente Mahmud Ahmadineyad como «malos ‎musulmanes». En el islam, la función de los clérigos es la de impartir el derecho, pero en este ‎caso estamos como una clase clerical, que viola todos los principios jurídicos, que vuelve a tomar el ‎control del poder. ‎

Lo hemos repetido constantemente desde hace seis años: esto no tiene nada que ver con la ‎oposición entre prooccidentales y la facción adversa, tampoco es una cuestión de creencias. Es el regreso del problema secular de los iraníes: la ciega veneración hacia la función clerical, ‎sin importar cuál sea la confesión dominante. Y no habrá solución posible sin una separación ‎constitucional entre el poder civil y el poder religioso. Es un problema que se ha planteado en ‎todas las épocas, bajo todo tipo de religiones dominantes, bajo todo tipo de regímenes. ‎

Vuelvo a repetir que este problema no tiene nada que ver con la Revolución de 1978. ‎Contrariamente a la idea preconcebida en Occidente, aquella Revolución no se hizo con la clase ‎clerical sino en contra de esa clase. El ayatola Khomeini había sufrido el rechazo de la clase ‎clerical, que sólo se puso de su lado después de haber comprobado la victoria de Khomeini. ‎La aparente intransigencia que caracterizó entonces la actitud de la clase clerical fue sólo la vía que ‎esa clase encontró para tratar de hacer olvidar sus anteriores excesos. Si usamos como referencia los ‎documentos oficiales estadounidenses ya desclasificados, ‎veremos que el consejero estadounidense de seguridad nacional de aquella época, Zbigniew ‎Brzezinski, veía en la clase clerical iraní un aliado de Estados Unidos ante el shah Mohamed ‎Reza Pahlevi, quien se había vuelto demasiado “goloso”. Brzezinski organizó el regreso del imam ‎Khomeini creyendo –erróneamente– que Khomeini era como los demás clérigos y sólo se dio ‎cuenta del error que había cometido cuando conoció el contenido del discurso antimperialista que ‎Khomeini pronunció en el cementerio de Behesht-e Zahra.‎

Numerosos actores del Medio Oriente, comenzando por el Hezbollah libanés y la República Árabe ‎Siria, han entendido la evolución que ha tenido lugar en Irán. Debido a ello, tanto el Hezbollah ‎como Siria se han distanciado de la política interior iraní. En plena guerra, Teherán tardó más de ‎un año en nombrar un embajador a Damasco. Pero las potencias occidentales han sido ‎incapaces de percibir el cambio porque están atrapadas en su propia propaganda contra la ‎Revolución iraní de 1978. Así que interpretan los movimientos actuales en Irán en función de ‎sus propios intentos –innumerables– de derrocar el “régimen”, en vez de observar los ‎comportamientos de los iraníes. ‎
Las explicaciones de Estados Unidos y de Irán ante el Consejo de Seguridad
Como sucede en cada caso de intervención militar en el exterior, después intercambiar andanadas ‎de misiles, Estados Unidos e Irán dijeron ante el Consejo de Seguridad de la ONU haber ‎actuado respetando la Carta de las Naciones Unidas. 
La carta de la embajadora estadounidense Kelly Craft anunciando el asesinato del general Qassem ‎Suleiman, el 2 de enero de 2020, sólo puede catalogarse como surrealista. La embajadora estadounidense no menciona el intento simultaneo de asesinato contra ‎el segundo del general Suleimani, Abdul Reza Shahlai, quien se encontraba en Yemen.‎ 

Asombrosamente, la carta de Estados Unidos al Consejo de Seguridad contiene una serie de ‎acusaciones contra varios aliados de Irán… pero no contiene ninguna acusación contra el ‎general asesinado. Esa carta no menciona las acusaciones del presidente Trump sobre hipotéticos ataques ‎inminentes –supuestamente preparados por el general Suleimani– contra cuatro embajadas estadounidenses. ‎Por cierto, esas acusaciones de Trump fueron desmentidas implícitamente por… su secretario ‎de Defensa, Mark Esper.‎ La única acusación contra Irán mismo es sobre el ataque iraní de respuesta del 7 de enero. ‎

La carta del embajador iraní Majid Takht Ravanchi es tan inconsistente como la de la embajadora ‎estadounidense.‎ Proclama la legalidad de una respuesta militar iraní, pero no de la del 7 de enero. Nada autoriza ‎a Irán a realizar un ataque contra el territorio iraquí sin autorización del gobierno de Irak. ‎Por su parte, Irak protestó inmediatamente contra los actos de Estados Unidos y de Irán. ‎
El interés del Derecho Internacional
Muchos creen que no hay por qué respetar el Derecho si los demás lo violan. Quienes así ‎piensan no ven el Derecho como una protección sino como un obstáculo. ‎

En su obra Leviatán, el filósofo Thomas Hobbes, quien vivió la Revolución Inglesa (de 1642 ‎a 1651), mostraba que los individuos deben hacer todo lo posible por protegerse del caos. ‎Quienes lucharon contra los ejércitos yihadistas saben cuánta razón tenía Thomas Hobbes. ‎Los demás, cuyo confort nunca fue perturbado, simplemente lo ignoran. Thomas Hobbes ‎pensaba incluso que un Estado autoritario es preferible a los horrores del caos. Hobbes aceptaba ‎así las derivas del Estado, comparándolo con Leviatán, monstruo que cierra el acceso al infierno. ‎

En todo caso, el Derecho Internacional nada tiene de monstruoso. No está en contradicción con ‎la conciencia. Apartarse del Derecho es una amenaza para la paz y, por consiguiente, una grave ‎amenaza para la vida de todos nosotros.

Thierry Meyssan 

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