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12 febrero 2020

La interpretación de la Shoah





por Thierry Meyssan 


Breve nota del editor del blog 

Fines de enero fue muy agitado en cuanto a la memoria histórica conmemorativa de la liberación del principal campo de concentración de la Alemania nazi fuera de sus fronteras (Auschwitz - Polonia). Hemos esperado un razonable tiempo para presentar esta publicación, debido a que los medios de comunicación de todo tipo se hallaban cubriendo los actos. 

No cabe duda que en muchos aspectos y dadas las recientes declaraciones oficiales de la Unión Europea, este tipo de conmemoraciones vienen cubiertas con un matiz de corte político que intentan reinterpretar la historia con fines nada nobles y minimizando el recuerdo de las víctimas, a las que, sin embargo, no se cansan de homenajear en diversos actos públicos.

El presente ensayo del internacionalista francés Thierry Meyssan abarca cuestiones tanto del pasado como del presente en el complejo mundo de la política internacional. Solo acotar que esa memoria atávica, primitiva, del ser humano nos recuerda que los humanos preferimos la violencia, la muerte, la guerra sobre otras cosas como forma de demostrar nuestra superioridad ante otro semejante. Esa es una de las reflexiones que obtenemos analizando los anales de la historia. 

Quisiera explicar más detalles de ese trágico episodio, pero dado el contenido de la siguiente investigación no es conveniente, por el momento... La siguente no es una historia de guerra, ni de genocidios, es el análisis de los antecedentes de un crimen que no es solo fruto de la mentalidad nazi, es parte de la "cultura" colonialista de los imperios europeos y sus "instintos" de superioridad, en fin, es algo que ha existido a lo largo de la historia.


***

El «deber de memoria» u «obligación de recordar»


Los seres humanos siempre prefieren hacer todo lo posible por olvidar tanto las desgracias que ‎los hicieron sufrir como las desgracias que ellos mismos provocaron. Esa es la lógica que siguen ‎los romaníes, cuyas familias fueron masacradas junto a las familias judías, y les va mucho mejor.
Por supuesto, para los descendientes es importante rendir homenaje a la memoria de sus ‎familiares muertos. Pero no será eso lo que logre evitar nuevos genocidios. Esto último ‎no tiene nada que ver con la identidad ni con la condición de las víctimas, ni con ‎las de los verdugos. Sólo se trata de la condición humana y ninguno de nosotros está al abrigo ‎de convertirse en monstruo. La civilización nunca es innata.             
 T. Meyssan


Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, los nazis perpetraron masacres contra los ‎judíos de Europa y los romaníes. La interpretación de uno de esos genocidios se basa ‎en un desconocimiento de la condición humana y agitan una cantidad de pasiones que, ‎lejos de evitar nuevos genocidios, más bien los propicia.‎


Está conmemorándose el 75º aniversario de la liberación del campo de concentración de ‎Auschwitz, donde perecieron más de un millón de prisioneros. Hoy se ha convertido a Auschwitz en el ‎símbolo de los campos de exterminio, de los crímenes perpetrados por los nazis y de la Shoah. 
Algunos negacionistas han tratado de rehabilitar la Alemania nazi poniendo en duda su intención ‎de proceder al exterminio de poblaciones, cuestionando que haya asesinado realmente millones ‎de personas y que haya asesinado prisioneros en cámaras de gas. Esa abyecta polémica ha ‎relegado a un segundo plano la cuestión de la comprensión de los hechos. Desde el juicio de ‎Adolf Eichmann, en 1962, la interpretación prevaleciente es la que adoptó la Agencia Judía ‎en aquella época: a partir de la conferencia de Wansee, el antisemitismo nazi se tradujo en un ‎plan de exterminiola Shoah– contra las poblaciones judías de Europa, lo cual marca un punto de ‎ruptura en la Historia. Los judíos, eternos perseguidos, sólo estarán definitivamente protegidos en ‎el Estado de Israel. ‎

Pero, como demostraré aquí, esa interpretación contemporánea ignora toda una serie de hechos ‎relacionados con la cuestión. ‎


En 1994, unas 800.000 personas fueran masacradas a machetazos en Ruanda, en sólo varias semanas.‎ 


La larga historia de los genocidios
Durante los cuatro siglos de colonización del mundo por parte de los europeos occidentales, ‎numerosos Estados supuestamente civilizados perpetraron genocidios.
 ‎
Por ejemplo, cuando el presidente del consejo de ministros del Reino de Italia, Benito Mussolini, ‎proclamó el Segundo Imperio Colonial Italiano, decidió fundar una colonia italiana en Etiopía. ‎Ante la resistencia de los etíopes, Mussolini concibió un plan de «limpieza étnica» que abarcaría ‎toda una región de Etiopía cuya población sería exterminada para sustituirla por colonos italianos. ‎En el marco de ese plan, Mussolini hizo que el virrey Rodolfo Graziani utilizara aviones para regar ‎gas mostaza sobre las aldeas etíopes rebeldes.‎

El uso extensivo de las masacres no es una exclusividad de los europeos occidentales ni de la ‎ideología colonial. Bajo el Imperio Otomano, el sultán Abdul Hamid II organizó la masacre ‎contra los no musulmanes (desde 1894 hasta 1896). El sultán Abdul Hamid II fue derrocado ‎en 1909 por los «Jóvenes Turcos», movimiento militar que reactivó la masacre contra las ‎poblaciones no musulmanas, principalmente en 1915 y 1916. Ambos regímenes compartían la ‎misma ideología –el panislamismo–, según la cual la identidad turca es exclusivamente ‎musulmana. Los armenios fueron los más afectados pero todas las confesiones no musulmanas ‎fueron perseguidas por ambos regímenes. Aquellas masacres no fueron perpetradas en los ‎territorios conquistados por el Imperio Otomano sino en los territorios que hoy forman parte de ‎Turquía [1].‎

Así que existen al menos 2 motivos diferentes para tales masacres:‎ 

- un objetivo militar: la eliminación de poblaciones que oponen resistencia;‎ 
- un objetivo ideológico: la eliminación de poblaciones consideradas extranjeras. 

