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11 octubre 2022

¿Por qué Estados Unidos necesita la guerra?

 


Por Dr. Jacques R. Pauwels

Investigación Global

* Todo el material gráfico es añadido por el editor de este blog


Este artículo originalmente fue publicado en Indy Media Bélgica y Global Research el 30 de abril de 2003, inmediatamente concluida la invasión y ocupación militar estadounidense de Irak (Segunda Guerra del Golfo, 2003-2011), enfoca principalmente los aspectos de la economía de guerra y sobre la presidencia de George W. Bush.

En una anterior entrada, El EJE (Axis) en la propaganda satírica estadounidense ensayamos una breve visión desde un punto de vista favorable a la relación gobierno - empresa en los EEUU durante la segunda guerra mundial, lo que tampoco es falso, pero solo recoge el lado "amable", hasta positivo de esa relación simbiótica entre gobierno y complejo industrial. En esta investigación el Dr. Jacques R. Pauwels reconoce la verdadera naturaleza de la penetración y dominio total del Complejo Militar Industrial en el alma del supuesto símbolo mundial de la democracia.

Por medio de una nota editorial de Michel Chossudovsky (Global Research), 5 junio 2022, se volvió a publicar, casi 20 años después, esa ponencia del destacado historiador y politólogo Dr. Pauwels. El profesor Chossudovsky, plantea una oportuna pregunta de actualidad: ¿Por qué la administración Biden necesita la guerra, incluido  un programa de armas nucleares de 1,2 billones de dólares?

Aquí sus reflexiones:

"La guerra contra Rusia y China está actualmente en el tablero de dibujo del Pentágono.

Numerosas guerras dirigidas por Estados Unidos desde el final de lo que eufemísticamente se llama la era de la posguerra:

Corea, Vietnam, Camboya, Irak, Libia, Siria, Yemen…  

¿Es lo que el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC) llama la Guerra Larga de Estados Unidos?  


Diseño gráfico de 0´20 Airsoft Magazine (020mag.com -  USA). EEUU en guerra durante 222 años de 239 años de historia de su fundación en 1776, es decir, el 93% de su tiempo desde que existe. Solo 21 años fueron pacíficos.


Lo que se describe en el documento del PNAC es lo siguiente, que refleja lo que hoy se está desarrollando ante nuestros propios ojos en Ucrania:

Establecer cuatro misiones principales para las fuerzas militares estadounidenses:

- Defender la patria americana;

- Luchar y ganar decisivamente múltiples y simultáneas grandes guerras teatrales;

- Realizar los deberes de "policía" asociados con la configuración del entorno de seguridad en regiones críticas;

- Transformar las fuerzas estadounidenses para explotar la “revolución en asuntos militares”.


Para llevar a cabo estas misiones centrales, necesitamos proporcionar suficiente fuerza y ​​asignaciones presupuestarias. En particular, Estados Unidos debe:

- Mantener la superioridad estratégica nuclear...

- Aprovechar la “Revolución en los asuntos militares”…

- Aumentar el gasto en defensa…


La agenda militar de la Administración Biden es consistente con los lineamientos del PNAC: Una operación que consiste en la destrucción deliberada de países soberanos resultando en millones de muertos.

¿Y por qué los estadounidenses apoyan esta agenda militar?" 


* * * * *

       Foto: Ronald Martínez  / Getty Images

Las guerras son un terrible desperdicio de vidas y recursos, y por esa razón la mayoría de la gente se opone en principio a las guerras. El presidente estadounidense, por otro lado, parece amar la guerra. ¿Por qué? 


Muchos comentaristas han buscado la respuesta en factores psicológicos. Algunos opinaron que George W. Bush consideraba su deber terminar el trabajo iniciado, pero no completado por alguna oscura razón, por su padre en el momento de la Guerra del Golfo; otros creen que Bush hijo esperaba una guerra corta y triunfal que le garantizara un segundo mandato en la Casa Blanca.

Creo que debemos buscar en otra parte la explicación de la actitud del presidente estadounidense.


El hecho de que Bush esté interesado en la guerra tiene poco o nada que ver con su psique, pero mucho con el sistema económico estadounidense


Este sistema, el tipo de capitalismo de Estados Unidos, funciona ante todo para hacer que los estadounidenses extremadamente ricos como la “dinastía del dinero” de Bush sean aún más ricos. Sin guerras cálidas o frías, sin embargo, este sistema ya no puede producir el resultado esperado en la forma de ganancias cada vez mayores que los adinerados y poderosos de Estados Unidos consideran como su derecho de nacimiento.

La gran fortaleza del capitalismo estadounidense es también su gran debilidad, a saber, su altísima productividad. En el desarrollo histórico del sistema económico internacional que llamamos capitalismo, una serie de factores han producido enormes incrementos en la productividad, por ejemplo, la mecanización del proceso productivo que se inició en Inglaterra ya en el siglo XVIII. Entonces, a principios del siglo XX, los industriales estadounidenses hicieron una contribución crucial en forma de automatización del trabajo por medio de nuevas técnicas como la línea de montaje. Esta última fue una innovación introducida por Henry Ford y, por lo tanto, esas técnicas se conocen colectivamente como "fordismo". La productividad de las grandes empresas americanas aumentó espectacularmente.

Por ejemplo, ya en la década de 1920, innumerables vehículos salían todos los días de las cadenas de montaje de las fábricas de automóviles de Michigan. Pero, ¿quién se suponía que compraría todos esos autos? La mayoría de los estadounidenses en ese momento no tenían libros de bolsillo lo suficientemente sólidos para tal compra. Otros productos industriales inundaron el mercado de manera similar, y el resultado fue la aparición de una desarmonía crónica entre la oferta económica en constante aumento y la demanda rezagada. Así surgió la crisis económica conocida generalmente como la Gran Depresión. Fue esencialmente una crisis de sobreproducción. Los almacenes estaban repletos de productos sin vender, las fábricas despidieron a los trabajadores, el desempleo explotó y, por lo tanto, el poder adquisitivo del pueblo estadounidense se redujo aún más, lo que empeoró aún más la crisis.


       Animación de Pixabay ilustraciones

No se puede negar que en Estados Unidos la Gran Depresión solo terminó durante y debido a la Segunda Guerra Mundial. (Incluso los más grandes admiradores del presidente Roosevelt admiten que sus políticas New Deal tan publicitadas trajeron poco o ningún alivio). La demanda económica aumentó espectacularmente cuando la guerra que había comenzado en Europa, y en la que los propios EE. UU. no participaron activamente antes de 1942, permitió a la industria estadounidense producir cantidades ilimitadas de equipo de guerra. Entre 1940 y 1945, el estado estadounidense gastaría no menos de 185 mil millones de dólares en dicho equipo, y la participación de los gastos militares en el PNB aumentó así entre 1939 y 1945 de un insignificante 1,5 % a aproximadamente el 40%. Además, la industria estadounidense también suministró enormes cantidades de equipos a los británicos e incluso a los soviéticos a través de Lend-Lease. (En Alemania, mientras tanto, las subsidiarias de corporaciones estadounidenses como Ford, GM e ITT produjeron todo tipo de aviones y tanques y otros juguetes marciales para los nazis, también después de Pearl Harbor, pero esa es una historia diferente).

 

El problema clave de la Gran Depresión –el desequilibrio entre oferta y demanda– se resolvió así porque el Estado “preparó la bomba” de la demanda económica mediante grandes pedidos de carácter militar.

 

En lo que respecta a los estadounidenses comunes y corrientes, la orgía de gastos militares de Washington trajo no solo prácticamente el pleno empleo sino también salarios mucho más altos que nunca; fue durante la Segunda Guerra Mundial que la miseria generalizada asociada con la Gran Depresión llegó a su fin y que la mayoría del pueblo estadounidense alcanzó un grado de prosperidad sin precedentes. Sin embargo, los mayores beneficiarios, con mucho, del auge económico de la guerra fueron los empresarios y corporaciones del país, que obtuvieron beneficios extraordinarios. Entre 1942 y 1945, escribe el historiador Stuart D. Brandes, las ganancias netas de las 2.000 empresas más grandes de Estados Unidos fueron un 40% más altas que durante el período 1936-1939. Tal "boom de ganancias" fue posible, explica, porque el estado ordenó miles de millones de dólares en equipo militar, fracasó en instituir controles de precios y gravaba las ganancias poco o nada. Esta generosidad benefició al mundo empresarial estadounidense en general, pero en particular a esa élite relativamente restringida de grandes corporaciones conocida como "grandes negocios" o "Corporate America". Durante la guerra, un total de menos de 60 empresas obtuvieron el 75% de todas las lucrativas órdenes militares y estatales. Las grandes corporaciones – Ford, IBM, etc. – se revelaron como los “cerdos de la guerra”, (war hogs) escribe Brandes, que se zamparon con la abundancia de los gastos militares del estado. IBM, por ejemplo, aumentó sus ventas anuales entre 1940 y 1945 de 46 a 140 millones de dólares gracias a pedidos relacionados con la guerra, y sus ganancias se dispararon en consecuencia. 

