Introducción del redactor del blog
A continuación de la introducción, como siempre, desde las entrañas de los viejos archivos desenterramos otro documento excepcional. Alguien podría refutar, luego de leer este artículo, que tras 10 años de haber sido escrito, no es una realidad latente en el día de hoy?
En una
entrega pasada habíamos afirmado que al desaparecer la URSS la “guerra fría”
fue reemplazada por el “choque de civilizaciones”, como hemos repetido reiteradas
veces, esto no es más que el pretexto
para dar coartada a nuevas tácticas del imperialismo estadounidense, basadas en
los deseos de las trasnacionales globalizadoras en lucha por la conquista
mundial de los mercados.
Consecuentemente,
los Estados Unidos de América necesitaban inventar un nuevo y poderoso enemigo
para seguir sosteniendo su inmenso aparato militar en todo el mundo, el
complejo militar industrial es hoy la principal economía de producción de esa
nación con ingentes ingresos provenientes del negocio de las armas.
Las
intervenciones militares para llevar el orden y la democracia a los países
sometidos por el “terrorismo” (Afganistán, Irak y las que están en marcha como
Siria, Líbano, Yemen y las que vendrán) son una bendición para las
todopoderosas corporaciones de armamento, para el sector petrolero y el de las nuevas tecnologías, sin
olvidarnos de la megabanca
internacional, con Wall Street, a la cabeza.
Qué
beneficios producen las guerras intervencionistas humanitarias? Acaparar multimillonarios beneficios
financieros a través de la ocupación militar, por medio de la política de
“reconstrucción” de los países “liberados” (destruidos por sus “benefactores”
con sus bombarderos). Dotando “seguridad” a esas naciones desprotegidas, fruto
de su invasión, proveyéndoles de nuevos armamentos y desarrollando nuevos
ejércitos a cambio de sus riquezas naturales; finalmente, la monopolización de
infinitas fuentes en los mercados de negocios, préstamos de capital líquido que
con toda probabilidad será imposible cancelar, hipotecando el futuro de la
nación “liberada”.
En un
momento en que las guerras “escaseaban” había que motivar a los “chicos malos”.
Los acontecimientos para movilizar la maquinaria bélica norteamericana, aunque
ya existía antes, fue aprovechada con vehemencia luego del 11 de septiembre de
2001: La guerra “contra el terror”, el “terrorismo internacional”, “terror
islámico”, en otras palabras “choque de civilizaciones” o, para mejor
entendimiento, guerra contra los pueblos musulmanes.
Existe
una compleja operación, conspiración para usar un término más adecuado, para
manipular la conciencia colectiva mundial mediante el bombardeo de información
hábilmente elaborada, la lucha antiterrorista ha constituido desde inicios de
este siglo en la frase clave de la desinformación mediática, su finalidad es
justificar las guerras de agresión patrocinadas por los Estados Unidos y la
OTAN.
Como las
buenas películas de Hollywood, es necesario crear y diferenciar entre buenos y
malos, ya que sin villanos no puede haber héroes. El Pentágono y los servicios
secretos nos ahogan en un mar de lectura con un guión planificado para el
entretenimiento. Durante la primera década del siglo XXI Bin Laden constituyó
el mítico ‘enemy Number One of the American people’, por su “atrevimiento” de
volar las Torres Gemelas. (Ver mi artículo: MUNDO BÉLICO, los héroes del cine americano)
Durante
este tiempo, hasta la supuesta muerte de Bin Laden (hablamos de la versión
oficial estadounidense) hemos sido objeto de una manipulación mediática
grotesca que ya ha justificado la destrucción de varios países y la
aniquilación de millones de seres humanos en Medio Oriente. El legendario Bin
Laden y la "guerra contra el terror” son parte de la estrategia expansionista.
Uno de
los objetivos de la élite, que denuncia el Dr. Coleman (Sobre conspiraciones y algo más...El Comité de los 300), es crear un
aparato terrorista de alcance internacional, con quien secretamente se puede
negociar, manipular y utilizar a su conveniencia. Es innegable, a estas
alturas, que el fenómeno mediático del mítico villano Osama bin Laden cumplió al
cien por cien las aspiraciones de los productores, directores y actores de la
Casa Blanca. Como las cosas no se pueden mantener por siempre en secreto
llegará el momento en que haya que despedir al actor que hace el papel de malo
de la película.
