RESUMEN DE LA OBRA ORIGINAL: EL LEGADO MESIÁNICO
La primera de las nuevas religiones fue el socialismo, especialmente en su variante marxista-leninista, cuyos ejemplos eran la Unión Soviética de entonces y el Partido Comunista. El pensamiento marxista existía desde hacía unos tres cuartos de siglo, y el socialismo desde hacía más tiempo. Pero, bajo los embriagadores efectos de la Revolución rusa, la doctrina adquirió la categoría de credo y, en Occidente, proporcionó a los intelectuales y los idealistas la causa que necesitaban. En su nombre muchos de ellos murieron en España. En Inglaterra, muchos de ellos se dedicaron a espiar.
Stalin procuró, sistemáticamente, sacar la mayor significación religiosa posible de la muerte de Lenin. De acuerdo con ello, el cadáver de Lenin fue expuesto en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos. Cuatro días permaneció expuesto allí, mientras decenas de millares de personas hacían largas filas, soportando temperaturas por debajo de los cero grados, para tener la oportunidad de pasar por delante del ataúd. Otros líderes bolcheviques quedaron asombrados ante esta demostración de emoción religiosa no disimulada.
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AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN
ACLARACIÓN: La totalidad de las fotos han sido agregadas al presente documento por el redactor del blog (Detectives de Guerra), por tanto, no corresponden a las fotografías constantes en el texto original.
En el estado de incertidumbre y desesperanza es más susceptible despertar el impulso religioso. Es en un vacío semejante donde con mayor eficacia puede introducirse la religión, que brinda un sentido y una coherencia nuevos. El período inmediatamente posterior a la primera guerra mundial pedía a gritos gente que lo interpretase. La humanidad experimentaba el vivo deseo de saber «para qué había sido todo», «qué había significado». Pero la religión organizada no hizo ningún intento serio de afrontar el problema ni de responder a las necesidades de la época. Sencillamente, hizo como si nada hubiera pasado e intentó seguir siendo lo que era desde hacía siglos: una institución cultural, política y social en lugar de un intérprete que confiriese un nuevo sentido. A causa de ello, en el decenio de 1920, la religión organizada se encontró desacreditada en su mayor parte, se encontró con que la consideraban incapaz de llenar el vacío que se había producido en la sociedad occidental.
Y es comprensible que la sociedad, al ver que la religión organizada no podía ofrecer ninguna solución a la crisis de sentido, se volviese hacia otra parte. El resultado de ello fue la aparición de dos principios nuevos que empezaron a suplantar a la religión como institución capaz de abarcarlo todo. De hecho, estos dos principios se convertirían en las religiones -o, cuando menos, las religiones sucedáneas- del decenio de 1930.
Parte I
La religión de Lenin y Stalin
La primera de las nuevas religiones fue el socialismo, especialmente en su variante marxista-leninista, cuyos ejemplos eran la Unión Soviética de entonces y el Partido Comunista. El pensamiento marxista existía desde hacía unos tres cuartos de siglo, y el socialismo desde hacía más tiempo. Pero, bajo los embriagadores efectos de la Revolución rusa, la doctrina adquirió la categoría de credo y, en Occidente, proporcionó a los intelectuales y los idealistas la causa que necesitaban. En su nombre muchos de ellos murieron en España. En Inglaterra, muchos de ellos se dedicaron a espiar.
La doctrina marxista-leninista repudia
oficialmente toda religión. A pesar de ello, hay paralelos formales y
funcionales entre el marxismo-leninismo y la religión organizada, paralelos que
se reconocen de forma general y que son demasiado obvios para que sea necesario
comentarlos aquí. Al mismo tiempo, en general no se conoce hasta qué punto la doctrina soviética se propuso, a modo de
norma de actuación calculada, no solo asumir la forma y la función de una
religión, sino convertirse de hecho en una religión.
Después de todo, Lenin era un manipulador sumamente astuto y penetrante que comprendía las necesidades de la psique. Se percató de la necesidad de adaptar su sistema al impulso religioso del hombre, por muy cínico que él mismo fuese al respecto.
