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20 diciembre 2021

La hora de los "electrónicos". La tortura en la segunda guerra mundial



 

El advenimiento de los "técnicos"


Primero vinieron... 


Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

ya que no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.


Esta es una de las muchas versiones poéticas creadas del texto de un discurso del pastor luterano alemán Martin Niemöller. El discurso estaba dirigido para la Iglesia Confesante de Fráncfort, el 6 de enero de 1946 (La Iglesia Confesante o Iglesia de la Confesión -Bekennende Kirche- fue un movimiento del cristianismo protestante fundado en Alemania en 1934 para oponerse al intento nazi de controlar las iglesias). Niemöller, en 1976, preguntado en una entrevista sobre los orígenes del poema expresó:  "No había acta ni copia de lo que dije, y es posible que lo formulase de manera diferente. Pero la idea era de todos modos: los comunistas, dejamos que eso sucediese tranquilamente; y los sindicatos, también dejamos que sucediese; e incluso dejamos que le sucediese a los socialdemócratas. Todo eso no era asunto nuestro. La Iglesia no se preocupaba por la política en absoluto en ese momento, y tampoco debía tener nada que ver con ellos...".

(Datos interpuestos por el editor del blog)

 

*****

La hora de los "electrónicos"




Antonio Frescaroli

Viene de la II Parte


Con los alemanes, la muerte y la tortura habían dado un decisivo paso adelante. Ambas habían dejado el estadio artesano para convertirse en un hecho exquisitamente técnico. La primera, la muerte, llegaba con el  monóxido de carbono, es decir, con la química; la segunda, la tortura pasaba a través de los tormentos de la duda, es decir, a través de la psicología.


En la Argelia de los años terribles de la insurrección y de la represión, muerte y tortura darán otro paso adelante. Se hacen "eléctricas". El torturador SS era un químico o psicólogo. El inquisidor paracaidista será un "electrotécnico".

El electrodo hace su aparición en las cárceles de Argel, de Orán. Representaba el último hallazgo científico aplicado a la extracción de una confesión de la verdad... Los siglos no han pasado en vano, la ciencia y la técnica han entrado en las cárceles. Lo que no cambia es la ferocidad...

Una de las preocupaciones del torturador moderno es que el interrogado sufra perfecta lucidez, una vez que se haya asegurado de esto, podrá continuar... No hay que decir que entre un "tratamiento" y otro hay intervalos más o menos largos, en el curso de los cuales el paciente es abofeteado, lanzado al alto como un saco de patatas, encarnecido, humillado. "Ahora verás como te decides hablar". Se pasa al "tratamiento" especial, al de las grandes ocasiones si el prisionero es un pez gordo, sabe mucho; es absolutamente necesario que hable...

Escenas semejantes eran frecuentes en la Argelia de los años 50. Para precisar, debemos decir que no era la primera vez que la tortura se expresaba en francés. Diez años antes, durante la ocupación alemana, la tortura habla hablado, más bien gritando, en francés: un francés con acento parisiense.


Carteles de propaganda de diversas milicias colaboracionistas de Vicky


Nos referimos a los torturadores de la Milicia de Vichy que operaron de 1942 a 1944 en París y la Francia ocupada. Por otra parte, y siguiendo dentro del tema, fue precisamente en París donde nació y se difundió, bajo la égida de la  Gestapo,  el uso de la tortura eléctrica

Esta forma de suplicio tenía su centro, su sede: 44, rue Le Pelletier, quinto piso, "Bureau 51". Parece que una segunda sede fue instalada en Tolosa por el inspector de policía Marty (condenado a muerte en 1948), el cual había tenido la ingeniosidad de recurrir a un eufemismo: no decía nunca "tortura eléctrica", sino "Radio Londres". "Radio Londres", si queremos llamarla así, es sin duda la última nacida de la imaginación torturadora del hombre, tiene pocos años de vida; y sin embargo cuenta ya con su literatura, y quien quiera orientarse, documentarse e incluso tener una cultura  acerca del tema, no tiene más que comenzar a hojear las páginas del libro de Elías Revel, "6ª Colonne".


Propaganda del gobierno de Vichy respaldando la política alemana contra los judíos 

Al hablar de la tortura eléctrica, hemos retrocedido unos años. Hemos caído en uno de los períodos más oscuros y más dramáticos de la reciente historia de Francia: en la Francia de la Resistencia y de la ocupación alemana. Detengámonos un momento. Es una parada que vale la pena hacer. En la Francia ocupada por los alemanes y gobernada por los polizontes del gobierno de Vichy, la tortura eléctrica no era el único instrumento para la búsqueda de la verdad.

En su desenfrenada y fanática persecución de la verdad los milicianos habían constituido una especie de ministerio que muchas veces -hay que decirlo- actuaba sin que lo supieran los mismos alemanes y el gobierno de Vichy. Se trataba de un conjunto de oficinas que, por una especie de comprensible pudor, se había querido llamar las "Oficinas para la extracción de confesiones y de informaciones" (Bureaux d´extraction d´aveux et de renseignements). Las confesiones y las informaciones eran extraídas con medios muchas veces medievales, por no decir rudimentarios, como por ejemplo la aplicación de fuego en los pies. Parece que alguien protestó contra este sistema: "Es cosa de Carlomagno", dijo, "No sabemos que de Carlomagno a esta parte el fuego queme menos", fue la respuesta. Así empezaron a aparecer los braseros. 


