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02 septiembre 2019

Sudáfrica: Lágrimas de los dioses, o diamantes malditos (1)






Nota aclaratoria por el redactor del blog.

"Europa Soberana" es un interesante blog, pese a no compartir su ideología y concepción del mundo, no deja de sorprender con unas buenas reseñas históricas profusamente ilustradas y documentadas. Debiendo aclarar que su mayor interés radica exclusivamente desde el punto de vista geopolítico ya que -en ocasiones- sus reflexiones históricas suelen ir acompañadas de tesis raciales, discriminación y rechazo a la migración, así como el recurrente uso de doctrinas que enaltecen un supuesto supremacismo blanco europeo y una desmedida defensa del colonialismo en contra de los derechos de los pueblos autóctonos. Por esas obvias razones, el redactor de aquel blog mantiene el anonimato.

Un lector culto debe decantarse siempre por el contenido histórico (y no los otros puntos señalados). Hace un tiempo buscaba información para continuar el análisis sobre los "diamantes de sangre" presentado en dos artículos anteriores en este blog, encontrándome con un detallado trabajo de "Europa Soberana": "Lágrimas de los dioses, o diamantes malditos -la tragedia de Sudáfrica-". La temática general del artículo no va sobre los diamantes, pero tiene un enorme interés histórico - cultural sobre la era de la colonización, los bóers y los conflictos armados en el sur del África.

Esa investigación viene a continuación. Al tratarse de un tema amplio (hemos suprimido algunos párrafos que más interesa a la antropología o de dudoso contenido "racial") lo dividimos en tres entregas (la original consta de dos partes y una tercera está pendiente desde 2014).


*****

Primera Parte


INTRODUCCIÓN - LOS CIMIENTOS DE SUDÁFRICA -  EL PODER MARÍTIMO DE PORTUGAL Y HOLANDA   

El oro es tan pesado que reposa sobre las almas más bajas.
 (Austin O’Malley, físico y escritor estadounidense, 1858-1932).


Introducción

En la popular novela victoriana "Las minas del rey Salomón" (Sir Henry Rider Haggard, 1885), un grupo de cazadores y aventureros ingleses, acompañados de un aborigen, emprenden una peligrosa expedición hacia el corazón de África. Partiendo de Sudáfrica, se internan en tierras vírgenes con el objetivo de encontrar las legendarias minas del antiguo rey israelí Salomón, de reputada riqueza. El autor de la novela conocía África bien: desde los 19 años, Haggard había pasado doce años en el continente negro, viajando a lo más profundo de sus tierras y familiarizándose tanto con sus pueblos nativos como con sus vastas riquezas minerales, así como con excavaciones arqueológicas de civilizaciones antiguas (como Gran Zimbabwe). También fue testigo de numerosos conflictos tribales y de dos grandes guerras: la Guerra Anglo-Zulú y la Primera Guerra Bóer, estando presente también en la anexión de la República del Transvaal por parte del Imperio Británico.

En un episodio de la novela, los protagonistas encuentran un tesoro de diamantes, oro y marfil por valor de millones de libras esterlinas de la época. Gagool, siniestra y anciana hechicera de una tribu local, ríe de forma inquietante: 


"Aquí están las piedras brillantes que os encantan, hombres blancos, todas las que queráis", les dice. "Cogedlas, hacedlas correr entre vuestros dedos, comed de ellas, bebed de ellas". 

Sus enigmáticas últimas palabras sólo cobran sentido cuando la vieja se escapa por un pasadizo oculto, dejando a los protagonistas atrapados. Estos comprenden al instante que las fabulosas riquezas materiales que acaban de encontrar de poco les servirán, ya que no se pueden ni comer ni beber.

