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15 enero 2021

Totalitarismos, populismos y nacionalismos


por Fernando Navarro García


La presente recopilación es continuación de:

El siglo XX fue el siglo de los totalitarismos y de los regímenes liberticidas, tales como el nazismo, los fascismos europeos, las dictaduras iberoamericanas y africanas o el comunismo internacional. 

En palabras de Fernando Savater, prologuista de El Delirio Nihilista que acaba de publicarse (El Delirio Nihilista: un ensayo sobre los totalitarismos, nacionalismos y populismos, ed. Última Línea-Citma, 2018), “podemos llamar totalitaria a aquella ideología o conducta política que considera el valor de la vida humana como algo relativo a la norma que impone. Si no se somete a ella, esa vida pierde su calidad de verdaderamente humana o sea deja de pertenecer a nuestra propia especie y por tanto ya no gozará de la protección especial -incluso sagrada- que tienen las existencias de nuestros semejantes”.
Los sistemas liberticidas trajeron consigo los regímenes más déspotas y sanguinarios de la Historia. Sin embargo, de las cenizas de la devastación que fue la Segunda Guerra Mundial y el genocidio surgió un periodo de paz y estabilidad sin parangón. El siglo XXI -a pesar del avance en el respeto a los Derechos Humanos y del progreso socio económico de la humanidad- no parece presentar un panorama exento de riesgos, ya que los enemigos históricos de las libertades vuelven a surgir bien cebados por una larga crisis que no solamente es económica sino también institucional y en donde la insatisfacción es el mínimo común denominador de una ciudadanía huérfana de referentes. 
Steven Pinker escribía hace poco que "un pesimista parece que quiere ayudarte; un optimista, venderte algo" y quizás por eso los populismos viven y medran de rentabilizar la rabia y la frustración de una sociedad acuciada por graves problemas que no tienen soluciones mágicas. Y es en este caldo de cultivo en el que nacen casi siempre los peores sistemas totalitarios y autoritarios.
El totalitarismo es destrucción pura, por eso resulta tan tentador analizarlo en términos de psicopatología. Los líderes totalitarios conducen a sus naciones al suicidio colectivo, no sin antes haber asesinado a millones de personas en el camino. En El Delirio Nihilista, obra anteriormente aludida, se diseccionan seis regímenes totalitarios o autoritarios, con el nihilismo como mínimo común denominador: nazismo, comunismo, fascismo, nacionalismo, populismo y yihadismo.
Es la dificultad para la empatía con el sufrimiento ajeno la que permite identificar a los regímenes liberticidas
Nihilismo y delirio van de la mano, son una causalidad, y por ello su maridaje es inevitable. Nietzsche en La Voluntad de Poder postula que el nihilismo supone que “los valores supremos se deprecian”. Y esa anunciada “de-valuación” llevaba, según Nietzsche, a la muerte de Dios. Dovstoieski en involuntaria réplica escribe en Los Hermanos Karamazov que “si dios no existe, todo está permitido y si todo está permitido la vida es imposible”. Llama la atención que los dos grandes totalitarismos de la Historia hayan compartido su odio a lo divino y a su representación mundana que es la religión. Nazismo y comunismo pretendieron sustituir a Dios para despejar el camino a sus respectivas religiones paganas.
Las desastrosas vidas privadas de LeninHitler o Stalin. confirman muy probablemente esa dificultad para amar y gozar. Y es precisamente esta dificultad para la empatía, especialmente para con el sufrimiento ajeno, la que nos lleva a identificar los peores regímenes liberticidas. De facto, cuando el nihilismo sale de la órbita del mero debate filosófico y encuentra a personas o grupos dispuestos a implantarlo en la sociedad con toda su carga de destrucción y amoralidad es entonces cuando nos encontramos ante el delirio nihilista y la locura destructiva en aras de un futuro siempre promisorio y jamás alcanzado.
La clasificación y diferenciación de la amplia gama de sistemas y regímenes liberticidas tiene como común denominador la privación de libertades a las sociedades y pueblos que los sufren. Si entendemos la democracia -siguiendo la definición de Raymond Aron- como “la organización de la competencia pacífica con vistas al ejercicio del poder” podríamos identificar, como modelos no democráticos, el totalitarismo, el fascismo, los regímenes autoritarios, los nacionalismos, el populismo y el yihadismo.


