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07 febrero 2023

El artista Diego Rivera y su visión sobre el fascismo



por Tito Andino

Selección de varios artículos 


"El muralismo mexicano no ha aportado nada nuevo a las artes plásticas universales, ni a la arquitectura, y menos a la escultura. Pero el muralismo mexicano -por primera vez en la historia de la pintura monumental- dejó de utilizar como héroes centrales a dioses, reyes, jefes de estado, generales heroicos, etc... Por primera vez en la historia del arte, la pintura mural mexicana convirtió a las masas en el héroe del arte monumental. Es decir, el hombre del campo, de las fábricas, de las ciudades y pueblos. Cuando un héroe aparece entre el pueblo, es claramente como parte del pueblo y como uno de ellos". (Diego Rivera, cita de Realismo Social, Nuevas Masas & Diego Rivera, El Artificio).



Mural "Historia de México a través de los siglos", Diego Rivera, 1931, "La Revolución Mexicana". Palacio Nacional, México. Se observa el fragmento de "De la conquista al presente": Con sable amenazador Porfirio Díaz y Victoriano Huerta; los revolucionarios Francisco "Pancho" Villa y Emiliano Zapata, de gran bigote, ambos con bandolera de balas sostienen el Plan de San Luis Potosí; y, Francisco Madero a la derecha de ellos (medalla en la camisa). Las tierras reclamadas contrastan con el nombre de empresas estadounidenses.


Las lecciones del pasado parece repetirse en el presente. Europa vuelve -poco a poco- a mirar su reciente pasado sangriento... Hay sectores que anhelan revivir el fascismo corporativista (sinarquía). Los únicos que parecen tomar en serio esto son las organizaciones anti-fascistas (que carecen de respaldo político y económico). ¿Qué esperamos para renacer ese espíritu combativo de un frente unido antifascista?, ¿una nueva guerra en Europa? He repetido muchas veces, no soy comunista, ni me dedico al activismo político, pero, siendo imposible -dado el sistema económico mundial vigente- derrocar al capitalismo explotador, al menos se debe intentar "humanizarlo" (estado de bienestar suelen calificarlo en algunos estados europeos) e impedir que siga ampliándose esa brecha que solo produce pobreza, desigualdad, racismo, etc.

Bien, la autobiografía del reconocido artista mexicano Diego Rivera (Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, así lo registraron en su acta de nacimiento) titulada "Mi arte, mi vida: Una autobiografía", publicado en 1960 (238 pag., Editorial Herrero), fue traducida y comentada en varios idiomas, dedica un apartado a su viaje al Imperio Alemán a fines de los locos años 20 del siglo XX, época conocida como la República de Weimar.

 
Diego Rivera, "opositor al nazismo", 1933. 
Lucas Museum of Narrative Art


El famoso muralista y activista de izquierda recuerda en sus memorias la visita a Berlín antes de que Hitler y los nazis controlen el poder, describe su relación con los dirigentes comunistas alemanes y la poca importancia que éstos prestaban al exaltado agitador de derechas. 

Un artículo en griego expone que los relatos del artista "son muy valiosos para exponer la inadecuación y la clarividencia de las direcciones de los partidos comunistas de la época. Mientras los fascistas ganaban influencia y representaban una amenaza mortal para el movimiento obrero, la dirección del Partido Comunista alemán y de los demás, ahora bajo el control total de la burocracia estalinista, actuaba de la manera más escandalosa. Negaban la creación de un frente único antifascista con otras fuerzas del movimiento obrero, consideraban a los socialdemócratas una amenaza mayor que Hitler y estaban convencidos de que después de los nazis les tocaba a ellos llegar al poder".


Autorretrato de Diego Rivera dedicado a Irene Rich, 1941. "León Trotsky", óleo de Frida Khalo, esposa de Diego Rivera.  

Diego Rivera, fue partidario y  amigo de Trotsky, cuya ala se opuso decididamente contra la inacción política de la dirigencia soviética que subestimaba el peligro de la extrema derecha y del fascismo, pero carecía de la fuerza para enrumbar la situación en diferente sentido. 

Rivera tenía su visión sobre los nazis, el fascismo y el futuro de la humanidad. Una de sus pinturas, ´El Refugio de Hitler, Ruinas de la Cancillería de Berlín´ (1956) la realizó después de visitar Berlín como testigo de la devastación ocasionada por la segunda guerra mundial.  


Diego Rivera, "Refugio de Hitler (ruinas de la Cancillería de Berlín), 1956. Óleo y témpera sobre lienzo. La obra pertenece a un coleccionista privado. Tamaño: 107,1 x 135 cm. (42,2 x 53,1 pulgadas)



Cuando Rivera vio a Hitler

Una lección de aprendizaje sobre el peligro que representa la extrema derecha ha quedado plasmado en la autobiografía del maestro Diego Rivera, las siguientes líneas le corresponden (citado de "Mi arte, mi vida: Una autobiografía").


"EN MI CAMINO, me detuve en Berlín e hice algunas pinturas interesantes allí. Mi amigo y anfitrión, Willi Muenzenberg, me hizo muchas preguntas sobre mi vida y mi trabajo, y mis declaraciones fueron incorporadas en un excelente libro de otra amiga, Lotte Schwartz. Titulado "Das Werk Diego Riveras", este volumen cubría mi carrera hasta los murales que acababa de terminar. Fue publicado por Neuer Deutscher Verlag encabezado por Muenzenberg.

En 1928, Alemania estaba sumida en una crisis que, al año siguiente, se extendería a nivel mundial. Los grandes cárteles alemanes estaban cayendo en bancarrota, uno tras otro. Hubo una ola de suicidios entre la burguesía. Hugo Stinnes, director del fideicomiso del acero, el almirante von Tirpitz, un magnate naviero, y el Dr. Scheidemann, jefe de la industria química, todos se pusieron revólveres en la cabeza y se volaron los sesos.

 


Mussolini y el Papa se distinguen entre otras figuras,  formaba parte del mural de Diego Rivera "Retrato de América", 1933 en la New Workers School, New York

 

Un Contagio de Locuras estuvo en el extranjero y en el país. Sentí su presencia en dos ocasiones separadas, aparentemente no relacionadas.

Una noche, Muenzenberg, algunos otros amigos y yo nos disfrazamos y, con credenciales falsificadas, asistimos a la ceremonia más asombrosa que jamás haya presenciado. Tuvo lugar en el bosque de Grunewald cerca de Berlín.

Detrás de un grupo de árboles en medio del bosque, apareció un extraño cortejo. Los hombres y mujeres que marchaban vestían túnicas blancas y coronas de muérdago, la planta ceremonial druídica. En sus manos sostenían ramas verdes. Su paso era lento y ritualista. Detrás de ellos, cuatro hombres portaban un trono arcaico en el que estaba sentado un hombre que representaba al dios de la guerra, Wotan. ¡Este hombre no era otro que el presidente de la República, Paul von Hindenburg! Ataviado con ropas antiguas, von Hindenburg sostenía en alto una lanza en la que supuestamente estaban grabadas runas mágicas. La audiencia, explicó Muenzenberg, tomó a von Hindenburg por una reencarnación de Wotan. Detrás del de Hindenburg apareció otro trono ocupado por el general Ludendorff, que representaba al dios del trueno, Thor. Detrás del “dios” marchaba un tren honorario de adoradores compuesto por eminentes químicos, matemáticos, biólogos, físicos y filósofos. Cada campo de la "Kultur" alemana estuvo representado en el Grunewald esa noche.

La procesión se detuvo y comenzó la ceremonia. Durante varias horas, la élite de Berlín cantó y aulló oraciones y ritos del pasado bárbaro de Alemania. Aquí estaba la prueba, si alguien la necesitaba, del fracaso de dos mil años de civilización romana, griega y europea. Difícilmente podía creer que lo que vi realmente estaba ocurriendo ante mis ojos.

Ninguno de mis amigos izquierdistas alemanes pudo darme una explicación satisfactoria de los extraños procedimientos. En cambio, trataron de reírse de ellos, llamando a los participantes "locos". Hasta el día de hoy, estoy desconcertado por su falta colectiva de percepción. Al recordar aquella orgía de borracheras secas y delirios, me resultaba imposible imaginar al espectador menos sensible descartando lo que había presenciado como una mascarada inofensiva.