Efectivamente, ni el oro ni los diamantes son riqueza verdadera y auténtica en todo el sentido de la palabra. Las antiguas tribus de la humanidad no sobrevivieron y evolucionaron a base de oro, diamantes u otros bienes materiales de valor especulativo, sino a base de altruismo, esfuerzo, obediencia, creatividad, fidelidad, coraje, ingenio, amor y trabajo en equipo

Sin embargo, en la época de la novela, la maldición de los diamantes y del oro se había cernido ya sobre África y estos "bienes" eran considerados desde hacía mucho como riquezas por parte del mundo civilizado. 

Los diamantes son un tesoro natural de la Tierra, formados a partir de vulgar carbono (como el carbón o el grafito) transformado a lo largo de miles de millones de años por las presiones y temperaturas extremas de las fuerzas geológicas, a 140-190 kilómetros de profundidad, y lanzado a la superficie a través de chimeneas volcánicas. También pueden formarse con la caída de un meteorito, que produce enormes temperaturas y presiones. 

Los diamantes hechizaron civilizaciones enteras. Los primeros en explotar la gema fueron los hindúes, que le daban importancia religiosa y durante milenios la exportarían a otras civilizaciones contemporáneas, especialmente a Europa a través de la Ruta de la Seda, a cambio de oro y plata. Los griegos llamaron a las piedras adámas (inconquistable, inalterable, indestructible, indomable), considerándolas trozos de estrellas caídas sobre la Tierra y pensando que las puntas de las flechas de Cupido, que enamoraban a los amantes, estaban hechas de diamantes. Los romanos los llamaban "lágrimas de los dioses" y se rumoreaba sobre la existencia de un recóndito valle en lo más profundo de Asia Central, alfombrado de diamantes y vigilado por serpientes y aves rapaces. 

El valor comercial de los diamantes estaba fuera de toda duda: la mercancía era muy fácil de transportar y su precio era enorme, por lo que el margen de beneficios era astronómico. Para entonces, toda la veneración que en los tiempos primitivos era dirigida hacia las virtudes solares, cristalinas, duras, olímpicas, nobles, puras y transparentes del hombre y del mundo, se había dirigido hacia materiales inanimados que tenían dicho aspecto pero que distaban mucho de engendrar esas cualidades en el alma humana. Al contrario, desde el principio de la civilización, las piedras preciosas y el oro parecían sacar a la luz, como el famoso anillo tolkeniano, la faceta más perversa del hombre


La historia de Sudáfrica está íntimamente relacionada con la historia del comercio de esta piedra preciosa, tan relacionada a su vez con el amor (flechas de Cupido) y, sin embargo, causante de sufrimiento y dolor.

Aunque los señores del Capital del Siglo XIX ya eran capaces de crear dinero de la nada, necesitaban también riquezas "contantes y sonantes" para entrar en los mercados extranjeros que no aceptaban la moneda global de la época: la Libra Esterlina

Gracias a las fortunas amasadas con los diamantes y el oro de Sudáfrica, las familias Rothschild y Oppenheimer (a través del magnate Cecil Rhodes, su agente y testaferro) tuvieron en sus manos los medios para subvertir el mundo tradicional a través de los grupos de la Mesa Redonda, la Sociedad Fabiana, la Pilgrims Society, el Royal Institute of International Affairs (Chatham House), el Carnegie Endowment for International Peace, la London School of Economics y sus diversos derivados: el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), el Instituto de Relaciones Pacíficas (IPR), el Institute for Advanced Study (IAS), la Comisión Trilateral, el grupo Bilderberg, el Banco de Pagos Internacionales (BIS), el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Inter Alpha Group of Banks y otros. 

Hoy en día, estos centros de poder se hallan muy entretejidos con el lobby petrolero (familia Rockefeller), el lobby del opio (familia Sassoon) y más emporios en manos de las familias Morgan, Warburg, Lazard, Soros, Speyer, Tishman, Seligman, Schiff, Seif, etc., familias que tienden a concentrar poder y a unir fuerzas a base de alianzas matrimoniales. Juntos, estos círculos forman la Internacional del Dinero


Viéndolo desde esta óptica es mucho más fácil comprender la importancia histórica de los diamantes y el oro de Sudáfrica en el desarrollo de la globalización y del moderno capitalismo financiero.