La política nazi perseguía ambos objetivos pero el exterminio de los judíos en Europa en particular, solo respondía ‎a un objetivo ideológico.‎

Los genocidios tampoco son una exclusividad de los más fuertes contra los más débiles, como ‎queda demostrado por el genocidio perpetrado en Rwanda por los hutus contra la etnia tutsi. ‎Ambos pueblos eran numéricamente similares y la masacre no fue perpetrada por milicias sino ‎principalmente por la población hutu y con machetes. ‎

Estas masacres de masas constituyen «crímenes contra la humanidad». Fue única y ‎exclusivamente bajo esa denominación que el Tribunal Internacional de Nuremberg juzgó a los ‎responsables del genocidio perpetrado contra los judíos de Europa. La noción de «genocidio» ‎fue incorporada al derecho tiempo después de los juicios de Nuremberg. ‎

Bajo la influencia de Raphael Lemkin, se consideró después el genocidio como un crimen aparte ‎entre los crímenes contra la humanidad. Pero también se introdujo una noción de culpabilidad ‎colectiva, lo cual contradice el principio básico de la responsabilidad personal y es contrario al ‎objetivo que se busca. La evolución del concepto ha llevado a que el derecho estadounidense ‎considere hoy que el asesinato de al menos dos personas, motivado sólo por lo que son esas personas ‎y no por sus actos, es suficiente para ser clasificado como «genocidio». 

Estados Unidos se planteó la cuestión racial antes que Alemania. Pero, ‎en vez de asesinar a las poblaciones que consideraban “razas inferiores”, los estadounidenses ‎se pronunciaron por su esterilización obligatoria.‎ 
¿Por qué los nazis trataron de exterminar a los judíos?
El programa nazi preveía reconstituir el imperio alemán cuyo surgimiento quedó bloqueado ‎al final de la Primera Guerra Mundial por el Tratado de Versalles. Pero en vez construir el imperio ‎alemán conquistando África, Asia o Latinoamérica, territorios ya distribuidos entre el Reino Unido ‎y Francia, Alemania se planteó la conquista del este de Europa
Los nazis, herederos de Goethe y de Beethoven, se creían humanistas de nacimiento. Conforme a ‎la ideología colonialista europea, justificaban su voluntad de conquista afirmando que ‎los pueblos que pretendían dominar eran culturalmente inferiores. Adolf Hitler así lo explica en ‎‎Mein Kampf. En ese libro, Hitler nunca habla de «subhumanos» (untermenschen). ‎Esa expresión sólo apareció más tarde, a raíz del «consenso científico» de la época: ‎los medios científicos occidentales estaban convencidos de que las conquistas coloniales ‎demostraban la existencia de una jerarquía entre las razas y que los europeos occidentales ‎estaban en lo más alto de esa jerarquía, así que buscaban cómo distinguir esas razas entre sí ‎mediante una serie de características [2]. ‎La ciencia actual ha demostrado lo absurdo de esa noción, que sin embargo persiste en ‎numerosos países, como en Estados Unidos, donde las estadísticas oficiales siguen clasificando a ‎las personas según ese concepto imaginario [3].‎

Para los nazis, los primeros «subhumanos» eran, por consiguiente, los eslavos, cuyos territorios ‎pretendían conquistar, y su primer blanco fueron los eslavos. Sin embargo, como el canciller ‎Hitler justificaba su voluntad de conquista de un espacio vital (lebensraum) afirmando la ‎superioridad de su «raza» –concepto ampliamente compartido en aquella época por los pueblos ‎occidentales– agregó a su lista los romaníes (o sea la población denominada indistintamente ‎como pueblo gitano, cíngaros o roms) y los judíos simplemente por tratarse de pueblos nómadas o de ‎pueblos sin tierra. Por supuesto, esta condena de los judíos como raza se basaba en el ‎antisemitismo europeo, que el propio Hitler alimentó, pero no fue por antisemitismo que ‎los judíos fueron clasificados como «subhumanos». De hecho, aunque no existe una cultura ‎europea antiromaní, ese pueblo también fue clasificado como «subhumano». ‎

La noción misma de antisemitismo no tiene mucho que ver con los judíos. Los semitas son ‎árabes, algunos de ellos de confesión judía. Por otro lado, gran parte de los judíos de Europa ‎no son originarios de Palestina sino descendientes de poblaciones del Cáucaso convertidas en el ‎siglo X [4].‎

Inicialmente algunos nazis no eran tan hostiles a los judíos alemanes como hoy se cree [5].‎ 

- Antes y después del ascenso de los nazis al poder –pero ya bajo la autoridad de Josef Goebbels–‎‎, Leopold von Mildenstein organizó viajes de oficiales nazis a Palestina, entonces bajo mandato ‎británico. El partido nazi (NSDAP) consideraba inaceptable que los judíos no tuviesen su propio ‎Estado y, por consiguiente, apoyaba la noción del hogar nacional judío en Palestina

- Cuando Alemania ya había adoptado leyes contra los judíos, el partido nazi negoció con la ‎Agencia Judía, en 1933, los Acuerdos de Haavara que autorizaban a los judíos a instalarse ‎en Palestina [6].‎ 

- Las cosas evolucionaron en una mala dirección. En 1938, o sea antes de la guerra, el ministro ‎francés de Exteriores, Georges Bonnet, propuso a la Alemania nazi trasladar los judíos franceses ‎y alemanes a la colonia francesa de Madagascar. Polonia –como acaba de recordarlo ‎el presidente ruso Vladimir Putin– se unió entonces a Francia y Alemania para crear una comisión ‎encargada de preparar la aplicación de ese plan, que nunca llegó a concretarse [7]. ‎

No fue hasta finales de 1941, después de haber agotado todas las opciones y cuando la invasión ‎iniciada contra la URSS comenzó a convertirse para ellos en una pesadilla, que los nazis optaron ‎por la «solución final»: el asesinato en masa.