El Estado totalitario supone un poder absoluto y violento, bajo el liderazgo de una persona que representa al partido único y que no está sujeta a mecanismos de control. Los ejemplos más brutales de totalitarismo son el comunismo (especialmente bajo las tiranías de Lenin y Stalin, pero también de MaoPol-Pot o Kim Jong-un) y el nazismo.

Del nazismo ya no queda rastro, pero el comunismo ha sido capaz de reinventarse periódicamente

Del nazismo ya no queda rastro pues fue totalmente destruido en 1945. El comunismo sin embargo sigue activo y ha sido capaz de reinventarse periódicamente para realizar numerosos experimentos, siempre fallidos y trágicos, y muy a menudo con el beneplácito de una parte nada despreciable de las sociedades libres que, inexplicablemente, siguen distinguiendo entre tiranías buenas y malas.
Jean-François Revel escribe en La Tentación Totalitaria con su ironía habitual: "Un punto a favor del capitalismo es que, por lo menos, está contento de sí mismo solo en tiempos de euforia y cuando todo marcha bien, mientras que el triunfalismo socialista no precisa esta condición para ahuecarse. Los fracasos lo revigorizan, afortunadamente para él, ya que si hubiera de fundar su contento de sí mismo en los éxitos, se retorcería en ininterrumpidas mortificaciones".
El fascismo es un régimen en donde el Estado asume un enorme y despótico poder, pero en el que sin embargo siguen existiendo algunos contrapesos institucionales que conservan una cierta autonomía (pluralismo limitado) y hasta un cierto poder de veto (Mussolini fue derrocado desde las propias instituciones italianas). Precisamente por la existencia de esos "contrapesos" el fascismo -siguiendo las tesis de Juan Linz y otros- no suele ser considerado en sentido estricto como un sistema totalitario puro aunque en muchos aspectos existan identidades.



Los regímenes autoritarios son en realidad un cajón de sastre tan caótico y variopinto que deben ser clasificados en categorías más pequeñas para poder ser analizados con un mínimo de rigor. Coincidimos con Linz en que no tendría demasiado sentido meter en el mismo saco a regímenes tan diversos como los del general Trujillo, Perón, Mobutu, Franco, Salazar, Horthy o Gadafi, por más que todos ellos sean modalidades de regímenes no democráticos y en consecuencia posean obvias similitudes.

El Franquismo es considerado por la mayoría de historiadores como régimen autoritario antes que fascista

En general el Franquismo es considerado por la mayoría de historiadores como un régimen autoritario antes que totalitario o fascista. Así lo hacen historiadores de la talla de Javier TusellStanley PayneEdward MalefakisJuan Pablo Fusi, Juan Linz o más recientemente José Luis Ibáñez Salas. Esta posición mayoritaria no excluye también la defensa de las tesis contrarias defendidas por historiadores tan notables como Paul PrestonRobert Paxton.
El nacionalismo intenta oponer el Estado (en cuanto que institución humana garante de obligaciones y derechos para todos los ciudadanos) a la nación en cuanto que entidad natural, introduciendo así una visión organicista propia del siglo XIX (Sabino Arana en España o Andre Maurrás en Francia). El nacionalismo antepone la sangre y la lengua a la ciudadanía, y lo autóctono a lo cívico; por eso necesita apoyarse en la melancolía de una legendaria edad de oro, en la dialéctica amigo-enemigo y en el victimismo histórico que fundamente sus reivindicaciones insaciables.
Aun tratándose de una doctrina claramente conservadora y reaccionaria, que busca preservar las tradiciones incontaminadas de agresiones exteriores, en España el nacionalismo cuenta con un paradójico respaldo de una parte de la izquierda a la que Horacio Vázquez-Rial llegó a tildar de “izquierda reaccionaria”.
El populismo es una ideología con escasa articulación doctrinal -en ocasiones solo es una simple estratagema dialéctica que se confunde con la demagogia- y que toma su nombre de la apelación al pueblo (populus) al que imaginariamente se contrapone a las instituciones del Estado y al que se pretende representar en exclusiva. 