Osama se
fue, hoy se ha puesto en escena algo más melodramático, que vende muy bien, un
protagonista que perturba la psiquis del sensible y asiduo espectador, la
película de terror se titula “Estado Islámico”, siendo la continuación de la
saga de la “Red al Qaeda”, que pasada ya una década del 11-S se había
convertido en un film que ya no tenía mucha audiencia. El espectáculo del
terror islámico escenificado por decenas de miles de actores y extras
(yihadistas) dispuestos a pasar a la inmortalidad por sus hazañas, son
merecedores del Oscar por la mejor escena de muerte y de maldad representada en
vivo y en directo.
Por
favor, si este espectáculo no conmociona al mundo… en dónde vivimos? Hay que
organizar una nueva cruzada contra el terror, sin duda es el mal menor dirá la
engañada opinión publica estadounidense, en aras de la nueva ‘doctrina de
seguridad nacional’, tras el 11-S, debemos apoyar a nuestros líderes y bendecir
a las tropas que marchan al sacrificio por seguir manteniendo nuestra libertad,
alborotan los medios de desinformación.
En
resumen:
La “guerra contra el terror” justifica la doctrina de seguridad nacional norteamericana lanzada luego del 11-S, en razón de que los malvados terroristas desean destruir la civilización. Por consiguiente está justificado y es legítimo el objetivo de destruir a los países que integran el "eje del mal" que alimentan a las organizaciones terroristas en el mundo.
Los
estadounidenses se encuentran sometidos, sin ser concientes de ello, a una
manipulación astuta, a través de los medios masivos de desinformación, la nueva
doctrina de seguridad nacional va paralela a la doctrina del miedo que se
impregna en la mente de cada ciudadano americano, en lo que muchos llaman
ingeniería social o lavado cerebral, impregnando temor, por ende, cambiando la
conducta de la gente para ver a los pueblos musulmanes como sus enemigos.
Fue Bin
Laden con al Qaeda, luego el Emirato Islámico en su guerra de conquista
territorial, quienes coadyuvan al éxito de los planes del gobierno de los Estados
Unidos, que actúa en contubernio con la banca y empresas multinacionales con
esa astuta maniobra para conquistar los mercados y recursos naturales del Medio
Oriente y África; sirve, además, para reforzar su aparato militar en dichas
regiones y otras como el Lejano Oriente. Esa política no será olvidada aplicar
en Latinoamérica, ante la pérdida de influencia en sus “colonias”, a las que
tenía en “abandono” por sus aventuras en otros lejanos parajes del mundo.
Un más
siniestro objetivo de estos planes constituye el control total del ámbito
político-social en su propia nación y en sus zonas de influencia Latinoamérica
y Europa (por intermedio de la OTAN). Las legislaciones de los países europeos,
por ejemplo, luego de los atentados contra el semanario satírico francés 'Charlie
Hebdo', van transformándose en una legislación de carácter represivo, como dicen algunos expertos, se
está criminalizando los problemas sociales internos de las naciones
relacionándolos con acciones subversivas. No lo dudemos: Dentro de poco será
“actividad terrorista” todo acto legítimo de protesta por nuestras
reivindicaciones sociales.
La nueva
guerra fría contra Rusia estancará el desarrollo industrial, que ya empieza a
notarse (desempleo – recesión), para privilegiar la industria militar. La
actual tecnología de punta y el sector financiero internacional se moviliza en
respaldo de la producción de la muerte, lo cual desatará, posiblemente, nuevas
reglas en la OTAN; y, se prevé nuevas medidas para el caso de contingencias
“antiterroristas” como la “increíble” y “repentina” aparición de un ejército de
yihadistas dispuestos a “conquistar” el mundo.
