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08 julio 2016

PSEUDO CIENCIA EN EL PAIS NAZI (VI parte)



Willy Ley y Werner Von Braun eran muy amigos. Willy Ley relataba en “pseudocience in naziland” como las absurdas creencias de Peter Bender y sus seguidores interfirieron en el trabajo de los científicos alemanes en el período nazi.



El Retorno de los Brujos

El acto final


…Y he aquí que los nazis se encontraban vencidos, aplastados, juzgados, humillados, por gentes vulgares, chupadores de goma de mascar o bebedores de vodka; gentes sin ninguna clase de delirio sagrado, de creencias cortas y de objetivos a ras de tierra. Gentes del mundo de la superficie, positivos, racionales, morales, hombres sencillamente humanos. ¡Millones de hombrecitos de buena voluntad dando jaque a la Voluntad de los caballeros de las tinieblas centelleantes! Ellos, ¡que no sabían lo que eran las grandes energías ocultas! venían a Nuremberg a dar lecciones de moral primaria a los Señores, a los monjes guerreros que habían sellado el pacto con las Potencias, a los Sacrificadores que leían en el espejo negro, a los aliados de Shamballah, ¡ a los herederos del Grial! ¡ Y los enviaban al cadalso, tratándolos de criminales y de locos rabiosos!



*****

Himmler y el problema a la inversa. — El recodo de 1934. — La Orden Negra en el poder. — Los monjes guerreros de la calavera. — La iniciación en los Burgs. — La última oración de Sievers. — Los extraños trabajos de la «Ahnenerbe». — El gran sacerdote Frederic Hielscher. — Una nota olvidaba de jünger. — El sentido de una guerra y de una victoria.


Corría el crudo invierno de 1942. Los mejores soldados alemanes y la flor y nata de la SS, por primera vez, habían dejado de avanzar, bruscamente petrificados en los agujeros de la llanura rusa. Inglaterra, testaruda, se disponía a librar futuros combates, y América ya estaba lanzada a la contienda. Una mañana de aquel invierno, el gordo Kersten, el de las manos cargadas de fluido, encontró a su cliente, el Reichsführer Himmler, triste y abatido.



El todopoderoso Reichsfuhrer de las SS y de la Policía Alemana, Heinrich Himmler.



-Querido señor Kersten, estoy terriblemente desolado.
¿Empezaba a dudar de la victoria? De ninguna manera. Se desabrochó el pantalón para que el médico le diera masaje en el vientre, y se puso a hablar, estirado, con los ojos fijos en el techo. Explicó: el Führer había comprendido que no podía haber paz en la Tierra mientras alentara un solo judío...
Entonces —añadió Himmler—, me ha ordenado liquidar inmediatamente a todos los judíos que estén bajo nuestro poder.
Sus manos, largas y secas, descansaban en el diván, inertes, como heladas. Guardó silencio.
Kersten, estupefacto, creyó percibir un sentimiento de piedad en el jefe de la Orden Negra y, entre su terror, se filtró un rayo de esperanza.
Claro, claro —dijo—; en el fondo de su conciencia, no aprueba usted esta atrocidad... Comprendo su profunda tristeza.
—¡Pero si no es esto! ¡En absoluto! —exclamó Himmler, incorporándose—. ¡No comprende usted nada!


                          Dr. Félix Kersten                                     


Hitler le había llamado. Le pidió que liquidara enseguida a cinco o seis millones de judíos. Era un trabajo abrumador, y Himmler estaba fatigado y, además, tenía mucho quehacer en aquel momento. Era inhumano exigirle esta sobredosis de esfuerzo de los días venideros. Realmente inhumano. Se lo había dado a entender al jefe bienamado, pero éste había montado en cólera, y ahora Himmler estaba triste por haberse dejado llevar por el cansancio y el egoismo. (1) Cómo comprender esta formidable inversión de los valores? Imposible lograrlo invocando únicamente la locura. Todo pasa en un Universo paralelo al nuestro, cuyas estructuras y leyes son radicalmente diferentes. El físico George Gamov imagina un Universo paralelo al nuestro en el cual, por ejemplo, la bola de un billar japonés entraría por dos agujeros al mismo tiempo. El Universo en que viven hombres como Himmler es, por lo menos, tan extraño al nuestro como el de Gamov. El hombre verdadero, el iniciado de Thule, está en comunicación con las Potencias, y toda su energía se orienta a un cambio de la vida sobre el Globo. ¿El médium pide al hombre verdadero que liquide a unos cuantos millones de hombres falsos? De acuerdo, pero ha elegido mal el momento. ¿Es absolutamente preciso? ¿Enseguida? Está bien, se hará. Levantémonos un poco más por encima de nosotros mismos, sigamos sacrificándonos...