Las grandes corporaciones estadounidenses explotaron al máximo su experiencia fordista para impulsar la producción, pero ni siquiera eso fue suficiente para satisfacer las necesidades del estado estadounidense en tiempos de guerra. Se necesitaba mucho más equipo, y para producirlo, Estados Unidos necesitaba nuevas fábricas y una tecnología aún más eficiente. Estos nuevos activos fueron debidamente arrancados de la tierra, y debido a esto el valor total de todas las instalaciones productivas de la nación aumentó entre 1939 y 1945 de 40 a 66 mil millones de dólares. Sin embargo, no fue el sector privado el que emprendió todas estas nuevas inversiones; Debido a sus desagradables experiencias con la sobreproducción durante los años treinta, los empresarios estadounidenses encontraron esta tarea demasiado arriesgada. Así que el estado hizo el trabajo invirtiendo 17 mil millones de dólares en más de 2000 proyectos relacionados con la defensa. A cambio de una tarifa nominal, se permitió a las corporaciones de propiedad privada alquilar estas nuevas fábricas para producir... y ganar dinero vendiendo la producción al estado. Además, cuando terminó la guerra y Washington decidió despojarse de estas inversiones, las grandes corporaciones de la nación las compraron por la mitad, y en muchos casos solo un tercio, del valor real.


Franklin Delano Roosevelt en una fotografía de 1932 durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. 


¿Cómo financió Estados Unidos la guerra, cómo pagó Washington las elevadas facturas presentadas por GM, ITT y los demás proveedores corporativos de equipos de guerra? La respuesta es: en parte a través de impuestos, alrededor del 45%, pero mucho más a través de préstamos, aproximadamente el 55%. Debido a esto, la deuda pública aumentó dramáticamente, es decir, de 3 mil millones de dólares en 1939 a no menos de 45 mil millones de dólares en 1945. En teoría, esta deuda debería haberse reducido, o eliminado por completo, mediante la recaudación de impuestos sobre la enorme ganancias embolsadas durante la guerra por las grandes corporaciones estadounidenses, pero la realidad era diferente. Como ya se señaló, el estado estadounidense no logró gravar significativamente las ganancias inesperadas de las corporaciones estadounidenses, permitió que la deuda pública se multiplicara y pagó sus cuentas y los intereses de sus préstamos con sus ingresos generales, es decir, mediante los ingresos generados por los impuestos directos e indirectos. Particularmente debido a la regresiva Ley de Ingresos introducida en octubre de 1942, estos impuestos fueron pagados cada vez más por los trabajadores y otros estadounidenses de bajos ingresos, en lugar de por los súper ricos y las corporaciones de las cuales estos últimos eran propietarios, accionistas principales y/o o altos directivos. “La carga de financiar la guerra”, observa el historiador estadounidense Sean Dennis Cashman, “(fue) recaída firmemente sobre los hombros de los miembros más pobres de la sociedad”.


BONOS de GUERRA, El General Dwight "Ike" Eisenhower apoya la compra de bonos de guerra, campaña de la empresa The Timken Roller Bearing Company, 1944

Sin embargo, el público estadounidense, preocupado por la guerra y cegado por el sol brillante del pleno empleo y los altos salarios, no se dio cuenta de esto. Los estadounidenses adinerados, por otro lado, eran muy conscientes de la forma maravillosa en que la guerra generó dinero para ellos y para sus corporaciones. Por cierto, también fue de los ricos empresarios, banqueros, aseguradores y otros grandes inversionistas que Washington tomó prestado el dinero necesario para financiar la guerra; la América corporativa también se benefició de la guerra al embolsarse la mayor parte de los intereses generados por la compra de los famosos bonos de guerra


En teoría, al menos, los ricos y poderosos de Estados Unidos son los grandes campeones de la llamada libre empresa y se oponen a cualquier forma de intervención estatal en la economía. Durante la guerra, sin embargo, nunca pusieron objeciones a la forma en que el estado estadounidense manejó y financió la economía, porque sin esta violación a gran escala de las reglas de la libre empresa, su riqueza colectiva nunca podría haber proliferado como lo hizo. durante esos años.


Durante la Segunda Guerra Mundial, los ricos propietarios y altos directivos de las grandes corporaciones aprendieron una lección muy importante: durante una guerra se puede ganar dinero, mucho dinero. En otras palabras, la ardua tarea de maximizar las ganancias, la actividad clave dentro de la economía capitalista estadounidense, puede absolverse de manera mucho más eficiente a través de la guerra que a través de la paz; sin embargo, se requiere la cooperación benévola del estado. Desde la Segunda Guerra Mundial, los ricos y poderosos de Estados Unidos se han mantenido muy conscientes de esto. También lo es su hombre en la Casa Blanca hoy (2003, es decir, George W. Bush), el vástago de una "dinastía del dinero" que fue lanzado en paracaídas a la Casa Blanca para promover los intereses de sus familiares, amigos y asociados adinerados en la América corporativa, los intereses del dinero, el privilegio y el poder.


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. Izquierda, el General George Marshall; a la derecha, el Almirante Harold Stark (The Timken Roller Bearing Company)

En la primavera de 1945 era evidente que la guerra, fuente de fabulosos beneficios, pronto terminaría. ¿Qué pasaría entonces? Entre los economistas, muchas Cassandras evocaron escenarios que se vislumbraban extremadamente desagradables para los líderes políticos e industriales de Estados Unidos. Durante la guerra, las compras de equipo militar de Washington, y nada más, restauraron la demanda económica y así hicieron posible no solo el pleno empleo sino también ganancias sin precedentes. Con el regreso de la paz, el fantasma de la falta de armonía entre la oferta y la demanda amenazó con volver a acechar a los Estados Unidos, y la crisis resultante bien podría ser incluso más aguda que la Gran Depresión de los "sucios años treinta", porque durante los años de la guerra la productividad, la capacidad de la nación había aumentado considerablemente, como hemos visto. Los trabajadores tendrían que ser despedidos precisamente en el momento en que millones de veteranos de guerra volverían a casa en busca de un trabajo civil, y el desempleo resultante y la disminución del poder adquisitivo agravarían el déficit de demanda. Visto desde la perspectiva de los ricos y poderosos de Estados Unidos, el desempleo que se avecinaba no era un problema; lo que importaba era que la edad de oro de las ganancias gigantescas llegaría a su fin. Tal catástrofe tenía que ser prevenida, pero ¿cómo?


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. el General George Marshall también participó con su imagen. "No defraude al general MacArthur compre bonos de guerra" 1943 (The Timken Roller Bearing Company)


Nota del editor de este blog: En anteriores entradas revisamos que el Complejo Militar - Industrial es una de las mayores fuentes de riqueza -y quizá la favorita- de los EEUU, gran parte de la economía norteamericana es una economía basada en la guerra, aún en tiempos de paz. Según expertos constituye la principal fuente de ingresos y de empleo para el país más poderoso del mundo manejando enormes presupuestos y trabajadores bien remunerados. El Pentágono es el ejemplo de una gran burocracia extensa bien pagada que de no ser así estaría desempleada causando conflictos sociales. 

En EE.UU la construcción y mantenimiento de buques de guerra, portaaviones, tanques, aviones supersónicos de quinta generación, satélites espías, submarinos atómicos, sistemas de misiles, drones asesinos, armamento ligero y municiones, entre muchas otras cosas, aseguran el empleo bien remunerado de decenas de miles de obreros, ingenieros, técnicos especialistas, diseñadores, contables, consultores, etc. 

"¿Qué sería de la economía norteamericana si en cierto momento decidiera prescindir de toda su industria militar, abandonando cualquier pretensión de sostenerse como la primera potencia bélica del planeta? Eso sería tanto como preguntarse: ¿qué se va a hacer con todos esos ingenieros, obreros, diseñadores, contadores, técnicos especializados, consultores, soldados, oficiales de alto rango, con empleos muy bien remunerados en dólares? Respuesta: EEUU no está preparado, al menos en economía, para prescindir de su industria bélica". (Spectator)

EEUU no está preparado para una paz a largo plazo, su economía se desestabiliza sin conflictos armados en el mundo; el armamento que produce tiene que usarse para poder mantener las fábricas de armamento funcionando y las fuentes de empleo seguras. Convertir una economía basada en el belicismo en una economía basada en el pacifismo resulta suicida (en lo económico).


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. los Almirantes Chester Nimitz (cuenta con tí) y William Halsey (está contando contigo!) (The Timken Roller Bearing Company)
 


Los gastos del estado militar fueron la fuente de grandes ganancias. Para que las ganancias siguieran brotando generosamente, se necesitaban urgentemente nuevos enemigos y nuevas amenazas de guerra ahora que Alemania y Japón habían sido derrotados. Qué suerte que existiera la Unión Soviética, un país que durante la guerra había sido un socio particularmente útil que había sacado las castañas del fuego para los Aliados en Stalingrado y en otros lugares, pero también un socio cuyas ideas y prácticas comunistas le permitieron ser fácilmente transformado en el nuevo hombre del saco de los Estados Unidos. La mayoría de los historiadores estadounidenses ahora admiten que en 1945 la Unión Soviética, un país que había sufrido enormemente durante la guerra, no constituía una amenaza en absoluto para los EE. UU. económica y militarmente muy superiores, y que Washington mismo no percibía a los soviéticos como una amenaza.