La ciudadela de la Finanza Internacional. Es imposible comprender la historia sudafricana y, de hecho, la historia del mundo entero, sin asomarnos antes a la llamada City de Londres, un céntrico distrito financiero de la capital británica. Del mismo modo que el Imperio Romano ha sobrevivido ―desvirtuado― en el poder de la Iglesia católica, la City es el corazón del actual Imperio Británico en la sombra. Es el centro financiero más importante del mundo, teniendo conexiones privilegiadas con otras capitales del dinero y de la especulación como Hong Kong, Shanghai, Singapur, Nueva York, Tokio o Mumbai. Se trata de una milla cuadrada en el centro de la capital británica, constituyendo una de las más poderosas ciudadelas del planeta junto con el Vaticano, el Kremlin, Manhattan, el Pentágono y el centro de Washington DC. Su estatus administrativo en Londres es de distrito especial, con un alcalde propio (cuyo puesto es mucho más antiguo que el del alcalde de Londres) y sus propias normas jurídicas. Posee su propia fuerza de policía privada de 2.000 miembros (siendo la población nocturna del distrito de sólo 9.000 almas), se encuentra libre de la jurisdicción de la Policía Metropolitana y está intensamente monitorizada por la red de videocámaras más densa del mundo. La City londinense es heredera, a veces directa y a veces indirecta, de antiguas redes económicas como las de fenicios, templarios, la Liga Hanseática, portugueses, holandeses y judíos. Hay un solo individuo que tiene permiso de las autoridades de la City para pasearse de un lado a otro del distrito en su helicóptero privado: Nicky Oppenheimer, dueño del negocio diamantífero en Sudáfrica y otros lugares. Londres posee otro distrito financiero de menor importancia: Canary Wharf.


Otro motivo por el que Sudáfrica nos ayuda tanto a comprender el mundo moderno es porque en ella se dieron, ya hace décadas, fenómenos tan actuales como el dumping laboral a base de sustitución étnica, el apoyo de la "comunidad internacional" a grupos terroristas desestabilizadores (?), el bloqueo petrolero y comercial contra un gobierno insubordinado contra la globalización y el ataque directo contra los europeos étnicos. No hay fenómeno de la globalización, ni presente ni venidero, que no se haya ensayado ya en el laboratorio del microcosmos sudafricano, especialmente en los episodios menos conocidos de la breve pero fascinante historia del país.

Desde su vena poética, Eugene Terre’Blanche, político radical sudafricano asesinado en 2010, describía su país como "una tierra triste con una historia triste". Este artículo no se cortará a la hora de tirar de los hilos, remontándose lejos en el espacio y en el tiempo para encontrar las raíces más profundas del problema sudafricano, llevándonos desde los mercados de diamantes de Amberes y el poder comercial de Portugal y Holanda hasta las masacres étnicas y las luchas tribales de la época colonial, pasando por la constitución de sociedades secretas de etnia afrikáner, el establecimiento de un sistema de castas en pleno Siglo XX y las conspiraciones de magnates capitalistas sin escrúpulo alguno a la hora de imponer su business as usual para satisfacer su sed de oro y de diamantes: su sed de poder.


Los cimientos de Sudáfrica

El devenir histórico querrá que, en Sudáfrica, las razas humanas más antiguas se encuentren con las más modernas, por lo que no está de más ver, aunque sea por encima, cómo era la composición étnica del sur del continente antes de la llegada de los europeos. África puede considerarse como la cuna de los simios, y Sudáfrica en particular es una de las regiones africanas que ha estado poblada por homínidos arcaicos desde el más remoto Paleolítico Inferior. Hace 3 millones de años, el aun primitivo Australopithecus africanus rondaba territorio sudafricano. Hubo una época en la que casi toda África, desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el Mediterráneo e incluso hasta Europa, estaba habitada por pueblos de raza khoisánida, la más antigua de las razas humanas modernas. 