(1) Vid. Memorias de Kersten y el libro de Joseph Kessel, La manos del milagro.

El 20 de mayo de 1945, unos soldados británicos detuvieron en el puente de Berwerde, a veinticinco millas al oeste de Lüneburg, a un hombre de cabeza redonda y estrechos hombros, que llevaba documentación a nombre de Hitzinger. Lo condujeron a la Policía militar. Vestía de paisano y llevaba un parche sobre el ojo derecho. Durante tres días, los oficiales británicos trataron de descubrir su verdadera identidad. Por fin, agotado, se quitó el parche y dijo: «Me llamo Heinrich Himmler.» No le creyeron. Insistió. Para probarle, le obligaron a desnudarse. Después le dijeron que eligiese entre un vestido americano o una colcha. Uno de los inquisidores quiso asegurarse de que no ocultaba nada en la intimidad de su cuerpo. Otro le pidió que abriese la boca. Entonces, el prisionero rompió una ampolla de cianuro que llevaba disimulada en una muela y se derrumbó. Tres días más tarde, un comandante y tres suboficiales se hicieron cargo del cadáver. Se dirigieron a un bosque próximo a Lüneburg, cavaron una fosa, arrojaron al cadáver en ella y apisonaron cuidadosamente el suelo. Nadie sabe exactamente dónde reposa Himmler, bajo qué ramas frondosas acaba de descomponerse la carne del que se tenía por reencarnación del emperador Enrique I, llamado el Pajarero.

Si Himmler hubiese vivido y comparecido en el proceso de Nuremberg, ¿qué habría podido decir en su defensa? 

No podía haber un lenguaje común con los miembros del jurado. No vivía en este lado del mundo. Pertenecía por entero a otro orden de cosas y de espíritu. Era un monje guerrero de otro planeta. «Todavía no se ha podido explicar de manera satisfactoria —dice Poetel— las segundas intenciones psicológicas que engendraron Auschwitz y todo lo que este nombre puede representar. 


En el fondo, los procesos de Nuremberg tampoco han aportado mucha luz, y la abundancia de explicaciones psicoanalíticas, que declararon lisa y llanamente que naciones enteras podían perder el equilibrio mental de la misma manera que los individuos aislados, no ha hecho más que embrollar el problema. Nadie sabe lo que pasaba por el cerebro de personas como Himmler y sus semejantes, cuando daba las órdenes de exterminio.» Situándonos en el plano de lo que llamaremos realismo fantástico, nos parece que empezamos a saberlo.


Instantáneas británicas del momento mismo en que Himmler deja de existir luego de morder la cápsula de cianuro que tenía escondida en su dentadura.


Denis de Rougemont decía de Hitler: «Algunos piensan, por haber experimentado en su presencia una especie de escalofrío de horror sagrado, que en él se aloja una Dominación, un Trono o una Potestad, según denomina san Pablo a los espíritus de segundo orden, que pueden penetrar en el cuerpo de un hombre cualquiera y ocuparlo como una fortaleza. Yo le oí pronunciar uno de sus grandes discursos. ¿De dónde le viene el vigor sobrehumano que demuestra tener? Uno comprende bien que una energía de tal naturaleza no procede del individuo, e incluso no puede manifestarse mientras el individuo cuente para algo; éste no es más que el soporte de un poder que escapa a nuestra psicología. Lo que digo sería propio de un folletón de lo más vulgar si la obra realizada por este hombre —y por ello entiendo el poder que se manifestaba a través de él— no fuese una realidad que provoca el estupor del siglo

Ahora bien, durante su ascensión al poder, Hitler, que recibió las enseñanzas de Eckardt y de Haushoffer, parece haber querido usar los Poderes puestos a su disposición, o mejor, que se manifiestan en él, para los fines de una ambición política y nacionalista, a fin de cuentas bastante limitada. Al principio, es un hombrecillo agitado por una fuerte pasión patriótica y social. Se mueve en un plano inferior: su sueño tiene fronteras. Milagrosamente sigue adelante y todo le sale bien. Pero el médium a través del cual circulan las energías no comprende su amplitud y su dirección.