En este sentido, al igual que en otros muchos, puede
argüirse que el pensamiento de Lenin le debe más a Bakunin que a Marx. En su
organización, en sus técnicas de reclutamiento, en sus medios de recabar la
lealtad de sus seguidores, en su impulso mesiánico, la estructura del partido
revolucionario de Lenin se deriva directamente de Bakunin, como el propio Lenin
reconoce en sus notas.
Pero Bakunin
tenía la revolución por algo más que un fenómeno social y político. Era
esencialmente cósmica, teológica, de carácter religioso. Tras pasar más de
veinte años progresando con esfuerzo en las filas de la francmasonería, Bakunin
había adquirido un marco filosófico metafísico para sus ideas sociales y
políticas.
Bakunin se autoproclamaba satanista. Según un
comentarista, veía en Satanás al «jefe espiritual de los revolucionarios, al
verdadero autor de la liberación humana»(1). Satanás no era solo el rebelde
supremo, sino también el supremo luchador por la libertad contra el tiránico
Dios del judaísmo y del cristianismo. Las instituciones Iglesia y estado eran
instrumentos del opresivo Dios judeocristiano y, según Bakunin, oponerse a
ellas era una obligación moral y teológica. Aunque Lenin nunca se permitió explícitamente
esta clase de concepciones cosmológicas, no hay duda de que reconocía la
utilidad de las mismas. Bakunin y Lenin «eran ambos zelotes apocalípticos, mientras
que sus rivales marxistas..., eran -en comparación- fariseos» (2).
Por consiguiente, en manos de Lenin, el bolchevismo procuró convertirse en algo que fuese mucho más que un partido o un movimiento político. Pretendió convertirse nada menos que en una religión secular y, como tal, atender a la necesidad de sentido. Para alcanzar este objetivo, no titubeó en dotarse de todos los avíos de una fe religiosa.
Stalin, quizá con un cinismo todavía mayor, se
esmeró en conservar estos avíos. Stalin había estudiado en un seminario
teológico de Tiflis. También se sabe que durante un tiempo -en 1899 o 1900-
vivió con la familia de uno de los «magos» y maestros espirituales o gurús más
influyentes del siglo XX: G. I. Gurdjieff (3).
De fuentes como éstas, Stalin
aprendió, no solo a reconocer el impulso religioso, sino también a activarlo y
manipularlo. En consecuencia, no ha de sorprendernos demasiado verle inventar
lo que, de modo inconfundible, equivale a rituales religiosos. El siguiente
texto litúrgico, con sus estribillos de estilo responsorio, es algo más que una
simple parodia de un rito religioso. Está destinado a ser un rito religioso por
derecho propio:
Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó que mantuviéramos alta y pura la gran vocación de Miembros del Partido. - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO. Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó velar por la unidad del Partido... - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO. Al separarse de nosotros, el Camarada Lenin nos ordenó guardar y reforzar la dictadura del Proletariado... - TE JURAMOS, CAMARADA LENIN, QUE CUMPLIREMOS HONORABLEMENTE ÉSTE TU MANDAMIENTO ... (4)
Foto actual del mausoleo de Lenin, en
la Plaza Roja
Stalin procuró, sistemáticamente, sacar la mayor significación religiosa posible de la muerte de Lenin. De acuerdo con ello, el cadáver de Lenin fue expuesto en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos. Cuatro días permaneció expuesto allí, mientras decenas de millares de personas hacían largas filas, soportando temperaturas por debajo de los cero grados, para tener la oportunidad de pasar por delante del ataúd. Otros líderes bolcheviques quedaron asombrados ante esta demostración de emoción religiosa no disimulada.
En el
segundo Congreso de los Soviets se decidió elevar a Lenin a una categoría que
estaba cerca de la divinidad. Se decretó que el aniversario de su muerte fuese día de
luto nacional. Se le erigieron estatuas en todas las ciudades importantes de la
Unión Soviética. Su cadáver fue embalsamado y colocado en una estructura de piedra
de diseño específicamente religioso que hacía pensar en las pirámides escalonadas
de las antiguas Asiria y Babilonia. Incluso hoy día, el cadáver de Lenin (o una
convincente efigie de cera del mismo) se halla expuesto en la Plaza Roja, que
viene a ser el equivalente moderno de los centros de peregrinación de la Edad Media.