 

"Tercera Internacional" o "La Internacional Comunista". Este mural es también conocido por el título de "La Revolución Rusa". Diego Rivera,1933.
 Museo del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México


Unos días más tarde vi a Adolf Hitler dirigirse a una reunión masiva en Berlín, en una plaza frente a un edificio tan inmenso que ocupaba toda la manzana. Esta estructura fue la sede del Partido Comunista Alemán. Un frente único temporal estaba entonces en vigor entre los nazis y los comunistas contra los reformistas corruptos y los socialdemócratas.

La plaza estaba literalmente repleta de veinticinco a treinta mil trabajadores comunistas. Hitler llegó con una escolta de casi mil hombres. Cruzaron la plaza y se detuvieron debajo de una ventana desde la que miraban los líderes del Partido Comunista. Yo estaba entre ellos, invitado por Muenzenberg, que estaba a mi derecha. A mi izquierda estaba Thaelmann, el Secretario General del Partido. Muenzenberg interpretó mis comentarios para Thaelmann y me tradujo el discurso de Hitler.

 


Segmento de "La barbarie nazi", parte del mural de Rivera en la New Workers School de Nueva York, "Retrato de América" (Portrait of America), 1933. (original en color se reproduce más abajo) 
 

Mis amigos comunistas hacían comentarios burlones sobre el “pequeño hombre gracioso” que iba a dirigirse a la reunión, y consideraban timoratos o tontos a quienes veían en él una amenaza.

Mientras se preparaba para hablar, Hitler se irguió rígidamente, como si esperara hincharse y llenar su enorme impermeable de oficial inglés y parecer un gigante. Luego hizo una moción de silencio. Algunos trabajadores comunistas lo abuchearon, pero después de unos minutos toda la multitud quedó en completo silencio.

Mientras calentaba, Hitler comenzó a gritar y agitar los brazos como un epiléptico. Algo en él debe haber conmovido los centros más profundos de sus compatriotas alemanes, porque después de un rato sentí una extraña corriente magnética que fluía entre él y la multitud. Tan profundo fue que, cuando terminó, después de dos horas de hablar, hubo un segundo de completo silencio. Ni siquiera los grupos de jóvenes comunistas, instruidos para hacerlo, le silbaron. Luego el silencio dio paso a un tremendo aplauso ensordecedor de toda la plaza.

Cuando se fue, los seguidores de Hitler cerraron filas a su alrededor con todos los signos de lealtad devota. Thaelmann y Muenzenberg se rieron como colegiales. En cuanto a mí, estaba tan desconcertado y preocupado ahora como cuando presencié el ritual decadente unos días antes en Grunewald. No pude ver nada de lo que reírme. De hecho, me sentí deprimido.

Muenzenberg, mirándome, me preguntó: "Diego, ¿qué te pasa?" Lo que me pasaba era, le informé, que estaba lleno de presentimientos. Tuve la premonición de que, si los comunistas armados aquí permitían que Hitler saliera con vida de este lugar, podría vivir para cortarle la cabeza a mis camaradas en unos pocos años.

 


Diego Rivera, "The New Deal", 1933, 
Foto Christina Knutsson Skissernas Museum.


Thaelmann y Muenzenberg solo se rieron más fuerte. Muenzenberg me felicitó por mi vívida imaginación de artista. “Debes estar bromeando”, dijo. ¿No has oído hablar a Hitler? ¿No has entendido las estupideces que te traduje?

Le respondí: “Pero estas idioteces también están en la cabeza de su audiencia, enloquecida por el hambre y el miedo. Hitler les promete un cambio económico, político, cultural y científico. Bueno, quieren cambios, y es posible que él pueda hacer exactamente lo que dice, ya que tiene todo el dinero capitalista detrás de él. Con eso puede dar comida a los trabajadores alemanes hambrientos y persuadirlos para que se pasen a su lado y se vuelvan contra nosotros. Déjame dispararle, al menos. Tomaré la responsabilidad. Todavía está dentro del alcance".

Pero esto hizo que mis camaradas alemanes se rieran aún más. Después de reírse a carcajadas, Thaelmann dijo: “Por supuesto que es mejor tener a alguien siempre listo para liquidar al payaso. Sin embargo, no te preocupes. En unos meses estará acabado y entonces estaremos en posición de tomar el poder”.

Esto solo me deprimió más y reiteré mis temores. Por ahora, Muenzenberg no sonreía. Había estado observando a Hitler, luego casi en el otro extremo de la plaza. Se había dado cuenta de que la multitud seguía aplaudiendo. Antes de salir de la plaza, Hitler se volvió y dio el saludo nazi. En lugar de enojado, los aplausos aumentaron. Estaba claro que Hitler había ganado muchos seguidores entre estos trabajadores de izquierda. Muenzenberg de repente palideció y me agarró el brazo.

Thaelmann nos miró sorprendido a los dos. Luego sonrió y me dio unas palmaditas en la cabeza. En ruso, que sonaba pesado en su acento alemán, dijo: "Nitchevo, nitchevo". "No es nada, nada en absoluto".

Mi imaginación de artista "loco" fue amargamente corroborada más tarde. Tanto Thaelmann como mi amigo Muenzenberg estaban entre los millones de seres humanos asesinados por el “payaso” que habíamos visto en la plaza ese día".

 


"Lucha de la Segunda Guerra Mundial". Sobre este fresco varias fuentes, incluso Wikipedia, lo atribuyen a Diego Rivera, a más tardar en 1957. Sin embargo, el Mural se encuentra en el Palacio de Gobierno de Guadalajara, Jalisco, México, atribuido a otro maestro muralista mexicano, José Clemente Orozco. "El circo político". En 1922 Orozco se unió a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros artistas iniciando el movimiento muralista mexicano de tendencia popular implantando el concepto de “arte callejero”, pusieron su arte al servicio de la ideología de izquierda. Orozco vivió en los Estados Unidos entre 1927-1934, en 1930 pintó en la New School for Social Research de Nueva York, coincidiendo en ocasiones con Diego Rivera. 


En diciembre de 1942 se publicó en un periódico la noticia sobre el atentado de los nazis contra Frida Kahlo, luego de no poder eliminar a Diego Rivera, su marido. La periodista estadounidense Betty Ross entrevistó al artista sobre ese tema.

- Cuénteme, por favor, cuál fue la causa de este desesperado intento de los nazis.

(En lugar de una truculenta explicación, Rivera solo dijo)

- Fue una de mis pinturas.

- ¿Qué había en esa pintura?

- En realidad fue la última parte del fresco de la nueva escuela de trabajadores de Nueva York. Esto ocurrió poco después de que Hitler había enviado al primer embajador nazi a México. Hasta el régimen de Hitler, Frida era considerada como súbdita alemana, por la nacionalidad de su padre... a causa de la pintura de Hitler, no creo que me apreciara mucho, -dijo Diego ahogando una sonrisa-.

- Nunca me ha hablado usted de esto.

- La pintura muestra al führer hablando y en torno de él una escena en que se ve la quema de libros, la decapitación de reos políticos, mujeres azotadas, emasculación por medio de rayos X, torturas infligidas a una mujer alemana, todo esto en calle. 

Suspendido del cuello de la mujer, estaba un letrero que decía: “Me he entregado a un judío”. También en la pintura aparece la imagen de Einstein, quien señala dramáticamente estas atrocidades. Esta pintura fue reproducida e impresa en postales que se hicieron circular por conductos ocultos en Alemania.




