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01 diciembre 2016

HÉROES O VILLANOS? Alemanes en la segunda guerra mundial (I)










                                                  
QUÉ ERA ENTONCES EL VALOR?

Miedo, cobardía, valor, coraje, heroicidad, son conceptos que se sustraen a una valoración racional. Referidos al comportamiento de los soldados alemanes durante la segunda guerra mundial, caen en la penumbra de la paradoja ideológica. Quién fue realmente el héroe: el condecorado con la Cruz de Caballero o el adversario del régimen? El psicólogo A. Stohr ensaya aquí una interpretación del fenómeno desde su perspectiva profesional.


Un representante de la generación de posguerra plantea la siguiente pregunta: Cuántos de nuestros ‘valientes soldados’ eran realmente valerosos? Y luego el interrogante se completa con una apreciación: “No logro imaginarme cómo se puede saltar y atacar a la vista de una ametralladora enemiga”.

Es cierto que carece de sentido establecer comparaciones entre el comportamiento de uno que no ha participado o que no participa en una guerra y el de un soldado en el campo de batalla, hasta el punto de que aquél difícilmente puede comprender las reacciones de éste. Con todo cabe tratar de explicar el fenómeno desde la psicología.

No hay duda de que en el fondo del instinto de conservación del hombre anida la tendencia a evitar el peligro; en lenguaje de guerra, una tendencia a la cobardía. Pero también es indiscutible que muchos soldados se comportan en la batalla con gran valor o con una gran presencia de ánimo. Por supuesto debe haber un motivo para reaccionar por encima del instinto de conservación.


“Disponibilidad” escultura de Arno Breker. La mano empuña la espada mientras el guerrero, de facciones atléticas, dirige a lo lejos su mirada intrépida.


Su comportamiento tiene desde luego todo un conjunto de motivaciones que deben separarse para entender la reacción individual de los implicados. Cada una de estas motivaciones se halla estrechamente vinculada con la particular estructura de la personalidad individual y con la situación colectiva, con lo que se nos ofrece una amplia gama de posibilidades causales que pueden proceder a su vez de múltiples fuentes distintas. Normalmente estas reciben definiciones recurriendo a conceptos tomados de la terminología de la ciencia psicológica, como actitud receptiva, necesidad de valoración, dinámica de grupos, psicología de masas, instinto de conservación, comportamiento colectivo, agresión, sensibilidad, pobreza de sentimientos, miedo, tendencia al suicidio, pero que también tienen que ver con el sentimiento del deber y la disciplina.

El intento de seguir las huellas del fenómeno del valor o del coraje partiendo de estas categorías tiene una ventaja. El tratamiento psicológico de esta problemática excluye una valoración ética e ideológica de los motivos concretos.

Los soldados de las unidades de combate en los inicios de la guerra eran muchachos entre 18 y 22 años. Quien haya observado atentamente el proceso de reactivación acelerada ocurrido en las últimas décadas entre la juventud, y tenga en cuenta que la educación de entonces poseía un carácter conservador, puede concluir que los soldados de 1939/1940 eran, en su mayor parte, muchachos que no habían alcanzado aun un desarrollo adecuado de su personalidad. Aquí reside una clave para comprender el “comportamiento heroico” de la época.

En todos los tiempos y en todos los ambientes culturales, los jóvenes han luchado por su prestigio en el círculo en el que se movían, y para ello han buscado situaciones de riesgo en las que hacerse valer. La hábil propaganda de la época entendió muy pronto el alcance de esta inclinación natural y decidió fijarle unos límites. En la guerra se producían gran número de situaciones en las que destacar y “en el campo de batalla, es donde el hombre tiene más valor”, según decía la propaganda.


Desarrollo de la personalidad y propaganda.

Lo que entonces aparecía como valiente y voluntarioso, no era otra cosa que un intento forzado de superar los propios límites. Nadie calificaría hoy de valientes a los muchachos que circulan a toda velocidad, temerariamente, en sus autos y motos. Entonces se distinguía a la juventud que, psicológicamente hablando, era muy adecuada para una actitud concreta. En auxilio de este manejo se invocó un segundo mecanismo psicológico. El “joven valiente” correspondía a aquel que con su conducta, no atolondrada ni frívola, se amoldaba a lo que se esperaba de él.

Mediante la aplicación de dos factores, la formación patriótica y la formación militar, el joven soldado estaba en condiciones de cumplir su misión, aun antes de la guerra. La educación general de la juventud durante el Tercer Reich estaba profundamente marcada por la imagen del soldado como prototipo que imitar. Valor, capacidad de sacrificio y resistencia eran virtudes exigibles a quienes deberían identificarse con el simbólico “héroe de Langemarck”. Yo mismo he vivido la campaña de Polonia y en ella he observado como una compañía de fusileros atacó la fortaleza de Brest-Litovsk entonando el himno alemán. Una actitud tan apasionada como carente de sentido militar. Este episodio demuestra, sin embargo, hasta que punto se actuó con eficacia para grabar profundamente en la juventud la impronta de la “valentía”.