La veneración que recibe el cadáver es comparable con la que se tributa a las
reliquias cristianas, y la tumba de Lenin podríamos compararla con la de Santiago
de Compostela. Todo esto contrasta de forma notoria con un sistema de creencias
racionalista y totalmente secular que se declara, no solo ateo, sino hostil a
todas las formas de la religión..., y al «culto de la personalidad».
Llamativa estructura piramidal que nos recuerda los templos antiguos.
Construida para conservar el cuerpo de Lenin. El diseño en forma de pirámide
escalonada sigue siendo un rasgo importante y evoca deliberadamente la
arquitectura religiosa del mundo antiguo.
La mística que llevaba aparejada la pertenencia al Partido Comunista, sobre todo durante el decenio de 1930, era también fundamentalmente religiosa o, en todo caso, un sucedáneo de la religión.
La
admisión en el partido era tan portentosa, tan llena de ritual, tan repleta de
resonancia evocadora, como la iniciación en alguna de las antiguas escuelas
mistéricas o en la francmasonería. Sobre todo en los niños, el impulso
religioso a menudo era activado de forma deliberada y luego encauzado
sistemáticamente hacia los intereses del partido.
Así, la admisión en los «pioneros»
a la edad de nueve años era el gran acontecimiento en la vida de un niño, un
rito de paso en toda la regla, análogo, pongamos por caso, a la primera comunión.
La admisión poseía una vitalidad y una significación intensificada que la primera
comunión no tenía desde hacía ya tiempo. Además de hacer varios votos y promesas
de índole casi litúrgica, el nuevo «pionero» recibía, a guisa de talismán sagrado,
un pañuelo rojo. Este pedacito de tela, le decían, era su más preciosa posesión.
Se le ordenaba guardarlo, venerarlo, protegerlo del contacto de cualquier mano
que no fuese una de las suyas. Se le decía que el pañuelo encarnaba la sangre
de los mártires revolucionarios. Afirmar que en un retazo de tela hay sangre, de
un modo simbólico y latente, viene a ser lo mismo que decir que hay sangre latente,
de modo más o menos simbólico, en el vino. La premisa es esencialmente religiosa.
El pañuelo rojo del joven «pionero» tenía por objeto cumplir una función muy parecida
a la de un crucifijo, un rosario o cualquier otro talismán religioso de la
misma clase.
En su intento de consolidar su posición, tanto dentro de la Unión Soviética como en otras partes, el Partido Comunista del decenio de 1930 elevó la doctrina marxista-leninista a la categoría de religión. Aunque decía haber abolido la religión, de hecho lo único que hizo fue tratar de sustituir una religión por otra.
Y, sin embargo, toda
religión tiene que apelar a algo más que a la inteligencia a secas, así como recibir
respuesta de ese algo. Utilizando una expresión tópica, diremos que ha de ganarse
tanto los corazones como los cerebros, ha de satisfacer profundas necesidades
emotivas al mismo tiempo que demuestra poseer un sentimiento humanístico y
lógico. Debe afrontar la dimensión irracional del hombre y proporcionar respuestas
a interrogantes surgidos de esa dimensión humana; y debe, como mínimo, reconocer
y, si es posible, dar cabida a sentimientos tales como el anhelo de amor, el
miedo a la muerte, la angustia de la soledad.
