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16 abril 2019

RUANDA: Los genocidios planificados



Introducción del editor del blog

"Los asesinatos no pueden ser sino obra de criminales perversos al servicio de una ideología pervertida". 

No hay necesidad de remontarnos a las guerras coloniales en nombre de la “Ilustración” para reconocer la misma brutalidad contemporánea, igual de indecente, que se envuelve en los valores de la Democracia y los Derechos Humanos, declaraba la Fundación "Frantz Fanon".

Se han publicado por estas fechas numerosos artículos sobre el genocidio en Ruanda, hecho acaecido hace ya un cuarto de siglo. No podíamos pasar por alto el tema; sin embargo, dado que se ha escrito mucho estos días sobre el tema, es necesario recordar a la opinión pública dos soberbios artículos escritos hace varios años que analizan desde otra perspectiva los hechos. Recordarlos es vital para comprender la tragedia que vive toda África. 


El genocidio continúa de manera imparable y silenciosa, eso no es fruto del azar, ni del revanchismo ni enemistad de tribus africanas, aquello es producto de la "globalización", de la incontinencia occidental (Europa y Estados Unidos y sus aliados) por continuar saqueando las riquezas del continente "pobre" (muy rico en recursos naturales y energéticos). 

No debe pasarse por alto otro factor, en los últimos años han hecho presencia en África potencias mundiales como China y Rusia que buscan ampliar sus mercados invirtiendo miles de millones de dólares, en especial, en la industria petrolera, lo que alarma a las multinacionales occidentales, esa es la razón por la que los conflictos regionales africanos se han agudizado, la negativa occidental a permitir la libre competencia comercial con China y Rusia, las consecuencias las pagan los habitantes del continente africano.

Existen formas muy sutiles de enemistar a los ancestrales pueblos autóctonos del África, siendo la verdadera guerra que ha promovido el Occidente "civilizado", no debemos precipitarnos ni hacer falsas especulaciones, en África no se matan por el retraso e ignorancia de los pueblos que aun conviven en tribus y clanes, eso no es verdad, Occidente fomenta esas rivalidades para forjar los conflictos, solo así pueden hacer presencia física -"ayuda humanitaria" y presencia de tropas de "pacificación"- consolidando el control de las fuentes minerales y energéticas del continente. 

El asunto no termina ahí, son las mismas potencias occidentales, aliadas de la OTAN las que se hallan, en secreto, en guerra entre sí por el dominio del África, las ex potencias coloniales rivalizan por hacerse con la mayor parte del botín, franceses, británicos y estadounideneses (básicamente, pero existen otros actores secundarios como Alemania, Bélgica y otros que también protagonizan su rol). 

Desde la aparición de esa gran potencia económica que es China y su penetración en el continente africano las guerras se han agudizado para expulsarla, China no es "bienvenida" por Occidente (tampoco Rusia). Controlar y explotar los recursos africanos son vitales para que el mundo "civilizado", mejor dicho, para que los gobiernos europeos y estadounidense sigan garantizando el nivel de vida de sus ciudadanos. Cómo si no mantener felices a los europeos y norteamericanos? La época colonial terminó hace buen tiempo, la "libertad" llegó al África; se inventaron (y siguen inventándose países), pero el colonialismo económico perdura (globalización); ya no es necesaria la presencia de tropas venidas de lejos para controlarlos, basta con enemistar a los pueblos africanos para conseguir el objetivo.

Hace un par de años presentamos un tema que ilustra con su título la realidad africana, "Sudán, el genocidio silencioso"; lo mismo sucede en la República Democrática del Congo, Sierra Leona, Nigeria, Libia, etcEn el siglo anterior, antes de la "independencia" de las naciones africanas se cometían actos de genocidio, los belgas fueron muy "hábiles" bajo las órdenes de su rey Leopoldo, desde fines del siglo XIX e inicios del siglo XX se perpetró una de las mayores masacres de la humanidad (fuentes fidedignas hablan del genocidio de 10 millones de habitantes del Congo), al tratarse de pobres "negros" casi nadie recuerda ese crimen en Bélgica y el mundo, al contrario, sigue erigiéndose monumentos en honor de éste macabro monarca genocida.

Y que decir de las fuerzas coloniales alemanas en Namibia donde el Imperio Alemán ostentó una de sus pocas colonias (de 1890-1915) hace ya 100 años se perpetró el asesinato de alrededor de 80.000 integrantes de las tribus nama y herero, episodio al que se califica comúnmente como el primer genocidio del siglo XX. Con los alemanes tuvo lugar un hecho macabro que se repetiría décadas después en la Alemania nazi, a propósito, el gobierno de Hitler aplaudió al represor de los namibios -el gobernador militar Lothar von Trotha-, en cuyo honor se nombró una calle de Munich, en 2006 se decidió nombrar esa calle como calle Herero. Eso no es lo macabro, sino los experimentos "raciales", los famosos estudios "científicos" de los cráneos en busca de hallar la evidencia de la superioridad de la raza blanca, un claro anticipo de lo que perfeccionaría el nazismo. Los colonos alemanes coleccionaban restos humanos y los conservaban como "trofeos" decorando sus hogares. Miles de restos óseos se conservaban en hospitales y museos para "estudiarlos". Los gobiernos alemanes se negaron durante largo tiempo a reconocer el genocidio namibio, no teniendo más remedio, en 2004, que ofrecer disculpas oficiales sin dejar de recalcar que no se trató de genocidio. Alemania se negó a pagar cualquier tipo de indemnizaciones, optando por brindar ayuda financiera desde 1990 para el desarrollo del país africano. 

Los casos belga y alemán son solo dos ejemplos de los muchos que tuvieron lugar en la época colonial, no debemos olvidar las atrocidades de Francia, del Reino Unido y hasta de mis queridos holandeses...


Ruanda, miles de civiles desplazados huyen de las masacres.

Desde el fin del colonialismo europeo es raro no encontrarnos con países inmersos en cruentas guerra civiles o internacionales, todo el continente africano, salvo contadas excepciones son un hervidero de conflictos y caos. Son tan "salvajes" los africanos? o alguien les impulsa desde fuera ha ocasionar esas tragedias? 

Demos paso al tema del momento, 25 años del genocidio en Ruanda. Las siguientes líneas son dos artículos unificados, escritos en diferentes tiempos y distinta autoría. El reportaje, como siempre, es un punto de vista diferente al que nos ofrece cotidianamente la prensa comercial.

Tito Andino


***

I parte
La inconfesable responsabilidad francesa en Ruanda


Soldado francés en Ruanda, foto del 12 de julio de 1994


por Paul Labarique (2005)


Entre abril y julio de 1994, el Hutu Power masacraba más de 800.000 personas, principalmente tutsis. Sólo la derrota militar de los genocidas ante los soldados del Frente Patriótico Ruandés (FPR) de Paul Kagamé pudo poner fin al horror. 


Patrick de Saint-Exupéry, periodista del diario francés Le Figaro, fue testigo ocular de aquella locura sangrienta. Vio las fosas comunes, habló con tutsis que huían y con hutus que los perseguían. Estuvo también con los soldados franceses cuando François Mitterrand finalmente decidió desplegarlos con «fines humanitarios». Regresó a Francia obsesionado por lo que había visto pero decidido a comprender por qué Francia apoyó hasta el final al régimen genocida. Publicó el resultado de sus reflexiones en un libro sorprendente: L’Inavouable. La France au Ruanda (Lo inconfesable. El rol de Francia en Ruanda).

Tropas francesas en Ruanda.

Al igual que otros genocidios, el de Ruanda tiene sus negacionistas. Estos tratan de poner al mismo nivel la matanza sistemática de Tutsis por parte de los Hutus y los crímenes de guerra que cometió más tarde el FPR contra los Hutus que huían.

Algo similar es lo que hacen aquellos que niegan el genocidio judío cuando comparan el campo de exterminio de Auschwitz con el bombardeo de Dresde. Es además ese discurso, repetido al más alto nivel, lo que despertó en Patrick de Saint-Exupéry la imperiosa necesidad de contar «lo inconfesable». En septiembre de 2003, mientras escucha Radio France Internationale en su auto, en Moscú [1], oye al ministro francés de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, referirse a «los genocidios» ruandeses.

Para el periodista, «ese plural parece insignificante, pero es terrible». «Me dejó paralizado», escribe. Le recuerda, en efecto, declaraciones de François Mitterrand en la cumbre franco-africana de Biarritz: durante la primera conferencia de prensa, el presidente de la República había hablado del «genocidio ruandés».

Sin embargo, en la versión escrita entregada a la prensa, se hablaba de «los genocidios». Invitado a explicar el asunto, Mitterrand respondió con frialdad: «¿Quieren decir ustedes que el genocidio terminó después de la victoria de los Tutsis? Yo también me lo pregunto...»

Patrick de Saint-Exupéry se lanza de nuevo con todas sus fuerzas en la investigación sobre la implicación francesa en el genocidio ruandés, investigación que había iniciado en la primavera de 1998 mediante la publicación de una serie de artículos en el diario francés Le Figaro.

En ella se dirige directamente a Dominique de Villepin (ex Primer ministro francés), a quien desea llevar a los lugares del crimen, en un viaje imaginario que la literatura hace posible: «Será usted, señor, mi hilo de Ariadna, mi interlocutor imaginario, el punto de apoyo que me permitirá avanzar en las tinieblas, mi testigo.» Y sumerge así al lector en pleno corazón del «país de las mil colinas».

Ruanda bajo mandato: la construcción de un antagonismo étnico

Con sólo un poco más de 25 000 kilómetros cuadrados, Ruanda es un oasis templado en el seno del África ecuatorial de los grandes lagos. El clima es suave y húmedo a causa de un relieve particularmente montañoso del cual le viene el nombre de «País de las mil colinas».