Hitler, en la "Barbarie nazi", panel del mural de Diego Rivera "Retrato de América" que se expuso en la New Workers School, realizado en julio-agosto 1933. "Representa la represión y brutalidad de un Hitler violento, entre swásticas y puños, que expulsa y tortura a intelectuales y políticos. Ahí es donde aparece el retrato de Albert Einstein quien acusa con el índice el maltrato del pueblo judío. Diego describió este retrato como una consigna de las “mentes críticas” del pueblo judío contra la demagogia del nazi fascismo"


(Nota de la periodista) Poco tiempo después se exhibió una gran reproducción de la pintura en una galería en la Ciudad de México. Dos nazis entraron al lugar y amenazaron al propietario: “Retiren el cuadro o aténganse a las consecuencias”. No solo no se retiró el cuadro sino que el amenazado dijo que si se atrevían a volver los entregaría a la policía. Días después, sucedió la tentativa para matar a Frida, quien vivía en el estudio de su marido y solía sentarse a escribir a máquina frente a la ventana del último piso. Entonces Frida trabajaba para una agrupación que ayudaba a víctimas del régimen nazi. Un día sucedió que su hermana Cristina estaba sentada en el mismo lugar donde se sentaba Frida, repentinamente, dos balas pasaron silbando junto a su cabeza. Se inclinó y tomó su pistola, Cristina era campeona de tiro al blanco. Disparó contra un hombre y lo hirió en una pierna. No suficiente con eso, bajó corriendo por la escalera, saltó a su coche, y finalmente alcanzó al otro asaltante. Este levantó las manos y ella lo obligó a subir al coche y lo llevó a la Comisaría.

Ni la prensa ni la policía pudieron dar luz en el asunto. Pocas semanas después, fueron hallados cerca de Acapulco los cadáveres de dos alemanes, cuyas señas correspondían a las de los pistoleros nazis.

- Pero ¿quién los mató? 

- Recuerde que le dije que cuando Ford pagó los murales de la galería de Arte de Detroit, utilicé el dinero para repatriar una colonia de trabajadores mexicanos. Tal vez podría formarse la hipótesis de que “alguien” se impuso la tarea de tomar venganza contra los presuntos asesinos.

(Periodista) Nunca se supo quién fue ese “alguien”. 

- Probablemente -comentó Diego-, los alemanes vieron que necesitaban emplear, contra los intelectuales mexicanos, otra táctica distinta de la que habían usado contra otros, habían disparado sobre la casa de Einstein hasta que lo obligaron a salir de Europa.


La obra de Diego Rivera


"El hombre en la encrucijada", (fotografía del trabajo aún inconcluso) de Diego Rivera para el mural del Rockefeller Center, Nueva York, fue destruida. Se puede apreciar la figura de Lenin en el centro a la derecha. © Banco De México, Fideicomiso de los Museos Diego Rivera y Frida Kahlo, Av. Cinco de Mayo No. 2, Col. Centro, Del. Cuauhtemoc, 06059, México, DF Cortesía del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, México. Foto cortesía de Old Stage Studios, Gualala, CA.




En 1933, John D. Rockefeller contrató al ya afamado Diego Rivera para elaborar un mural en el vestíbulo del Rockefeller Center, el tema “Hombre en la encrucijada mirando con esperanza y alta visión a la elección de un nuevo y mejor futuro”; o, simplemente se lo conoce como: "Man in the crossroads" (El hombre en la encrucijada). Rivera iba a construir un mural de “trabajadores que enfrentan encrucijadas simbólicas de la industria, la ciencia, el socialismo y el capitalismo” (PBS). El trabajo se centra en un trabajador que opera maquinaria con cuatro grandes orbes que brotan en las esquinas. 

Rivera decidió dar unos "retoques" al proyecto del mural que molestaría al contratante (representó a Lenin a la derecha y una imagen del Primero de Mayo, apostó por la lucha política como libertad de expresión artística). Una explicación de ese cambio drástico del originalmente solicitado, señala: "Luego de estudiar con detenimiento la iconografía que usaría para la obra, inserta unas dinámicas elipses y reposiciona los personajes en torno de una colosal máquina que controla un mortificado hombrecillo. Así desarrolla la fusión entre el microcosmos y macrocosmos y enfatiza el encuentro entre un mundo capitalista y otro socialista. Después, como un provocador incontenible, hace la inclusión del líder bolchevique, Vladimir Lenin, en el muro".

Ese trabajo de Rivera refleja, además, las dudas de la sociedad mundial: "¿Qué camino seguirá el hombre, absorto en la elección entre continuar con la producción continuando con las fórmulas tradicionales o invertir en las nuevas técnicas? Y, ante todo: ¿Qué triunfará en la sociedad mundial, el capitalismo imperante en Occidente que se acababa de estrellar en 1929 y continuaba llevando al mundo a la Gran Depresión o el socialismo popular creado por Lenin, o éste será anulado por la dura dictadura de Stalin?. Eran tiempos difíciles para Trotsky, una vez fallecido Lenin y subido Stalin al poder: ¿seguiría Trotsky defendiendo la política socio-económica de Lenin, el leninismo, oponiéndose al comunismo reaccionario desarrollado por Stalin?" (José Antonio Bru).  

Una semana después de haber pintado el rostro de Lenin, la pintura del fresco fue suspendida y, claro, Rivera perdió su muro. Rockefeller, que no quería una imagen del líder comunista, destruyó el mural antes de que quede terminado (1933) y para prevenir problemas legales canceló el valor total de la obra contratada. No obstante, Rivera recreó posteriormente la obra en la Ciudad de México. 


Diego Rivera, "El hombre en la encrucijada", 1934, Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, México. Fresco sobre bastidor metálico (480cm x 1145 cm) (Haga click sobre la imagen para verla a mayor resolución). 

Figura central de "El hombre en la encrucijada"

"El hombre en la encrucijada", o, "El hombre controlador del universo", 1934. Los temas principales de este mural son la industrialización, el trabajo y la política. Detalles de la parte izquierda, representa el capitalismo y las brutalidades de la Primera Guerra Mundial, bajo la estatua de Júpiter, se puede observar a un grupo de personas usando la tecnología. Parte derecha, es la representación del comunismo, la gente en lugar de usar la tecnología se sienta sobre la cabeza caída rechazando la religión. Se aprecia a León Trotsky, Friedrich Engels y Karl Marx. (Rivera quiere mostrar que la línea sucesoria de Marx, Engels y Lenin se continúa con Trotsky y no con Stalin). 1934, Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, México. 


En el mismo 1933 Diego Rivera invirtió el dinero pagado por los Rockefeller en veintiún paneles para la New Worker’s School (Escuela de Trabajadores de Nueva York, 1923-1944), extinto centro de formación ideológica del Partido Comunista de EEUU, de inclinación trotskista. Aquí un par de fotografías:


Diego Rivera pintando uno de los paneles murales para el New Workers School, New York City, 1933.


El equipo de asistentes de Diego Rivera en el montaje de los paneles del mural "Retrato de América" para el New Workers School, New York City, 1933. El mural fue controvertido por la presencia de Lenin y los paneles centrales que abordaban el problema del trabajo forzado y la aparición de personajes como Benito Mussolini y Adolf Hitler.



Rivera inicialmente había pensado reproducir el mural destruido por los Rockefeller en la New Worker’s School de New York, junto a los profesores y estudiantes ideó "una historia dinámica de Estados Unidos" mostrando la lucha entre los privilegiados y desposeídos. El mural desmontable "Retrato de Estados Unidos(o Retrato de América, "Portrait of America" en inglés) es un mural de clara expresión política sobre la guerra, la esclavitud, la religión como sistema de poder y el capitalismo. Uno de los paneles titula “Unidad Proletaria” reproduce el retrato de Lenin, Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Josef Stalin y sobre ellos a Marx y Engels.


Diego Rivera, "Unidad Proletaria". Retrato de América 
(Museo de Arte de la Ciudad de Nagoya)



La pintura de Rivera causó efecto en Albert Einstein, en especial: “Retrato de América”. El científico agradeció en una correspondencia por la obra. "Para Rivera, con la carta de Einstein, el círculo de su batalla contra la coerción de la libertad de expresión estaba cerrado. Para él y sus allegados, ´Retrato de América´ había cumplido uno de sus objetivos". Rivera contestó al sabio: “Quiero decirle lo mucho que me conmovió su carta. El aliento recibido es muy grande y magnífico por lo poco que he hecho con mi pintura. Por lo que es usted, con su gran energía humana, junto con su ciencia que ha cambiado por la expansión hacia el espacio y la luz, ayudando a elevar el pensamiento humano a un nivel superior”.


