Continuamos la publicación de la cuarta parte del libro de Thierry Meyssan, Sous nos yeux. En el primer semestre del año 2011, con el apoyo de Estados Unidos y del Reino Unido, la Hermandad Musulmana llega al poder en Túnez, Egipto y Libia.
Este artículo es un segmento del libro "Sous nos Yeux". (Ir a la tercera parte)
En 2011, el presidente tunecino Ben Ali, el líder libio Muammar el-Kadhafi y el presidente egipcio Hosni Mubarak estaban a las órdenes de Washington.
Kadhafi había renunciado en 2003 a la independencia política y los otros dos siempre habían sido vasallos de Estados Unidos. Sin importar los servicios prestados a la superpotencia estadounidense, los tres fueron expulsados del poder para reemplazarlos por la Hermandad Musulmana.
7- Inicios de la “Primavera Árabe” en Túnez
El 12 de agosto de 2012, el presidente estadounidense Barack Obama, firma la Directiva Presidencial de Seguridad Nº 11 (PSD-11). Obama informa a todas sus embajadas en el Medio Oriente ampliado, o Gran Medio Oriente, que deben prepararse para “cambios de régimen”. Para coordinar la acción secreta en el terreno, el presidente demócrata Barack Obama nombra varios miembros de la Hermandad Musulmana como miembros del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Washington va a poner en aplicación el plan británico de las llamadas “Primaveras Árabes”. Para la Hermandad Musulmana, ha llegado el momento de alcanzar la gloria.
El 17 de diciembre de 2010, un vendedor ambulante de verduras, “Mohamed” (Tarek) Bouazizi, cuya mercancía había sido confiscada por la policía, se inmola en Túnez prendiéndose fuego. La Hermandad Musulmana se apodera del incidente y hace correr noticias falsas según las cuales el joven Bouazizi era un estudiante sin trabajo y una mujer policía lo había abofeteado. Inmediatamente, los hombres de la National Endowment for Democracy (NED, la falsa ONG de los servicios secretos de los cinco Estados anglosajones) soborna a la familia del difunto para que no revele la verdad y caldea los ánimos en el país. En medio de la cadena de manifestaciones contra el desempleo y los actos de violencia de la policía, Washington hace saber al presidente tunecino Ben Ali que tiene que dejar el país, mientras que el MI6 organiza el regreso triunfal –desde Londres– del Guía de la Hermandad Musulmana tunecina, Rached Ghannouchi.
A eso se resume la “revolución del jazmín”. El esquema de este cambio de régimen toma algunos elementos de la caída del shah de Irán, seguida del regreso del imam Khomeini, agregándole otros de las más recientes revoluciones de colores.
Rached Ghannouchi había creado una rama tunecina de la Hermandad Musulmana y realizado una intentona golpista en 1987. Arrestado y encarcelado varias veces, se exila en Sudán, donde goza del respaldo de Hassan el-Turabi. Después se exilia en Turquía, donde se acerca a Recep Tayyip Erdogan, por entonces dirigente de la Milli Gorus. En 1993, Ghannouchi obtiene asilo político en Londonistán, donde se instala con sus dos mujeres y sus hijos.
Los anglosajones ayudan a Ghannouchi a mejorar la imagen de su partido, el Movimiento de la Tendencia Islámica, rebautizado como Movimiento del Renacimiento (Ennahdha). Para calmar los temores de la población ante la cofradía, la NED recurre a sus peones de la extrema izquierda. Moncef Marzouki, presidente de la Comisión Árabe de Derechos Humanos, hace de garante moral afirmando públicamente que la Hermandad Musulmana ha cambiado mucho y que los miembros de la cofradía se han convertido en demócratas. El propio Marzouki será electo presidente de Túnez. Ghannouchi gana las elecciones legislativas y logra formar un gobierno, de diciembre de 2011 hasta agosto de 2013. En ese gobierno introduce a otros peones de la NED, como Ahmed Nejib Chebbi, un ex maoísta y posteriormente trotskista reciclado por Washington. Siguiendo el ejemplo de Hassan al-Banna, Ghannouchi constituye una milicia vinculada a su partido –la Liga de Protección de la Revolución– que se encarga de los asesinatos políticos, como el del líder opositor Chokri Belaid.
A pesar del indudable respaldo que una parte de la población tunecina le había aportado a su regreso, el partido de Ghannouchi (Ennahdha) se vuelve rápidamente minoritario. Antes de dejar el poder Ghannouchi hace votar una serie de leyes fiscales cuyo objetivo es provocar con el tiempo la ruina de la burguesía laica. Espera transformar así la sociología del país y volver rápidamente a los primeros planos del escenario político.