El khoisánido es el habitante original de Sudáfrica y de la mayor parte del continente africano. Tiene una frente recta y vertical, labios mucho más finos que el cónguido "negroide", una constitución física extremadamente delgada y ligera, el mentón bien formado, una musculatura seca, pómulos abultados, ojos rasgados y una piel marrón-amarillenta, mucho más clara que la del negro subsahariano promedio.

EL PODER MARÍTIMO DE PORTUGAL Y HOLANDA

En el Siglo XV, Castilla y Portugal dominaban indiscutiblemente el Atlántico. Los portugueses tendían a rodear el continente africano, y en 1488, el navegante Bartolomeu Dias avistó lo que llamó Cabo das Tormentas. Se trataba de "El Cabo" por excelencia, es decir, la punta del enorme continente africano, que separaba Europa de las legendarias riquezas de Oriente. El nombre del cabo parecía capaz de espantar a los navegantes, así que el rey João II lo rebautizó como Cabo da Boa Esperança, ya que era un trampolín hacia las codiciadas Indias.

El geoestratega británico Halford J. Mackinder notaba que, antes del descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, existían a efectos prácticos dos grandes océanos claramente separados: el "occidental" (Atlántico) y el "oriental" (Índico). Para enlazar estos dos espacios marítimos era necesario pasar por Suez o por Pentalasia, que en aquella época estaban bajo el control del hostil Imperio Otomano y no eran viables para el comercio europeo, salvo para los venecianos y los judíos, asociados con los musulmanes. Pero después de que Vasco da Gama consiguiese rodear el Cabo de Buena Esperanza y llegar a India tras décadas de naufragios y miles de marinos muertos en la mar, el océano se convirtió al fin en uno solo. Ahora el poder marítimo podía envolver la "Isla Mundial" (Eurasia y África) y acceder a las lucrativas mercancías de las Indias ―especialmente a los diamantes y a las especias, utilizadas en Europa para conservar carne y elaborar medicinas y pociones mágicas.

A lo largo del Siglo XVI, la bisagra sudafricana fue clave para el Imperio Portugués, que gracias a ella logró llegar hasta India, Ceilán (Sri Lanka), China (donde fundó Macao), Formosa (Taiwán) y Japón (donde fundó Nagasaki), organizando el tráfico de riquezas de estos lugares y conectándolo con Europa y sus nuevas posesiones en América. Sudáfrica quedaría en adelante influida por Portugal, hasta el punto de que 400 años después de descubierto el Cabo, un general de apellido portugués, Ferreira, lucharía en las Guerras Bóer contra el Imperio Británico. En la actualidad, estas viejas relaciones se agrupan en torno al eje IBSA (India-Brasil-Sudáfrica).


El cuadro describe la rivalidad anglo-holandesa en la batalla de Lowestoft en 1665


En cuanto a Holanda, el joven país seguiría una trayectoria trepidante antes de convertirse en la Meca del capitalismo mercantil. Holanda se encuentra en el punto crucial de una franja económica europea que va desde las talasocracias italianas hasta Inglaterra. Literalmente, los puertos holandeses eran la contrapartida nórdica de Venecia y Génova, donde entraban las mercancías orientales. Esta franja vital para Europa ha sido llamada blaue banane o banana azul, coincide grosso modo con el reino alto-medieval de Lotharingia o con el camino español del Siglo XVI y tiene dos puntos débiles. Uno es Suiza como barrera montañosa. El otro se encuentra en las costas de lo que hoy son Holanda, Bélgica y Francia, donde la franja rompe su continentalidad transformándose en impulso marítimo y tendiendo a saltar hacia las costas inglesas y en menor medida hacia el Báltico (ruta hanseática). Resulta curioso que posteriormente, el calvinismo ―la rama más radical de la herejía protestante― arraigase especialmente en estos dos puntos vulnerables (Suiza y Holanda), tendiendo a romper el correcto flujo en el seno de la "banana azul" y desestabilizando Europa cuando más necesitada estaba de orden, es decir, cuando el Imperio Otomano arrollaba un cuarto del continente.