Baila al son de una música que no es suya. Hasta 1934, piensa que los pasos que ejecuta son los buenos. Pero no sigue en absoluto el ritmo. Cree que sólo tiene que servirse de los Poderes. Pero uno no se sirve de los poderes, sino que los sirve. Tal es el significado (o uno de los significados) del cambio fundamental que se opera durante e inmediatamente después de la purga de junio de 1934. El movimiento, que el propio Hitler creyó que debía ser nacional y socialista, se convierte en lo que debía ser, se casa más íntimamente con la doctrina secreta. Hitler no se atreverá jamás a pedir cuentas sobre el «suicidio» de Strasser, y se le hace firmar la orden que eleva a la SS al rango de organización autónoma, superior al Partido. Joachim Gunthe escribe en una revista alemana después del desastre:


 «La idea vital que animaba a la SA fue derrotada el 30 de junio de 1934 por una idea puramente satánica, la de la SS.» «Es difícil precisar el día en que Hitler concibió el sueño de la mutación biológica», dice el doctor Delmas. La idea de la mutación biológica no es más que uno de los aspectos del aparato esotérico, al cual el movimiento nazi se adapta mejor a partir de esta época en que el médium se convierte, no en un loco total, según piensa Rauchsning, sino en un instrumento más dócil, en el tambor de una marcha infinitamente más ambiciosa que la conquista del poder por un partido, por una nación e incluso por una raza.

Himmler es el encargado de la organización de la SS, no como compañía policíaca, sino como verdadera orden religiosa, con sus jerarquías, desde los hermanos legos a los superiores. En las altas esferas se encuentran los responsables conscientes de una Orden Negra, cuya existencia, por otra parte, no fue jamás reconocida oficialmente por el Gobierno nacionalsocialista. En el propio seno del Partido, se hablaba de los que estaban «en el intríngulis del círculo interior», pero jamás se le dio una denominación oficial. Parece cierto que la doctrina, jamás plenamente explicada, descansaba en la creencia absoluta en poderes que rebasan los poderes humanos ordinarios. En las religiones, se distingue la teología, considerada como ciencia, de la mística, intuitiva e incomunicable. Los trabajos de la sociedad «Ahnenerbe», de la que hablaremos más adelante, constituyen el aspecto teológico: la Orden Negra es el aspecto místico de la religión de los Señores de Thule.

Hay que comprender bien que, a partir del momento en que toda la obra de agrupación y de excitación del partido hitleriano cambia de dirección, o mejor, se orienta más severamente en el sentido de la doctrina secreta, más o menos bien comprendida, más o menos bien aplicada hasta aquel instante por el médium colocado en los estrados de la propaganda, dejamos de hallarnos en presencia de un movimiento nacional y político. Los temas seguirán siendo los mismos a grandes rasgos, pero ya no serán más que el lenguaje exotérico que se dirige a las muchedumbres, la descripción de los fines inmediatos, detrás de los cuales se ocultan otros objetivos: «Nada tuvo ya importancia, salvo la persecución incansable de un sueño inaudito. A partir de entonces, si Hitler hubiese tenido a su disposición un pueblo que hubiera podido serle más útil que el alemán para la realización de su idea suprema, no habría vacilado en sacrificar al pueblo alemán.» No «su idea suprema», sino la idea suprema de un grupo mágico que actuaba por medio de él. Brasillach reconoce que «sacrificaría todo el bienestar humano, el suyo y el de su pueblo por añadidura, si el misterioso deber a que obedece se lo ordenase».

«Voy a contarle un secreto —le dice Hitler a Rauschning—: estoy fundando una orden.» Menciona los Burgs, donde se celebrará la primera iniciación. Y añade: «De allí saldrá el segundo grado, el del hombre medida y centro del mundo, el del hombre-dios. El hombre-dios, la figura espléndida del Ser, será como una imagen del culto... Pero hay todavía otros grados de los que no me está permitido hablar...»