Campaña por la compra de BONOS de GUERRA. "¡Ayuda al General Patch a hacer el trabajo! Compra bonos de guerra(The Timken Roller Bearing Company) 1945; y, un recorte de periódico con el general George Patton "Compra más bonos y acaba con los japs" (japoneses) (The McGraw Hill Book Company) 


De hecho, Moscú no tenía nada que ganar y mucho que perder con un conflicto con la superpotencia estadounidense, que rebosaba confianza gracias a su monopolio de la bomba atómica. Sin embargo, Estados Unidos, el Estados Unidos corporativo, el Estados Unidos de los superricos, necesitaba urgentemente un nuevo enemigo para justificar los gastos titánicos de "defensa" que se necesitaban para mantener las ruedas de la economía de la nación girando a toda velocidad también después del final de la guerra, manteniendo así los márgenes de beneficio en los niveles exigidos -o mejor dicho, deseados- elevados, o incluso aumentados. Es por ello que la Guerra Fría se desató en 1945, no por los soviéticos sino por el complejo “militar-industrial” estadounidense, como llamaría el presidente Eisenhower a esa élite de individuos y corporaciones adineradas que supieron sacar provecho de la “economía de guerra”.


Caricaturas soviéticas en la GUERRA FRÍA. Izq.  F. Nelubin, "ESTADOS UNIDOS" (1970); derecha, E. Osipov, "No veo ningún camino para el desarme" (1987)

En este sentido, la Guerra Fría superó sus mejores expectativas. Se tuvo que fabricar más y más equipo marcial, porque los aliados dentro del llamado "mundo libre", que en realidad incluía muchas dictaduras desagradables, tenían que estar armados hasta los dientes con equipo estadounidense. Además, las propias fuerzas armadas de Estados Unidos nunca dejaron de exigir tanques, aviones, cohetes y, sí, armas químicas y bacteriológicas y otras armas de destrucción masiva más grandes, mejores y más sofisticadas. Por estos bienes, el Pentágono siempre estuvo dispuesto a pagar grandes sumas sin hacer preguntas difíciles. Como había sido el caso durante la Segunda Guerra Mundial, nuevamente fueron principalmente las grandes corporaciones las que pudieron cumplir con los pedidos. La Guerra Fría generó ganancias sin precedentes, y fluyeron hacia las arcas de aquellas personas extremadamente ricas que resultaron ser los propietarios, los altos directivos y/o los principales accionistas de estas corporaciones. (¿Sorprende que en los Estados Unidos los generales recién retirados del Pentágono reciban rutinariamente ofertas de trabajo como consultores de grandes corporaciones involucradas en la producción militar, y que los empresarios vinculados con esas corporaciones sean designados regularmente como funcionarios de alto rango del Departamento de Defensa?, como asesores del Presidente, etc.?)


Carteles sovieticos de J. Efimovsky: "Superganancias" (1976) y "Reducción de armamentos" (1976)


También durante la Guerra Fría, el Estado estadounidense financió sus disparados gastos militares mediante préstamos, lo que provocó que la deuda pública se elevara a niveles vertiginosos. En 1945 la deuda pública era de “solo” 258 mil millones de dólares, pero en 1990 – cuando la Guerra Fría tocaba a su fin – ¡ascendía a nada menos que 3,2 billones de dólares! Este fue un aumento estupendo, también cuando se tiene en cuenta la tasa de inflación, y provocó que el estado estadounidense se convirtiera en el mayor deudor del mundo. (Dicho sea de paso, en julio de 2002 la deuda pública estadounidense había alcanzado los 6,1 billones de dólares). Washington podría y debería haber cubierto el costo de la Guerra Fría gravando las enormes ganancias obtenidas por las corporaciones involucradas en la orgía armamentista, pero nunca hubo ninguna duda. de tal cosa. En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin y la Guerra Fría tomó el relevo, las corporaciones todavía pagaban el 50% de todos los impuestos, pero durante el curso de la Guerra Fría esta proporción se redujo constantemente, y hoy solo asciende a aproximadamente al 1%.


El artista soviético M. Abramov, "Inflando el presupuesto militar", (1976)


Esto fue posible porque las grandes corporaciones de la nación determinan en gran medida lo que el gobierno de Washington puede o no hacer, también en el campo de la política fiscal. Además, la reducción de la carga fiscal de las empresas se hizo más fácil porque después de la Segunda Guerra Mundial estas empresas se transformaron en multinacionales, “en casa, en todas partes y en ninguna”, como ha escrito un autor estadounidense en relación con ITT, y por lo tanto les resulta fácil evite pagar impuestos significativos en cualquier lugar. En Estados Unidos, donde se embolsan las mayores ganancias, el 37% de todas las multinacionales estadounidenses -y más del 70% de todas las multinacionales extranjeras- no pagaron un solo dólar de impuestos en 1991, mientras que las multinacionales restantes remitieron menos del 1% de sus ganancias en impuestos.

Los costos altísimos de la Guerra Fría, por lo tanto, no fueron soportados por quienes se beneficiaron de ella y quienes, dicho sea de paso, también continuaron embolsándose la parte del león de los dividendos pagados por los bonos del gobierno, sino por los trabajadores estadounidenses y la clase media estadounidense. Estos estadounidenses de bajos y medianos ingresos no recibieron un centavo de las ganancias tan profusamente arrojadas por la Guerra Fría, pero sí recibieron su parte de la enorme deuda pública de la que ese conflicto fue en gran parte responsable. Son ellos, por lo tanto, quienes cargaron realmente con los costos de la Guerra Fría, y son ellos quienes continúan pagando con sus impuestos una parte desproporcionada de la carga de la deuda pública.


Cartel soviético de M. Mazrucho, "Impuestos" (1974)


En otras palabras, mientras las ganancias generadas por la Guerra Fría fueron privatizadas en beneficio de una élite extremadamente rica, sus costos fueron socializados sin piedad en gran detrimento de todos los demás estadounidenses. Durante la Guerra Fría, la economía estadounidense degeneró en una gigantesca estafa, en una perversa redistribución de la riqueza de la nación en beneficio de los ricos y en perjuicio no solo de los pobres y de la clase trabajadora, sino también de la clase media, cuyos miembros tienden a suscribirse al mito de que el sistema capitalista estadounidense sirve a sus intereses. De hecho, mientras los ricos y poderosos de Estados Unidos acumulaban riquezas cada vez mayores, la prosperidad lograda por muchos otros estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial se fue erosionando gradualmente y el nivel de vida general declinó lenta pero constantemente.

Durante la Segunda Guerra Mundial, América había sido testigo de una modesta redistribución de la riqueza colectiva de la nación en beneficio de los miembros menos privilegiados de la sociedad. Sin embargo, durante la Guerra Fría, los estadounidenses ricos se hicieron más ricos, mientras que los no ricos, y ciertamente no solo los pobres, se empobrecieron más. En 1989, el año en que terminó la Guerra Fría, más del 13% de todos los estadounidenses (aproximadamente 31 millones de personas) eran pobres según los criterios oficiales de pobreza, que definitivamente subestiman el problema. Por el contrario, hoy el 1% de todos los estadounidenses posee no menos del 34% de la riqueza total de la nación. En ningún país “occidental” importante la riqueza se distribuye de manera más desigual.


J. Efimovsky, "Desembolso" (1976)


El minúsculo porcentaje de estadounidenses super ricos encontró este desarrollo extremadamente satisfactorio. Les encantaba la idea de acumular más y más riquezas, de engrandecer sus ya enormes bienes, a expensas de los menos privilegiados. Querían mantener las cosas así o, si era posible, hacer que este esquema sublime fuera aún más eficiente. Sin embargo, todo lo bueno debe llegar a su fin, y en 1989/90 terminó la abundancia de la Guerra Fría. Eso presentó un problema serio. Los estadounidenses comunes, que sabían que habían asumido los costos de esta guerra, esperaban un “dividendo de paz”.

Pensaron que el dinero que el estado había gastado en gastos militares ahora podría usarse para producir beneficios para ellos, por ejemplo, en forma de un seguro nacional de salud y otros beneficios sociales que los estadounidenses, a diferencia de la mayoría de los europeos, nunca han disfrutado. En 1992, Bill Clinton ganaría las elecciones presidenciales dejando entrever la perspectiva de un plan nacional de salud, que por supuesto nunca se materializó. Un “dividendo de la paz” no interesaba en absoluto a la élite adinerada de la nación, porque la prestación de servicios sociales por parte del estado no genera ganancias para los empresarios y las corporaciones, y ciertamente no genera las elevadas ganancias generadas por los gastos militares del estado. Había que hacer algo, y había que hacerlo rápido, para evitar la implosión amenazadora del gasto militar del Estado.

Estados Unidos, o más bien, el Estados Unidos corporativo, quedó huérfano de su útil enemigo soviético y necesitaba con urgencia conjurar nuevos enemigos y nuevas amenazas para justificar un alto nivel de gasto militar. Es en este contexto que en 1990 Saddam Hussein apareció en escena como una especie de deus ex machina. Este dictador de hojalata había sido previamente percibido y tratado por los estadounidenses como un buen amigo, y lo habían armado hasta los dientes para que pudiera librar una guerra desagradable contra Irán; fueron los EE. UU., y aliados como Alemania, quienes originalmente le suministraron todo tipo de armas. Sin embargo, Washington necesitaba desesperadamente un nuevo enemigo, y de repente lo señaló como un “nuevo Hitler” terriblemente peligroso, contra quien era necesario librar una guerra con urgencia, a pesar de que estaba claro que un arreglo negociado de la cuestión de la ocupación de Irak de Kuwait no estaba descartado.