Tito Andino
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La OTAN y el «choque de civilizaciones»
La OTAN ha cambiado mucho. Durante los años 1990 se convirtió en alianza militar ofensiva en la ex Yugoslavia, arrogándose el derecho de condenar o atacar a los Estados en lugar de la ONU. Después de los atentados del 11 de septiembre fue más allá de su zona de acción tradicional para agredir Afganistán y hoy los dirigentes atlantistas reclaman la extensión de su territorio y de sus atribuciones en nombre de la lucha contra el «yihadismo», afirmando que se trata de una «amenaza» tan peligrosa como la URSS.
Como ya hemos explicado en estas columnas, el «Choque de Civilizaciones» no es una simple teoría sobre la evolución de las relaciones internacionales. Se trata de un programa concebido en el seno del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos y los think tanks ligados al complejo militar e industrial con el fin de inventar un adversario estratégico ficticio que permita justificar el aumento de los créditos militares y el intervencionismo militar en las regiones donde se concentran los últimos recursos energéticos fósiles que pueden ser explotados.
Sobre esa base, se inventó el mito, ampliamente
propagado por los medios de difusión, de la existencia de un gran complot
islamista mundial en guerra con «Occidente». Los atentados del 11 de septiembre
de 2001 significarían entonces una declaración de guerra equivalente al inicio
de la Guerra Fría, Al-Qaeda representaría una amenaza comparable a la de la
URSS (y hasta más peligrosa) y para poder enfrentar esta situación habría que
transformar radicalmente el orden mundial establecido al término de la Segunda
Guerra Mundial. Estos postulados se integran al discurso dominante sobre la
globalización económica para conformar una vulgata ideológica que justifica al
mismo tiempo la revisión del derecho internacional, la restricción de las
libertades ciudadanas y la adopción del modelo económico anglosajón bajo el
presupuesto de que el siglo XXI ofrece a la vez «nuevas oportunidades» y
«nuevos peligros». En pocas palabras, el mundo tiene que «adaptarse a los
nuevos retos del siglo XXI», slogan que los lectores de Tribunas y Análisis
encuentran constantemente en nuestros resúmenes.
La base del aspecto geopolítico de ese discurso
común es la hipertrofia mediática del «peligro islamista», comparable a los
totalitarismos nazi y estalinista. Aunque no siempre asumida, esa comparación
sirve como postulado inicial implícito en numerosos análisis o justificaciones
políticas. Pocos responsables de la toma de decisiones políticas o analistas
geoestratégicos de los medios dominantes la ponen hoy en duda.
Sin embargo, el ex consejero de Jimmy Carter para
la Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, denuncia como improductivo el
énfasis que se pone en Al-Qaeda y en el terrorismo islámico. Brzezinski afirma
en el Washington Post que la insistencia de la administración Bush en la
denuncia del «yihadismo» hace ver a Estados Unidos como un país de cobardes y
rompe el impulso movilizativo y unificador de Washington a nivel mundial. Por
otro lado, esa retórica perjudica la política estadounidense en contra de Rusia
y favorece, según Brzezinski, la de Vladimir Putin. En la tribuna de quien
fuera el creador de la política del cansancio de la URSS en Afganistán se nota
que, más que la fraseología bushiana, lo que pone en tela de juicio son las
prioridades estratégicas.
Para Brzezinski, como para una parte de los
demócratas, la oposición al
resurgimiento ruso constituye una prioridad por lo menos tan importante como el
control del Medio Oriente. Siendo así, toda política que pueda dar lugar a un
acercamiento entre Rusia y los países musulmanes debe ser combatida.
A pesar de ello, la opinión de Brzezinski tiene
hoy un carácter excepcional en el campo mediático occidental.
También en el Washington Post, la secretaria de
Estado estadounidense, Condoleezza Rice, promueve los principios de su política
exterior, mucho más acorde con la ideología dominante. En su tribuna, que
contiene numerosas alusiones, Condoleezza Rice expone su doctrina, en la que entremezcla
el principio de la Pax Democratica, tan importante para Madeleine Albright, el
peligro islamista y el choque de civilizaciones.