El suboficial Walter Pape,condecorado con la Cruz de Hierro y la Cruz de Caballero, entre sus camaradas.


La exigencia expresada en la consigna “Tú no eres nada; tu pueblo lo es todo” parecía haber logrado su efecto. Al acondicionamiento mediante la educación pertenecía también el crear reflejos en el ejercicio de lo militar. La “ametralladora enemiga” y la reacción que había que suscitar en el joven alemán, vivida cientos de veces en la instrucción militar, exigía que, luego, en la realidad del combate, el soldado renunciase a una decisión consciente. Había que realizar lo que se había practicado cientos de veces, sin más: cúbreme!  Fuego!  Yo salto!  Salta, adelante, adelante!  Por encima de todo hay que cumplir las órdenes. Los mecanismos de inhibición naturales eran eliminados con tal automatización. No es causal que en informes de la parte enemiga se describiese el comportamiento de los soldados alemanes  como un “comportamiento de autómatas”.

Los ritos del oficio de la guerra son tan antiguos como la figura del soldado. Lo que ha funcionado desde hace siglos, actuó también en la segunda guerra mundial y actúa aun hoy, porque la naturaleza humana no se ha alterado. A ella pertenece la inclinación a lo valioso, a lo imponente, que yo quiero entender como categorías psicológicas muy poco importantes. El brillo de los uniformes, los galones de una unidad selecta, las condecoraciones, son su expresión visible.

Apenas se ha hecho hincapié en el influjo, casi fatal, que ejerce la condecoración militar, y esta omisión resulta asombrosa. Una condecoración militar, cuanto más elevada sea, más valentía significa que se puede exigir de su portador. Quien ha sido distinguido con la Cruz de Caballero no puede permitirse eludir por las buenas una situación de lucha.

Las motivaciones del valor influidas por la colectividad tuvieron un carácter muy distinto en cada una de las fases de la guerra y precipitaron, lógicamente, en diferentes muestras de comportamiento.


La guerra moldeó a sus hijos   

Una parte de los motivos manejados hasta determinado momento pasó a segundo plano o desapareció totalmente en el transcurso de la guerra. Su lugar fue ocupado por otros nuevos. La enorme borrachera de la victoria, con el sentimiento de pertenecer a una “nación de héroes”, fue esfumándose, mientras que los horrores quedaron registrados más conscientemente. La guerra moldeó a sus hijos y les otorgó el puesto adecuado.

Los camaradas sabían que “se podían fiar de éste o de aquél”; cada uno conocía bien dónde se encontraban las propias limitaciones. Todos los soldados se daban perfecta cuenta del tipo de “bravo” al que había que imitar. Había hombres que tenían su fama, fama que por otra parte cuidaban, como “destripadores” de carros o de búnkeres, como jefes de comando o de patrulla. Estos “tipo modelo” se presentaban voluntariamente o eran seleccionados cuando la situación se volvía comprometida. Su nombre trascendía de unidad en unidad, más allá de la propia. Cuando aparecían en escena, renacía e valor en su entorno. Su autoridad radicaba en su valor aventurero que les llevaba a buscar precisamente el peligro. Ningún oficial de su unidad podía permitirse andarles con triquinuelas. Eran ellos los héroes, los verdaderos especialistas de la guerra, orgullosos de su “saber artesano”.

En los últimos años de la guerra surgió el tipo del llamado “cerdo de primera línea”. Muchas veces era un rebelde insubordinado, poco cuidadoso de su apariencia exterior o de conducta antirreglamentaria, que terminaba ante un tribunal militar por su indisciplina.

Falta de fantasía


“Tú o yo”. He aquí un gran logro del cámara. La fotografía fue obtenida desde un puesto de protección situado ante el granadero”. Este comentario acompañaba a la imagen que reproducimos, publicada en ‘Die Wehrmacht’ el 24 octubre 1941. La prensa, la radio y el cine se esforzaban en recoger en todos los frentes aquello que, a través de la palabra, la imagen y el sonido, pudiese reflejar mejor las grandes virtudes de la guerra: heroicidad, fidelidad, disposición para el sacrificio, audacia y valor.