M. Abramov, "La amenaza soviética" (1974)


George Bush padre fue el agente de reparto que descubrió a este nuevo y útil némesis de Estados Unidos y que desató la Guerra del Golfo, durante la cual Bagdad fue bombardeada y los desventurados reclutas de Saddam fueron masacrados en el desierto. El camino a la capital iraquí estaba abierto de par en par, pero la entrada triunfal de los infantes de marina en Bagdad fue repentinamente desechada. Saddam Hussein quedó en el poder para que la amenaza que se suponía que debía formar pudiera invocarse nuevamente para justificar mantener a Estados Unidos en armas. Después de todo, el repentino colapso de la Unión Soviética había demostrado lo inconveniente que puede ser cuando uno pierde a un enemigo útil.

Y así, Marte podría seguir siendo el santo patrón de la economía estadounidense o, más exactamente, el padrino de la mafia corporativa que manipula esta economía impulsada por la guerra y cosecha sus enormes ganancias sin asumir sus costos. El despreciado proyecto de un dividendo de paz podría ser enterrado sin contemplaciones, y los gastos militares podrían seguir siendo el dínamo de la economía y la fuente de ganancias suficientemente altas. Esos gastos aumentaron implacablemente durante la década de 1990. En 1996, por ejemplo, ascendían a nada menos que 265.000 millones de dólares, pero si se suman los gastos militares no oficiales y/o indirectos, como los intereses pagados por préstamos utilizados para financiar guerras pasadas, el total de 1996 ascendía a unos 494.000 millones de dólares, lo que representa un desembolso de 1.300 millones de dólares por día! Sin embargo, con solo un Saddam considerablemente castigado como coco, Washington encontró conveniente también buscar en otros lugares nuevos enemigos y amenazas. Somalia parecía prometedora temporalmente, pero a su debido tiempo se identificó otro “nuevo Hitler” en la Península Balcánica en la persona del líder serbio, Milosevic. Durante gran parte de los noventa, entonces, los conflictos en la ex Yugoslavia proporcionaron los pretextos necesarios para las intervenciones militares, los bombardeos a gran escala y la compra de más y más nuevas armas.

La “economía de guerra” podría continuar funcionando a toda máquina también después de la Guerra del Golfo. Sin embargo, en vista de la presión pública ocasional, como la demanda de un dividendo de paz, no es fácil mantener este sistema en funcionamiento. (Los medios de comunicación no presentan ningún problema, ya que los periódicos, revistas, estaciones de televisión, etc. son propiedad de grandes corporaciones o dependen de ellas para obtener ingresos publicitarios). Como se mencionó anteriormente, el estado tiene que cooperar, por lo que en Washington se necesitan hombres y mujeres con los que se pueda contar, preferiblemente con individuos de las propias filas corporativas, individuos totalmente comprometidos a utilizar el instrumento de los gastos militares para proporcionar las altas ganancias que se necesitan para enriquecer aún más a los muy ricos de América. A este respecto, Bill Clinton no cumplió con las expectativas, y las corporaciones estadounidenses nunca pudieron perdonar su pecado original, a saber, que había logrado ser elegido prometiendo al pueblo estadounidense un "dividendo de paz" en forma de un sistema de seguro de salud.


V. Zhelobinski, "La amenaza soviética" (1980)


Debido a esto, en 2000 se dispuso que el clon de Clinton, Al Gore, no se mudara a la Casa Blanca, sino un equipo de militaristas de línea dura, prácticamente sin excepción, representantes de los ricos y corporativos estadounidenses, como Cheney, Rumsfeld y Rice, y por supuesto el propio George W. Bush, hijo del hombre que había demostrado con su Guerra del Golfo cómo se podía hacer; el Pentágono también estuvo directamente representado en el gabinete de Bush en la persona del supuestamente amante de la paz Powell, en realidad otro ángel de la muerte. Rambo se mudó a la Casa Blanca y los resultados no tardaron en verse.


Después de que Bush Junior fuera catapultado a la presidencia, durante algún tiempo pareció que iba a proclamar a China como la nueva némesis de Estados Unidos. Sin embargo, un conflicto con ese gigante se vislumbraba algo arriesgado; además, demasiadas grandes corporaciones ganan buen dinero comerciando con la República Popular. Se requería otra amenaza, preferiblemente menos peligrosa y más creíble, para mantener los gastos militares en un nivel suficientemente alto. A tal fin, Bush, Rumsfeld y compañía no podrían haber deseado nada más conveniente que los hechos del 11 de septiembre de 2001; es muy probable que estuvieran al tanto de los preparativos para estos monstruosos ataques, pero que no hicieran nada para prevenirlos porque sabían que podrían beneficiarse de ellos. En cualquier evento, aprovecharon al máximo esta oportunidad para militarizar a Estados Unidos más que nunca antes, arrojar bombas sobre personas que no tenían nada que ver con el 11 de septiembre, hacer la guerra a su antojo y, por lo tanto, para las corporaciones que hacen negocios con el Pentágono para registrar ventas sin precedentes. Bush declaró la guerra no a un país sino al terrorismo, un concepto abstracto contra el cual no se puede realmente hacer la guerra y contra el cual nunca se puede lograr una victoria definitiva. Sin embargo, en la práctica el lema “guerra contra el terrorismo” significó que Washington ahora se reserva el derecho de hacer la guerra en todo el mundo y de forma permanente contra quien la Casa Blanca defina como terrorista

Y así se resolvió definitivamente el problema del final de la Guerra Fría, ya que en adelante se justificaba un gasto militar cada vez mayor. Las estadísticas hablan por sí solas. El total de 265 mil millones de dólares en gastos militares en 1996 ya había sido astronómico, pero gracias a Bush hijo el Pentágono pudo gastar 350 mil millones en 2002, y para 2003 el presidente ha prometido aproximadamente 390 mil millones; sin embargo, ahora es prácticamente seguro que la capa de 400 mil millones de dólares se redondeará este año. (Para financiar esta orgía de gastos militares, se debe ahorrar dinero en otros lugares, por ejemplo, cancelando los almuerzos gratuitos para los niños pobres; todo ayuda). No es de extrañar que George W. se pavonee radiante de felicidad y orgullo, ya que él, esencialmente un niño rico mimado de talento e intelecto muy limitados, ha superado las expectativas más audaces no solo de su familia y amigos ricos, sino de la América corporativa en su conjunto, a la que debe su trabajo.


Cartel soviético "Pentágono" (autor y año ilegibles)


El 11 de septiembre le dio a Bush carta blanca para hacer la guerra donde y contra quien quisiera, y como este ensayo ha pretendido dejar en claro, no importa mucho quién sea señalado como enemigo del momento. El año pasado (2003), Bush lanzó una lluvia de bombas sobre Afganistán, presumiblemente porque los líderes de ese país dieron cobijo a Bin Laden, pero recientemente este último pasó de moda y fue una vez más Saddam Hussein quien supuestamente amenazó a Estados Unidos. No podemos tratar aquí en detalle las razones específicas por las que los Estados Unidos de Bush querían absolutamente la guerra con el Irak de Saddam Hussein y no con, digamos, Corea del Norte. Una de las principales razones para pelear esta guerra en particular fue que las grandes reservas de petróleo de Irak son codiciadas por los fideicomisos petroleros de Estados Unidos con los que los propios Bush –y bushistas como Cheney y Rice, de quienes se nombra un petrolero– están tan íntimamente vinculados. La guerra en Irak también es útil como lección para otros países del Tercer Mundo que no logran bailar al son de Washington, y como instrumento para castrar a la oposición interna e imponer el programa de extrema derecha de un presidente no electo en las gargantas de los propios estadounidenses.

La América de la riqueza y el privilegio está enganchada a la guerra, sin dosis regulares y cada vez más fuertes de guerra ya no puede funcionar correctamente, es decir, producir las ganancias deseadas. En este momento, esta adicción, este anhelo está siendo satisfecho por medio de un conflicto contra Irak, que también es querido por los corazones de los magnates del petróleo. Sin embargo, ¿alguien cree que el belicismo se detendrá una vez que el cuero cabelludo de Saddam se una a los turbantes talibanes en la vitrina de trofeos de George W. Bush? El presidente ya ha señalado con el dedo a aquellos cuyo turno pronto llegará, a saber, los países del “eje del mal”: Libia, Siria, Somalia, Irán, Corea del Norte y, por supuesto, esa vieja espina en el costado de Estados Unidos, Cuba. ¡Bienvenidos al siglo XXI, bienvenidos a la valiente nueva era de guerra permanente de George W. Bush!