Afirma
que el mundo ha sufrido cambios radicales y que las amenazas que se ciernen
sobre todos los Estados del mundo no son ya de orden estatal. El peligro viene
de redes terroristas que proliferan en los Estados débiles o en vías de
descomposición. Ello implica que conviene reducir en adelante la importancia de la
soberanía de los Estados en el sistema internacional ya que se hace necesario
actuar en lugar de los Estados impotentes, sobre todo teniendo en cuanta que
–según Rice– la principal amenaza no es ya la guerra entre Estados. La
secretaria de Estado afirma además que lo importante no es ya la correlación de
fuerza entre los Estados sino los regímenes adoptados. Esa fórmula sibilina
significa que el nuevo orden internacional que desea la administración Bush no
debe preocuparse por establecer igualdad entre los Estados ni por la hegemonía
estadounidense sino garantizar la difusión de un tipo de régimen.
Condoleezza Rice no habla de la «comunidad de
democracias» que promovía Madeleine Albright pero uno no puede menos que pensar
en ella al leer su texto. Tampoco afirma que el «yihadismo» sea una amenaza
comparable al bloque soviético, pero lo sugiere cuando compara su propia acción
a la de Dean Acheson, el secretario de Estado en funciones al principio de la
Guerra Fría. Finalmente, teniendo en cuenta que Rice acaba de regresar de un
viaje por Europa y que Acheson fue el fundador de la OTAN, uno no puede menos
que sentirse inclinado a interpretar el texto de la Secretaria de Estado sobre
el necesario «cambio de doctrina» como un llamado a una reforma de la Alianza
Atlántica y de las herramientas creadas para la Guerra Fría.
Condoleezza Rice no habla de la OTAN en su texto,
pero su gira por Europa situó de nuevo a ese pacto militar en el centro de las
preocupaciones atlantistas en los medios de difusión. La mayoría de los textos
publicados sobre el tema arrojan que la Alianza Atlántica debe «adaptarse a los
nuevos retos del siglo XXI», para retomar la fórmula consagrada. Tiene que
convertirse en una máquina al servicio de los intereses estadounidenses frente
a los nuevos enemigos designados con el pretexto de promover la democracia.
Soldados de la OTAN en una ceremonia
La OTAN ya ha cambiado mucho. Durante los años 1990 se convirtió en una alianza militar ofensiva en la ex Yugoslavia arrogándose el derecho de condenar o de atacar Estados en lugar de la ONU. Durante la cumbre del cincuentenario analizó la posibilidad de ir más allá de su zona de acción tradicional y de extender sus misiones, incluyendo la realización de acciones policíacas. Así lo hizo cuando atacó Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre, y hoy los dirigentes atlantistas reclaman que se extiendan su territorio y prerrogativas.
Como muestra de esa transformación, el servicio
de prensa de la OTAN difunde el discurso que el secretario general de la
Alianza Atlántica, Jaap de Hoop Scheffer, pronunció el 1ro de diciembre de 2005,
en Doha, durante la conferencia sobre el papel de la OTAN en el Golfo
Arábigo-Pérsico, organizada conjuntamente por la OTAN y la Rand Corporation. Se
trataba de la primera visita oficial
de un secretario general de la OTAN en funciones a la región. El autor presenta las evoluciones de la
alianza y llama a una asociación con los Estados del Golfo. Elogia la
colaboración entre esos países y la Alianza Atlántica en el seno de la
Iniciativa de Estambul y la justifica en nombre de las evoluciones geopolíticas
y las transformaciones de los regímenes locales. De ese modo, presenta a la
OTAN como una organización que apoya las reformas democráticas regionales y que
extiende su protección (generosa) a las naciones en vías de democratización
ante la nueva amenaza global que representa –según él– el terrorismo
internacional.
Pero hoy, para los círculos atlantistas, la
estructura actual de la OTAN no se adapta ya a los nuevos objetivos que se le
quieren asignar. Los responsables se movilizan, por lo tanto, a favor de una
transformación de sus estatutos y de su organización militar.