El populismo no es patrimonio de la derecha ni de la izquierda: sirve a ambas en sus extremos ideológicos

En opinión de Raymond Aron, cuando en el discurso político se esgrime la palabra “pueblo”, “gente” o “soberanía popular” es posible cualquier malabarismo ideológico, pues "nadie sabe en realidad en qué consiste realmente el pueblo”. El populismo siempre ha pretendido representar los intereses reales del pueblo al que halagaban los oídos con dádivas, asistencia social, reparaciones de agravios históricos o promesas de un futuro resplandeciente.
Las tácticas populistas han sido profusamente empleadas a lo largo de la Historia, pero han alcanzado su cenit en el siglo XX con el advenimiento de la sociedad de masas, precisamente por el gran alcance del discurso y por la efectividad y rapidez de los medios de comunicación. El populismo no es patrimonio de la derecha, ni de la izquierda sino que sirve eficazmente a ambas, habitualmente en sus extremos ideológicos.
El resurgir totalitario en el siglo XXI queda encarnado principalmente por el yihadismo como su expresión más criminalSami Naïr escribe que el yihadismo 
“es una suerte de fascismo, no solo porque su nihilismo destructivo lo emparenta con los fascismos europeos, sino también porque postula la misma concepción autoritaria del orden social, el mismo fanatismo ideológico, y por último el mismo odio a los derechos de las personas”.
Se trata de un sistema totalitario de tipo religioso; una “religión de Estado” donde la idea Dios se antepone a la de raza o de clase social y en la que no es necesario disfrazar de religión una idea política, sino que es la misma idea política la que simultáneamente es religión.


Diez similitudes entre los totalitarismos nazi y comunista


Nazismo y comunismo no son iguales, pero como ya apunté en "Reductio ad Hitlerum" y la caja de herramientas totalitaria, ambos comparten algunos rasgos comunes gracias a los cuales llegaron a ser los sistemas totalitarios más sangrientos del siglo XX. En mi opinión, el fondo ideológico debería ocupar un segundo plano cuando para alcanzar las metas políticas - por promisorias que sean - es preciso asesinar y esclavizar a millones de personas. Y sobre esa base moral empiezo por tomar partido: creo que en el siglo XX no hubo peores sistemas que el comunismo y el nazismo. Hay quien los considera esencialmente idénticos y hay también quien los explica precisamente en su antítesis y oposición radical (el nazismo fue una reacción contra el comunismo). Aunque dejo ese apasionante debate en manos de la historiografía más cualificada; trataré en las siguientes líneas de destacar algunas similitudes entre la maldad intrínseca de ambos regímenes que nos deberían alertar para el futuro:

1. La primera similitud entre comunismo y nazismo son los rasgos físicos y psíquicos de sus líderes. Ambos sistemas totalitarios estuvieron sustentados en la personalidad de dos líderes indiscutibles: Stalin y Hitler. Existe numerosa bibliografía que compara a estos dos asesinos de masas. Ambos fueron considerados irrelevantes y "mediocres" en sus principios. Trosky afirmó de Stalin: "No tememos a Stalin. En cuanto intente medrar lo eliminaremos", mientras que Hindenburg calificaba despectivamente a Hitler de "pequeño cabo".



Tanto Hitler como Stalin eran de baja estatura y escasa presencia. Ambos tuvieron un padre autoritario y su infancia y juventud fue difícil, lo que mermó su educación. Los dos vivieron de cerca el suicidio de un familiar con el que habían tenido una relación sentimental: Nadia Alilúyeva, la esposa de Stalin, se suicidó en 1932 y Geli Raubal, la sobrina y amante de Hitler, lo hizo en 1931. El suicidio de ambas mujeres - cuya relación con los tiranos fue de amor-odio- fue en extrañas circunstancias y nunca han sido aclarados del todo. Ambos líderes tuvieron un carácter depresivo y los dos realizaron tentativas de suicidio (Hitler finalmente lo consiguió en 1945).