Central de energía levantada alrededor de la central matriz, la Orden Negra aísla a todos sus miembros del mundo, sea cual fuere su grado de iniciación. «Naturalmente —escribe Poetel—, sólo un pequeñísimo círculo de altos graduados y de grandes jefes SS estaba al corriente de las teorías y de las reivindicaciones esenciales. Los miembros de las diversas formaciones preparatorias no supieron nada de ellas hasta que se les impuso la obligación de pedir el consentimiento de sus jefes antes de casarse, o hasta que se les colocó bajo una jurisdicción especial, extraordinariamente rigurosa, cuyo objeto era sustraerlos a la competencia de la autoridad civil. Entonces vieron que, fuera de las leyes de la Orden, no tenían ningún otro deber, y que para ellos no existía la vida privada.»

Los monjes combatientes (1), la SS de la calavera (que no hay que confundir con otras agrupaciones, como la Waffen SS, compuestas de hermanos conversos o terciarios de la Orden, o con mecanismos humanos construidos a imitación de la verdadera SS, como reproducciones del modelo hechas con molde), recibirán la primera iniciación en los Burgs. Pero antes habrán pasado por el seminario, la Napóla. Al inaugurar una de estas Napóla o escuelas preparatorias, Himmler reduce la doctrina a su mínimo común denominador: «Creer, obedecer, combatir; esto es todo.» Son escuelas donde, como dice el Schwarze Korps del 26 de noviembre de 1942, «se aprende a dar y a recibir la muerte».

(1) Monje = monos = solo.


Más tarde, si son dignos de ello, los sacerdotes admitidos en los Burgs comprenderán que «recibir la muerte» puede ser interpretado en el sentido de «morir por sí mismo». Pero, si no son dignos, recibirán la muerte física en los campos de batalla. «La tragedia de la grandeza está en que hay que pisotear cadáveres.» Pero, ¿qué importa? No todos los hombres tienen una existencia, desde los cuasi-hombres, hasta el gran mago. Apenas salido de la nada, el cadete vuelve a ella, después de entrever, para su bien, el camino que conduce a la figura espléndida del Ser...





En los Burgs se pronunciaban los votos y se entraba en un «destino sobrehumano irreversible». La Orden Negra traduce en actos las amenazas del doctor Ley: «Aquel a quien el Partido retire el derecho a la camisa parda, hay que entenderlo bien, no perderá únicamente sus funciones, sino que será aniquilado en su persona, en las de su familia, de su mujer y de sus hijos. Tales son las duras leyes, las leyes implacables de nuestra Orden.»

Henos, pues, fuera del mundo. Ya no se trata de la Alemania eterna o del Estado nacionalsocialista, sino de la preparación mágica del advenimiento del hombre-dios, del hombre según el hombre que las Potencias enviarán a la Tierra cuando hayamos modificado el equilibrio de las fuerzas espirituales. La ceremonia en que se recibía la runa SS debía de parecerse bastante a la que describe Reinhold Schneider cuando evoca a los miembros de la Orden Teutónica, en el gran salón del Remter de Marienburg, cuando se inclinaban para pronunciar los votos que hacía de ellos la Iglesia Militante. «Venían de países diversos y habían llevado una vida agitada. Entraban en la austeridad cerrada de este castillo y abandonaban sus escudos personales cuyas armas habían sido llevadas al menos por cuatro antepasados. Ahora, su blasón sería la cruz que llama al más grave de los combates y que asegura la vida eterna

El que sabe, no habla: no existe ningún relato de la ceremonia de iniciación en los Burgs, pero se sabe que tal ceremonia existía. La llamaban «ceremonia del Aire Denso», aludiendo a la atmósfera de tensión extraordinaria que reinaba y que no se disipaba hasta que habían sido pronunciados los votos. Algunos ocultistas, como Lewis Spence, han querido ver en ella una misa negra de la más pura tradición satánica. Por el contrario, Willi Frieschaurer, en su obra sobre Himmler, interpreta al «Aire Denso» como el momento de atontamiento absoluto de los participantes. Entre estas dos tesis, cabe una interpretación más realista y al propio tiempo, y por ello mismo, más fantástica.