Rudolf Höss ante el tribunal de Nuremberg. ‎ 

El caso de Rudolf Höss
Antes de la Primera Guerra Mundial, Alemania disponía de un imperio, como las demás grandes ‎potencias europeas. Como militar alemán, Franz Xaver Höss fue enviado al Sudoeste Africano –la ‎actual Namibia–, donde participó en el primer genocidio del siglo XX: la masacre contra las etnias ‎herero y nama. ‎

Su hijo, Rudolf Höss, se enroló desde muy joven en el ejército imperial, durante la Primera Guerra ‎Mundial, y formó parte de los refuerzos alemanes enviados al Imperio Otomano. En sus ‎memorias, Rudolf Höss dice haber luchado contra los británicos en Palestina [8]. En realidad, ‎Rudolf Höss estuvo en la Turquía actual y participó en la masacre desatada por el movimiento ‎militar de los Jóvenes Turcos contra las poblaciones no musulmanas.
 ‎
Veinte años después, Rudolf Höss, se enroló en las SS y fue nombrado, en 1940, director del ‎complejo de Auschwitz. Al principio, Auschwitz era un campo de concentración concebido según ‎el modelo de los que habían creado los británicos durante la Guerra de los Boers, en África ‎del Sur. A finales de 1941, se agregó un campo de exterminio (Auschwitz-Birkenau) y, ‎a mediados de 1942, un campo de trabajos forzados (Auschwitz-Monowitz), donde el banquero ‎estadounidense Prescott Bush –padre y abuelo de los dos presidentes Bush– invirtió capitales que ‎le reportaron jugosas ganancias [9].‎

Rudolf Höss afirmó haber sido siempre un hombre normal. Aunque parezca increíble, este individuo ‎no veía como anormal el asesinato masivo de armenios y judíos… en definitiva su padre había ‎asesinado en masa africanos hereros y namas. ‎

El profesor austriaco Konrad Lorenz, fundador de la etología y ‎premio Nobel, era un nazi convencido. Militó en pro de que los homosexuales fuesen ‎marginados de la sociedad, como en los casos donde la medicina impone la amputación de una ‎parte del cuerpo para salvar al paciente. ‎ 

El «exterminio» de los homosexuales



Siguiendo el consenso científico de su época, los nazis trataron de preservar la «raza» ‎germánica prohibiendo los matrimonios interraciales. Eso no era nada nuevo, en Alemania ya ‎se hacía desde 1905, o sea antes de la Primera Guerra Mundial, y también se había hecho en ‎muchos otros países occidentales. ‎

Pero no se trataba sólo de impedir el nacimiento de mestizos, también se buscaba preservar el ‎patrimonio genético de la raza. El Instituto Káiser Guillermo (equivalente alemán del actual CNRS ‎francés (Centro Nacional de la Investigación Científica, siglas en francés) afirmó que si ‎un hombre penetraba a otro hombre podía transmitirle elementos de su patrimonio genético, ‎lo cual significaba que los «homosexuales pasivos» constituían un riesgo. Es por eso que ‎los nazis penalizaron la homosexualidad entre hombres, a pesar de que inicialmente esta ‎había sido públicamente dominante entre los miembros del partido nazi. ‎

Los homosexuales sorprendidos in fraganti eran “invitados” a aceptar la castración o ‎encarcelados como antisociales. Numerosos médicos, como Sigmund Freud, distribuyeron entonces certificados médicos que presentaban la homosexualidad como una enfermedad y ‎afirmaban que el “paciente” en cuestión estaba siguiendo una terapia, con lo cual salvaban ‎al paciente de la castración y de la cárcel. Ciertos grupos citan hoy aquellos certificados falsos ‎para afirmar que el fundador del psicoanálisis condenaba la homosexualidad o la consideraba una ‎patología. ‎

Después de haber asistido en Ámsterdam a la inauguración de un monumento dedicado a los ‎homosexuales deportados –que al parecer fueron unos 5.000 en todo el Reich–, yo mismo ‎fundé una asociación para que se reconociera ese crimen en Francia. Así organicé varias ‎ceremonias con asociaciones de deportados. Conocí entonces a un testigo, Pierre Seel, que ‎contó con lujo de detalles como fue deportado al campo de concentración de Struthof debido a su ‎condición de homosexual y logré que se modificaran por decreto las condiciones para el ‎reconocimiento de la categoría de deportado para que Pierre Seel fuera reconocido como tal. ‎Pero, durante la elaboración de su expediente, se comprobó que aquel testigo mentía y que había ‎sido deportado como alsaciano desertor [10]. Pedí ‎entonces a un amigo, el senador Henri Caillavet, presidente de la Comisión Nacional de ‎Informática y Libertades (CNIL), que investigara sobre la deportación de homosexuales franceses. ‎Al cabo de un año de investigación, el senador Caillavet comprobó que la policía francesa ‎nunca abrió un fichero dedicado a los homosexuales y que nunca hubo deportaciones de ‎homosexuales en Francia, ni tampoco en la Alsacia anexada por el Reich. A pesar de ‎lo anterior, la versión de Pierre Seel fue popularizada y en la ciudad de Toulouse existe incluso una ‎calle que lleva su nombre. ‎

Esta historia me enseñó mucho sobre las exageraciones que los grupos humanos pueden llegar a ‎orquestar para atribuirse la aureola de mártires. Se extendió así la creencia de que el Reich quiso ‎exterminar a los homosexuales masculinos y las lesbianas, lo cual es absolutamente falso. Nunca ‎hubo represión del lesbianismo y los nazis sólo reprimieron la homosexualidad entre los hombres ‎e incluso únicamente entre las poblaciones llamadas «arias». Sólo 48 hombres fueron ‎identificados como homosexuales en Auschwitz. Habían sido deportados a ese campo de ‎concentración y, los que sobrevivieron, fueron liberados en 1942 y obligados a servir como ‎‎«arios» en la «guerra total» contra los Aliados. ‎

¿Tenemos que recordar aquí que las cuestiones de los judíos, los romaníes o los homosexuales ‎no tuvieron absolutamente nada que ver con el inicio de la Segunda Guerra Mundial?
Otto Buchinger, pionero de la ecología. 


Régimen de alimentación
Sigue pareciendo difícil entender por qué los nazis alimentaban, aunque ciertamente muy mal, a los prisioneros ‎que querían eliminar. En realidad alimentaban sólo a los que querían explotar como fuerza de ‎trabajo. Con ellos utilizaban la extraña sopa del doctor Otto Buchinger.‎

Este gran médico era un militante de la Lebensreform, del regreso a la naturaleza. Otto ‎Buchinger teorizó sobre el papel reparador del ayuno y descubrió que se puede trabajar duro y ‎casi sin comer si uno bebe una sopa muy clara. El cuerpo pierde volumen rápidamente pero ‎produce una gran energía. Los trabajos del doctor Otto Buchinger aún se aplican en las clínicas ‎que sus descendientes poseen en Alemania y España, donde los miembros de las dinastías ‎reinantes en las monarquías árabes ‎del Golfo suelen internarse para bajar de peso. Los nazis, que ‎también eran fervientes partidarios del regreso a la naturaleza –el propio Hitler era vegetariano y ‎prohibía que se fumara en su entorno– utilizaron la sopa del doctor Otto Buchinger para hacer ‎trabajar a sus prisioneros, sabiendo que al final ese régimen de alimentación acabaría ‎matándolos.