Mayormente agrícola, el territorio es muy favorable al desarrollo humano y se encuentra, por tanto, densamente poblado, con cerca de 8 millones de habitantes en diciembre de 1993. En el seno de esta población coexisten dos etnias principales: los Hutus, que representan el 80% de la población total, y los Tutsis, que representan el 15%. Normalmente, ésta última precisión no debería ser necesaria: en muchos países de África las etnias se entremezclan, se unen, viven juntas. En la propia Ruanda, donde Hutus y Tutsis son presentados hoy como enemigos irreconciliables, ambos grupos vivieron juntos durante siglos.

Como escribiera Gerard Prunier, al principio «estos grupos no respondían en lo absoluto a la definición de «tribu», o sea de micronación. En efecto, hablaban todos la misma lengua de origen bantú, vivían uno al lado del otro sin que se formara un «Hutuland» o un «Tutsiland» y los matrimonios mixtos eran frecuentes» [2].

Pero, el etnicismo se convirtió para las potencias coloniales en una forma de garantizar su dominio sobre los pueblos que controlan. Creando distinciones entre Tutsis y Hutus y estableciendo oposiciones entre ellos, los alemanes, y después los belgas, decidieron promover en Ruanda «una raza de señores» y apoyarse en ella para mantener el control del país [3].

Fosa común, Ruanda, 1994. Foto Cunningham-Reid REA.


A la inversa, con la proximidad de la independencia, las potencias occidentales invierten sus alianzas. En el marco de una oposición étnica que crearon, no buscan ya en aquel entonces apoyarse en una minoría para controlar a la mayoría sino una mayoría capaz de ganar elecciones.

Además, al final de su mandato, la Iglesia católica estimula a las autoridades coloniales a jugar la carta de los Hutus. La Iglesia católica trata de retomar el control de la Iglesia local cuyos clérigos indígenas, que formó esencialmente entre los Tutsis, se le van de las manos.

Por consiguiente, los belgas se apoyan a partir de entonces en el partido del Movimiento de la Emancipación Hutu (PARMEHUTU) de Gregoire Kayibanda, quien no es más que el secretario particular de monseñor Perraudin, el vicario apostólico suizo. En ese mismo año, 1959, tienen lugar las primeras masacres de Tutsis. El 28 de enero de 1961, el país alcanza la independencia. Todas las funciones ejecutivas son puestas en manos de los Hutus. La independencia se reconoce oficialmente el primero de julio de 1962.

Las bases de las tensiones étnicas ya están creadas en el aquel momento. Los miembros de la minoría tutsi, excluida del poder, abandonan el país cuando se ven posibilitados de hacerlo, sobre todo porque los abusos que cometen las milicias hutus van en aumento. Los exilados se reúnen en Burundi o Uganda.

A veces emprenden desde allí incursiones en territorio ruandés, dando lugar a acciones de represalia más violentas aún de parte del régimen de Kigali contra los Tutsis que quedan en Ruanda. En el mismo momento, Francia toma el lugar de Bélgica, no sólo en Ruanda, sino en toda la región. Los franceses se presentan como defensores de la «democracia étnica» o sea, siendo los Hutus la etnia más numerosa, es lógico que ocupen el poder [4]. Ya en 1962, París firma un acuerdo de cooperación civil con Kigali.

En 1973, un militar todavía más extremista, Juvenal Habyarimana, se apodera del poder como resultado de un golpe de Estado. Al igual que el dictador anterior, Kayibanda, en proceso de beatificación en Roma, el nuevo presidente se apoya en la Iglesia católica. Pero pone en los puestos gubernamentales a representantes de las facciones militares del norte, de las que él mismo procede.

Al año siguiente, Francia firma un acuerdo general de cooperación técnico-militar con Zaire, firma después otro con Burundi [5] y finalmente un tercero con Ruanda al cabo de un safari memorable durante el cual Valery Giscard d’Estaing (ex presidente francés) sale de cacería con Juvenal Habyarimana. Francia se encarga además de proveer una ayuda en armas que alcanza 4 millones de francos al año.


Habyarimana-Mitterrand: una alianza ciega

Con el tiempo, el régimen de Habyarimana se hace cada vez más racista y totalitario. A partir de 1978, la nueva Constitución establece una clasificación étnica incluida en los documentos de identidad mientras que todos los ruandeses son inscritos, desde el momento de su nacimiento, como miembros del único partido, el MRND.

François Mitterand, presidente francés de la época. El hombre de Estado declaró sobre Ruanda: «En esos países, un genocidio no es tan importante».


En una desviación del sistema umuganda tradicional, el Estado y la Iglesia católica obligan a toda la población a hacer para ellos jornadas de trabajo siguiendo un principio que la Organización Internacional del Trabajo califica de «trabajos forzados».

Francia no reacciona ante esta situación. En 1983, cuando Therese Pujolle, jefa de la misión de cooperación civil en Kigali desde 1981, testimonia sobre las violaciones de los derechos humanos que comete el régimen, sus superiores le advierten secamente: «Los derechos humanos no son asunto suyo. Trabaje en el desarrollo».

Las relaciones entre ambos países se ven marcadas por los lazos personales que unen a sus dirigentes. Jean-Christophe Mitterrand, el propio hijo del presidente francés, es muy amigo de Jean-Pierre Habyarimana, el hijo del presidente ruandés. Therese Pujolle cuenta que

«“Papamadit” [Sobrenombre que se le da en Francia al hijo del presidente Mitterrand a partir de la frase «Papa m’a dit», que significa en español «Papá me dijo». Nota del Traductor.] tenía un helicóptero a su disposición para hacer safaris fotográficos. El gendarme de la cooperación protestó, [y] perdió. Cada vez que Jean-Christophe Mitterrand llegaba, 15 Mercedes lo esperaban.»

El apoyo militar francés no corresponde, por supuesto, a ninguna coincidencia ideológica, ni tampoco a intereses precisos. Refleja una división de África en zonas de influencia y la voluntad de aplicar métodos coloniales por los gobiernos autóctonos para controlar poblaciones que no serían nunca soberanas.

Durante una miniofensiva del Frente Patriótico Ruandés (FPR), organización armada de exilados tutsis, Francia desencadena la Operación Noroit y envía al frente 150 hombres del 2do Regimiento Extranjero de Paracaidistas (2do REP) estacionado en la República Centroafricana.

Durante la noche del 4 al 5 de octubre de 1990, el régimen organiza un simulacro de ataque contra Kigali con la complicidad de los militares franceses. Atribuye la responsabilidad al FPR, decreta el estado de sitio e instaura un toque de queda total. De paso, los principales opositores políticos, lo mismo hutus que tutsis, son acusados de complicidad con el FPR y se les arresta.

Además, para eliminar el apoyo popular al FPR, 10 000 Tutsis son arrestados. La población civil tutsi del Mutara sufre una ola de matanzas. Al final, las tropas franco-ruandesas logran rechazar al FPR hacia Uganda.

Las amistades familiares no lo explican todo. Los viejos reflejos neocoloniales tampoco. Los intereses geoestratégicos no parecen evidentes. Sin embargo, a medida que avanzamos con Saint-Exupery en el descubrimiento de Ruanda podemos ir viendo que hay un poco de todo eso en las relaciones franco-ruandesas.

Se trata de un cóctel explosivo que contribuye a la escalada y conduce a lo peor. La versión oficial de los que toman las decisiones por el lado francés, tal y como la presentaron durante su audiencia ante la Misión parlamentaria de Información, en 1998, es que Francia no fue capaz de prever el desvío hacia el genocidio por parte del régimen que apoyaba.

Saint-Exupery demuestra precisamente lo contrario: mientras más inquietantes y amenazadoras se hacían las señales provenientes de Kigali, tanto que los documentos mencionan desde 1992 riesgos de masacres de gran envergadura, más reforzaba París su apoyo. Interrogado por Saint-Exupery, Hubert Vedrine, secretario general del presidente François Mitterrand, hace una inquietante comparación:

«Si tenemos alguna responsabilidad en Ruanda, es al estilo de Nixon y Kissinger que desencadenaron el proceso que condujo al genocidio camboyano.»

La escalada

A fines de los 90, Francia concede un préstamo de 84 millones de dólares «para el desarrollo» y, más tarde, un segundo préstamo, mediante la Caja Central de Cooperación Económica, de 49 millones «para la realización de diferentes proyectos».

Ambos servirán realmente al gobierno de Kigali para la compra de nuevas armas. De 1990 a 1993, las entregas de armas serán de 86 millones de dólares al año, mediante el fabricante de armas sudafricano Armscor. Sin embargo, las masacres de tutsis continúan, de forma esporádica, incluso a pesar de la apertura de las negociaciones con el FPR, que habían comenzado a principios de 1992.

Paracaidistas franceses en Ruanda.


En julio, el gobierno ruandés y el FPR de Paul Kagamé firman un acuerdo de cese al fuego en Arusha, Tanzania. De agosto a diciembre se desarrollan sin embargo nuevas masacres de Tutsis y de opositores hutus, sobre todo por parte del movimiento de la juventud del partido, las milicias Inteahamwe. En noviembre, el presidente Habyarimana rompe el «papelucho» de los primeros acuerdos de Arusha durante un discurso ante el partido único.

Todo esto lo saben tanto los servicios franceses de inteligencia, como los jefes militares franceses que se encuentra en Ruanda y, por consiguiente, aquellos que toman las decisiones en París.

En octubre, el senador belga Kuypers denuncia el papel de los escuadrones de la muerte (las «redes Cero») y la política racista del régimen de Habyarimana. Sin embargo, en 1993 Francia enviará de nuevo sus tropas junto al ejército ruandés ante una ofensiva del FPR. En febrero, el capitán Paul Barril, ex responsable de la célula antiterrorista de la presidencia francesa se implica, a pedido del ministro ruandés de Defensa, en una misión clasificada con el nombre de «Operación Insecticida».