En mayo de 2016, Innovative Communications & Stratégies –compañía creada por el MI6– monta el 10º Congreso de Ennahdha. Los propagandistas aseguran que Ennahdha se ha convertido en una formación “civil” y que ahora separa sus actividades políticas de las religiosas. Pero esa evolución nada tiene que ver con el laicismo, simplemente se ha pedido a los dirigentes que se repartan el trabajo y que no ocupen simultáneamente cargos electivos y cargos eclesiásticos, en otras palabras que el mismo individuo no sea a la vez diputado e imam.
8- La “Primavera Árabe” en Egipto
El 25 de enero de 2011, o sea una semana después de la huida del presidente tunecino Ben Alí, la fiesta nacional de Egipto se convierte en manifestación contra el poder. El tradicional dispositivo estadounidense de las revoluciones de colores dirige estas protestas: los serbios entrenados por Gene Sharp –el teórico de la OTAN especializado en los llamados “golpes suaves”, que en realidad son cambios de régimen sin recurrir a la guerra– y los hombres de la NED. Sus libros y folletos traducidos al árabe, que precisan hasta las consignas a utilizar en las manifestaciones, se distribuyen ampliamente desde el primer día. Gran parte de esos espías serán posteriormente arrestados, juzgados, condenados y luego expulsados del país. Los manifestantes son movilizados principalmente por la Hermandad Musulmana, cuyo respaldo a nivel nacional se estima entre un 15 o 20%, y por Kifaya (“¡Basta ya!”), un grupo creado por Gene Sharp. Se inicia la “revolución del loto” o “revolución blanca”. Las protestas tienen lugar principalmente en El Cairo, en la plaza Tahrir, y en otras siete ciudades. Pero están muy lejos de la ola revolucionaria de Túnez.
La Hermandad Musulmana recurre a la violencia desde el primer momento. En la plaza Tahrir, los miembros de la cofradía llevan sus heridos a una mezquita previamente equipada con todo lo necesario para prestarles los primeros auxilios. Los canales de televisión de las petromonarquías de Qatar (Al-Jazeera) y Arabia Saudita (Al-Arabiya) llaman al derrocamiento del régimen y transmiten en vivo la información estratégica. Estados Unidos trae de regreso a Egipto al ex director de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA), el premio Nobel de la Paz Mohamed el-Baradei, ahora convertido en presidente de la Asociación Nacional para el Cambio. A el-Baradei se le concedió el Nobel por haber calmado a Hans Blix, cuando este último denunciaba en nombre de la ONU las mentiras de la administración Bush tendientes a justificar la guerra contra Irak. Desde hace más de un año, el-Baradei preside una coalición creada según el esquema de la Declaración de Damasco: un texto razonable, firmantes de todas las tendencias… más la Hermandad Musulmana, cuyo programa es en realidad todo lo contrario del contenido de la plataforma.
La Hermandad Musulmana es, en definitiva, la primera organización egipcia que llama al derrocamiento del régimen. Las televisoras de todos los países miembros de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo predicen la fuga del presidente Hosni Mubarak, mientras que el enviado especial del presidente Obama –el embajador Frank Wisner Jr., padre de adopción del presidente francés Nicolas Sarkozy–, primero finge apoyar a Mubarak para ponerse después del lado de la multitud. Frank Wisner presiona a Mubarak para que se retire. Finalmente, al cabo de dos semanas de motines y de una manifestación que reúne un millón de personas, Mubarak recibe de Washington la orden de ceder y dimitir. Pero Estados Unidos quiere cambiar la Constitución antes de poner a la Hermandad Musulmana en el poder. Así que el poder queda temporalmente en manos del ejército. El mariscal Mohamed Husein Tantawi preside el Comité Militar que se ocupa de la gestión cotidiana del país. Tantawi nombra una Comisión Constituyente de siete personas, dos de ellas miembros de la Hermandad Musulmana. Es precisamente uno de estos últimos, el juez Tareq Al-Bishri, quien preside los trabajos de la Comisión.
No obstante, la cofradía sigue realizando manifestaciones todos los viernes, a la salida de las mezquitas, y perpetra linchamientos de cristianos coptos sin que la policía intervenga para evitarlos.
9- Nada de revoluciones de colores para Bahréin ni Yemén.