 ‎
El ritual judío del holocausto.‎ 

Solución final, Holocausto y Shoah
Los historiadores designan la liquidación de los judíos de Europa como la «solución final». Pero ‎también se conoce como el «Holocausto» o la «Shoah», dos términos que designan ‎interpretaciones particulares de ese hecho. ‎

El término “holocausto” es utilizado por los cristianos evangélicos estadounidenses y hace ‎referencia a un ritual judío donde se sacrifica una décima parte de los animales y sus cuerpos son quemados. Según su teología, Dios dispuso el exterminio de los judíos de Europa antes de que ‎el Mesías regresara a la Tierra. Así que no es un término muy respetuoso para las víctimas. ‎En todo caso, cuando conocieron la existencia de los campos de exterminio, algunos oficiales ‎evangélicos estadounidenses aconsejaron a su estado mayor no intervenir para ‎no interferir en lo que veían como el «plan de Dios». Dado el hecho que los nazis ‎se esforzaban por matar lejos de la mirada pública, bombardear las vías férreas habría bastado ‎para detener instantáneamente el genocidio, no sólo de los judíos sino también de los romaníes. ‎

La palabra Shoah es un vocablo hebreo que significa “catástrofe” y que hace referencia al ‎silencio de Dios durante la tragedia. Por analogía, los palestinos designan su propia expulsión de ‎la tierra palestina, en 1948, como la Nakba, vocablo que también significa “catástrofe” pero ‎en árabe. ‎

Sabiendo todo lo anterior, no parece que el genocidio contra los judíos sea diferente a ‎los demás, ni que constituya un punto de ruptura en la Historia o que sea resultado sólo del ‎antisemitismo. Y mucho menos que el Estado de Israel ofrezca a los judíos la protección a la que ‎tendrían derecho. Si así fuese, no habría en Israel 50.000 sobrevivientes de los campos de ‎exterminio que viven hoy por debajo del límite de pobreza. 

En 2016, Rusia realiza un concierto en el gran anfiteatro antiguo de la ‎ciudad siria de Palmira, utilizado por los yihadistas del Emirato Islámico (Daesh) para asesinar ‎públicamente “enemigos de Dios”. Ese concierto marca el regreso de la civilización. 


Ni buenos ni malos, tan solo hombres
La puesta en práctica de la «solución final» fue planificada por los nazis y parcialmente llevada ‎a cabo por alemanes. Pero la gran mayoría del personal de los campos de exterminio venía de las ‎repúblicas bálticas.‎

Si se considera que de todos los implicados ninguno hizo nada por detener el crimen, es ‎cuando menos injustificado atribuir la responsabilidad únicamente a Alemania. Lo cierto es que la época ‎pensaba como los nazis, aunque sólo ellos fueron hasta las últimas consecuencias de lo que ‎pensaban. ‎

La evaluación de una ideología debe tener en cuenta sus premisas y admitir que todos podemos ‎acabar tomando una dirección equivocada
Por ejemplo, el Estado de Israel se creó en nombre de la ideología sionista británica [11]. ‎Se trataba de crear una colonia que contribuyera a la expansión del Imperio británico. Israel fue ‎proclamado por David Ben-Gurion, que no era judío en el sentido religioso del término sino ateo, ‎aunque hacia el final de su vida recobró la fe y se hizo… budista. El Estado de Israel concede la ‎nacionalidad israelí según criterios que nada tienen que ver con la religión judía, de manera que ‎esos criterios incluyen numerosas personas rechazadas por los rabinos. Israel no optó por la ‎eliminación de las poblaciones autóctonas y prefirió expulsarlas de los territorios donde vivían. ‎Poco a poco ha ido ocupando nuevos territorios, tragándose casi por completo los territorios de ‎los árabes palestinos. Sin embargo, como algunos palestinos obtuvieron la nacionalidad israelí ‎en 1948 y hoy representan una quinta parte de la población de Israel.

El primer ministro ‎Benyamin Netanyahu –miembro del Likud– impuso la proclamación de Israel como «Estado ‎judío», oficializando así una jerarquización entre los ciudadanos israelíes e imponiendo al Estado ‎una lógica de selectividad entre sus ciudadanos. A pesar de las apariencias, es exactamente ‎la misma lógica que condujo el primer ministro laborista Yitzhak Rabin a plantearse la «solución ‎de los dos Estados»: el objetivo es separar las «razas». Todavía es posible dar marcha atrás. 

Ceremonia de conmemoración del 75º aniversario de la liberación de los ‎prisioneros de Auschwitz.‎ 


[1] «La Turquía de hoy continúa el genocidio armenio», por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 30 de abril de 2015.
[2] The Nazi Connection: Eugenics, American Racism, and ‎German National Socialism, Stefan Kuhl, Oxford University Press, 2002; War Against the Weak: ‎Eugenics and America’s Campaign to Create a Master Race, Edwin Black, Dialog Press, 2012.
[3] Hitler’s American Model: The United States and the ‎Making of Nazi Race Law, James Q. Whitman, Princeton University Press, 2017.
[4] The Invention of the Land of Israel: From Holy Land to Homeland, Slomo Sand, Verso, ‎‎2012. Existe una edición en francés titulada Comment la terre d’Israël fut inventée: De la ‎Terre sainte à la mère patrie, [En español: “Como se inventó la tierra de Israel: de la ‎Tierra Santa a la madre patria”], Flammarion, 2014.
[5] The ‎Origins of the Final Solution: The Evolution of Nazi Jewish Policy, September 1939-March 1942, ‎Christopher R. Browning, University of Nebraska Press, 2004.
[6] The Transfer Agreement: The Dramatic Story of the Pact Between the Third Reich ‎and Jewish Palestine, Edwin Black, Dialog Press, 2009.
[7] «Rusia recuerda que Polonia y ‎el III Reich habían planificado ‎la deportación de los judíos desde 1938‎», Red Voltaire, 25 de diciembre de 2019.
[8] Death Dealer: The ‎Memoirs of the SS Kommandant at Auschwitz, Rudolf Hoss, Prometheus, 2012.
[9] «Los Bush y Auschwitz, una larga historia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, ‎1º‎ de junio de 2003.
[10] La región geográfica denominada Alsacia, en el este ‎de Francia, es de cultura inicialmente germánica y, en diferentes momentos de la historia, estuvo ‎sucesivamente bajo control alemán o francés. Durante la Segunda Guerra Mundial, Alsacia, para ‎entonces parte de Francia, fue anexada nuevamente por el Reich y los jóvenes alsacianos fueron ‎incorporados al ejército alemán o considerados desertores. Nota de la Red Voltaire.
[11] «¿Quién es el enemigo?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 4 de agosto de 2014.