Mientras tanto, las negociaciones entre Habyarimana y el FPR avanzan. El 4 de agosto se firman nuevos acuerdos en Arusha. Estos prevén las modalidades de un reparto del poder entre hutus y tutsis, el regreso de los refugiados ruandeses y la fusión de los dos ejércitos. Las fuerzas francesas desplegadas durante la Operación Noroit salen por tanto del país en diciembre, poco antes de la llegada a Kigali del 3er batallón de elite del FPR, escogido para representar al partido en la capital.


Cuando París adiestraba a los genocidas

De regreso en París después del genocidio, Patrick de Saint-Exupery trató de comprender las razones del apoyo de Francia al régimen de Habyarimana. Habla de la cooperación militar franco-ruandesa con «un alto responsable, un hombre proveniente de nuestra diplomacia» que le responde: «¿Cómo? ¿Se imagina usted a los soldados franceses entrenando asesinos?». Sin embargo, eso fue precisamente lo que sucedió.


Campo de Kibumba, epidemia de cólera, el ejército francés entierra los cadáveres.


Varios elementos prueban la presencia de instructores franceses encargados de adiestrar a los oficiales más radicales del ejército ruandés, que serán más tarde el núcleo del aparato genocida. Está, primeramente, el testimonio de Janvier Africa, ex miembro de los escuadrones de la muerte, la «Red Janvier». El 30 de junio de 1994, éste declara al periodista sudafricano Mark Huband, del Weekly Mail and Guardian de Johannesburgo, que él mismo fue adiestrado por instructores franceses:

«Los militares franceses nos enseñaron a capturar a nuestras víctimas y a amarrarlas. Eso era en una base en el centro de Kigali. Allí era donde se torturaba y era también allí donde la autoridad militar francesa tenía su sede. [...] 
En ese campamento vi a los franceses enseñar a los Interahamwe a lanzar cuchillos y a reunir fusiles. Fueron los franceses quienes nos enseñaron -un comandante francés- durante varias semanas seguidas, en total 4 meses de entrenamiento entre febrero de 1991 y enero de 1992.» [6]

En marzo de 1993, tiene lugar una investigación internacional sobre las masacres de Tutsis en Ruanda. Un miembro de esa comisión, Jean Carbonate, afirma haber visto instructores franceses en el campamento de Bigogwe, donde «llegaban camiones repletos de civiles. Estos eran torturados y asesinados». Estos informes serán confirmados más tarde por la Misión parlamentaria de Información.

La cooperación entre ambos países llega incluso más lejos. En febrero de 1992, el ministerio francés de Relaciones Exteriores envía a la embajada de Francia en Kigali una nota según la cual «el teniente coronel Chollet, jefe del DAMI, ejercerá simultáneamente las funciones de consejero del Presidente de la República, jefe supremo de las Fuerzas Armadas ruandesas, y las funciones de consejero del jefe del estado mayor del ejército ruandés».

El responsable de las fuerzas francesas desplegadas en Ruanda se convierte así en comandante del ejército ruandés. La responsabilidad de Francia es por consiguiente mucho más grande de lo que se dice oficialmente. En el momento del desencadenamiento del genocidio que siguió al atentado contra el avión presidencial de Juvenal Habyarimana, Francia tiene en Ruanda once militares miembros del Departamento de Asistencia Militar a la Instrucción (DAMI), que prestan servicio como civiles, aunque se suponía que habían salido oficialmente de Ruanda en diciembre de 1993. El capitán Paul Barril, quien dependía de los servicios de inteligencia, también se encontraba en Ruanda.


Pánico francés

En un intento de parar el genocidio, el Frente Patriótico Ruandés (FPR) ataca al ejército regular (FAR) y gana algunas batallas. La actitud de las autoridades francesas demuestra una precipitación cercana al pánico. La embajada de Francia destruye todos sus archivos por orden del embajador Jean-Michel Marlaud. Al mismo tiempo, los ciudadanos franceses y los principales pilares hutus de la ideología del genocidio son enviados al extranjero pasando por Bangui, la capital de la República Centroafricana.

Entre ellos se encuentran la esposa del presidente asesinado, Agathe Habyarimana, sus hermanos Seraphin Rwabukumba y Protais Zigiranyirazo, y el ideólogo Ferdinand Nahimana. Contrariamente a lo que afirma hoy la diplomacia francesa, las entregas de armas continúan. Los responsables franceses reciben varias veces en Paris al gobierno interino, que se compone de los elementos más extremistas de la vieja guardia del presidente Habyarimana.

El 9 de mayo, el teniente coronel Ephrem Rwanbalinda, consejero del jefe del estado mayor del ejército ruandés, es recibido en la Misión Militar de Cooperación por el general Jean-Pierre Huchon. Según éste último,

«hay que presentar sin retraso todos los elementos que prueban la legitimidad de la guerra que libra Ruanda, para poner a la opinión internacional a favor de Ruanda y poder retomar la cooperación bilateral. Mientras tanto, la Misión Militar de Cooperación prepara las acciones de socorro necesarias a nuestro favor.»

Jean-Pierre Huchon promete también enviar equipos de comunicación codificada para mantener el contacto entre las FAR y París.

Ante la sorprendente envergadura de los éxitos militares del Frente Patriótico Ruandés, Francia decide intervenir públicamente, oficialmente «por razones humanitarias». Se trata de la Operación Turquoise. Las palabras del presidente François Mitterrand son claras cuando declara, el 18 de junio, que «a partir de ahora es cuestión de horas y de días. (...) Repito, cada hora cuenta». Sin embargo, el genocidio había empezado 2 meses antes, lo cual implica que la urgencia no se debe al genocidio. En cambio, las fuerzas del FPR están cerca de la victoria final y Francia debe impedirla a toda costa.


Operación «Turquesa», ¿con qué objetivo?

Es tan difícil entender esa lógica como negar su existencia. Saint-Exupery trata, sin embargo, de sacar a la luz la ideología en la que se apoya esta. Su razonamiento es simple: después de 2 meses de inacción, Francia despliega en 9 días varios cientos de hombres, miembros de tropas de elite y fuertemente armados, a 7 000 kilómetros de su suelo.

En Ruanda, estos hombres crean la Zona Humanitaria Segura (ZHS) que permitirá a los principales responsables del genocidio escapar hacia Zaire. Saint-Exupery pudo verificar in situ quiénes eran los soldados franceses enviados en misión humanitaria. Se encontró allí «comandos aéreos aerotransportados, que venían de Nimes, y gendarmes del Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN), dos unidades de elite». Se dirige entonces a su interlocutor imaginario, Dominique de Villepin:

«Al igual que yo, se sorprende usted, señor. 
La intervención «Turquoise» (Turquesa), anunciada el 18 de junio de 1994 por el presidente Mitterrand, se dice humanitaria. Al ver a esos hombres, su armamento sofisticado, no entiende usted nada. Estos soldados parecen participar en una guerra. Vinieron a combatir contra un enemigo. ¿Cuál?»

El autor va más lejos aún. Según él,

«en París (...) cierta gente, dejando de lado el genocidio en marcha, como si se tratara de un simple detalle, habían planificado una reconquista. (...) 
Lo que, inevitablemente, habría llevado de nuevo al poder a los responsables del genocidio. Parece inconcebible pero así fue
Francia, nuestro país, estuvo a punto de implicar a su ejército del lado de los asesinos.»

De ahí los avisos que Edouard Balladur, a la sazón primer ministro, dirige al Presidente de la República, François Mitterrand. En carta del 21 de junio de 1994 señala que, para tener éxito, la Operación Turquoise debe «limitar las operaciones a acciones humanitarias y no dejarse llevar a lo que se consideraría como una expedición colonial en pleno corazón del territorio de Ruanda».

En un correo del 9 de junio, Balladur precisará el carácter de su divergencia con el Jefe del Estado:

«Para el presidente Mitterrand no se trataba de castigar a los autores hutus del genocidio, y no se trataba para mí de permitir que estos pudieran ponerse a salvo en Zaire.»

La Operación «Turquesa» llevará la marca de esta esquizofrenia proveniente de las decisiones contradictorias del ejecutivo bicéfalo de París. Los soldados franceses desplegados por «razones humanitarias» son combatientes experimentados, «capaces de pasar en pocas horas de una estricta neutralidad a un violento enfrentamiento».

Una intervención francesa en Kigali fue anulada en el último instante. La capital cae en manos del FPR el 4 de julio. Agitados debates tienen lugar entonces en el seno de la administración francesa para delimitar la ZHS. Si sus límites son amplios, el Hutu Power podrá refugiarse en ella y reponerse allí antes de pasar de nuevo a la ofensiva.

Si es reducida, no habrá esperanzas de revancha. La segunda solución se impone. Los responsables del genocidio abandonan entonces la partida y huyen a Zaire. En los puntos de control, los fugitivos son objeto de una nueva selección: se aparta a los Tutsis y solamente los Hutus son autorizados a continuar su camino. Se improvisan albergues al borde del camino para que los exilados puedan pasar la noche en ellos.

Varios millones de Hutus llegan así a los campamentos de refugiados de Goma, donde los genocidas imponen su ley. Los verdugos se han convertido en víctimas, su sangriento crimen ha sido lavado con la sangre de sus propios hermanos. Cae el telón.


Ruanda 1994: ¿una experiencia de guerra revolucionaria?

El drama que se desarrolló en tierra ruandesa no debe sin embargo caer en el olvido. Los crímenes de guerra del FPR contra civiles hutus y la catástrofe sanitaria que tuvo lugar en los campamentos de Goma no pueden hacer olvidar la realidad de un genocidio y, ante todo, la importancia de la implicación francesa en esas masacres. Esta idea obsesiona a Patrick de Saint-Exupery desde su regreso del país. Trata de comprender qué intereses tenía Francia que defender al extremo de proteger y hasta entregar armas a los genocidas.

En un salón, Hubert Vedrine le explica la visión francesa del asunto:

«al asumir mis funciones, me cuestioné la presencia francesa en Ruanda. Se me explicó que Burundi y Ruanda se habían unido a la familia franco-africana. No se les podía dejar abandonados.»