Durante la Baja Edad Media y buena parte del Renacimiento, Venecia había recibido el tráfico de diamantes de India a través de dos rutas. Típicamente, las gemas eran transportadas desde India a Occidente, por mar o por tierra. Por mar, el puerto de entrada era Adén (Yemen), donde la mercancía era comprada por comerciantes judíos que a su vez la vendían, a través del Mar Rojo y Etiopía, a correligionarios suyos en El Cairo, desde donde saltaban a Venecia. Por tierra, las caravanas atravesaban el mundo persa, el mundo árabe, Armenia y acababan en los puertos del Levante o en Constantinopla, desde donde pasaban, de nuevo mediante los contactos internacionales de los mercaderes judíos, a Venecia. Alrededor del Siglo XIV, ya había surgido en Venecia la primera industria cortadora, talladora y pulidora de diamantes, dominada por judíos. Shylock, ficticio "Mercader de Venecia" descrito por Shakespeare, fue un ejemplo del tipo humano incubado en estos centros económicos. Estos mercaderes judíos de Venecia a su vez vendían los diamantes a correligionarios suyos en Frankfurt, Brujas o Lituania. Amberes (Bravante), junto con Brujas (Flandes), había sido el epicentro de distribución comercial de todo el norte de Europa convirtiéndose en la capital internacional del Mercado y del incipiente capitalismo mercantil, hasta el punto de que en 1460 se creó en Amberes la primera bolsa de valores de la historia. El comercio de diamantes experimentó un boom a partir del año 1477, cuando el archiduque Maximiliano de Austria le regaló a María de Borgoña un anillo de diamante con motivo de su boda, iniciando la célebre tradición de los anillos de compromiso con diamante, que llega hasta nuestros días. 

Cuando los portugueses tuvieron éxito llegando a las Indias, los sefarditas de Portugal rápidamente hicieron negocio con los barcos para recoger los diamantes directamente de Goa, y Lisboa se convirtió en el principal punto de entrada de diamantes de Europa, a costa del Imperio Otomano y el resto del mundo islámico. Las conexiones diamanteras con Amberes, sin embargo, continuaron siendo fuertes, ya que la ciudad estaba bien situada para recibir las gemas tanto desde Lisboa como desde Venecia, aunque esta última decayó. Los judíos asquenacitas, por aquel entonces menos prósperos que sus primos sefarditas, eran utilizados como talladores y pulidores de las gemas. El posterior traslado de las casas comerciales extranjeras desde Brujas hasta Amberes, con motivo de la degeneración geológica del puerto de aquella, hizo que la especulación, el comercio, el lujo y las familias financieras prosperaran en la ciudad. Cientos de naves entraban en el puerto de Amberes cada día, cargadas de azúcar de las plantaciones españolas y portuguesas en Ultramar, y los bancos amberinos eran tan prósperos que podían permitirse el lujo de prestar a gobiernos enteros ―entre ellos el inglés. El 40% del comercio mundial pasaba por el puerto de Amberes, del que algunos historiadores han estimado que proporcionaba a España siete veces más ingresos que las Américas. Sólo los impuestos recaudados por la Corona española en Amberes igualaban los ingresos de la mina de plata de Potosí, en el Virreinato de Perú. En aquella época, la ciudad pertenecía al Ducado de Bravante, a su vez parte del Sacro Imperio Romano-Germánico, que se encontraba unido a España bajo la corona de Carlos V, de la casa de Austria.