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17 diciembre 2019

La Conferencia de Wannsee en documentos (2)





Ir a la primera parte



Entrevista a Hans Christian Jasch
Director del Haus der Wannsee-Konferenz

Entrevista realizada por Sven Felix Kellerhoff, Jefe de Redacción de Historia del medio alemán "Die Welt".

Hans-Christian Jasch, Director del Haus der Wannsee-Konferenz (Casa de la Conferencia de Wannsee, Centro Memorial y Conmemorativo). Abogado e historiador, ha trabajado durante mucho tiempo en el Ministerio Federal del Interior y desde 2014 es el director del Haus der Wannsee-Konferenz

La entrevista de "Die Welt" data del 2017, cuando Jasch brindó una conferencia de prensa en Berlín (11 de enero 2017) conmemorando los 75 años de la Conferencia nazi. El artículo original publicado por "Die Welt" no ha sido traducido hasta este momento, hoy lo presentamos en castellano (no se ha encontrado referencias a una posible traducción al inglés). 

La publicación original de "Die Welt" titula "Es hat mehrere ´Wannsee-Konferenzen´ gegeben", que se traduce como: "Ha habido varias "conferencias de Wannsee".

Kellerhoff inicia su reportaje recordando que solo existe una copia de las actas secretas de la Conferencia de Wannsee, citando al historiador Hans-Christian Jasch afirma que el genocidio fue discutido en otras reuniones de antemano

Cuando los funcionarios de alto rango se reunieron hace 75 años en una villa de Wannsee (Berlín) para discutir "sobre asuntos relacionados con la solución final a la cuestión judía", el asesinato en masa de los judíos de Europa había estado ocurriendo durante meses. Cientos de miles de personas fueron asesinadas en la Unión Soviética y Polonia ocupadas, en algunos campos ya estaban funcionando y experimentándose métodos. Entonces, ¿cuál fue el propósito exacto de la conferencia? 

Hans-Christian Jasch puede explicar eso. Él ha estado a cargo del sitio conmemorativo y educativo de la Conferencia de Wennsee durante los últimos cinco años.



Hans Christian Jasch

 Die Welt: La decisión de exterminar a todos los judíos bajo el control alemán en Europa se había tomado durante mucho tiempo antes del 20 de enero de 1942, y el asesinato en masa estaba en curso. ¿Por qué Reinhard Heydrich, el segundo hombre de las SS, sin embargo, ordenó una reunión de tan alto rango en la Villa de Wannsee?

Hans-Christian Jasch: Heydrich quería lograr una "paralelización de las líneas", por lo que se llama en el protocolo, una especie de consenso administrativo. Cuestiones controvertidas como su liderazgo y el de Himmler en la "Solución Final" en los territorios orientales ocupados, el radio geográfico de las deportaciones, también la clara definición legal del círculo de víctimas en el Reich alemán y en otros estados europeos (inclusión de los llamados matrimonios mestizos y mixtos) ya planteadas repetidamente en varias reuniones durante 1941 debatidas por la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA), la Cancillería del Partido, el Ministerio del Interior y las autoridades de ocupación. La reunión de los Secretarios de Estado tenía la intención de aclarar el asunto.


 Die Welt: ¿Heydrich tuvo éxito?

Jasch: Aparentemente, con la excepción de la cuestión del tratamiento de las llamadas razas mixtas y cónyuges mixtos. La diversidad de los intereses de las autoridades involucradas se ilustra en una antología con biografías breves de los quince participantes, que Christoph Kreutzmüller y yo publicamos en el 75 aniversario de la conferencia. (Nota del editor del blog:"Die Teilnehmer: Die Männer der Wannsee-Konferenz", por Hans-Christian Jasch y Christoph Kreutzmüller. ("Los participantes: los hombres de la conferencia de Wannsee"). (ed. Metropol, Berlín, 336 p.) 

 Die Welt: Entre los participantes en la conferencia se encontraba el Secretario de Estado del Ministerio del Interior del Reich, Wilhelm Stuckart, sobre el que escribió su tesis doctoral. Más tarde él afirmó en la corte que quería retrasar el asesinato en masa, ¿es creíble?

Jasch: Bueno, incluso desde Stuckart no hay contradicción en los resultados de la conferencia con respecto a la deportación planificada de once millones de "judíos completos" del Reich alemán y de toda Europa. Sin embargo, no estuvo de acuerdo con el impulso de Heydrich para extender el concepto de judíos a ciertas categorías "cruzadas". Esto condujo a conferencias de seguimiento en la primavera y otoño de 1942, hasta que la pregunta finalmente se pospuso y al menos la mayoría de los "híbridos" alemanes se salvaron de la deportación sistemática. En vista de la aplicación de la ley aliada, reinterpretó con éxito su contradicción en resistencia, que había fundado política y pragmáticamente.



Versión inglesa del libro de Hans-Christian Jasch y Christoph Kreutzmüller.

➤ Die Welt: El hecho de que sepamos tanto sobre esta conferencia es en realidad una coincidencia: se ha conservado exactamente una copia del protocolo de alto secreto. ¿Podría ser debido a la existencia de este documento que sobreestimamos la importancia de la conferencia?