En nuestros días, los «revisionistas» del genocidio ruandés prefieren ver esa carnicería que dejó más de 800 000 muertos como una serie de masacres interétnicas espontáneas. Sin embargo, interrogado sobre la cuestión por el Tribunal Penal Internacional, el jefe de los cascos azules presentes en Ruanda durante aquel período, el general canadiense Romeo Dallaire, respondió de forma extremadamente clara:

«Matar un millón de personas y ser capaz de desplazar a 3 o 4 millones en 3 meses y medio, sin toda la tecnología que se ha visto en otros países, representa una misión significativa. Eso exige datos, órdenes o al menos algún tipo de coordinación. Tenía que haber una metodología

Una metodología militar. En su búsqueda de la verdad, Saint-Exupery se reúne con un suboficial francés. Este le habla de las «guerras sucias» del ejército francés, y menciona, con medias palabras,

«el TTA 117, aquel reglamento interarmas que se forjó a finales de los años 1950 para la guerra de Argelia y que aún hoy permanece accesible en los archivos únicamente para quien tenga una autorización. Sin que la palabra «tortura» sea mencionada ni una sola vez, ese reglamento condujo a su uso. Un círculo restringido de oficiales de la colonial lo utiliza aún como base de inspiración.»

Un ex alto responsable militar confirma la presencia de agentes clandestinos, de «contratados». Según él,

«muy rápidamente, el escenario ruandés se vio invadido por los “bigotes”. Las estructuras oficiales no controlaban nada ya».

Todo comienza durante la Operación Noroit. Tomando como pretexto una supuesta ofensiva del FPR contra Kigali, Paris despliega 2 compañías del 2do REP «para proteger la ciudad». Durante la noche se oyen disparos en la capital, lo cual acredita la idea de una amenaza exterior. Un oficial francés, que testimonió más tarde ante la Misión parlamentaria de Información, cuenta:

«Ese cuento era ridículo. Los que nos disparaban eran nuestros «amigos» de las fuerzas armadas ruandesas. Las autoridades los habían desinformado. En efecto, la supuesta entrada de los rebeldes en Kigali no era más que una manipulación.»

La manipulación permite a Francia desplegar tropas de elite... que no retirará.

Según Saint-Exupery, «todas las unidades pertenecientes a las fuerzas especiales con que cuenta Francia desembarcan en Ruanda». Eso es, en todo caso, lo que se desprende del recuento de fuerzas presentes que hace un «alto responsable militar»: 150 hombres provenientes de 2 regimientos de la 11na división de paracaidistas.

«Sus unidades de origen, de vocación colonial, son el 8vo RPIMa y el 2do REP, especializados en las operaciones secretas. El servicio de acción de la DGSE recurre a veces a los conocimientos de estos. (...) Hay también algunos hombres del 1er RPIMa, que dependen del Comando de Operaciones Especiales (COS), así como los Comandos de Búsqueda y de Acción en Profundidad.»

Sin embargo, numerosos despachos confidenciales ya mencionan ejecuciones sumarias basadas en criterios étnicos que podrían «degenerar en matanza». Francia se encuentra allí, por consiguiente, con conocimiento de causa.

Contando los muertos, se calcula que entre 500,000 a un millón de personas fueron asesinadas o a consecuencias ligadas al genocidio.


Según el testimonio de un oficial,

«una estructura paralela del comando militar francés ha sido establecida. En aquel momento se hace evidente que el Eliseo quiere que se trate a Ruanda de manera confidencial.»

La primera preocupación de París es la cacería de rebeldes del FPR. En 1991, el coronel Gilbert Canovas, consejero oficioso del ejército ruandés, hace un balance de su acción: «el establecimiento de sectores operacionales con el objetivo de hacer frente al adversario (...); el reclutamiento en gran número de militares de rango y la movilización de reservistas, que permitió prácticamente multiplicar por dos la cantidad de efectivos; la reducción del tiempo de formación inicial de los soldados limitada al uso del arma individual de reglamento.» Subraya también que «la evidente ventaja concedida» a los rebeldes al principio de las hostilidades «fue compensada por una ofensiva mediática» que realizaron los ruandeses a partir del mes de diciembre de 1991.

Saint-Exupery deduce:

«“Sectores operacionales” significa “control por sectores”. “Reclutamiento en gran número” significa “movilización popular”. “Reducción del tiempo de formación” significa “milicia”. “Ofensiva mediática” significa “guerra sicológica”.»

La participación de los militares franceses se hace especialmente visible en febrero y marzo de 1993, en el marco de la «Operación Chimère». El objetivo del destacamento Chimère es «dirigir y comandar indirectamente un ejército de alrededor de 20,000 hombres». Según el informe de la Misión de Información, «un oficial francés piensa que esta misión constituye sin dudas la primera aplicación a gran escala, en veinte años, del concepto de asistencia operacional de urgencia, y atribuye ese mérito al buen conocimiento de Ruanda que tienen los hombres del 1er RPIMa».

A la cabeza de la unidad Chimère se encuentra el coronel Didier Tauzin con «una veintena de oficiales y especialistas del 1er RPIMa», una unidad que depende del 11no de Choque, el servicio de acción de la DGSE creado por el general Paul Aussaresses. Para Saint-Exupery, Francia no asesinó Tutsis, pero

«adiestramos a los asesinosLes entregamos la tecnología: nuestra «teoría»Les entregamos una metodología: nuestra "doctrina". Aplicamos en Ruanda un viejo concepto proveniente de nuestra historia como imperio, de nuestras guerras coloniales, de las guerras que se convirtieron en “revolucionarias”, como en Indochina; que se hicieron después “psicológicas” en Argelia; “guerras totales”, con daños totales; las “guerras sucias”

Esta ideología puesta en practica por el ejército francés en Ruanda tiene su origen en la «memoria amarilla» que se compone, para los veteranos de las guerras coloniales, de «la humillación de la derrota y la embriaguez de la guerra exótica» pero también de «una fascinación por los métodos del enemigo que hay que adoptar para esperar ganar algún día: las operaciones secretas, el arma del miedo, el control por sectores de la población civil, la manipulación de las multitudes, la propaganda».

El África francófona se ve amenazada en un mundo que se ha hecho unipolar después de la caída de la Unión Soviética. Altos responsables militares franceses quieren convencer al presidente francés de recurrir a la «guerra revolucionaria» para mantener esa zona geográfica bajo la influencia francesa. Esta se basa en 6 grandes principios:

«el desplazamiento de poblaciones a gran escala, el fichaje sistemático, la creación de milicias de autodefensa, la acción sicológica, el control territorial por sectores y las “jerarquías paralelas”

Sus defensores despiertan el interés de François Mitterrand, quien fue alto funcionario durante la ocupación nazi, ministro de los Veteranos durante el conflicto de Indochina, ministro de Colonias durante la IV República y ministro del Interior al principio de la guerra de Argelia. Nace entonces una teoría del complot según la cual la Ruanda francófona estaría bajo la amenaza de la Uganda anglófona.

Se reedita el caso de Fachoda. Oficiales ruandeses recibieron entrenamiento en Fort Bragg (Estados Unidos), la escuela militar en la que varios oficiales franceses impartían, a principios de los años 1960, cursos sobre el concepto de «guerra revolucionaria» al ejército estadounidense. Eso significa que Estados Unidos quiere apoderarse de Ruanda. Para impedirlo se crea una estructura militar, fuera de toda forma de control, «una legión a las órdenes del Elíseo»: el Comando de Operaciones Especiales, bajo la autoridad directa del jefe del estado mayor ínterarmas, quien se encuentra a su vez directamente bajo las órdenes del presidente de la República.

Campo de Kirundo, los que han logrado salvarse.
Foto Yan Morvan.


El COS tiene bajo su mando «las unidades más aguerridas de nuestro ejército, equipadas con un material sofisticado y duchas en las técnicas de las “operaciones grises”». Sus objetivos son a la vez militares y paramilitares. «Dicho claramente, el COS es una estructura “político-militar”». En 1993, el jefe del estado mayor interarmas, el almirante Lanxade, autoriza la nueva estructura a desarrollar capacidades de guerra sicológica. El laboratorio será Ruanda.

El teniente coronel Canovas establece los elementos claves de la «guerra revolucionaria». Será una guerra total:

«no es una guerra de movimiento, es una guerra toda en movimientos. No es una guerra de frentes, es una guerra en la que no hay más que frentes. No es una guerra de ejércitos, es una guerra de hombres armados.»

Una guerra «caníbal», para retomar el término del universitario Gabriel Peries [7]. Esta guerra deja tantas víctimas colaterales «que hasta los más ardientes defensores del sistema acaban por verse también afectados». Esa es, en el fondo, la verdadera razón de la implicación total de Francia junto al régimen genocida de Kigali.



Hablar del genocidio hoy

Para los responsables franceses se hace difícil asumir el legado ruandés. La envergadura de las revelaciones contenidas en el libro de Saint-Exupery permite pensar que algunos de ellos tendrían que responder ante una jurisdicción internacional por «complicidad en el genocidio».

Es por ello que hemos visto, en las últimas semanas, tantas declaraciones y artículos de prensa tendientes a descartar la responsabilidad francesa.

En el centro del debate se encuentra el asesinato del presidente ruandés, acto presentado como el factor desencadenante del genocidio. Desde el primer día, los defensores del Hutu Power trataron de atribuir al FPR la autoría del atentado contra el avión presidencial, lo cual parece lógico a primera vista pero no está demostrado.

Según los defensores del Hutu Power, los Tutsis del extranjero mataron al presidente Hutu para apoderarse del poder, lo cual provocó como reacción el genocidio contra los Tutsis que se encontraban en el país. Entre los defensores de esa tesis estuvieron, sucesivamente, Paul Barril, después Pierre Péan y Christophe Nick, así como, finalmente, Stephen Smith.

Patrick de Saint-Exupéry, periodista francés.