Diego Rivera, "Retrato de América" - "Guerra Mundial". (panel XI del mural transportable en la New Workers School de Nueva York), 1933 
(Fresco / 178 x 182 cm)


Destino de los paneles

Los paneles de Rivera en la New Worker’s School tuvieron destinos marcados. Las obras fueron diseñadas por Rivera como una forma de murales transportables sobre grandes bastidores metálicos. La idea era garantizar que la obra fuera allá donde la escuela se mudara (carecían de local propio).

 

Diego Rivera, "Retrato de América", "Industria Moderna"(panel X del mural transportable en la New Workers School de Nueva York), 1933 / Fresco / 178 x 182 cm.


"En años siguientes, para mala fortuna del mural, al mudarse la New Worker’s School algunos paneles desaparecieron. Al disolverse la escuela, la Unión de Trabajadores del Vestido adquirió 16 paneles los cuales se mantenían en exhibición en su casa de descanso en la Unity House hasta que un incendio acabó con el lugar (1969). En total se perdieron 13 paneles y se optó por vender el resto a coleccionistas particulares. El mural está disperso, cercenado, perdido".


Diego Rivera, "Retrato de América", "La Nueva Libertad" (panel XII del mural transportable en la New Workers School de Nueva York), 1933 / Fresco transportable / 176 x 182 cm. 


Los murales de la industria de Detroit (1932-1933) 

El Detroit Institute of Arts (DIA), (Detroit, Michigan, Estados Unidos) es uno de los más grandes museos de los Estados Unidos. Se encuentra en el centro cultural de Detroit a 3 km al norte del centro de la ciudad. Expone unas 65.000 obras. Se inauguró en 1885. 

Los dos paneles principales del Instituto de Arte se encuentran en las paredes norte y sur, murales "Detroit Industry" de Diego Rivera, 1932-33, muestran a trabajadores laborando en la planta River Rouge de Ford Motor Company. 



"La industria de Detroit", paredes norte y sur (1932-33), frescos de Diego Rivera. Instituto de Artes de Detroit.  (DIA.org)

Los murales de la industria de Detroit son una serie de frescos de veintisiete paneles, rodean el interior del Rivera Court. Los otros paneles muestran los avances realizados en varios campos científicos, como la medicina y las nuevas tecnologías. "La serie de murales, tomada en su conjunto, expresa la idea de que todas las acciones e ideas son una".

El maestro mexicano consideró esa obra como la más exitosa de su carrera artística. Los murales de la industria de Detroit fueron designados por el Departamento del Interior como Monumento Histórico Nacional el 23 de abril de 2014. 

 

Diego Rivera, "El día de los muertos" (1924)


Diego Rivera falleció el 24 de noviembre de 1957, en Ciudad de México, a los 70 años de edad.

 









Un segmento del inmenso mural de Diego Rivera "Epopeya del Pueblo Mexicano", obra iniciada en 1929 y concluida en 1935, con técnica de pintura al fresco. "Epopeya del Pueblo Mexicano", se extiende a lo largo de 276 metros cuadrados y abarca varios siglos de la historia de México. Se encuentra sobre los muros de la escalera principal del Palacio Nacional de México.

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Fuentes de consulta:

- Diego Rivera, "Mi arte, mi vida: Una autobiografía", Editorial Herrero, 238 pág., México D.F. 1960.

11 enero 2023

La Alemania Nazi como sustitutivo de la fe





RESUMEN DE LA OBRA ORIGINAL:
EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN

ACLARACIÓN: La totalidad de las fotos han sido agregadas al presente documento por el redactor del blog (Detectives de Guerra), por tanto, no corresponden a las fotografías constantes en el texto original.


En el estado de incertidumbre y desesperanza es más susceptible despertar el impulso religioso. Es en un vacío semejante donde con mayor eficacia puede introducirse la religión, que brinda un sentido y una coherencia nuevos. El período inmediatamente posterior a la primera guerra mundial pedía a gritos gente que lo interpretase. La humanidad experimentaba el vivo deseo de saber «para qué había sido todo», «qué había significado». Pero la religión organizada no hizo ningún intento serio de afrontar el problema ni de responder a las necesidades de la época. Sencillamente, hizo como si nada hubiera pasado e intentó seguir siendo lo que era desde hacía siglos: una institución cultural, política y social en lugar de un intérprete que confiriese un nuevo sentido. A causa de ello, en el decenio de 1920, la religión organizada se encontró desacreditada en su mayor parte, se encontró con que la consideraban incapaz de llenar el vacío que se había producido en la sociedad occidental.
Y es comprensible que la sociedad, al ver que la religión organizada no podía ofrecer ninguna solución a la crisis de sentido, se volviese hacia otra parte. El resultado de ello fue la aparición de dos principios nuevos que empezaron a suplantar a la religión como institución capaz de abarcarlo todo. De hecho, estos dos principios se convertirían en las religiones -o, cuando menos, las religiones sucedáneas- del decenio de 1930.


Viene de la Parte I 

La Rusia Soviética como sustitutivo de la fe


Parte II

Adolf Hitler como sumo sacerdote




La segunda religión primaria o sucedánea del decenio de 1930 fue el espectro de movimientos totalitarios a los que ahora se da el nombre colectivo de fascismo. En Italia, la versión original del fascismo, tal como la promulgaba Mussolini, en realidad nunca llegó a ser una religión y, quizá más aún que el marxismo leninismo, no pasó de ser una filosofía política, una ideología. El papel tradicional de la religión se dejó, en su mayor parte, a la Iglesia. El resultado parcial fue que el fascismo italiano, sobre todo si lo comparamos con los fenómenos habidos en otros lugares, fue un fenómeno relativamente hueco.

En España, la variante del fascismo defendida por Franco hizo cuanto pudo por alinearse íntimamente con la Iglesia y, por ende, se arrogó una forma de mandato divino. En consecuencia, poseía una energía mucho mayor, un dinamismo mucho mayor, que su equivalente italiano, así como la singular crueldad de la que solo el fanatismo religioso es capaz. En muchos aspectos, al menos desde la distancia de casi medio siglo, hay algo que resulta casi risible en Mussolini. Franco, con el dominio que instauró sobre España y el pueblo español, es, en conjunto, una figura más siniestra.

Con todo, el ejemplo supremo de totalitarismo derechista convertido en religión es la Alemania nazi. A diferencia del fascismo italiano, el nazismo no era sencillamente una filosofía o una ideología. A diferencia de la variante española del fascismo, el nazismo no se alineó con intereses creados de índole religiosa. Al contrario, se propuso, de modo bastante sistemático, suplantar a todos esos intereses y erigirse en religión, una religión totalmente nueva.






Ya han transcurrido cuarenta años desde el final de la segunda guerra mundial (a la fecha de la publicación del libro, 1986). Durante estos años no han cesado los comentarios históricos, los intentos de exposición y explicación del fenómeno de Adolf Hitler, el Partido Nazi y el Tercer Reich. Y, pese a ello, los interrogantes aún no han encontrado respuesta; los misterios siguen sin aclararse. ¿Cómo es posible que un pueblo civilizado y culto –un pueblo que dio al mundo figuras como Goethe y Beethoven, Kant y Hegel, Bach y Heine- siguiera a un embaucador tan perverso y se sumiera en masa en una orgía de destrucción tan monstruosa, tan demoniaca?

Los escritores han procurado dar respuesta a esta pregunta de diversas maneras. El nazismo ha sido explicado como fenómeno social, como fenómeno cultural, como fenómeno político, como fenómeno económico. La culpa de su existencia se ha atribuido al Tratado de Versalles, a la depresión, a la inflación galopante, a la pérdida del amor propio por parte de la nación alemana, al auge del comunismo, al derrumbamiento de la clase media, a otras muchas cosas.

Verdaderamente, todos estos factores y muchos más tuvieron un papel de vital importancia; también es cierto que todos ellos se hallaban interrelacionados. Pero el elemento crucial para entender el nazismo es la medida en que, deliberadamente, activó el impulso religioso del pueblo alemán. Obtuvo una respuesta a la vez emotiva y cerebral que unía, de un modo propio y depravado, tanto los corazones como los cerebros. Se transformó en una religión con todas las de la ley y, como tal, redimió a la Alemania de la primera posguerra del purgatorio de la falta de sentido.