Destino irreversible: se concibieron planes para aislar al SS calavera del mundo de los «cuasihombres» durante toda su vida. Se proyectó crear ciudades, pueblos de veteranos repartidos en todo el mundo y que sólo dependerían de la administración y de la autoridad de la Orden. Pero Himmler y sus «hermanos» concibieron un sueño más vasto. El mundo tendría por modelo un Estado SS soberano. «En la conferencia de la paz —dice Himmler en marzo de 1934— el mundo presenciará la resurrección de la vieja Borgoña, que fue antaño el país de las ciencias y de las artes y que Francia ha relegado al rango de apéndice conservado en alcohol. El Estado soberano de Borgoña, con su Ejército, sus leyes, su moneda y su correo, será el Estado modelo SS. Comprenderá la Suiza romana, la Picardía, la Champaña, el Franco Condado, el Hainaut y el Luxemburgo. La lengua oficial será el alemán, naturalmente. El partido nacionalsocialista no tendrá allí ninguna autoridad. Sólo gobernará la SS, y el mundo quedará a un tiempo estupefacto y maravillado ante este Estado, en el que se aplicará el concepto SS del mundo.»

El verdadero SS de formación «iniciática» se sitúa, a sus propios ojos, más allá del bien y del mal. «La organización de Himmler no cuenta con la ayuda fanática de sádicos que persiguen la voluptuosidad del crimen, sino que cuenta con hombres nuevos.» Fuera del «círculo interior», que comprende los «calaveras», los jefes que se aproximan más a la doctrina secreta cuanto más alta es su categoría y cuyo centro reside en Thule, que es el santo de los santos, hay el SS de tipo medio, que no es más que una máquina sin alma, un servidor autómata. Éste se fabrica en serie, partiendo de «cualidades negativas». Su producción no depende de la doctrina, sino de simples métodos de doma. «No se trata de suprimir la desigualdad entre los hombres, sino, por el contrario, de ampliarla y de convertirla en ley protegida por barreras infranqueables...

 —Dice Hitler—. ¿Qué aspecto tendrá el futuro orden social? Camaradas, os lo voy a decir: habrá una clase de señores; habrá la multitud de miembros del partido, clasificados jerárquicamente; habrá la gran masa anónima, la colectividad de los servidores de los pequeños a perpetuidad, y, por debajo de éstos, la clase de los extranjeros conquistados, los esclavos modernos. Y, por encima de todo esto, una nueva nobleza de la cual no puedo hablar... Pero los simples militantes deben ignorar estos planes...»

El mundo es una materia susceptible de transformación para que se desprenda de ella una energía, concentrada por los magos, una energía psíquica capaz de atraer los Poderes de Fuera, los Superiores Desconocidos, los Dueños del Cosmos. La actividad de la Orden Negra no responde a ninguna necesidad política o militar: responde a una necesidad mágica. Los campos de concentración proceden de una magia imitativa: son un acto simbólico, una maqueta. Todos los pueblos serán arrancados de raíz, convertidos en una inmensa población nómada, en una materia bruta sobre la que será posible actuar y de donde brotará la flor: el hombre en contacto con los dioses. Es el molde en hueco (Barbey d'Aurevilly decía: el infierno es el cielo en hueco) del planeta convertido en campo de operaciones mágicas de la Orden Negra.

En la enseñanza de los Burgs, parte de la doctrina secreta se expresa por la fórmula siguiente: «No existe más que el Cosmos, o el Universo, como ser vivo. Todas las cosas, todos los seres, comprendido el hombre, no son más que formas diversas que se amplifican en el curso de las edades del ser vivo universal.» Nosotros mismos, no vivimos en tanto que no adquirimos conciencia de este Ser, que nos rodea, nos engloba, y prepara otras formas valiéndose de nosotros. La creación no ha terminado, el Espíritu del Cosmos no ha hallado su descanso; estemos atentos a sus órdenes, que los dioses nos transmiten, nosotros, magos feroces, ¡panaderos de la sangrienta y ciega pasta humana! Los hornos de Auschwitz: ritual.



Wolfram Sievers, izquierda, en uniforme de Standartenfuhrer de las SS (coronel); a la derecha Sievers al momento de su captura. Desde 1935 fue director administrativo desde 1935 de la Ahnenerbe, organización de las SS hasta su disolución como formación criminal.



El coronel SS Wolfram Sievers, que se había limitado a una defensa puramente racional, pidió, antes de entrar en la cámara en que iba a ser ahorcado, que le permitieran celebrar por última vez su culto, recitar unas oraciones misteriosas. Después, entregó el cuello al verdugo, impasible.