Fondo de pantalla de Call of Duty Black Ops Cold War

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Copyright © Dr. Jacques R. Pauwels

Indy Media Bélgica y Global Research, 2022

06 octubre 2022

El camino de la Alemania militarista es muy peligroso

 

Ursula Gertrud von der Leyen, política alemana, de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), ocupó cargos sucesivos en el gabinete de Angela Merkel, desde 2013 al 2019 fue la primer mujer nombrada Ministra de Defensa. Y desde diciembre del 2019 es la presidenta de la Comisión Europea. En la foto, von der Leyen en un campamento de la Bundeswehr (Foto de archivo, Maurizio Gambarini)

Introducción por el editor del blog

Hace algún tiempo este blog reprodujo un interesante artículo sobre la política exterior de la República Federal de Alemania y de sus fuerzas armadas, "Bundeswehr marcha hacia el pasado". Bien, en el presente, la excusa de la guerra en Ucrania ha conseguido que Alemania apruebe un rearme histórico sin precedentes desde el fin de la segunda guerra mundial, junto a sus socios de la OTAN.

El pretexto de "ayudar a Ucrania" permite que el Canciller Olaf Scholz anuncie que está a disposición de la Bundeswehr (Fuerzas Armadas) un fondo especial de cien mil millones (100.000 millones de euros) y que el 2% anual del PIB se invertirá en el desarrollo de las fuerzas armadas para hacer frente a Rusia

El parlamento alemán (Bundestag) votó mayoritariamente (20 abstenciones) para esa asignación presupuestaria, no antes votar una enmienda a la Constitución para modernizar el ejército. El Comité de Defensa del Bundestag acota que el proyecto de modernización de la Bundeswehr requiere reinventar "una imagen del enemigo" (Rusia). Esto es el resultado de largos años de presión de la OTAN. "Europa nos necesita", dijo ante el Parlamento la ministra de Relaciones Exteriores (Annalena Baerbock, del Partido Verde).


Es bueno refrescar la memoria de los incrédulos. En 2010 Alemania constaba ya como el tercer exportador mundial de armamento (informe del Instituto Internacional de Investigación sobre la Paz Stockholm International Peace Research Institute -SIPRI). 


Sesión del Bundestag (22 abril 2022, Reuters)

Es lógica la preocupación de Rusia que señaló que la "remilitarización" alemana en términos que hacen recordar el lenguaje de su pasado nazi, (Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia), una clara alusión al programa de rearme de la Alemania hitleriana, el camino a la Segunda Guerra Mundial. "Sabemos muy bien cómo puede terminar eso" (Maria Zakharova, portavoz del ministerio ruso). Desde el fin de la Guerra Fría los ejércitos de Alemania y Rusia dejaron de verse como potenciales enemigos

La OTAN -mejor dicho, los EEUU- señala la forma en que sus socios europeos deben "adaptarse" a las "nuevas realidades" ante el peligro ruso y otras amenazas potenciales como China e Irán, desarrollando una estrategia para enfrentarlas. A pesar de ello, Olaf Scholz, ha sido muy criticado por negarse a enviar tanques de batalla "Leopard" a Ucrania. 

El mando de la OTAN (EEUU) impone sus reglas a Europa (UE). Es cierto que el gobierno federal alemán anteriormente se opuso a las sanciones económicas de Washington contra Rusia, China, Irán y otros; sin embargo, los alemanes, igual que el resto de Europa deben inclinarse ante su jefe supremo para impedir o sabotear, por ejemplo, la conclusión del gasoducto ‎Nord Stream II (que también es un proyecto alemán), gas barato para toda Europa; o, la Nueva Ruta de la Seda pactado por Alemania y China en 2013 (a través de Rusia), porque ello significaría el fin de la hegemonía de los Estados Unidos y quizá el final de los "principios" de la Unión Europea.

Las autoridades de la República Federal Alemana han estado dando un giro radical, violando su norma constitucional de no intervención en países extranjeros. Desde hace un buen tiempo los gobiernos alemanes ignoran descaradamente lo que sus abuelos aprendieron amargamente después del fin de la guerra en Europa en 1945.


         Bundeswehr-Foto The Financial Times


Recordemos las palabras de Karl Müller (diario suizo Zeit Fragen): 

"¿Cómo es posible que en un país cuya Constitución puso en primer plano la dignidad humana, un país donde el reconocimiento de los derechos humanos y del derecho internacional está inscrito en la Constitución y donde la preparación de una guerra de agresión es considerada ilícita...". 

...Pues nada, Alemania no quiere quedarse atrás de sus "colegas" europeos de la OTAN, las potencias militares Francia y Gran Bretaña. Desde hace tiempo que Alemania, presionada por Estados Unidos, participa en provocaciones militares contra Siria y Rusia, el escándalo de la entrega de armas alemanes a Ucrania para su conflicto por el Donbass y Crimea con Rusia viene desde 2014... y podríamos recordar otros episodios similares.

El "Observatorio de la Crisis" presentó a inicios de septiembre (2022) un amplio informe sobre la nueva política militar alemana. Un documento que merece ser repasado en su totalidad.

Buena lectura. 

T. Andino


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El camino de la Alemania militarista es muy peligroso



Fuente: Observatorio de la Crisis (via Al Mayadeen)

Septiembre 2022


Alemania se está preparando, bajo la demanda irrechazable de sus amigos estadounidenses, para un mundo que se constituye en un gran campo de batalla a la espera de las intervenciones de la OTAN.


Cuando los mejores son presa del extravío, quizá podemos concluir que las cosas no van realmente bien. A finales de julio, Wolfgang Schäuble concedió una entrevista al Welt am Sonntag, un periódico dominical de centro-derecha. En ella renunciaba públicamente a su concepción, mantenida durante toda su vida, de una Kerneuropa franco-alemana, comprendida como el núcleo de Europa, confiando evidentemente en salvar, tras la guerra de Ucrania, lo que queda por salvar, si es que queda algo, de la posibilidad siempre remota de construir una Europa independiente dotada de una política de seguridad igualmente independiente.

Lo que Schäuble, ahora una alta autoridad del Estado sin una función pública concreta y uno de los últimos políticos conservadores intelectualmente respetables en activo, trata de presentar en la entrevista es su concepción de una versión actualizada de su viejo concepto germano-gaullista de una Europa unida capaz de perseguir sus propios intereses.

La versión propuesta en la entrevista, sin embargo, resulta tan alejada de la realidad que, viniendo de alguien conocido por su despiadado realismo político, puede leerse como el argumento subversivo de que con la guerra ucraniana la integridad de los sueños, no solo de la derecha sino también de la izquierda, de una Europa dotada de “soberanía estratégica”, para expresarlo en palabras de Macron, se han convertido para siempre en quimeras.


Wolfgang Schäuble, político alemán miembro de Christlich Demokratische Union Deutschlands (CDU). Ex Ministro del Interior y ex Ministro de Hacienda en los gabinetes de Angela Merkel (entre 2005-2017). Luego Schäuble fue presidente del Bundestag (2017-2021).

¿Qué sugiere Schäuble para convertir a Europa, ahora o nunca, en una potencia soberana después de la “zeitenwende” (fase de transición)? Tras constatar que el tándem franco-alemán ha fracasado a la hora de evitar la guerra, o siquiera de tener una voz en ella, Schäuble sugiere ampliarlo para convertirlo en un triunvirato, en un directorio de tres miembros, invitando para ello a Polonia a unirse a Alemania y Francia “como miembro dotado de la misma importancia en la dirección de la unificación europea”.

Dado que “a tenor del Tratado de Lisboa la política de defensa recogida en el mismo no es adecuada para medirse con los desafíos actuales”, el nuevo directorio operaría al margen de la Unión Europea. Francia, Alemania y Polonia invitarían a otros países europeos a unirse a ellos, para lo cual Schäuble acepta el concepto de “coalición de voluntarios”. Este mismo principio, sugiere, debería aplicarse también a cuestiones como la política de inmigración y asilo.

En efecto, este planteamiento daría lugar a una “Europa a la carta”, una vez abandonado el supranacionalismo para sustituirlo por lo que en Bruselas, con una obligada expresión de disgusto, se denomina inter-gubernamentalismo. A largo plazo, tal planteamiento podría prescindir del establishment de Bruselas en su conjunto en favor de una alianza estratégica multinacional liderada por tres Estados-nación soberanos.

"Schäuble invita a Polonia a unirse a Alemania y Francia como co-potencia hegemónica europea, confiando en que ello, contra toda esperanza, la arranque de su relación simbiótica con Estados Unidos”.

Pero esto es solo el principio. La principal tarea de este directorio de tres sería construir una defensa nuclear para Europa. En opinión de Schäuble, “dado que los ayudantes de Putin (¡!) nos amenazan cada día con un ataque nuclear, ahora está absolutamente claro (…) que necesitamos disponer de una fuerza de disuasión nuclear también a escala europea”. Mientras Francia tiene las armas, Alemania tiene el dinero.


En nuestro propio interés, los alemanes debemos, a cambio de una disuasión nuclear conjunta, efectuar la correspondiente contribución financiera al poder militar francés (…). Al mismo tiempo, debemos participar en una planificación estratégica de mayor envergadura acordada con París (…). En cualquier caso, una capacidad de defensa europea es inconcebible sin la dimensión nuclear (…)”.


En repetidas ocasiones, Schäuble insiste en que nada de esto debe contradecir los compromisos europeos asumidos en el marco de la OTAN. “Lo que Francia debe conceder” a cambio de la cofinanciación alemana de su fuerza nuclear “es que todo debe encajar en la OTAN”.