Fue la dimensión religiosa del nazismo la que inspiró el dinamismo, el fanatismo histérico, la energía y la ferocidad demoníacas que tanto trascendían de los movimientos totalitarios paralelos que había en Italia y en España. Cabría argüir que el Tercer Reich fue el primer estado de la historia de Occidente, desde la antigua Roma, que se basó fundamentalmente, no en principios políticos, económicos o sociales, sino en principios religiosos, en principios mágicos. Y más que un político, más incluso que un demagogo, el que se proclamaba su líder era un hechicero.

La ascensión del Tercer Reich no «sucedió» sencillamente, de forma más o menos fortuita, como resultado del carisma maligno de un solo hombre. Al contrario, fue preparada y orquestada cuidadosamente, con meticulosidad. Con un grado aterrador de conocimiento de sí mismo y de sutileza psicológica, el Partido Nazi se propuso activar y manipular el impulso religioso de los alemanes, abordar la cuestión del sentido en su aspecto religioso. La Alemania nazi ofrecía una cosmología, además de una filosofía y una ideología. Apelaba al corazón, al sistema nervioso, al inconsciente, además de a la inteligencia. Con este fin, empleaba muchas de las técnicas más antiguas de la religión: ceremonial complicado, cánticos, repetición rítmica, retórica mágica, color y luz. Las tristemente célebres concentraciones de Nuremberg no eran mítines políticos como los que se dan actualmente en Occidente, sino actos teatrales, astutamente escenificados, del tipo que, por ejemplo, formaba parte integrante de los festivales religiosos de Grecia.
























Todo estaba calculado con precisión: los colores de los uniformes y las banderas, la colocación de los espectadores, la celebración nocturna, el empleo de focos y reflectores, la sincronización. En los reportajes cinematográficos de la época vemos a la gente embriagándose, cantando hasta sumirse en un estado de arrebato y éxtasis utilizando el mantra «Sieg Heil!» y embobándose ante el Führer como si se tratara de una deidad. En los rostros de los asistentes se pinta una beatitud insensata, una estupefacción vacua, embelesada, que es perfectamente intercambiable con las expresiones que aparecen en los rostros de las personas que asisten a reuniones de alguna iglesia revivalista.

No es una cuestión de retórica persuasiva. De hecho, la retórica de Hitler no tiene nada de persuasiva. Las más de las veces, es banal, infantil, repetitiva, desprovista de sustancia. Pero su modo de pronunciarla tiene una energía maligna, un pulso rítmico que resulta tan hipnótico como un toque de tambor. Y esto, unido al contagio de la emoción en masa, unido a la presión de millares de seres apretujados en un recinto cerrado, unido a un ceremonial y un espectáculo deliberadamente eclesiásticos e hinchados hasta adquirir proporciones wagnerianas, produce una histeria de masas, un fervor que es, en esencia, religioso. Lo que presenciamos en las concentraciones hitlerianas es una «alteración de la conciencia» como la que los psicólogos acostumbran a asociar con una experiencia mística.

Y el mismo Hitler se convierte en un Mesías negro que actúa como receptáculo de la energía religiosa que él ha evocado. Como dice un comentarista:

«No transcurrió mucho tiempo antes de que el pueblo alemán empezara a ver a Hitler como un Mesías de Alemania. Los mítines públicos -especialmente la concentración de Nuremberg- adquirieron una atmósfera religiosa. Todas las escenificaciones tenían por finalidad crear una atmósfera sobrenatural y religiosa» (5).

A los alemanes de entonces tampoco se les escapaba la dimensión religiosa de lo que hacía Hitler. Al contrario, no solo eran conscientes de esa dimensión, sino que en algunos casos incluso la recibieron con agrado. Así consta en las crónicas que el alcalde de Hamburgo dijo en cierta ocasión:

«No necesitamos sacerdotes. Podemos comunicarnos directamente con Dios a través de Adolf Hitler» (6). 

Y en abril de 1937 un cónclave de cristianos alemanes declaró:

«La palabra de Hitler es la ley de Dios, los decretos y las leyes que la representan poseen autoridad divina» (7).

Una de las fuentes de información más valiosas sobre el pensamiento de Hitler es un hombre llamado Herman Rauschning, que fue uno de los primeros seguidores del Partido Nazi, al que se afilió en 1926. Rauschning no tardó en convertirse en uno de los colegas y confidentes que mayor confianza merecían de Hitler y, en 1933, fue nombrado presidente del senado de Danzig. En 1935, sin embargo, ya empezaba a sentirse verdaderamente alarmado ante lo que ocurría en Alemania, y huyó, primero a Suiza, luego a los Estados Unidos. Considerando que era esencial prevenir al mundo sobre el Tercer Reich, poco antes de la guerra publicó dos libros en los que reproducía muchas conversaciones del propio Hitler. A juzgar por numerosos extractos que se encuentran en los libros de Rauschning, resulta evidente que Hitler sabía muy bien lo que se hacía, y que la activación del impulso religioso del pueblo alemán formaba parte de un plan meticulosamente calculado.

Parafraseando a Hitler, Rauschning dice:

«Había convertido las masas en fanáticos, explicó, con el fin de transformarlas en instrumentos de su política. Había despertado a las masas. Las había sacado de sí mismas y les había dado sentido y una función» (8).

Acto seguido, cita directamente a Hitler:

En un mitin de masas..., el pensamiento es eliminado. Y porque éste es el estado de ánimo que requiero, porque me garantiza la mejor caja de resonancia para mis discursos, ordeno a todo el mundo que asista a los mítines, donde se convierten en parte de la masa tanto si les gusta como si no, «intelectuales» y burgueses además de trabajadores. Yo mezclo al pueblo. Le hablo sólo como a una masa (9).

Y, además, como el propio Hitler escribe en Mein Kampf (Mi lucha):

En todos estos casos uno se enfrenta con el problema de influir en la libertad de la voluntad humana. Y esto ocurre especialmente en los mítines donde hay hombres cuya voluntad se opone al orador y a los que hay que inducir a pensar de una forma nueva. Por la mañana y durante el día parece que el poder de la voluntad humana se rebela con su mayor energía contra cualquier intento de imponerle la voluntad o la opinión de otro. En cambio, al caer la noche sucumbe fácilmente ante la dominación de una voluntad más fuerte... La penumbra misteriosa, artificial, de las iglesias católicas también sirve este propósito, las velas encendidas, el incienso... (10)

Hitler reconocía que empleaba técnicas religiosas. También reconocía, por lo menos en parte, dónde las había adquirido. «Aprendí sobre todo de los jesuitas. Lo mismo hizo Lenin, para el caso, si la memoria no me falla.» (11). Y, después de uno de sus ataques característicos contra la francmasonería, añade:

[Su] organización jerárquica y la iniciación mediante ritos simbólicos, esto es, sin molestar al cerebro, sino trabajando la imaginación por medio de la magia y los símbolos de un culto..., todo esto constituye el elemento peligroso y el elemento que he adoptado. ¿No veis que nuestro partido debe tener este carácter? Una Orden, eso es lo que tiene que ser..., una Orden, la Orden jerárquica de un sacerdocio secular (12).

El nazismo no se limitó a adoptar los avíos de una religión, sino que también, en su sustancia, se convirtió literalmente en una religión. Una parte de esa sustancia se derivaba de Richard Wagner que, en el siglo XIX, había ensalzado el carácter singularmente sagrado de la sangre germánica y, como dice un comentarista, «creía apasionadamente en el teatro como templo del arte germánico donde ritos místicos podrían redimir» al pueblo y al alma alemanes.