Stalin y Hitler sufrieron de una paranoia conspiranoide que hizo que durante sus largos mandatos ejecutaran a la mayoría de sus viejos camaradas en purgas puntuales (La noche de los cuchillos largos, en 1934, cuando Hitler acaba con Röhm y el ala más revolucionaria de las SA) o las sucesivas purgas soviéticas (los Procesos de Moscú de 1936 a 1938). En ningún caso mostraron empatía alguna por sus víctimas, ni fueron clementes

Stalin toma el poder en 1924. Hitler asume la dirección del nuevo Partido Nacional Socialista (NSDAP) en 1924. En su estrategia para la toma del poder, ambos líderes supieron ocultar con astucia sus verdaderas intenciones. En el caso de Hitler, se trató de una estrategia de legalidad que suavizó sustancialmente su discurso inicial para atraer al mayor número de votantes tanto de la izquierda como de la derecha.

2. Comunismo y nazismo son ideologías totalistas, orientadas a la consecución de la dictadura del proletariado (comunismo) o la supremacía racial (nazismo). En ambos casos se niega la existencia de la individualidad, de ahí el odio que ambas comparten contra el liberalismo: "Nosotros los bolcheviques somos de una raza especial: el individuo nos importa un comino". Se atribuye a Stalin una frase terrible: "La muerte resuelve todos los problemas: sin hombre no hay problema".

3. Ambos regímenes se fundamentan en un partido único, tutelado por un "caudillo". En el nazismo ese partido es encarnado por el NSDAP (refundado en 1924) y en el comunismo por el PCUS (fundado en 1923, al año de crearse la URSS). Detrás del partido único está siempre la figura todopoderosa de Hitler o de Stalin encarnando el principio de autoridad o caudillismo (Führerprincip). El partido es lo que piensa el líder.

4. Comunismo y nazismo necesitaron para alimentar su discurso del odio la creación de enemigos externos e internos. El comunismo encontró sus principales caladeros de enemigos no solo en las democracias occidentales y liberales, el capitalismo, el imperialismo, el fascismo o los kulaks (pequeños agricultores), sino también en los socialdemócratas, cosacos, en los tildados de "contrarrevolucionarios", en los prisioneros soviéticos liberados de campos de concentración nazis (a los que se suponía "infectados" tras años de contacto con el enemigo) y en su última etapa, también en los judíos: "Toda la generación anterior estaba contagiada por el sionismo" (en las ultimas purgas de Stalin unos dos millones de personas, en su mayoría judíos, fueron enviadas al gulag).

El nazismo por su parte comparte muchos de esos enemigos, pudiéndose destacar entre sus principales objetivos a los judíos, el capitalismo, las democracias occidentales y liberales, la Sociedad de Naciones, los comunistas, los socialdemócratas y otros elementos "antisociales" (el equivalente nazi a los "contrarrevolucionarios").

5. Ambas ideologías totalitarias son claramente anticlericales. La tradicional simplificación que asocia el comunismo a la izquierda y el nazismo a la derecha hace perder de vista que ambos regímenes persiguieron implacablemente cualquier culto religioso; y muy especialmente al cristianismo por su relevancia social. El comunismo lo hizo de una forma violenta (quema y destrucción de iglesias, etc) y programática ("La religión es contraria a los intereses del Pueblo"); mientras que el nazismo lo hizo de una manera más velada mediante el lento proceso de "sincronización" (Gleichschaltung) de las instituciones sociales bajo el manto de la ideología nacionalsocialista (¡Llegó a crearse ad hoc una Iglesia de los Cristianos Alemanes con un Jesús ario y no judío!).

En el proceso nazi de "sincronización" se fomentó el neopaganismo (sustitución de fiestas religiosas por otras paganas; Navidad/Solsticio), la crítica sistemática al cristianismo desde la "intelectualidad" oficial (Rosenberg), las injurias soeces desde las bases más violentas y embrutecidas, la obstaculización legal de la libertad de culto (prohibición del uso de signos religiosos en escuelas y hospitales) y como se ha indicado anteriormente el intento de fagocitación e instrumentalización de las iglesias cristianas bajo la nueva religión nazi.