De hecho, una de las razones que esgrime Schäuble en pro de la cooptación de Polonia en su directorio es que su presencia garantizaría que “la defensa europea no sería alternativa sino complementaria a la OTAN”. La regla general, de acuerdo con Schäuble, “debe ser siempre: todo con la OTAN, nada contra ella”.

La propuesta de reorganización de Europa presentada por Schäuble debe entenderse como un intento desesperado de mantener viva una perspectiva mínimamente creíble de independencia estratégica europea. Sin embargo, los actos de fe que tiene que hacer para conseguirlo son enormes.

Para acomodar el ascenso de Europa del Este como nuevo centro de poder europeo tras el ataque ruso a Ucrania, Schäuble invita a Polonia a unirse a Alemania y Francia como copotencia hegemónica europea, confiando en que ello, contra toda esperanza, la arranque de su relación simbiótica con Estados Unidos. (El gobierno polaco acaba de presentar a Alemania una factura de un billón de euros en concepto de reparaciones por la Segunda Guerra Mundial, esperando que ello le ayude a ganar las próximas elecciones).

Schäuble también confía en que Francia acepte a un tercer país como cogobernante de Europa, después de que el actual liderazgo ejercido por ambos países haya fracasado, y que conceda a Alemania y Polonia lo que ha negado sistemáticamente desde la década de 1960 a Alemania sola, esto es, la capacidad de expresar su opinión sobre el uso del arsenal nuclear francés.

Cuanto más se analiza la propuesta, más sorprendentes resultan las ilusiones que un veterano de la política europea como Schäuble se siente obligado a asumir para bosquejar algo parecido a un modelo de soberanía estratégica europea


Uno de los pilares del poder de Estados Unidos en Europa es la firma por parte de Alemania del Tratado de No Proliferación Nuclear de la década de 1960, que propició que Alemania dependiera para su defensa durante la Guerra Fría del paraguas nuclear estadounidense.


En la actualidad, dicha dependencia se traduce en la presencia de un número desconocido de bombas atómicas estadounidenses en suelo alemán, junto con una licencia para que la Luftwaffe alemana transporte cabezas nucleares estadounidenses, bajo el mando de Estados Unidos, dirigidas contra objetivos elegidos por este país, utilizando aviones de combate comprados al mismo, lo que oficialmente se denomina “participación nuclear”.

No hay ninguna razón para creer que pueda convencerse a Estados Unidos, con o sin la OTAN, de que Alemania necesita participar también en la gestión de las cabezas nucleares francesas, aunque sea indirectamente pagando por ellas. Tampoco hay ninguna perspectiva de que Francia permita a Alemania y a Polonia expresar su opinión sobre cuándo debería ponerse en riesgo París por el bien de Berlín o Varsovia; en el pasado, los intentos franceses de hacer que Alemania compartiera los costes de la force de frappe (fuerza de choque) fueron abandonados en repetidas ocasiones cuando, a cambio de su participación, Alemania quiso simplemente echar un vistazo al catálogo de objetivos nucleares franceses.


Christian Lindner, político alemán del Partido Liberal, ministro de Finanzas de Alemania desde diciembre del 2021. Ha advertido del riesgo en la Eurozona de caer en la temible "estanflación". Confía en que otros paises de la eurozona reduzcan deuda para combatir la subida de precios. Se declara abierto a expropiar reservas del Banco Central de Rusia para ayudar a Ucrania. En la foto Lindner en un campmento de la Bundeswehr en Eslovaquia (Foto Thomas Koehler / fototeca  IMAGO)


Y cabe también preguntarse cómo alguien con una experiencia y una carrera tan dilatada como las de Schäuble puede confiar en que una política de seguridad europea codirigida por Polonia podría ser otra cosa que la extensión de la política de seguridad estadounidense, dados los dos objetivos principales de la política exterior polaca, esto es, la independencia de Alemania y la presencia contundente de Estados Unidos en Europa para mantener a Rusia a raya en lugar de confiar en los poco fiables vecinos europeos, que, a diferencia de la potencia estadounidense, podrían, a la hora de la verdad, temer por su propia seguridad.

Donde la entrevista de Schäuble se convierte definitivamente en un documento de desesperación y su triunvirato franco-alemán-polaco se revela como nada más que el espejismo de un viajero en el desierto a punto de deshidratarse, es al final de la misma, cuando intenta hacer creer al entrevistador y a sí mismo que su triple alianza nuclear intentaría establecer “una asociación con Rusia, siempre que este país respete las normas básicas de la cooperación entre socios”.

“Seguramente —afirma Schäuble— también los polacos estarán de acuerdo cuando decimos que la asociación con una Rusia comprometida con la renuncia al uso de la fuerza, con la inviolabilidad de las fronteras y con las normas fundamentales del derecho internacional es políticamente deseable. Con una Rusia así podemos y queremos cooperar de buena fe. Por supuesto, con Putin esto será difícil”, pero no imposible, en su opinión.

Schäuble no puede albergar duda alguna de que para Polonia y su protector, Estados Unidos, una arquitectura de seguridad negociada en Europa que incluya a Rusia es, en el mejor de los casos, una segunda opción; su resultado preferido de la guerra ucraniana es una Rusia derrotada y mantenida a raya por una fuerza militar superior. Europa, en este escenario, está dirigida, no por Alemania o Francia o por ambas, sino por Estados Unidos y ello no solo en el continente euroasiático, sino también a escala mundial, en particular en relación con China, a la que Schäuble menciona solo una vez de pasada.

El hecho de que Schäuble pueda llegar a confiar en que sus repetidas garantías de que su triple alianza formará parte de la OTAN, llegando incluso a sugerir además que el Reino Unido (el autodenominado subcomandante de Estados Unidos a escala mundial) también debería desempeñar un papel en la misma, engañen a la potencia estadounidense, desafía toda comprensión. En realidad, que alguien como Schäuble se vea constreñido a propalar piadosas esperanzas de que Estados Unidos mirará hacia otro lado puede interpretarse como un indicio de la eficacia con la que la guerra de Ucrania ha desplazado el centro de la política europea de seguridad nacional hacia el este y, con ello, hacia el oeste, en dirección a Estados Unidos.

Donde Schäuble, para variar, está en línea con el Zeitgeist europeo (espíritu de los tiempos) es cuando afirma que la Unión Europea, como organización internacional realmente existente, no juega ningún papel en su proyecto; en realidad, está explícitamente excluida de él. Lo que tiene en mente, sin decirlo, es lo que Macron, en sus momentos más exuberantes, denomina una refundación de Europa (por supuesto, hay pocas cosas que Macron no quiere refundar).


Ursula von der Leyen, en una foto de archivo como Ministra de Defensa de Alemania, actual presidenta de la Comisión Europea. 

Durante los últimos años, el equipo de von der Leyen y el “método comunitario” supranacional que administra han perdido rotundamente la reputación de la que gozaban entre los jefes de Estado y de gobierno europeos. La gestión de la pandemia por parte de Bruselas fue ampliamente considerada un desastre, a pesar de que fue Merkel quien le encargó la adquisición de las vacunas, tarea para la que no estaba preparada, a fin de evitar que Alemania fuera la primera en ser servida cuando se disponía a asumir la presidencia de la Unión Europea en el verano de 2020: el resultado fue el retraso de dos meses en la campaña de vacunación en el continente europeo.

También se culpó a la UE de no haber almacenado máscaras y equipos protectores y, en general, de no estar preparada para gestionar una emergencia médica como la pandemia de la covid-19, así como de intentar en vano que los Estados miembros cofirmantes del Acuerdo de Schengen mantuvieran sus fronteras abiertas durante el periodo de aumento de las tasas de contagio.

A esto le siguió la toma de conciencia gradual de que el aclamado Next Generation European Union Corona Recovery Fund era demasiado pequeño y estaba gestionado de forma demasiado burocrática como para hacer algo por el país para el que principalmente estaba destinado, Italia, como demuestra la patética caída, tras solo un año en el cargo, del caballero blanco de la UE, Mario Draghi, como primer ministro de su país.

Añádase a esto el regateo con Polonia y Hungría sobre el “Estado de derecho” en un momento en que Europa del Este se estaba convirtiendo en el nuevo centro de gravedad de la UE, por no hablar de la ausencia total de esta cuando los Acuerdos de Minsk fracasaron y Estados Unidos asumió la gestión del conflicto con Rusia en torno a Ucrania

Una vez que la Realpolitik levantó su fea cabeza, la UE se convirtió rápidamente en una organización auxiliar de la OTAN, encargada, entre otras cosas, de idear sanciones contra Rusia, que en su mayor parte se volvieron contra ella, y de elaborar una política energética europea común, una misión imposible desde el principio.

Para evaluar cómo el liderazgo europeo se ha deslizado hacia Estados Unidos y cómo la UE ha perdido el control sobre sí misma nada mejor que analizar su política de admisión de nuevos Estados miembros, la cual constituye un campo de batalla cada vez más enmarañado ligado al conflicto sobre quién dirige Europa y con qué propósito.