Había sido administrador general de la «Ahnenerbe» y como tal fue condenado a muerte en Nuremberg. La sociedad de investigación de la herencia de los antepasados, «Ahnenerbe», había sido fundada a título privado por el maestro espiritual de Sievers, Friedrich Hielscher, místico, amigo del explorador suevo Sven Hedin, el cual estaba en estrecha relación con Haushoffer. Sven Hedin, especialista del Extremo Oriente, había vivido largo tiempo en el Tíbet y desempeñó un importante papel de intermediario en el establecimiento de las doctrinas esotéricas nazis. Friedrich Hielscher no fue nunca nazi, e incluso sostuvo relaciones con el filósofo judío Martin Buber. Pero sus tesis profundas tenían contacto con las posiciones «mágicas» de los grandes maestros del nacionalsocialismo. Himmler, en 1935, dos años después de su fundación, hizo de la «Ahnenerbe» una organización oficial, relacionada con la Orden Negra. Los fines declarados eran: «Investigar la localización, el espíritu, los actos, la herencia de la raza indogermana y comunicar al pueblo, bajo una forma Interesante, los resultados de estas investigaciones. Esta misión debe ejecutarse empleando métodos de exactitud científica.» Toda la organización racional alemana puesta al servicio de lo irracional. En enero de 1939, la «Ahnenerbe» fue pura y simplemente incorporada a la SS, y sus jefes, integrados en el Estado Mayor personal de Himmler. En aquel momento, disponía de cincuenta institutos dirigidos por el profesor Wurst, especialista en textos sagrados antiguos y que había enseñado el sánscrito en la Universidad de Munich.

Parece ser que Alemania gastó más en las investigaciones de la «Ahnenerbe» que América en la fabricación de la primera bomba atómica. Estas investigaciones iban desde la actividad científica propiamente dicha hasta el estudio de prácticas ocultas, desde la vivisección practicada en los prisioneros hasta el espionaje de las sociedades secretas. Hubo conversaciones con Skorzeny para organizar una expedición cuyo objeto era el robo del Santo Grial, y Himmler creó una sección especial, un servicio de información encargado del «terreno de lo sobrenatural».

Emblema de la ‘Ahnenerbe’ (Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte‚ Deutsches Ahnenerbe) "Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana",  también conocida como SS-Ahnenerbe, entidad pseudocientífica creada en 1935 por los ideólogos del nazismo, uno de sus objetivos era divulgar la ideología nazi de la supuesta “raza aria”.



La lista de las relaciones establecidas con no pocos gastos por la «Ahnenerbe» confunde la imaginación: presencia de la cofradía Rosacruz, simbolismo de la supresión del arpa en el Ulster, significación oculta de las torres góticas y de los sombreros de copa de Eton, etc. Cuando las tropas se disponen a evacuar Napóles, Himmler multiplica las órdenes para que no se olviden de llevarse la gran losa sepulcral del último emperador Hohenstoffen. En 1943, después de la caída de Mussolini, el Reichsführer reúne en una villa de las afueras de Berlín a los seis ocultistas más célebres de Alemania, para descubrir el lugar en que el Duce se encuentra prisionero. Las conferencias de Estado Mayor comienzan por una sesión de concentración yogui. En el Tíbet, y por orden de Sievers, el doctor Scheffer establece múltiples contactos con los monasterios de los lamas. Lleva a Munich, para estudios «científicos», caballos «arios» y abejas «arias», cuya miel tiene virtudes especiales.

Durante la guerra, Sievers organiza, en los campos de deportados, los horribles experimentos que después han dado tema a muchos libros negros. La «Ahnenerbe» se «enriquece» con un «Instituto de investigaciones científicas para la defensa nacional», que dispone de «todas las posibilidades dadas a Dachau». El profesor Hirt, que dirige estos institutos, hace colección de esqueletos típicamente israelíes. Sievers encarga al Ejército de ocupación de Rusia una colección de cráneos de comisarios judíos. Cuando en Nuremberg se recuerdan estos crímenes, Sievers permanece ayuno de todo sentimiento normal, extraño a toda piedad. Está en otra parte. Escucha otras voces.

Hielscher desempeñó sin duda un papel importante en la elaboración de la doctrina secreta. Fuera de esta doctrina, la actitud de Sievers, como la de los otros grandes responsables, sigue siendo incomprensible. Los términos «monstruosidad moral», «crueldad mental», locura, no explican nada. Poco sabemos del maestro espiritual de Sievers. Pero Ernst Jünger habla de él en el Diario que llevó durante sus años de ocupación en París. A nuestro entender, el traductor francés no dio a su versión el tono adecuado. Y es que, en efecto, su sentido no resplandece más que con la explicación «realista-fantástica» del fenómeno nazi. 