Pero Wagner era solo una de las varias influencias que convergieron para formar la visión del nacionalsocialismo. Hitler también se inspiró en el filósofo Friedrich Nietzsche, y se apropió indebidamente de gran parte de su pensamiento, divorciándolo de su verdadero contexto y tergiversándolo para que se ajustara a sus propios fines. Nietzsche ya había muerto, por lo que no podía protestar. Cuando la jerarquía nazi se propuso entrar también en las obras del poeta Stefan George, éste, que seguía vivo, sí protestó, y lo hizo con dureza y vehemencia. Como gesto de repudio y de desprecio, no tardó en exiliarse en Suiza, pero no sin antes plantar las semillas de la resistencia contra Hitler en uno de sus discípulos más allegados, el joven conde Claus von Stauffenberg que, más adelante, maquinaría el atentado con bomba que el Führer sufrió en 1944. (Ver: Stauffenberg y la “Alemania Secreta”)

Hitler y sus seguidores recibieron también la influencia de varios grupos ocultistas y sociedades secretas -la llamada orden de los Nuevos Templarios, por ejemplo, la Germanenorden u Orden Germánica, y la Thulegesellschaft o Sociedad Tule- que desplegaron sus actividades entre las postrimerías del decenio de 1870 y el período que siguió a la primera guerra mundial (13). En las enseñanzas de estos grupos se advierte una agresiva hostilidad contra el cristianismo y la insistencia en el antiguo paganismo germánico.





Nunca se ha comprobado de modo definitivo la medida en que el propio Hitler estuvo asociado personalmente con grupos ocultistas, y es poco probable que llegue a demostrarse alguna vez. Pero no hay duda de que sí conocía a gente que estaba asociada con tales grupos, y la pertenencia a ellos coincide una y otra vez con la afiliación al Partido Nazi de los primeros tiempos. Se sabe que Rudolph Hess y Alfred Rosenberg, por ejemplo, tuvieron que ver con la Thulegesellschaft. Mein Kampf va dedicada a Dietrich Eckart, poeta loco y de poca importancia que era una de las figuras destacadas, no solo de la Thulegesellschaft, sino también de otras organizaciones parecidas.

Entonces, ¿cuál era la naturaleza de la nueva religión de Hitler? ¿Cómo se las ingenió para reconquistar los corazones y los cerebros que la Iglesia tradicional había perdido? Según un comentarista de las postrimerías del decenio de 1930, «La Weltanschauung nacionalsocialista y totalitaria es una fe pagana que no puede sino considerar al cristianismo extraño y antagónico» (14).

En 1938, el doctor Arthur Frey, jefe del Servicio Suizo de Prensa Evangélica, publicó un libro que todavía es uno de los estudios más profundos del nacionalsocialismo como religión. Desde luego, es cierto que Frey, como cristiano, tenía sus propios intereses creados que proteger y su propio interés personal en el asunto, pero no por ello sus observaciones son menos pertinentes. Según Frey, el Tercer Reich pretendía ser 

«no solo un estado, sino también una comunidad religiosa, es decir, una iglesia» (15). Y «El führer no es solo un kaiser secular que lleva a cabo, en el estado, la tarea de gobernar; es, al mismo tiempo, el Mesías capaz de anunciar un reino milenario» (16).

Esta valoración no es exagerada. De hecho, se hace eco de ella, casi al pie de la letra, Baldur von Schirach, el director de la Juventud Hitleriana y hombre encargado de educar a una generación de alemanes jóvenes:

«... el servicio a Alemania se nos aparece como servicio genuino y sincero a Dios; la bandera del Tercer Reich se nos aparece como Su bandera; y el Führer del pueblo es el salvador que El ha enviado a rescatarnos» (17). 

En cuanto al cristianismo en Alemania, el propio Hitler dijo:
¿Qué podemos hacer? Justamente lo que hizo la Iglesia católica cuando obligó a los paganos a aceptar sus creencias: preservar lo que pueda preservarse, y cambiar su sentido. Desharemos el camino: la Pascua ya no es la resurrección, sino la renovación eterna de nuestro pueblo. La Navidad es el nacimiento de nuestro salvador... ¿Creéis que estos sacerdotes liberales, que ya no tienen una creencia, sino solo un cargo, se negarán a predicar a nuestro Dios en sus iglesias? (18).


  


El doctor Frey resume el credo del nacionalsocialismo de la forma siguiente:

«Para la fe alemana la "sangre" es sagrada... En el transcurso de los siglos..., el secreto creativo de la sangre heredada se da a sí mismo la forma de la raza» (19)

De la importancia de la sangre un ejemplo es la ceremonia nazi que, según el escritor francés Michel Tournier, equivale a «una inseminación de banderas». En esta ceremonia, la bandera original de los nazis -manchada por la sangre de los que marcharon bajo ella la primera vez que Hitler intentó hacerse con el poder en 1923- era preservada y presentada ritualmente. Otras banderas, estas nuevas, eran acercadas a ella hasta tocarla para que pudiera transmitirles -como por medio de una grotesca magia sexual- una proporción de su carácter sagrado. En el pasaje siguiente, uno de los personajes de Tournier describe la ceremonia:

Ya sabéis lo que ocurrió: la descarga cerrada, que mató a dieciséis de los acompañantes de Hitler; Goering herido de gravedad; Hitler arrastrado al suelo por el moribundo Scheubner-Richter y escapando con un hombro dislocado. Luego, el encarcelamiento del Führer en la fortaleza de Landsberg donde escribió Mein Kampf. Pero todo eso es poco importante. En lo que a Alemania se refería, el hombre careció de importancia a partir de aquel momento. Lo único que contaba aquel día en Munich, el 9 de noviembre de 1923, era la bandera con la esvástica de los conspiradores que cayó entre los dieciseis cadáveres y fue manchada y consagrada por su sangre. En lo sucesivo, la bandera de sangre -die Blutfahne- fue la reliquia más sagrada del Partido Nazi. Desde 1933 ha sido exhibida dos veces al año: una el 9 de noviembre, fecha en que se reconstruye la marcha en la Feldherrnhalle de Munich como en un drama medieval de la Pasión; pero, sobre todo, en septiembre, en la concentración anual del partido en Nuremberg que señala el momento culminante del ritual nazi. Entonces a la Blutfahne, como un semental que fertilizara a una infinidad de hembras, se la hace entrar en contacto con estandartes nuevos que buscan la inseminación. Yo he estado presente... y os puedo decir que cuando ejecuta el rito nupcial de las banderas, el Führer hace el mismo movimiento que ejecuta el criador de ganado cuando guía el pene del toro hacia el interior de la vagina de la vaca con su propia mano. Luego, desfilan ejércitos enteros en los que cada hombre es un abanderado y que son sencillamente ejércitos de banderas: un vasto mar, agitándose y ondeando al viento, un mar de estandartes, enseñas, banderas, emblemas y oriflamas. De noche, las antorchas completan la apoteosis, pues su luz ilumina los mástiles de las banderas, las banderas colgadas a guisa de adornos y las estatuas de bronce, y relega hacia las tinieblas de la tierra a la gran masa de hombres, condenados a la oscuridad. Finalmente, cuando el Führer pisa el altar monumental, ciento cincuenta reflectores se encienden de pronto, elevando por encima de la Zeppelinwiese una catedral de columnas de trescientos metros de altura que atestiguan la significación sideral del misterio que se está celebrando (20).
  
Imágenes de los espectáculos de Nurenberg. “La Catedral de la Luz” proyectada por Albert Speer para el festival del Partido Nazi.



Esta ceremonia de «inseminación de las banderas» no era más que una de las diversas fiestas, festivales y conmemoraciones de que se valieron los nazis para revisar y adaptar el calendario cristiano a sus propios fines, que eran específicamente paganos: «... celebramos festivales del sol, del año, del crecimiento, de la cosecha, donde éstos no han sido destruidos por una religión que es ajena al mundo, hostil a la tierra» (21). Un ejemplo importantísimo de esta clase de ritos era un antiguo festival indogermánico del joven dios Sol. En academias especiales donde se entrenaba a los jóvenes, y que eran dirigidas por las SS, la Navidad no se celebraba como el nacimiento de Cristo, sino como el momento en que el «Niño Sol» resurgía de sus cenizas en el solsticio de invierno. No hay necesidad de extenderse en el carácter religioso o específicamente pagano de estos rituales. Lo que representan es, en esencia, una variante en el siglo XX del antiguo culto al Sol Invictus que Constantino suscribiera unos 1.600 años antes. La única diferencia real era que, para el nacionalsocialismo, incluso hasta el Sol, de alguna forma imposible de cuantificar, era singularmente germánico.