En la década de 1990, Estados Unidos hizo saber que, como parte de su Nuevo Orden, la UE tenía que acoger a los antiguos miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, Hungría, Chequia, Bulgaria y Rumanía) para fortalecerlos económicamente y reorganizarlos institucionalmente con el fin de anclarlos firmemente en “Occidente”; posteriormente, los Estados bálticos, que durante un tiempo formaron parte de la Unión Soviética, siguieron su ejemplo.

En aquel momento también se esperaba que la UE admitiera a Turquía, cuyo principal mérito consistía en ser miembro de la OTAN desde hacía mucho tiempo, lo cual habría dado a “Europa” fronteras conjuntas con Siria, Iraq e Irán, además de una posible guerra con un Estado miembro de la UE, Grecia. La adhesión de Turquía fue impedida por Francia y la Alemania de Merkel, campeona mundial en el arte de la resistencia pasiva, aunque oficialmente Turquía sigue siendo candidata a la incorporación a la UE.

La integración de los nuevos miembros de la UE constituye una ardua tarea para la burocracia de Bruselas, que debe enseñarles los entresijos del denominado acquis communitaire (acervo comunitario), el interminable conjunto de normas que los Estados deben aplicar como condición previa a la adhesión. Además, para afianzar su lealtad al capitalismo, los nuevos miembros deben recibir apoyo económico y cuanto más pobres y numerosos sean, mayores deben ser los fondos estructurales de la Unión destinados a los mismos, que son financiados con los respectivos presupuestos nacionales.


         Soldados de la Bundeswehr (Foto archivo Imago Christian Thiel)

Además, como tantas otras veces, el dinero puede o no comprar el amor, y los nuevos Estados miembros del Este tener sus propias ideas sobre cuándo deben seguir las órdenes de Bruselas y cuándo no. Así, los periodos de espera se han dilatado durante los últimos años, ya que las negociaciones se están alargando innecesariamente por la presión de los actuales Estados miembros.

El último nuevo miembro de la UE fue Croacia, admitida en 2013, tras diez años de negociaciones y con sus reformas institucionales concluidas a satisfacción de Bruselas. En la lista de espera siguen Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Montenegro, Macedonia del Norte y Serbia, los denominados Estados de los Balcanes Occidentales, cuyas perspectivas de ser admitidos en un futuro previsible es nula, después de que Francia se opusiera públicamente a su ingreso.

Introduzcamos en la ecuación a Ucrania, que a través de su omnipresente presidente exige la plena incorporación a la UE de inmediato, tutto e subito, algo difícilmente realizable sin el estímulo de su aliado estadounidense, que necesita que alguien pague la reconstrucción del país una vez que la guerra concluya, si es que lo hace en algún momento.

El 18 de junio, Von der Leyen, vestida como tantas veces estos días de azul y amarillo, anunció en Twitter, sin miedo a parecer decadente o de mal gusto, que “los ucranianos están dispuestos a morir por la perspectiva europea. Queremos que vivan con nosotros el sueño europeo”. Pero lo que parecía convertirse en un viaje por la vía rápida a Bruselas pronto se detuvo en seco.

Aunque es evidente que los Estados de los Balcanes Occidentales debieron protestar, el factor crucial es que los actuales Estados miembros parecieron haberse dado cuenta de que la adhesión de Ucrania acabaría por hacer saltar por los aires el presupuesto de la UE, por no hablar del sistema político oligárquico ucraniano, que habría hecho que Polonia y Hungría, los archienemigos “antiliberales” de la mayoría liberal del Parlamento de la UE, parecieran democracias escandinavas.


“Los Verdes son los más militantes entre los políticos alemanes en su espíritu belicoso, ya que representan a una generación que estuvo exenta, y lo estará para siempre, del servicio militar, a diferencia de los despreciados pacifistas de antaño”.


En esta situación, fue Olaf Scholz quien, de nuevo con verdadero espíritu merkeliano, tiró del carro, exigiendo que la UE, antes de dejar entrar a ningún nuevo miembro, se sometiera a «reformas estructurales» de las que previsiblemente es incapaz. Una de sus propuestas se refería a la composición de la Comisión.

Actualmente hay un comisario por cada Estado miembro, lo que suma un colegio de veintisiete, demasiado grande, como dice un adagio de Bruselas, para reunirse en pleno sin que los miembros utilicen prismáticos si quieren mirarse a los ojos. Sin embargo, ello no es razón para que los Estados miembros más pequeños insistan en que cada país debe tener un puesto en la Comisión, dado que la UE paga a sus comisarios bastante más de lo que los países más pequeños y pobres pagan a sus respectivos primeros ministros.

La reducción del número de comisarios requerirá la modificación de los Tratados que cada Estado miembro debe aceptar. Además, en un discurso pronunciado a finales de agosto en la Universidad Carolina de Praga, que pretendía ser un complemento del pronunciado por Macron en la Sorbona en 2016, Scholz exigió disposiciones más estrictas sobre el Estado de derecho en los Tratados y poderes más eficaces para que la UE sancione a los Estados miembros por sus infracciones, a sabiendas de que esto sería inaceptable para Polonia y Hungría, y presumiblemente también para otros países. (Eludiendo tanto la UE como la OTAN, Scholz también sugirió un sistema conjunto de defensa aérea para Europa, creado por Alemania junto con los Estados miembros vecinos).

Además, Scholz insistió en la votación por mayoría en el Consejo en lo concerniente a la política exterior de la UE, presumiblemente mediante votos ponderados por el tamaño de los respectivos países para evitar que el nuevo Ostblock (bloque de los países de Europa del Este) superara en votos a Alemania y Francia en nombre de Estados Unidos. Por supuesto, en la UE acabar con la unanimidad requiere unanimidad, un obstáculo que ni siquiera Angela Merkel había podido superar.


Despedida a la canciller Angela Merkel (foto Reuters). El desfile nocturno de soldados portando antorchas, el “Zapfenstreich” o “Toque de retreta”, en el patio del Ministerio de Defensa marcó el “fin de la era Merkel”, 1 diciembre 2021.


Mientras tanto, en Alemania, la ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, una de las Young Global Leaders del World Economic Forum de Davos, hace saber a la opinión pública alemana que la guerra en Ucrania puede durar muchos años todavía y que Ucrania seguirá necesitando apoyo económico y militar, incluido “armamento pesado”, con toda seguridad durante 2023.

Ello añade un sabor peculiar a las interminables expresiones de gratitud y admiración de los Verdes por los valientes ucranianos que “defienden nuestros valores”, arriesgando sus vidas bajo un estricto régimen de servicio militar obligatorio. También ayuda a explicar su identificación incondicional con los objetivos bélicos del ala ahora gobernante del nacionalismo ucraniano (Baerbock: “Crimea pertenece a Ucrania... Ucrania defiende también nuestra libertad, nuestro orden de paz. Y la apoyamos financiera y militarmente, mientras sea necesario. Y punto”).

El envío de armas, mientras estos nuevos belicistas observan cómo se utilizan estas desde la seguridad de sus salas de estar (Twitter ofrece un increíble número de tuits de alemanes repantigados en sus sillones celebrando los golpes de la artillería ucraniana contra los objetivos rusos, similares a los publicados por los video jugadores que informan de sus proezas conseguidas en las pantallas de sus ordenadores) es jaleado casi diariamente acompañado de la garantía, que se hace eco de las declaraciones de Biden y su equipo, de que la OTAN, incluida Alemania, nunca enviará tropas a los campos de batalla de Ucrania donde los ucranianos “luchan y mueren por todos nosotros”.

Obviamente, ello contribuye a que estos nuevos partidarios de la guerra, que se saben al reparo de riesgo alguno para sí o para sus hijos, la alienten hasta la mismísima Endsieg (victoria final), insistiendo en que no puede haber negociaciones sobre el fin de la misma antes de que ésta haya terminado con la incondicional retirada rusa.

Hasta ahora, la llegada de los Verdes al gobierno alemán, el reverdecimiento de lo que los alemanes solían llamar Friedenspolitik (política de paz), ha tenido un éxito notable. El espacio para el debate público legítimo sobre la paz y la guerra se ha reducido drásticamente. El jefe del servicio de seguridad nacional alemán, la orwellianamente denominada Bundesamt für Verfassungsschutz (Oficina para la Protección de la Constitución), aseguró públicamente al gobierno que vigilará a todos los que afirmen que el ataque ruso a Ucrania podría haber estado relacionado con la acumulación previa de recursos militares estadounidenses en torno a Rusia; en otras palabras, a todos los Putinversteher (comprensivos con Putin).

Como el evangelio, la prensa, de calidad o no, recita como sabiduría última de las relaciones internacionales, olvidada por los pacifistas sentimentales como Willy Brandt, el viejo adagio romano, si vis pacem para bellum. Se trata de proscribir la idea más reciente, que se remonta en parte nada menos que al mismísimo Friedrich Engels, de que con el armamento moderno, prepararse para la guerra puede desencadenar una carrera armamentística que precisamente consigue lo contrario de la paz.

La acumulación sin precedentes de recursos militares por parte de Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo XXI, incluida la dotación de armamento a Ucrania desde 2014, que supuso sin riesgo de exagerar la preparación para la guerra más impresionante de la historia, fortalecida además por la denuncia de todos los tratados de control de armamentos de la época de la Guerra Fría, no debe mencionarse nunca en este contexto.