El cartel dice: "Des libérateurs? ¡La libération par l'armée du crime!" (¿Libertadores? ¡Liberación por el ejército del crimen!). El Affiche Rouge (cartel rojo) es un conocido cartel de propaganda, distribuido por el gobierno francés colaboracionista de Vichy y las autoridades alemanas de ocupación. El cartel apareció en la primavera de 1944 en París, estaba destinado a desacreditar como terroristas a los 23 combatientes inmigrantes franceses de la Resistencia, miembros del Grupo Manouchian que serían capturados, torturados y ejecutados. Junto con estos carteles, los alemanes repartieron volantes que decían que la Resistencia estaba encabezada por extranjeros, judíos, desempleados y criminales; la campaña caracterizó a la Resistencia como una "conspiración de extranjeros contra la vida francesa y la soberanía de Francia" (citas tomadas de Wikipedia: Affiche Rouge)


No todos los medios de "extracción" que se usaban en estos "gabinetes de investigación" eran medievales. Había algunos de claro sabor modernista, el "Tercer Grado" (flagelación), por ejemplo, que entre otras cosas era de irrefutable origen americano, en vigor desde hacía años en diversas prisiones de los  Estados de la Confederación Norteamericana, en edición debidamente revisada y corregida a los funcionarios de policía para hacer "hablar" a los resistentes.

El "Tercer Grado" americano  una decena de años después será exhumado y aplicado en edición típicamente europea, más exactamente parisiense, por un especialista de la tortura. Hablamos del belga Delfanne, alias Masuy, que el Tribunal del Sena juzgará y condenará a muerte en 1947 por delitos y atrocidades cometidos contra los miembros de la Resistencia.


Georges Delfanne, alias Christian Masuy (1913 - 1947) colaborador y espía belga durante la ocupación alemana. Antes de la guerra, Delfanne era un militante rexista de extrema derecha y se ganó la confianza de Léon Degrelle (general de las Waffen SS). Reclutado por los servicios de inteligencia alemanes (Abwehr).  Espió al ejército belga antes de la invasión alemana. En 1940 fue enviado a Francia, bajo la ocupación se convirtió en auxiliar de la Gestapo, presentándose a veces como "jefe de contra-espionaje" en su sector. Organizó la infiltración de las redes de la Resistencia francesa, arrestó a más de 800 trabajadores de la Resistencia, algunos de los cuales interrogó y torturó. Al final de la guerra, huyó a España, pero fue perseguido por los estadounidenses, juzgado en Francia, condenado a muerte y fusilado el 1 de octubre de 1947.

Masuy no representa en absoluto el tipo de torturador sádico que se complace con los gritos de su víctima, que hace daño por hacerlo. Masuy no odia a su víctima. En cierto modo, la respeta, incluso se podría decir que la admira. Hay episodios desconcertantes que arrojan una luz siniestra sobre este extraño tipo de torturador frio y de buenas maneras. Se sabe, por ejemplo, que estrechaba calurosamente la mano de su víctima, después de haberla sometido a tortura, no desdeñando invitarla a beber una copa juntos.

Un día le tocó pasar una velada en compañía de un prisionero "resistente". Cuando terminó la velada, Masuy le comunicó que debía prepararse: "Lo lamento, señor: además, usted ya sabe lo que le espera después del postre". Le esperaba el suplicio de la bañera. Era su suplicio preferido. A Masuy no le habían gustado nunca aquellos desordenados "passages à tabac", en uso desde hacía tiempo en las prisiones de la Tercera República, que consideraba manifestaciones bestiales e ilógicas. 

"Un prisionero, cualquiera que sea el delito que se le impute, es sagrado". ¿Por qué pegarle hasta la sangre? Lo que cuenta es la verdad. Para conseguirla, decía Masuy, no hay ninguna necesidad de bestialidades, de hacer que le estallen a uno las venas del cuello, ofreciendo a la víctima misma un espectáculo tan indecoroso que debería dar vergüenza.

El "suplicio de la bañera" no era tampoco de su invención. Mansuy se contentaba con ser solamente un teórico, más bien el teórico. Su procedimiento tenía el rigor científico de los grandes experimentos de laboratorio. Desde el punto de vista mecánico la operación era de una simplicidad extremada: el paciente era bien atado y luego sumergido en una bañera de agua helada. A los primeros síntomas de asfixia, era inmediatamente sacado. Se le hacía recobrar la respiración; luego, de nuevo, otra inmersión, luego otra más.

En un momento determinado, Masuy -que gustaba de seguir personalmente todas las fases del suplicio- indicaba que el "tratamiento" debía considerarse terminado. Sacaban cuidadosamente al paciente, lo friccionaban, lo calentaban y le invitaban a beber un vasito de coñac para "entonarse". Seguía una especie de "recepción" oficial, en el curso de la cual la víctima era felicitada por su valor. "Hombres como usted merecen toda mi estimación", decía Masuy. "Amigo mío, ha demostrado tener coraje". Pausa. Luego: "Lamentablemente vuestro valor ha sido inútil... porque ha habido otro que ya ha hablado". La astucia psicológica era muy sutil, casi todos caían. Muchas de las confesiones las obtuvo, no en la bañera, entre un síntoma y otro de asfixia; sino sentados junto a una mesa, una vez terminado el "tratamiento", ante una botella de coñac. La trampa no solo era sutil sino también cínica, y suponía una especie de inteligencia.

En este punto preciso, quizá por primera vez en la historia de los sufrimientos humanos, la tortura acude a la filosofía. Con Masuy, aparece, siniestra y paradójica, una nueva disciplina: la filosofía al servicio de la tortura. Era, en el fondo, la filosofía del contra-espionaje. 

He aquí las nuevas ideas esenciales de la nueva "doctrina", como Masuy mismo, en el curso del proceso que había de condenarlo a la pena capital, expuso ante los jueces y los abogados asombrados. Dijo más o menos estas palabras: "Señores, tratemos de no ser hipócritas y, al menos por una vez, de llamar a las cosas por su verdadero nombre. La guerra es un acto de violencia que no conoce límites. No soy yo quien lo dice, sino el gran Clausewitz. ustedes saben bien lo que es el espionaje; es un modo desleal de llevar la guerra. Todo está permitido en el espionaje. Me parece que no hay necesidad de discutirlo. Un espía que tuviera escrúpulos, ¿qué clase de espía sería? El Intelligence Service ha sido lo que ha sido y ha hecho lo que ha hecho, y yo soy el primero en reconocer sus méritos y su superioridad, porque ha tenido verdaderos espías, decididos a todo y dispuestos a todo, tanto a pasar sobre cadáveres como sobre principios morales.