Fotografías alemanas de la época del Tercer Reich, los atuendos, los emblemas, abiertamente evocan un aire espiritual. Estábamos ante el nacimiento de una nueva religión o quizá el retorno a la etapa mística del antiguo paganismo. Las fotos corresponden a las celebraciones del Día del Arte Alemán, en Munich entre los años 1937-1938.


Si Hitler era el Mesías de una nueva religión, sus sacerdotes eran la élite vestida de negro: Las Schutzstaffel o SS. 


A Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, Hitler lo llamaba «mi Ignacio de Loyola», con lo que, implícitamente, trazaba un paralelismo entre las SS y los jesuitas. Y, efectivamente, en muchos aspectos el modelo de las SS eran los jesuitas; además, las SS utilizaban premeditadamente técnicas jesuíticas en esferas tales como el condicionamiento psicológico y la educación. Pero los propios jesuitas habían sacado gran parte de su estructura y de su organización de las órdenes todavía más antiguas, de las órdenes militares-religiosas de caballería como los templarios y los caballeros teutónicos (Deutschritter). El mismísimo Himmler concebía las SS como una orden justamente en este sentido y las veía, de modo muy específico, como una reconstitución de los Deutschritter: el equivalente moderno de los caballeros de manto blanco y cruces negras que setecientos años antes habían encabezado un anterior Drang nach Osten («avance hacia el Este») germánico hacia el interior de Rusia.

Las primeras SS, las de antes de la guerra, verdaderamente eran un cuerpo que se reclutaba, organizaba y ritualizaba tan estrictamente como los Deutschritter medievales. La compleja y mística ceremonia de inducción tenía por fin recordar la investidura de los caballeros andantes. Los aspirantes a entrar en el cuerpo tenían que presentar un árbol genealógico que mostrara sangre «aria» pura desde hacía, como mínimo, dos siglos y medio, o, en el caso de los que aspiraban a oficial, tres siglos. Cada aspirante tenía que pasar por un noviciado de índole religiosa antes de ser aceptado en la orden. De la francmasonería, las SS aprendieron la importancia de las insignias rituales, razón por la cual los anillos y las dagas jerárquicas figuraban en un lugar prominente. También a las runas se les concedía una especial significación. En las mangas de todas las guerreras de las SS había una inscripción rúnica bordada con hilo de plata. Y el emblema de la propia organización, las eses gemelas en forma de dos rayos mellados, recibía el nombre de runa «Sig», esto es, la «runa del poder» que, supuestamente, utilizaban las antiguas tribus germánicas para denotar el rayo del dios de las tempestades: Tor o Donar según algunas crónicas, Odín o Wotan según otras.

Himmler introdujo en la organización dimensiones cada vez mayores de chifladura. Las bodas de los miembros de las SS tenían menos cosas en común con los esponsales cristianos que con las fiestas nupciales de los paganos. Según Himmler, los hijos concebidos en un cementerio estaban imbuidos del espíritu de los muertos que yacían allí. Por consiguiente, se alentaba al personal de las SS a engendrar su descendencia sobre lápidas sepulcrales (de «arios» nobles, huelga decirlo). Eran debidamente recomendados los cementerios en los que, según habían demostrado los investigadores, reposaban los huesos de tipos nórdicos apropiados, y el periódico oficial de las SS publicaba con regularidad listas de esos cementerios (22).

Himmler pensaba montar a su alrededor un cuadro interno de sumos sacerdotes, un cónclave formado por doce Obergruppenführer de las SS (el equivalente en las SS de un teniente general), que constituirían sus propios y personales «caballeros de la Tabla Redonda». Este círculo casi místico integrado por trece miembros –el número recordaba deliberadamente los cónclaves ocultistas, así como, por supuesto, a Jesús y sus discípulos- tendría su cuartel general en la pequeña ciudad de Wewelsburg, cerca de Paderborn, en lo que actualmente es la Alemania Occidental. Aunque las obras de construcción no terminaron antes de acabar la guerra, Wewelsburg tenía que ser la capital oficial de las SS, el centro de su culto. La llamaban «Mittelpunkt der Welt»: el «centro del mundo» (23).



El castillo de Wewelsburg planeada cono futuro centro del mundo y capital oficial de las SS.



«Mittelpunkt der Welt», el «centro del mundo» Mapa de la ubicación del castillo de Wewelsburg



En el centro de Wewelsburg había un castillo y existía el proyecto de que cada uno de los trece altos dignatarios tuviera una habitación en él, que sería decorada al estilo de un período histórico concreto: el que, según la mayoría de los comentaristas, correspondía a su propia, supuesta y previa encarnación. En la gran Torre del Norte, los trece «caballeros» se reunirían a intervalos ritualizados. En el centro exacto de la cripta que quedaba debajo de la citada torre, ardería un fuego sagrado, al que se llegaría por medio de tres escalones, y junto a las paredes se alzaban doce pedestales de piedra; se ignora qué función se pensaba asignar a esos pedestales. Estos números, el tres y el doce, se repiten constantemente en la arquitectura del proyecto de reedificación. El simbolismo era importantísimo: alrededor del castillo, y con la cripta como centro, la ciudad que se pensaba construir formaría un radio hacia fuera constituido por círculos concéntricos meticulosamente proyectados.


La cripta o como otros denominan el Walhalla en el Castillo de Wewelsburg




El propio Himmler acostumbraba a hablar de geomancia, la «magia de la tierra», y de las supuestas líneas de sendas prehistóricas, y le gustaba fantasear sobre Wewelsburg como «centro de poder» oculto parecido (según él se imaginaba) a Stonehenge. La revista oficial de las Ahnenerbe -la «oficina de investigación», por así decirlo, de las SS- publicaba con frecuencia artículos que hablaban de cosas como esas.

Es interesante observar que ninguno de los aspectos «ocultistas» de la Alemania nazi llegó a formar parte de las copiosas pruebas y la documentación que se emplearon en los procesos de Nuremberg. ¿Por qué? ¿Sería porque los fiscales aliados desconocían su existencia en aquellos momentos? ¿Las descartaron por juzgar que no venían al caso o eran detalles circunstanciales? La verdad es que ni una cosa ni otra. Los fiscales conocían sobradamente la existencia de tales aspectos. Y, lejos de menospreciarlos, en realidad temían su potencia, temían las consecuencias psicológicas y espirituales que tendría para Occidente que se hiciese público que un estado del siglo XX se había instaurado y había conquistado el poder basándose en semejantes principios. Según el malogrado Airey Neave, uno de los fiscales de Nuremberg, los aspectos rituales y ocultistas del Tercer Reich fueron calificados deliberadamente de pruebas inadmisibles por temor a dichas consecuencias (24).

El razonamiento lógico en que se basó esta decisión fue que un abogado defensor inteligente, apelando a la racionalidad occidental, quizá podría alegar responsabilidad disminuida a causa de la locura en nombre de los criminales de guerra representados por él.


La Sala de los Obergruppenfuhrer de las SS en el Castillo de Wewelsburg. Nótese en el piso el diseño que representa el sol negro.



Hemos dedicado tanto espacio a examinar los aspectos religiosos de la Alemania de Hitler porque son precisamente esos aspectos los que mayor relación tienen con la actual búsqueda de sentido. La cultura occidental de la posguerra se ha acostumbrado a pensar en el nacionalsocialismo sencillamente como si hubiera sido un partido político extremista, así como a considerar que el Tercer Reich fue un estado gobernado por un reducido cónclave de locos. Puede que, en efecto, estuvieran locos, pero eso no es lo que importa. Lo importante es que lograron transmitir su locura y transmutarla en una forma de energía mesiánica.

El nazismo, como dijimos antes, no era una mera filosofía o ideología política que «engatusó» al pueblo alemán. Era una religión que, si ejerció tanta influencia, fue justamente porque cumplió la tradicional función religiosa de impartir sentido y coherencia a un mundo en el que, al parecer, no existían estos factores esenciales. Es en este sentido que el Tercer Reich ofrece, quizá, la lección objetiva más importante para nuestro tiempo, además de lanzar la advertencia más horrenda.