Aunque la cultura yemenita no tiene absolutamente nada que ver con la del norte de África, exceptuando el uso del mismo idioma, un importante movimiento de protesta sacude desde hace meses Bahréin y Yemen. La coincidencia con los sucesos de Túnez y Egipto amenaza con crear cierta confusión. El emirato de Bahréin sirve de base a la Quinta Flota estadounidense, que desde allí controla la circulación marítima en el Golfo Pérsico, mientras que Yemen domina –junto con Yibuti– la entrada y salida del Mar Rojo y del Canal de Suez.
La dinastía reinante en Bahréin teme que la sublevación popular barra a la monarquía y, obedeciendo a un reflejo natural, atribuye la revuelta a Irán ya que, en 1981, un ayatola chiita iraquí había intentado exportar la revolución del imam Khomeini y derrocar el régimen títere que los británicos habían instaurado en Bahréin en el momento de la independencia, en 1971.
El secretario de Defensa estadounidense Robert Gates viaja a la región y autoriza Arabia Saudita a aplastar esas verdaderas revoluciones. El príncipe saudita Nayef dirige la represión. Al igual que el príncipe Bandar, Nayef pertenece al clan de los Sudairis, aunque Nayef es mayor y Bandar solo es hijo de una esclava. La repartición de los papeles entre ellos es muy clara: el tío –Nayef– se encarga de mantener el orden reprimiendo los movimientos populares, mientras que el sobrino –Bandar– se ocupa de desestabilizar Estados mediante la organización del terrorismo. Lo importante es que nos fijemos en qué países actúa uno y en cuáles actúa el otro.
10- La “Primavera Árabe” en Libia
Washington había planeado el derrocamiento de los regímenes aliados encabezados por Ben Alí y Mubarak sin recurrir a la guerra. Pero todo será muy diferente en Libia y Siria, países gobernados por los revolucionarios Kadhafi y Assad.
A principios de febrero de 2011, siendo aún Hosni Mubarak presidente de Egipto, la CIA organiza en El Cairo el inicio de la continuación de las operaciones. Un encuentro reúne a varios actores, como la NED –representada por los senadores estadounidenses John McCain, a nombre de los republicanos, y Joe Liberman, por el Partido Demócrata–, Francia –representada por Bernard-Henri Levy– y la Hermandad Musulmana. A la cabeza de la delegación libia está Mahmud Jibril –el miembro de la cofradía que formó a los dirigentes de las monarquías del Golfo y reorganizó Al-Jazeera. Jibril llega a la reunión como número 2 del gobierno de la Yamahiriya Árabe Libia y sale de ella… como jefe de la oposición a la “dictadura”. Ya no regresa a su lujosa oficina de Trípoli sino que se va a la ciudad de Bengazi, en la región libia de Cirenaica. En la delegación siria están Anas al-Abdeh, fundador del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), y su hermano Malik al-Abdeh, director de Barada TV –televisión antisiria financiada por la CIA y el Departamento de Estado. Washington ordena iniciar las guerras civiles, simultáneamente en Libia y en Siria.
El 15 de febrero, el Dr. Fathi Terbil, abogado de las familias de los muertos en 1996 durante la masacre de la cárcel de Abu Salim, recorre Bengazi asegurando que la cárcel local está en llamas y llamando la población a liberar a los presos. Será brevemente arrestado y liberado el mismo día. Al día siguiente, 16 de febrero, también en Bengazi, agitadores atacan tres puestos de la policía, los locales de la seguridad interna y las oficinas del fiscal. Al defender la armería de la seguridad interna, la policía mata a seis de los atacantes. Mientras tanto, en Al-Baidha, entre Bengazi y la frontera con Egipto, otro grupo de individuos armados ataca igualmente varios puestos de la policía, los locales de la seguridad interna y logran tomar el cuartel Hussein Al-Jwaifi y la base aérea militar de Al-Abrag, se apoderan de gran cantidad de armas, golpean a los guardias y cuelgan a un soldado. Otros incidentes menos espectaculares tienen lugar de manera coordinada en otras siete ciudades libias.
Estos atacantes dicen pertenecer al Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL, afiliado a al-Qaeda). Son todos miembros o ex miembros de la Hermandad Musulmana. Dos de sus jefes han pasado por el lavado de cerebro que se practica en la base naval estadounidense de Guantánamo, según las técnicas de los profesores Albert D. Biderman y Martin Seligman.
A finales de los años 1990, el GICL había tratado de matar a Kadhafi en cuatro ocasiones, por orden del MI6, y de crear una guerrilla en las montañas de la región libia de Fezzan. El general libio Abdel Fattah Younes lo combatió entonces duramente, obligándolo a retirarse de la Yamahiriya. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el GICL aparece en la lista de organizaciones terroristas elaborada por el Comité 1267 de la ONU… pero tiene una oficina en Londres, bajo la protección del MI6.