"Decidme ahora: ¿Por qué lo que está tácitamente permitido en el espionaje no ha de estar permitido al contra-espionaje? ¿Cuál es la misión del contra-espionaje? El mismo nombre lo dice: destruir el espionaje. ¿Y cómo  sino sirviéndose de los mismos medios? Bien, señores, yo no hecho otra cosa que contra-espionaje. He ejercido mi oficio. Lo he hecho sin odio y sin resentimiento. Yo mismo he  sido torturado por un servicio secreto aliado. Es natural que no sienta ningún cariño por mis verdugos. También ellos han desempeñado simplemente su oficio. Han cumplido su deber. Todo consiste en ejercer ese oficio y en cumplir ese deber sin rencor. La lucha por la posesión de una información es como una pelea sobre el ring. Se pega hasta la sangre y, terminado el combate, se da la mano".

El, Masuy, había realizado su combate. La lucha había terminado, y salía vencido. Todo terminaba aquí. Tal vez esperaba que alguien viniera a estrecharle la mano. Las cosas fueron de otro modo. Le condenaron a muerte.


***

FIN

Fuente:

"Historia de la Tortura a través de los siglos". Antonio Frescaroli, editorial De Vecchi S.A., Barcelona,1972

16 diciembre 2021

La hora de los "psicólogos". La tortura en la segunda guerra mundial




Viene de la Parte I


El advenimiento de los "técnicos"

La hora de los "psicólogos"


Antonio Frescaroli


La dignidad había sido arañada, humillada, ofendida, herida mil veces. En la cámara de gas, lo que entraba de la dignidad eran los últimos jirones que los condenados conservaban unidos a sus pobres harapos de  carne antes de ir a entregar el alma a Dios. En el libro Treblinka, aterrador documento-investigación de los campos de exterminio, el autor cuenta cómo se hacia la selección de los hombres que debían sobrevivir unas semanas, quizás unos meses, para ser dedicados a los trabajos de recuperación y transporte de los cadáveres: una obra de arte de tortura física y psicológica. Estos infelices "aspirantes" a unos días más de vida tenían que superar cuatro pruebas, que bien se podrían llamar tests de supervivencia. Revivamos estas aterradoras secuencias.


Treblinka fue parte clave de la "Operación Reinhard", nombre  clave de los nazis para la Solución Final diseñada para librar Europa de judíos. la imagen de la izquierda muestra la deportación a Treblinka desde el ghetto de Siedlce, Polonia, en 1942. A la derecha, un grupo de judíos polacos del ghetto de Varsovia siendo interrogados por oficiales nazis antes de partir hacia el campo de exterminio de Treblinka, en 1943.


Estación de Treblinka

Llega un tren -el tren de la muerte-. 

Primera selección -brutal y sumaria- por parte de los sargentos de las SS: mujeres, viejos, niños y enfermos por una parte. Es la columna de la muerte. Irá directamente a la "cámara" para morir en seguida. Todos los hombres útiles por la otra. Las dos columnas entran en el campo. Para la primera no hay problemas. El largo calvario de torturas de todo tipo irá a concluir bajo las macabras chimeneas.

A la segunda le espera la "prueba psicotécnica". el que quiera vivir todavía un poco debe someterse a ella. De una columna de mil, dos mil o tres mil hombres (esto dependía del número que había llegado), se trataba de elegir doscientos "trabajadores", ni uno más. Primera prueba, primer test, y por tanto primera selección. "Los que ejerzan profesiones artesanas que den un paso adelante". No todos, pero una gran parte de un paso adelante: es un paso que puede valer la vida. Pocos permanecen inmóviles en su puesto. los "muertos vivos"; que no les importa ya ni la vida ni la muerte, se han hecho indiferentes a los sobresaltos de la esperanza y a los terribles vacíos de la angustia. Para éstos, no hay necesidad de decirlo, es el final. Media hora después entrarán en la cámara de gas.

Para los retorcidos especialistas de las SS, los que han dado un paso adelante han demostrado  una cosa, la voluntad de vivir. Hay que elegir entre éstos, porque, obviamente, no es suficiente probar que se quiere vivir, hay que demostrar también que sabe vivir. Lo que se requería en el segundo test era, pues, un cierto sentido de picardía.

"Los que sepan hablar alemán que den un paso adelante". Los ingenuos se movían, los astutos permanecían donde estaban, no muerden el anzuelo. La pregunta es equivocada: todos los judíos pueden pretender efectivamente que conocen el alemán a través de la lengua yiddish, que tiene muchos puntos de contacto con la lengua de Goethe. Pero la lengua yiddish no es el alemán; no había que mentir.

Había, por el contrario, que intuir, comprender al vuelo el engaño. Así está claro que para aquellos que habían  dado el paso fatal no había nada que hacer. Su suerte estaba decidida. Pero la suerte no ha sido decidida aún para los listos, porque han sabido decir no, y han permanecido en su lugar.

Tercer test de selección. La columna ha sido pavorosamente reducida. Los "candidatos" a la vida son sin embargo demasiados aún; como hemos dicho, solo se necesitan doscientos. Después de haber demostrado saber vivir, hay que hacer ver a los "examinadores" que, para vivir, se poseen también medios físicos.

"Judíos", les dice el oficial de la voz estridente, "ahora les van a pegar, os golpearán hasta verter sangre. Atended bien; los que caigan serán eliminados en el mismo lugar, los otros sobrevivirán. Si alguno de vosotros quiere renunciar a la prueba, es libre de hacerlo".