Este último incluso acusó a la ONU, en una serie de artículos publicados en marzo de 2004, de haber mantenido deliberadamente en secreto el contenido de la caja negra del avión. Ninguno de esos artículos contiene, sin embargo, hechos concretos que acrediten la tesis que pretenden demostrar. Es por demás evidente que el análisis de la caja negra de un avión no puede revelar la identidad de las personas que lo abatieron.

El propio ministro francés de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, declaró recientemente que «Francia salvó cientos de miles de vidas en Ruanda» durante la Operación Turquoise. En 1994, momento del genocidio, Dominique de Villepin era director de gabinete de Alain Juppé, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores.

Anteriormente había sido ayudante de Paul Dijoud en el ministerio de Relaciones Exteriores y había estado en Ruanda. Conocía, por lo tanto, la realidad de ese país. Al defender públicamente la política francesa del aquel entonces hacia África, Dominique de Villepin defiende, en realidad, en nombre de la continuidad del Estado, la continuidad de los crímenes del Estado que cometieron la Francia colonial y, más tarde, la Francia neocolonial. En momentos en que la política exterior francesa se presenta como multilateral, equilibrada y moderadora, es sin embargo primordial que Francia reconozca sus propias responsabilidades y abandone doctrinas militares que manchan su honor.



II Parte


Paul Kagamé: «Our Kind of Guy»
Elucidar el genocidio de Ruanda en 1994

por Edward S. Herman / David Peterson
2011

¿Será posible que no hayamos entendido nada de las masacres que ensangrentaron Ruanda? Para Edward S. Herman y David Peterson no se trató allí de un genocidio cometido contra los tutsis por el Hutu Power, sino de una guerra secreta de Estados Unidos que costó la vida tanto a hutus como a tutsis. Como eje de ese sangriento juego aparece el impenetrable Paul Kagamé.


Bill Clinton y «Our Kind of Guy», Paul Kagamé.


En 1955, un alto responsable de la administración Clinton se refirió al presidente indonesio Suharto, por entonces en visita oficial en Washington, utilizando la expresión «Our kind of guy» (que se puede traducir como: el tipo de gente que nos gusta, el tipo que nos cae bien) [1].

Estaba hablando de un dictador ávido y brutal, autor de dos genocidios –el primero en la propia Indonesia y el segundo en Timor Oriental– pero cuyos crímenes habían eliminado de su país la amenaza izquierdista, estaba hablando de un individuo que también había convertido Indonesia en un Estado cliente y en un aliado militarmente alineado con Occidente y que había abierto la puerta a los inversionistas extranjeros –por alta que fuera la comisión que cobraba por cada transacción de dichos inversionistas. Como la primera fase de aquel doble genocidio (1965-1966) [2] vino de perillas a los intereses estadounidenses en la región, Suharto contó naturalmente con el apoyo del establishment político y mediático estadounidense. Al día siguiente del baño de sangre, Robert McNamara calificó aquella drástica transformación del país como «los dividendos» de la inversión militar de Estados Unidos en la región [3]James Reston, del New York Times, saludó por su parte el ascenso de Suharto al poder escribiendo que «un aura radiante se alza sobre Asia» [4].

Resulta evidente que el presidente ruandés Paul Kagamé también es «Our kind of guy». Autor de un doble genocidio, al igual que Shuarto, Kagamé liberó Ruanda de cualquier amenaza social o democrática antes de alinearla firmemente al lado de Occidente, entregando así de paso el país a los inversionistas extranjeros. Posteriormente, y para maximizar aún más las ganancias, Kagamé facilitó el saqueo de los recursos del vecino Zaire, en 1979, y abrió oportunidades de inversión a sus propios asociados y a los inversionistas estadounidense o europeos en esa inmensa reserva de recursos minerales de África Central rebautizada como Republica Democrática del Congo (RDC) durante la primera guerra del Congo, 1996-1998.

Durante años, los medios de prensa occidentales han presentado a Kagamé como el salvador de Ruanda, como el hombre que supuestamente puso fin al genocidio de 1994 perpetrado contra su propia minoría étnica –los tutsis– por los hutus, la etnia mayoritaria en Ruanda [5].

Desde entonces, sus partidarios y él mismo siempre han venido presentando la invasión de Zaire-RDC por parte de las tropas del Frente Patriótico Ruandés (FPR) como resultado del legítimo deseo de perseguir sin descanso a los genocidas hutus que habían huido de Ruanda, motivados primero por el conflicto y después por la toma del poder por parte del propio Kagamé. 

Esta excusa, que disidentes marginalizados consideran desde hace mucho una falacia, finalmente ha sido puesta públicamente en tela de juicio, e incluso ante el propio establishment, como resultado de una filtración publicada en la prensa [6], y posteriormente debido a la amplia difusión de un preinforme de la ONU dirigido al Alto Comisario de los Derechos Humanos [7].

Ese preinforme no sólo establece un inventario de los abusos masivos cometidos durante 10 años en la RDC sino que atribuye la responsabilidad de los más graves precisamente al FPR. «Nadie puede negar que realmente se cometieron masacres étnicas y que la mayoría de las víctimas fueron hutus de Burundi, de Ruanda y de Zaire», explica ese documento al citar los resultados de una investigación de la ONU realizada en 1997 (párrafo 510). Y cuando se contabilizan, «la escala a la que esos crímenes se cometieron y el gran número de víctimas» así como «la naturaleza sistemática de los ataques inventariados contra los hutus… en particular en Kivu Norte y en Kivu Sur… sugieren que hubo premeditación y que se siguió una metodología precisa» (párrafo 514).

En la sección dedicada al crimen de genocidio, el informe concluye: «Los ataques sistemáticos en casi todo el país… los cuales apuntaban a una cantidad muy grande de hutus de Ruanda y de miembros de las poblaciones civiles hutus, y dieron lugar a su exterminación, revelan un gran número de circunstancias agravantes que, si tuviesen que ser probados ante un tribunal competente, pudieran entonces ser calificados como crímenes de genocidio» (párrafo 517) [8]. Como explicaba Luc Cote, ex investigador y director de la oficina legal en el Tribunal Penal Internacional para Ruanda (TPIR): «Para mí, fue impresionante. Yo veía en el Congo una manera de proceder que ya había observado en Ruanda. Era lo mismo. Hay decenas y decenas de incidentes donde encontramos la misma manera de proceder. Se actuaba de forma sistemática.» [9]


Pero no era la primera vez que se denunciaban en la ONU las operaciones genocidas de Kagamé en Ruanda y en la RDC. Mucho antes de la investigación de 1997 anteriormente mencionada, la exposición de Robert Gersony ante la ONU, realizada en 1994 y cuya versión escrita se ha conservado, ya mencionaba «masacres sistemáticas durante largos periodos y persecuciones de poblaciones civiles hutus por parte del [FPR]» en el sur de Ruanda entre abril y agosto de 1994, así como «masacres indiscriminadas a gran escala, de hombres, mujeres y niños, incluyendo enfermos y viejos…»

En aquel informe, Gersony estimaba entre 5 000 y 10 000 el número de hutus exterminados mensualmente desde abril de 1994. «Resultaba que la gran mayoría de los hombres, mujeres y niños muertos en esas operaciones, eran asesinados únicamente porque la casualidad los hizo caer en manos del [FPR].» [10]

Es importante subrayar que, en aquel entonces, los miembros de aquella comisión decidieron clasificar el testimonio y las pruebas que aportaba el informe Gersony como «Confidencial» y ordenaron «que estuviera accesible únicamente para los miembros de la Comisión», quienes se apresuraron por cierto a enterrar inmediatamente sus conclusiones [11] –como lo prueba la carta del 11 de octubre de 1994 sobre el HCR, carta que el señor Francois Fouinat dirigió a la señora B. Molina-Abram de la Comisión de Expertos.

Entre los numerosos informes de la ONU sobre la RDC resulta particularmente interesante en el segundo informe de la serie elaborada por el Panel de Expertos de las Naciones Unidas sobre La explotación ilegal de los recursos naturales y otros tipos de riquezas en la República Democrática del Congo.

Los expertos de la ONU estimaban en ese informe que, hasta septiembre de 2002, en las 5 provincias del este del Congo se podían contabilizar unos 3,5 millones de muertos más [en comparación con lo normal en tiempo de paz], «consecuencia directa de la ocupación de la RDC por Ruanda y Uganda» (párrafo 96). Aquel informe rechazaba además la excusa de régimen de Kagamé que pretendía que mantener parte de sus tropas en el este del Congo se justificaba debido a la necesidad de defender Ruanda contra fuerzas hutus que sembraban el terror en las regiones fronterizas y amenazaban invadirlas.

En realidad, «el objetivo real a largo plazo era… «asegurar sus conquistas», respondía el informe (párrafo 66) [12]. A pesar de ello, y aunque nadie ordenó nunca suprimir aquel informe, cosa que sí sucedió con el de Gersony, los medios de prensa occidentales lo ocultaron totalmente. Sin embargo, 3,5 millones de muertos suplementarios sobrepasaban ampliamente el máximo de víctimas imputables a los presuntos autores del «genocidio de Ruanda» perpetrado en 1994.

Es evidente que el hecho de esconder aquel informe se debe a que el régimen de Kagamé es, primero que todo, un régimen cliente de Estados Unidos y a que sus sanguinarias operaciones en el Congo estaban en perfecta concordancia con la política estadounidense tendiente a abrir por la fuerza el país a los apetitos de los hombres de negocios y del sector minero de Estados Unidos y de Occidente. Al ser interrogado sobre las filtraciones de informaciones provenientes de aquel informe, Philip Crowley, asistente del secretario de Estado estadounidense, llegó a contestar lo siguiente: «Tenemos, en efecto, un particular vínculo con Ruanda, fuera de la trágica historia del genocidio y de otros sucesos de los años 1990. Ruanda desempeñó un papel constructivo en la región recientemente. Desempeñó un papel importante en gran número de misiones de la ONU. Tenemos interés en ayudar a las fuerzas armadas a profesionalizarse. Y hacemos los mayores esfuerzos en ese sentido en diferentes regiones del mundo. Así que hemos incluido a Ruanda» [13].