Jünger escribe el 14 de octubre de 1943: «Por la noche, visita a Bogo. (Por prudencia, Jünger pone seudónimos a los altos personajes. Bogo es Hielscher, como Kniebolo es Hitler.) En una época tan pobre en fuerzas originales, lo considero como uno de mis conocidos en quien más he reflexionado sin lograr formarme una opinión. Antes pensé que entraría en la historia de nuestra época como uno de esos personajes poco conocidos, pero que tienen una extraordinaria agudeza de ingenio. Ahora pienso que desempeñará un papel más importante. Muchos, si no la mayoría, de los jóvenes intelectuales de la generación que llegó a la edad adulta después de la Gran Guerra, han experimentado su influencia y a menudo han pasado por la escuela... Ha confirmado una sospecha que yo tenía hace mucho tiempo, y es que ha fundado una iglesia. Ahora se sitúa más allá de la dogmática y ha avanzado ya mucho en el terreno de la liturgia. Me ha mostrado una serie de cánticos y un ciclo de fiestas, "el año pagano", que comprende todo un reglamento de dioses, de colores, de animales, de comidas, de piedras, de plantas. Ha advertido que la consagración de la luz se celebra el 2 de febrero...» Y Jünger añade, confirmando nuestra tesis: «He podido comprobar en Bogo un cambio fundamental que me parece característico de toda nuestra élite: se lanza a los terrenos metafísicos con todo el impulso de un pensamiento modelado por el racionalismo. Esto me había chocado ya en Spengler y significa un presagio favorable. Podría decirse en términos generales que el siglo XIX ha sido un siglo racional, y que el siglo xx es el de los cultos. Kniebolo (Hitler) vive también de esto, y de aquí la total incapacidad de los espíritus liberales de comprender siquiera la posición que adopta

Hielscher, que no había sido molestado, prestó declaración a favor de Sievers, en el proceso de Nuremberg. Ante los jueces, se perdió en consideraciones políticas y frases deliberadamente absurdas sobre las razas y las tribus ancestrales. Pidió la merced de acompañar a Sievers al cadalso, y el condenado rezó con él las oraciones particulares de un culto del que jamás hablara en el curso de los interrogatorios. Después, entró en la sombra.


  


Querían cambiar la vida y mezclarla con la muerte de una manera nueva. Preparaban la venida del Superior Desconocido. Tenían un concepto mágico del mundo y del hombre. Habían sacrificado toda la juventud de su país y ofrecido a los dioses un océano de sangre humana. Lo habían hecho todo para captarse la Voluntad de las Potencias. Odiaban la civilización occidental moderna, fuese burguesa u obrera; de aquí su humanismo insulso, y de allí su materialismo limitado. Debían vencer, pues eran portadores de un fuego que sus enemigos, capitalistas o marxistas, habían dejado apagar en sus países mucho tiempo atrás, por dormirse en la idea de un destino llano y estrecho.

Serían los señores por mil años, pues estaban del lado de los magos, de los sumos sacerdotes, de los demiurgos... Y he aquí que se encontraban vencidos, aplastados, juzgados, humillados, por gentes vulgares, chupadores de goma de mascar o bebedores de vodka; gentes sin ninguna clase de delirio sagrado, de creencias cortas y de objetivos a ras de tierra. Gentes del mundo de la superficie, positivos, racionales, morales, hombres sencillamente humanos. ¡Millones de hombrecitos de buena voluntad dando jaque a la Voluntad de los caballeros de las tinieblas centelleantes! 

Los zopencos mecanizados, en el Este, y los puritanos de huesos blandos, en el Oeste, habían construido una cantidad superior de tanques, de aviones, de cañones. Y poseían la bomba atómica, ellos, ¡que no sabían lo que eran las grandes energías ocultas! Y ahora, como los caracoles después del chaparrón, salidos de la lluvia de hierro, unos jueces de antiparras, profesores de derecho humanitario, de virtud horizontal, doctores en mediocridad, barítonos del Ejército de Salvación, camilleros de la Cruz Roja, ingenuos vocingleros del «mañana que canta», venían a Nuremberg a dar lecciones de moral primaria a los Señores, a los monjes guerreros que habían sellado el pacto con las Potencias, a los Sacrificadores que leían en el espejo negro, a los aliados de Shamballah, ¡ a los herederos del Grial! ¡Y los enviaban al cadalso, tratándolos de criminales y de locos rabiosos!





