El nuevo jefe del GICL, Abdelhakim Belhadj, quien luchó en Afganistán junto a Osama ben Laden y también en Irak, había sido arrestado en Malasia, en 2004, y trasladado a una cárcel secreta de la CIA en Tailandia, donde se le aplicó el llamado “suero de la verdad” y fue sometido a torturas. Como resultado de un acuerdo entre Estados Unidos y Libia, Belhadj fue enviado de regreso a este último país, donde fue nuevamente torturado –pero por agentes británicos– en la cárcel de Abu Salim. El GICL y al-Qaeda fusionan en 2007.
Sin embargo, en el marco de las negociaciones de 2008-2010 con Estados Unidos, Saif al-Islam Kadhafi había negociado una tregua entre la Yamahiriya y el GICL, ya vinculado a al-Qaeda. Esta última organización publica incluso un largo documento, titulado los Estudios Correctores, donde reconoce haberse equivocado al llamar a la yihad contra los correligionarios en un país musulmán. En tres oleadas sucesivas, todos los miembros de al-Qaeda son amnistiados y liberados en Libia, bajo una sola condición: que renuncien por escrito a la violencia. De los 1.800 yihadistas encarcelados en Libia, sólo un centenar rechaza el acuerdo y prefiere seguir en la cárcel. En cuanto es liberado, Abdelhakim Belhadj sale de Libia y se instala en Qatar. Pero en 2011, todos aquellos yihadistas ya habían logrado regresar a Libia sin que nadie hiciera sonar las alarmas.
El 17 de febrero de 2011, la Hermandad Musulmana organiza en Bengazi una manifestación en memoria de las 13 personas muertas durante la manifestación de 2006 contra el consulado de Italia. Los organizadores afirman que fue Muammar el-Kadhafi quien organizó en aquella época el escándalo de las “caricaturas de Mahoma” con ayuda de la Liga del Norte italiana. La manifestación se convierte en enfrentamiento, con un saldo de 14 muertos entre manifestantes y policías.
Se inicia así la “revolución”. La realidad es que los manifestantes no buscan derrocar la Yamahiriya sino proclamar la independencia de la región de Cirenaica. Se distribuyen entonces en Bengazi decenas de miles de banderas de los tiempos del rey Idriss (1889-1983). La Libia moderna se compone de tres provincias del antiguo Imperio otomano que no se convirtieron en un solo país hasta 1951. La región de Cirenaica estuvo gobernada –desde 1946 hasta 1969– por la monarquía de los Senussi, una familia wahabita respaldada por los sauditas, que logró extender su poder a toda Libia.
Ante estos actos de violencia, Muammar el-Kadhafi promete hacer “correr ríos de sangre” con tal de salvar a su pueblo de los islamistas. En Ginebra, la Liga Libia de Derechos Humanos, asociación creada por la NED, separa esas declaraciones de su contexto y las presenta a la prensa occidental como amenazas proferidas contra el pueblo libio, además de asegurar que Kadhafi ya está bombardeando Trípoli. En realidad, esta Liga es un cascarón vacío que reúne a los individuos que habrán de convertirse en ministros de la Libia post-Kadhafi, después de la invasión de la OTAN.
El 21 de febrero, el jeque Yussef al-Qaradawi emite a través de Al-Jazeera una fatwa en la que ordena a los militares libios que salven al pueblo asesinando a Muammar el-Kadhafi.
El Consejo de Seguridad de la ONU, basándose en los trabajos del Consejo de Derechos Humanos de Ginebra –que ha oído en audiencia a la ya mencionada Liga libia y al embajador libio– y a pedido del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), autoriza el uso de la fuerza para proteger a la población frente al dictador.
Pero el general estadounidense Carter Ham, comandante del AfriCom, siente la sangre hervir en sus venas cuando el Pentágono le ordena coordinar sus acciones con el GICL, vinculado a al-Qaeda. ¿Cómo es posible trabajar en Libia con los mismos individuos contra quienes se está luchando en Irak y que han matado soldados estadounidenses? El Pentágono depone de inmediato al general Carter Ham, en beneficio del almirante James Stavridis, comandante del EuCom y de las fuerzas de la OTAN.