Salir de la fila, renunciar a la prueba, significa, estaba claro, la cámara de gas en aquel mismo día. Nadie se mueve. Se inicia este tercer "test" de resistencia física  al dolor y a los golpes de todo género. Todo se concluye en el espacio de diez minutos. Quien cae al suelo ha expirado ya por su cuenta. la guardia ucraniana no tiene necesidad de terminar con ninguno. Pero un cierto número permanece en pie. Estamos cerca de los doscientos requeridos.

Cuarta y última prueba -la más aniquiladora-. Los supervivientes son divididos en dos grupos: el primero tiene que transportar los cadáveres de la cámara de gas a las fosas; el segundo debe ocuparse de la operación de revisar los cadáveres. Es una prueba práctica: éste será el trabajo a que serán dedicados los que salgan victoriosos. Olvidábamos un detalle: todo debía hacerse corriendo, sin parar, hasta entrada la noche. Cámaras y hornos funcionaban a pleno ritmo. Dispuestos. Vamos.

La feroz guardia se colocaba a los lados de los "examinados": no dejan respirar, como si condujeran ganado, están prontos a golpear a cuantos dan signos de cansancio. Golpear quiere decir "señalar", igual que a las bestias; y los "señalados", los "marcados" en la cara o en los brazos serán después reunidos y enviados a la cámara de gas. Los otros... los otros serán los doscientos requeridos. Pero son doscientos cuerpos que han perdido ya el alma, y con el alma, los últimos restos de la dignidad humana.




"Teníamos un solo camino para escapar de nuestros verdugos", dijo un día un viejo judío que, en un campo de la muerte, esperaba desde hacía tiempo su fin: "quitarnos nosotros mismos la vida". "¿Para qué sirve?" le respondieron: "La muerte es fatalmente igual a sí misma, venga de un trozo de cuerda que nos pongamos nosotros mismo al cuello, o de una bala de  plomo que nos introduzcan en el cerebro". "Sí, la muerte es siempre la muerte", agregó el viejo, "pero la nuestra, la que nosotros elegimos, salva al menos nuestra dignidad".

Así, siguiendo esta lógica desesperada, comenzaron los suicidios. Para los "técnicos" de la eliminación organizada, esto constituía un escándalo. "La muerte por suicidio es una muerte polémica", sentenció el jefe de los "técnicos"; "y la polémica, señores, no hace falta recordarles que está contra nosotros".

Había que hacer desaparecer, destruir en los prisioneros estos arrebatos polémicos, que eran en el fondo auténticos desafíos contra los amos. ¿Cómo? La indicación provino de un oficial, un licenciado en filosofía que se había interesado durante bastante tiempo por la psiquiatría antes de descubrir su vocación de torturador  en las SS. "Hay que actuar en los centros nerviosos del alma", dijo, "debilitando la voluntad del recluso". Hacer de un hombre un cadáver biológicamente viviente


Nace la técnica del terrorismo psicológico a través de la tortura de la duda y de los quebraderos de cabeza.


La verdad es que esta forma de tortura psicológica había sido ya experimentada con éxito...


Los "psicólogos" de Vilna


Ghetto de Vilna - Lituania, 1941


No es que antes de la llegada de los alemanes los judíos tuvieran una vida fácil en los países de la Europa centro-oriental. Amontonados en comunidad, en el ghetto, vivían rodeados de la hostilidad general de los blancos "arios".

Arios y judíos tenían un punto de encuentro en la trágica cita de los pogroms. Los pogroms eran explosiones de cólera "aria" en relación con los intrusos "semitas". Solían durar varios días. Luego, la carga de odio se agotaba, y todo volvía a estar como antes. La conclusión era siempre la misma: los cuerpos de varias decenas de judíos que yacían sin vida sobre el pavimento.

Cuando en la primavera de 1941, llegaron los alemanes las cosas parecieron cambiar. A diferencia de los polacos, de los checos, de los lituanos, de los estonios, de los ucranianos, los alemanes no odiaban a los judíos. Para los funcionarios de la Gestapo los pogroms eran unas manifestaciones infantiles y pasionales. Había que desembarazarse de los judíos sin odio, solo con técnica.

Comenzaron instituyendo cursos especiales para pogromistas, lo que equivale a decir: ¿cómo matar en frío, científicamente? Muy sencillo: arrojando las almas de aquellos desgraciados en la tortura de la duda. El 15 de julio tuvo lugar el primer pogrom con técnica. Las SS entraron en el ghetto, incendiaron la sinagoga, reunieron a un cierto número de judíos, elegidos según un cierto criterio, y les hicieron bailar durante horas hasta que estuvieron agotados. Luego se los llevaron: destino ignorado.

Los que quedaron comenzaron a ser devorados por la duda. ¿Por qué han sido elegidos ésos y no otros? ¿Dónde los habrán llevado? ¿Qué hay que hacer para no ser elegido? Los supervivientes lanzaron un suspiro. "Todo parece haber terminado", dijeron, "volvamos a nuestra vida". Retornaron a sus ocupaciones habituales.

Pero el 17 de julio, de pronto e inesperadamente, otro pogrom técnico. "¿Cómo es posible?", pensaron los optimistas: "¿Tal vez hemos cometido alguna infracción a las prohibiciones? ¿Quizá hemos hecho algo que no debíamos hacer?" "¿Pero el qué?" Esta era la duda. "¿Qué es lo que debemos hacer o qué es lo que no debemos hacer para sobrevivir?".

Para los funcionarios de la "muerte técnica", se trataba de vaciar psicológicamente a los condenados, de hacer de ellos cadáveres ambulantes, indiferentes a la revuelta y a la muerte. En ese momento comenzaron los quebraderos de cabeza obsesivos. Se sabe que  gran parte de los judíos del ghetto trabajaba en empresas alemanas. A los trabajadores se les entregaron certificados de empleo, que servían de salvoconducto. Y surgió la idea genial. Se instituyeron dos tipos de certificados: unos con foto y otros sin ella. A los interesados les tocaba decidir.