Dos acontecimientos acabarían transtornando la prosperidad de la situación. El primero fue la expulsión de los judíos de España en 1492 y de Portugal en 1496, que causó una migración de refugiados sefarditas desde la Península Ibérica hacia el Imperio Otomano, los Países Bajos y Suiza. Estas poblaciones arraigaron en el mundo financiero holandés y tendieron a vengarse de España en tiempos posteriores. El segundo acontecimiento fue el comienzo de la Reforma protestante. Estos dos factores fermentaron un nuevo orden regional en el que Holanda se desvincularía de las autoridades continentales (el Sacro Imperio, la Iglesia, el Imperio Español) y se volvería insular, estrechando lazos con Inglaterra, el mar y las nuevas corrientes religiosas, especialmente de signo calvinista. Algo había en el carácter del poder incubado en Holanda, especialmente en su franja más insular y marítima, que no le permitía vincularse a poderes continentales de tipo estatal (Palacio: España y el Sacro Imperio) o religioso (Templo: Roma). Esto culminaría con la rebelión neerlandesa de 1568, en la que los fundamentalistas calvinistas se alzaron contra España y Roma, destruyendo gran cantidad de patrimonio artístico ―los calvinistas eran iconoclastas como los judíos o los musulmanes, es decir, consideraban "idolatría" la representación y adoración de la figura humana. Este proceso se denominó furia iconoclasta o Beeldenstorm: "asalto de imágenes". Es el comienzo de la llamada Guerra de los Ochenta Años y el involucramiento de España en Flandes. En 1576, la rica Amberes es saqueada por los Tercios españoles y en 1579, le tocó a Maastricht, en una serie de pillajes conocidos como Furia Española. Muchos talladores de diamantes se relocalizaron a Ámsterdam, donde las liberales políticas económicas y civiles atrajeron a refugiados judíos que sufrían persecución en España, Portugal, Alemania y Polonia.


Mapa de expediciones comerciales holandesas, elaborado a partir de registros históricos, diarios de a bordo, etc. El mapa sólo tiene en cuenta las expediciones entre 1750 y 1800, pero representa bien la influencia holandesa y el papel de El Cabo como divisoria entre el Atlántico y el Índico. Un mapa del Siglo XVII incluiría importantes rutas hacia Nueva York y mayor densidad de tráfico en el Índico, en una época en la que Holanda mandaba cinco veces más barcos a Asia que los portugueses y dos veces más que los ingleses. Interesante ver cómo, debido al Imperio Español, el Caribe era un espacio cerrado para los holandeses (salvo piratas). Mapa: James Cheshire, Spatial Analysis.

Lugares sometidos a la influencia holandesa. Los holandeses tendían a coincidir con los portugueses en sus rutas y colonizaciones. De todas estas colonias fuertemente marítimas, la única que acabará adquiriendo continentalidad y profundidad territorial será la de Sudáfrica.

En 1581, el noble holandés calvinista Guillermo de Orange, proscrito por el rey español Felipe II, proclamó en los Países Bajos la República de las Siete Provincias Unidas. Diez años después, las actividades financieras de España, Portugal e Italia se trasladan a Hamburgo arruinando al comercio holandés, que en adelante buscará desesperadamente dominar los mares para llegar él mismo a las fuentes de materias primas. La confederación de nobles holandeses rebeldes, llamados Geuzen, se abandera con símbolos de aroma hebreo y lucha contra la influencia española para que no pueda llegar al Mar del Norte ―lo cual habría supuesto que todo el enorme potencial marítimo de España, Portugal y los Países Bajos habría quedado bajo una misma corona. La rama más exitosa de la estrategia rebelde fue precisamente la naval, llamada Watergeuzen, cuyos símbolos tenían un aire más bien turco-otomano y que tendría mucha influencia en la piratería anti-española en el Caribe y hasta en Gibraltar. Es la época del dominio holandés de los mares, de la piratería, el comercio y la leyenda del "Holandés Errante". Se estaba perfilando, pues, un poder marítimo de vocación comercial, que renunciaba totalmente a ejercer influencia en el Mediterráneo (hasta el punto de llegar a acuerdos con el Imperio Otomano, especialmente a través de la comunidad judía) y cuya orientación era ante todo atlantista.