Hay una distinción importantísima entre, por un
lado, una religión y, por otro, una filosofía o una ideología. A pesar de sus
aspiraciones, la doctrina marxista-leninista en realidad nunca ha sido más que
una filosofía o una ideología. Por su abstracción, por su esterilidad emotiva,
no ha sabido hacer justicia a las necesidades internas del hombre, ni ha
reconocido la validez de esas necesidades ni las ha atendido. En esta medida, la doctrina marxista-leninista ha sido
ingenua desde el punto de vista psicológico. Dio por sentado, de forma bastante
simplista, que las necesidades internas podían satisfacerse llenando el
estómago y proporcionando un credo dotado de lógica. En consecuencia,
ofreció pan y una teoría sobre la producción, el valor económico y la
distribución de ese pan. También ofreció Historia, con mayúscula, como elevado
absoluto por derecho propio. Y ofreció el concepto de Pueblo.
Una vez más, sin embargo, hay que decir que el hombre no vive solo de pan, ni de teorías relativas al pan. Los principios tales como la alienación en el trabajo, la relación entre el trabajo y el capital, la dialéctica, incluso la lucha de clases y la distribución desigual de la riqueza, no provocan ninguna respuesta visceral.
Esos principios no ofrecen ninguna satisfacción a
ciertas formas de hambre propias del hombre, unas formas menos tangibles, menos
definidas, pero no por ello menos omnipresentes y obsesivas; su hambre de
«tranquilidad de ánimo», de realización emotiva y espiritual, de comprensión de
su lugar en el cosmos, de respuestas a interrogantes que están fuera de alcance
de la sociología y de las ciencias económicas, del materialismo en general. Al
mismo tiempo, el concepto de la Historia
como absoluto no alcanza a abarcar el anhelo y el sentido humano de lo sagrado
o lo divino.
Al abordar el problema del sentido, la doctrina
marxista-leninista no hizo más que ofrecer soluciones provisionales. Propósito
y dirección fueron establecidos solo para un lugar dado y en un momento
determinado, sujetos a permutaciones y cambios. Pero el impulso religioso busca
algo más duradero. La necesidad de sentido es más aguda en relación con
misterios tales como el tiempo, la muerte, la soledad, el amor y la conciencia,
que cuando tiene que ver con problemas sociales o económicos. Y son
precisamente estos misterios -y el
misterio es el verdadero terreno de la religión- los que la religión sucedánea
del marxismo leninismo más señaladamente no ha sabido afrontar o siquiera
reconocer. En esta medida, ha
demostrado de modo creciente que es incapaz de satisfacer las necesidades
internas de la humanidad.
Así pues, no es extraño que la religión
organizada persista tenazmente dentro del imperio soviético, a pesar de la
desaprobación oficial, de la persecución y de ambiciosos programas de
«adoctrinamiento» que tienen por finalidad neutralizarla. En países tales como
Polonia y Checoslovaquia, la Iglesia plantea un desafío cada vez mayor al
régimen, precisamente porque atiende a necesidades más hondas que las que el
régimen está dispuesto a reconocer. Y dentro de la propia Unión Soviética, el
Politburó no solo se ve acosado por un cristianismo tozudamente inextinguible, sino
que, además, tiene que hacer frente a un notable resurgimiento del islamismo.
Sea o no la religión «el opio del pueblo», lo
cierto es que la adicción no puede curarse por el simple procedimiento de
sofocar la fuente de abastecimiento y dejar que la sociedad luche, sin que
nadie la ayude, con los tremendos efectos de la abstinencia.
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CONTINUARÁ...
En la parte II, nos enfocaremos en La Alemania Nazi como sustitutivo de la fe
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NOTAS:
OBRA ORIGINAL: EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN
Publicado originalmente en el Reino Unido por Jonathan Cape Ltd., en 1986. “The Messianic Legacy”. 2005, Ediciones Martínez Roca, S.A. Madrid – España.
TRANSCRIPCIÓN del capítulo:
CAPÍTULO 12: Sustitutivos de la fe: la Rusia soviética y la Alemania nazi.
NOTAS a pie de página:
1. Mendel, Michael Bakunin, p. 372.
2. Ibíd., p. 430.
3. Webb, The harmonious circle, p. 45. Esto ocurrió en algún momento entre 1894 y 1899. La hija de Stalin huyó a los EE.UU., donde ingresó en un grupo de Gurdjieff (Webb, p. 425).
4. Payne, The life and death of Lenin, pp. 609-610.