En aquel entonces, Crowley y su gente no se habían tomado realmente el trabajo de echar un vistazo al preinforme de la ONU. Pero por otro lado, Crowley tenía a su disposición todos los demás informes de la ONU sobre las masacres de civiles cometidas por Kagamé, tanto en Ruanda como en la RDC, que nunca dieron lugar a la menor reacción visible de parte de Estados Unidos ni de la ONU (fuera de los esfuerzos por ocultarlas ya mencionados en este trabajo). ¿Será posible que se haya saludado en esas masacres la honorable conducta de estas «fuerzas armadas profesionales», como sucedió con las profesionales fuerzas armadas de Suharto en Indonesia o con tantos otros militares de Sudamérica entrenados en Estados Unidos y que acababan de salir de la Escuela de las Américas? ¿Será posible que tales horrores no hayan sido otra cosa que «dividendos» y «un aura radiante» en África?

No es inútil señalar aquí que el primer artículo publicado en el New York Times –bajo la firma de Howard French– sobre el preinforme de la ONU trataba principalmente sobre lo difícil que resultaba hacer público aquel documento. Las primeras filtraciones aparecieron en Francia, en el diario Le Monde, y provenían del personal de la ONU que temía que las partes más criticadas fuesen simplemente eliminadas antes de su publicación. Ya por entonces la ONU había estimado necesario someter el mencionado preinforme al gobierno de Kagamé, para que presentara su propio punto de vista [14], y la violenta denuncia por este último de aquel documento «ultrajante» ocupaba –por supuesto– todo un párrafo en el artículo del New York Times. Como explica French, hacía 7 meses que diferentes dificultades venían impidiendo la publicación de aquel informe, debido a las objeciones de un gobierno «que goza desde hace tiempo del poderoso apoyo diplomático de Estados Unidos y de Gran Bretaña» [15].

Es evidente que los medios de prensa y el personal de la ONU se sintieron espoleados por el asombroso resultado del 193% de los votos que coronó la reelección de Kagamé el 9 de agosto de 2010, con el unánime apoyo de los hutus ruandeses, a cuyos compatriotas étnicos y primos estaba él exterminando en masa en la RDC. Esa reelección hizo el suficiente estruendo mediático como para traer nuevamente Ruanda a los primeros planos de la prensa internacional, aunque fuera por poco tiempo. Hasta la propia administración estadounidense dijo estar bastante «preocupada» por «lo que parece denotar de parte del gobierno ruandés una voluntad de limitar la libertad de expresión» [16], insistiendo en la necesidad urgente de reformas voluntarias.


Supongamos que las Naciones Unidas descubriesen alguna prueba tangible de que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ordenó masacrar a miles de hombres, mujeres y niños en un país vecino sin mostrar piedad por los viejos y los heridos. ¿Se imaginan ustedes a la ONU pidiendo entonces a Hugo Chávez su opinión sobre un preinforme de denuncia sobre sus actividades, y garantizándole además su apoyo por lo menos durante 7 meses, hasta que se produjera una filtración que acabara apareciendo en la prensa?

Es importante subrayar de paso que Howard French y los periodistas del diario francés Le Monde o de otros grandes medios de prensa occidentales nunca abordan el probable genocidio en la RDC sin justificarlo en cierta manera al relacionarlo sistemáticamente con el contexto del genocidio ruandés de 1994, cuando el supuesto salvador providencial Kagamé supuestamente puso fin a las masacres de tutsis organizadas por los hutus.

Como escribe French –de conformidad con la línea adoptada en Occidente– «en 1994, más de 800 000 personas, en su mayoría miembros de la etnia tutsi, fueron masacradas por los hutus» [17]. En este caso, como en la mayoría de los reportajes de los grandes medios de la prensa occidental, se nos dice que hubo un primer genocidio, el que cometieron los hutus contra los tutsis, al que ahora parece haber respondido posteriormente un segundo genocidio perpetrado por los tutsis contra los hutus.

Pero este supuesto contexto se basa enteramente en una monumental mentira del establishment sobre el primer genocidio. Y es evidente, si se analiza con más detenimiento, que la tremenda dificultad que hoy existe para dar a conocer la información sobre las enormes masacres que han ensangrentado la RDC está vinculada con esa mentira. En otras palabras, desde que Kagamé está al servicio de los intereses de Estados Unidos y de otras potencias imperiales de Occidente, para los dirigentes occidentales y los medios, la documentación sobre los crímenes que se le imputan à Kagamé no merece que se ocupen de ella. La verdad que Howard French y sus colegas no pueden reconocer es que el verdadero genocidio de 1994 también fue, fundamentalmente, obra de Paul Kagamé, quien gozó del apoyo de Bill Clinton, de los británicos, de los belgas, de la ONU y de los medios de prensa [18].

Aunque se mantiene en el poder principalmente por la fuerza, la hegemonía regional de Kagamé depende fundamentalmente del mito que lo proclama como el salvador de Ruanda [19]

El propio Kagamé ha convertido la «negación del genocidio» en un importante crimen. Al impedir así que se ponga en duda en Ruanda la versión oficial del «genocidio ruandés», toda persona que ponga en tela de juicio el poder de Kagamé puede ser acusada de «negación del genocidio» y de «divisionismo» y ser perseguida por crimen contra el Estado de Ruanda.

Es sobre esa base que el abogado estadounidense Peter Erlinder, abogado principal de la defensa en el TPIR, fue arrestado en mayo de 2010 a su llegada a Ruanda, donde estaba encargado de defender a Victoire Ingabire Umuhoza, candidata de un partido hutu de oposición, quien había sido encarcelada y se le había prohibido presentarse a las elecciones. Aunque Erlinder fue liberado en junio bajo fianza, su arresto y la represión sistemática contra los partidos de oposición y sus candidatos en vísperas de la elección de agosto resultaban bastante embarazosos para los defensores de la mítica imagen del salvador de Ruanda [20].

En cuanto al carácter mítico de esa versión oficial:

Se admite comúnmente que el «elemento desencadenante» del primer genocidio fue el atentado que destruyó en vuelo el avión que traía de regreso a Kigali a los presidentes hutus de Ruanda y de Burundi, Juvenal Habyarimana y Cyprien Ntaryamira. Existe gran cantidad de pruebas que demuestran que aquel atentado fue organizado por Paul Kagamé

Precisamente a esa conclusión llegó Michel Hourigan, el investigador comisionado por el TPIR que indagó sobre el tema en 1996 [21]. Pero el informe sobre su investigación que presentó a Louise Arbour fue desechado después de consulta con emisarios estadounidenses y durante los 13 años siguientes el TPIR se abstuvo de seguir investigando sobre aquel «elemento desencadenante».

¿Qué explicaría que el TPIR, instancia creada por un Consejo de Seguridad ampliamente dominado por Estados Unidos, dejara de interesarse por este asunto si no el hecho que las pruebas que aportaba el expediente ponían directamente en tela de juicio al FPR y a su líder, Paul Kagamé, cliente y servidor de Estados Unidos?

La conclusión de otra investigación, aún más detallada y conducida por el juez francés Jean-Louis Bruguiere sobre este mismo «elemento desencadenante», es que Kagamé necesitaba «la eliminación física» de Habyarimana, para apoderarse del poder en Ruanda antes de las elecciones presidenciales previstas en los Acuerdos de Arusha.

Kagamé no tenía literalmente ninguna posibilidad de ganar aquellas elecciones ya que su grupo étnico, los tutsis, era numéricamente muy inferior al de los hutus [22]. Bruguiere subrayó también que en Ruanda, en 1994, la única fuerza perfectamente organizada y lista para golpear era el FPR. Políticamente débil pero militarmente fuerte, el FPR de Kagamé efectivamente golpeó y, en las dos horas que siguieron al asesinato del presidente Habyarimana, su ofensiva general contra el gobierno de Ruanda se desencadenó en todo el país. De ello se deduce que los dirigentes del FPR sabían de antemano lo que iba a suceder y estaban listos para pasar a la acción, ya que su reacción había sido planificada y organizada con antelación. 

A la inversa, parece que los organizadores hutus de la versión mítica que da el establishment de aquellos hechos estaban más bien desorganizados y sorprendidos y que perdieron rápidamente el control de lo que sucedía. 

En menos de 100 días, Kagamé y el RPF habían tomado el control de Ruanda. 

Suponiendo que el atentado fuese efectivamente el hecho clave de un amplio plan de conquista y genocidio del Hutu Power, los hechos posteriores exigirían de los hutus una extraordinaria incompetencia. En cambio, todo se hace infinitamente más lógico si el atentado hubiese sido perpetrado por los hombres de Kagamé en el marco de su propia estrategia con vistas a la toma del poder.

Después de expulsar del poder al clero católico acusado de haber apoyado el genocidio, Paul Kagamé instaló a 2000 misionarios evangélicos formados por el pastor Rick Warren y proclamó Ruanda «nación conducida por Dios». Barack Obama escogió al pastor Warren para presidir la parte religiosa de su propia ceremonia de investidura.


Kagamé fue entrenado en Fort Leavenworth, Kansas [23]. Gozó posteriormente de apoyo diplomático y material de Estados Unidos, desde el día que se puso al mando del FPR, antes de que Uganda y el FPR invadieran Ruanda, en octubre de 1990 [24] –un evidente acto de agresión que el Consejo de Seguridad de la ONU interpretó sin embargo como un incidente menor– hasta el asalto final contra el Estado ruandés, que comenzó el 6 de abril de 1994. Durante aquel asalto, cuando supuestamente el «genocidio» había comenzado desde hacía mucho, los miembros que quedaban del gobierno ruandés pidieron encarecidamente a la ONU que enviaran más cascos azules a Ruanda para parar la violencia. Pero Paul Kagamé, viendo asegurada su victoria, no tenía muchas ganas de tener más cascos azules en Ruanda y… ¡Oh, sorpresa! Estados Unidos se opuso firmemente al envío de más tropas de la ONU. 