En Holanda había arraigado fuertemente la herejía calvinista, que daba importancia al trabajo y a la iniciativa para alcanzar la meta más importante de esta vida: prosperar. Gracias a eso y a la presencia de una próspera comunidad judeo-sefardita (establecida en Ámsterdam tras ser expulsada por la Inquisición de Amberes, España y Portugal), en 1602, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, de la que hablaremos enseguida, fundó una nueva bolsa de valores en Ámsterdam, ciudad que se convirtió inmediatamente en el centro diamantero de Europa, reemplazando además a Lisboa como puerto de entrada para la codiciada mercancía. Los fenómenos especulativos, tan típicos del capitalismo liberal, no tardarían en aparecer, siendo el más famoso la absurda burbuja de los tulipanes, en la que por una sola de estas flores se llegó a pagar el precio de una mansión o el salario de un artesano bien pagado durante quince años. Una diminuta élite comercial había importado los tulipanes desde el Imperio Otomano, promocionando la flor para manipular su demanda y acumular dinero. La burbuja de los tulipanes pinchó en 1638 produciendo una gran crisis.


Elías van Cuelen, el arquetipo de mercader holandés del Siglo XVII. Las ideas calvinistas, que triunfaron en la casta comerciante, habían predispuesto positivamente a la burguesía urbana con respecto al judaísmo, a diferencia de lo que pasaba en otros países europeos, especialmente en España y Portugal. En la burguesía urbana neerlandesa ―que constituía un mundo aparte con respecto a la Holanda rural y ancestral― eran populares los nombres hebreos (Abraham, Daniel, Elías, Isaac, Jacob, Samuel, etc.) y la mentalidad altamente pragmática y materialista, en consonancia con las antiguas tradiciones de negocios de los judíos. Incluso era común entre ellos la circuncisión. La rebelión calvinista de las Provincias Unidas en 1568 había sido, ante todo, una rebelión del joven capitalismo, de la casta burguesa mercantil, de las autoridades judías y del mundo financiero y comercial, contra el mundo de la Tradición y del Antiguo Régimen. También fue una rebelión del fundamentalismo religioso contra el arte y el espíritu humanista-antropocéntrico del Renacimiento, del hombre-especialista contra el hombre-total. Aquí nace la mentalidad del "yanqui". (Nota del editor: El punto de vista del autor es plenamente discutible y rebatible desde la perspectiva histórica, su posición se basa exclusivamente en "culpar de todos los males" a los judíos).

Holanda poseía un magnífico manpower (capital humano) y su gran densidad de población exacerbó su tendencia fuertemente marítima, aprisionada al sur por la católica Flandes (controlada por España) y al este por los principados alemanes, de tal modo que la única salida para sus ansias de conquista era el mar. Holanda se había convertido en la tierra prometida de todas las tendencias perseguidas y reprimidas por el Antiguo Régimen (cuáqueros, puritanos, etc.), pero muchas de estas tendencias considerarían incluso a Holanda como demasiado "antigua" y se lanzarían al mar buscando sus propias tierras prometidas en las Américas… o en Sudáfrica. Fueron holandeses de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales quienes fundaron Nueva Ámsterdam (rebautizada como Nueva York tras la Segunda Guerra Anglo-Holandesa) y quienes colonizaron partes de Sudamérica (incluyendo Nueva Holanda en Brasil). Desde Batavia (Indonesia), otra gran compañía neerlandesa, esta vez la de las Indias Orientales, controlaría el lucrativo comercio de las especias. En esta estrategia a caballo entre el Atlántico ("Indias Occidentales") y el Índico ("Indias Orientales"), Sudáfrica no podía sino volver a manifestarse como bisagra marítima.


Continuaremos....

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