6. Uso del terror y de las purgas como arma de control, dominación y mantenimiento del poder. Se trata del aspecto más visible y conocido del horror totalitario; una vez tomado el poder mediante una revolución violenta (comunismo en 1917) o a través de la instrumentalización perversa de instituciones democráticas (nazismo en 1933). Es difícil enumerar los numerosos medios de terrorismo de Estado empleados por comunismo y nazismo, si bien los más conocidos son los campos de concentración, con sus distintos grados de represión. Para los comunistas su epítome fueron los GULAG (1930 - 1960) y para los nazis fueron los campos de exterminio (especialmente a partir de 1941) con Auschwitz como símbolo indeleble de una infamia universal. La superviviente comunista alemana Margarette Buber-Neumann, relata en sus memorias sus experiencias como prisionera en los campos de concentración de ambas tiranías. No distingue entre horrores.

Los comunistas inventan el "Juicio Político" (el infame juez Vishinski, posteriormente emulado por el juez nazi Freisler). La purga de 1933 supuso la expulsión de 400.000 militantes del PKUS. Durante la Gran Purga y los tres procesos de Moscú entre 1936 y 1938 (Kamenev, Radek, Bujarin y Yagoda) se llegaron a realizar más de mil ejecuciones diarias, lo que supuso el desmantelamiento del Ejército Rojo (algo que aprovecharía poco después Hitler para invadir la URSS) y la creación en 1938 de una nueva generación de adeptos a Stalin: la Nomenclatura. La purga alemana fue en 1934 durante La noche de los cuchillos largos.

Tales horrores no fueron óbice para que una gran parte de la intelectualidad de la época negara, minimizara o incluso justificara los campos de concentración y los crímenes de sus regímenes favoritos. El muy progresista Louis Aragón aprobaba en 1933 el Gulag con estas insidiosas palabras: "Representan la reeducación del hombre por el hombre".

También personalidades como George B. Shaw o Sartre quedaron fascinadas por la utopía comunista. Otros como George Orwell o Albert Camus tuvieron la coherencia ética de oponerse al totalitarismo soviético con la misma vehemencia con la que se habían opuesto al nazismo. La agria polémica epistolar entre Sartre y Camus en la revista Les Temps Modernes retratará para siempre a cada uno de ellos desde un punto de vista ético y humano. Personalmente, mi corazón estuvo siempre con Camus a quien la ideología no impidió ver los hechos más criminales del comunismo.

7. Otra modalidad de terror muy empleada por el comunismo fueron las hambrunas provocadas (hambruna de 1921, Holodomor ucraniano de 1932-1933 con entre 7 y 10 millones de víctimas). El Primer Plan Quinquenal de 1928 y la Gran Colectivización’ de 1929 con la creación de las granjas colectivas que cambiaba los modos de vida de una población que en 82% era campesina supuso la inevitable revuelta de los pequeños agricultores (kulaks) y una represión salvaje por parte del Ejército Rojo (más de 500.000 deportados). El 7 de agosto de 1932 se promulgó la Ley sobre "robo y dilapidación de la propiedad social" que suponía una condena de diez años en el gulag. Los efectos no se hicieron esperar: malas cosechas, hambre y un éxodo masivo a las ciudades que fue drásticamente frenado con la "pasaportización" de 1933 que impedía literalmente abandonar la población de origen, quedando millones de personas expuestas a la muerte por inanición. Se estima que el proceso de deskulakización entre 1930 y 1932 supuso la deportación de casi tres millones de rusos y la muerte por hambre o enfermedad de 25.000 personas al día (750.000 al mes).



También los nazis emplearon el hambre como arma de guerra fuera de los campos de exterminio. En 1941 se empezó a aplicar el "Plan del Hambre" que implicaba que a los judíos que viviesen en los territorios ocupados se les suministraría un máximo de 420 kilocalorías al día, una ración muy inferior a la necesaria para sobrevivir. Según datos aportados recientemente por el historiador Snyder tal plan supuso 4,2 millones de hambrientos.

Mientras se ejecutaban las hambrunas comunistas, las democracias occidentales se aprestaron - una vez más - a brindar al tirano de turno su particular tonto útil. Un ministro francés tras visitar la URSS en 1933 declaró sin sonrojarse: “Puedo afirmar que el país es un jardín en pleno rendimiento y con admirables cosechas ¿Hambre? ¡Permítanme que lo dude!”