Quien tenía madera para el papel de luchador era algo que no se podía vaticinar con absoluta seguridad. En la escala cambian desde el tipo sensible, que había logrado superar su miedo, hasta el psicópata sin sensibilidad alguna  al que el temor era extraño por falta de fantasía precisamente; del fanático seguidor de Hitler hasta el desesperado  para el que todo era igual. Yo mismo me he encontrado con un sargento que había sido soldado irrelevante hasta que vio morir a su novia, alcanzada por una bomba. A partir de ese momento se convirtió en un héroe. Las medallas que ganó al destruir siete carros de combate en una intervención personal  muy directa –operación que le costó el brazo derecho- y la Cruz con cordón de Caballero hablaban suficientemente de su “heroicidad”. Se había convertido en héroe porque la propia vida había dejado de tener sentido para él.

Cada soldado se planteaba el problema del “cobarde-voluntarioso-valiente”, sobre todo aquellos que no lograban destacar sobre la masa de sus camaradas. Si uno era valeroso, valiente, capaz de enfrentarse a la muerte, o cobarde no puede averiguarse en realidad más que investigando los motivos, no observando el tenor de las acciones. Disparar no es necesariamente un signo de valentía. Las unidades con un gran valor combativo tenían a gala consumir menos munición que aquellas otras consideradas como no tan valientes. Correr con la compañía de choque significaba a veces contar con más posibilidades de supervivencia, y tener que poner en juego menos valor, que quedarse rezagado. Mientras que avanzar era signo de valor, el permanecer alejado de la tropa era indicio de cobardía. 

Goebeels afirmaba: “Quien teme a la muerte con honor, acabará muriendo en la vergüenza”. La frase es la expresión cínica de una situación que desde luego no es aplicable a los objetores de conciencia o por motivos políticos. Estos hombres necesitaban precisamente un valor sobrehumano para seguir su camino contra todas las leyes del comportamiento colectivo. A la vista del patíbulo han dado verdaderas pruebas de serenidad.

Cobarde? Valiente? Cuan próximos se hallan estos extremos  puede verse a través del relato de un oficial de infantería: “Regresaba yo del campo en que combatía mi batallón a mi puesto de mando, justo en el momento en que tenía lugar un ataque ruso. De pronto mis hombres se me acercaron huyendo en completa desbandada. En ese preciso instante tomé un bastón de nudos como los que solíamos llevar en la campaña de Vóljov y les hice regresar a sus posiciones a palo limpio. Así logramos resistir el ataque. Poco después fuimos condecorados, yo y algunos de mis hombres”.


Hubiera preferido huir

Quién fue en este caso el valiente? El oficial aduce más detalles: “Hubiera preferido huir con mis hombres. Pero como oficial no me estaba permitido. Por una parte, porque temía las consecuencias y, por otra, porque tenía miedo de ser cobarde. Después he sometido a reflexión mi comportamiento y me convencí de que actué así porque era lo más razonable. Teníamos más posibilidades de sobrevivir si nos manteníamos en nuestras posiciones y no huíamos. Lógicamente había empujado a mis soldados a golpes de bastón por miedo a las consecuencias”.

Hasta qué punto eran realmente valerosos los soldados que luego fueron distinguidos con condecoraciones? Eran valientes porque temían más a la fusta de sus jefes que a la misma muerte?.

Entre los hechos incomprensibles para el hombre joven de hoy se encuentra la “resistencia heroica” de los soldados alemanes en la fase final de la guerra. La contienda estaba prácticamente pérdida, la patria se hallaba en ruinas. Por qué no disteis aquellos por liquidado? Por qué no preferisteis ir, sin más, a los campos de concentración?, se pregunta todavía hoy.

El cautiverio no era una alternativa sobre todo en el frente oriental. De los 107.800 alemanes que cayeron prisioneros en Stalingrado, solo regresaron 6.000, según informaciones rusas. El índice de muerte en los primeros años de cautiverio durante la campaña de Rusia se elevó al 80%. Y no solamente en Rusia: también en otros países fueron fusilados soldados alemanes que se entregaron. La cautividad era muchos más arriesgada que el intento de sobrevivir en la línea de combate.



Despierta el instinto de conservación

Seguramente los ejemplos de verdadero valor fueron más abundantes en las retiradas que en las grandes victorias. Eran, desde luego, menos espectaculares, menos apropiadas para la propaganda y rara vez se vieron recompensados con distinciones al valor. Cubrir un repliegue con dos hombres, limpiando de enemigos una carretera, era algo que requería grandes riesgos. Exigía una clara renuncia al instinto de conservación, en aras del bien común. La decisión que implica la frase: “Tengo que hacerlo o todos estarán perdidos” lleva en si la impronta del sacrificio.