Era un rompecabezas que robaba la paz y perturbaba las noches y los días. ¿Es mejor un certificado con foto o sin ella? Discusiones interminables dentro del ghetto. Luego, un buen día, la solución: redada de todos los judíos desprovistos de foto, formados en columna y enviados a destino ignorado. Entonces apareció claro que la garantía estaba solamente en el certificado con foto. Y todos a proveerse de ella.

Entonces, los mandos alemanes deciden suprimir todos los certificados con foto y sustituirlos por otros de color blanco provistos del sello de la oficina de trabajo de Ponar. Hay que detenerse un instante sobre este trágico nombre. Ponar -todos los judíos lo sabían- quería decir la muerte. Muchos de ellos habían sido enviados a Ponar: ninguno había vuelto jamás. Ponar era el tiro en la nuca.


Ponar (Ponary) - Lituania, 1941, judíos cavando una fosa común como parte del trabajo forzado.

Pocos, como puede comprenderse, se pusieron al día con la sustitución; pocos adquirieron el certificado blanco de Ponar, porque pocos querían apostar con la muerte. Esos pocos se salvaron. Unos días después, una redada arrambló todos los obreros que carecían del certificado blanco. ¿Y los demás?

Los que milagrosamente habían escapado a la deportación al campo de la muerte, a Ponar, se apresuraron a proporcionarse el certificado. Entonces, los certificados blancos fueron divididos en dos categorías: los que tenían la mención "obrero calificado", y los que no tenían ninguna mención. ¿Qué significaba esta otra subdivisión? ¿Qué nueva trampa escondía? Los infelices se reunían durante la noche en las bodegas para discutir la cosa. ¿Qué hacemos? Los más maliciosos razonaban más o menos así: "No hay duda de que se trata de otra trampa. Los alemanes esperan que todos se proporcionen el certificado con mención, porque creen que los judíos somos muy astutos y que con esta historia del obrero calificado esperan escapar de la redada. Tengamos cuidado, amigos".


Anuncio del Comisionado regional de Vilna para prevenir acciones hostiles de judíos contra las tropas de ocupación alemanas, adoptándose contramedidas estrictas. Las represalias golpearán a todos los judíos. El anuncio advierte que todos los judíos no pueden salir de sus habitaciones entre las 3 p.m. y las 10 a.m. excepto los que tienen permiso para desplazarse. Las órdenes sirven para la seguridad de la población y proteger su vida, concluye el comunicado.


Otros, en cambio, más ingenuos, razonaban de este otro modo: "Los alemanes tienen necesidad de obreros especializados. Matarán a todos, pero se verán obligados a dejar con vida a los que ellos consideran indispensables". ¿Quién tenía razón? La respuesta que dieron los mandos alemanes fue diabólica. "Desde el momento en que muchos, aun siendo obreros calificados, no se habían hecho registrar por sus empresarios, mientras otros, que no lo eran, se habían hecho registrar con el fin de evitar la deportación, el mando alemán hace saber que la mala fe de los judíos lo ha irritado, y que, en consecuencia, a partir de hoy, todos los certificados son abolidos". Una redada tuvo lugar en el ghetto. Centenares y  centenares de personas fueron detenidas y enviadas a morir a Ponar. La población del ghetto estaba ya diezmada.

Continuaron los tremendos quebraderos de cabeza. Se volvió a comenzar con los certificados, primero con los colores: rojo y verde; amarillo y negro; luego con las series: inferiores o superiores a 10.000. Antes de ser enviados a morir a la cámara de gas, los judíos debían ser crucificados y martirizados hasta el fondo. Pero en frío, sin la cólera de los pogrom. Antes de la llegada de los alemanes, continuaban siendo martirizados, los judíos habían sido torturados con odio, sin método. Ahora, con la llegada de los alemanes, continuaban siendo martirizados, pero sin odio y con método

Las víctimas no eran enfrentadas con hombres. Las víctimas estaban frente a máquinas. Una cosa había de común entre las víctimas y los opresores: ambos eran prisioneros de la máquina. Un botón había sido apretado en Berlín, y todo estaba ya decidido, por los ejecutores y para los condenados. La única diferencia radicaba en que los verdugos tenían el deber de dar muerte y las víctimas tenían el deber de recibirla.


Continuar la lectura: 

La hora de los electrónicos

Fuente:

"Historia de la Tortura a través de los siglos". Antonio Frescaroli, editorial De Vecchi S.A., Barcelona,1972

13 diciembre 2021

Tortura y psicología en la segunda guerra mundial



Nota de introducción por el editor del blog

El siguiente ensayo es una transcripción del imprescindible libro "Historia de la Tortura a través de los siglos", de Antonio Frescaroli, Editorial De Vecchi S.A., Barcelona, 1972 (la obra se puede encontrar en búsqueda de libros de segunda mano en la web). Se ha tomado el capítulo final del libro, que titula " El advenimiento de los `técnicos´ ", para explicar la metodología de la tortura psicológica en el conflicto que sumió a Europa en una era de oscurantismo y horror.