Jasch, eso no se puede descartar. En términos de contenido, la Conferencia de Wannsee presumiblemente no difirió mucho de otras discusiones que tuvieron lugar en la Oficina Central de Seguridad del Reich o en los ministerios después de que comenzó la guerra. Sobre el cual, en nombre de la inhumana ideología nazi, las personas tenían la forma de simples columnas de números que eran vistos como grupos opuestos o como racial o eugenéticamente "inferiores". Sin embargo, rara vez se nos proporcionan documentos tan impresionantes como las actas de la conferencia.

➤ Die Welt: el monumento, que se creó para conmemorar el 50 aniversario de la conferencia, en 1992, acaba de recibir al visitante número dos millones. ¿Qué le interesa más a la gente: el lugar auténtico o el Holocausto en general?

Jasch: Difícilmente puedes separar eso el uno del otro. Pero también creo que el interés en el Holocausto como el crimen humano más monstruoso de los tiempos modernos sigue intacto. Cada generación atrae un nuevo interés, especialmente como siempre encontramos en nuestras propuestas educativas, visitas y seminarios, que incluso los visitantes con educación académica a menudo tienen ideas vagas y saben sorprendentemente poco sobre los perpetradores y las dimensiones sociales del Holocausto.

➤ Die Welt: Hace doce años, el Monumento a los judíos asesinados de Europa se inauguró en Berlín-Mitte con el centro de información subterráneo. Allí, como la suya, hay una exposición general sobre el Holocausto. ¿Esa instalación mucho más accesible compite con su monumento?

Jasch: No, creo que las propuestas de los memoriales nazis en Berlín se complementan bien, porque se establecen diferentes acentos. Estos son los lugares auténticos, pero también las manifestaciones de la cultura de conmemoración y recuerdo de la era nazi, así como de la Guerra Fría y el gobierno de la SED, que ejercen una gran atracción para los visitantes de Berlín. (Nota del editor del blog: Jasch se refiere al Partido Socialista Unificado - SED por sus siglas en alemán: Sozialistische Einheitspartei Deutschlands en la República Democrática de Alemania RDA).

Johannes Tuchel, mi colega del Centro de la Resistencia Alemana, calificó a Berlín como la "Roma de la historia contemporánea". La villa Wannsee no es solo para turistas, sino también para estudiantes y adultos que se sienten atraídos por nuestras propuestas educativas.

 Die Welt: ¿Quién viene y cuántos interesados ​​hay?

Jasch: Alrededor de la mitad de nuestros más de 100.000 visitantes vienen a Wannsee en grupos cada año. Entre ellos se encuentran muchos visitantes extranjeros de EE. UU., Israel u otros países europeos.

 Die Welt: ¿Qué hacen tus empleados y tú con estos grupos?

Jasch: Es particularmente importante para nosotros dirigirnos a diferentes grupos profesionales a través de propuestas educativas específicas, pero también a personas con diferentes antecedentes educativos o culturales para darles acceso a la historia nazi y de posguerra. La discusión también puede proporcionar un enlace rápido al presente y a las amenazas actuales a la democracia, el estado de derecho y la diversidad en Europa y otras partes del mundo. En ese sentido, nos vemos como una institución educativa política.


II 

La Conferencia de Wannsee
En parte secreto, en parte público


El lugar histórico: La Villa Marlier en el Gran Wannsee. Fuente: Memorial House of the Wannsee Conference 




por Jochen Köhler
RdL

Análisis de los libros:
"La villa, el lago, la reunión"
de Mark Roseman
RBA, Barcelona, 224 págs. 2001


"No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso"
de Robert Gellatelly
Crítica, Barcelona, 408 págs. 2002



Nota del editor del blog: El lector tiene acceso al libro completo de Roseman en este blog, buscar en la barra lateral derecha la Sección Libros en PDF 

Lugar, tiempo, acción: una villa junto al lago Wannsee de Berlín, 20 de enero de 1942, preparación de un genocidio, concretamente la «solución final a la cuestión de los judíos europeos». En este lugar y en ese día se reunieron quince dirigentes del régimen nazi. Los había invitado Reinhard Heydrich, jefe de la policía y del servicio de seguridad. El mundo no sabría nada de esta conferencia si durante el proceso de Núremberg, en marzo de 1947, no se hubiera encontrado casualmente un acta que el fiscal americano, general Telford Taylor, consideró «quizá el documento más vergonzoso de la Historia moderna». Se trataba de la única acta conservada de una sesión –de treinta originales–, y de la única prueba, indirecta, pero rotunda, del plan de eliminación de todos los judíos de Europa.

El historiador británico Mark Roseman ha aprovechado la terrible efemérides de los sesenta años de la conferencia para ilustrar detalladamente el acontecimiento, reunir todos los hechos conocidos, sintetizar y reproducir sus antecedentes y hacer desembocar todo eso en una exposición informativa y escueta, clara y fácil de leer. Aunque el libro no tiene nada nuevo que ofrecer al historiador especializado, es un gran beneficio para el profano interesado aunque sólo fuera debido a su anexo, que contiene facsímiles de la orden de Goering a Heydrich, dos invitaciones de Heydrich y el acta completa de la sesión con el matasellos de «Secreto del Reich». Hay ya un montón de bibliografía sobre el Holocausto, pero hasta ahora seguía faltando una obra, al alcance de todos los bolsillos y de todos los lectores, sobre este tema en particular.


Ediciones inglesa y castellana de la investigación de Mark Roseman


En su prólogo, Roseman señala una errónea apreciación que la mayor parte de la opinión pública sigue compartiendo con los fiscales de Núremberg: que de la conferencia de Wannsee salió la decisión de aniquilar a los judíos. No fue así, porque el genocidio de los judíos soviéticos llevaba largo tiempo en marcha, ya había habido gaseamientos, y también se estaba construyendo un primer campo de exterminio. 

¿A qué finalidad obedecía pues la conferencia? La situación documental, sobre todo el hecho de que se destruyeran apresuradamente las actas, dificulta a los historiadores la tarea de dar una respuesta concluyente. Por tanto, tiene que seguir siendo especulativa. Roseman cita a su colega Eberhard Jäckel, que hace diez años constataba que «lo más extraño» de aquella reunión «es que no se sabe por qué tuvo lugar». Sin contradecir de forma decidida tal veredicto, Roseman llega a otra conclusión. Considera la conferencia del Wannsee un «significativo acto final» previo al paso desde unas acciones criminales excesivas a un programa oficial de genocidio.