En Le Monde, Victoria Nuland, embajadora
estadounidense ante la OTAN y esposa del teórico neoconservador Robert Kagan,
llama a reformar la alianza aunque mantiene la más completa oscuridad en cuanto
a las modificaciones concretas que desearía aportar a sus estructuras. Su
tribuna es ante todo la repetición constante de la argumentación clásica sobre
la naturaleza global de los «peligros del siglo XXI». Sin embargo, aunque su
texto no contiene ninguna proposición concreta, ilustra el proyecto estadounidense sobre la OTAN. Al pedir que la Alianza
Atlántica se convierta en centro de reunión de las democracias y que actúe en
el campo militar, en el humanitario y hasta en el sector económico (para
garantizar la prosperidad de sus miembros), la señora Nuland reemplaza a la ONU por la OTAN. Aunque
no lo dice, la embajadora prepara a los lectores de Le Monde para el reemplazo
de la organización internacional por una comunidad de democracias atlantistas
basada en la OTAN.
En el diario conservador español ABC, el ex
presidente del gobierno español, José María Aznar, presenta un análisis
análogo, basado en un informe [La OTAN, una alianza por la libertad] (Ver
también el escrito del especialista militar Viktor Litovkin). Aznar también
afirma que la OTAN debe cambiar y adaptarse a las «nuevas amenazas» y que tiene
que enfrentar el «peligro yihadista». Para eso es necesario que la OTAN se convierta en la alianza militar de las
«democracias», incluyendo a Japón, Israel y Australia. Yendo más lejos, el
autor pide también que la alianza desarrolle su importancia en el campo de la
seguridad interna de sus miembros y que rompa con el principio de unanimidad en
la toma de decisiones. En esas condiciones, la OTAN podría influir en las legislaciones nacionales en materia de
seguridad sin tener que someterse al principio de unanimidad. La
incorporación de países atlantistas como Australia, Japón e Israel reforzaría
además el peso de Estados Unidos en el seno de una organización sometida al
principio de la mayoría.
Recordemos que la vocación de la OTAN no es
precisamente la de una alianza de democracias, como pretende Aznar. El Portugal
de Salazar estuvo entre sus fundadores, la Grecia del régimen de los coroneles
encontró su lugar en ella y, mediante de la red stay behind, la alianza
participó en diferentes intentos desestabilizadores contra Estados miembros o
en golpes de Estado. Aunque es cierto que España no entró formalmente a la
alianza hasta 1981, luego de la democratización española, también es cierto que
la OTAN no hizo absolutamente nada para apoyar la democratización de ese país y
que se esforzó al máximo por impedir que los comunistas españoles desempeñaran
un papel importante en el proceso democrático.
Al reforzar el peso de la OTAN en los asuntos
internos de los países europeos en nombre de la lucha contra la «amenaza
islamista» estaríamos asistiendo a un recrudecimiento de las capacidades de
injerencia política de Estados Unidos, injerencia que no tiene nada de
«democrática».
Sin embargo, no es seguro que Estados Unidos
disponga de los medios necesarios para reformar la OTAN y convertirla en lo que
quiere Washington.
El editorialista conservador del Washington Post,
Jim Hoagland, estima que los países de la «vieja Europa» podrían bloquear el
tan deseado proceso de «reforma». Recomienda prudencia a la administración
Bush, aunque también le aconseja aprovechar el momento actual: los dirigentes
franceses tienen problemas internos que debilitan su nociva influencia en el
seno de la alianza atlántica y Gerhard Schroder fue substituido por una
canciller mucho más abierta. O sea, si Estados Unidos actúa con habilidad y se
apoya en el Reino Unido, Italia y los países del antiguo bloque soviético, la
administración Bush podría lograr transformar la alianza conforme a sus deseos.
Por su parte, en medio de este optimismo
atlantista y sueños de reforma, el analista atlantista y consejero de Angela
Merkel, Detlef Drewes, se inquieta por el futuro de la Alianza Atlántica desde
las páginas del Braunschweiger Zeitung. La duplicidad del discurso
estadounidense sobre los valores democráticos se ha hecho evidente para todos y
Washington no parece estar dispuesto, o capacitado, a hacer nada para
remediarlo. En esas condiciones, se hace difícil, en términos de imagen, que
los gobiernos europeos puedan asociarse a Estados Unidos y realizar acciones
conjuntas.
Red Voltaire
19 diciembre 2005
http://www.voltairenet.org/article132639.html