Por supuesto, es imposible abordar esta etapa histórica de forma completa, de allí la exigencia de recurrir al estudio de Frescaroli y la imperiosa necesidad de segmentarla en varias entradas (para comodidad en la lectura y comprensión de la temática). Del mencionado libro se toma únicamente la descripción de la mentalidad "técnica" de los funcionarios nazis y la aplicación del "arma" psicológica para destrozar la moral y la condición humana de la víctima, obviado entrar en detalles descriptivos de los tormentos


Portada del libro libro "Historia de la Tortura a través de los siglos", de Antonio Frescaroli, Editorial De Vecchi S.A., Barcelona,1972

Muchos "críticos" protestarán que nos cegamos solo con la versión de los ganadores de la contienda. Pero, ¿existe otro acto de maldad planificada expresamente que rivalice con los crímenes del nazismo? Hace algunos años explicaba que el pretender justificar el genocidio perpetrado por los nazis porque los aliados cometieron crímenes de guerra es, no solo falta de decencia, constituye un insulto al sentido común, no puede equipararse ni por el número de víctimas, bajo ningún concepto subjetivo ni legal. La explicación es lógica, explicaba:


El programa nazi de exterminio es resultado de una trama intencional, premeditada y planificada durante la guerra, y ejecutada a conciencia por la jefatura del gobierno nazi, conociendo el propósito y las consecuencias de esos actos y, finalmente, pretendiendo ocultar los hechos a la opinión pública alemana y mundial.


Esa intencionalidad dolosa no es susceptible de comparación con las acciones militares que terminaron en diferentes episodios de excesos y abusos, sin eufemismos, en crímenes de guerra de los aliados, los “crímenes de los buenos” como dice en sus libros Joaquín Bochaca para intentar “equilibrar” la balanza con las atrocidades nazis.  

Debió ser causa de risa para los europeos que vivieron la barbarie que charlatanes extremistas españoles y latinoamericanos pretendan reescribir la historia de Europa. El neo-nazismo intenta, en idioma castellano, "enseñar" la "verdadera" historia, es decir, la versión nazi de la segunda guerra mundial. 

Aún hoy se burlan de las víctimas, cuando jamás en su vida han investigado o visto un documento original en uno de los idiomas de quienes participaron en el conflicto. Hasta uno que otro mozuelo adicto a la propaganda nazi de internet exige que le proporcionen "sólo un nombre, uno sólo, de un judío muerto en un campo de concentración"... ¿Se puede entablar un diálogo con fanáticos de esas dimensiones de ignorancia y altanería?

Ahora, ¿quién será el primero en lanzar la piedra?

Una necesaria nota aclaratoria más. 

Frescaroli en su libro utiliza constantemente el término "hebreo(s)" para referirse a aquellas personas encuadradas en la problemática judía en Europa. Pensamos que su uso no es el correcto, por esa razón hemos cambiado "hebreo" por "judío". Esta confusión viene dándose a través de los siglos, solemos confundir el significado de tres apelativos vinculados: hebreos, israelitas y judíos. Un detalle importante a tener en cuenta es que cada término se relaciona con una etapa histórica. (Resumimos esta explicación de una fuente: "Enlace Judío") 

Los hebreos fueron un grupo heterogéneo que se extendió por todo el Medio Oriente, desde las zonas occidentales del actual Irán hasta Egipto, y su presencia en la zona está documentada desde el siglo XXIII AC hasta el siglo XIII DC. La Biblia no entra en detalles sobre lo que fueron los hebreos, menciona que Abraham fue uno de ellos, pero sin ofrecer datos suficientes para saber qué tipo de sociedad fueron. Sin embargo, la arqueología se ha encargado de proporcionar una gran cantidad de datos que permiten reconstruir sus características principales. La etapa de los hebreos dio paso a la de Israel.

¿Cuál es la diferencia, entonces, entre hebreos e israelitas? Los hebreos fueron un grupo enorme distribuido en muchos reinos que, entre los siglos XVI y X AC se vieron obligados a adaptarse a las nuevas realidades o desaparecer. La mayoría despareció, pero el grupo hebreo establecido en Canaán pudo dar el paso necesario para convertirse en un reino formal llamado Israel. Podríamos decir que los israelitas son la continuidad directa de los hebreos; desde otro punto de vista, Israel fue la nación de origen hebreo que logró consolidarse y sobrevivir a los cambios sociales y políticos provocados por el colapso hitita y egipcio, y la invasión de los Pueblos del Mar.

Por ello, cuando los babilonios conquistaron el reino de Judá, la identidad israelita ya estaba prácticamente consolidada. Los persas –amos y señores de la zona desde el año 539 AC– permitieron la reconstrucción del antiguo reino israelita del sur, que a partir de ese momento pasó a ser llamado Judea. Por ello, sus habitantes comenzaron a ser llamados “judíos”.

Y aquí hay que aclarar: “judío” no significa “de la tribu de Judá”. El término hebreo para referirse a un integrante de esa tribu específica es Ben Yehudá (benei Yehudá, en plural), y “judío” se dice yehudí. La I al final evidencia que se trata de un toponímico (un apelativo derivado de un lugar), no un patronímico (apelativo derivado del nombre de una persona). Por lo tanto, “judío” significa “originario de Judea”.

¿Cuál es la diferencia entre israelita y judío? La época. “Israelita” es el modo de llamar a un pueblo entre los siglos X y VI AC, y “judío” es el modo de llamarle a ese mismo pueblo a partir del siglo VI AC y hasta la fecha.

Entremos a repasar el libro de Frescaroli.


Introducción: 

Sobre la Tortura

  



Entre 1945 y 1948, la Europa "liberada" hizo justicia. Centenares de torturadores, de sádicos y especialistas del suplicio fueron buscados, reunidos, llevados con su vergüenza ante un tribunal y enviados después ante un pelotón de ejecución. Aquella fue la época de la gran hecatombe de los torturadores. Era el final de los verdugos.


Pero no era el final de la tortura. Estaba escrito que esta "diosa del espasmo" tenía que sobrevivir a sus siniestros sacerdotes. En las últimas décadas de historia hemos visto aflorar, en todos los paralelos, la antigua manía de hacer gritar al prójimo por sistemas diversos. La tortura, ella de nuevo, siempre ella y siempre igual a sí misma: en su ferocidad como en su refinamiento, sobre todo, en su tremendo absurdo.