«El crimen produjo la idea del genocidio, igual que, viceversa, la idea del genocidio produjo el crimen», juzga Roseman: una interdependencia. Para ilustrar el trasfondo histórico de la conferencia, antepone al capítulo central de su tema, que tiene unas sesenta páginas, una reconstrucción igual de larga de los preliminares. Empieza, muy consecuentemente, con Mi Lucha, de Hitler, donde el posterior dictador calificaba de «peste para el mundo» un judaísmo definido de forma racista, que había que extirpar de Alemania. Aun así, Roseman es lo bastante cauteloso como para no trazar una línea directa desde los escritos y discursos programáticos de Hitler de los años veinte al plan de genocidio. Los capítulos siguientes esbozan la creciente discriminación de los judíos en el Tercer Reich, los actos de violencia, deportaciones, y los fusilamientos masivos que tuvieron lugar durante la invasión de la Unión Soviética. El libro revela un sólido conocimiento contextual. El autor dedica un espacio comparativamente amplio a la cuestión de las responsabilidades y el decisivo papel de Goering, Himmler, Heydrich y el propio Hitler. Dado que éste, según sabemos, siempre evitó firmar una orden escrita de aniquilación de los judíos, Roseman tiene que conformarse, como todos sus colegas, con testimonios escritos por otras manos, numerosas referencias y suposiciones –en todo caso muy plausibles– para poder demostrar la autoría o al menos la complicidad de Hitler. La suma de todo ello arroja esta sin duda abrumadora carga de pruebas indirectas.

Permítasenos, en este punto, hacer una observación crítica. Probablemente para no extender cada ejemplo más de lo que admitía el volumen previsto del libro, Roseman sacrifica a veces la deseable precisión. Así por ejemplo, cita a Himmler, quien le dio a Wilhelm Koppe, el jefe superior de las SS y la policía en Wartheland –que le había pedido su consentimiento a la muerte de otros 30.000 judíos–, la siguiente respuesta: «La decisión última en este asunto tiene que tomarla el Führer». Roseman toma esta cita de la biografía de Hitler de Ian Kershaw. Pero, como se puede leer allí, la respuesta no procede del propio Himmler, sino de su ayudante personal, el SS-Sturmbannführer Rudolf Brandt. Y su objeto no era la liquidación de otros 30.000 judíos, sino de 30.000 polacos. En sus subsiguientes aclaraciones, Kershaw quería incluso poner de manifiesto que a menudo Hitler dejaba manos libres a sus ejecutores, después de haber dado su asentimiento general. Aunque Roseman no falsea demasiado los hechos, puede reprochársele negligencia en los detalles.

Su verdadero tema lo expone de manera muy concienzuda, incluso minuciosa. Incide en el grupo de personas que estaba invitada a la conferencia y constata –tan sorprendido como casi todos los que lo han precedido– que se trataba de «hombres serios e instruidos», de «civilizados servidores del Estado», de corteses modales. Esto vale especialmente para el anfitrión: Heydrich era muy inteligente, cultivado, eficiente, elitista y carente de escrúpulos, además de un virtuoso del violín, magnífico espadachín y audaz piloto de caza; en pocas palabras: el ideal hecho carne de un nuevo tipo humano al que, conforme a la ideología nazi, debía pertenecer el futuro. Cuando a principios de junio de 1942, es decir, cuatro meses y medio después de la conferencia del Wannsee, cayó víctima de un atentado, era, a la edad de 38 años, «uno de los hombres más poderosos y temidos de Alemania». Desde el centro de su poder, la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA, por sus siglas en alemán), cuyo personal de dirección estaba formado por jóvenes muy cualificados de orientación tecnocrática, se reclutó el «grupo central» que fue responsable de la aniquilación planificada de los judíos.

Entre los invitados a la conferencia del Wannsee no se encontraban, sorprendentemente, ni un representante del gabinete del Führer ni uno del Estado Mayor del Ejército. «A Heydrich le interesaban sobre todo los ministerios civiles», afirma con razón Roseman. Se había pensado en una ronda de secretarios de Estado, aunque finalmente se enviaron en parte representantes suyos. Que los secretarios de Estado hicieran el trabajo antes que los ministros es una costumbre que aún se mantiene. Otros participantes –representantes de servicios especiales de las SS y del partido nazi– probablemente habían sido convocados para guardarle las espaldas a Heydrich. El objetivo central de la reunión era «resolver diferencias competenciales y aclarar responsabilidades». El informal orden del día de Heydrich no lo ocultaba. La discusión propiamente dicha no duró más de una hora u hora y media. Después de una extensa ponencia del anfitrión, se produjo una discusión no acalorada, pero sí difícil, sobre el trato que había que dar a los «mestizos» de primer y segundo grado, así como a los «matrimonios mixtos» entre «personas de sangre alemana» y «judíos» o «mestizos» de primer grado, etc., hasta llegar al trato a dar a los matrimonios entre «mestizos» de primer y segundo grado. Esta discusión ocupa un tercio de la llamada acta, que no se basa en copias literales, sino en un resumen de Adolf Eichmann corregido por Heydrich.

¿Una cuestión y un procedimiento burocrático absurdos? Desde luego había que terminar con las disputas, perturbadoras en vísperas del genocidio planeado en secreto, y los «mestizos» y «matrimonios mixtos» representaban casos problemáticos incluso desde el punto de vista de la ideología racista, porque Hitler no era el único en ser consciente de que la opinión pública reaccionaba de forma muy sensible en cuanto estaban afectados parientes propios. 


Pero el motivo esencial y tácito de la conferencia tenía que ser otro. Los historiadores están de acuerdo en eso. Pero, ¿cuál? La mayoría cree que la reunión sirvió a Heydrich como «medio de autoencumbramiento». Y por tanto como medio para subordinar los aparatos civiles a las ambiciones, el ansia de poder y la autoridad de su Oficina Central de Seguridad del Reich.



Roseman da un decisivo paso más allá y plantea la tesis de que con la conferencia Heydrich pretendía «fundamentar la complicidad», que después fuera indiscutible que «se conocía el programa criminal». Hay datos favorables a esta interpretación, como la terca negativa de los participantes, después de la guerra, a reconocer que conocían siquiera la existencia del acta.