Visto así, el hecho de que el presupuesto especial de defensa de 100 millardos de euros, anunciado por el gobierno alemán a los tres días de iniciarse la guerra, no tendrá sus primeros efectos sobre el terreno hasta dentro de aproximadamente cinco años no significa que sea un despilfarro, sino únicamente que no tiene nada que ver con la guerra de Ucrania como tal.


Para lo que Alemania se está preparando, siguiendo la demanda irrechazable de sus amigos estadounidenses, es para un mundo que se constituye en un gran campo de batalla a la espera impaciente de las intervenciones de la OTAN fuera de su área de operaciones tradicional en pro de la propagación de la democracia y de la oferta de oportunidades para que ciudadanos posheroicos y sobrealimentados defiendan los valores occidentales.


         Tanques alemanes "Leopard II" (foto archivo)

A mediados de agosto, como otra muestra de su lealtad a Occidente, Alemania envió seis aviones de combate Eurofighter, en un viaje que los llevó por medio mundo y les obligó a pasar por la China continental y Taiwán, a Australia con el fin de efectuar maniobras conjuntas con Corea del Sur y Nueva Zelanda y de demostrar así la disposición alemana para una ulterior implicación militar.

La prensa alemana informó bochornosamente para contextualizar la noticia de que “el nuevo concepto estratégico de la OTAN menciona a China como un desafío”. Uno de los seis aviones de guerra resultó defectuoso y tuvo que ser devuelto a casa, pero los cinco restantes llegaron sanos y salvos a su lejano destino repostados en vuelo por un avión cisterna A330, lo que hizo que el Frankfurter Allgemeine Zeitung se sintiera orgulloso del estado de las fuerzas armadas alemanas.

El viaje se produjo después de que el gobierno saliente de Merkel enviara una fragata, la Bayern, de gira por el Indo-Pacífico, antes conocido como el Mar del Sur de China, para mostrar tanto la lealtad transatlántica, como la resolución a la hora de intervenir en el Pacífico oriental. 

Y esto es todo por hoy en cuanto a la autonomía estratégica europea.

Fuente consulta  

01 octubre 2022

El EJE (Axis) en la propaganda satírica estadounidense




Tito Andino

Recopilación de ilustraciones y textos*

Este artículo es continuación de:

Hitler en la propaganda satírica estadounidense (Ver)


"Aventuras" caricaturizadas del maníaco trío del Eje (Hitler, Mussolini, Hirohito o el General Tojo), luchando juntos contra los Aliados y la producción industrial -armamentística.


Durante la Segunda Guerra Mundial Roosevelt buscó formas de convertir a los Estados Unidos en "el arsenal de la democracia" para sí mismo y sus aliados europeos suministrando las armas necesarias para derrotar a los ejércitos de Hitler, era una visión del idealismo y el poder económico de la nación con una capacidad para desarrollar una gran producción industrial. Aún en 1939, Estados Unidos estaba sumido en la Depresión, existía un vasto abismo entre el deseo de los estadounidenses de llevar la guerra a Japón y Alemania y el estado de su ejército y marina. 

 

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Roosevelt y el Congreso respondieron a la emergencia ampliando el ejército y expandiendo el papel del gobierno en la economía de formas nunca antes imaginadas, incluso en el apogeo del New Deal. En los años siguientes, Estados Unidos se convirtió en el arsenal que Roosevelt describió, incentivando a la industria para convertir sus fábricas, por ejemplo, de elaborar refrigeradores a producir ametralladoras.


        (haga click sobre las imágenes para verlas a mayor resolución).


En 1940, ocho millones de trabajadores estaban desempleados, las fabricas producían por debajo de la mitad de su capacidad, como resultado, el gobierno federal tomó el control aún mayor de la economía, el Congreso asignó miles de millones en gastos de defensa desde 1940, así garantizaron que la mayoría de empresas estadounidenses pasaran a producir material bélico. La Junta de Producción de Guerra ofreció incentivos fiscales, préstamos e incluso ganancias garantizadas a las empresas que ahora estaban comprensiblemente ansiosas por producir los bienes que los militares deseaban. La solución de la administración Roosevelt combinó la libre empresa con una intervención gubernamental sin precedentes.

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Otras agencias federales tomaron el control de los mercados de productos básicos para asegurarse de que las empresas tuvieran acceso a las materias primas que necesitaban. La Oficina de Administración de Precios reguló el costo de las materias primas, así como los precios de los bienes de consumo para reducir la inflación y evitar el aumento de precios de los consumidores comunes.


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"La producción y preparación militar de Estados Unidos se vio facilitada por el gasto masivo del gobierno. Dada la extrema necesidad de construir un ejército y los beneficios para los trabajadores y la industria por igual, pocos criticaron el uso del dinero prestado por parte del gobierno para financiar el esfuerzo de guerra. La mayor preocupación en ese momento no era la capacidad del gobierno para devolver este dinero, sino si la repentina afluencia de gasto federal que condujera a la inflación. Los métodos de financiación de la guerra, sin embargo, absorbieron la mayor parte del dinero extra que se estaba moviendo hacia la economía".


        (haga click sobre las imágenes para verlas a mayor resolución) 

Como se sabe, la Junta de Producción de Guerra y otras organizaciones públicas y privadas produjeron una infinidad de carteles destinados a motivar a los trabajadores de la industria del armamento y resaltar su trabajo. Los carteles producidos por la Oficina de Información de Guerra (OWI) instaban a los estadounidenses a comprar bonos de guerra conectando sus inversiones con el esfuerzo de guerra. Una forma de motivar a la ciudadanía con la Propaganda de Guerra fueron los carteles satíricos que ridiculizararon a los jefes y fuerzas del EJE.


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"El gobierno reclutó celebridades y atletas para encabezar las campañas de bonos. Comprar un bono del gobierno fue más que un gesto patriótico; los bonos representaban una inversión segura que proporcionaba un reembolso garantizado con intereses. Los ingresos de estos bonos ayudarían a muchas familias a comprar más bienes una vez que terminara la guerra y asegurarían que se reanudara la producción civil de artículos como automóviles y casas nuevas. Al mismo tiempo, el reembolso de estos bonos disminuyó la probabilidad de que las tasas federales de impuestos sobre la renta volvieran a sus niveles anteriores a la guerra una vez que terminara la guerra".


Caricaturas de propaganda anti-eje de la empresa Philco. (haga click sobre las imágenes para verlas a mayor resolución) 

En general, la propaganda de la OWI trató de retratar la guerra como una lucha moral entre la libertad y el totalitarismo. La mayoría de los carteles y películas de la OWI eran optimistas, elogiando a los trabajadores industriales y soldados de Estados Unidos, alentándolos a continuar sus esfuerzos y no solo demonizar al enemigo. Sin embargo, cuando se trataba de la guerra en el Pacífico, la propaganda de la OWI se complacía con los prejuicios existentes contra los japoneses. En contraste, los carteles anti-alemanes estaban restringidos a imágenes demoníacas de líderes nazis, mientras que la guerra contra Japón se presentaba cada vez más como una guerra contra una raza infrahumana.


          Caricatura de propaganda de la empresa Philco.

La OWI empleó cientos de escritores y artistas para favorecer no solo el esfuerzo de guerra sino también las ideas liberales del New Deal. La mayoría de las publicaciones de OWI promovieron temas no controvertidos como el apoyo general a las tropas, la conservación de materiales, la asociación entre trabajadores industriales y las tropas en el frente y otras publicaciones para promover ideas más liberales: salarios justos, atención médica, el pleno empleo, que eran derechos por los que los estadounidenses luchaban en casa (estos últimos no siempre bien vistos por un Congreso cada vez más conservador que redujo el presupuesto de la OWI).


Caricaturas de propaganda anti-eje de la empresa Philco, acrónimo de "Philadelphia Battery Company", fabricante estadounidense de productos electrónicos con sede en Filadelfia. Philco fue pionera en la producción de baterías, radio y televisión. En 1961, Ford compró la empresa ("Philco-Ford"). Ford vendió la empresa a GTE en 1974 y Philips la compró en 1981. En Norteamérica, la marca Philco es actualmente propiedad de Philips. En otros mercados, la marca Philco International es propiedad de Electrolux.


Las fábricas estadounidenses no solo eran más productivas que sus rivales, eran innovadoras. La financiación para la investigación y el desarrollo condujo a la aplicación militar efectiva de tecnologías como radar, sonar, fusibles de proximidad, computadoras, aviones a reacción, la bomba atómica. El gobierno federal gastó más de $ 300 mil millones para lograr esta combinación de producción e innovación, más del doble de todo el presupuesto federal durante los últimos 150 años de existencia de la nación. El resultado fue una innegable superioridad de equipos que permitió a las tropas estadounidenses ganar la guerra con bajas relativamente moderadas. 


Selección de CARTELES sobre la superioridad industrial de los EE.UU frente al EJE

 


















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* El texto de este artículo es una sinopsis del libro online "Una Historia de los Estados Unidos Vol. 2", Capítulo 8: "Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial, 1941-1945", que fuera adaptado por la editorial Saylor Academy bajo una licencia Creative Commons sin atribución según lo solicitado por el creador o licenciante original de la obra. Año de publicación: 2012. El editor original de la obra solicitó permanecer sin nombre aquí.

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