Actualmente, muchas personas, desilusionadas con el materialismo, abogan por un estado que se base fundamentalmente en principios espirituales. En teoría, es un objetivo válido y no serían demasiadas las personas con cierta responsabilidad dispuestas a discutirlo.

Pero el Tercer Reich demuestra que un estado basado en principios espirituales no es, por ello, necesariamente laudable o deseable. Si los principios «espirituales» se tergiversan, el potencial para la destrucción es, en todo caso, mayor que el del materialismo. El «espíritu», cuando se desmanda, es mucho más peligroso que la simple materia. La «guerra santa» puede ser la menos santa de todas las guerras, tanto si la hacen fundamentalistas islámicos en el Oriente Medio, como si la emprenden fundamentalistas cristianos en Norteamérica.


Epílogo 
La crisis de la posguerra y la desesperanza social

Hitler ataviado de Caballero del Grial. Estos carteles se publicaron en otoño de 1936 y fueron retirados poco después.



Hitler, de una forma propia y perversa, dio al pueblo alemán una nueva percepción de sentido, le confirió una religión nueva y, con ello, lo redimió de la incertidumbre, de la «relatividad de la perspectiva rayana en el pánico epistemológico». Y, aunque parezca irónico y paradójico, con ello dio una nueva percepción de sentido también al resto del mundo. A causa de Hitler y del Tercer Reich, el mundo tuvo sentido, aunque solo fuera durante un tiempo.

La primera guerra mundial había sido una guerra insensata. Lo que la hizo especialmente terrible fue que la locura era a la vez violenta y tan difusa y generalizada como una nube de gas asfixiante. No hubo en ella ni buenos ni malos de verdad. Todo el mundo tuvo la culpa y nadie la tuvo; todo el mundo la quiso y nadie la quiso; y, una vez hubo estallado, el asunto siguió su propio y siniestro curso, sin que nadie pudiera controlarlo. La locura de la primera guerra mundial fue esencialmente informe, y es imposible oponerse a lo que carece de forma. La única solución posible era el desgaste y el agotamiento.

En cambio, la segunda guerra mundial tuvo sentido. No solo fue una guerra sensata; quizá fue la más sensata de todas las guerras de la historia moderna. Fue una guerra sensata en lo que se refiere a las potencias aliadas, precisamente porque Alemania encarnaba, a todos los efectos, la locura colectiva de la humanidad. Al echar sobre sus hombros la capacidad humana para el horror, el ultraje, la atrocidad, la bestialidad, Alemania, paradójicamente, redimió al resto del mundo occidental, le devolvió la cordura. Hicieron falta Auschwitz y Belsen para que aprendiéramos el significado de la maldad, no como abstracta proposición teológica, sino como realidad concreta. Hicieron falta Auschwitz y Belsen para que viéramos las cosas que éramos capaces de hacer y sintiéramos el deseo de repudiarlas.

A diferencia de la contienda de 1914-1918, la guerra contra el Tercer Reich se convirtió en una cruzada legítima, en nombre de la decencia, de la humanidad y de la civilización.

En esta medida, Alemania confirió una renovada percepción de sentido, no solo a su  propio y engañado pueblo, sino, lo que es más válido, también al resto del mundo occidental. No había duda alguna sobre dónde estaba la maldad. Y era maldad, no simple estupidez, ni siquiera una tiranía convencional como la que podía asociarse con el kaiser, Napoleón o incluso Stalin. En pocas palabras, la locura colectiva del mundo adquirió forma al encarnarse en un pueblo concreto; y una vez estuvo dotada de forma, fue posible oponerse a ella. La oposición a esta locura restauró una jerarquía de valores que había desaparecido.

Desgraciadamente, Occidente no sacó de la experiencia las lecciones que habría podido sacar. Al descartar el Tercer Reich como fenómeno social, político y económico, los historiadores no supieron reconocer o admitir las necesidades psicológicas que lo habían engendrado al ser explotadas por Hitler y su camarilla. Y Occidente ha seguido sin percatarse de la realidad y la importancia de esas necesidades.

Nunca se ha hecho un intento de afrontar el problema con verdadera honradez. En consecuencia, sigue acechando en un segundo plano, en el umbral de la conciencia, de una forma subliminal. La Alemania nazi parecía ejemplo de lo irracional. Como resultado de ello, la sociedad occidental desconfió de lo irracional, repudió todas sus manifestaciones, excepción hecha de las pocas horas, circunscritas y contenidas de forma rigurosa, que se dedican a la iglesia los domingos. Incluso se intentó, por medio de versiones sencillas y puestas al día del devocionario y la Biblia, desmitificar el oficio que se celebra en los templos.

Como Hitler había demostrado ser un falso profeta, la sociedad occidental empezó a desconfiar de todos los profetas. Como el Tercer Reich había promulgado sus propios y pervertidos absolutos, la sociedad occidental decidió desconfiar de todos los absolutos. Al final, la desconfianza en los absolutos culminaría, una vez más, con una relatividad generalizada de la perspectiva.

El fenómeno no se hizo visible en seguida. En los años que siguieron a 1945, todavía era posible aferrarse a los valores que habían predominado durante la cruzada: la decencia, la humanidad y la civilización. Terminado el conflicto, los mismos valores aparecían alineados junto a una nueva fe en el progreso material. Después de todo, la derrota de Hitler había sido obra de recursos materiales y, por ende, estos recursos podían percibirse como fuerzas de la «bondad». En conjunción con la decencia, la humanidad y la civilización parecían representar algo en lo que se podía creer sinceramente. Así, en las postrimerías del decenio de 1940, la bomba atómica era considerada como un instrumento de paz, en lugar de como una amenaza en potencia…


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NOTAS

OBRA ORIGINAL: EL LEGADO MESIÁNICO
AUTORES: MICHAEL BAIGENT, RICHARD LEIGH y HENRY LINCOLN
Publicado originalmente en el Reino Unido por Jonathan Cape Ltd., en 1986. “The Messianic Legacy”. 2005, Ediciones Martínez Roca, S.A. Madrid – España.    

TRANSCRIPCIÓN de los capítulos:
CAPÍTULO 12: Sustitutivos de la fe: la Rusia soviética y la Alemania nazi.
CAPÍTULO 13: La crisis de la posguerra y la desesperanza social.

NOTAS a pie de página:

5. Langer, The mind of Adolf Hitler, pp. 55-56.
6. Ibíd., p. 56.
7. Ibíd.
8. Rauschning, Hitler speaks, p. 209.
9. Ibíd., pp. 209-210.
10. Hitler, Mein Kampf, p. 395.
11. Rausehning, Hitler speaks, p. 236.
12. Ibíd., p. 237.
13. Para la exploración definitiva de estas influencias ocultistas en Hitler, véase Goodrick-Clarke, The occult roots of Nazism. Las ideas de Hitler sobre la raza, la política, el exterminio de los no arios y la fundación de un milenio germánico se derivaban principalmente de la revista Ostara de Lanz von Liebenfels, fundador en 1907 de la orden de los Nuevos Templarios, cuya bandera llevaba una esvástica; véanse pp. 194-195. Véase también Phelps, «Before Hitler came ... ».
14. Frey, Cross and swastika, p. 5.
15. Ibíd., p. 79.
16. Ibíd., p. 78.
17. Manifestado por Baldur von Schirach durante su proceso, Nuremberg, 1946. Véase Trial of the major war criminals..., vol. xiv (mayo, 1946), p. 481.
18. Rauschning, Hitler speaks, p. 58.
19. Frey, Cross and swastika, pp. 85-86.
20. Tournier, trad. Bray, The Erl-King, pp. 261-262.
21. Frey, Cross and swastika, pp. 92-93.
22. Wykes, Himmler, pp. 121-122.
23. La obra definitiva sobre Wewelsburg es Hüser, Wewelsburg 1933 bis 1945
24. Comunicado a Michael Bentine y repetido a nosotros. Véase Bentine, The door marked summer, p.291.

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