El comportamiento bélico adecuado a situaciones desesperadas remite justamente a tal actitud. Las unidades intactas en las que permaneció asegurado este resorte. A medida que la guerra se aproximaba a los límites del Reich iba despertando progresivamente el instinto de conservación, al sentir amenazado el hogar y la patria. Sin pretender  negar valores positivos, ha de decirse que en esta fase se incorporaron componentes muy distintos: la amenaza de un tribunal militar, la insensibilización por agotamiento y la crueldad de la guerra. Así se desarrolló la psicología de los “montones perdidos”.

El intento de someter a examen psicológico el valor y el arrojo del soldado no tiene como fin desvalorizar una virtud como la valentía, que ya Platón consideraba cardinal. Solo se pretende con ello situarla en su justo medio. Salta a la vista que, para la masa, el valor en tiempos de paz, el coraje civil, el estímulo del convencimiento, es menos atrayente que la cualidad paralela en épocas de guerra.
                                                                                           A. Sthor.





La Cruz alemana de oro


Texto original de 1944

Como premio a las actividades que se relatan, el sargento Z. ha sido distinguido con la Cruz Alemana de Oro: 
El sargento Z.,, que ya había merecido la Cruz de Hierro de 2 Clase en la campaña de Polonia y había logrado en la de Francia la de 1 Clase, efectuó un ataque con solo dos granaderos, el 27 de septiembre de 1942, contra un nutrido grupo de soviéticos. Merced a su heroico empeñó, en el que demostró un gran desprecio por la propia vida, logró vencer a sus enemigos. 
El 14 de febrero de 1943, los soviéticos consiguieron penetrar en una formación alemana. El sargento Z. ordenó disponer en erizo a sus granaderos, en la parte occidental de R., y pudo así levantar el asedio del enemigo. Cuando ya no quedaba munición, el sargento Z. y sus granaderos echaron mano de las palas de zapadores. Gracias a ello el mando de la unidad  logró romper el cerco luchando cuerpo a cuerpo en un contraataque  de la compañía
El 7 de mayo de 1943 atacaron los soviéticos con asistencia de carros de combate. Tres “T-34” consiguieron acceder a las posiciones de la unidad. Mientras los granaderos de ésta batían a la infantería enemiga, el sargento Z. lograba, junto con el cabo primero F., aniquilar dos carros mediante la aplicación directa de medios adecuados.
El 7 de julio de 1943, el sargento Z. realizó con sus hombres una misión de avanzada y pudo aniquilar, sin pérdidas humanas, dos posiciones soviéticas, arrollar una trinchera y hacer 13 prisioneros.
El 19 de noviembre de 1943, Z. resultó herido en un contraataque. A pesar de ello consiguió llevar adelante la acción encomendada y regresó a la posición de su unidad, una vez concluida con éxito su misión, trayendo 5 prisioneros. 
Tomado de “Der Lohn  der Tat”, Hamburgo 1944. La Cruz Alemana de oro se otorgaba, según su decreto de creación, para recompensar “hechos heroicos repetidos en grado eminente o la eficacia del mando probada en múltiples ocasiones”.
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NOTA: El presente artículo no se encuentra disponible en internet (salvo desde este momento), es la transcripción literal de un estudio original aparecido en 1974 bajo el mismo título. El autor, como se ha dicho es A. Sthor, psicólogo y soldado alemán en la Segunda Guerra Mundial. 

En la siguiente entrega nos adentraremos en la búsqueda de un auténtico héroe alemán, analizado no desde el fervor de la guerra misma, sino con el paso generacional, lo que permite una reflexión más objetiva del tema.




POST ADDENDUM
 DEL EDITOR DEL BLOG


En las últimas décadas y años han venido saliendo a la luz nuevas evidencias y documentos clasificados. En lo que al tema nos remite diremos que ya no es un secreto conocer que la Wehrmacht utilizó drogas para mantener a sus tropas activas.


Los nazis recurrieron a la metanfetamina para crear ciudadanos ‘enérgicos’ y tapar las miserias del nacionalsocialismo, afirma un nuevo estudio. Este y otros interesantes datos aparecen publicados en el libro de Norman Ohler: "El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich”. Aquí se afirma que los ejércitos alemanes combatieron bajo los efectos de la metanfetamina y que el mismo Fuhrer alemán era un narcodependiente.

Quizá esa sea la razón por la que el autor del artículo, que hemos reproducido, no haya podido auscultar en las profundas y verdaderas razones de muchos casos de “heroísmo”, quedándose en un interesante estudio desde su ámbito profesional –la psicología-. Para él, en su tiempo, no estaba disponible el material del que se valen hoy los investigadores para hacer un nuevo estudio sobre la realidad en la sociedad alemana durante el Reich de los 12 Años.

Los siguientes reportajes de prensa hacen relación a la obra de Norman Ohler. Recomiendo su lectura.


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