Se produce entonces un entreacto. El 1º de mayo de 2011, el presidente Barack Obama anuncia que el Comando 6 de los Navy Seals ha eliminado en Abbottabad (Pakistán) a Osama ben Laden, de quien no se tenían noticias creíbles desde hace casi 10 años. Ese anuncio permite cerrar el expediente de al-Qaeda y “maquillar” a los yihadistas para convertirlos en aliados de Estados Unidos, como en los viejos tiempos de las guerras en Afganistán, en Bosnia-Herzegovina, Chechenia y Kosovo. El cuerpo de éste “ben Laden” será lanzado al mar.
En Libia, la línea del frente se mantiene sin cambios durante seis meses. El GICL controla Bengazi y proclama un Emirato Islámico en Derna, ciudad de donde provienen la mayoría de sus miembros. Para aterrorizar a los libios, el GICL secuestra gente al azar. Los cuerpos mutilados, o partes de ellos, aparecen después en las calles. Los yihadistas eran inicialmente personas normales, pero sus jefes e instructores les suministran una mezcla de drogas naturales y drogas sintéticas que inhibe toda sensación o sentimiento humano, lo cual permite llevarlos a cometer todo tipo de atrocidades sin que tengan conciencia de lo que hacen. La CIA necesita súbitamente grandes cantidades de Captagón –un derivado de anfetaminas– y, para obtenerlas, recurre al primer ministro búlgaro, el jefe mafioso Boiko Borisov –quien presidirá el Consejo Europeo en 2018. Boiko Borisov es un ex guardaespaldas que se enroló en la Security Insurance Company, una de las grandes organizaciones mafiosas de los Balcanes. Esa compañía dispone de laboratorios clandestinos que producen la droga para los deportistas alemanes. Borisov garantiza la entrega, por toneladas, de las milagrosas pastillas, que los yihadistas han de consumir preferiblemente mientras fuman hachís.
En Libia, el general Abdel Fattah Yunes deserta y se pasa al bando de los “revolucionarios”. Al menos eso es lo que se anuncia en Occidente. En realidad, el general se mantiene secretamente al servicio de la Yamahiriya cuando se convierte en jefe de las fuerzas de la Cirenaica independiente. Los islamistas, que no han olvidado la lucha que este general librara contra ellos hace 10 años, no tardan en descubrir que el general sigue en contacto con Saif al-Islam Kadhafi, uno de los hijos del Guía. Le tienden una emboscada, lo torturan y lo asesinan para después quemar y devorar parcialmente su cadáver.
El emir Hamad de Qatar espera liquidar la Yamahiriya e instalar un nuevo poder, como ya había hecho en Líbano al imponer un presidente inconstitucional. Mientras la OTAN se limita a intervenir con ataques aéreos, Qatar instala en el desierto un aeródromo de campaña donde desembarcan hombres y material de guerra. Pero las poblaciones de las regiones de Fezzan y Tripolitania se mantienen fieles a la Yamahiriya y a su Guía.
En agosto, cuando la OTAN desata un diluvio de fuego sobre Trípoli, ya Qatar ha desplegado en Libia unidades de sus fuerzas especiales y ha desembarcado blindados en Túnez. Por supuesto, esos miles de hombres no son qataríes sino mercenarios –principalmente colombianos– entrenados en los Emiratos Árabes Unidos por Academi –la antigua Blackwater/Xe. Ya en Trípoli esos mercenarios, enteramente vestidos de negro y portando pasamontañas para ocultar sus rostros, se unen a los hombres de al-Qaeda –que ahora aparece en el bando de “los buenos”, aunque la ONU sigue considerándola terrorista.
Solo dos grupos de libios participan en la toma de Trípoli: las milicias armadas de Misurata –que obedecen a Turquía– y el GICL. A la cabeza de la Brigada de Trípoli (vinculada a al-Qaeda) se halla el irlandés Mahdi al-Harati, y sus hombres reciben órdenes de oficiales franceses activos en las fuerzas armadas de Francia.
Inmediatamente después de la toma de Trípoli, incluso antes de linchamiento de Kadhafi, Washington crea un gobierno provisional, que reúne a los “héroes” de esta historia bajo la presidencia de Mustafá Abdel Jalil –el mismo que cubrió antes las torturas infligidas a las enfermeras búlgaras y al médico palestino. Entre esos personajes están Mahmud Jibril, el profesor de “retórica democrática” de los emires del Golfo, reorganizador de Al-Jazzera y participante en la reunión realizada en El Cairo en febrero; y Fathi Terbil, el iniciador de la “revolución” en Bengazi. El jefe de GICL y ex número tres de al-Qaeda, Abdelhakim Belhadj, implicado en los atentados de la estación de Atocha (en Madrid), se convierte en “gobernador militar de Trípoli”.