Todo puede ser confiado a la historia de mañana o de pasado mañana, menos esas explosiones de bestialidad colectiva que ofenden la dignidad humana de los contendientes. La historia de la colonización tiene sus páginas escalofriantes. Pero también la descolonización tiene las suyas, y son páginas que hacen helar la sangre. Auténticos genocidios han tenido lugar en estos últimos años en el más crucificado de los continentes, en África.

Salvaje o refinada, colérica o fría, rudimentaria o técnica, individual o de masa, la tortura vive, continúa viviendo. Aparecida con el hombre, parece destinada a desaparecer con el hombre. Mientras exista un hombre todavía sensible al dolor, la tortura tendrá una razón para no abdicar. No hay duda de que cuanto el hombre anestesia más sus partes y se hace insensible al dolor, más refinada tiende a ser la tortura.

Todos somos iguales ante la muerte, pero no todos somos iguales ante el dolor. La apatía tradicional de los asiáticos y de los orientales en general ante el sufrimiento físico y su consiguiente resistencia al dolor, explican en cierto sentido, el carácter de la tortura asiática, la cual, para hacerse sentir, debe ser necesariamente refinada. El antiguo verdugo chino debía ser más que un asalariado. Debía ser, en su género, un verdadero artista. Lo hemos visto en el "Jardín de los Suplicios".

Los cosacos heridos durante la campaña de Napoleón no necesitaban anestesia para ser operados. Sufrían de pie el apuntamiento de los brazos, sin lanzar un gemido, sin dar una muestra de debilidad. La sensibilidad física varía, pues, de país a país. Y, como puede comprenderse, variando la sensibilidad, variará la tortura. No solo eso: la sensibilidad varía también con los siglos. La sensibilidad física de los hombres de hoy no es igual que la de los hombres de ayer.

Hoy, especialmente en nuestro mundo civilizado, el hombre siente más el dolor porque ha perdido la costumbre de soportarlo. La humilde aspirina ha determinado, en el curso del último siglo, una profunda transformación en nuestro sistema nervioso. Es cierto que estamos más protegidos contra el dolor. pero hemos quedado más expuestos, completamente indefensos, a las manos del verdugo, el cual -no lo olvidemos- está siempre en acecho dispuesto a sacar los instrumentos de su siniestro oficio.

Desde 1945 Europa espera su Valle de los Caídos. La matanza ha sido grande, única en la historia  por las proporciones y por la técnica con que fue llevada a cabo. Inmenso debería ser por tanto el Valle que habría de recordarla a quienes vivimos todavía y quedar como memoria para los que nos sucedan.

Se dirá que ese colosal panteón existe ya en el corazón de cada europeo. Se dirá además que una obra de esta clase sería imposible de construir. ¿Cómo recuperar los restos de millones de seres humanos hechos desaparecer del número de vivos? ¿A quién pedir las cenizas? Habría que dirigirse a esos ríos del Norte, de aguas melancólicas e impetuosas.


El advenimiento de los "técnicos"

La hora de los "químicos"


Una tarjeta utilizada por los nazis para justificar la obligación para que los judíos lleven la estrella de David, que se traduce como "Quien lleve este símbolo es un enemigo de nuestro pueblo".


Entre 1941 y 1945, millones de judíos y otros prisioneros fueron introducidos y amontonados en grandes y lúgubres cámaras. Allí esperaban unos minutos. En la cámara de gas morían miles. Sus cuerpos fueron quemados y sus cenizas arrojadas al río. La idea del exterminio "automático" de masas por medio de gas tiene al mismo tiempo algo de trágico y paradójico. 

Se sabe que este tipo de muerte se estableció, al menos en la intención de los políticos que la idearon y de los técnicos que la realizaron, con el fin de hacer pasar al interesado al más allá sin que tuviera que atravesar por la inútil antecámara de tortura. Por eso la muerte del gas nació con el nombre de "muerte piadosa". Era necesario que los dos protagonistas, el que daba la muerte y el que la recibía, no sufrieran demasiado.

El problema de la eliminación física de millares de personas apareció con todas sus complicaciones el día que los nazis se encontraron entre las manos millones de judíos para "despachar". ¿Cómo hacerlo? Los técnicos de la Gestapo abrieron los libros de historia y examinaron las grandes matanzas que habían sido registrados. Comenzaron por la historia antigua. Los asirio-babilonios, los medos, los persas, los romanos habían sido formidables carniceros, pero sus métodos resultaban ahora rudimentarios, indignos de unos tiempos que, después de todo, eran los de la ciencia.

Pasaron al examen de la historia más reciente: el exterminio de los indios por mano de los europeos y el exterminio de los indios por manos de los norteamericanos. No decían nada: unos y otros se habían quedado en la horca y en el fusilamiento.

Detuvieron al fin su atención sobre los grandes castigos escogidos por la cólera revolucionaria: pero tampoco aquí hallaron nada de extraordinario. Los chinos con sus decapitaciones y los rusos con sus fusilamientos, podían considerarse todavía en estado artesano. Lo que había que hacer, lo que se quería imponer, era un aire industrial al "negocio", un ritmo en cadena, anónimo, mecánico. No era fácil, porque entre otras cosas, no faltaban los partidarios de los sistemas tradicionales, para quienes la muerte por medio del plomo de un arma de fuego seguía siendo el único modelo a que atenerse.

Los tradicionalistas se dividían en dos "escuelas": los "clásicos" y los "modernos". Los "clásicos" se pronunciaban por el pelotón de ejecución reglamentario, a diez o doce pasos de la víctima, un oficial en cabeza, golpe de gracia al final. Los "modernos" estaban de parte del disparo en la nuca. Era una solución práctica, decían, y adecuada a los tiempos. "Mirad a los rusos".