En 1935 el Partido Comunista francés (1935) remataba la faena con esta nueva apostilla alentadora: “Estamos seguros del futuro porque el navío está dirigido por el mejor piloto: Stalin”.

La condescendencia de las democracias liberales no sólo fue con el comunismo. En esa misma época Inglaterra empezaba ya a forjar su política suicida de apaciguamiento con el régimen nazi.

8. Ambos sistemas totalitarios contaron una policía secreta tan eficaz como criminal. En la URSS se crea en 1934 el NKVD o Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos. En la Alemania nazi impera desde 1933 la GESTAPO y el KRIPO. Para facilitar la labor policial se alecciona a la población en la denuncia y en la delación, incluso entre miembros de la misma familia. Se enaltecen aquellos casos en los que un hijo delata a sus padres, anteponiendo revolución a familia:

Mi obligación como Pionero (juventudes comunistas), es comunicaros que mi padre se ha comportado de forma contra revolucionaria. Y os pido, no como hijo, sino como pionero, que juzguéis con severidad la responsabilidad de mi padre.

9. La comunicación de masas es empleada para transformar radicalmente la sociedad según el modelo ideal de cada tirano. Y para ello nada más idóneo que crear héroes y mártires. Los comunistas tuvieron a Stajanov y los nazis a Horst Wessel. El gran cineasta soviético S. M. Eisenstein sostiene que "filma el mundo como debería ser", de ahí quizás la mandorla mística con la que envuelve la cabeza de Lenin en su película Octubre (1928). El Eisenstein de los nazis fue una mujer y se llamó Leni Riefenstahl, cuyo “Triunfo de la Voluntad” (1935) resulta ser un panegírico tan tramposo que logra hacer creer que la perversión nazi es una obra de arte. La prensa oficial del partido comunista entre 1918 y 1991 se denominó significativamente Pravda (La Verdad) pues nada fuera del discurso oficialista del PKUS podía ser cierto. Los nazis también supieron "sincronizar" toda la prensa y aunque aparentemente resultara más variada en su edición (Der Angriff, Der Sturmmer, ...) toda ella estuvo sometida al férreo control de Goebbels y su Ministerio de Propaganda.

Todo el arte nazi y soviético (Proletkult, el Realismo Socialista de 1930 a 1950) coadyuva sumisamente a idealizar el horror con un retrato heroico de Stalin o de Hitler. El comunista odia el "arte burgués" y el nazi odia el "arte degenerado". Ambos gustan de lo desmesurado y del gigantismo en las formas.

                           Pacto Ribbentrop–Molotov

10. Ambos totalitarismos fueron tan compatibles e intercambiables que durante casi dos años (1939 a 22 junio 1941) fueron aliados. El Pacto Ribbentrop–Molotov (de 23 agosto 1939) significó no solo un acuerdo de no agresión entre ambas potencias, sino el reconocimiento de intereses mutuos en Polonia y de los intereses exclusivos soviéticos en Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania (estados que los comunistas se anexionaran en 1940, junto con algunos territorios de Rumania, con la aquiescencia del III Reich). La cooperación nazi y comunista tuvo su más claro exponente con las Conferencias GESTAPO-NKVD (1939-1940) en las que Himmler y Beria coordinaron sus eficaces aparatos represivos para acabar con la resistencia polaca tras la invasión de Polonia por la Alemania nazi ... y por la URSS. Fruto de esta colaboración entre totalitarismos es la llamada "Purga de refugiados" cuando en 1939 las autoridades soviéticas entregaron a la Gestapo nazi a los exiliados comunistas (alemanes, polacos y húngaros) que habían buscado refugio en la Unión Soviética tras la toma del poder por los nazis y sus posteriores conquistas. En esa misma línea, debe recordarse que cuando el ejército nazi invadió Yugoslavia y Grecia en 1941, la URSS se negó a condenar dichos ataques. Y es lógico pues, como hemos visto, desde mediados de 1939 hasta mediados de 1941 Hitler y Stalin fueron aliados.
Fernando Navarro García
Fuentes:

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