El Consejo de Seguridad incluso redujo drásticamente el contingente de cascos azules en Ruanda –lo que en realidad no concuerda con la versión oficial, según la cual la principal responsabilidad de aquellos 100 días de masacres recaía sobre el Hutu Power debido a su plan de exterminio.

Las excusas de Bill Clinton, en 1998, en nombre de la «comunidad internacional» por «no haber reaccionado con suficiente rapidez después del comienzo de las masacres» [25] son de una hipocresía absolutamente incalificable. 

Lejos de haber fallado en su supuesto objetivo humanitario, objetivo que en realidad nunca tuvo, lo que en realidad hizo la administración Clinton fue facilitar la conquista de Ruanda por parte de Kagamé y comparte plenamente con él la responsabilidad por las atrocidades cometidas en Ruanda y por las que ferozmente cometió el FPR durante años en la RDC.

En cuanto a las pruebas de las masacres, no existe ciertamente la menor duda que muchísimos tutsis fueron masacrados, lo cual sucedió evidentemente durante accesos localizados y esporádicos de violencia motivados por deseos de venganza más que por la ejecución metódica de una operación planificada de los dirigentes hutus. 

En realidad, son las fuerzas de Kagamé las únicas que parecen haber exterminado de manera sistemática y planificada. Pero la ONU y Estados Unidos se han esforzado al máximo por minimizar la importancia de esas matanzas. No sólo el informe Gersony de 1994 sobre las masacres perpetradas contra los hutus fue relegado al olvido por la ONU. 

Un memorando interno del Departamento de Estado estadounidense fechado en septiembre de 1994 que mencionaba claramente «unos 10,000 civiles hutus al mes, e incluso más» exterminados por las fuerzas tutsies, también hubiera quedado engavetado definitivamente si Peter Erlinder no lo hubiese exhumado y mostrado como prueba acusatoria ante el TPIR [26]

Cuando los catedráticos estadounidenses Christian Davenport y Allan Stam, inicialmente encargados por el TPIR de documentar las masacres cometidas en Ruanda en 1994, llegaron a la conclusión de que «la mayoría de las víctimas eran hutus y no tutsis», ambos fueron rápidamente despedidos. «Las masacres en las zonas controladas por las FAR [Fuerzas Armadas Ruandesas] parecían aumentar a medida que el [FPR] penetraba en el país y anexaba más territorios», escriben Davenport y Stam al resumir lo que ellos consideraban como «los resultados más chocantes» de su investigación. «Cuando [el FPR] avanzaba, las masacres aumentaban. Cuando se detenía, las masacres en masa disminuían considerablemente.» [27] 

¿No parece increíble que las fuerzas tutsis de Kagamé, las únicas fuerzas armadas verdaderamente organizadas dentro de Ruanda en 1994, cuyos avances se acompañaban sistemáticamente de olas de masacres y que fueron capaces de conquistar Ruanda en apenas un centenar de días, hayan sido incapaces de impedir que la cantidad de tutsis masacrados fuese muy ampliamente superior a la cantidad de hutus muertos, como afirma la versión oficial del «genocidio ruandés»? Eso resulta efectivamente increíble y se trata de un hecho que debería ser claramente reconocido como un mito propagandístico.

Además, ese mito tampoco concuerda con las verdaderas proporciones de la población ruandesa. [28]. Según el censo nacional oficial de 1991, poco antes del genocidio la población de Ruanda se componía en un 91% de hutus, en un 8,4% de tutsis, en un 0,4% de twa y en un 0,1% de representantes de otros grupos étnicos. De manera que, de un total de 7’099,844 habitantes contabilizados en 1991, la minoría tutsi no contaba en Ruanda más que 596,387 personas y la población hutu era de 6’467,958 personas. Además, como subrayan Davenport y Stam en su artículo del Miller-McCune, la organización IBUKA de sobrevivientes tutsis del genocidio estima en unos 300.000 el número de tutsis que sobrevivieron a las masacres de 1994. Lo cual significa que «de las entre 800,000 y un millón de supuestas víctimas del genocidio, más de la mitad eran hutus». Y parece incluso muy probable que mucho más de la mitad de las personas masacradas en Ruanda entre abril y julio de 1994 en realidad eran hutus [29]


Y es evidente que, después de que el FPR tomó el poder, en julio de 1994, las masacres de hutus tanto en Ruanda como en la RDC continuaron produciéndose durante 15 años más.

Conclusión

Las políticas estadounidenses en el Tercer Mundo muestran una notable continuidad… ¡por desgracia! A tal punto que un representante de la administración Clinton podía llamar «Our kind of guy» a un carnicero como Suharto, quien gozó por demás del inquebrantable apoyo de Estados Unidos durante 33 largos años, bajo las sucesivas presidencias de Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, y Clinton, hasta la caída de su régimen, en 1988, en plena crisis asiática.

En un contexto más reciente y que se extiende hasta nuestros días, Paul Kagamé, un criminal de guerra aún más implacable, ha gozado del apoyo de George Bush I, de Bill Clinton, de George Bush II y, actualmente, de Barack Obama (cuyo secretario de Estado adjunto ni siquiera se ha tomado el trabajo de echar un vistazo al preinforme de la ONU que acusa a Kagamé por las grandes masacres cometidas en la RDC).

Asimismo, es interesante ver el amable tratamiento que los medios de prensa occidentales siguen reservando a este otro «Our kind of guy». Philip Gourevitch, periodista con reputación de izquierdista que trabaja para el New Yorker, llegó incluso a compararlo con Abraham Lincoln (en su libro titulado Deseamos informarle que mañana seremos asesinados con nuestras familias, publicado en 1998), y Stephen Kinzer publicó una verdadera hagiografía de este espantoso agente del poderío estadounidense (Hotel Mille Collines: El renacimiento de Ruanda y el hombre que lo soñó [2008]).

¿Llevarán este asunto de filtración de un informe de la ONU y la pésima publicidad que le ha traído a Kagamé su simulacro de reelección, en agosto de 2010, a los medios de prensa occidentales a ser un poco más honestamente críticos hacia este exterminador made in USA?

No parece que podamos contar con eso, debido a los inestimables servicios que Kagamé está prestando a Estados Unidos en África y a lo mucho que le interesa al establishment estadounidense preservar la versión oficial que durante tantos años ha protegido e incluso santificado al hombre que soñaba…


Edward S. Herman / David Peterson

Edward Herman y David Peterson publicaron "The Politics of Genocide", (Monthly Review Press, abril de 2010).













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El libro de Patrick de Saint-Exupéry: L’Inavouable. La France au Rwanda (Ediciones Les Arènes éd., marzo de 2004.)

Notas de la primera parte:

[1] Patrick de Saint-Exupéry fue destinado después como corresponsal de prensa del diario Le Figaro a otra región.
[2] Ver el libro Rwanda: le génocide, de Gérard Prunier, Éditions Dagorno, 1997.
[3] Ruanda fue colonizada por Alemania a finales del siglo XIX. Durante un tiempo, las tesis raciales de Gobineau alcanzaron gran auge en Europa, los Tutsis gozaban de la admiración de los colonos, que llegaron a afirmar que eran «decididamente demasiado refinados para ser "negros"».
[4] No es sino tardíamente que este punto de vista encuentra su basamento teórico mediante las interpretaciones del discurso de François Mitterrand, pronunciado en La Baule el 20 de junio de 1990.
[5] El texto del acuerdo fue publicado en el Journal officiel el 1ero de julio de 1975.
[6] Declaraciones reflejadas por Mark Huband, in The Weekly Mail and Guardian, y retomadas en Courrier international el 30 de junio de 1994.
[7] Gabriel Périès es el autor de una tesis sobre la guerra revolucionaria intitulada: De la acción militar a la acción política, impulsión, codificación y aplicación de la doctrina de "la guerra revolucionaria" en el seno del ejército francés (1944-1960), Universidad de Paris I.