Los acusados de Nuremberg y sus jefes que se habían suicidado no podían comprender que la civilización que acababa de triunfar era, también y con mayor seguridad, una civilización espiritual, un formidable movimiento que, desde Chicago a Tashkent, arrastraba a la Humanidad hacia un más alto destino. Ellos habían puesto en duda a la razón y la habían sustituido por la magia. Y es que, en efecto, la Razón cartesiana no abarca la totalidad del hombre, la totalidad de su conocimiento. Ellos la habían hecho dormir. Y el sueño de la razón engendra monstruos. Lo que ocurría del otro lado era que la razón no dormida, sino, al contrario, presionada hasta el extremo, encontraba las fuentes de la energía, las armonías universales. Gracias a las exigencias de la razón aparece lo fantástico, y los monstruos engendrados por el sueño de la razón no son más que su negra caricatura.

Pero los jueces de Nuremberg, los portavoces de la civilización victoriosa, ignoraban ellos mismos que la guerra hubiese sido una guerra espiritual. No tenían una visión lo bastante elevada de su propio mundo. Creían solamente que el Bien vencería al Mal, pero sin ver la profundidad del mal vencido ni la altura del bien triunfante. Los místicos guerreros alemanes y japoneses creían ser mejores magos de lo que eran en realidad. Los civilizados que los habían derrotado no comprendían aún el sentido mágico superior que adquiría su propio mundo. Hablaban de la Razón, de la Justicia, de la Libertad, del Respeto a la Vida, etc., en un plano que no era ya el de la segunda mitad del siglo XIX y en el cual se había transformado el conocimiento y se había hecho perceptible el paso a otro estado de conciencia.

Cierto que los nazis habrían tenido que ganar, si el mundo moderno no hubiese sido más que lo que aún cree la mayoría de nosotros: la herencia pura y simple del siglo XIX materialista y científico, y del pensamiento burgués que considera a la Tierra como un lugar que hay que arreglar para gozar mejor de él. Hay dos diablos. El que transforma el orden divino en desorden, y el que transforma el orden en otro orden no divino.





La Orden Negra debía triunfar sobre una civilización que juzgaba caída al nivel de los solos apetitos materiales, envueltos en una moral hipócrita. Pero era algo más que esto. 

Una figura nueva aparecía en el curso del martirio que le infligirían los nazis, como la Faz en el Santo Sudario. Desde el crecimiento de la inteligencia en las masas a la física nuclear, desde la psicología de las cumbres de la conciencia a los cohetes interplanetarios, se operaba un fenómeno de alquimia, se dibujaba la promesa de una transmutación de la Humanidad, de una ascensión del ser vivo. Esto no aparecía tal vez de un modo evidente, y algunos espíritus de mediana profundidad añoraban los antiguos tiempos de la tradición espiritual, atándose así al enemigo por lo más ardiente de su alma, irritados contra este mundo en el que no distinguían más que una mecanización creciente. Pero, al propio tiempo, otros hombres, como Teilhard de Chardin, tenían los ojos bien abiertos. Los ojos de la más elevada inteligencia y los ojos del amor descubren las mismas cosas, pero en planos diferentes. El impulso de los pueblos hacia la libertad, el cántico confiado de los mártires, contenían en germen la gran esperanza arcangélica. Esta civilización, tan mal juzgada desde el interior por los progresistas primarios, tenía que salvarse. El diamante raya el cristal. Pero el corazón, que es un cristal sintético, raya al diamante. La estructura del diamante está mejor ordenada que la del cristal. Los nazis podían vencer. Pero la inteligencia despierta puede crear, en su ascensión, figuras de orden más puras que las que brillan en las tinieblas.

«Cuando me pegan en una mejilla, no presento la otra y tampoco levanto el puño; sino que lanzo el rayo». Era preciso que esta batalla entre los Señores de las profundidades y los hombrecillos de la superficie, entre las Potencias oscuras y la Humanidad en progreso, terminase en Hiroshima bajo el signo claro de la Potencia indiscutible.
                                                                                      FIN


AUTORES: Louis Pauwels y Jacques Bergier
“Le Matin des Magiciens”, 1960.
Versión en castellano: “El retorno de los brujos. Una introducción al realismo fantástico”.


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