Fue descartada la primera forma -el fusilamiento reglamentario- porque exigía un gasto de fuerzas y de tiempo incompatible con el estado de guerra, la penuria de hombres y la economía de las municiones. Y fue descartada también la segunda solución -la del "disparo en la nuca"-, porque además de los muchos inconvenientes de orden práctico ("¿cómo podrían eliminarse millones de judíos de uno en uno?"), se presentaba otro que podríamos llamar psicológico. Cada disparo en la nuca representaba a todos los efectos una operación, y cada operación de ese género escondía para el ejecutor la insidia de una neurosis; "tanto da entonces servirse del pelotón de ejecución", concluyeron. No estaban equivocados.

En la ejecución de una sentencia por medio del pelotón, el acto de matar está despersonalizado. Los hombres disparan, matan entre todos, ninguno puede decir que ha disparado el tiro decisivo: uno siempre se puede salvar, ante la propia conciencia, por las escapatorias de la duda. Y luego: en una ejecución encuadrada todo llega por órdenes, la víctima está allí, en la soledad de su terror, no es siquiera un hombre, es la silueta de un hombre.

Pero en el tiro en la nuca, no. Aquí el acto está personalizado al máximo. El que mata está obligado a ver a su víctima, a mirarla a los ojos y a asistir a su drama. Se puede decir: "Mata, hermano, mata sin piedad, porque aquel a quien das muerte ni es tu semejante; porque aquel a quien matas es un gusano, una víbora". 

Se puede preparar la psicología del asesino; la muerte de los demás no se deja mirar sin dejar huella en los pliegues del alma.


Dos carteles de propaganda. A la izquierda promocionado el film "El judío eterno"; a la derecha, cartel en polaco: "Los judíos son piojos; causan tifus". 

Había, pues, que encontrar una solución nueva que resolviese el problema de una muerte "nueva", técnica, anónima y ¿por qué no? económica. No se olvide que el Reich estaba empeñado en una guerra "planetaria", solo contra todo el mundo; nadie podía prever cómo iba a terminar. Existía además el problema de las municiones. Se decidió servirse de los viejos y tradicionales sistemas (ahorcar, fusilar, etc.) para las operaciones de administración ordinaria. Para la "solución del problema judío" los técnicos se pusieron a trabajar.

El mérito de la investigación corresponde, como es sabido, a un oscuro investigador de las SS, un tal Becker. Basta un camión, en el que por medio de un ligero "acondicionamiento" se hacen penetrar los gases quemados del tubo de escape a la caja del furgón. Una cámara de gas, y todo está dicho. Se realizaron los primeros intentos, en los que hubo escenas desgarradoras. Se tomaron unos camiones adecuadamente  preparados.

El conductor tenía una misión muy concreta: mantener una cierta proporción en la marcha; los gases quemados habían de penetrar en el furgón lentamente, de modo que los "pasajeros" no se dieran cuenta y pudieran así morir "dulcemente".

Porque esto de la muerte "dulce", de la muerte "agradable", de la muerte "piadosa" era la idea fija de Himmler. !Nada de muerte "dulce", nada de muerte "piadosa"! En la realidad, las cosas eran de modo muy distinto.

El conductor era invenciblemente inducido a apretar el pedal del acelerador. Los gases hacían irrupción en el furgón, los condenados lo notaban inmediatamente, e inmediatamente comprendían; y era la tragedia, la muerte convulsa, horrible, escalofriante de quien siente que se ahoga y conserva clara la noción de lo que está ocurriendo.

Los camiones de la muerte probaron y volvieron a probar sus trágicos recorridos. No había nada que hacer. Finalmente, la idea genial apareció, se diría que casi sola. Era muy sencillo: en lugar de ser el camión el que iba a los judíos, eran los judíos quienes debían ir al camión. En otras palabras: ¿por qué no crear cámaras fijas? La cámara de gas había nacido. Los investigadores se pusieron en contacto con las autoridades de Berlín, que fueron informados de los nuevos planes. Berlín respondió: "!Adelante!".

Se procedió con una ejecución en masa. Perfecto. Pero quedaba por resolver un problema: el de los cadáveres. ¿Cómo deshacerse de los cuerpos? Nuevas discusiones. ¿Enterrarlos? Demasiado complicado: cien, doscientos, mil, está bien. ¿Pero millones? Junto a la idea de la cámara de gas, nace, como inevitable complemento, la del horno crematorio. No deben quedar huellas. "Comprendan", dijo un técnico, "que las generaciones que nos sigan podrían interpretarnos mal y juzgarnos".

Las generaciones no han interpretado mal. Han comprendido y juzgado.

Sobre la inconmensurable tragedia de las interminables columnas de judíos llevadas a las cámaras de gas de los campos de concentración existe toda una literatura, Las primeras ejecuciones fueron desgarradoras, porque además eran imperfectas desde el punto de vista técnico. Las últimas... las últimas fueron monstruosas. ¿Cómo murieron millones de judíos? Nadie lo  sabe, porque ninguno ha vuelto de las cámaras de gas para contarnos aquellos terribles instantes.

Tratemos de imaginar a seiscientas, setecientas  o mil personas en una estancia. Se les dice: "Desnudaos que os vais a duchar". Se desnudan. Y esperan. Luego, la tragedia. Una tragedia que dura diez, veinte minutos. Cuando todo ha terminado y los kommandos entran para remover  los cuerpos, el espectáculo es para helar la sangre. Muchos han muerto de pie, pues no se les ha concedido el mínimo espacio para caer. Se reconocen los grupos familiares: a racimos, desesperadamente agarrados unos a otros. ¿Qué se dirían antes de morir?. Los niños yacen casi siempre en el suelo, pisoteados: son las víctimas de esta agonía colectiva. Los cadáveres son azulados, están húmedos de sudor y orina, las piernas llenas de excremento y de sangre. En los últimos espasmos, se han arañado... en la carne y en la dignidad.


Continúe la lectura:

La hora de los "psicólogos"

Fuente:

"Historia de la Tortura a través de los siglos". Antonio Frescaroli, editorial De Vecchi S.A., Barcelona,1972

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