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Notas de la segunda parte

[1] «Real Politics: Why Suharto Is In and Castro Is Out», por David E. Sanger, New York Times, 31 de octubre de 1995. Sanger explicaba el apoyo de la administración Clinton a Suharto de la manera siguiente: … Cuando [Suharto] llegó a la Casa Blanca en Washington, el viernes [27de octubre] en visita privada para ver al presidente, le gabinete presidencial estaba lleno de gente, todo el mundo había venido. Todo los funcionarios y altos cargos de la administración estaban ahí, empujándose para desearle la bienvenida [al dictador indonesio Suharto]. Se encontraba en primera fila el vice-presidente Al Gore, el Secretario de Estado Warren Christopher, el general John Shalikashvili, jefe del Estado Mayor Inter-ejércitos, Ronald H. Brown, Secretario de Estado del Comercio, Mickey Kantor, representante de la Cámara de Comercio de los EEUU, Anthony Lake, consejero de la Seguridad Nacional, y muchos otros. «No quedaba una sola silla vacía en la sala», cuenta una persona que asistió a la ceremonia. «Nadie en el mundo trataba así a los indonesios y este comportamiento decía mucho de lo que tenían en la cabeza, los intereses que se habían fijado las principales autoridades políticas en los EEUU, nuestras prioridades en el mundo habían evolucionado. […] [Indonesia era] el último mercado emergente en el horizonte: alrededor de 13,000 islas, una población de 193 millones de habitantes y una tasa de crecimiento de más de 7 % por año. El país [Indonesia] tenía fama de ser archí-corrupto, la familia Suharto controlaba todas las más importantes empresas del país y los negociantes competidores en Yakarta podrían pagar muy caro la osadía de hacerle la concurrencia y quitarle la exclusividad. Pero el Sr. Suharto, contrariamente a los chinos, se mostró perspicaz dándo satisfacción a Washington [en sus intereses]. Suharto desreglamentó la economía, abrió Indonesia a las inversiones extranjeras e impidió a los japoneses, quienes eran los principales socios en enviar ayuda exterior a Indonesia, de que acaparen más de un cuarto del mercado interno de importaciones alimentarias[…]. Es un tipo que nos gusta (our kind of guy), declaraba un alto funcionario de la administración estadounidense, que interviene frecuentemente en la conducción de la política asiática de los Estados Unidos».
[2] «1965: Indonesia, laboratorio de la contrainsurgencia», por Paul Labarique, Red Voltaire, 30 de junio de 2005.
[3] Respecto a Robert McNamara, ver Noam Chomsky, Year 501: The Conquest Continues (Boston: South End Press, 1993), pág. 126. (Noam Chomsky, La Conquista Continúa, edición., Paris, ediciones L’Herne, 2007, en francés) «Particularmente rentable», señala Chomsky –lo que podría hacer totalmente referencia a la historia de la llegada al poder de Paul Kagame— «era un programa consistiendo a hacer llegar militares indonesios para ser formados en las escuelas de Guerra estadounidenses y en donde se les enseñaba aquello que iban a poner en práctica y en aplicación posteriormente. Esto era un factor extremadamente significativo para determinar la orientación favorable de la nueva elite política indonesia (es decir el ejército), insistía McNamara» (pág. 126).
[4] «A Gleam of Light in Asia», por James Reston, diario New York Times, 19 de junio de 1966.
[5] La obra (libro) sistemáticamente escogido como referencia para sustentar la versión oficial del «Genocidio de Ruanda» es: Leave None to Tell the Story: Genocide in Rwanda (autores: Allison Des Forges y al., New York: Human Rights Watch, 1999).
[6] La primera fuga del documento respecto al pre-informe de la ONU fue publicado en Francia en el diario Le Monde, por Christophe Châtelot, «Acta de acusación de diez años de crímenes en el Congo RDC», diario francés Le Monde, 26 de agosto de 2010.
[7] «Evaluación de los crímenes cometidos en Congo entre 1993 y 2003», Red Voltaire, 5 de octubre de 2010. Es posible de bajar el documento integral en francés al final del artículo: República Democrática del Congo, 1993-2003. Informe del Proyecto Mapping respecto a las graves violaciones de derechos humanos y del derecho internacional humanitario cometidos entre marzo 1993 y junio de 2003 en el territorio de la República Democrática del Congo.
[8] Es necesario señalar aquí que a pesar de la fuga de este pre-informe en los medios de comunicación y su larga difusión que fue hecha, nosotros ignoramos totalmente si su contenido conocerá modificaciones antes de su publicación final y oficial (prevista para el primero de octubre de 2010) y en ese sentido ignoramos cual podría ser la amplitud de estos cambios efectuados.
[9] «Congo butchery resembled Rwandan genocide: UN lawyer», por Judi Rever, Agence France Presse, agencia francesa de noticias, 27 de agosto de 2010.
[10] «Resumen de discurso del ACNUR [Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados] ante la Comisión de Expertos», 11 de octubre de 1994.
[11] Ver las partes respecto a la intervención de Robert Gersony, Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, así que la orden de la Comisión de Expertos sobre Ruanda, exigiendo por escrito de censurar las conclusiones de Gersony, en: «The Rwandan Patriotic Front’s Bloody Record and the History of UN Cover-Ups», de Christopher Black, MRZine, 12 de septiembre de 2010.
[12] Mahmoud Kassem y otros., Informe del Panel de Expertos sobre la Explotación Ilegal de los Recursos Naturales y otras formas de Riqueza en República Democrática del Congo (S/2002/1146), Consejo de Segurida de la ONU, octubre de 2002.
[13] Asistente de la Secretaria de Estado de los EEUU, Philip J. Crowley, «Daily Press Briefing», Departamento de Estado de los EEUU, 30 de agosto de 2010.
[14] «Rwanda Pushes Back Against UN Genocide Charges», por Philip Gourevitch, The New Yorker Blog, 27 de agosto de 2010.
[15] «U.N. Report on Congo Offers New View of Genocide Era», por Howard French, New York Times, 28 de agosto de 2010.
[16] «Dailly Press Breifing», por Philip Crowley, 9 de agosto de 2010.
[17] Howard French, op. cit.
[18] The Politics of Genocide, por Edward S. Herman y David Peterson (New York: Monthly Review Press, 2010), pág. 51-68. Para consultar una versión electrónica de esta sección de nuestra obra, Cf. «Rwanda and the Democratic Republic of Congo in the Propaganda System», Monthly Review n°62, 1ro de mayo de 2010.
[19] El mito del Frente Patriótico Ruandés de Paul Kagamé poniendo fin a las atrocidades en masa desde el año 1994 dice: «Genocidio de Ruanda» no solamente dando la señal de partida para iniciar las masacres sino que participando también —incluso perpetrando él mismo estas masacres— el mito fue difundido gracias al libro de Alison Des Forges y otros: Leave None to Tell the Story: Genocide in Rwanda. «El Frente Patriótico Ruandés puso fin al genocidio del año 1994 combatiendo victoriosamente contra las autoridades militares y civiles responsables de la campaña de masacres» explica la autora en el capítulo consagrado a las FPR. «Sus tropas encontraron poco resistencia, salvo en Kigali, y ellas aplastaron las fuerzas gubernamentales con una serie de acciones que comenzaron a principios de abril para acabarse en julio» (pág. 692). Del principio y hasta el final del capítulo la autora Des Forges dedicada específicamente al Frente Patriótico Ruandés (páginas. 692-735) no tiene como otro objetivo que propagar el mito que ha permitido a Paul Kagamé de justificar y mantener su dictadura por la violencia desde 1994, y de blanquear oficialmente los pillajes, saqueos y otras barbaridades que han cometido.
[20] «Peter Erlinder Jailed by One of the Major Genocidaires of Our Era—Update», Edward S. Herman y David Peterson, MRZine, 17 de junio de 2010.
[21] Affidavit of Michael Andrew Hourigan, Tribunal Penal Internacional para Ruanda, 27 de noviembre de 2006. Otras fuentes que tratan de la censura del memorándum de Hourigan, ver: «ça ne s’est pas passé comme ça à Kigali», (esto no ocurrió así en Kigali) de Robin Philpot (Ediciones Les Intouchables), interesante en particular el capítulo 6, «Eso debe ser llamado un atentado planificado», ver también: «’Explosive’ Leak on Rwanda Genocide», por el autor Steven Edwards, National Post, 1ro de marzo de 2000; «Questions unanswered 10 years after Rwandan genocide», por Mark Colvin, Australian Broadcasting Corporation, 30 de marzo de 2004; «Rwanda ’plane crash probe halted’», por Mark Doyle, BBC News, 9 de febrero de 2007; «UN ’shut down’ Rwanda probe», por Nick McKenzie, The Age, 10 de febrero de 2007; así que el sitio «Rwanda’s Deadliest Secret: Who Shot Down President Habyarimana’s Plane?», por Tiphaine Dickson, Global Research.com, 24 de noviembre de 2008.
[22] Request for the Issuance of International Arrest Warrants, (Pedido de emisión de mandatos de arresto internacional) Tribunal de Gran Instancia de Paris, 17 de noviembre de 2006, pág. 12.
[23] Ndt: Academia militar que forma a los comandantes y planifica la táctica de los futuros estrategas de las fuerzas estadounidenses y aliadas a los Estados Unidos.
[24] Dos informes anteriores trataban de la manera en la cual los últimos representantes del gobierno legítimo del presidente Habiarimana fueron derrocados por el FRP de Paul Kagamé, en 1994, y que merecen de ser citados aquí: “Student of War Graduates on Battlefields of Rwanda”, («Un alumno de la escuela de guerra certifica los diplomas en los campos de batalla en Ruanda»), de Steve Vogel, Washington Post, 25 de agosto de 1994; y "How Minority Tutsi Won the War" (Cómo la minoría tutsi gana la guerra) de Raymond Bonner, New York Times, de 6 septiembre de 1994.
[25] «Clinton’s Painful Words Of Sorrow and Chagrin», diario New York Times, 26 de marzo de 1998.
[26] Human Rights Abuses in Rwanda, par George E. Moose Memorándum de información al Secretario de Estado de los EEUU, sin fecha, pero seguramente redactado entre el 17 y el 20 de septiembre de 1994. Este documento nos fue señalado por el mismo Peter Erlinder, director del Ruanda Documents Project en el William Mitchell College of Law, St. Paul, Minnesota, ICTR Military-1 Exhibit, DNT 264.
[27] «What Really Happened in Rwanda?», por Christian Davenport y Allan C. Stam, Miller-McCune, 6 de octubre de 2009.
[28] «Adam Jones on Rwanda and Genocide: A Reply», por Edward S. Herman y David Peterson, MRZine, 14 de agosto de 2010, en particular la tabla reproducida en esta página.
[29] Davenport y Stam, op. cit.
[30] Con los datos de base de la tabla 4.2: «Repartición (en %) de la población por nacionalidad ruandesa y según la etnia, la prefectura o lugar de residencia», publicado en la página 124 del Censo poblacional general y del habitat del de 15 agosto de 1991, Servicio Nacional Ruandés del Censo, República de Ruanda. Le tabla 4.2 descompone por grupo etnico la población nacional de Ruanda en 1991 y expresa la cantidad en porcentajes (presentados aquí entre paréntisis). Partiendo de una población total de Ruanda en esa época de 7’099,844 habitantes, nosotros hemos simplemente calculado el total aproximativo en la segunda y la tercera columna, para los hutus y los tutsis (ej.: 7’099,844 x 8,4%= 596,387 para la población tutsi de Ruanda en esa época del censo de 1991). Estas cifras son por supuesto aproximativas.
[31] A pesar que nosotros hayamos separado expresamente en columnas distintas los twa y los otros grupos étnicos de la tabla 4.2 de 1991, nuestra columna de los totales incluye ( sin hacerlos aparecer aparte a los twa y a los otros grupos étnicos).
[32] La población total de Kigali es diferente del total de la Prefectura de Kigali.

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