Porque aquello que Heydrich expuso con pelos y señales tenía un potencial enormemente explosivo. Después de trazar una panorámica de las medidas contra los judíos del Reich tomadas hasta ese momento, comunica: «el lugar de la emigración lo ocupará [...] previa autorización del Führer, la evacuación de los judíos al Este». Pero esto sólo era una «posibilidad evasiva [...] con vistas a la futura solución final de la cuestión judía». Y esa «solución final» abarcaba alrededor de once millones de judíos, es decir, no sólo a aquellos que se encontraban en los países ocupados por el Tercer Reich. Roseman habla de la «abrumadora sobriedad» con la que el acta enumera en forma de tabla las cifras calculadas para los distintos países. El presupuesto práctico de la evacuación es que Europa sea «peinada de Oeste a Este». A consecuencia del inminente trabajo al que tendrán que hacer frente en el Este, dice Heydrich, «sin duda una gran parte de los judíos caerá por reducción natural». Una clara dicción, aunque el acta evita cuidadosamente conceptos como "aniquilación"


Aun así, no hay «ninguna prueba concluyente de que los participantes en la conferencia supieran que los judíos iban a ser gaseados», resume Roseman.

Siempre se enfatiza que hasta el final de la guerra los alemanes no sabían nada del Holocausto, que ni siquiera podían sospechar algo tan monstruoso. Sin duda, el régimen trató la aniquilación de los judíos como cuestión de alto secreto, y tenía la intención de destruir al final todos los testimonios. Pero Roseman menciona dos casos en los que se formó incluso una opinión pública: en noviembre de 1941, el «ideólogo jefe» Alfred Rosenberg emitió una declaración oficial de prensa de la que se desprendía inequívocamente que para la solución final de la cuestión judía había que «erradicar biológicamente» todo el judaísmo de Europa. Y un día después, en el muy leído semanario Das Reich, Goebbels anunciaba que el judaísmo mundial avanzaba paso a paso hacia un proceso de aniquilación. Numerosos periódicos regionales alemanes publicaron extractos de la declaración. Algunos lectores comprendieron que tal profecía no era un mero gesto de amenaza, sino que estaba disfrazada de lo que era: condena a muerte de inapelable ejecución.


"No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso", de Robert Gellatelly. 


La cuestión de la opinión pública en el régimen nazi es el tema de un libro de Robert Gellately publicado hace poco. Hace más de diez años, el historiador americano se hizo un nombre en los círculos especializados como uno de los mejores conocedores de la Gestapo, sus informantes y la multitud de denunciantes que tenía entre la población alemana. Ahora ha escrito un nuevo libro que pretende demostrar lo mucho que la «dictadura populista» de Hitler debió al «consenso pluralista» y el amplio asentimiento del pueblo alemán. Su tesis defiende concretamente que incluso el terror del régimen tuvo el apoyo del pueblo, y que ese terror era completamente público. «Coacción y publicidad» habían contraído una estrecha relación en el Tercer Reich. Partiendo de la cuestión de «¿qué sabían los alemanes?» sobre los campos de concentración, las persecuciones y los crímenes, Gellately investigó varias revistas publicadas en el Tercer Reich, sobre todo –según revelan las notas– el VölkischerBeobachter, el periódico oficial del partido nazi.

Las tesis y «pruebas» de Gellately toparon con una fuerte oposición entre renombrados historiadores alemanes. Sus afirmaciones, se decía, eran generalizadoras, al estilo de Goldhagen, unilaterales, indiferenciadas y llenas de conclusiones falsas. Por una parte, naturalmente que los alemanes sabían de la existencia de los campos, en los que se suponía que se reeducaba a los adversarios de la mayoritaria revolución nacional, «criminales políticos» y personas «nocivas para el pueblo». Por otra, los crímenes que se cometían allí, y no digamos en los campos de exterminio del Este, se mantenían en un estricto secreto. El conocimiento de la población, muy limitado, no permitía en modo alguno sacar la conclusión de que los alemanes aprobaban hasta las cámaras de gas, una conclusión que de todas maneras Gellately no saca de manera explícita. Además, se le criticó que el singular «consenso pluralista» que de hecho existió bajo la dictadura nazi no era comparable con el de una moderna democracia, en la que reina una libertad de prensa y de opinión casi ilimitada. Gellately reaccionó a las críticas recogiendo velas: él nunca había afirmado que todos los alemanes lo supieran todo.

Capítulo a capítulo, Gellately analiza la «justicia policial» que se superpuso al Derecho Penal tradicional, la arbitrariedad de la Gestapo y el terror contra los marginados sociales, los trabajadores extranjeros y los judíos. Su amplia exposición menciona muchos hechos que van más allá del tema central, por ejemplo la instauración de burdeles estatales para trabajadores extranjeros o la «orden Nerón» de Hitler, que preveía la devastación de Alemania. A lo largo de todo el libro, el mayor espacio lo ocupa el objeto de investigación que de modo más intenso trata el autor: la masa y multitud de las denuncias.

Al menos dos capítulos están dedicados a la imagen de los campos de concentración en la opinión pública. De hecho la prensa, especialmente los periódicos locales, informó sobre los nuevos campos y su función «educativa». Así, la portada del Illustrierter Beobachter mostraba el 3 de diciembre de 1936 a presos del campo de concentración de Dachau, formados en filas y rigurosamente vigilados. Después de empezar la guerra se produjo una sorprendente inversión: cuanto más desaparecían los campos de las informaciones y reportajes, tanto más presentes estaban entre la opinión pública los presos que salían a hacer trabajos forzados. «El mundo de los campos irrumpió como nunca en la vida cotidiana». Sólo el campo de Dachau tuvo 197 campamentos externos, esparcidos por todo el sur de Alemania y distribuidos entre grandes y pequeñas ciudades. Año tras año fue estrechándose la alianza entre terror y publicidad. Conforme aumentaba la duración de la guerra, las numerosas ejecuciones, para las que –tal como pedía el pueblo– ya no hacía falta haber cometido delitos capitales, ocuparon titulares cada vez más grandes. Hubo pues, como demuestra Gellately con impresionantes ejemplos, una cara pública del terror nacionalsocialista. Y precisamente en los medios que informaban abiertamente sobre ese terror es donde puede verse el profundo «embrutecimiento moral» de los alemanes en el Tercer Reich.


Fuentes: 

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